El
Hombre Nuevo ante el Otro Futuro*
Iván
de la Nuez**
1. Pensar en el
límite de la Revolución y de la cultura de los libros
En la era abierta por la
clonación y la manipulación genética de la especie
humana; en la expansión de la informática, el Internet y
la realidad virtual; bajo el apogeo del futuro soñado en las más arriesgadas
tramas de la ciencia ficción, doce jóvenes ensayistas cubanos
han aceptado mi encomienda de reunirse para pensar el porvenir de su país.
Ello implica, de muchas maneras, pensar el sitio de ese país y de
ellos mismos en ese porvenir. Todavía más: implica, necesariamente,
ejecutar el exorcismo de adelantarlo. Hijos de la Revolución, y
al mismo tiempo hijos de la cultura de los libros, estos escritores habitarán
en un futuro en el que una - la Revolución - y otra - la cultura
de los libros - se perciben en una zona límite; en una frontera
donde las apuestas más radicales hablan de sus respectivas desapariciones,
mientras que las más balanceadas sólo admiten su continuidad
dentro de una transformación total de lo que tales términos
han significado hasta ahora. Es, sin embargo, desde la Revolución
y la cultura de los libros de donde parten las acometidas que se abordan
en los textos que siguen.
Si algo saben estos escritores es que no basta con pensar el futuro. Es
necesario situarse en él. Y esto a pesar de que se enfrenten, en
un acto de esta envergadura, a una paradoja fundamental: El Futuro, así
con mayúscula, ya ha sido habitado por ellos. ¿No nacieron
y crecieron escuchando que “el futuro pertenece por entero al socialismo”?
¿No fueron ellos los elegidos incontaminados, hombres y mujeres
que crecerían sin la sombra del capitalismo hasta un mundo sin dinero
y sin clases? Ahora, recién despertados del sueño futurista,
recién llegados de ese porvenir, se ven conminados a imaginar y
vivir un mundo diferente al prometido. Como si se balancearan en una cuerda
floja entre el futuro perdido y el futuro posible.
Las criaturas aquí reunidas, forman parte de un engendro - y dicha
esta palabra sin el menor matiz peyorativo - que un día se llamó
Hombre Nuevo. Provienen del boom demográfico de los años
sesenta, que duplicó la población cubana hasta conseguir
que esta generación constituya hoy la mayoría viva de ese
emplazamiento llamado Cuba. Sintetizan parte del ideal ilustrado -desde
Marx hasta el Hombre Nuevo de Ché Guevara -, aunque han incubado
también una buena dosis del ideal romántico - desde Frankestein
y José Martí hasta la clonación y la manipulación
genética de nuestros días. Programados para vivir en el comunismo,
ahora tienen que asumir su “reprogramación” para habitar un futuro
que no era el “suyo”. Obligados a la extraña circunstancia que les
impone el hecho de tener que hacer arqueología de un pasado no vivido
para ingresar, con alguna garantía, en el porvenir inesperado.
Como hijos de la Revolución, los cubanos nacidos a partir de los
sesenta protagonizaron la ruptura más radical que se haya conocido
con la tradición y la línea familiar en la historia cubana.
En El socialismo y el hombre en Cuba, precisamente, Ché Guevara
los sitúa como la primera generación incontaminada; aquellos
que no tuvieron el “pecado original” del capitalismo. Aunque ello quiere
decir, también, que no tuvieron tampoco el complejo burgués
que el mismo Ché le atribuyó a sus padres. Han vivido la
Revolución con el desparpajo de entender que ésta fue hecha
para
ellos. Y con la cíclica denuncia y paternalismo de sus progenitores
en el poder, que no han cesado de repetirles que la Revolución no
fue hecha por ellos.
En cualquier caso, Marx ya había avisado de que los hombres se parecen
más a su época que a sus padres. De modo que una vez operada
esa ruptura (es decir, cuando la “época” y la socialización,
mas no la familia ni el linaje, comenzaron a ser los puntos de familiaridad
de los cubanos nacidos con la Revolución) estos humanos quedaron
inscritos en una tradición de seres construidos, capaces de incorporar
en sí mismos el Calibán de Shakespeare, el Frankestein de
Mary Shelley, el Hombre Nuevo del Ché, el buen salvaje de Rousseau,
el hombre del comunismo o el superhombre de Nietzsche, posterior a la muerte
de Dios que toda Revolución, en principio, representa. Tratamos,
en fin, con una mezcla complicada que estaba destinada a ser el sujeto
de la Revolución en una isla que ha aparecido, según mitologías
pasadas o recientes, como la Isla del tesoro, la Isla del Doctor Moureau,
Utopía, la Isla del misterio, el paraíso sexual, la última
Tule del proyecto comunista o la Llave del Golfo. Todos esos seres en uno,
todas esas islas en una.
Como hijos de los libros, no faltan aquí las visitas, deudas y controversias
con el pensamiento cubano: José Antonio Saco, Félix Varela,
José Martí, Tristán de Jesús Medina, Jorge
Mañach, Fernando Ortiz, José Lezama Lima, Cintio Vitier o
Roberto Fernández Retamar. Sólo que la presencia de estos
pensadores se ha asumido más para concederles una ralea terrena
que para otorgarles la vitola sagrada de Padres de la Patria. Igual de
importantes - o a veces, más - han sido Maurice Blanchot o Gilles
Deleuze, Theodor Adorno o Michel Foucault, Giorgio Agamben o Peter Sloterdijk,
según los casos y aproximaciones.
Las invitadas e invitados a este libro parecen haberse apropiado de la
frase de Nieztsche acerca de los fundamentos: no se trata de renegar de
ellos, pero es preciso, ante ellos, ponerse los guantes. Al actuar de esa
manera, este grupo ha asumido una especie de extranjería - un carácter
forastero y extraño - que suele diferenciar al nuevo ensayo cubano
de otras regiones de la literatura - pensemos, por ejemplo, en un amplio
territorio de la novela contemporánea cubana -, donde son minoría
los que consiguen salvarse de la férrea sujeción que todavía
ejercen José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante,
Virgilio Piñera o Reinaldo Arenas. Podría afirmarse que si
gran parte de la nueva novela ha buscado adentro y antes,
los nuevos ensayistas se han caracterizado, desde su primer trazado en
los años ochenta cubanos, por buscar afuera y después.
Esta característica tiene una justificación inmediata bastante
comprensible, habida cuenta del lamentable estado en el que quedó
el ensayo cubano tras la sovietización del país en los años
setenta. Pero también ante el agobio producido por los discursos
“duros” de identidad nacional, reflotados en la última década,
y que han acompañado, desde el siglo XIX, a una porción importante
del pensamiento cubano. En la búsqueda de un calado alternativo
a esta situación, Rafael Rojas ha clamado por un “patriotismo
suave”, tras las propuestas más radicales de “olvidar Orígenes”,
lanzada por Rolando Sánchez Mejías o de “aprender a odiar
un poco el siglo XIX” (Iván de la Nuez). En todo caso, la historia
del pensamiento cubano anida de muchas maneras en estos autores, y es posible
encontrar ecos de Jorge Mañach en Rafael Rojas, de Virgilio Piñera
en Antonio José Ponte, de Pensamiento Crítico en Víctor
Fowler, de Tristán de Jesús Medina en Jorge Ferrer, o de
José Lezama Lima en Emma Álvarez-Tabío Albo.
2. Pensar desde un espacio
que está fuera de lugar
Como productos de una utopía,
los seres que aquí se encuentran están, por así decirlo,
fuera de lugar. Han sido, son o serán marginalmente latinoamericanos,
marginalmente comunistas, marginalmente poscomunistas, marginalmente occidentales,
marginalmente liberales. Sea porque llegaron primero a algunos de estos
epítetos; sea porque llegarán tarde a otros, estos seres
cubanos se enfrentan a un asunto complicado cuando deben situarse en el
futuro. No sólo - aunque esto no debemos olvidarlo ni un minuto
- porque, como hemos adelantado, ellos regresan de “allí”. Sino,
y ante todo, porque en los dibujos que les traza el porvenir, se les convida
a un mundo que hace aguas por
todas partes. Esto es: corren el riesgo de entrar en el espejismo de un
mundo que comienza a tener averías muy fuertes. A este sujeto del
porvenir no le bastará con aferrarse a creer en la democracia tal
cual existe hoy, porque es muy posible que arribe a ella cuando ésta
manifieste su canto de cisne, cuando pasa sus horas más bajas el
Homo
democraticus.
El desplome del Muro de Berlín y del campo comunista implica asimismo
el derrumbe - no por más lento menos evidente - del liberalismo
tal y como hoy lo conocemos. Con la caída del “imperio del mal”,
la obsolescencia del mundo incumbe, y mucho, al actual orden liberal. En
una frase: el Muro ha caído hacia los dos lados. Y la democracia,
tal como hay la conocemos - es decir, la democracia liberal - será
quizá una condición necesaria, pero no suficiente en el futuro
de estos autores.
Hay otro problema de orden existencial que es aún más grave:
estos cubanos saben que estarán, para siempre, bajo sospecha. No
serán suficientes todas las hipotecas adquiridas con el nuevo sistema
capitalista, ni todos los guiños para dar un aspecto de normalidad
burguesa que consiga maquillar el “terrible” pasado comunista. Nada de
eso será suficiente porque aquellos y aquellas que han crecido y
vivido en la experiencia comunista serán ya para siempre sujetos
incómodos y escrutados. La colectivización, la sociabilidad,
la impudicia y la promiscuidad fueron maneras de vivir - bajo el socialismo
cubano - la libertad de la carne y de los deseos allí donde el espíritu
de las leyes era nulo y lejano. El Hombre Nuevo que vivirá en el
futuro tendrá siempre algo de contrabando - como apunta en su ensayo
Ernesto Hernández Busto. Quizá habrá en él
algo de un hacker que estetizará su revolución en
lo virtual, allí donde las leyes van detrás y no delante
de los acontecimientos. Sobre todo, porque sabrá que la desembocadura
de todo proyecto ulterior en el Gulag o en Auschwitz - por poner dos ejemplos
extremos a los que el comunismo y el capitalismo han podido llegar - es
evitable rebajando el perfil detonante de esas retóricas que hoy
nos hablan en nombre del Pueblo, de la Causa, de la Patria, incluso de
la Democracia.
El Hombre Nuevo, además, estará bajo sospecha para sus semejantes.
En el propio exilio cubano, por ejemplo, esta inoculación fatal
del comunismo ha sido descrita, desde el éxodo masivo por el puerto
del Mariel en 1980 hasta ahora, bajo el signo de “escorias” - inexplicablemente
copiado de la represión oficializada del régimen cubano-,
“exilio de terciopelo”, o “quedaditos”. Es decir, ha sido percibido -y
no ha faltado razón en esto - como un sujeto anómalo marcado
fatalmente por el comunismo. Y estará, igualmente, bajo sospecha
porque, como hizo con muchas consignas comunistas, compartirá los
motivos del orden burgués en términos declamatorios, pero
un día - o mejor, una noche - echará mano de su experiencia
única y comprobará que no sólo corresponde a ese pasado
“terrible” que precisa ser borrado, sino que podrá emplearlo como
un cuaderno de bitácora, un plano para construirse un porvenir en
el cual está llamado a alojarse como un extraño.
3. Pensar algunas normas
para el parque cubano
La publicidad y el turismo
han convertido a Cuba un país casi virtual, muy parecido a un juego
de megadrive. Las últimas propagandas ya han sustituido la
palabra paisaje por la palabra escenografía,
dentro de la cual aparece, como un elemento más, la población.
Hay aquí, algo más que el atrezzo propio de las islas
turísticas, donde las especies - sobre todo las humanas - existen
para ser fotografiadas y clasificadas. Ese “algo” denota un regreso. La
esfera de la Cuba prerrevolucionaria - coches años cuarenta-cincuenta,
vestuario “de época”, sabor tropical, la vuelta del son primigenio,
la gerontocracia como portadora de la verdad -, nos está diciendo
que, aun bajo el modelo emanado de la Revolución, ya se experimenta
un retorno al pasado. Se trata de una situación virtual en la que
vuelven a convivir la misa del domingo, el empresario criollo, el colonialista
español, el inversor americano, el cubano como buen salvaje, la
fiesta (donde según Antonio José Ponte campan a sus anchas
los estetas del Periodo Especial) y las tribunas encendidas de consignas
revolucionarias. No es posible aquilatar con exactitud cuanto de conservadurismo
se esconde tras las bambalinas de ese animador de parque temático,
cuyas síntesis
parecen encadenar a estos humanos inicialmente programados para el futuro
en una estación de servicios poblada de cocoteros. Por todo
ello, pensar el futuro significa, ante todo, pensar un futuro diferente:
cortar las cadenas con el tiempo que se ha vivido pero, además,
con el espacio en el que se nos obliga a quedar anclados.
Hay una literatura cubana que ha intentado captar esta tragedia del Hombre
Nuevo como alguien que debe escoger ante una encrucijada. En El bosque,
el lobo, y el hombre nuevo, Senel Paz lo sitúa entre la liberación
de la libido y la represión de la diferencia; entre el peso autoritario
de lo social y el impulso libertario del individuo. En La fábula
de José, Eliseo Alberto lo emplaza en un parque zoológico.
El cubano, esta vez, como Homo Sapiens, condenado a elegir entre el zoológico
y la cárcel. Entre lo infrahumano que se esconde en la sordidez
y lo humano que se exhibe en lo grotesco. No es casual, al respecto, que
el niño Elián fuera llevado a Disney World en su viaje iniciático
por el capitalismo. Como si la terrible tragedia de sus 48 horas en el
mar pudieran ser borradas por otras 48 horas entre Superman, Mickey Mouse
y Betty Boop.
4. Pensar una (minúscula)
revolución
después de la Revolución
Si la política existe,
nos alertó una vez Foucault, es porque ha existido la revolución.
Pero la revolución es, entre otras cosas, un hecho cotidiano. Hoy
tenemos una certeza esperanzadora y tremenda a la vez. Hoy sabemos que
es posible entrar en una posibilidad no burguesa del made self
man; un humano que puede hacerse, literalmente, a sí mismo.
El Hombre Nuevo entra al nuevo milenio como un ente romántico, antes
que como un hombre ilustrado. Es un individuo marcado por la soledad dentro
de lo gregario, hipercomunicado con problemas de comunicación. Sabe
que ha dado un golpe definitivo a la generación de la Revolución
- que persiste no obstante secuestrándolo todo con su poder y su
retórica en los dos extremos del “problema cubano” -, si bien entiende
que ha de continuar operando en minúsculas, en “partículas
elementales”, como ha sugerido en su polémica novela el escritor
francés Michel Houellebecq.
Una antología es siempre arbitraria, personal e intransferible.
Los ensayos de ésta provienen de un grupo con una experiencia común
y - como se verá - es muy curioso que una historia similar, en las
escuelas de la Revolución, bajo preceptos férreos y autoritarios,
y con un pie forzado para hablar del futuro, nos haya deparado textos tan
diferentes.
El nuevo ensayo cubano puede ser catalogado, sin duda, como un movimiento,
que hunde sus inicios en los años ochenta y que hoy - fracturado
en Barcelona, México, La Habana, Miami, Majadahonda-, ha continuado
otorgándose una categoría de continuidad, de debate y de
solidaridad.
Creo que es una singularidad, en medio de la cultura cubana - convertida
en un infinito abrevadero de nostalgias- el hecho de que el ensayo pueda
ratificarse como un ejercicio libre y futurista.
¿Cuáles serían, entonces las líneas maestras
del nuevo ensayo cubano? He aquí algunas: la victoria de una poética
de la experiencia; el distanciamiento con lo que la academia norteamericana
ha impuesto como non fiction, lo cual usurpa la violencia imaginaria
de todo buen ensayo; la necesidad de un compromiso con el dibujo del futuro;
el ejercicio de la libertad, al enfrentar las consecuencias personales
y políticas - en todos los bandos - de compartir proyectos como
este; la conciencia de una experiencia única en la cultura occidental;
la incomodidad con el presente - lo mismo para los que viven en Cuba, como
para los que están fuera -; la utilización de la primera
persona del singular; la ironía; la irreverencia ante los padres
fundadores; la puesta en solfa de la esencia cubana como una entidad invariable;
el acto de la literatura como una continuidad de la amistad y el amor a
los libros, al alcohol, a las veladas nocturnas y diurnas; el hecho de
ser la primera generación posterior a la revolución -y eso
no lo perdonan los estalinistas tropicales- que ha vivido una experiencia
cosmopolita. Y no me refiero a los “viajes” de los funcionarios, sino a
engendrar, vivir, trabajar, implicarse y crear en ciudades diversas: el
hecho de compartir París y Miami, Nueva York y México, Moscú
y Barcelona, Oporto y La Habana, algo que no ocurría desde la primera
generación de la Revolución que reactivó la cultura
cubana en los sesenta.
Desde el punto de vista intelectual y vital hay un punto de partida común
en los movimientos vanguardistas de los años 80 en Cuba, lo que
Emma Álvarez - Tabío Albo ha llamado “la década ciudadana
de la Revolución”, cuando esta misma generación, de la mano
de los artistas visuales, pidió la transformación y el paso
a los que habían nacido en los sesenta. Y también fue un
punto en común la represión a ese movimiento, un hecho tan
siniestro que puede decirse que hipotecó la transformación
de la Revolución y adelantó gran parte de la crisis que hoy
se vive. No es casual que hoy mismo el poder cultural esté en manos
de la generación de los setenta - época del stalinismo y
la sovietización- y que, como en aquella época, se proclame
una apertura económica y al mismo tiempo un sistema de censuras
y domesticaciones en el orden ideológico.
La polémica modernidad-posmodernidad y la caída del Muro
de Berlín son los dos hechos que sirven de pistoletazo “internacional”
de salida a este movimiento. El postestructuralismo francés, la
teoría crítica alemana, parte del pensamiento latinoamericano,
los cultural studies norteamericanos, pero también Brodsky
y Navokov, Sloterdijk y Agamben, Auster y la arquitectura, son los referentes
de gente que narra en primera persona un caso exclusivo en la cultura occidental.
Muchos de estos autores -desde sus respectivos intereses- no han hecho
más que empezar a producir eso que llamamos una “obra” ensayística,
si bien muchos de ellos - Omar Pérez, Ferrer, Sánchez Mejías,
Prieto, por ejemplo - se mueven en otros medios como la narrativa o la
poesía. Incluso, casi todos viven en los laterales (o sencillamente
fuera), del mundo académico, sea porque han sido censurados en ese
medio, o porque lo han abandonado, o porque, sencillamente, se consideran
escritores ante todo. No son “cubanólogos”, y se alejan de los modos
de construcción de lo cubano de la cultura oficial de la isla -
marcada cada vez más por una lectura cerrada y esencialista en la
línea del grupo Orígenes -, pero se distancian igualmente
del paradigma cubanoamericano, que suele colocar la tradición en
Cuba y la modernidad en Estados Unidos. Aquí, como resultado de
una modernidad anómala, todo concurre simultáneamente.
5. Pensar el día
después
“Y en Cuba...¿qué
va a pasar?”
Esta pregunta es soportada
por cada cubano o cubana, viva donde viva, vaya a donde vaya, muera donde
muera. Se trata de una pregunta esbozada con una mezcla de ambición
y de morbo, de compasión y deseo, de interés y solidaridad.
Y aunque no ha habido, probablemente, una época de tanta
incertidumbre como esta en la vida cubana, no ha sido ésta la única
sobre la cual ha flotado esta indagación. Dejemos retroceder la
máquina del tiempo hasta finales de los años cincuenta, en
medio de la guerra revolucionaria por el derrocamiento del dictador Fulgencio
Batista. Entonces, la pregunta se esgrimía a menudo y no sólo
en Cuba: también en México y en Caracas, en Nueva York y
en París. En la década del 30, en los días que rodearon
la caída del caudillo liberal Gerardo Machado, la inquietud era
extendida y preocupaba tanto lo que iba a ocurrir como el signo ideológico
de lo que iba a ocurrir. En 1898, cuando la intervención norteamericana
usurpó la victoria de las huestes independentistas, en España,
Cuba y Estados Unidos la inquietud apareció con frecuencia. Con
el advenimiento de la Revolución, así como de sus diferentes
etapas, esta pregunta se ha reiterado con matices aún más
agudizados y con un espectro geopolítico más amplio, propios
de la complicada inserción cubana dentro del Imperio Soviético
y su particular emplazamiento en la Guerra Fría. En la década
del sesenta, por ejemplo, la crisis de los misiles, la invasión
a Playa Girón en 1961, la controversia chino-soviética, el
auge y la crisis de la guerrilla en América Latina, la explosión
de las independencias en África o la agresión de los tanques
soviéticos durante la Primavera de Praga, fueron acontecimientos
que pusieron en duda la continuidad del modelo cubano. La política
del Bloque Comunista y la situación de los No Alineados en los setenta,
o las ocupaciones norteamericanas a Granada o Panamá en los ochenta,
han hecho recorrer ese fantasma bajo cuya sombra cada cubano se ha convertido
en una especie de gurú de sí mismo; un adivino de preocupaciones
propias y ajenas, para el que siempre hay una tribuna y un público
a la espera de la respuesta mágica.
¿Qué pasará
en Cuba?
Con la caída del Muro de Berlín, en 1989, y el desmantelamiento
posterior del Imperio Soviético, la pregunta ha arreciado con fuerza
y determinación. Y las respuestas, como puede esperarse, han sido
diversas. Desde un indolente, sabio y popular “aquí no pasa nada,
excepto el tiempo”, hasta los experimentos de ingeniería institucional
de algunos “cubanólogos” en las academias norteamericanas, que vaticinan
un cambio rotundo hacia la democracia liberal y el mercado. Desde irónicas
salidas, que colocan el futuro cubano bajo el dominio de su tradición
china (como ha adelantado Antonio Benítez Rojo) hasta alarmas aterradas
ante una supuesta guerra de razas que asolaría la isla entera. Desde
el presupuesto trágico de hundir la isla en el mar hasta el supuesto
implícito de anexarla a Estados Unidos. Desde la continuidad de
los logros sociales de la Revolución hasta la liquidación
de toda memoria que emanara de ésta. Sea por los acontecimientos
mundiales, ante un proceso de globalización neoliberal y los atisbos
de una transición económica en Cuba; sea por la edad del
Máximo Líder de esa Revolución, que ampliamente supera
los setenta años; sea por el crecimiento de una oposición
interna que, en sus diferentes propuestas políticas, intentan un
cambio del estado y sus aparatos políticos, el caso es que la pregunta
por el futuro cubano no ha dejado de crecer. Al punto de que podría
afirmarse que ejercer este oráculo ha pasado a ser uno de los pasatiempos
nacionales, junto al béisbol, el dominó o el boxeo.
¿Qué pasará
en Cuba?
Pensar el después implica, sin duda, pensar el lugar del después.
Y es que, pensando el futuro, uno habita, mal que le pese, en una utopía.
Es decir, en un no lugar. Lo curioso aquí es que, a diferencia
de las utopías trazadas por Moro, Erasmo, Bacon o Campanella -que
nos hablaban generalmente de un espacio cerrado en el que los sujetos apenas
contaban-, ahora resulta que los
individuos alcanzan en cada uno de estos ensayos, un valor fundamental.
Acaso, lo interesante de esta condición futura se deba, entre los
cubanos, al resurgir de un tipo de humanismo, pero sin las coartadas que
el existencialismo, el marxismo o el liberalismo propusieron para él.
Se trata de un humanismo en el cual la elección y la experiencia
prevalecen por encima de la esencia -fija e invariable- con la que suelen
teñirse las identidades nacionales, entre ellas la cubana.
El Hombre Nuevo de estos días, aquél que, en su memorable
y discutido pasaje de Las palabras y las cosas, Michel Foucault
vio desaparecer en la arena, ha regresado, por la vía virtual y
de la genética, cuando no era esperado. En ese futuro de la elección
antes que de la predeterminación, de la experiencia sobre la esencia,
habitarán los cubanos y cubanas que se incorporen al parque temático
global como representantes de la especie humana.
La Revolución disparó, para los cubanos, una energía
centrífuga de enorme envergadura: exilio, guerrillas en América
Latina, Asia o África, miles de estudiantes en Europa del Este.
Ello abrió el campo expandido hacia un mundo sin síntesis;
un universo posnacional que emanaba sus pulsiones hacia el exterior. Los
escritos aquí compilados, por el contrario, irradian sus pulsiones
hacia la Isla y evidencian un cambio en esta situación energética.
Si esta marea persistiera, entonces, quizá, se estaría cerrando
el ciclo centrífugo de la Revolución hacia un horizonte sin
retorno. Ello significaría que, desde el porvenir adelantado, aquellos
que conformaron el Hombre Nuevo tendrán finalmente su oportunidad:
una oportunidad elegida y conquistada desde una agenda propia para acceder
por sí mismos a su lugar en el tiempo y el espacio. Entonces, y
sólo entonces, consumarán su entrada en el porvenir y habrán
dado el portazo definitivo para abandonar el pleistoceno cubano.
* Ensayo introductorio a
la antología Cuba y el día después
** La Habana, 1964.
Ensayista y crítico.
Es director del Palau de la Virreina, centro de exposiciones del Ayuntamiento
de Barcelona. Su libro La balsa perpetua apareció en
Barcelona, 1998, por la editorial Casiopea y en Alemania, por Surkhamp,
en 2001. Ese mismo año, Mondadori publicó El mapa
de sal. Es autor de las antologías Cuba: La isla posible
(Barcelona, CCCB-Destino, 1995), Paisajes después del
Muro (Barcelona, Península, 1999) y Cuba y el día
después, (Barcelona, Mondadori, 2001). Sus ensayos y
críticas han aparecido en diarios, revistas y catálogos de
América Latina, Estados Unidos y Europa. En 1995, obtuvo la Beca
Rockefeller para las Humanidades.
La
Estructura del Relato... Apuntes sobre Literatura y Nación
Carlos A. Aguilera*
A José Aníbal
Campos
En uno de sus libros más lúcidos Elías Canetti escribe:
“La libertad de la persona reside (...) en defenderse de las preguntas.
La tiranía más exigente es la que se permite hacer lapregunta
más exigente.”
Sin embargo, ¿qué significa lapregunta en un país
donde ha sido barrido todo espacio de diálogo y la tiranía,
como afirma Canetti, no es ya la que hace lapregunta más exigente,
sino la que borra la posibilidad de su realización, el hecho de
hablar y no de repetir? Creo, que para intentar responder, nos hemos reunido
hoy.
Es bien sabido que la cultura cubana, o algunas de las ficciones que la
componen, ha sufrido históricamente momentos de una compulsiva politización.
No sólo por los sucesivos exilios que por una u otra razón
atraviesan a los hommes de lettres en la isla: Varela, Villaverde,
Martí..., sino y a consecuencia de una insercción muy clara
de la violencia estado (colonial, repúblicana, socialista) dentro
del espacio públicoíntimo de la literatura, y de la
marginación a que es sometida toda aquella “construcción”
que se atreva a disentir de la maquinita paranoica que cada gobierno convierte
en Ley.
De ahí los diferentes vaivenes de la ficción estado dentro
de la ficción escritor, y también la esquizofrenia de esta
última con el poder, que a la vez que detesta los mecanismos represivos
con que cualquier política se autoerige, los sublima para lograr
determinado capital de garantía: la posibilidad de seguir publicando,
de no perder el empleo, de no tener que salir fuera del país...,
o los ignora cínicamente para continuar movimientos de vida y no
caer en problemas.
En este sentido la revolución o el proyecto ideológico del
59 ha sido especialmente astuto. Ya que
cada cierto tiempo ha pasado sus cepillazos higiénicos: Boca de
Camarioca, Mariel, Agosto del 94, por sólo citar sucesos ampliamente
reconocidos, o ha diseñado el estereotipo del intelectual totalmente
puro - aséptico -, que siente una especie de horror a hablarpensar
sobre política, por lo menos públicamente, o que sólo
repite los lemas que la ideología impone: Kaspar Hauser que ladra
aquello que escucha.
(Nunca olvido una charla sobre LezamaPiñera que ofrecí junto
al poeta Pedro Marqués de Armas en la azotea de la editorial Letras
Cubanas y cómo el frío o el miedo o la estética
-- a veces no hay nada más represor que la estética -- paralizaron
a los presentes; cómo algunas personas del pabellón de las
Letras nos aconsejaron concentrarnos en la literatura y olvidar todo-tipo-de-jueguito-político.
Sin dudas, el estereotipo del escritor desconectado que sólo habla
de literatura es como una antigua escopeta, cada vez que ve a un conejo
se dispara solo.)
Tampoco hay que engañarse, los intelectuales a veces también
son astutos y muchas veces hacen pactos no-firmados con el aparato poder:
en tanto tú no radicalices yo admito cierta crítica e incluso
hasta la exporto. Es un negocio entre dos empresas, o mejor, dos ficciones:
una totalmente criminal, otra, que aspira constantemente a formar parte
del crimen.
El que mejor ha leído esto en la literatura cubana ha sido Virgilio
Piñera, especie de tótem actual del despotismo estatal
cubano. En uno de sus relatos más interesantes, sólo publicado
en la isla 25 años después de su muerte: La rebelión
de los enfermos, habla de cómo la realidad, organizada a través
de un juego “sutil” de caricaturas y simulacros, viola constantemente el
espacio íntimo y reparte a conveniencia las fronteras de la ley:
cómo los sanos tienen que devenir enfermos y ser hospitalizados
mientras los “enfermos reales” se convierten en consejeros-de-lo-sano y
representan operáticamente su papel de animales saludables. Al final,
como vislumbró en algunos de sus relatos el propio Virgilio, el
horizonte totalitario no es más que eso: un hueco donde todos están
presos y se vive constantemente fuera de la ilusión. Un hueco, donde
sanos y enfermos, siempre están enfermos.
No por gusto este relato fue dedicado a Antonia Eiriz, una de las artistas
más satíricas de la isla en
aquella época, que dejaría de pintar -según declaró
ella misma, por miedo: miedo a caer presa o a ser completamente desabilitada,
y se escribe en 1965, fecha en que aproximadamente comienzan a funcionar
los campos de concentración cubanos (UMAP) y a hacerse patente para
el total de la población cubana el proyecto cacharrero y discriminatorio
de la Revolución.
Lo interesante es que ni siquiera las personas que en esos momentos sufrieron
persecución han hablado de la antropofobia esencial del gobierno
cubano. La persecución no sólo fue “legalizada” hacia homosexuales
tal y como describe Antón Arrufat en el prólogo a la edición
española de los Cuentos completos de Virgilio Piñera.
La persecución fue dirigida hacia todos y contra todo tipo de diferencia:
los religiosos, los de pelo largo, los que escuchaban por la noche a los
Beatles, los que querían hacer asociaciones independientes de ajedrez,
los negros (que a partir de ese momento no pudieron continuar reuniéndose
en Sociedades), los que pintaban cosas estrambóticas con colores
no marxistas, los chinos (que emigraron en canoas hacia New York), los
escritores, etc. Escribir que sólo fueron los homosexuales es una
reducción al minímo y casi un encubrimiento del horror que
desde muy temprano practicó el totalitarismo cubano; un elogio a
la aplanadora.
Una de las novelas que mejor describe esta asfixia es La travesía
secreta de Carlos Victoria. Texto que narra como en los años
70, cuando ya la UMAP no era una granja sino un archipiélago: Gulag
sin goulash, una generación es aplastada y algunos incluso
llegan al suicidio, a la demolición total que produce la vida en
un país donde las contracciones civiles están prohibidas.
Prohibición que coloca entonces en ridículo el debate sobre
sociedad civil que se intenta en los últimos años en la isla,
salpicado estratégicamente con el redescubrimiento parcial de la
figura de Gramsci, y los monólogos sobre la alianza estado-reflexión
legislativa parezcan más un capítulo “malo” de una novela
“mala” de Macedonio Fernández que un debate conceptual y complejo.
Sencillamente, en una sociedad donde el estado: sus leyes represivas, son
todo, y donde el aparato legal se divide políticamente en a favor
/ contra, no imagino una brecha donde el animal civil pueda ser otra cosa
que animal político, reducción de un espacio que de tanto
machacarse resulta invisible.
Escribe Primo Levi: “La presión que un estado totalitario moderno
puede ejercer sobre el individuo es pavorosa. Tiene tres armas fundamentales:
la propaganda, directa o camuflada, la educación, la instrucción,
la cultura popular; la barrera que impide la pluralidad de las informaciones;
el terror...”
Pero, ¿qué significa el terror (elhorror) en un país
que se vende como la panacea del obrero moderno, la apoteosis y el refugio
del hombrecito humilde?
Nada. Todos sabemos cuánto las ficciones estatales pueden mentir:
lo leemos día a día en los periódicos, y las maneras
elaboradamente sutiles en que un estado o discurso construye terror sobre
los demás. Significa nada porque las ficciones de las personas,
esas transversalidades de lecturas e ideas amorfas, en estos tipos de sistemas
también significan nada. Nada su horizonte o posibilidad de elegir.
Nada su privacidad.
Si en literatura alguien ha visualizado esto de manera efectiva ha sido
Reinaldo Arenas. No sólo por su autobiografía, verdadero
muestrario de la alianza horror-estado dentro de las fronteras anémicas
que se le permite a un individuo en Cuba, sino por sus novelas: El color
del verano, La loma del ángel, El palacio de
las blanquísimas mofetas..., y sus relatos.
¿Acáso ese trapiche-lanza-negros en La loma del ángel
no es una metáfora exagerada y a la vez exacta del choque entre
las dos ficciones que durante siglos han dominado el espacio ideológico
cubano: el de la necesidad de huir / quedarse, y el de una maquinaria política
que lo descuartiza todo y se convierte en centro de los pequeños
flujos domésticos que allí circulan?
¿Y el último capítulo de El color del verano,
ése donde la isla desaparece sin dejar rastro en el mapa, no puede
entenderse como una boutade al nacionalismo revolucionario y las gaveticas
anacrónicas (ontológicas) que construye?
Sin dudas, la obra de Arenas constituye una reflexión no resuelta
aunque precisa sobre las maneras despóticas en que un poder, un
dictador, una columbina estatal genera-inventa nacionalismos para
sobrevivir, o más radicalmente, los impone; y en sus novelas esta
reflexión se hace de manera directa: movilizando parodias de la
relación cotidianidad-historia, mostrando la simplicidad que impone
a nivel de lenguaje el estado: ese nolugar donde conviven a la vez
su debilidad y fuerza.
Como se ha escrito innumerables veces, no hay nada más frágil
que un estado. Necesita constantemente apropiarse de relatos para sobrevivir;
crear ficciones “narcóticas” que chupen chupen chupen...; habitar
el nolugar.
¿Es totalmente imprescindibles que las ficciones que un estado admite
sean nacionalistas, es decir: remitan de continuo a un origen, una Historia,
un fetiche, un impasse en el tiempo?
Pienso que sí y pienso que están imposibilitadas de hacer
otra cosa. El nolugar a que me refiero es precisamente eso, la voluntad
de abstracción que poseen casi todos los sistemas para estar durante
años reciclando lo mismo: discurso de agresión vs. discurso
mesiánico, y entender la sociedad como un cuerpo tumoroso listo
para su saneamiento; sólo que nadie sabe donde están esos
tumores: hay que abrir huequitos “comprometidos” en todos los campos, y
dar cuchilladas en cada órgano...
De ahí que como han observado numerosos historiadores: el libro
de Chentalinski sobre la KGB es
un ejemplo, en todas las revoluciones existe siempre un rostro que sobra,
una foto “podrida”: las repetitivas de Stalin sin sus políticos,
la imagen de Fidel con Franqui..., y para eso (Piglia mediante) hay un
equipo de médicos dispuestos, un grupo de albañiles frenéticos
por colocar el ladrillo.
Si para terminar, tuviera que resumir lo esbozado aquí, dijera que
en la literatura cubana muy pocos escritores han podido desviarse del nacionalismo
de corte “duro” o ridiculizar / polemizar con él: Lorenzo García
Vega, Virgilio Piñera, Severo Sarduy... El dolor o la compulsión
o el deseo de veracidad siempre han estado primero, y construir ficciones
que burlen el núcleo paranoico del poder es estremadamente peligroso
y lábil. Al final, como decía Brodsky, todos vamos a parar
a un diccionario. Pero el problema consiste en saber a qué velocidad
nos introducen en este diccionario y con cuánta reticencia entramos
o no. Ese tiempo, es el que algunos escritores aprovechamos para elaborar
nuestras preguntas.
*Carlos A. Aguilera (La Habana,
1970). Escritor y codirector de 1997 a 2002 de la revista alternativa Diaspora(s).
Ha publicado Retrato de A. Hooper y su esposa (1996), Das Kapital
(1997) , Memorias de la clase muerta (2002) y Portrait de A.
Hooper et son épouse suivi de Mao (2000, en francés).
Actualmente tiene una beca de creación del Internationales Haus
der Autoren Graz. Reside en Austria.
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