Saneamiento de la Ciudad de La Habana
Herminio C. Leyva y Aguilera
Causas que determinan nuestro estado sanitario
……………………
10 El hacinamiento.
¿Existe en la Habana el hacinamiento en grado suficiente para producir mefitismo? Desde luego que no; por lo menos en la medida que resulta en Viena, San Peterburgo y otras capitales de Europa de primer orden.
Se prueba esto evidentemente comparando la población específica media de nuestras casas con la que arroja una estadística europea que tengo a la vista.
Existen en la Habana 17,000 casas(1), según informa un trabajo del Secretario de las oficinas del Amillaramiento, señor Toymil, y como quiera que asciende nuestra población a 200,448 habitantes — censo de 1887, el último practicado — claro es que alberga cada casa por término medio, un contingente de 11,57 personas, a tiempo que en París se eleva ese número a poco más de 32; en Viena, a 49,4; en San Petersburgo, a 52; en Nápoles, a 35; en Berlín, a 32, y en Marsella, a 13.
Montpellier, Bruselas y Londres son los tres centros de población que nos aventajan en el sentido expresado, siendo así que sólo cuentan 11,9 y 8 habitantes por casa respectivamente.
Es de notarse, pues, a ese propósito, lo que sucede en Londres: ocho individuos por casa es una densidad altamente satisfactoria para una capital de las condiciones de aquella, y tiene eso su razón de ser, según Mr. Fonssagrives, en que las casas de familia son allí numerosas y pocas, muy pocas, las de alquiler.
En la Habana, por el contrario, puede estimarse que es mayor el número de las de arriendo, y consiste esto, a mi modo de ver; primero, en que el hombre vive aquí, por regla general, como si estuviera siempre de paso, es decir, ajeno a toda idea de arraigo que lo sujete establemente al suelo. Bajo ese supuesto constituye la familia, y por eso lleva nuestro país el sello de lo transitorio en todo lo que se relaciona con la existencia material del ciudadano.
El 90 por 100 de los tales transeúntes no realizan sus propósitos al fin y a la postre: los lazos de familia, la nueva naturaleza que se forma aquí el europeo por razón del clima y las costumbres ya arraigadas en el individuo, lo retienen entre nosotros espontáneamente o mal de su grado; pero el hecho es que la muerte los sorprende al cabo de la vejez, siempre pensando en regresar al país de su nacimiento.
* * *
Influye también en lo que iba diciendo respecto al mayor número de casas de alquiler, el hecho de que los capitales que se emplean aquí en fincas urbanas obtienen segura y crecida producción a pesar de lo enorme de las contribuciones.
20 Impureza del aire.
Por desgracia no sucede lo mismo en esto que en lo tocante al hacinamiento.
El aire respirable en la Habana reviste caracteres alarmantes, pues concurren simultáneamente a viciarlo: el calor excesivo, obrando en la evaporación de un suelo húmedo por todo extremo y cargado de materias orgánicas; las letrinas infectas y los pozos-sumideros, establecidos en mal hora de muy antiguo y que se encuentran con profusión por toda la ciudad, sin respiraderos artificiales aquellas ni estos, es decir, sin tubos de salida para los gases mefíticos; las emanaciones infectas de nuestras mal llamadas cloacas; los despojos de un barrido tan descuidado como imperfecto; los establos residentes dentro del casco poblado; las tres plazas de mercado exhalando un olor insoportable, merced a las exigencias de cierta clase de explotación desmedida; los mataderos, sobre todo, el de ganado menor, cuyos despojos se deslizan por el placer de Peñalver, impelidos por una corriente de agua sin caudal y sin fuerza de arrastre; el arroyo del Matadero, sanguinolento y atestado de materias pútridas; la falta absoluta de irrigación por parte de la Administración Municipal; las emanaciones descompuestas que producen las tres ensenadas de la bahía; los pantanos que dejan las aguas pluviales, por dilatados días, en calles completamente cuajadas de edificios; la falta de conocimientos higiénicos por parte de la mayoría de un pueblo poluto, y tantos otros focos de infección como existen, visibles e invisibles, dentro y fuera de nuestra capital, llamada culta por costumbre.
Todo esto, vuelvo a decir, contribuye poderosamente en la Habana a viciar la atmósfera respirable, y de aquí, aparte de otras enfermedades, ese número crecido de tuberculosos que perecen anualmente entre nosotros, cuya cifra de defunciones llegó a 1183 para una población de poco más de 200,000 almas, en el año próximo pasado, según reza la memoria presentada últimamente al Congreso Médico Regional de la Isla de Cuba, por el Dr. Laguardia.
30 Facilidad en la trasmisión de los contagios
Bien puede asegurarse que pocas poblaciones de Europa ni de América, muy pocas, se prestan tan fácilmente como la Habana a la trasmisión de los contagios.
Aparte de las condiciones higiénicas de nuestra capital que acabo de reseñar a grandes rasgos, cuyo mefitismo ofrece un poderoso auxilio a la trasmisión de los contagios: aparte de eso, préstase fácilmente a la importación de las epidemias, en virtud de las relaciones comerciales vivas e incesantes que sostiene el puerto de la Habana con la mayor parte de los extranjeros de alguna importancia y no pocos de los de la Península.
Esto que es común a muchos países, viene a ser excepcional para el nuestro, a propósito de la importación de las enfermedades, en razón de esa despreocupación temeraria, cuasi criminal, en que hemos caído respecto a los asuntos cuarentenarios, cuyo abandono tal parece que nos coloca fuera de la ley eterna y natural del instinto a la propia conservación.
Por otro lado, es un hecho evidente que la masa de nuestra sociedad, educada en lo general con el abandono propio de todo país en que radica la especulación desenfrenada, e imitando el ejemplo que le ofrece la administración municipal, se preocupa poco, muy poco, de la higiene, acusando todo esto en suma, lamentable falta de verdadera cultura, así en la masa del pueblo como en la mayoría de los que manejan la cosa pública. De aquí el que no tengamos ni los unos ni los otros conciencia exacta de lo que importa a la salud de todos un cuidadoso aseo en lo material de la vida en común.
Aparte de esto, también existe, así mismo, entre nosotros cierta falta de respeto a las leyes y disposiciones vigentes, merced a lo que se refleja el carácter nacional en nuestras costumbres, constituyendo todo ello, por último, un verdadero manantial de causas apropiadas a la trasmisión e importación de los contagios.
En resumen, si no tenemos hacinamiento propiamente dicho, contamos en cambio y en proporciones alarmantes, con las otras dos causas que, al opinar de Mr. Fonssagrives, determinan la insalubridad permanente de las poblaciones, es decir, la impureza del aire y la facilidad en la trasmisión de los contagios.
*
* *
Analicemos ahora lo relativo a las causas transitorias.
Secundarias éstas, por decirlo así, no demandan un estudio de momento con aplicación a la Habana, en lo que se relacionan con la índole del presente trabajo; siendo así que la 1a, 2a y 4a dependen de circunstancias anormales comunes a todos los tiempos.
Respecto a la 3a, o sea al hambre, he de manifestar que esa desgracia casi exclusiva del pueblo europeo, no se conoce todavía entre nosotros, por fortuna, sino en casos excepcionales.
Dícese comúnmente de nuestro país, para pintar sus riquezas naturales y las excelencias de su clima y de su suelo, que aquí no existe ni el hambre, ni el frío, cuyos azotes, en efecto, son más propios de Europa que de América; y con esto queda dicho todo.
En cuanto a los trabajos públicos, paréceme conveniente que me detenga sobre este asunto, siquiera sea por breves momentos, en razón a que tienen cabida en estos apuntes, y siendo así que, a lo que parece, pronto se dará principio a los que exige la colocación en nuestras calles de las nuevas cañerías del agua de Vento.
Entiende el higienista Mr. Fonssagrives, tantas veces citado ya, que todo trabajo de excavación dentro de las poblaciones produce efectos perniciosos a la salud pública. Comprobado ese hecho por otras autoridades en la materia y, sobre todo, con varias experiencias entre nosotros mismos, preciso será que proceda el Ayuntamiento con la suma de precauciones que el caso requiere al colocar dichas cañerías.
Generalmente escógese en Europa la época del invierno para proceder a los trabajos de excavación en las calles, porque es entonces, «cuando los miasmas que se ponen al descubierto gozan de mínima actividad.»
Aquí, donde la diferencia de temperaturas varía tan poco, relativamente a Europa y a otros países fríos, entre las estaciones respectivas, paréceme que no hay para que esperar al invierno.
A mi modo de ver, pues, pueden empezarse dichos trabajos en cualquier época del año, pero, eso sí, teniendo la precaución de no abrir más tramo de zanjas que aquellos que puedan recubrirse en el mismo día, a fin de no exponer al vecindario a que aspire durante la noche las miasmas procedentes de las zanjas, o lo que es lo mismo, a fin de aminorar el mal en todo lo que posible sea.
* * *
Diré, para terminar este capítulo, que a pesar de las condiciones perniciosas que determinan nuestro estado sanitario, obsérvase, sin embargo, que la mortalidad anual de la Habana representa una cifra algo consoladora si la cotejamos con la que arrojan varias capitales de Europa y muy satisfactorio respecto de la de Berlín, Viena, San Petersburgo y Madrid, al tenor de lo que enseña la siguiente comparación:
Una defunción por
Londres 38 habitantes.
París 35 " "
Bruselas 27 " "
El Haya 27 " "
Berlin 25 " "
Viena 24 " "
San Petersburgo 24 " "
Stockolmo 39 " "
Copenhague 39 " "
Munich 34 " "
Lisboa 42 " "
Madrid 25 " "
Habana 34 " "
Depende esa nuestra salubridad relativa, si no me equivoco, de las condiciones especiales en que se encuentra la atmósfera habanera, pues si bien es cierto que existen aquí todas aquellas causas ya dichas que tienden a viciar la capa de aire respirable, también lo es que nos salva de mayor mortandad, la gran cantidad de ozono que he manifestado en otro lugar.
Prueba todo esto, en suma, hasta qué punto satisfactorio puede llegar la salubridad de la Habana desde el momento en que se principie a sanear la población, o cuando menos, desde que empiecen a correr por nuestras calles las aguas de Vento.
A propósito de este asunto voy a permitirme una ligera indicación que someto al buen criterio del ilustrado Director del Canal, Sr. D. Joaquín Ruiz, y muy particularmente a su probado interés por la cultura de este país.
De cuatro partes principales se componen las obras del expresado Canal, que son, la gran taza donde se hallan recogidos los manantiales en Vento; el acueducto propiamente dicho; el depósito en Palatino, y, por último, la distribución de las cañerías en la ciudad.
Hállanse terminadas completamente las dos primeras, y, por tanto, pueden correr ya las aguas hasta un punto próximo al lugar donde se construye el depósito, es decir, hasta Palatino.
Según tengo entendido y obedeciendo el señor Ruiz a las prescripciones del proyecto en orden a la marcha sucesiva de los trabajos, trátase de construir primero el depósito y por último establecer la distribución.
En situaciones normales, ese es en efecto el orden que debe imprimirse a los trabajos aludidos; pero, en el caso en que nos encontramos de extremada escasez de agua, paréceme sería conveniente y hasta necesario de todo punto, que se invirtiera aquel orden, o lo que es lo mismo, que se establezca primero la distribución de las cañerías en la ciudad, conectando provisionalmente la maestra en Palatino con el acueducto y dejar la construcción del depósito para lo último.
De esta suerte acaso se ganaría un año, de los dos calculados para la terminación total de la obra del Canal y siempre sería un año menos de angustias para este vecindario sediento del precioso líquido, y muy particularmente para el mejoramiento de nuestro estado sanitario, cada día más peligroso.
Vea ésto el Sr. Ruiz, y perdóneme el entrometimiento, en gracia al objeto que lo motiva.
V
Las calles
Entra por mucho en la salubridad pública el estado de viabilidad y conservación de las calles, la clase de materiales empleados en su revestimiento, pendientes, anchura, profundidad, etcétera.
En resumen: "La calle es la unidad higiénica de la población. Esta vale como salubre lo que valen las calles que lo constituyen."
Las nuestras por fortuna tienen en lo general un ancho proporcionado a la altura de las casas, no son profundas por consiguiente, y de aquí que el aire y la luz pueda penetrar ampliamente en las habitaciones exteriores.
Respecto a orientación tampoco nos encontramos del todo mal, pues si bien la nuestra no responde de todo en todo con lo que exigen rigurosamente los preceptos de la higiene pública; tampoco nos hallamos en las condiciones de París, Madrid y parte antigua de Barcelona.
Nuestras calles puede estimarse que corren de Norte a Sur y de Este a Oeste, por consiguiente reciben en buena forma los vientos reinantes, que es lo principal en cuestiones de orientación. Sus manzanas están cortadas en ángulo recto, puede decirse en tesis general; y no existe aquí por fortuna esa multitud de callejones o callejuelas y calles sin salida que se observan en el centro de Madrid, por ejemplo. La calle del Prado es una arteria digna de capitales como París; hace el oficio de la del Arenal y Carrera de San Gerónimo en Madrid. El Parque Central, yacente en ella, constituye un punto céntrico de reunión precioso por todo extremo en las noches de estío sobre todo; tan agradable, tan lleno de luz y de toda clase de atractivo, cual no es fácil se encuentre otro igual en muchas capitales de Europa.
Las calles de Zulueta, Ancha del Norte, Príncipe-Alfonso, Neptuno, Consulado, Ánimas y las calzadas, de Galiano, Belascoaín y Vives, son dignas de especial mención por su espaciosa anchura: las otras varían entre 8 y 10 metros.
El Campo de Marte es un gran receptor distribuyente del aire sano y las diferentes plazuelas que existen repartidas por el ámbito de la ciudad son otros tantos pulmones, permítaseme la comparación, de las funciones respiratorias de la capital.
Así, pues, respecto a la anchura de las calles y al número de plazuelas no estamos del todo mal, lo repito.
En cambio esas mismas calles carecen de revestimiento en su mayoría, como carecen de aceras y de buenos desagües. Las pendientes son, con pequeñas variantes, aquellas que determinan el terreno natural bastante accidentado en algunos puntos, según se ha visto en otro lugar, y en cuanto a cloacas estamos pésimamente mal servidos.
Consta la ciudad de 148 calles edificadas. Pues bien: si se colocaran unas en prolongación de las otras darían 124 kilómetros de longitud. De ese número solo 42 kilómetros tienen revestimiento de adoquín; el resto, y en algunos parajes, en muchos, se ha revestido con piedra común sistema Mc, Adam, pero con tan mala fortuna por parte del Municipio, que apenas si se sostiene ese revestimiento cuatro ó seis meses después de concluido el trabajo.
Consiste esto según yo creo, en lo que paso a manifestar: no se re realiza dicho trabajo con el esmero que demanda y requiere el sistema, acaso por falta de recursos; luego, tampoco se le conserva o entretiene cuidadosamente como es de rigor en esa clase de revestimiento. Aparte de esto, resulta, que como la circulación urbana se halla sedienta de pavimento liso y llano en barrios enteros, los cocheros tienen muchas veces que dar grandes rodeos eligiendo ya este tramo de calle, ya el otro para llegar felizmente al punto de su destino. Así es que cuando se compone una calle en esos barrios, es de ver como acuden a ella los vehículos buscando la facilidad que les ofrece la vía compuesta, resultando de aquí por consiguiente que multiplicada de esa manera la circulación, es decir, aglomerada o recargada sobre la calle compuesta, sufre ésta más cantidad de trabajo que aquella que soportaría si estuvieran en buen estado de viabilidad las otras inmediatas: y por lo tanto resulta también lo prematuro del desgaste en el revestimiento, haciendo inútil y perdido, en poco tiempo, el trabajo realizado.
Demuestra esto en resumen y evidentemente, la conveniencia para todos de que el Municipio emprenda y termine a la vez la composición de las calles en barrios enteros, y demuestra también que el Mc Adam daría resultados satisfactorios en la Habana, así en lo económico como en la duración del pavimento, si estuvieran regularmente revestidas todas las calles; mejor dicho, si todas soportaran en proporción la cantidad de trabajo que corresponde a cada una en particular.
Voy a detenerme algo más sobre este asunto, ora porque él lo merece, ora porque según he visto en La Unión Constitucional, se intenta proceder al adoquinado á moción del Regidor Sr. Joglar.
Entiende este caballero que debe adoquinarse toda la ciudad: perfectamente: y nada sería más laudable si contara el Ayuntamiento con recursos para llegar a tanto, pues al precio a que sale aquí el adoquinado, o lo que es lo mismo, a $475 que lo tenía convenido con el contratista Mr. Taylor, necesitaría el Municipio más de dos millones y medio de pesos oro, que no los tiene ni los tendrá en luengos años. El cálculo está hecho de esta manera: longitud 82,000 metros; latitud 7.m, por término medio; precio del metro cuadrado $475. En París sale a 20 francos.
Ahora, si se revistieran las calles por el sistema Mc Adam, bien hecho y cuidadosamente conservado, podría salvarse la situación de mejor manera, puesto que bastaría medio millón de pesos próximamente, siendo así que el precio de Mc Adam varía aquí entre $0.80 y 1'20.
Cierto es que el Mc Adam cuesta mucho más caro en su conservación que el adoquinado; pero también lo es que produce mejores resultados para la higiene en este país, en razón a lo compacto y terso de su superficie no permite filtración sobre un subsuelo tan húmedo de suyo; esto es, si se le cuida bien y si se le auxilia con un buen sistema de irrigación.
…………………………
A pesar de ese resultado desfavorable para la conservación del Mac Adam, optaría yo por él si tuviera que resolver el punto; primero, porque es la única manera de que lleguemos a tener calles transitables en la ciudad de la Habana, en el menor tiempo posible; segundo, porque no produce ruido como el adoquín al rodar los carruajes; tercero, por lo que favorece a la higiene pública en este suelo, y por último, porque si se adopta el adoquinado, seguiremos como estamos hoy hasta las kalendas griegas.
Nuestras piedras, a mi modo de ver, sino ofrecen la dureza absoluta que requiere un revestimiento excesivamente durable, tienen al menos la que es suficiente—eligiéndolas con esmero—para resistir por algún tiempo al desgaste de las ruedas; y en último caso, podría emplearse para la capa de recebo el detritus de granito importándolo de los Estados Unidos, cuya fue la idea del que esto escribe cuando promovió la compra de los cilindros de vapor que existen actualmente en la ciudad, siendo Concejal de su Ayuntamiento.
También podía ensayarse el adoquinado de madera que acaso diera buen resultado en la Habana, como lo ha dado en París, San Petersburgo y otras capitales de Europa.
Pero sea como quiera, lo que interesa por de pronto, lo que pide a grito herido la higiene pública y demás conveniencias sociales, es que se revistan nuestras calles de algún modo.
Al mismo tiempo interesa sobre manera que se coloquen aceras allí donde no las haya, y que se reformen las de la parte antigua de la ciudad, pues dado el estado de deterioro en que se hallan algunas en la Habana antigua y la anchura ridícula de 20 y 25 centímetros, en puntos bien visibles, que tienen otras, valiera más que no existiesen las tales aceras.
En efecto, es altamente censurable el criterio con que se realizó ese trabajo.
Sobre las conveniencias del pedestre se colocaron las de la circulación de los vehículos, como si fueran éstos más dignos de respeto que aquellos.
No se tuvo en cuenta que para los carruajes en general, basta con que la anchura de la calle permita el paso a la vez de dos vehículos sobre una misma línea transversal al eje de la calle, y que el resto de la vía ha de dejarse a la latitud de la acera que no debe bajar en manera alguna de 80 centímetros: que cuando esto no pueda conseguirse buenamente, entonces se da una anchura proporcional a la calle para que circule con extrema holgura un sólo vehículo y el resto se destina a las aceras; en cuyo caso se señalan calles de subida y de bajada para todo género de carruajes, a cuyo extremo, por fortuna, no hay para qué llegar en la Habana.
De esa suerte se le proporciona a los pedestres la preferencia que han de tener sobre los seres irracionales y se consigue a la vez facilitar el tránsito a las clases menesterosas que son las que más lo necesitan, con otras ventajas que no hay para qué detallar.
* * *
No he de abandonar este asunto, es decir, el de las calles de nuestra capital, sin permitirme antes algunas consideraciones que estimo debieran tenerse en cuenta por parte del Ayuntamiento al conceder nuevas licencias para edificar.
Son las relativas al calor que se desarrolla en la vía pública a consecuencia de los materiales que entran en la construcción de las fachadas y el color de las pinturas con que a éstas se les adorna comúnmente.
Es sabido por demás que los rayos solares repercuten con mayor fuerza de intensidad sobre los colores claros que sobre los obscuros— de aquí procede una de las ventajas que tiene el adoquín sobre el Mac Adam—como es sabido también que los materiales calcáreos, entre otros, tienen la propiedad de calentarse prontamente y de irradiar con exceso el calor que han recibido del sol.
Por eso, aquí que existe la manía de vestir las fachadas exteriores con cal, aunque sean hechas de sillería o ladrillo, ¿cuál de nosotros al pasar en estío y a ciertas horas del día sobre una acera cuyas paredes miren al Oeste, no ha tenido que abandonarla prontamente huyendo al calor excesivo que la pared despide?
Por ese motivo de tanta molestia para el transeúnte y de no escasas consecuencias para la salud pública, entiendo que, así como las Ordenanzas de construcción imponen al propietario la obligación de sujetarse en las fachadas a una altura proporcional al ancho de la calle, debiera extenderse la obligación a la clase de materiales que entren en su estructura, particularmente en ciertos y determinados lugares. Por ejemplo, en las fachadas que miren al Oeste se hace necesario que sea el paramento de ladrillo sin vestir, a fin de evitar la reverberación ó irradiación del sol sobre la vía, como debiera prohibirse por otro lado, toda pintura al óleo en dichas fachadas que no tengan la propiedad de ser mate.
VI
Cloacas
AH! nuestras mal llamadas cloacas son, sin disputa, uno de los elementos que más contribuyen a sostener el estado alarmante de insalubridad a que hemos llegado.
Esto no obstante, se las mira por parte de la Administración municipal con indiferencia temeraria, con punible incuria, pues no basta, no, a la salud del pueblo que se echen algunos gramos de sulfato de hierro en sus tragantes para evitar el contagio, y eso, de tiempo en tiempo, cuando nos amenaza, como ahora, la invasión del cólera, o en otros casos análogos: es necesario cortar el mal de raíz y si esto no puede realizarse de momento, tratar al menos de aminorar el peligro de otra manera más eficaz.
Aparte de esa operación desinfectante, tan cándida e insuficiente que he traído a este lugar incidentalmente, el caso es que no tenemos alcantarillado propiamente dicho, pues excepto la magnífica cloaca de la calle del Consulado, digna de un París, las demás obras de fábrica de ese género que componen la red general de nuestros desagües, dejan mucho que desear, pero mucho, lo mismo en lo tocante a la distribución, que a dimensiones, material, etc. etc.: falta un plan general previamente estudiado con arreglo a la ciencia del ingeniero; no existen perfiles siquiera en las oficinas municipales de todas las calles de la ciudad; no se aprovechan en la limpieza de dichas cloacas esas corrientes de agua que, procedentes de la Zanja Real se pierden inútilmente, una en el arroyo del Matadero, la otra en la caleta de San Lázaro: en una palabra, nada serio ni provechoso se ha hecho todavía en ramo tan importante; más aún, tratándose de esta capital donde caen al año sobre 67 millones de metros de agua llovida , según los cálculos del inolvidable brigadier de Ingenieros Sr. Alvear, y donde, por lo mismo, los rigores del clima exigen imperiosamente que tengan esas aguas pronto desalojo del pavimento y artificial empuje fuera del alveo edificado.
Pero lo más lamentable que existe aquí en el ramo de cloacas, es la manera como están dispuestos sus tragantes. Colocados éstos por lo general en el eje de los cruceros y abiertos completamente a la libre circulación del aire, atestadas como se hallan aquellas de materias orgánicas en putrefacción, el olor que despiden dichos tragantes a grandes distancias es insoportable.
Se comprende, hasta cierto punto, que se adoptara esa disposición en Londres o en París, donde las cloacas, que constituyen el orgullo de entrambos Concejos Municipales, no despiden gases mefíticos, merced al esmerado aseo en que se las tiene, pero aquí, lo repito, es altamente censurable lo que sucede, y la razón es obvia; van a las cloacas arrastrados por las corrientes pluviales, el polvo acumulado en la vía pública durante algunos días; restos de un barrido sumamente imperfecto; despojos de materias orgánicas arrojadas a la vía pública con punible desenfado, y, muchas veces, ratas y otros animales muertos. Entra todo eso en las cloacas, y como quiera que carecen éstas de fuertes pendientes, y más que todo, de corrientes permanentes de agua que las limpie y arrastre la materia precipitada fuera de la ciudad, claro es que han de subsistir tantos focos de infección temibles como tragantes existan en la población.
Constituye todo esto ciertamente un estado tal de cosas que no es posible soportar por más tiempo, a menos que seamos nosotros tan valientes o tan locos como lo fue el héroe de la Mancha cuando retó a los leones a singular batalla.
Así son las acerbas censuras de los extranjeros a poco que ponen el pie en nuestro suelo, y de aquí también, una de las causas que dieron origen al concepto poco favorable que formó de nuestra cultura la Comisión Americana que vino a Cuba en 1879 a estudiar las causas productoras de la fiebre amarilla.
* * *
Cierto es, y no se me oculta, ¡que se hace costosa, muy costosa, la reforma radical de nuestras cloacas, y más que eso, llevar sus productos fuera de la ciudad, entre otras razones de peso, por las diferencias de nivel que existen entre los distintos barrios de la ciudad y la costa de San Lázaro o el litoral de la bahía respectivamente, pues solo se conseguiría ese objeto, a mi modo de ver, construyendo a la vera del mar y a lo largo de la costa una gran colectora, con la solera uno o dos metros más bajo que la mínima marea, auxiliada por pozos absorbentes de trecho en trecho, sino fuere bastante la capacidad de la cloaca para contener en momentos dados toda la cantidad de agua llovida, y, finalmente, con una o dos máquinas de vapor de bastante potencia para bombear los líquidos sobre el mar, destinándose los residuos al abono de nuestros campos.
Cuidado que no pretendo dar lecciones en ningún sentido a los señores facultativos del Ayuntamiento; lejos de mi ánimo semejante presunción, y ya que toco este punto, entiéndase que, así en lo que llevo dicho, como en lo que me resta decir, hago abstracción completa de toda personalidad sin omitir a los empleados todos del Ayuntamiento, cuyos buenos deseos en el cumplimiento de sus deberes he podido apreciar en más de una ocasión.
Hecha esta necesaria salvedad, insisto en que se trate de reformar nuestro sistema de alcantarillado cuanto antes, formulando un plan general de desagües subterráneos que guarde alguna harmonía con los preceptos de la higiene pública, a cuyo fin debiera intentarse derivar parte o el todo de las aguas del río Almendares sobre la ciudad, bifurcando la cantidad suficiente dentro de las cloacas, al objeto de tenerlas siempre limpias por medio de esa corriente constante de arrastre, y cuyos trabajos se lleven a cabo en la medida que lo permita el erario municipal.
En el entretanto, importa sobre manera que se varíe de momento el sistema actual de tragantes, ora estableciendo el de Milleret, que consiste en una cubeta de palastro con báscula de giro automático, ora el de sifones volcados propuesto por Mr. Dupasquier, arquitecto de Lión, ora, en fin, el de tragantes inodoros conocido en las casas de la Habana, u otro cualquiera que evite los peligros del actual sistema.
Podría ensayarse a este propósito el procedimiento económico y fácil de ejecutar ideado por Mr, Robinet, que consiste en utilizar en la ventilación de las alcantarillas la corriente de aire ejercida por las fábricas de gas: de esta manera se obtendría aquí la doble ventaja de purificar la atmósfera en más o menos proporción.
……………………
Habana: La Tipografía, de Manuel Romero Rubio, 1890. pp. 24-48.
Nota
1. Paréceme que cuando se termine la rectificación del amillaramiento, resultarán muchas más, pues en el censo de 1864 figuraba ya la Habana con 17.125 casas.