"Tú no saber nada de China"

Pavlína Vimmrová

Traducción: Dita Grubnerová

     Un cubano embaucador nos invita a un recorrido pícaro y de mistificación por la China totalitaria. Una China cruzada por monjes budistas en camiones con oratorios ambulantes y donde los enanos son una raza inferior, los japoneses viven en un campo de concentración gigante y donde nadie puede estar seguro en verdad de estar en China.
     Tras los primeros párrafos del pequeño libro del escritor cubano Carlos A. Aguilera, cuyo género se balancea entre la guía de viajeros Lonely Planet y las escrituras de Sade, nos enteramos de que no se trata en absoluto de China. Tampoco, de una alegoría de Cuba, cosa que de alguna manera hubiéramos esperado. El tema de Teoría del Alma china es la represión totalitaria.
     Según la interpretación de Aguilera el totalitarismo es un juego de brutalidades brutalmente juguetonas (los museos de guerra, por ejemplo, son teatros de marionetas y en ellos, incluso, se exponen las manos cortadas del general Wong) observadas al principio por un viajero occidental ingenuo que despierta un poco a medida que avanza su/el viaje. Brutalidades que como sabemos siempre acompañan lo absurdo y Aguilera lleva en su libro hasta el límite, lo extremo.

En la maraña de bastidores (decoraciones)

     La mujer-serpiente, practicante del “arte tradicional chino” de la descoyuntación afirma, por ejemplo, que desarticular su cuerpo significa “saber hablar de tal forma, que los demás no nos escuchen”. De esa manera podríamos describir exactamente el estilo de Aguilera: todo él segmentado por ocasionales entradas enciclopédicas, por una lujuria de “realidades” y expresiones chinas inventadas, por una determinada sabiduría y objetividad, hasta el punto en que sospechosa y directamente entendemos que no le podemos creer ni una sola palabra al autor. Algo similar sucede con las ilustraciones hechas para el libro por Martin Kubát.(1) Imágenes engañosas que “desarticulan” el recorrido con mapas y gráficos imprescindibles realizados bajo el estilo autodesacreditador de un disgráfico genial de cuatro años.
     Esta estrategia esquizofrénica se hace todavía más evidente cuando Aguilera da una descripción naturalista de la represión dirigida contra el escritor-disidente (“Matadero”). De esta manera no sólo nos confirma lo repugnante de las herramientas del totalitarismo, para enseguida empezar a resquebrajarlas con refinamiento hacia todas direcciones, sino que, sucesivamente, niega todo lo que al principio parecía inequívoco: los testigos verosímiles, la represión, la disidencia del escritor y sobre todo la fe del observador en su propia capacidad de pensar y evaluar con objetividad, para volver a repetir su “esquizofrenia” a todos los niveles. Realidad que de vez en cuando resulta ser sólo una decoración de teatro, tanto en las figuras movibles de cartón que terminan siendo la única y por lo mismo infaltable vigilancia que sufren los personajes del relato, como en la ficción, que ni siquiera es del todo ficción-ficción; tanto en el mismo narrador que desde el principio está tomándole el pelo al lector, como en esa China que puede ser cualquier país o ninguno; en el juego omnipresente…

Pasión de juego abrumadora

     Teoría del alma china nos ofrece una linda lección sobre la sustancia del totalitarismo, cuya monstruosidad no consiste tanto en la represión externa como en la socavación resistente y muchas veces no percibida por el alma humana de que más pronto que tarde acabaremos (todos) no creyendo en nada, mucho menos en nosotros mismos.
     La deleitosa ilusión del viajero occidental de poder regresar a su casa donde, por supuesto, no hay peligro de ninguna atrocidad se derrite pronto. “El gran corazón de occidente,” título sarcástico de uno de los cuentos, lleva en sí mismo la inequívoca peste desde el principio, sólo que con bastidores un poco mejor maquillados. La vieja verdad orwelliana, descrita de manera juguetona-graciosa y desde adentro en el relato: “… mientras más uno trata de estar afuera, más adentro se encuentra,” empieza a infiltrarnos la idea hereje de si el totalitarismo presente en todas partes es de verdad tan terrible como se describe, ya que como en apariencia (y a la vez conspirativamente) Aguilera afirma: “por mucho que un hombre camine nunca podrá llegar a ver el final del bosque.” Y este juego es precisamente el que causa la abrumadora sensación que siente el lector alrededor del estómago una vez terminado el libro. Sensación que sin embargo y,  paradójicamente, es la única esperanza que tenemos para (no) defendernos de todo aquello.

1. La autora se refiere a la edición checa del libro, editada con dibujos del artista Martin Kúbat. Para más información ver: Teorie o činske duše, Editorial Fra, Praga, 2009.