Del libro El cuerpo del milagro (inédito)
Juan Carlos Quintero-Herencia
Hora de almuerzo
Camino desorientado por un barrio de Río Piedras que lleva por nombre Santa Rita. El sol me acosa el cogote mientras busco esa calle que sé tomaré equivocadamente para llegar, mediocre casi por expulsión, a una cafetería idéntica a sí misma. Deambulo en la inexactitud de la peor ruta sabiendo hacia donde me dirijo. Sin embargo, en un breve instante el tiempo se ha llenado de fibras y estoy en un lugar peculiar marcado por una carencia sumergida bajo oleadas de imprecisiones. Estoy perdido entre nombres de personas y apellidos desconocidos que no me interesa conocer, casas que van a ser, en cualquier momento, bellas, otras seriamente vulneradas. Es una caverna trenzada la que me provee el oasis; desde la acera escucho el correr del agua en una ducha mientras una teja ya no es el párpado de la sombra. No imagino aquel cuerpo mojado, desearía su combustión en mis orificios. Todo me parece falsamente enjambrado, ritmadamente familiar. Accedo al sentido y a la diferencia de la palabra archipiélago, como un cangrejo.
20-23 de mayo de 1998 y 8 de julio de 2010, Río Piedras y Silver Spring.
Teluricidad marina
El viejo pescador ya no puede con las redes,
residente de la escasez y la ropa percudida,
vuelve su espalda al mar,
las montañas aún no son el paisaje,
hacia ellas con sus bártulos se dirige,
en la orilla se puede apreciar el vacío de la tarraya,
la ocasional colirubia que boquea,
la cocolía que se ahoga en el desperdicio.
No hay ruidos familiares ni una mujer en la ventana,
sólo las montañas lo reciben y
el doble horizonte de los edificios.
Al pie de la cordillera no serpea
la autopista que lo acercara,
sin embargo motete son sus ojos,
formidable equipo de música
que hoy nada extrañará.
La mirada recorre la sucesión del océano en la tierra,
es el agua que lo mira,
las cavidades azulinas son los cuerpos,
la chola que cortocircuitea,
el espejo de los verdes sus anguilas son,
el monte boscoso o su cabeza bajo las algas,
líquida membrana que redunda en la pupila,
de niño cazaba en la distancia la lobina.
Experiencia que nada ciega
cazadora acosada en la continuidad de un oleaje
que lo apacigua como el tedio—fruta podrida.
El pescador llega ya a la pequeña casucha,
lanza entonces la hamaca que lo enredara siempre,
tintorera del mar que se ha comido a un americano.
El paisaje del Caribe es esta alharaca de guineas,
la papaya que devora al murciélago,
hojarasca a la que la brisa añade una bolsa de plástico.
Con el pasar del tiempo el pescador es objeto de alejadas visitaciones,
en las cercanías de su casa los jóvenes dejan canastas de frituras,
botellas de ron,
revistas pornográficas,
libretas del Hipódromo.
En las mañanas el pescador se caga en la vereda
que lo trajera de la playa,
a veces hace montículos que seca el viento,
otros los cubre con tierra y palitos,
en la noche mangostas y cangrejos los descubren.
Se le ha visto alzar una pirámide de leña,
cocinar carbones como si fueran la única válvula,
recorrer sus alrededores sabiendo de su hundimiento
en el aceite inclemente del horizonte.
El día lo recibe cubierto de escamas,
viejo puerco es,
no son nubes agallas que han crecido en algún lugar,
levanta la cabeza justo allí al pie del monte,
cómo saber dónde comienzan las lianas los helechos
dónde termina el coral o las mareas,
cuál distancia entre lo cercano y lo lejano,
dónde la villa o los minaretes.
Sonríe o parpadea,
como una azada que se oxida bajo la tierra,
supurante el salitre que lo libera.
4, 5 y 8 de noviembre de 2002 y 19 de junio y 18 de diciembre de 2003, Washington D.C. y Silver Spring.
Playa de Montones
A la playa se llega por un corredor de cemento.
Entre el recuerdo de un paredón
el calor y
el mal gusto de ocasionales maestros de obra,
con más prisa que dedicación,
lo que fuera vereda bajo almendros y palmas,
ahora es concesión
a lo que nunca
jamás volverá a
ser una vereda.
En la entrada se levanta obsequiosa una pirámide de basura,
signo del pasadía de bañistas que al retirarse nunca se despiden,
regresarán la semana entrante y se acomodarán sonrientes entre los escombros.
Dos perros satos
Sarnosos
Legañosos
(los mimes tienen hambre)
se resguardan del sol bajo un carro,
tres escalones guindan sobre la arena.
El paisaje se dilata magnífico como el olvido,
este mar es la espalda de un deseo que nunca cesa de alzarse,
horizonte que desconoce la quietud de su verdura,
ahí está
echándole en cara a todos su posibilidad,
recamando la ineptitud de los exaltados.
Aquí, sin embargo,
los bañistas insisten en sus querencias,
¿quién lo diría?
un cerco de edificaciones en discordia con sus diseños
remata las espaldas de los cuerpos que se asolean,
la gran sombra de la cordillera es también un dinosaurio transeúnte
lejano,
entre rumoreos se levanta como un titán de sombra,
mar umbría que no centellea ni espuma en tierra adentro,
hogar perdido
donde un cíclope y un bisonte juegan a tocarse el sexo.
La esperma del ruido bloquea el cuerpo de una asamblea,
adormecida agitada sin horizonte
deliberadamente propensa a la nada,
¿qué hace imposible aquí
un paseo o un litoral,
por qué nunca la apertura de la costa
vayamonta los arribos,
vegabaja los huéspedes?
¿qué desatará aquí la duna de menta
la de las conversaciones?
Es la proximidad y el asalto de un más allá
que algún MentirOsO ha prometido
baterías y garantía incluidas,
el escándalo que no se aprecia en los carteles,
ni en la recurrencia desigual del oleaje,
ni en la sosera con la que el tío obeso se incrusta la careta de buzo.
Es la mentira fabulosa,
pringue labia, melaza, ciempiés,
luego estela marina tal vez
fofa alegría que desaparece
como desaparece una botella de cerveza bajo las aguas.
El profundo hastío de no sentir más que esta fiesta,
destino único y sonriente,
caricia tremenda de la intemperie,
la bolsa de plástico enredada por siempre en el viento que la eleva,
amarrada al árbol a la veranda como una bandera.
Ebriedad dueña de su chiquero,
turismo entre corales y maravillas.
La envidia ante esta hermosura,
sin contestación.
26 de julio de 2008, Isabela, 9 de junio, 31 de octubre de 2011 y 22 de enero de 2012, Silver Spring
Cuando
A Eduardo Lalo y a Noelia M. Quintero Herencia
Cuando desaparecieron las bicicletas
algo comenzaba por el final o
entre ambas palabras sólo existen las palabras que gustan de aparecer en los linderos,
las reiteraciones que nada concluyen
por eso las bicicletas
de seguro desaparecen no cuando descansaban sobre el stand,
sino bajo la sombra quieta de una marquesina,
húmedas todavía
tras ayudarme a vencer en la carrera a la lluvia,
dejan de estar entre nosotros cuando guarecerlas no es ni siquiera una posibilidad
Tiempo de ataúdes de olas
de desapariciones sin trucos ni humaredas,
cuando desapareció la Kawasaki de mi hermano esquizo
igual llegó luego un Volky que desaparecería también,
entonces las pistas de carros eléctricos molestaron,
la colección de chiringas desapareció
las revistas pornográficas desaparecieron
Cómo decir que fue más o menos,
ni más tarde ni más temprano,
cuando los juegos en la calle
-el-pañuelo-tira-y-tápate-toco-palo-al-esconder-los gallitos-la-patineta-y
una lupa de quemar hormigas con el mango rojo que cabía en un bolsillo-
todos todos toditos desaparecieron
Cuando el parque y su centro comunal se llenaron de mierda,
Literal-Mente de MIERDA
rebosante mierda humana
la inconfundible,
la sempiterna,
mojones mojones por doquier y
mi aire por aquella bicicleta,
el paso cerrado y
entre el centro comunal, una capilla, un cementerio de jeringuillas,
la grama que cede ante la arena tostada por algún refresco que ya no es,
latas y botellas que no se cansaron de mostrarle sus dientes traslúcidos al sol
Cuando los columpios sólo crujen
los petardos se confunden con las balaceras,
a distancia fue
cuando
la confusión misma se confundió con su palabra,
cercana fue
la tarde,
la tarde era una siesta donde insistía lo que siempre sería igual
Fue cuando los árboles olvidaron echar sombra
las conversaciones bajo el azul nocturno de los postes-no more-
oasis de fantasías que parpadeara poco,
tal vez cuando regresaron las ratas
¿se habrán ido alguna vez?
la eternidad de los mosquitos, la policía
los rejones de gallos vacíos,
el palomar abierto arruinado
donde mi hermano menor prefirió entrarle a escopetazos
a las palomas que nadie sabe cómo seguían regresando al atardecer,
cuando la jueyera fue tapiada y
nadie las alimentaba
¿O fue cuando los balaustres se pudrieron?
mi gavetero se lleno de polilla
mi armario
el closet
la puerta
algunos libros laberinto
parking de la polilla,
cuando la pecera se cubrió de limo
y los guppies copulaban sin pausa,
los carros y los vecinos comienzan a matar nuestras mascotas,
cuando mi madre intentó algo y
un día llegó a la casa con un hermoso cachorro
enorme,
cuya belleza nada tiene que ver con este poema
Cuando el calor se volvió insufrible,
cuando mi padre no volvió a cenar con nosotros,
ni tan siquiera a dedicarnos su cocina del domingo,
mi madre entonces esparció los mejores platos
comenzó a ver demasiada televisión,
sus oraciones se confundieron con el llanto
Cuando los libros siguieron hinchados allí por la humedad y
las lecturas repetidas,
todo apenas
agrietaba el tedio,
cuando un océano tan similar y distinto
al que veíamos en el litoral
era la tonada insomne del suburbio,
cuando la grama fuera trocada por la piedra,
los árboles por el hongo
nuestros cuartos por el silencio
Comenzamos —miquécosa—
a imitar a nuestros mayores,
algunos al padre
otros a la madre
hicimos también nuestra mestura,
fue
quién lo duda
cuando todos comenzamos a mentir
Nadie intentaría decir la verdad,
los refrescos dejaron de tener hielo
Sería tal vez cuando
mi hermana algo dijo
al convencer a un aprendiz de maestro de obras
para que remodelara la casa o
ya era demasiado tarde,
odiábamos soportar el tiempo allí y
no sabíamos aún que el afuera sería entre parpadeos su espejo en rotación
Los robos se sucedieron idénticos
idénticos como la identidad nacional
se sucede en el calendario
con un ritmo y cadencia sin igual,
dejamos de veranear en Luquillo,
las visitas a Morovis
tenían el sabor de un jarabe rancio
que tomábamos sin estar enfermos,
sin televisión ni la catarata magnífica de colores y cuerpos del Cable TV,
sólo quedaba el paisaje:
un archipiélago de avisperos en las persianas
Sería cuando comenzó a llover con imprudencia y
las goteras no cesaban y
el fango que sabe de la democracia isleña
no discriminó sus miradas,
cuando garrapatas verdes obesas ascendían por las paredes,
cuando las fiestas familiares dejaron de ser ambas cosas,
sobre todo cuando las navideñas recalaron en reunión de logia
envejecida
medicada,
cuando los achaques no los ocultaba ni el más desesperado de los tintes de pelo
Las otras fiestas
las de discjockey-marquesina-ventetú-y-stereo
también nevermore para ellas,
bye bye,
entre la envidia y la jaquetonería de tanto plante y fronte
paquete perfumado y cadenón papá,
vaya brodel mano coño cómo túestás
nada:
“Señooora” “Señooora” “Señooora”:
no hay nadie…
Buenas tardes, ¿Conoce usted a su salvador?
nada:
cuando hasta la música misma deja de escucharse
Cuando la casa de santo algo procuró hacer
con un tambor,
pero entre la chapuza de uno y la mediocridad ciudadana
todo terminaría como una fiesta de jíbaros,
un cuadro de costumbres producido por la televisora del canal del gobierno
con el cual sería restaurada la memoria de la comunidad
seguimos mintiendo cuando
nadie se molestó en tomar fotografías,
quién sabe si la cosa fue que los vecinos dejaran de rondar sus patios o
cuando los animales y las plantas se llenaron de llagas,
cuando las fachadas dejaron de serlo,
cuando el cachete de un niño se fundía al plástico del sofá
entre las conversaciones de un domingo
Cuando viajar era apenas una intermitencia en la que nadie creía,
cuando salir era la concesión que dilapidaba alguna fe,
resignado=derrotado en mi encierro
—lo recuerdo como hoy—
de repente llegó ella,
la hermosa y su carne,
la temblorosa y su voz,
la que arde en su belleza,
la amorosa que llevará por siempre el nombre de Ivette y
viaja fabulosa en brevísimo bastimento naranja,
de aromas plenos su deambular
al cual apenas se le aprecian en los laterales dos palabras: Ford Fiesta
Cuando estacione frente a mi casa
algo habrá de suceder,
mi tiempo sabrá de escapatorias,
cuando abra esta puerta sin edad,
se distinguirán portentosos los muslos
acentuará mi vida con su —oh— magnífico culo,
masa con masa el caderamen devasta la casa
Cuando nadie sabe cómo soporta la sordidez que se extiende
entre la puerta del conductor, el baúl y el tiempo de las islas,
la hermosa trajina siempre su cuerpo contra el viento,
cuando todo iba glutinoso hacia la nada del siempre,
fue el instante de su venir
que dejó sentir y descubrir
el tiempo de la escucha
Allí entonces fue la cosa,
recibo por vez primera mi nombre
nunca antes supe de mi nombre,
por primera vez antes de que aparezca en mis ojos
cuando ya ha extraído del auto un saco húmedo
manchado,
entre sus tejidos distingo las patas de un cangrejo,
la insistencia tensa de una garra
ahora
cuando se devuelve y
repite mi nombre,
sólo entonces y nunca más pero justo ahora y siempre
otra vez esta templa recién cuajada:
mano procelosa
procelosa y se dice también estremecida,
un llamado que se detiene en el aire,
un llamado que detiene el aire como un zumbido entre paréntesis
una voz que detiene el viento para que eche ojos labia y nariz,
una voz y una mano que levanta
contra todo y contra todos la monstruosa cabeza de la Medusa.
Cuando los ojos ya eran sierpes
entonces sólo entonces,
cuando el oído sólo labios
entonces sólo entonces,
cuando mi boca nada guarda del recuerdo
se escucha por primera vez,
gloriosa y húmeda entrepierna
el cantar del universo:
amor, ya no vuelvas más los ojos
amor mío,
ya está hecho,
es hora de por fin marcharnos.
15 de abril de 2010 y 12-16 de junio de 2011, Silver Spring