Literaturas nacionales

José Liboy Erba

     No he podido recordar todavía los días en que era estudiante de Literatura. Los profesores hablaban de las literaturas nacionales. Se hablaba también del Caribe y de la cuenca del Caribe, pero en general todo era olvido para mí, ya que mi papá todo el tiempo me hablaba del arresto de mi abuelo por un juez de paz. El período en el que fui estudiante universitario fue confuso. Todo cambió rápidamente. La actitud conmigo era otra. Ya no tenía una vida tranquila, pues aparentemente iba a saber la verdad. Claro, que la gente empezó a correr de un lado para el otro, incluso mi padre empezó a correr de un lado para el otro. Daba un poco de vergüenza verlos correr. Recuerdo que trajeron a Mario Vargas Llosa a la Universidad para que hablara con nosotros, y claro, nos habló de la necesidad de hacer una novela nacional al estilo de Pérez Galdós, pero años más tarde el propio peruano le hizo una a la República vecina. En Puerto Rico casi nunca se puede hacer nada. Los problemas para adaptar la tecnología, las cocinas y los automóviles, son tantos y tan a diario, que no se puede pensar en una épica nacional, ya que no se puede pensar ni siquiera en una vida nacional.
     Yo trataba de pensar en una vida nacional partiendo del hecho de que un juez había arrestado a mi abuelo en su pueblo de la isla. Pero no sabía por qué lo habían arrestado. Mi padre se pasaba la vida corriendo de un lado para el otro como un conejo. No había manera de saber nada, así que me quedé sin saber nada. Todos los parientes de mi padre eran iguales y ya la confusión era tanta, que no podíamos movernos ni siquiera de la casa en la que vivíamos. La cuestión es que a mí no me graduaron de maestría en literatura y que me pusieron a vender artículos promocionales. Mi padre murió sin decirme nunca por qué arrestaron a mi abuelo, que murió prematuramente. Así que nunca supe nada ni por qué esto ni por qué aquello. La verdadera experiencia nacional es el silencio. Nunca se sabe nada de nada, nunca se sabe por qué gana el partido que no quiere a la nación. La Universidad cierra todo el tiempo y ya no se sabe por qué hacen huelga los huelguistas. La vida en Puerto Rico suele ser confusa.
     Mi problema principal es técnico. Los carros de mi casa nunca funcionan bien, aparentemente porque mi padre era una persona humilde. Le vendían las peores máquinas, nunca encontrábamos que funcionara una hornilla bien ni el carro ni nada. El problema cotidiano que tenía yo era esa humildad, que nunca nos permitía hacer nada bien. A otros les daban el título de maestría sin problemas, los demás podían ser profesores, pero nunca yo. Eso me hizo preguntarme cuál podía ser el problema exactamente. Mi padre inventaba historias de que mi abuelo sí era una persona orgullosa, que él sí lo conseguía todo, hasta que lo arrestaron. Claro, que también supuestamente era inventor y electricista. Pero como ya estaba muerto, no se podía hacer nada. De manera que mi vida fue confusa siempre.
     Durante años escribí cuentos. Escribir cuentos era mi consuelo, apartarme de esta familia a la que nada le salía bien, pero nunca me podía apartar de ellos definitivamente. Cuando estaba por casarme, mi padre trajo a mi hermano retardado a la presencia de la muchacha. Entonces, naturalmente, la muchacha no quiso estar conmigo. Mi padre era un verdadero problema. Frustraba todos mis intentos por hacerme profesional, gastaba grandes sumas de dinero en estupideces. Aparte del hecho de que se pasaba la vida corriendo de un lado para el otro de la isla, sin parar nunca en la casa ni explicar lo que hacía. Yo a veces pensaba que estaba más desorientado que yo mismo, pero había que fingir, por supuesto, que el hombre llevaba el mando de la casa. Si no es porque le hice un injerto a una mujer que él aseguró, habríamos perdido la casa que había refinanciado sin el permiso de mi madre.
     De manera que nunca hizo nada bien hecho, no llegó a adaptarse a la realidad en la que vivimos actualmente. Yo en cierto modo me río. A veces pienso que no era mi padre realmente.

II

            Notas para cuentos breves

     Estoy tomando notas para cuentos breves. De momento se me ocurre comentar la revista Ellery Queen, que ya no publica cuentos tan buenos. De nuevo he vuelto al cuento breve, y tengo el propósito de volver a escribir esa clase de literatura. De momento escribo sobre lo que sea. No tengo un plan preconcebido, simplemente estoy tomando notas diarias. Casi nadie me escribe desde sus computadoras. No sucede mucho en ninguna parte, nadie me habla de literatura. Pensaba graduarme para ser profesor, pero eso no lo pude hacer. Ahora estoy pensando en una nueva serie de cuentos. No se me ocurre sobre qué escribir, así que sencillamente estoy anotando cosas. Ya estoy curado de mi enfermedad. La mayoría de las novelas que leo tienen que ver con la embriología. No todos los mysteries de Ellery Queen tienen que ver con la embriología, pero las novelas americanas e inglesas sí.
     La pantalla la tengo que ver grande porque mi vista se ha mermado. No puedo escribir cuentos en una maquinilla como antes. Me siento bien con el impresor. Mi madre me ha comprado esta computadora para que escriba mis cuentos. Si leo las revistas, me siento bien. Ya no se publica nada bueno, y los cuentos clásicos no los tengo. No me gusta comprimir un cuento tanto que resulte como una viñeta, pero sí todavía me gusta el género. Lo que sí creo es que hay que cambiar bastante. Notas sobre la escritura es lo que me interesa tomar. La informalidad lo preside todo. Yo pienso escribir unos cuentos más. No quiero sonar al cono sur, ya el cono sur no me interesa. El cuento de Horacio Quiroga me parece una viñeta. Yo quiero escribir un tipo de cuento más amplio. Lo he intentado con mi primer libro, y creo que he tenido suerte. Casi todos los cuentos que he leído tienen que ver con los ambientes intelectuales de Argentina. Yo creo que hay que cambiar esa tónica. Augusto Monterroso me gustaba. Ya casi no recuerdo sus cuentos.
     Estoy pensando que pronto empiece a escribir esos cuentos. Ahora mismo no se me ocurre nada nuevo. La vida familiar me llamaba bastante la atención. Ahora mismo, luego de la enfermedad, no se me ocurre nada. Me he puesto entonces a tomar unas breves notas que imprimo. He pensado en un cuento sobre una espía industrial. Tengo una breve nota sobre ese cuento impresa, pero sin mayores detalles, y no lo he salvado en la computadora. Ahora estoy trabajando con mayor discreción, sin dar a conocer lo que escribo. Y eso me parece bueno.
     No he pensado todavía en lo que voy a hacer. Mis cuentos ya no se leen mucho. No sé qué hacer. Como les digo, no encuentro qué hacer. Ahora estoy pensando en un cuento, pero ya no hay nada que se me ocurra escribir. Hace tiempo que no pensaba. Trato de imaginar algo nuevo, pero ni modo. A veces pasa eso con uno. Describir esa seca parece que es lo más importante en este momento. Otra cosa es que ya no puedo tampoco registrar el tiempo. Parece que lo he perdido todo. Yo nunca he podido hacer nada. Mi madre puede ver que no encuentro qué hacer. Anteriormente trabajé en una librería. De joven podía encontrar qué hacer. En aquel entonces no me habían echado de los sitios en donde trabajaba. Poco a poco lo fui perdiendo todo. No es que me sienta mal, pues por lo menos puedo escribir. Puedo tomar estas notas.