De la materialidad soviética, sus huellas e implicaciones. Apuntes para una reflexión.

Damaris Punales–Alpizar, Case Western Reserve University

 

     Cuando los soviéticos comenzaron su retirada masiva de Cuba tras la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a fines de 1991, dejaron tras de sí no sólo incertidumbres políticas y una gran crisis económica y social, sino también muchos vestigios, tanto físicos como subjetivos, de su presencia en la isla por más de treinta años. Una parte importante de esas huellas está enraizada en la subjetividad afectiva y cultural de lo que yo denomino la comunidad sentimental soviético–cubana. Pero además de esta presencia subjetiva de lo soviético en Cuba (1), que se ha traducido en una producción cultural cubana pos–noventa donde abundan los referentes soviético–rusos, otra parte importante del legado soviético está constituida por la permanencia física, después de los noventa, de automóviles, maquinaria pesada, electrodomésticos, libros, juguetes y edificios, principalmente habitacionales y escolares, cuya arquitectura siguió estándares socialistas: la carencia de cualquier ornamento (2). Ejemplos del legado arquitectónico son las numerosas barriadas pos–revolucionarias en casi todas las ciudades cubanas, como Alamar, en Habana del Este, o el Naranjal, en Matanzas. Las relaciones entre los dos países transformaron no sólo el escenario arquitectónico de muchas ciudades y cooperativas agrícolas en el campo, sino también los hábitos y la capacidad de consumo de los cubanos.
     En este artículo propongo analizar cómo la permanencia de estos objetos se ha convertido en una poética del fracaso de un proyecto social, y cómo puede entenderse su persistencia en Cuba después del fin de la Unión Soviética. ¿Qué significa tal presencia, cómo proporciona una determinada lectura de la realidad y de cierto grupo social? En este análisis intento establecer un contraste entre esta materialidad específica, y una subjetividad afectiva que se manifiesta a través de la producción cultural. 
     En el artículo “On the Ethics of (Object) Things”, Lucas D. Introna plantea una idea interesante sobre la relación entre las cosas y el individuo, o como él lo llama, entre el humano y lo no humano. Esta postulación de Introna es de gran utilidad para explicar el mundo fenomenológico soviético en la Cuba pos–noventa. Según Introna,

we are the sorts of humans that we are because we use, or implicitly accept the scripts, of the things that make up and mediate our world. Equally, the things that make up and mediate our world are the things that they are because we made them for our purposes –in our image as it were… Things and humans reflect and sustain each other. We co–constitute each other –as such they (we) matter, both politically as well as morally. (Web)

Lo que Introna propone es sobrepasar la relación de funcionalidad antropocéntrica que establecemos con la realidad tangible para de esta forma llegar a entender lo material como la manifestación de una forma de estar y de ser en el mundo, de configurar un determinado universo.  Para Introna, las cosas simbolizan valores e intereses que nos inscriben en líneas particulares de acción. En el caso cubano, estas líneas de acción están directamente relacionadas con la eternización, o no, de los electrodomésticos soviéticos a partir de la capacidad, o no, de adquisición de nuevos equipos. Indirectamente, están relacionadas con la materialización de la subjetividad de la comunidad sentimental soviético–cubana y su producción cultural.
     Presento el término de ‘comunidad sentimental soviético–cubana’ (3) para agrupar a los cubanos educados entre 1960 y 1980, para quienes los referentes soviético–socialistas comunes de la infancia y la educación recibida, facilitaron la creación de un imaginario de comunidad sentimental, que otorga pertenencia y cohesión entre sus miembros, a la vez que la diferencia de otras comunidades también imaginadas, incluso cuando la mayoría de los miembros de esta comunidad sentimental soviético–cubana no comparta el mismo territorio geográfico, ni la misma formación académica y mucho menos, la misma ideología social. Es esta generación, principalmente, la que va a concretar artísticamente la influencia soviética.
     Después del fin de la Unión Soviética a principios de los noventa, todo lo que provenía de ese país, y del resto de la comunidad socialista, dejó de llegar a Cuba. Primero fueron las revistas y los periódicos censurados por el gobierno cubano, como Tiempos Nuevos o Sputnik. Después, desaparecieron productos de consumo alimenticio: las carnes enlatadas, las frutas en conservas, el vodka y el champán rusos. También fueron marchándose los asesores militares y ministeriales, los técnicos, los científicos y los profesores (4), y los otrora ‘barrios soviéticos’ comenzaron a quedar despoblados. Las nuevas circunstancias impusieron una dinámica económica que modificó la estructura de la sociedad cubana a partir de la legalización de la moneda norteamericana en el verano de 1993, y por tanto, del acceso de la población a la única moneda con verdadero poder adquisitivo dentro de la isla a partir de entonces.
     Más de veinte años después del fin del imperio soviético, los objetos que aún sobreviven en Cuba provenientes de aquel país, proveen una estratificación social que por una parte da cuenta de un pasado igualitario (al menos en términos generales), y por otra, de la incapacidad de la sociedad y del estado para garantizar esa política igualitaria tras el colapso soviético. Los objetos soviéticos son la cicatriz visible del fracaso de un proyecto social apuntalado ficticiamente desde afuera.
     Lavadoras Aurika; relojes Poljot, Raketa, Zaria; ventiladores Orbita; licuadoras soviéticas, automóviles Lada, Moskvich, Volga, o Niva, motos Ural, camiones KP3, GAZ, KAMAZ, televisores Electrón, Rubin y Krim, despertadores Slava y Sevani (5)…  Todas estas marcas resultan familiares para quienes vivieron en la isla entre los sesenta y principios de los noventa. En muchos casos, estos objetos que tienen más de veinticinco y treinta años de antigüedad, siguen sirviendo fielmente, ocupando un lugar central en el día a día de miles de cubanos que han visto entrar y salir a lo soviético en el transcurso de tres décadas.
     Para las décadas de los setenta y los ochenta, los hogares cubanos parecían copia unos de otros: no sólo se repetían las mismas marcas de electrodomésticos, sino que las decoraciones y los muebles en general también eran similares, cuando no idénticos. Este inventario homogéneo proveyó, durante algunos años, una representación idealizada de la igualdad social, a la vez que otorgó un sentido de estabilidad y de pertenencia subjetiva de los cubanos –o al menos, la gran mayoría de ellos– a una imagen de la nación impulsada desde el gobierno, y sostenida gracias a la ayuda financiera, técnica y humana de la Unión Soviética a Cuba. Esta aparente estabilidad e igualdad sufrió un desplome irrecuperable tras el fin del imperio soviético: no sólo dejaron de llegar productos e insumos del bloque socialista para satisfacer las necesidades de los cubanos, sino que el gobierno aprobó la tenencia y circulación de la moneda norteamericana. La entrada de las divisas estadounidenses en el precario sistema mercantil cubano acabó de socavar las bases del proyecto igualitario socialista y agrandó, hasta límites insospechados apenas unos años antes, las brechas sociales en cuanto a consumo de bienes y servicios y al acceso a productos básicos de uso cotidiano.
     Según Maurice Halbwachs,

the physical objects of our daily contact change little or not at all, providing us with an image of permanence and stability. They give us a feeling of order and tranquility, like a silent and immobile society unconcerned with our own restlessness and changes of mood … Our physical surroundings bear our and others’ imprint. Our home –furniture and its arrangement, room decor– recalls family and friends whom we see frequently within this framework. … The forms of surrounding objects certainly possess such a significance. They do stand about us a mute and motionless society. While they do not speak, we nevertheless understand them because they have a meaning easily interpreted. And they are motionless only in appearance, for social preference and habits change. (Halbwachs 128–29)

El cambio en la forma y sobre todo, en las posibilidades de consumo, ejemplifican el significado que Halbwachs le otorga a los objetos materiales y su relación con los individuos: una parte importante de la sociedad cubana perdió el sentido de estabilidad y seguridad otorgada durante años por el consumo homogéneo de productos de procedencia socialista; la nueva realidad socio–económica dio cuenta de una fragilidad y un desamparo social hasta entonces impensado. El gobierno se encontró incapacitado para seguir fungiendo como proveedor de todas las necesidades ciudadanas, y el individuo se vio, por primera vez en muchos años, en un estado de desnudez y precariedad para resolver las contingencias de la sobrevivencia diaria.

In truth, the impression of immobility does predominate for rather long periods, a fact explained both by the inert character of physical objects and by the relative stability of social groups. It would be an exaggeration to maintain that changes of location and major alterations in the furnishing demarcate stages of family history. However, the permanence and interior appearance of a home impose on the group a comforting image of its own continuity. Years of routine have flowed through a framework so uniform as to make it difficult to distinguish one year after another. We doubt that so much time has passed and that we have changed so much. The group not only transforms the space into which it has been inserted, but also yields and adapts to its physical surroundings. It becomes enclosed within the framework it has built. The group’s image of its external milieu and its stable relationships with this environment becomes paramount in the idea it forms of itself, permeating every element of its consciousness, moderating and governing its evolution … It is the group, not the isolated individual but the individual as a group member, that is subject in this manner to material nature and shares its fixity. (Halbwachs 130)

La materialidad, en sí, no existe al margen del individuo que se relaciona con ella. La relación que se establece entre los objetos y los individuos provee una interpretación del mundo y de la realidad que está marcada, entre otros muchos factores, por la naturaleza de los objetos. La materialidad homogénea de la sociedad cubana permitió el surgimiento de una subjetividad histórica que explica, en conjunción con otros factores que he detallado antes, la conformación de una comunidad sentimental soviético–cubana. Los objetos soviéticos, dada la imposibilidad de su sustitución, se convertían no sólo en parte del hogar, sino también en parte de la familia. Una batidora era “la” batidora y lo sería por ‘siempre’; un ventilador, “el” ventilador. De tal modo, los objetos rusos lograron lo que las imposiciones ideológicas, políticas y culturales no pudieron del todo: la aceptación y su conversión en parte del escenario familiar, diario, de los cubanos. Esta familiaridad de los cubanos con los objetos soviéticos es depositaria de un significado de íntima afección y se convirtió no sólo en uno de los recuerdos más perdurables, sino también más entrañables para los individuos que se acostumbraron a ayudarse en sus labores domésticas con aparatos soviéticos.
     En una carta de Rainer María Rilke al señor Witold Von Hulewicz, del 13 de noviembre de 1925, el poeta austriaco se refiere al insustituible valor de las cosas que perduran:

Para nuestros abuelos, una “casa”, una “fuente”, una torre familiar, hasta sus propios vestidos, su abrigo, eran cosas infinitamente más familiares; casi cada cosa era un receptáculo en el cual encontraban algo humano y al que añadían su parte de humanidad … Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra intimidad están declinando y ya no pueden ser sustituidas. Nosotros somos quizás los últimos que habrán conocido tales cosas. Sobre nosotros pesa la responsabilidad de conservar, no solamente su recuerdo, (esto sería poco y no sería posible fiarse de él), sino su valor humano y “lárico” (lárico en el sentido de divinidades tutelares del hogar). (104–105)

La extrapolación de estas palabras de Rilke al contexto de Cuba es válida para comprender la importancia que tuvieron los objetos soviéticos no sólo en el imaginario cubano, sino sus implicaciones afectivas, sociales y psicológicas durante el período soviético de la historia cubana. A estos objetos por lo general no se les ha dotado hasta ahora de la importancia que tuvieron para la conformación de una subjetividad histórica enlazada con lo soviético. Cuando mucho, se les ha mencionado dentro del catálogo de los vestigios soviéticos en Cuba. Sólo rebasando esa funcionalidad antropocéntrica de la que hablaba Introna respecto a las cosas, es posible intentar una explicación más profunda, que vaya más allá de la mera descripción superficial de los objetos, y que informe de su implicación verdadera en la conformación de una identidad cubana propensa a la afección por lo soviético.
     La materialidad soviética fue, además, la concreción de una transculturación imposible a otros niveles: al llegar a Cuba, aquellos objetos soviéticos perdieron muchas veces su significado original y se transformaron, adquirieron nuevas funciones y nuevos nombres. En una palabra: se tropicalizaron; se independizaron de su ser primario para transculturalizarse exitosamente en productos cubanos. Así, se vio nacer ventiladores con nombres propios: Ciclón, Huracán, La tormenta, salidos de los motores de las lavadoras Aurika soviéticas. El sol y el calor cubanos hacían innecesaria la secadora de ropa, pero reclamaban a gritos ventiladores resistentes, capaces de producir vientos huracanados. Lo mismo con las bicicletas, a las que les pusieron motores para superar las sinuosidades geográficas; o los ventiladores Orbita, conocidos como ‘los ventiladores rusos’, que venían como complemento de los refrigeradores soviéticos, pero se ‘independizaron’ y adquirieron un nuevo sentido funcional. Los artículos electrodomésticos soviéticos fueron sometidos a un proceso de deconstrucción al llegar a Cuba, tanto a nivel metafórico como literal. En este sentido, vale citar a Martín Barbero cuando afirma que

En esa dirección Michel de Certeau ha elaborado un análisis de los usos sociales que, siempre en relación a un sistema de prácticas, pero también a un momento y un lugar, permite abordar la cuestión de los sujetos. Se trata del análisis de esa otra cara de la cotidianeidad que es la de la creatividad dispersa, oculta, la de la productividad inserta en el consumo, la de esos “modos de hacer” que, reacios a dejarse medir en términos estadísticos, remiten a la cultura popular en cuanto resto hecho de saberes inservibles a la colonización tecnológica y estilo: mezcla de “inventiva técnica y resistencia moral” (Certeau, L’invention du quotidien 70 y ss.) visible en las maneras de sobrevivir, de caminar la ciudad, de habitar la casa, de ver la televisión”. (Martín Barbero 91)

De este modo, la capacidad de agencia del consumidor cubano –disminuida primero por su dependencia de un sistema estatal de méritos para la adjudicación/adquisición de aparatos eléctricos y otros bienes, y después por la circulación de la moneda norteamericana, cuyo acceso no ha sido universal– ha estado vinculada principalmente a la adaptación y reconstrucción de los electrodomésticos soviéticos a las necesidades diarias. La creatividad ligada a lo soviético no se reduce únicamente a la creación cultural, sino también a la inventiva cotidiana para prolongar la existencia de equipos añejos y adecuarlos a funciones nuevas. 
     La peculiaridad del sistema mercantil cubano, donde los equipos electrodomésticos eran asignados previa acumulación de ciertos méritos laborales o políticos, forzaba la eternización de estos objetos: ante la imposibilidad de desecharlos y adquirir nuevos equipos, la relación con las cosas era permanente. El fin del socialismo soviético y por tanto, del abastecimiento mercantil, así como la entrada en escena del dólar norteamericano, provocaron la fosilización de muchos de estos objetos en parte de la sociedad cubana: aquella parte que, en la nueva realidad, quedó al margen del mercado en dólares, el único existente durante muchos años después de los noventa. Esta falta de opción para cambiar los objetos, ha establecido una lectura social muy clara: quién puede y quién no, beneficiarse de las nuevas circunstancias.
     La permanencia de equipos soviéticos se convierte en un signo social de exclusión: los que tienen objetos, electrodomésticos soviéticos, son principalmente aquellos que no han podido insertarse en la nueva dinámica mercantil laboral que depende principalmente de una economía capitalista, ya sea a través de la contratación en empresas extranjeras –principalmente turísticas–, mediante las remesas familiares provenientes de Estados Unidos y a partir del VI Congreso del PCC (6), en abril del 2011, del crecimiento de negocios de iniciativa privada. Aunque no hay cifras oficiales que lo confirmen, se estima que el envío de dinero desde Miami, sobre todo, constituye, junto al turismo, el principal sostén de la economía cubana, luego del debilitamiento, hasta la desaparición casi, de la industria más tradicional cubana: la producción de caña de azúcar.
     Lo soviético funciona así como una atadura que liga a un segmento de la población al pasado, ante la incapacidad de acceder a otros objetos. Es una doble marca: el recuerdo de un pasado que fue ‘mejor’ –en términos de estabilidad y accesibilidad–, y la constatación de que ese pasado se perpetúa sólo en cierto sector.
     En un sistema de mercado donde el consumidor tiene ‘cierta’ libertad –y enfatizo en ‘cierta’ porque la libertad de consumo está atravesada por muchas otras variables en las que no voy a profundizar ahora–, puede identificarse una relación más o menos fija entre un segmento del mercado y los productos que este segmento consume. Esta relación está fijada por la fidelidad del grupo consumidor hacia cierto producto específico. En el caso cubano, esta fidelidad está forzada por la imposibilidad de tener otra alternativa de consumo. La relación que establece el consumidor con el producto está determinada por la necesidad de perpetuar ese producto, re–asimilarlo y adecuarlo a partir de la gestión y la iniciativa personal.
     A diferencia de la fiebre coleccionista pos–socialista en Europa del Este, que ha creado un mercado de la memorabilia soviética cruzado por la doble marca de la nostalgia y de la cultura popular, la fosilización de objetos soviéticos en la Cuba pos–noventa está marcada por su funcionalidad (7) y su carácter irremplazable: estos objetos se han adaptado y reconvertido para seguir prestando un servicio determinado ante la ausencia de nuevos equipos que vengan a sustituirlos.
La estrecha relación cubano–soviética entre los sesenta y los noventa propició, también, una subjetividad que liga a cierta parte de la población cubana con una estética soviética. Esta estética, mediante referentes directos o indirectos, ha estado aflorando en la producción cultural cubana pos–noventa, que coincide con el fin de la Unión Soviética pero también con la mayoría de edad creativa y laboral de quienes se educaron completamente dentro de patrones culturales y académicos soviéticos.
     Se da, así, una doble relación con las cosas soviéticas. Por una parte, para el sector de la población para quienes los electrodomésticos soviéticos se han eternizado, estos objetos tienen una función práctica que indirectamente moldea su relación con los mismos objetos y con el resto de la realidad; estos objetos, además, sirven a este segmento como constatación de la marginalidad económica en que han quedado varados sus dueños. Este estancamiento impulsa la creatividad popular para transformar los equipos y prolongar su vida útil. Para otro sector, estos objetos son los poseedores de un sentido subjetivo que marcó la formación de los gustos y la estética de una parte de la población cubana. Esta subjetividad propicia, por sí misma, un distanciamiento estético entre el objeto y el observador. Los objetos soviéticos son, al mismo tiempo, aparatos eléctricos que han sido domesticados a las varias necesidades de un sector de la población, mientras que para otro son un referente cultural y estético polisémico. El mismo objeto, entonces, tendrá una doble carga semántica que dependerá, en cada caso, de la relación que el individuo tenga con él.
     Si nos detenemos un poco frente a la colección de fotos que presentó la BBC el 17 de agosto de 2011, “Memorabilia soviética en las casas cubanas” (8), o frente a mi muestra fotográfica “Cuba Today: A Soviet Inventory” (9), ¿qué vemos? En ambos casos se trata de una colección de cosas, de objetos materiales de clara procedencia soviética, que veinte años después del fin de la URSS, desafían la lógica de la física y de la ingeniería para seguir brindando su servicio a las familias incapaces de adquirir nuevos productos, ahora de procedencia china en su mayoría, que los reemplacen.
     “Cuba Today, A Soviet Inventory” está compuesta, como su nombre lo indica, por un inventario de objetos soviéticos que aún pueden encontrarse en los hogares cubanos: televisores, lavadoras, planchas, refrigeradores, radios, video–proyectores, máquinas de coser, ventiladores, licuadoras, relojes. También: tractores, automóviles, aviones, camiones, motocicletas, edificios y barrios enteros que fueron construidos siguiendo modelos arquitectónicos socialistas. Varias fotos de la muestra están dedicadas a los libros editados o impresos en la Unión Soviética, cuya circulación en Cuba en las décadas del sesenta al noventa tuvo, sin dudas, un impacto importante no sólo en la configuración del sistema literario cubano, sino también en la formación de una estética afectiva hacia las formas culturales rusas.
     En la muestra de la BBC observamos trece fotos que atestiguan la presencia  actual de objetos soviéticos en uso en Cuba: lavadoras, relojes despertadores y de pulsera, aires acondicionados, motos, planchas, libros, matrioshkas, cámaras fotográficas. Muchos de estos objetos, imposibilitados ya para continuar funcionando, se han convertido en parte del ornamento de algunos hogares cubanos, adquiriendo así una función estética para la cual no fueron elaborados.
     La relación del individuo con los objetos provee una gramática de decodificación a través del consumo: cada grupo va a consumir de manera diferente, y a partir de este consumo puede identificarse una capacidad de agencia en el consumidor. El consumo se convierte en “punto de partida y la materia prima de otro proceso de producción silencioso y disperso, oculto en los usos” (Martín Barbero 85). En el caso cubano, el consumo, entendido como la utilización de un objeto para la función para la que fue creado, es siempre punto de partida: los objetos se transforman una y otra vez, cambiando de funciones en dependencia de las necesidades y de las circunstancias materiales para la readaptación o reparación de los equipos electrodomésticos. A esta gramática de decodificación se refiere Michel de Certeau en su libro La invención de lo cotidiano. De Certeau lo llama ‘tácticas’: las astucias, estratagemas e ingeniosidades del débil –por oposición a las ‘estrategias’ del fuerte.
     Todos estos objetos que aparecen en las fotos, tanto en la muestra de la BBC como en la mía, con todas las posibles cargas semánticas que pudieran especularse, proveen un marco referencial a la hora de establecer un análisis teórico sobre la producción cultural cubana contemporánea y la presencia de la estética y los referentes soviéticos que pueden reconocerse en ella.
     En noviembre y diciembre del 2011, cinco artistas plásticos cienfuegueros presentaron la exposición Да конца! –Hasta el fondo! (10)–, en la galería Maroya, en la ciudad de Cienfuegos. La expo–venta, compuesta originalmente por 29 pinturas, estaba inspirada en la permanencia de una estética soviética en el imaginario insular pos–noventa. Al describir la obra de Juan Karlos Echeverría, Alain Martínez, Rolando Quintero, Jorge Sanfiel y Camilo Villalvilla, el crítico de arte y director provincial de la Asociación Hermanos Saíz en Cienfuegos, Antonio Enrique González Rojas (11), insiste una y otra vez en la fallida transculturación entre lo soviético y lo cubano.

Paralelo a estos paulatinos procesos de apropiación y asimilación de elementos, prácticas e ideas externas, suceden procesos de injerto forzado, de asimilación asistida de referentes y tradiciones ajenas, dictadas desde la conveniencia coyuntural. Suerte de pretendida inseminación artificial y artificiosa sin pregnancia alguna a la larga, una vez difuminadas las intenciones motivadoras del proceso. (Web, Perlavisión)

     En su blog personal, el también periodista afirma que

como la dominación debe ir precedida de la preeminencia cultural, so pena de provocar la más implacable reluctancia de quien ve invadida la médula nacional, sobre el lecho de Cuba se concertó a toda prisa, hace más de medio siglo, un erecto entramado ideológico. (Web, Homo Sapiens)

Sin embargo, la muestra en sí da cuenta de una presencia soviética que dejó su impronta en una generación de cubanos que ha entrado en la edad creativa y productiva coincidentemente con el fin del imperio soviético. Esta generación, la comunidad sentimental soviético–cubana, es depositaria de una educación tanto académica como sentimental en la que lo soviético es parte principal, y aflora como referente en su producción cultural. Aunque comparada con otros procesos de transculturación formadores de la identidad cubana, como la simbiosis española–africana y en menor medida, asiática, la relación que se estableció entre las culturas cubana y rusa fue de mucha más corta duración y la zona de contacto (12) entre ambas, mucho más reducida. No obstante, la relación a todos los niveles entre Cuba y la Unión Soviética dejó huellas mucho más profundas que la imitación de modelos burocráticos y partidistas, y la planificación quinquenal de la economía. El artículo de González Rojas informa, al negarla, esta huella. En una parte de su texto, dice: “volaron de Este a Oeste con el viento, y regresaron en un momento, tomando al Norte por guía. Nunca olvidando que al caer, lo que les fue pedido hubieron de hacer”. Este fragmento, con el que describe la muestra plástica y que pareciera no tener ningún sentido, usa referentes que sólo son reconocibles por la comunidad sentimental soviético–cubana: se trata de los animados soviéticos “La florecita de siete colores” (13), uno de los “muñequitos rusos” habituales en las tardes infantiles cubanas entre los años sesenta y noventa.
     Quizás, más que de transculturación como proceso acabado, sería conveniente hablar de una identidad cubana actual en transición, cruzada por las múltiples y variadas influencias a la que ha estado y está expuesta. Desde esta perspectiva, es posible señalar que durante al menos tres décadas (entre los sesenta y los noventa), la identidad cubana tenía casi como únicos referentes, los provenientes del campo socialista. Con estos referentes, a los que alude González Rojas en sus artículos, elaboran –también– sus obras creativas los cubanos educados durante el período soviético de la Revolución cubana.
     En las pinturas de los jóvenes creadores cienfuegueros los otrora símbolos identitarios soviéticos son resemantizados, desproveyéndoselos de sus vínculos ideológicos, adecuándoselos a la realidad cubana; se hacen, de alguna manera, cubanos. Este proceso de deconstrucción de los íconos del pasado socialista permite la (re)construcción de un nuevo espacio afectivo, cultural y social donde se negocian nuevos significados para los otrora significantes soviéticos. Mediante esta economía cultural, la comunidad sentimental soviético–cubana es capaz de adaptarse a los nuevos tiempos en los que tanto los productos como las formas de consumirlos han cambiado.
     Una de las obras más significativas de la exposición cienfueguera, del pintor Camilo Villalvilla (Salvador Díaz de Villalvilla Soto), muestra a la Catedral de La Habana, flanqueada por dos torres de la Catedral de San Basilio, de Moscú (14). Esta simbiosis entre las dos imágenes reconocibles como cubana y rusa, respectivamente, provee una nueva lectura donde las torres de San Basilio se han criollizado, se han aplatanado y ni siquiera causan extrañeza al espectador. No se trata ya de la realidad cubana o la rusa, sino que sobre el lienzo ha surgido una nueva realidad cubano–rusa.
     Según González Rojas,

Camilo advierte la necesidad de corregir rumbos a partir del conocimiento pleno, racionalizado casi hasta el ajuste de cuentas, con los responsables del mutismo histórico. Avanza hacia el pasado virgen, revisita (con sus sólidos trazos, aprehendidos durante su formación como arquitecto en la Universidad Central “Martha Abreu” de Las Villas) íconos y símbolos que pesan en la memoria socio-cultural colectiva. (Web. “El recuerdo donde duele”)

Este ajuste de cuentas con el pasado otorga la posibilidad de tomarlo como punto de partida creativo de una generación que se reconoce en esta iconografía, traerlo al presente y llamar al espectador a una reflexión sobre ese pasado. Los artistas se convierten así en “historionautas” –como los llama González Rojas– que nos permiten navegar, de manera más reconciliada, con una parte de nuestra historia.
     Una segunda obra, la escultura “Glass–not” (15), también de Camilo Villalvilla, presenta una granada de mano pintada como si fuera una matrioshka, haciendo converger así juego y guerra, infancia y adultez en un objeto cuyo sentido bélico sigue estando presente, pero al que vemos ahora revestido de una falsa inocencia. Esta granada–matrioshka hace “explotar” los recuerdos de esa generación de cubanos, la comunidad sentimental soviético–cubana, que en su infancia jugaba con matrioshkas llegadas desde la URSS, mientras que en su temprana juventud aprendía a usar AK–47 y granadas de mano. Es precisamente esta falsa inocencia lo que otorga un carácter provocador al objeto.
     En la narrativa actual de la nación cubana, la presencia soviética es pública y ampliamente reconocida. Tras el fin de la URSS, y el descalabro económico que esto provocó, lo soviético se convirtió en estigma y en objeto de maldición: a nivel gubernamental se produjo un distanciamiento discursivo, simbólico e iconográfico de todo lo que fuera soviético; a nivel popular, las penurias del período especial propiciaron un sentimiento de reproche hacia lo soviético ahondado por una dura lucha por la sobrevivencia física. Sin embargo, la distancia temporal respecto al fin de la Unión Soviética, y el paulatino avance y crecimiento de las relaciones entre Cuba y Rusia desde principios del 2000, han facilitado la terminación de un período de duelo tras el que ha sido posible una reconciliación afectiva y una mirada crítica hacia el pasado soviético y su legado. Estas circunstancias han propiciado una presencia cada vez más notoria de las huellas soviéticas en la producción cultural cubana. En este contexto, no es extraño que una exposición como “Vanguardias soviéticas. De la formulación abstracta a la utopía humanística”, presentada en el Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana, del 4 de julio al 18 de septiembre del 2011, haya tenido tanto éxito. De visita en esta exposición, en agosto del 2011, pude constatar personalmente la simpatía y admiración que causa entre la población cubana el arte soviético: aunque visité la muestra un día de semana, la sala estaba bastante llena. Los visitantes eran principalmente hombres y mujeres de entre 30 y 50 años de edad.
     La exposición estaba compuesta por obras producidas entre los años 1919 y 1941 por los artistas gráficos Alexander Rodchenko (San Petersburgo, 1891–Moscú, 1956), El Litssitzky (Pochinok, 1890–Moscú, 1941) y Gústav Klucis (Letonia, 1895–Moscú, 1938), Valentina Kulagina (Moscú, 1902–1987), Varvara Stepánova (Letonia, 1894–Moscú, 1956), Liubov Sergeevna Popova (Moscú, 1889–1924), Nathan Isayevich Altman (Vinnytsia, Ucrania, 1901–Leningrado, 1970), Vladimir Roskin (Moscú, 1896–1984), Borís Ignátovich (Ucrania 1899–Moscú, 1976) y Solomón Telingater (Tbilisi, 1903–Moscú, 1969). Se trataba de una muestra pequeña, de apenas 95 piezas: collages, fotografías, fotomontajes y carteles elaborados en su momento con fines propagandísticos y políticos, principalmente.
     La muestra ofrece “una mirada más distendida a una realidad artística que quiso acompañar a la revolución del proletariado desde la experimentación, sin los vicios de la enfermedad descriptiva aupada por el estalinismo” (16). Esta despolitización y desideologización de la relación cubana con lo soviético permite, primero, una reconciliación necesaria con el pasado soviético de la isla, y segundo, el reconocimiento de su huella en la cultura cubana, lo que abre el camino a un debate apenas en ciernes sobre su impacto en la conformación de la identidad cubana. Como parte de este reconocimiento, la iconografía socialista pierde su valor ideológico; los mitos desparecen y lo único que trasciende son las disímiles formas que encuentra el individuo para negociar y desplegar una nueva cartografía afectiva, personal, con el pasado. La cartografía afectiva propulsada a partir del pasado soviético permite colocar a ese pasado en el pasado. Frederic Jameson describe el encanto del pasado, así:

It is partly a fascination with dating, aging, the passage of time for its own sake: like looking at photographs of ourselves in old–fashioned clothing in order to have a direct intuition of change, of historicity. (135–136)

Sólo desde este espacio reconciliatorio y distendido es posible entender la amplia proliferación de referentes ya claramente reconocibles como soviéticos en la formación de la nación cubana.
     Llama la atención, en el contexto actual cubano donde lo ruso/soviético ha mutado su carga ideológica y política para adquirir un contenido más afectivo, que mientras algunos sitios pierden su nombre, como el parque de diversiones Lenin, que tras ser restaurado y re–diseñado por una compañía china ha sido nombrado Parque Mariposa (17) –aunque para la memoria colectiva cubana siga siendo el Parque Lenin–, otros son nombrados siguiendo la inercia de una lógica de cooperación socialista que dio lugar al surgimiento de escuelas y cooperativas campesinas llamadas, por ejemplo, Amistad Cuba–Checoslovaquia; Amistad Cuba–Bulgaria, entre los años sesenta y noventa. En un viaje por la geografía cubana en agosto del 2011, en las inmediaciones de la ciudad de Jovellanos, Matanzas, descubrí una empresa agrícola recién nombrada Vladímir Ilich Lenin. Esta doble dinámica de des–nombrar y re–nombrar sitios a partir de referentes socialistas informa de un proceso aún inacabado de readaptación social e ideológica que comenzó tras el fin del socialismo soviético. Este proceso de readaptación no sólo concierne a la clase dirigente y sus políticas para preservar el poder, sino también a los diferentes grupos sociales, que tienen que encontrar su lugar dentro de las nuevas condiciones ideo–económicas.
     Las tres décadas de presencia e influencia soviética en Cuba tuvieron un impacto no sólo en manifestaciones concretas del modelo económico y político de la isla, sino también en la vida diaria de las personas comunes, a través del contacto y el consumo de una producción simbólica masiva. Estos objetos proveen el contexto para entender la formación de una identidad histórica relacionada, en cierto grado, con la ex Unión Soviética; ellos funcionan como símbolos de esa identidad.
Si entendemos el consumo no únicamente como

reproducción de fuerzas sino [como] lugar de producción de sentido de una lucha que no se agota en la posesión ya que es el uso el que da forma social a los productos al inscribir en ellos demandas y dispositivos de acción que movilizan las diferentes competencias culturales, (Martín Barbero 91)

podemos entonces comenzar a leer estos objetos como catalizadores de ciertas transformaciones en la balanza de equilibrio social en Cuba pos–noventa. Ellos, y las transformaciones a que han sido sometidos una y otra vez, dan cuenta de la ruptura de ese equilibrio, y funcionan como la metáfora de una sociedad que ha tenido que reinventar(se), también una y otra vez, no sólo los códigos de consumo, sino sobre todo, de sobrevivencia.


Notas:

(1) Este tema lo analizo con mayor profundidad en los artículos “Cuba soviética: el baile (casi) imposible de la polka y el guaguancó”. La Gaceta de Cuba. Enero–febrero. (pp. 3–5) y “Nu pagadí: estética soviética en la cultura cubana pos-noventa”. Matanzas. Revista Artística y Literaria. Año XI. No. 1. Enero-abril, 2010 (pp. 19-22).

(2) La película Ironía del destino, o goce de su baño (1975) – comedia soviética dirigida por Eldar Ryazanov y protagonizada por Andrei Miagkov, Barbara Brylska, Yuri Yakovlev, Aleksandr Shirvindt and Georgi Burkov– es uno de los mejores ejemplos de la urbanización de estilo socialista que repetía no sólo los modelos arquitectónicos de los edificios sino también su distribución espacial, los nombres de las calles y hasta los muebles que contenían.

Recomiendo, sobre este tema de la arquitectura socialista, el artículo “Auge y decadencia de la arquitectura rusa”, de Francisco Martínez (en Rusia hoy. 15 de junio del 2011. <http://rusiahoy.com/articles/2011/06/15/auge_y_decadencia_de_la_arquitectura_rusa_12545.html>. Web. 14 Dec. 2011).

(3) En el artículo “Cuba soviética: el baile (casi) imposible de la polka y el guaguancó”, afirmo que “A diferencia de la comunidad imaginada de Anderson, una de cuyas bases de estabilización es la unidad lingüística, en el caso de la comunidad sentimental soviético–cubana existe un bilingüismo pasivo que otorga sentido común a sus miembros. La mayoría de ellos estudió ruso en algún momento y muchos viajaron a la Unión Soviética a cursar estudios superiores; otros son hijos de parejas cubano–soviéticas. Aunque el ruso no sea la lengua franca utilizada por esta comunidad sentimental y la mayoría no pase de reconocer la transcripción fonética del alfabeto cirílico, el idioma ruso sí funciona como lengua alrededor de la cual confluyen sus miembros y establece un punto de partida para la existencia de la comunidad. El idioma ruso se convierte así en un referente que aunque ha perdido su carga semántica y su función comunicativa, adquiere un nuevo valor: el de agrupar a su alrededor a toda una comunidad sentimental.
     La generación de los que nacieron entre los sesenta y principios de los ochenta, se define a sí misma en relación a una época histórica determinada: los ochenta, cuando en Cuba había acceso al consumo –de productos socialistas, principalmente–, y se tenía la sensación no sólo de vivir en un sitio diferente al resto del mundo, sino de estar haciendo algo para mejorarlo. Esto le otorga un carácter extraordinario, irrepetible, a esta generación: era la generación de la Revolución; era, con defectos y desafectos, lo más cercano que se estuvo nunca del hombre nuevo. Pero la entrada de estos jóvenes a la adultez, a la vida laboral plena, no fue lo prometido, y a principios de los noventa se encontraron en un mundo donde la ideología en la que creían hasta ese minuto dejó de existir” (3).

(4) Mervyn Bain en su libro Russian–Cuban Relations since 1992 (New York: Lexington Books, 2008) provee una perspectiva muy interesante sobre la sobrevivencia de cierto nivel de relaciones entre Cuba y Rusia después de 1992. Estas relaciones estaban basadas en cuestiones estratégicas y de conveniencia mutua: “the legacy from the Soviet era has cast a colossal shadow over the relationship in the period since 1991[…] This legacy was not just significant in explaining the deterioration in the years 1992 to 1994, but, conversely, also their improvement from 1995 onwards […] Over time the realization began to form in both countries that in many ways it was easier, and even cheaper, for some semblance of the relationship to continue. It was not just economic reasons that drove this, but also some within both countries continuing to have affinity for the other” (15).

(5) El escritor cubano José Miguel Sánchez, Yoss, en su artículo “Lo que dejaron los rusos” (2001) hace un recuento muy puntualizado de la presencia de objetos soviéticos en Cuba durante las tres décadas después del triunfo de la Revolución cubana. El 17 de agosto del 2011, la BBC publicó un foto–reportaje titulado “En fotos: Memorabilia soviética en las casas cubanas”, donde presenta huellas de la presencia soviética en la vida cotidiana de muchos cubanos actualmente. <http://www.bbc.co.uk/mundo/video_fotos/2011/08/110808_galeria_cuba_huellas_rusas_lh.shtml>. Este mismo es el tema de mi foto–exposición “Cuba Today: A Soviet Inventory”.

(6) El VI Congreso del PCC fue celebrado entre el 16 y el 19 de abril de 2011 en La Habana. Coincidentemente, en él se conmemoró el 50 aniversario de la victoria de Playa Girón y de la declaración del carácter socialista de la Revolución Cubana. Si la legalización del dólar norteamericano en 1993 echó por tierra la base ideológica del proyecto revolucionario cubano, al fomentar la división de clases y la desigualdad en el acceso a los productos y bienes de consumo, las medidas económicas aprobadas en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011, favorecieron la aparición de empresas privadas y una mayor desigualdad social, al permitir la contratación de trabajadores y empleados en los negocios ‘por cuenta propia’ –pequeñas empresas privadas, muchas veces a partir de organizaciones familiares.

(7) Hay que apuntar, sin embargo, que algunas piezas de la era socialista han cruzado la frontera cubana para ir a parar a manos de coleccionistas privados, obsesionados con la irreversibilidad del pasado.

(8) El 17 de agosto del 2011, la BBC publicó un foto–reportaje titulado “En fotos: Memorabilia soviética en las casas cubanas”, donde presenta huellas de la presencia soviética en la vida cotidiana de muchos cubanos actualmente. <http://www.bbc.co.uk/mundo/video_fotos/2011/08/110808_galeria_cuba_huellas_rusas_lh.shtml>.

(9) Se trata de una muestra compuesta por 30 imágenes fotográficas tomadas durante el verano del 2009 en Cuba, mientras ampliaba mis investigaciones sobre este tema.

(10) Esta expresión es muy común entre los rusos cuando están tomando vodka: Hasta el fondo! Según Camilo Villalvilla, se escogió esta frase como título para la muestra porque ella simboliza la forma en que había que “beber” la cultura rusa durante la etapa soviética de Cuba: hasta el fondo. “La penetración fue así: ahí tienes la cultura rusa: bébela de un trago” (entrevista con Damaris Puñales–Alpízar, Jan. 10, 2012. Inédita)

(11) Agradezco profundamente a Antonio Enrique González Rojas por haberme facilitado copias de sus artículos, así como fotos de obras que se presentaron en la exposición; por ponerme en contacto con varios de ellos, y por compartir ideas y entusiasmo conmigo. Agradezco también a los artistas plásticos Camilo Villalvilla, Alain Martínez Menéndez y Jorje Sanfiel por enviarme fotos de sus obras, y dialogar conmigo sobre sus ideas y experiencias.

(12) Sigo la definición de Mary Louise Pratt, para quien las zonas de contacto son “areas which allow the intermingling of two or more cultures; social spaces where cultures meet, clash, and grapple with each other, often in contexts of highly asymmetrical relations of power, such as colonialism, slavery, or their aftermaths as they are lived out in many parts of the world today. Eventually I … use this term to reconsider the models of community that many of us rely on in teaching and theorizing and that are under challenge today” (34).

(13) Se trata de un dibujo animado soviético de 1977, basado en la fábula del mismo nombre del autor V. Kataev. Para mayor información o para mirar este animado, consúltese el sitio web Verde Caimán. <http://verdecaiman.com/tvc_munequitos_rusos.php>. Web. 30 Dic. 2011.

(14) De la serie “Tesis, antítesis, síntesis”. Técnica mixta sobre cartulina (50 cm x 70 cm).

(15) “Glass–not”, escultura en cerámica y metal policromados. 30 x 15 x 15 cm.

(16) Cfr: Exposiciones. Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. <http://www.museonacional.cult.cu/?q=vanguardias-sovi%C3%A9ticas-en-la-colecci%C3%B3n-del-ivam-de-la-formulaci%C3%B3n-abstracta-la-utop%C3%ADa-human%C3%ADstica>. Web. 3 Enero. 2012. Resulta curioso que coincidentemente por estas mismas fechas el New Museum, en Nueva York, presentaba la exposición “Ostalgia”: “Mixing private confessions and collective traumas, the exhibition traces a psychological landscape in which individuals and entire societies must negotiate new relationships to history, geography, and ideology. “Ostalgia” brings together the work of more than fifty artists from twenty countries across Eastern Europe and the former Soviet Republics”. < http://www.newmuseum.org/exhibitions/440/ostalgia>. Web. 3 Enero, 2012.

(17) En el año 2007, la parte del complejo Parque Lenin dedicada a las diversiones fue nombrada Parque Mariposa, tras ser renovado y rediseñado por una compañía china. Para el 2011, todo el complejo adoptó el nombre de Parque Mariposa, en sustitución a Parque Lenin. Una parte del complejo abrió sus puertas en 1972, mientras que la parte recreativa lo hizo en 1978. Entre sus atracciones está un centro ecuestre, un área de picnic, la presa Paso Sequito, donde se puede pasear en botes, la Galería de Arte Amelia Peláez, un pequeño acuario y una estatua gigantesca en mármol del busco de Lenin, de 9 metros de altura.

 

Imágenes en el orden en que aparecen en el artículo

Imágenes de la 1 a la 5: Fotografías de la serie “Cuba Today, a Soviet Inventory” (Damaris Puñales–Alpízar).

Imagen 6: De la serie “Tesis, antítesis, síntesis”. Técnica mixta sobre cartulina (50 cm x 70 cm). Camilo Villalvilla (reproducida con autorización del artista)

Imagen 7: “Glass–not”, escultura en cerámica y metal policromados. (30 x 15 x 15 cm). Camilo Villalvilla (reproducida con autorización del artista).

Imagen 8: “Play off”. Carboncillo y acrílico sobre lienzo (120 cm x 150 cm). Camilo Villalvilla (reproducida con autorización del artista).

Imagen 9: Sujetos. Técnica mixta sobre cartulina (50 cm x 70 cm). Alain Martínez (reproducida con autorización del artista).

 

Obras consultadas:

Bain, Mervyn. Russian–Cuban Relations since 1992. New York: Lexington Books, 2008. Print.

García Canclini, Néstor. Consumidores y ciudadanos. Mexico: Grijalbo, 1995. Print.

de Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. México D.F.: Universidad Iberoamericana, 2000. Print.

González Rojas, Antonio Enrique. “Exposición colectiva Da kantsá!: CCCP, aparta de mí este cáliz”, en Perlavisión. Una mirada informativa desde Cienfuegos. 18 de noviembre de 2011. <http://www.perlavision.icrt.cu/index.php/cultura/73-cultura/6675-exposicion-colectiva-da-kantsa-cccp-aparta-de-mi-este-caliz>. Web. 28 Dic. 2011.

---. “CCCP, aparta de mí este cáliz”, en Homo Sapiens. 17 de noviembre de 2011. <http://antonio-enrique-homo-sapiens.blogspot.com/2011/11/cccp-aparta-de-mi-este-caliz.html>. Web. 26 Dic. 2011.

Halbwachs, Maurice. The Collective Memory. New York: Harper and Row, 1980. Print.

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Introna, Lucas D. “On the Ethics of (Object) Things”, in Lancaster Eprints. The Department of Organisation, Work and Technology, Lancaster University, 2003. <http://eprints.lancs.ac.uk/48689/>. Web. 14 Nov. 2011.

Heidegger, Martin. La pregunta por la cosa. Gerona: Editorial Palamedes, 2009. Print.

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Huyssen, Andreas. Present Pasts. Urban Palimpsests and the Politics of Memory. Stanford, California: Stanford University Press, 2003 (11–29). Print.

Martín Barbero, Jesús. Al sur de la modernidad: comunicación, globalización y multiculturalidad. Pittsburgh: IILI, 2001. Print.

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McAuslan, Fiona and Matthew Norman. The Rough Guide to Cuba. London: Rough Guides, 2010. Print.

Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation. London: Routledge, 1992. Print.

Sánchez, José Miguel (Yoss). “Lo que dejaron los rusos”, en Revista Temas. No. 37-38. Abril 2004. También en Biblioteca Digital de Literatura Universal. May 31, 2001. <http://www.sld.cu/sitios/bibliodigital/temas.php?idv=7326>. Web. 10 April. 2010.