«Alucinado, neurótico, desesperado, blasfemo, nihilista...»
Mirta Aguirre (1)
«Angustia y evasión de Julián del Casal» tituló hace años José Antonio Portuondo a un breve análisis del poeta. Poetas devotos de Casal, lastimados por ello, han dicho que era «muy cómodo hablar de evasión, de escapismo y otros términos análogos que puso de moda la crítica marxista».
En realidad, no es cómodo evadirse, cuando de veras induce a ello, como sucedía con el autor de Nieve, una gran amargura vital; cuando de veras se tiene, como poseyó Julián del Casal, una gran honradez artística y humana. Tampoco es cómodo, frente a una personalidad bondadosa y tan límpida como la de Casal, frente a un artista de tanta significación como la suya en nuestra poesía, verse en la obligación de señalar debilidades y deficiencias.
Pero lo cierto es que Casal se evadía, lo cierto es que se escapaba de mirar la realidad frente a frente. Y lo cierto es que, aunque incómodo, eso tiene que decirse. Puede comprenderse, puede explicarse; pero no debe callarse. Y mucho menos aplaudirse, Casal —o Baudelaire— y la burguesía eran incompatibles. Casal y el régimen colonial lo eran también. Eso hay que anotárselo. Pero generalizada la actitud a lo Julián del Casal, ¿habría tenido lugar el Noventa y Cinco? El poeta murió en 1893. De haber vivido, no habría sido imposible que, baudelerinamente,[sic] tomara el camino insurrecto. Pero, al desaparecer antes, quedaron en pie las japonerías, los ojos que para celebrar el Almendares pensaban en el Rhin, el admirador de los tintes y postizos, el hombre que sólo sentía ansias de aniquilarse, el poeta de «Nihilismo» y «Recuerdo de la infancia», cuya idea de la poesía puede encontrarse en párrafos como el escrito con motivo de Fornaris:
El poeta moderno no es un patriota, como Quintana o Mickiewicz, que sólo lamenta los males de la patria y encamina los pueblos a las revoluciones; ni un soñador como Lamartine perdido en el azul; ni un didáctico como Virgilio o Delille, que pone su talento poético al servicio de las artes inferiores; ni un moralista como Milanés entre nosotros, que trata de refrenar en verso los vicios sociales; sino un neurótico sublime, como Baudelaire o Swinburne [...]
[...] Alucinado, neurótico, desesperado, blasfemo, nihilista, era a su vez Julián del Casal. «Juzgándote vencido por nada luchas», escribió él de sí mismo en alguna ocasión.
No obstante, escribió también el soneto famoso a Maceo. Y escribió «La perla», contra la anexión de Cuba a los Estados Unidos; y escribió el soneto a los estudiantes fusilados en 1871 y dejó en sus prosas muy agudas denuncias de nuestra existencia bajo el yugo español y sátiras que lo hicieron temible para la aristocracia colonial.
Era un poeta cautivado por cuanto centelleara y pudiera deshacerse en chispas, quizás porque la luz es lo más transparente, lo más impalpable que percibimos y él era un atormentado por el peso de su cuerpo y un sediento de la pureza. Era un enfermo y poseía sensibilidad de enfermo. [...]
Su sensibilidad y el modo de ver la vida que ella contribuía forjarle, nos son ajenas y distantes. No podemos compartirlas, pero, en sus circunstancias, podemos comprenderlas. Y eso es lo que podemos ofrecer hoy nosotros a Julián del Casal, a quien todo le fuera negado ayer, por haber ganado para Cuba, en las letras de su tiempo, un honroso lugar.
Cuba Socialista, 22 de junio de 1963, p. 34.
Nota
1. Mirta Aguirre: Poetisa, ensayista, crítica y profesora cubana. Nació el 18 de octubre de 1912 en La Habana. Falleció el 8 de agosto de 1980. Se desempeñó, además, como traductora, redactora y guionista de radio y televisión. En 1931-1933 se incorpora a la Liga Juvenil Comunista y forma parte del Comité Pro-Reorganización del Ala Izquierda Estudiantil. Ingresa en 1932 en el Partido Comunista de Cuba. En 1941 se graduó en Derecho Civil. De 1944 a 1953 escribe la sección crítica de Cine, Teatro y Música del periódico Hoy, órgano del Partido Socialista Popular. En 1959 fue designada Asesora de Literatura y Publicaciones del Instituto Nacional de Cultura. Organizó y fundó, en febrero de 1961, la Escuela Nacional de Instructores de Arte. Dirigió, una vez fundado el Consejo Nacional de Cultura en 1962, la Comisión Nacional de Teatro y Danza de esa entidad. Participó en la fundación de la UNEAC, y a partir de este momento integró, hasta su muerte, el Comité Nacional de esta organización. Fue profesora de la Escuela de Letras y Artes de la Universidad de La Habana y ocupó, además, la dirección de su Departamento de Lenguas y Literaturas Hispánicas.