Saneamiento de la ciudad*
Herminio C. Leyva y Aguilera
VIII
El barrio
El barrio, dice mi autor favorito, es una población, dentro de la población. Tiene sus calles con sus cualidades ó sus defectos, el de las dimensiones y el de los revestimientos; su anchura y su densidad de población, su asiento geológico, su altura, sus impertinencias urbanas ó industriales, su orientación que la expone á los vientos perjudiciales ó le proporciona un abrigo contra ellos, etc. Tiene lo mismo que una población su salubridad propia, es decir, obra á su manera sobre la vida humana; ejerce sobre la salud de la población que lo habita, una influencia determinada. En esto se funda, y con razón, el [«] cuidado con que debe ser escogido el barrio, cuando se muda de residencia.»
Este sencillo, á la par que profundo razonamiento, determina á primera vista la influencia que ejerce cada barrio aisladamente en el modo de ser del total de las poblaciones con respecto á la higiene pública.
Nace de aquí, por consiguiente, la conveniencia de fijar las condiciones peculiares de cada una de esas pequeñas poblaciones en relación con el objeto del presente trabajo. Más, como carecemos en la Habana, cuasi en absoluto, de antecedentes estadísticos referentes á esta materia, puesto que todavía no se conocen otros que aquellos que determinan la mortalidad anual en conjunto, y eso, merced á las investigaciones hechas de motu proprio por los doctores González del Valle y Laguardia, al menos que yo sepa, he de limitarme por ahora á discurrir sobre aquellas cosas que saltan á la vista y que por lo mismo personalmente me son conocidas.
Sabemos ya por el cuadro que figura en el capítulo segundo de estos apuntes, cuales son las alturas respectivas en los distintos barrios de la capital, á tenor de lo que expresa el plano del Sr. Pichardo.
Nos enseña éste que las mayores elevaciones del suelo se encuentran en los barrios de la Ceiba, Pueblo Nuevo, Peñalver, Tacón, Guadalupe y Marte, y las menores en los de Atarés, Chávez y Pilar: esto es, haciendo caso omiso de las alturas que corresponden al Cerro y Jesús del Monte por encontrarse esos barrios fuera del alveo de la capital.
Cierto es que aquellos datos numéricos no dan más que una somera idea de lo que varía indistintamente el asiento de la Habana con respecto a las alturas; pero así y todo, ellos indican al higienista, con más ó menos precisión, donde se hallan los más graves peligros para la salud publica en cuanto se relaciona esto con las depresiones del suelo.
Acaso llegue un día en que levante el Ayuntamiento los perfiles longitudinales de todas nuestras calles, con la precisión y exactitud que hay que esperar de la reconocida pericia de sus Arquitectos: entonces sabremos á ciencia cierta todo lo que á ese asunto concierne, pero en el entretanto, hay que atenerse á los datos numéricos del Sr. Pichardo y á las curvas de nivel del inolvidable ingeniero Brigadier Sr. Alvear.
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Pasando ahora á lo que se relaciona con el hacinamiento por barrios, obsérvase que en lo general, es decir, con raras escepciones, la densidad de nuestra capital resulta mayor allí donde radican los antiguos centros mercantiles; así, por ejemplo, el barrio de San Francisco alberga 376 individuos por hectárea, mientras San Lázaro, barrio más moderno y ocupado por familias particulares, solo tiene 207 habitantes, también por hectárea.
De esta suerte se comprueba evidentemente que es mayor el hacinamiento, en tesis general, allí donde están en mayor número las antiguas casas de comercio; pero es de notarse, á este propósito, que no por eso resulta mayor la mortalidad en el primer barrio que en el segundo, ó padezco un error de apreciación por falta de estadística comparativa.
Tiene esto su razón de ser y consiste, á lo que entiendo, en dos causas fundamentales que son las siguientes: primera y principal, que el barrio de San Francisco, escepto en lo tocante á cloacas, sumideros, letrinas y otras menudencias de igual naturaleza, se halla en mejores condiciones higiénicas que San Lázaro, puesto que, en aquel, el pavimento de las calles está en buenas condiciones de revestimiento, lo cual no sucede en San Lázaro.
Resulta también, y he aquí la segunda causa, que el barrio de San Francisco se compone en su inmensa mayoría de individuos bien alimentados, y que crecen y se forman al calor de un trabajo muscular constante, acaso demasiado rudo, pero conveniente de todos modos al desarrollo físico del hombre, y, por lo tanto, favorable á su salud.
En San Lázaro, los moradores se dedican, por lo general, á ejercicios menos rigorosos. El individuo no se cria tan fuerte y robusto, son pobres de naturaleza, por decirlo así: influyendo en esto y no poco, el orígen materno, es decir, el linfatismo que padece el bello sexo entre nosotros y cuyas consecuencias fatales y perniciosas por todo extremo, pesan sobre la prole. De aquí, vuelvo á decir, esa naturaleza pobre que se observa á la simple vista, por regla general, en el hijo de la Habana cuando procede de mujer habanera. Cierto es que esas lamentables consecuencias se modifican algun tanto en la actualidad, merced á los ejercicios de sport á que se dedica ahora nuestra juventud varonil, pero siempre queda el germen en casa, porque la moza de hoy, madre de familia mañana, sobrelleva de continuo una vida sedentaria.
Esto que digo de los barrios de San Francisco y San Lázaro, es aplicable también en la comparación al de Santa Clara y Dragones, Santa Teresa y Colón, etc., etc., etc.
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Entrando ahora en otro orden de consideraciones, es asunto no escaso de interés, el estado social y de cultura en que se halla cada uno de nuestros barrios.
Ligado este asunto, de modo íntimo, con la posición del individuo, es decir, con los recursos de que dispone cada cual, para ir librando la batalla trabajosa de la vida, claro está que no depende esclusivamente de su propia voluntad el grado de cultura, ni mucho menos el puesto más ó menos distinguido que ocupe en la sociedad. Nace de aquí la diferencia de clases, aun dentro de una misma raza, en todos los paises del mundo; de aquí también el tener que replegarse las familias á lugares más en harmonía con su posición social, formándose de esta manera el aspecto especial distintivo de cada barrio dentro del núcleo ó alveo de una misma población.
En la Habana, la verdad es que no se marca sencillamente esa diferencia entre unos y otros barrios, por lo menos en la medida que se observa en Madrid, París y Londres, por ejemplo, y es que allá existen notables diversidades entre las clases, no habiendo podido igualarlos el moderno progreso, á tiempo que acá, constituido nuestro país con elementos de humilde procedencia, en lo general, la sociedad tenía que ser y es esencialmente democrática lo mismo en la forma que en el fondo, quedando ya solamente algunos restos visibles de aquella distinguida nobleza que, teniendo sus raices en la madre patria, llegó á florecer en Cuba á principios del presente siglo y se mantuvo lozana hasta los sucesos de Yara, próximamente.
Así es que, hoy por hoy, no puede decirse que existan en la Habana, claramente deslindados, barrios aristocráticos y barrios de obreros ó de condición humilde, ni de pobres y ricos, puesto que entrambas clases se hallan confundidas por toda la ciudad en común albergue, pared por medio, con raras escepciones.
Lo que distingue en la Habana á los barrios pobres con marcada especialidad antes que todo y sobre todo, son las condiciones transitorias especiales del suelo en que tienen su asiento, merced á la falta completa de toda asistencia municipal en lo que se relaciona con la higiene urbana y en lo que toca también al cuidado del municipio por el infeliz proletario.
Insistiendo sobre este particular, paréceme que las tres clases sociales de mas bulto que aquí se distinguen entre sí, son las siguientes: la del acaudalado, compuesta de europeos en su mayor parte y cuya posición desahogada les permite vivir con más ó menos comodidad y hasta con cierto lujo, en ocasiones: la clase media, que ha florecido entre nosotros mas que en ninguna otra parte por obra de nuestra antigua esclavitud, y que se compone de lo mas granado en ciencias, artes y profesiones, nutrida hoy de cubanos y peninsulares indistintamente, y, por último, la clase humilde del pueblo numerosa y hetereogénea en grado máximo, pues se compone de los elementos sociales que paso á reseñar: blancos pobres pero regularmente educados; individuos de la misma raza, sin instrucción ni cultura alguna: negros cultos á su manera, en inmensa mayoría, debiendo notarse que el hombre de color cubano es más despierto, comparativamente, que el de otros paises donde existe la misma raza; negros rudos é ignorantes en grado sumo, y, finalmente, chinos de lo mas bajo que producen las capas sociales del Celeste Imperio.
Confundidas esas clases en comun barriada, como dige antes, difícilmente puede establecerse una división que resulte exacta y bien deslindada para los efectos del pauperismo que es en suma lo que yo quería exclarecer en este estudio de higiene.
Existe empero una sola y marcada división, ó sea la que indiqué al principio del presente capítulo, entre los barrios donde se halla nutrida la población por familias particulares y aquellos en que el comercio tiene mayor arraigo.
Pero no son estos antecedentes, no, los únicos que ha menester la administración municipal para obrar con seguro acierto en las cosas pertinentes á la higiene urbana: faltan desde luego otros muchos que no están al alcance de mi pluma en estos momentos, y son los relativos á la prostitución, la embriaguez, la mortalidad en todas sus manifestaciones, los nacimientos, matrimonios, concubinatos, etc., es decir, los que corresponden á la estadística médica. Aparte de eso necesítase conocer, asimismo, los factores científicos, propiamente dicho, tales como los elementos geológicos é hidrológicos del barrio, su temperatura media particular, su higrometría, la pureza ó impureza de su atmósfera respirable etc., etc., etc., investigaciones de vital interés para la salud pública. Puesto que la administración municipal no les dedica ninguna atención, convendría que las tomara á su cargo la iniciativa particular por lo que importa á la conservación de la familia habanera, cualquiera de las corporaciones científicas que tienen su residencia en la capital y que tantas pruebas desinteresadas vienen dando de amor á la ciencia, al país en que viven y al prestigio de la nación.
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En el entretanto, bueno sería, mejor dicho, precisa ya, que el Ayuntamiento por su parte y el Gobierno de la Provincia por el suyo traten incontinente de poner coto á lo que sucede en la Habana con respecto á las casas de tolerancia como honestamente las llama el lenguaje oficial.
No me refiero, en este momento, á lo que se relaciona con la asistencia médica de esos seres impúdicos, tan degradados como necesarios en la República, al decir de aquellos que defienden la institución. Me contraigo única y exclusivamente á la exhibición escandalosa, cuotidiana y consentida; á este hecho afrentoso y denigrante, lo mismo para la sociedad habanera como para las autoridades locales, con que las ensucia constantemente esa prostitucion sui generis de la Habana, manifestando ostentosamente á la vera del arroyo, la forma redonda, á veces desnuda, de la mujer, sin respeto á nada ni á nadie, á todas horas del día en las calles mas concurridas de la capital, donde, por desgracia y para mayor ignominia de todos, tiene el vicio sentados sus penates.
Arguye la maledicencia, tratando de sacar partido, á su manera, de semejante estado de cosas, que aquí se tolera eso como se tolera el juego clandestino y todo aquello que tiende á relajar las costumbres del pueblo, porque así es como se gobierna á los países conquistados.
Ah! yo creo que hay algo de erróneo en ese modo brutal de apreciar la cosa, porque entiendo que no interviene en tales sucesos de modo alguno la intención prevista y dañosa del Gobierno, al menos hoy por hoy; como entiendo también que todo aquello procede, ó mucho me equivoco, de que los poderes públicos aquí, merced á resabios de otros tiempos, todavía no se estiman en todo lo que valen y representan; y cuidado que el asunto es sério y delicado de suyo, no ya por lo que á nosotros afecta, sino por lo que repercute la fama fuera de los lindes de la nación en desprestigio del mismo Gobierno.
Por eso, y mientras las cosas permanezcan de igual manera, precisa más todavía que el Ayuntamiento, representación genuina de la ciudad y apoderado suyo por ministerio de la ley, para los efectos de la administración local, procure redoblar sus esfuerzos subsanando las deficiencias del Gobierno colonial, en lo que toca á la moralidad del pueblo y á su bienestar común.
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Podría deducirse de lo que ha poco manifesté sobre el pauperismo, que éste no existe en la Habana bajo ninguna forma, y no es éso lo que he querido demostrar; por el contrario, deseo consignar en estos apuntes con toda claridad, que, hoy por hoy, más que nunca cunde la pobreza en la Habana y la mantienen distintas causas que veré si puedo esclarecer con acierto.
Dentro de la clase proletaria existe un número considerable de individuos y aun de familias enteras, que trabajosa y difícilmente logran llenar al dia las exigencias más premiosas de la vida; no por abandono, incuria ni dejadez en el mayor número de casos, sino por falta de elementos de trabajo donde hallar honradamente el sustento cuotidiano.
En efecto, los capitales aquí, los grandes capitales, esos que giran en otros paises repartiendo sus beneficios proporcionalmente entre todos aquellos que viven en las poblaciones y que quieren y pueden trabajar, se dedican en Cuba, casi exclusivamente, á la explotación de las fincas azucareras, y, cómo es sabido, el campo no proporciona ningún recurso directo al proletario urbano.
Por otra parte, escepción hecha de lo que se relaciona con el tabaco, la industria, ese gran recurso de otros paises para el hombre pobre trabajador y para la mujer infeliz, no existe entre nosotros, por lo menos en la medida que se hace necesaria para dar ocupación á todos los individuos que pueden dedicarse á trabajos semejantes en la Habana.
Por último, no existen tampoco fábricas manufactureras, en razón á nuestra gran falta de población y como consecuencia natural a lo subido de los precios del jornal.
Hé aquí, pues, las causas fundamentales que determinan el grado de pobreza que he tratado de esclarecer.
En ese sentido, la desgracia pesa más sobre la mujer cubana de condición humilde, mientras se mantiene en estado célibe. Pobre de sangre y de condición raquítica por regla general; abandonada muchas veces á sus propios medios de subsistencia, tiene necesariamente que arrastrar una vida llena de privaciones, expuesta siempre al borde de los abismos del vicio ó de la miseria más absoluta.
Gracias á la espléndidez con que se socorre al menesteroso entre nosotros, es decir, á esa caridad cristiana, á veces mal entendida, pero practicada siempre en Cuba por todas las clases acomodadas, con verdadero desprendimiento, no hemos llegado todavía á la miseria espantosa que se manifiesta visiblemente en algunos pueblos de Europa y muy particularmente al lado de la riqueza faustuosa con que se engalana la ciudad de Londres; manchas que ha servido de tema á la pluma de M. Simonin para trazar con singular precisión un cuadro algo curioso en la forma, á la vez que horripilante en el fondo, del pauperismo londonense.
Helo aquí como final del presente capítulo, y para asombro de mis pasientes lectores.
Dice así: «¡Qué lodo en esas calles mal hechas! ¡Qué montones de inmundicias! ¡Cuántas tiendas atestadas de cosas viejas, recogidas no se sabe donde ni por quien, y expuestas allí para una venta imaginaria! trapos asquerosos de todos colores; hierros viejos carcomidos por el moho; huesos á medio podrir; vestidos y zapatos de una época antidiluviana. Un olor insoportable se desprende de estas cuevas inmundas; después se ven infames cavernas, de donde salen los vapores de ginebra ó de brandy que pican la garganta; por una puerta entreabierta, vislúmbrase sobre las paredes una costra espesa de grasa negruzca y luciente, formada por el roce de las personas. Este estuco de nuevo género está pegado al yeso y á la madera, y forma con ellos un solo cuerpo. Al lado de las tabernas están los bodegones al aire libre, en donde se hacen constantemente frituras de pedazos de carne de malísimo aspecto; después se ven aquí y allá avenidas largas y estrechas, sombrías como llenas de una especie de misterio; las escaleras se abren sobre la calle; sus peldaños, que no han sido jamás visitados por la escoba, están desgastados, muchas veces incompletos, y son verdaderas trampas para el que no conoce estos ¡peligrosos escondrijos. De las ventanas cuelgan pingajos de toda especie, ó bien un pedazo de tela lavado, que se seca al aire, extendido sobre un bramante. La legía produce sobre estos sucios harapos el singular efecto de hacerlos parecer todavía más asquerosos; tanto es lo que han perdido de sus colores primitivos.—Y estas miserias se encuentran, añade Jonssagrives, como para hacerlos resaltar todavía más, á dos pasos de los esplendores y de la superfluidad de la vida rica!—Ciertamente es una doctrina socialista, falsa é injusta al mismo tiempo, aquella que afirma la pretensión de cambiar violentamente todo esto; pero semejantes condiciones son atentatorias á la seguridad y á la dignidad humana, y las poblaciones que se respetan, y que comprenden sus intereses, no deben consagrar ni un céntimo á trabajos de embellecimiento y de puro lujo antes de haber corregido, en los límites de lo posible, las detestables condiciones de semejantes barrios.»
* Herminio C. Leyva y Aguilera. Saneamiento de la ciudad. Habana: Tipografía de Manuel Moreno Rubio, Calle O'Reilly 10, 1890. pp. 55-66.