La Medusa
José Liboy Erba
Los submarinos hundidos son mi pasión. Siempre iba a verlos con una amiga de la escuela. Bajábamos una colina alta que estaba en la playa y nos pasábamos la tarde mirando el viejo submarino hundido. Una vez vinieron a verme unos pescadores para decirme que mi amiga se había ido a nadar y que no había vuelto a la orilla. Me alarmé y enseguida me encaminé hasta el sitio en donde estaba el submarino. Me sumergí hasta la arena y encontré una inmensa medusa en el fondo. De alguna manera, la medusa me habló al corazón.
– Soy yo, Julio – me dijo. – No sabía cómo decírtelo. A veces me convierto en una medusa. No siempre me puedo quedar en la tierra contigo. A veces tengo que irme al fondo del mar, aquí junto al submarino que tanto nos gusta.
– ¿Por qué te conviertes en medusa? – le pregunté. – Yo siempre he sido tu amigo, y ahora siento que hay una parte de tu vida en la que yo no siempre podría estar.
– No te lo digo para que te sientas así – me dijo mi amiga. – Aunque en los sentimientos soy como tú, soy distinta en ese sentido.
Volví a la superficie con un sentimiento de zozobra, ya que incluso pensaba pasarme toda la vida con mi amiga visitando el submarino. Pero a poco sentí calma, ya que ella enseguida volvió a ser una niña y hasta regresamos a la escuela. Los pescadores nos estaban esperando en la placita para saludarnos. Estaban aliviados, ya que acepté a mi amiga aunque se convirtiera en medusa. Hicimos una pequeña fiesta y luego cada cual volvió a su casa.
Al otro día me vinieron a ver los padres de mi amiga para consolarme, ya que ella había vuelto al mar y ahora no estaba junto al submarino hundido que tanto nos encantaba.
– Nuestra hija está lejos hoy – me dijeron. – No puede ir a la escuela contigo esta mañana. Sin embargo, como la quieres, queremos darte un consejo para que no te desconsuele su ausencia. Como a las personas que no oyen o no pueden hablar, a nuestra hija no siempre la podrás comprender. Las personas que las queremos debemos tener una pasión. Es decir, algo que nos guste mucho. Si a ti te gustan los submarinos, debes saber todo sobre ellos. No sepas por qué lo encontraste hundido. Seguramente ya era un submarino viejo. Debes saber todo, todo. Lo que te guste mucho, síguelo hasta que agotes la materia.
– ¿Pero volveré a ver a mi amiga? – les pregunté.
– Claro – me dijeron. – Y si no volviera, siempre recordarás que la viste en su otra forma de ser junto a las cosas que más te agradan.