Herejes predicando en el infierno: Julián Cardona y Charles Bowden en Ciudad Juárez

Oswaldo Zavala, The College of Staten Island & The Graduate Center, CUNY

 

     “La frontera no siempre ha estado allí” (Gamper 5), anotan los editores en la presentación de un dossier dedicado a Ciudad Juárez por la revista cultural Guaraguao en 2010. La afirmación es contundente y significativa, pues a pesar de la contingencia inmediata que implica la frontera, el hecho es que Ciudad Juárez, o por lo menos su versión contemporánea, apareció en el horizonte de reflexión académica y periodística global a mediados de la década de 1990. Dos fenómenos han marcado la imagen que suscita el nombre de Juárez como metáfora trascendente de la modernidad tardía mexicana: los asesinatos de mujeres y el narcotráfico. Ambos problemas se han naturalizado como símbolos de una permisiva violencia que es constitutiva del orden social de la ciudad. El efecto de esta naturalización es desde luego problemático: Ciudad Juárez es para una opinión generalizada un significante vacío que con frecuencia se llena con el reverso negativo de los procesos históricos del país. Roberto Bolaño describió el infierno famosamente “[c]omo Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”(Entre paréntesis 339). Pero aunque la alusión dantesca resulte una imagen desmesurada para la realidad fronteriza, el imaginario que en parte la produce tiene el respaldo material de un archivo irrefutable. Unas de las fuentes más productivas de ese archivo ha surgido de la colaboración entre el periodista estadounidense Charles Bowden y el fotógrafo mexicano Julián Cardona. El trabajo de ambos, después de casi dos décadas de proyectos entrelazados, se ha convertido en un referente obligado todo estudioso de la frontera. Los ensayos de Bowden y el periodismo gráfico de Cardona han producido una forma de mirar y un entendimiento alternativo de Ciudad Juárez. Propongo en lo que sigue analizar algunos de los alcances y límites de esa colaboración y así someter a examen esa mirada que en más de un modo ha marcado nuestro conocimiento de la historia reciente de los más insólitos eventos fronterizos de nuestros tiempos.

I. Aprender a ver

     Comencé a trabajar como reportero en El diario de Juárez (actualmente El diario a secas) en 1996, el mismo año en que Bowden publicó “While You Were Sleeping” (“Mientras usted dormía”) en la revista Harper’s. Aquel artículo fue uno de los primeros que llamó la atención internacional que en la siguiente década transformó a Ciudad Juárez en el reducto nacional de la violencia y la marginación. Como la gran mayoría de los fronterizos, yo no conocía la realidad que se describe en ese texto. La profunda descomposición social y la sistémica corrupción de sus estructuras de poder me fueron delineadas a través de la mirada lírica y personal de Bowden. El texto fue polémico y recuerdo las objeciones de varios colegas que consideraban el artículo como la fantasía oportunista de un reportero estadounidense que intenta hacerse de un nombre cubriendo una ciudad supuestamente peligrosa. Pero reporteando al lado de varios de los fotógrafos, entre ellos Cardona, pronto entendí que Juárez escondía niveles de complejidad que apenas comenzaban a hacerse visibles. El trabajo de Bowden y de los fotógrafos fue sin duda un parteaguas para la opinión internacional, pero también mostró a los juarenses aspectos desconocidos de su ciudad cuyas posibilidades de representación simplemente ignoraban.
     La crónica de Bowden fue el resultado de varias estancias de investigación en Juárez guiadas por fotógrafos del Diario. Julián Cardona aparece en el artículo como uno de los “maestros” que enseñan a Bowden a ver la ciudad de un modo distinto al de la mayoría de los periodistas extranjeros que comenzaron a escribir sobre la frontera en esos años:

Julián, de alrededor de treinta años, es un hombre flaco, alto y de piernas largas, con una voz profunda. En la calle lo llaman El Compás. Se ríe con facilidad y siempre parece estar observando. Una noche en el periódico, mientras yo avanzaba con dificultad en una densa pila de negativos, me miraba como un juez implacable. Finalmente saqué el negativo de un policía sosteniendo el zapato de una muchacha asesinada que fue encontrada en el desierto. Cardona lo vio y por primera vez se permitió una pequeña sonrisa. “Esta es una buena imagen”, dijo, casi con alivio.(1) (“While You Were Sleeping”109)

     Recuerdo escenas casi idénticas: Julián literalmente enseñándome a ver el trabajo cotidiano del equipo de fotógrafos, poniendo a prueba mi sentido periodístico en ciernes ante una imagen que ofrecía por sí sola los elementos esenciales de una crónica. En la fotografía elegida por Bowden, el zapato de una muchacha en manos de un policía en las dunas del desierto de Juárez pone de manifiesto la capacidad de síntesis que Cardona construye en la composición de cada imagen para aprehender la violencia sistémica de la ciudad. Pero esos códigos de composición exigen del público una mirada inteligente y dispuesta a discernir los varios planos captados en cada cuadro. Esos códigos deben adquirirse gradualmente y no están al alcance del público promedio. Son el privilegio de una mirada que ha aprendido a expandir sus propios límites.
     Slavoj Žižek define la noción de violencia sistémica a la que me refiero aquí como “la violencia inherente en un sistema: no sólo violencia física directa, sino formas más sutiles de coerción que sostienen relaciones de dominación y explotación” (9). Las fotografías de Cardona constantemente vuelven visibles las causas y efectos de esa violencia en una sola imagen. Sin el efectismo de la típica fotografía que retrata los reductos subjetivos de la violencia sistémica (cadáver, destrucción, miseria), el trabajo de Cardona inscribe múltiples aspectos de los sistemas de dominación y explotación que generalmente operan en forma sutil en la sociedad contemporánea. De ese modo, el policía descubriendo el zapato de la mujer ultrajada en el desierto supone distintos niveles de significado que esbozan una o varias tesis sobre las dinámicas de violencia que se ejercen en los sectores más vulnerables de la población, así como la relación que este fenómeno tiene o puede tener con los cuerpos policiales y las demás instituciones oficiales de la frontera.  
     Desde el inicio de la colaboración, las fotografías de Cardona establecieron con la prosa de Bowden un intenso diálogo intelectual crítico de las redes de poder que con frecuencia se dejan de lado en la mayoría de los análisis sobre Ciudad Juárez. Periodista de investigación autor de más de diez libros sobre desastres ambientales y políticos, Bowden encontró al interlocutor ideal en Cardona, fotógrafo autodidacta con una vasta trayectoria en los medios de comunicación de la ciudad. La férrea independencia de ambos los volvió paradójicamente un equipo. El primer resultado de esta colaboración fue el artículo en Harper’s publicado en 1996. Parte sustancial del material fotográfico que interesó a Bowden en ese texto fue incluido originalmente en una exposición organizada un año antes por los fotógrafos de los principales medios de comunicación de Juárez. Cuenta Bowden:

Nadie en El Paso, separada de México por treinta pies de río, estuvo interesado en exponer su trabajo, así que ellos encontraron una pequeña sala en Juárez y colgaron impresiones grandes [de su trabajo] que en realidad no podían costearse. Llamaron a su exposición Nada que ver”. (“While You Were Sleeping 106)  

     El título Nada que ver cifró la ambigüedad que representó el colectivo fotográfico al mostrar imágenes de un Juárez siniestro pero silenciado por discursos de poder y por una élite que funda su riqueza en la explotación y la vejación de la población más vulnerable: migrantes sin educación, mujeres obreras de maquiladora, niño expuestos a todo tipo de criminalidad. Hasta la irrupción de esas imágenes, en Juárez no había nada que ver en relación a estos fenómenos ignorados por un sociedad acostumbrada a pasar su mirada por alto. Al volver materialmente ineludible el registro de la devastación radical de la era neoliberal, los fotógrafos modificaron permanentemente las discursos de representación de la política doméstica e internacional sobre enclaves fronterizos como Juárez.

II. El futuro entre nosotros

     El trabajo de esos fotógrafos fue la materia prima del libro en el que aparecen las firmas de Bowden y Cardona por primera vez juntas: Juárez: The Laboratory of Our Future (Juárez: el laboratorio de nuestro futuro). Se publicó en 1998, cuando aún faltaba más de una década para que la ciudad entrara en la profunda crisis de violencia y descomposición social que experimenta actualmente y años antes de que aparecieran, como paracaidistas, los autores de libros que han convertido los asesinatos de mujeres y el narcotráfico en un redituable negocio editorial. Bowden estudia las imágenes y conjetura con los fotógrafos que Ciudad Juárez es ante todo el territorio de los más crudos efectos de la globalización, el ground zero de las estructuras neoliberales de gobierno que se impusieron en México a partir del Tratado de Libre Comercio en 1994. Ciudad Juárez como experimento del futuro por venir, escribe Bowden:

Esta vez no sabremos cómo llamarlo, porque en el siglo veinte hemos usado todos los nombres: progreso, revuelta, revolución, terrorismo, guerras de liberación nacional, genocidio. Hemos agotado nuestro lenguaje tratando de escribir con palabras lo que sabemos que vendrá. (Juárez 117) 

     La tesis del libro estremece por su puntual clarividencia cuando la ciudad aún no había sido objeto de la inconmensurable atención mediática que la describe actualmente como una de las urbes más violentas del mundo. El futuro estaba ya inscrito en los cadáveres de hombres y mujeres asesinados en absoluta impunidad y en una ciudad que apenas entraba en proceso de transformación social, cultural, y sobre todo, política.
     El primer trabajo escrito en México sobre el fenómeno del feminicidio fue publicado en 1999 por una editorial independiente de Chihuahua y editado por un grupo de comunicólogas y periodistas fronterizas que titularon al volumen colectivo El silencio que la voz de todas quiebra. Ese mismo año, el sello Planeta puso en circulación Las muertas de Juárez, de Víctor Ronquillo, periodista del Distrito Federal, quien, dicho sea de paso, fue acusado de plagiar partes del primer libro. En los siguientes años fueron apareciendo numerosos libros y reportajes sobre los asesinatos de mujeres, propulsando un importante debate sobre la violencia de género en la era neoliberal, pero también alimentando un imaginario prejuicioso que insiste en mitologías culturales que en poco o nada contribuyen a esclarecer las causas reales del problema.
Acompañado de imágenes de 13 fotógrafos juarenses, un prólogo de Noam Chomsky y un epílogo de Eduardo Galeano, el libro de Bowden fue el primero en reflexionar los entramados del poder hegemónico local y global que condicionan la realidad fronteriza. Chomsky deconstruye los supuestos beneficios del proyecto neoliberal consolidado durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), y junto con Galeano, denuncia el sistema de inequidad que ha exacerbado la pobreza para la mayoría y el privilegio para una minoría. En las fotografías de este libro, los asesinatos de mujeres asumen una centralidad que reclama su propio espacio de debate y que impone preguntas inaplazables. Las víctimas aparecen en un contexto político, histórico y económico específicos. El feminicidio, explica el libro, no es sino el siniestro efecto del desmantelamiento sistemático de instituciones y del estado de derecho en el país que acelera el desagarre de un de por sí enfermizo tejido social.
     A pesar de la puntual relevancia de Juárez: el laboratorio de nuestro futuro, su lectura pionera de las problemáticas fronterizas se vio afectada por decisiones editoriales que mermaron la circulación del libro y su recepción en general. A la fecha continúa sin reeditarse. Por el contrario, Huesos en el desierto, de Sergio González Rodríguez, publicado en 2002 por la editorial Anagrama, es sin duda la referencia más citada entre círculos intelectuales y académicos. Este ensayo recoge entrevistas, noticias de prensa y expedientes judiciales y forenses complementados por una serie de reflexiones sobre aspectos culturales y políticos en torno a los asesinatos. Entre las diferentes teorías sobre el feminicidio que propone, González Rodríguez reproduce el testimonio de un agente meritorio de la policía judicial estatal (nombramientos ilegales también conocidos como “madrinas”) y especula que cientos de asesinatos de mujeres fueron perpetrados por dos individuos, “Alejandro Máynez y su «primo» Melchor”,(2) coludidos con el jefe del Grupo Especial Antisecuestros de la Policía Judicial estatal y un directivo de la policía municipal de Ciudad Juárez (172). Hacia las últimas páginas del libro y como parte de un “postfacio a la tercera edición”, González Rodríguez presenta el argumento de un híbrido entre novela histórica y relato negro y afirma que los cientos de asesinatos de mujeres son en realidad el resultado de un sabotaje político y económico planeado por “un grupo de empresarios y políticos de Ciudad Juárez, con influencia al más alto nivel del país” (XX). Ambas explicaciones se revelan mutuamente excluyentes: mientras que la primera teoría denuncia a quienes serían los dos asesinos seriales más importantes de todos los tiempos (a Jack el Destripador sólo se le imputan con certeza cinco de las 11 mujeres descuartizadas que le atribuye la leyenda), la segunda teoría es en cambio imprecisa y vaga a tal grado que remite al argumento de una película comercial de Hollywood.
     Al contrastar Juárez: el laboratorio de nuestro futuro con Huesos en el desierto, encuentro la diferencia esencial entre ambos libros cuando advierto los agudos comentarios de las fotografías y el texto del primero, una realidad inmediata retratada sin la ilusión de una o varias teorías que lo expliquen todo. El trabajo de Bowden y Cardona avanza por las calles de Juárez como si fuese el primer día del recorrido para ambos, como si cada mañana estuvieran ante una ciudad desconocida que resiste ser descifrada en su totalidad. Recuerdo en particular unas de las fotografías de Cardona, una de las más pequeñas y en apariencia menos llamativas de la colección. Es el interior con paredes límpidas de loza azul cielo del anfiteatro de Ciudad Juárez. Hay tres cadáveres acostados sobre planchas que por un instante me hacen pensar en un dormitorio universitario compartido. Dos noches antes, seis personas en total habían sido asesinadas en un popular restaurante sobre la avenida Paseo Triunfo de la República. En ese año de 1997 se desataron tiroteos públicos entre supuestos narcotraficantes tras la muerte de Amado Carrillo Fuentes, el jefe del “Cártel de Juárez” que según las autoridades murió durante una cirugía plástica que le cambiaría el rostro y le permitiría evadir la justicia. Los medios locales invirtieron semanas cubriendo la noticia de la balacera.

Los cuerpos de las personas que murieron ejecutadas el 3 de agosto de 1997 en el restaurante Maxfim yacen sobre planchas en la morgue de Ciudad Juárez. Alfonso Corral Oláguez, un presunto narcotraficante de Durango, México, fue el blanco del ataque. Corral y cinco personas más murieron al interior del restaurante luego de asistir a una corrida de toros.
Al llegar a la morgue, de inmediato se nos prohibió el paso. Cardona simplemente caminó hacia el interior. Un funcionario aparece en el fondo de la fotografía sin reaccionar a tiempo para detenerlo. El ángulo del cuadro está desnivelado, como si la cámara estuviera a punto de caer hacia la derecha, como si los cadáveres corrieran también el riesgo de deslizarse sobre las planchas. Yo escribí la nota para El diario de Juárez, pero salvo el nombre del supuesto narco que había sido el objetivo de la matanza, la identidad de los otros volvió ese mismo día a un absoluto anonimato que se perdió en los archivos del periódico. Estudiar los brutales efectos de la violencia de género ha sido una consigna necesaria, urgente y dramática para el periodismo local y extranjero, pero ni aún un ajuste de cuentas entre supuestos narcotraficantes puede realmente ser dilucidado en toda su extensión, como si lo real del narco nos eludiera constantemente. El veloz ritmo de preguntas articuladas rebasa siempre las posibles respuestas itinerantes de un reportero y un fotógrafo que todos los días vuelven a empezar sin saber mucho de lo que en verdad está ocurriendo en las calles.

 

III. La muerte o el exilio

     El siguiente libro de Bowden y Cardona fue Exodus/Éxodo (2008), un exhaustivo viaje transfronterizo siguiendo los flujos masivos de migrantes hacia el norte. El proyecto surgió de un artículo firmado por ambos que se publicó en la influyente revista Mother Jones. Las fotografías de Cardona y el ensayo de Bowden ilustran dos décadas en distintos puntos de la frontera entre México y Estados Unidos, para luego adentrarse en algunas de las ciudades de Estados Unidos (Nuevo Orleans, Houston, Phoenix) donde los migrantes han tenido una presencia económica y cultural importante.

Inmediatamente al llegar a la costa del Golfo de Mississippi en Beaumont, Texas, 13 trabajadores de techado se emplean para arreglar un complejo de apartamentos en el oeste de la calle Pine y Hill, en Gulfport. Hay un hondureño en el grupo; el resto son de San Luis Potosí, en el centro de México.

Luego de regreso a sus lugares de origen, como el estado de Oaxaca, en el sur del país, donde Cardona documentó las mansiones construidas con dinero que los migrantes envían a sus familiares y que se ha vuelto una de las más grandes fuentes de ingreso a nivel nacional.

Felicitas Ruiz Ramos, de 85 años de edad, frente a la casa construida por su hijo Gerardo Pérez Ruiz, que vive en los Estados Unidos. San Andrés Ixtlahuaca, Oaxaca. Noviembre, 2006.

Las imágenes en blanco y negro muestran finalmente el solitario y peligroso viaje de los migrantes por los desiertos de Arizona en los cruces de Altar o Sásabe, mientras que en otras son detenidos por agentes de la Border Patrol y en otras más los Minutemen aguardan al acecho para hacer sus propios arrestos ilegales.

Muchachos del sur de México encienden ofrendas votivas y ruegan por un cruce seguro antes de abandonar el pueblo de Altar, en Sonora. Pronto abordarán vans y camionetas que los transportarán hacia la frontera.

La fotografía de la portada es tal vez uno de los más poderosos comentarios sobre el tema de la migración que yo he visto jamás: un páramo del desierto convertido en un basurero improvisado, saturado por los despojos que van quedando en el trayecto de los migrantes. Mochilas, zapatos, botellas de plástico vacías, ropa para personas de todas la edades cubren casi por completo la arena ardiente de día y gélida de noche.

Un enorme tiradero en el valle alto de Altar, Arizona. Los inmigrantes indocumentados se reúnen ahí con representantes de los traficantes (coyotes) después de una caminata de 65 kilómetros por el desierto, se les instruye que deben desnudarse, deshacerse de sus viejas ropas, mochilas, y recipientes para el agua, y vestir ropa nueva, de aspecto más "americana", antes de viajar a una casa de seguridad urbana. Abril de 2006.


     La continua tragedia migratoria tiene fecha exacta de inicio. Los interminables empleos de las maquiladoras fueron una ilusión que el Tratado de Libre Comercio desmanteló a lo largo de la frontera en 1994. Estados Unidos endureció su política migratoria unos meses antes: el 19 septiembre de 1993, como Cardona anota con precisión en el epílogo de Exodus, la porosa línea fronteriza entre Juárez y El Paso se cerró para siempre. Cardona recuerda que antes de la operación “Hold the Line” era posible cruzar el Río Bravo en un neumático. El viaje de apenas unos minutos costaba dos dólares. Muchos jóvenes juarenses lo hacían para ir a fiestas o a conciertos de rock en El Paso. Repentinamente, esa mañana de septiembre, Ciudad Juárez se transformó:

Hombres que cruzaban a diario para trabajar en construcción, agricultura o jardinería ahora tiraban piedras a agentes de la Patrulla Fronteriza cubiertos con máscaras antigás y equipo para repeler protestas en el puente Santa Fe. Una semana después de comenzado el bloqueo, el precio para ser llevado a Estados Unidos subió de 20 a 100 dólares. Los inmigrantes encontraron rutas más secretas y peligrosas, como túneles de drenaje bajo el río hacia El Paso. Tres meses y medio más tarde, el TLC entró en vigor y bloqueos similares fueron puestos en marcha en las zonas urbanas de toda la frontera entre México y Estados Unidos. (Exodus 265)   

     Según Bowden y Cardona, la ola migrante constituye el mayor éxodo en la historia universal. El desplazamiento masivo es tal vez el signo más evidente del fracaso social del capitalismo tardío y su dimensión de explotación más irrefutable. El ensayo de Bowden se intercala con una reflexión sobre la revolución mexicana y sus posibilidades de resistencia en el cuerpo mismo de aquellos campesinos que nunca recibieron la justicia social prometida por los caudillos de 1910. La migración, escribe Bowden, es la única vía posible para continuar las exigencias pendientes de aquella lucha traicionada por las clases políticas y militares de México.
     A partir de 1993 comenzaron a documentarse las desapariciones de mujeres. En 1997 se desató la violencia en las calles que entre otros incidentes incluyó el asesinato de las seis personas en aquel restaurante que mencioné antes. El laboratorio de nuestro futuro que fue Juárez a finales de los 90 se había convertido una década más tarde en “la ciudad del crimen”, Murder City (2010), como se titula el libro más reciente de Bowden y Cardona. El arco histórico de criminalidad que enmarca la colaboración entre ambos selló el vaticinio de lo anticipado por las cámaras de los fotógrafos juarenses: una ciudad a punto de despeñarse en una ola interminable de violencia. Murder City retoma la crónica de la ciudad durante la presidencia de Felipe Calderón (2006-2012), quien ordenó una “guerra” contra el narcotráfico a finales de 2007 con un estado de sitio nacional por medio del despliegue de contingentes del ejército y la policía federal; solamente en Ciudad Juárez sumaron casi 10,000 elementos. Ese año, la cifra total de asesinatos en Ciudad Juárez no rebasó las 400 víctimas. A partir del estado de sitio en la ciudad, en 2008 se registraron 1,623 ejecuciones. 2009 alcanzó un nuevo récord: 2,657 asesinatos. El aumento de más del 800 por ciento en dos años convirtió a Juárez en “la metrópoli más violenta a nivel mundial” (Figueroa) de acuerdo con un estudio hecho por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Social. En 2009 se cometieron en Juárez 191 asesinatos por cada 100 mil habitantes, según ese documento. En la misma proporción, ese año le siguieron San Pedro de Sula, Honduras, y San Salvador, con 119 y 95 asesinatos, respectivamente. “Mucho tiene que ver que algunos militares han sido cooptados por el narcotráfico, por lo que es necesario analizar su salida de Juárez” (Figueroa), declaró José Antonio Ortega Sánchez, presidente de esa asociación civil.
     Para esos años, el fenómeno del feminicidio ya era sólo una fracción del caos. Como argumenta Bowden en Murder City, el número de asesinatos de mujeres representa apenas el 10 o 12 por ciento de los homicidios registrados en la ciudad cada año. A la par de la necesidad de denunciar los sistémicos crímenes contra mujeres, es importante advertir que los homicidios de hombres ocurren en el mismo vacío de orden judicial y en la más desfondada impunidad. Escribe Bowden:
ignorar a los muertos permite a los Estados Unidos ignorar el fracaso de sus modelos de libre comercio, los cuales en Juárez están produciendo pobres y gente muerta más rápido que cualquier otro producto. Por supuesto que los asesinatos de mujeres en Juárez son escasamente investigados o resueltos. Los asesinatos en Juárez siempre son escasamente investigados, así que en la muerte, las mujeres finalmente reciben el mismo trato que los hombres muertos. (Murder City14)

Cartel de una mujer joven utilizado para práctica de tiro en el patio de la llamada Casa de la muerte en Ciudad Juárez. En enero de 2004, la Policía Federal de México desenterró 12 cuerpos de este patio. Un informante encubierto, en la nómina de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) de EE.UU. está implicado en los asesinatos. Por lo menos el primer homicidio que se cometió en esta casa se transmitió a los agentes de ICE en El Paso a través de una grabación. Estos eventos sólo salieron a la luz cuando los agentes de la DEA en Juárez fueron atacados por error por la policía que trabaja con los narcotraficantes.

     Una de las fotografías de Cardona incluida en Murder City sintetiza la realidad extrema de esos años: el póster de una hermosa mujer impreso, una modelo de cabello voluminoso y ondulado pero con el rostro resquebrajado por el papel maltratado y con un orificio de bala atravesando la comisura de sus labios entre abiertos. Dentro del hueco se ve la tierra parda. Pareciera que el póster fue arrancado a tiros de una pared y lanzado a la terracería. Julián lo encontró en una casa donde en 2004 la policía federal desenterró los cadáveres de doce personas. Un informante transmitió en una grabación uno de los homicidios a la agencia estadounidense de Inmigración y Aduanas (ICE, sus siglas en inglés), que optó por no hacer nada hasta que agentes de la DEA fueron atacados por el friendly fire de policías que trabajaban con los narcotraficantes involucrados. En otra fotografía, esa misma casa aparece revuelta, con paredes cuarteadas, basura y desperdicios.
     La imagen del poster baleado se reprodujo en la portada del primer número de la revista británica Frontline, fundada por corresponsales extranjeros. Esa primera edición presentó un desplegado con una selección de fotografías de Cardona acompañadas de un texto suyo titulado “J-war-ez”. Emulando el típico acento de un hablante nativo del inglés, Cardona convierte el mismo nombre de Ciudad Juárez en el sitio de un conflicto armado. El texto describe la nueva realidad en la ciudad del crimen: cuerpos decapitados colgando de puentes, ejecuciones múltiples en centros de rehabilitación para drogadictos, fusilados contra paredes a plena luz del día, rematados en hospitales, en las principales calles de la ciudad, entre secuestros exprés y de mediano plazo y la extorsión a tiendas de abarrotes, consultorios médicos, firmas de arquitectos, de abogados, escuelas públicas. La cifra total de víctimas de la narcoviolencia registrada durante la presidencia de Calderón varía. Las fuentes más citadas estiman alrededor de 100 mil homicidios y más de 30 mil desaparecidos (Turati), más de cuatro veces el número de víctimas de las dictaduras militares durante todos los años de la guerra sucia en Argentina.

IV. La herejía documentada

     En el texto de Frontline, Cardona habla con un activista de derechos humanos que omite su nombre pero que refuta la tesis del gobierno federal y la supuesta “guerra” contra las drogas. No se trata del cártel de Sinaloa y su jefe Joaquín “El Chapo” Guzmán tratando de arrebatar la plaza al cártel de Juárez. Ni siquiera ocurrió una lucha entre carteles. Lo que ocurrió fue una confrontación entre fuerzas federales que llegaron para arrebatar el control del narcotráfico y el narcomenudeo local a “La Línea”, una organización integrada por policías municipales y estatales corruptos. Juárez ya no es sólo uno de los corredores predilectos para el tráfico de drogas. En la última década se transformó en una zona de alto consumo y de organizaciones criminales que ya no respondían al sometimiento histórico en las fuerzas federales mantuvieron a los narcos de las décadas de 1970 y 80.

Manuel, un interno del asilo para enfermos mentales “Visión en acción”, trató de matar a su madre durante un ataque de esquizofrenia. Perdió la razón luego de años de consumir drogas.

      Es significativo el aumento dramático de denuncias de todo tipo de crímenes y delitos cometidos por soldados y agentes federales, o por comandos de sicarios armados que operaban sin el menor contratiempo en una ciudad tomada por 10,000 soldados y policías federales. Concluye el texto de Julián:

¿Y si El Chapo no está detrás de esto, entonces quién? “Es el ejército, estúpido”. Esto es lo que se escucha en la calle. La búsqueda de una respuesta verdadera a esta pregunta es un motivo suficiente para seguir escribiendo la historia desde aquí (“J-war-ez” 9).

     Las ideas entre Cardona y Bowden establecen un análisis que se corresponde: según Bowden, existen dos versiones discursivas de México: por un lado está el México del valiente presidente Calderón que ha decidido no tolerar más a las organizaciones de narcotraficantes, arriesgando su capital político por el bien de la nación. Visto desde Estados Unidos, este México aparece como una república “hermana” donde existe una funcional sociedad civil, leyes y su correspondiente estado de derecho. Pero ese México simplemente “no existe” (18). En la segunda versión de México, escribe Bowden:

la guerra es por las drogas, por la enorme cantidad de dinero que se genera en las drogas, donde la policía y el ejército luchan por su parte de las ganancias, donde la prensa es controlada con el asesinato de reporteros y con banquetes hechos de una consistente dieta de sobornos, y donde la línea entre el gobierno y el mundo de la droga nunca ha existido. (Murder City 18, énfasis original)

     Los dos periodistas suscriben una corriente crítica que explora la centralidad del Estado mexicano en la evolución del narco, como muestra el trabajo del sociólogo Luis Astorga, una referencia fundamental en el tema. Según Astorga, el Estado mexicano disciplinó y subordinó por décadas a las organizaciones criminales, “un fenómeno que se desarrolló protegido desde distintas esferas del poder político y policíaco, como parte de una estructura de poder pero en posición subordinada” (31). En su reporteo por la Juárez, el periodista británico Ed Vulliamy se entrevistó con Cardona, quien detalló el análisis que en ese momento trabajaba con el reportero juarense Ignacio Alvarado. La tesis de ambos, anota Vulliamy, puede considerarse una “herejía”:

El ejército mexicano, sospechan, podría estar usando la crisis para facilitar, o incluso involucrarse en una campaña de lo que llaman “limpia social” del basurero humano: los indeseables, los drogadictos, los vagos y los ladronzuelos o más que ladronzuelos. El ejército prácticamente no disipó esta idea cuando, en una conferencia de prensa el 1° de abril de 2008, Jorge Juárez Loera, el general a cargo del enésimo distrito militar (del que Juárez forma parte), describió cada muerte ocurrida bajo su vigilancia como “un delincuente menos”. (63)

     El trabajo de Cardona y Bowden, junto con el de otros como Astorga y Alvarado, recibe escasa atención mediática si se les compara con el trabajo de periodistas que, como en el caso de Diego Osorno, Anabel Hernández y Ricardo Ravelo, por mencionar a los más visibles, reproduce la lógica discursiva oficial que insiste en que la violencia es el producto directo de una supuesta lucha de cárteles que dominan en ciertas zonas del país y que rebasan el poder del Estado. Contra la opinión de reconocidos periodistas legitimados por los propios discursos oficiales, el trabajo de Bowden y Cardona es en efecto lo más cercano a una herejía periodística que refuta el credo de los cárteles que suscribe la mayoría en México.
     Entre todo, es justo reconocer la validez de cierta corriente crítica que ha señalado con razón algunas limitaciones y efectos improductivos en el trabajo de Bowden y Cardona. Para el investigador y activista Willivaldo Delgadillo, por ejemplo, libros como Juárez: el laboratorio de nuestro futuro han sido responsables de la “construcción de una mirada” que ha generado una leyenda negra sobre la frontera, cuya “visión apocalíptica posiciona a lugares como Juárez como el principio del fin del mundo”. Libros como Murder City ciertamente corren el riesgo de generalizar un estado de sitio producido en condiciones históricas y políticas precisas que en ciertos momentos de su lectura parecen consustanciales y constitutivos de la sociedad fronteriza misma. El extremo de esta crítica es acaso sustentable en el libro Dreamland. The Way Out of Juárez (2010), en el cual Bowden utiliza la noción ahistórica y despolitizada del sueño como metáfora para explicar las dinámicas del crimen en la ciudad y así no sorprende entonces que escriba: “Es más fácil ver toda la casa de los cadáveres como una desviación del orden natural de las cosas” (Dreamland 10). Por otro lado, los análisis de Bowden pueden caer en contradicciones e incluso reificar la mitología oficial de la lucha de cárteles y llegar a señalar, como ocurre en ese mismo libro, que “el poder de la industria de la droga ha excedido el poder del Estado” (2). 
     Sin embargo, los señalamientos en apariencia exagerados y tremendistas de los libros de Bowden y Cardona tienen un sólido fundamento en la experiencia inmediata de lo real. En su reporte México: Nuevos informes de violaciones de derechos humanos a manos del ejército, publicado en 2009, Amnistía Internacional hace un llamado púbico para que en el contexto de la supuesta guerra contra el narco, se entienda que

el delito no se combate con más delito, y la gravedad de una crisis no puede convertirse en una justificación del uso de métodos ilegales, ni en un pretexto para cerrar los ojos ante la comisión de abusos. El objetivo de este informe es poner de manifiesto un grave panorama de violaciones de derechos humanos perpetradas recientemente por miembros del ejército mexicano y pedir que las autoridades civiles y militares tomen de inmediato medidas eficaces para poner fin y remediar estos abusos. (Amnistía 7)

     La ONG documenta cientos de denuncias de casos en que ciudadanos de Juárez y de otras partes del país fueron secuestrados, torturados y asesinados a manos de soldados enviados por Calderón en lo que se denominó como el Operativo Conjunto Chihuahua para atacar a los cárteles de la droga. La Comisión Estatal de los Derechos Humanos recibió en esos años más de 1,450 denuncias de desapariciones, torturas y cateos ilegales (Cano). Lo peor del reporte de Amnistía Internacional, sin embargo, es lo que no consigue documentar: “Amnistía Internacional cree que estas cifras no reflejan el verdadero número de casos de tortura, desaparición forzada y homicidio ilegítimo, que es mucho mayor” (Amnistía 6).
     Cité al principio de este ensayo la frase punzocortante “la frontera no siempre ha estado allí” y me apresuré a explicar en estas páginas cómo Ciudad Juárez apareció en el horizonte del mundo contemporáneo alrededor de 1996, entre otras causas, porque periodistas como Charles Bowden y Julián Cardona recorrieron juntos sus calles y escribieron lo que vieron. Pero es necesario reconocer el impreciso determinismo de mi interpretación, la reductiva fuerza de esa frase. Ciudad Juárez siempre ha estado allí, pero ha sido en un flujo intermitente que la historia nos ha deslumbrado con su relevancia crucial en el devenir de ese país que apenas cuenta con dos siglos de haberse inventado y que ya ha tenido que venir a guarecerse a su frontera cuando se desatan las tormentas. Me basta con recordar dos episodios que no por obvios dejan de ser claves: el carruaje apremiado (que Alejo Carpentier llamaría real maravilloso) que el 14 de agosto de 1865 llevó a Paso del Norte a Benito Juárez (cuyo apellido renombraría la ciudad), el único presidente indio de nuestra historia, que trajo consigo además la capital portátil del país para que no quedara en manos de los franceses que ocupaban la Ciudad de México; y la mañana del 8 de mayo de 1911, cuando los valientes soldados de la primera revolución del siglo XX cumplieron las órdenes de Pancho Villa y Pascual Orozco (las mismas órdenes que el temeroso Francisco I. Madero quiso frenar) para arrebatar a las fuerzas federales el control de Ciudad Juárez y forzar con ello la renuncia incondicional de Porfirio Díaz. Casi un siglo más tarde, Ciudad Juárez volvió a incendiarse para jugarse en ella el destino del país y el de esa supuesta “guerra” contra el narco que no es sino el desesperado intento de un Estado que busca recobrar su soberanía perdida ante los emergentes pactos locales entre narcos, policías, empresarios y políticos que como en Michoacán o en Tampico han intentado crear territorios autónomos al fuero federal. Entre otros periodistas comprometidos como Ignacio Alvarado, José Pérez Espino, Bárbara Vázquez, Jaime Bailleres, Alfredo Carbajal y Sandra Rodríguez, Julián Cardona y Charles Bowden nos enseñaron a ver esta ciudad en llamas por medio de su trabajo y a pesar de su trabajo mismo. No sé si la han entendido. No sé si se puede entender una ciudad, pero sé que su trabajo ha conseguido significarla, que no es sino otra manera harto más torpe de decir que han conocido sus calles, que han hablado con su gente y que han hecho las preguntas correctas.

V. Coda con víscera y poesía

     Bowden y Cardona han trabajado juntos en varias exposiciones fotográficas acompañadas por ensayos narrativos. Una de las más exitosas de estas exposiciones fue “La historia del futuro”, que incluyó un ensayo del propio Cardona. En ese texto, Cardona concluye: “Juárez sopla como cortante viento helado y se filtra por las ventanas de nuestras almas en demanda de nuestra atención. Abrazamos sus imágenes como sustitutos de nuestros propios vacíos, pero se diluyen al instante en nuestra confortable realidad. No descubrimos a Juárez, Juárez nos descubre” (“World Class City” 24). Una frase de esta cita fue la idea seminal del documental If Images Could Fill Our Empty Spaces, de Alice Driver, un acercamiento a la violencia en Ciudad Juárez basada en el trabajo de Bowden y Cardona entre otros.(3) El reconocimiento internacional no se ha hecho esperar para ambos. Cardona recibió la Cultural Freedom Fellowship de la Fundación Lannan en 2004.(4) En 2013, el Instituto para las Artes y los Medios de la California State University, Northridge, adquirió más de 8,500 imágenes digitalizadas y alrededor de más de 9,000 fotografías en film del acervo personal de Cardona.(5) El prolífico trabajo de Bowden aparece con frecuencia en los principales medios de Estados Unidos. Ha recibido numerosas distinciones y como recuerda la revista The New Yorker, por su “lírica austera” ha sido considerado “un periodista de sangre y vísceras con una sensibilidad de poeta” (Blake).
     Durante el trayecto por los territorios tocados por la migración, Bowden ensayó esbozos biográficos sobre Cardona, su trayectoria como fotógrafo en la frontera y algunos de los rasgos más decisivos de su personalidad. Por momentos observa a su compañero de viaje de esos años y anota: “Él capturará la eternidad, esa belleza entre el hedor y el polvo y la tierra y el vidrio roto y los labios pintados de las jovencitas que se ofrecen en los portales” (Exodus 186-87). Al terminar su colaboración para Murder City en 2008, Bowden agrega una nota final en la que cuenta cómo Molly Molloy, investigadora y bibliotecaria de New Mexico State University, terminó rebasada por el “torrente de muerte” (Murder City 319) que se esforzó en registrar ese año, como había estado haciendo en años pasados desde su sitio de internet “Frontera List” que ha proporcionado información clave para libros como Murder City. Escribe Bowden:

     La fatiga de documentar las muertes es una experiencia común. Recuerdo a mi amigo, el fotógrafo Julián Cardona, a principios de junio [de 2008] después del asesinato a balazos de una niña de doce años, diciéndome, “no puedo hacer esto más, es una causa perdida”. Y por un breve tiempo, dejó de tomar fotografías. Y entonces, desde luego, volvió a hacerlo.
     Yo mantuve un archivo con notas periodísticas hasta mayo o junio, cuando alcanzó mil quinientas páginas a renglón cerrado. Y tiré la toalla.
     Crucé el puente de Juárez a El Paso en junio o a principios de julio jurando que nunca regresaría. Pero regresé. Y Julián Cardona y Molly Molloy también continuaron con su trabajo. (Murder City 319-320)

Notas

1. Todas las traducciones son mías a menos que se indique otra fuente.

2. Esta versión ha sido criticada por el periodista juarense José Pérez Espino, quien señala inconsistencias en Huesos en el desierto: “González Rodríguez prefirió imaginar que investigar. Es probable que algunos de los homicidios no esclarecidos los hayan perpetrado sicarios de la mafia. Pero es insostenible la versión de que los casi 300 casos [ahora más de 500] sean crímenes “rituales” cometidos por “dos personas”. Sus afirmaciones a la prensa contradicen lo publicado en su propio libro, del cual se desprende que en Ciudad Juárez han ocurrido homicidios por las más variadas causas: motivos pasionales, por violencia intrafamiliar o enfrentamientos entre pandillas, por ejemplo” (Pérez Espino 64).

3. El documental está disponible en el siguiente sitio de internet: <http://alicelaureldriver.com/documentary-film-if-images-could-fill-our-empty-spaces/>

4. Véanse los detalles del reconocimiento en la página oficial de la Lannan Foundation: <http://www.lannan.org/cultural-freedom/detail/julian-cardona-awarded-2004-cultural-freedom-fellowship>.

5. Véase el anuncio oficial de la adquisición del acervo: <http://csunshinetoday.csun.edu/arts-and-culture/csun-acquires-works-by-mexican-photographer-julian-cardona/>

Bibliografía

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Benítez Rohry, Adriana Candia; Cabrera, Patricia; De la Mora, Guadalupe; Martínez, Josefina; Ortiz, Ramona y Velázquez, Isabel. El silencio que la voz de todas quiebra: mujeres y víctimas de Ciudad Juárez. Chihuahua: Ediciones del Azar, 1999. <http://www.geocities.com/pornuestrashijas2/elsilencioque3.html>.

Blake, Meredith. “The Exchange: Charles Bowden on Juárez, ‘Murder City’”. The New Yorker. 24 de mayo, 2010. <http://www.newyorker.com/online/blogs/books/2010/05/the-exchange-charles-bowden-on-jurez-murder-city.html>.

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—. Murder City: Ciudad Juárez and the Global Economy’s New Killing Fields. New York: Nation Books, 2010.

—. “While You Were Sleeping”. En The Charles Bowden Reader. Eds. Erin Almeranti y Mary Martha Miles. Austin: University of Texas Press, 2010. 105-121.

—. Con Alice Leora Briggs. Dreamland. The Way Ouf of Juárez. Austin: University of Texas Press, 2010.

—. Con Julián Cardona. Exodus/Éxodo. Austin: University of Texas Press, 2008.

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