Edmundo
Desnoes: dossier
El presente número de La Habana Elegante ofrece a sus lectores
un dossier dedicado al escritor cubano Edmundo Desnoes. A propósito
de ello queremos expresar nuestra gratitud a Jorge Luis Camacho por haber
reunido, especialmente para edición, los materiales de y sobre Desnoes
que aquí incluimos: un capítulo de su novela, aún
inédita, Memorias
del desarrollo así como un capítulo de un
libro de ensayo, también inédito. Este capítulo lleva
por título: "Nacer
en español." A continuación de la
presente nota introductoria puede leerse "Desnoes vuelve a escribir: Un
trazo de pintura roja en el suelo. Edmundo Desnoes entre New York y La
Habana" (introducción a la obra de Desnoes,
por Jorge Luis Camacho), y fragmentos de una entrevista
a Desnoes, del propio Camacho: "La duda radical y la certeza ridícula:
Entrevista a Edmundo Desnoes."
Nuestra entrega se enriquece aún más con un trabajo inédito
del ensayista cubano Iván de la Nuez -- "El
Hombre Nuevo ante el Otro Futuro" -- y con un artículo
del poeta y ensayista cubano Carlos A. Aguilera: "La
Estructura del Relato... Apuntes sobre Literatura y Nación."
La
Habana Elegante expresa también su gratitud a De la Nuez y a
Aguilera por habernos permitido compartir sus trabajos con nuestros lectores.
Desnoes
vuelve a escribir
En su entrevista con William Luis en 1980, Desnoes afirma que está
escribiendo una novela que titula tentativamente El traidor. Veinte
años después nos entrega un capítulo inédito
de Memorias del Desarrollo, su primera novela escrita en los Estados
Unidos.
La nueva novela promete ser una especie de continuación de Memorias
del Subdesarrollo (1964) donde Desnoes narra en primera persona, la
vida de un intelectual “pequeño burgués” en medio del turbión
revolucionario. En la segunda parte de este díptico, el narrador
repasa con una prosa incisiva sus años de exilio en los Estados
Unidos, su vida como académico en el prestigioso colegio Darmouth,
sus amantes y su relación siempre problemática con el pasado
y la política.
Agradecemos a Edmundo Desnoes su gentileza al dejarnos publicar este capítulo
así como las fotografías y la portada del libro.
Un
trazo de pintura roja en el suelo: Edmundo Desnoes entre New York y
la Habana
"El
subdesarrollo es la incapacidad de acumular experiencias".
Edmundo
Desnoes
Jorge
Luis Camacho
En septiembre del año pasado y con motivo del segundo encuentro
sobre literatura iberoamericana en la universidad de Arkansas Tech,
invitamos a Edmundo Desnoes a dar una conferencia y participar en
un debate sobre
Memorias del Subdesarrollo (1964). La charla, como
habíamos previsto, fue todo un éxito y resonó con
fuerza en las mentes de aquellos chicos que oían con atención
y un poco de sorpresa al escritor cubano hablarles en un perfecto inglés
sobre Shakespeare, Cervantes, la Biblia y el hechizo del Corán.
Al día siguiente Desnoes accedió a hacer esta entrevista,
la cual fue mas bien una larga conversación, y de la cual publicamos
un fragmento para evitar repeticiones y otras preguntas que Desnoes contestó
después de venir a la universidad.
En sus respuestas llama la atención esa perseverancia en seguir
pensando críticamente la cultura y continuar alimentando “la duda
radical después de tantos años de certeza ridícula.”
El capítulo inédito de su próxima novela que aparece
en este dossier, se construye como un discurso irreverente y a veces despiadado
contra las convenciones sociales norteamericanas y los íconos que
han dominado ideológicamente la Isla en los últimos 43 años.
La vida de Edmundo Desnoes se ha dividido entre New York y la Habana. Nació
en la capital de la más grande de las Antillas, de padre cubano
y madre jamaiquina, y allí completó sus estudios hasta
la escuela secundaria. Más tarde se trasladó a New York donde
obtuvo una maestría en periodismo por la Universidad de Columbia.
Después de vivir en Venezuela, Bahamas y los Estados Unidos, Desnoes
regresó a Cuba en 1961 y dos años después publicó
su primera novela: No hay problema. A esta novela le siguieron otras
rápidamente: El Cataclismo, y Memorias del Subdesarrollo
con la cual alcanza la notoriedad literaria.
La versión cinematográfica de este último libro, hecha
por Tomás Gutiérrez Alea, se convirtió en un clásico
de la cinematografía internacional. El guión fue escrito
por el autor en colaboración con el
director y además de ganar numerosos premios en festivales internacionales,
el New York Times la incluyó entre las mejores películas
extranjeras de 1971. Recientemente Rutgers University publicó el
guión junto con la novela y hace unos años en 1998 fue incluida
en un ciclo de películas en el Museo de Arte Moderno de Nueva
York.
Además de su labor como novelista y guionista en los años
60, Desnoes ha escrito sobre arte, fotografía y la relación
entre la cultura mediática norteamericana y la política.
En 1965 escribió un estudio sobre el pintor cubano Wilfredo Lam
a quien le unió una gran amistad. En 1968 escribió también
una monografía sobre el cartel cubano, entonces en exhibición
en el Museo de Ámsterdam y en 1972 apareció el libro del
fotógrafo Paolo Gasparini: Para verte mejor, América Latina
con textos suyos.
Luego de desertar en 1979, en la Bienale de Venecia, a donde fue invitado
como crítico de fotografía, Desnoes viajó a los Estados
Unidos para enseñar durante varios años en la cátedra
de literatura latinoamericana de Darmouth College. Desde entonces
ha publicado varios ensayos relacionados con los estudios académicos
norteamericanos. Entre estos están un ensayo sobre la imagen fotográfica,
la cultura de masas y una antología de literatura cubana de la revolución.
Sus textos críticos, como el citado “The photographic Image of Underdevelopment”
han aparecido en antologías sobre semiótica como la de Marshal
Blonsky On Sings (1985) donde se incluye también un artículo
sobre la imagen de Fidel Castro en los Estados Unidos. En 1998 escribió
el prefacio al catálogo para una exhibición conmemorativa:
Paris
1968: Posters from the Atelier Populaire.
En todos sus textos, Desnoes polemiza, cuestiona, y duda de cualquier certeza,
incluso la propia. Su
antología Los dispositivos en la flor. Cuba, literatura desde
la revolución (1981) editada junto con William Luis, es tal
vez su libro más controversial y el que suscitó mayores críticas
entre los intelectuales de ambos lados del estrecho de la Florida. Publicado
en un momento particularmente tenso de la política cubana - norteamericana
(la crisis de los 80 y el éxodo del Mariel) momento tenso
-como casi todos desde hace 43 años, el libro incluye fragmentos
de discursos de Fidel Castro, Ernesto Guevara, y textos de ficción
de autores como Reinaldo Arenas y Cabrera Infante. Sobre esta antología
Desnoes ha dicho recientemente: “Vivo entre Cuba y Estados Unidos, entre
el español y el inglés, entre los cubanos de la isla y los
cubanos del exilio. Por eso publiqué Los dispositivos en laflor,
una antología que abraza y quiere incluir a todos los paridos por
la isla caribeña y a todos los nacidos en español.” Tanto
en nuestra conversación como en sus respuestas a esta entrevista
late un obstinado deseo de mantenerse en el medio, en una especie de puente
precario sobre las aguas. ¿Lo ha logrado?
En diciembre de 2002, Desnoes regresó a Cuba para visitar la familia,
sus amigos y participar como jurado del concurso Casa de las Américas.
La nota más interesante de aquella visita no fue el aplauso cerrado
que le dieron en la institución, ni siquiera las declaraciones del
régimen. Para mí, la nota más importante apareció
en observación casi marginal, publicada por un periodista independiente
en los Estados Unidos. Según el escritor Jorge Alberto Aguiar, en
un artículo para Cubanet.org, por la misma fecha en que Desnoes
visitaba la Habana el régimen había censurado un acto de
música rap en el barrio de Alamar. Los censores del gobierno,
preocupados por el contenido ideológico de las letras raperas, buscaban
con insistencia los textos de los chicos con el fin de evitar la más
mínima subversión del espacio público. En consecuencia,
afirma Jorge Alberto:
Debido
a la suspensión de la lectura y el "perfomance" de Amaury y Luis
Eligio, la actividad del sábado 23 [de diciembre] se redujo a presentar
a tres cantantes de Rap - que tuvieron que mostrar antes sus letras a la
dirección del centro - y a escuchar música grabada. En medio
del baile se desarrolló una Acción Plástica donde
el público podía escribir y dibujar con pintura roja en el
suelo. Una adolescente de apenas de quince años dejó su trazo
en una frase del escritor Edmundo Desnoes que provocó comentarios:
"El subdesarrollo es la incapacidad de acumular experiencias".
Sin saberlo o tal vez sabiéndolo aquella adolescente le dio al escritor
el mejor homenaje que podía recibir en New York o la Habana. Su
mensaje escrito con pintura roja en el suelo era claro: después
de cuarenta y tres años de socialismo planificado, su país
era más pobre, y más subdesarrollado que nunca. Las palabras
de “memorias” nunca habían alcanzado una actualidad tan sobrecogedora
y triste.
La
duda radical y la certeza ridícula: Entrevista a Edmundo Desnoes
Jorge
Camacho
JC:
Al inicio de Memorias del Subdesarrollo citas a Montaigne donde
habla de las naciones bárbaras. Esto, creo que es evidente, representa
la imagen del mundo subdesarrollado desde Europa. ¿Qué hace
a Cuba una nación bárbara en los años sesenta en el
sentido que da Montaigne a esta frase?
ED:
Cualquiera puede aprender a escribir - si al menos tiene un par de habitantes
en la azotea - como San Juan de la Cruz o como Gabriel García Márquez.
Para alguno sería cuestión de días, para otros de
largos años. Pero cualquiera puede escribir una nueva versión
de Cien años de soledad. Lo decisivo, sin embargo, es tener
voz propia, una mirada que revele una manera nueva, o al menos diferente,
de ver las cosas. Yo me propuse existir a partir de las contradicciones,
los complejos, las ambiciones del hombre subdesarrollado, y la mujer hundida,
clamando desde las delicias del subdesarrollo. Carpentier, por ejemplo,
encontró lo real maravilloso, ya que no podía ser
un escritor surrealista y, de paso, francés; decidió construir
lo
maravilloso de una realidad incoherente - yo descubrí mi subdesarrollo,
un subdesarrollo que palpitaba con el sueño de ser desarrollado.
JC:
Me parece interesante que hay dos mundos en Memorias, el mundo del
intelectual y el mundo popular, pero sin embargo ambos mundos se van uniendo
en varios lugares de la obra y, por ejemplo, en la película Sergio
aparece en este grupo musical que está tocando; luego en el grupo
que viene cantando: pa’lante y pa’lante. ¿Cuál es la relación
entre lo intelectual y lo popular en Cuba de los sesenta?
ED:
En lugar de una tediosa, y tal vez justa, división de la sociedad
en clases: alta burguesía, pequeña burguesía, proletariado…yo
propongo que entre nosotros existen dos mundos: la calle y la
casa. La casa es el único mundo estable, abrazado por la continuidad;
la familia organiza la sociedad. La calle es un mundo fascinante y cruel,
un mundo que te amenaza y quieres dominar; el otro es un hermano o un enemigo.
La primera escena de Memorias es la fuerza de la calle y de la Revolución.
La sabiduría del pueblo contra la sabiduría del individuo.
Todos vivimos en la confusión; confusión es existencia. La
idea del socialismo sedujo a varias generaciones, convenció a muchos
de que había en la ignorancia y la opresión económica
una suerte de sabiduría. Que los humillados y ofendidos son superiores.
En el fondo, una idea cristiana. El obrero tiene una mayor relación
con la realidad y los sentimientos. Como toda ideología, es una
construcción cultural. Yo creo en la justicia social porque es una
construcción espiritual y no una realidad objetiva. Los mejores,
más puros actos son los actos culturales, y también los más
monstruosos. La cultura es y será siempre un producto de las élites.
Yo me identifiqué con la Revolución como un acto religioso;
escribo porque busco la verdad como el místico busca la deidad absoluta.
Yo no pretendo, aunque en cierto momento pretendí escribir en nombre
del pueblo, hablar en nombre de nadie. Mi experiencia es sólo mi
experiencia. El otro es sagrado, impenetrable. Yo no hablo en su nombre,
aunque deseo que se descubra en mis palabras. La película, Memorias,
pensamos, pensé yo que sería una obra para los happy few
de Stendhal. Una obra de minorías. Demasiado intelectual e introspectiva.
Recuerdo que durante un alienante trabajo productivo un obrero se acercó
y me dijo que había visto Memorias tres veces, que yo tenía
razón en lo que decía del cubano. O él era un obrero
intelectual o yo era un intelectual obrero.
JC:
Otra cosa que tiene que ver con la música. En la novela la chica
habla cantando, en Los dispositivos hablas de la música
antes del triunfo de la revolución. ¿Tienen algún
propósito estas ideas en la novela?
ED:
Cumple, como siempre debe ocurrir cuando tocamos lo ideal en literatura,
al menos tres funciones. Adelanta la narración, provoca una sonrisa
en el lector y revela una faceta importante del personaje. También
se relaciona con tu pregunta sobre la cultura popular. Si algo influyó
profundamente en mi locura literaria, ese algo es la letra de las canciones
populares. De niño memorizaba la letra de innumerables canciones,
muchas veces sin entender el sentido de las palabras, sólo su musicalidad
y su poder evocativo. Recuerdo haberle preguntado a mi tía Julia:
“¿Qué quiere decir frenesí?” Jamás olvidaré
la siguiente metáfora de un bolero: “el hastío es pavo real
que se aburre de luz en la tarde”. Las canciones populares son el origen
de muchos de nuestros sentimientos más íntimos. Increíble
pero cierto. En eso Elena y yo somos uno.
JC:
Memorias,
el libro, y Memorias, la película, están indisolublemente
unidas. ¿Te molesta esta unión?
ED:
Todo lo contrario. Yo generé las palabras, y Titón, las imágenes.
Hoy no puedo pensar en la novela sin la película; la persistencia
de Memorias en nuestra cultura es un fenómeno literario y
cinematográfico. Son una y la misma cosa; el conflicto entre literatura
y cine ha desaparecido. No reniego, como la mayoría de los escritores,
de la versión cinematográfica de mi novela. El cine aquí
no es un género transitorio, Memorias me ha convertido en
un clásico. Y lo clásico, como dijo Juan Ramón,
es lo vivo. Es mi cárcel, mi monumento y mi tumba.
La novela y la película son uña y carne. Con algunas pequeñas
diferencias en el largo de las uñas. Titón aportó
al guión el uso del documental, la discusión ideológica
de la invasión de Playa Girón, todo el análisis de
las clases en Cuba. Yo pensé al principio que la secuencia era un
ensayo, una suerte de cuña dentro de la narración. Ya es
parte integral de la obra. También añadió las imágenes
de Sergio cubriéndose el rostro con la media de seda de su mujer
y la capa de piel sobre los hombros. Yo añadí la grabación
secreta que la desquició. La secuencia de la visita de los inspectores
de la Reforma Urbana también se le ocurrió a Titón.
JC:
¿Cómo surgió la idea de añadir los momentos
críticos en la película?
ED:
Normalmente la introducción de metraje documental no funciona con
la ficción narrativa. Resulta un poco arbitrario y estéticamente
contradictorio. Pero vivíamos un momento histórico donde
la narración historia y la ficción cinematográfica
formaron un todo y todo fluye con naturalidad. Estábamos viviendo
en la historia y en la subjetividad a un mismo tiempo. Creo que fue Sydney
Pollack el que dijo que el documental y la narración cinematográfica
integraban en Memorias un tejido sin costuras.
JC:
Y cuando has explicado esto a los estudiantes en las Universidades norteamericanas
¿cómo se han sentido? ¿Cuál ha sido la reacción
de ellos a la película?
ED:
Depende de la ubicación individual. Algunos puristas insisten en
que es una cuña arbitraria dentro de la narración. Otros
aprecian la lección de historia, aunque algo simplista y dogmática.
A mí siempre me recuerda los años de intensidad y compromiso:
así veíamos el mundo dividido en clases -el torturador y
el torturado, el hombre de la libre empresa, el sacerdote. Un poco mecánico
pero válido.
JC:
Tanto en el libro como en la película hay una fuerte crítica
a Hemingway. No sé si esto lo ves como parte de tu generación
que se sintió así porque en los últimos años
ha habido películas, libros y no ha habido una crítica tan
fuerte.
ED:
El ensayo sobre Hemingway es, fue un intento adolescente por reclamar mi
derecho a expresar mi propia visión de la isla de Cuba y mi lugar,
como escritor del subdesarrollo, dentro de la literatura
mundial. Luchaba por mi independencia Also Rises y The Green
Hills of Africa. Como escribió Paul Valery, “el león
se nutre de cordero asimilado.” Yo quería ser el león y no
el cordero que alimentó a Hemingway. El ensayo no me convirtió
en león pero me libró de ser cordero. Me siento más
como una palabrera cabeza de león con el cuerpo de un blando cordero.
También me ayudó a reclamar mi lugar dentro del discurso
ideológico de la revolución. Fidel Castro había declarado
que “toda la obra de Hemingway es una defensa de los derechos humanos”
y yo aproveché la oportunidad para escribir, temblando de miedo
ante posibles represalias, que nuestro Comandante en Jefe había
sido demasiado generoso. Que la revolución, por oportunismo político
defendía a Hemingway, pero que era obvio que todo escritor es producto
de su época y su circunstancia.
Hoy vuelvo a insistir: Hemingway es un maestro de la narrativa desarrollada
y muscular (en mi caso admiré primero a Pío Baroja), pero
su visión nos ignora y nos humilla (como escritores arrabaleros).
Mi ambición, mi locura quijotesca: alimentarme, como cordero, de
león asimilado.
JC:
Una de las cuestiones más impactantes de los sesenta es la fragmentación
de la familia por cuestiones políticas. En Memorias aparece
también esta problemática que se ha agudizado tremendamente
en los siguientes 43 años de la revolución.
ED:
Es parte de mi visión existencial del individuo solo ante la sociedad.
Yo en realidad he vivido siempre de espaldas a la familia. De joven, si
veía venir por la acera a mi hermano, cruzaba la calle para no tener
que saludarlo. Por muchos años yo creía más en la
amistad y la sociedad. En la comunión de la pareja. En los “vasos
comunicantes” de Goethe y no en la sangre.
Recuerdo que Oscar Lewis, el sociólogo, le preguntó al Che
si la revolución se había propuesto deliberadamente destruir
los lazos familiares. El Che le respondió que las leyes, las medidas
revolucionarias que afectaron a la familia no fueron nunca premeditadas,
sino un accidente del proceso.
JC:
¿Cuáles son los libros que leería Sergio?
ED:
Primero quiero aclarar que soy y no soy Sergio. Pero si algún libro
influyó en tanto Sergio como en Desnoes, es El extranjero,
de Camus. Mi ventaja es que nuestro existencialismo trasciende porque palpita
dentro de la historia. Pero hay un libro que no leyó Sergio y que
formó mi subjetividad, mi aguda interioridad: Memorias del subsuelo,
de Dostoievski. El título viene de la traducción que me tocó
leer de adolescente; hay otras versiones en español: El hombre
del subsuelo, El hombre subterráneo…
JC:
La novela tiene un estilo sentencioso.
ED:
Es parte de mi manera de vivir: pasar de la acción a las ideas,
de vivir, de insertarme entre los hechos y el pensamiento. Vamos a decirlo
sin ambages: ligado al escamoteo de la contrarreforma. Como Antonio Machado,
prefiero una buena metáfora que una docena de aproximaciones desconcertantes.
No quiero impresionar, quiero compartir una experiencia.
Escritores como Carpentier y García Márquez han escogido
deslumbrar más que convencer. Es la gran imaginación que
carece de rigor intelectual. Mucha bulla y pocas nueces. Creo que los escritores
comprometidos con lo real maravilloso me recuerdan al mendigo con
el culo en el charco de agua y soñando con una cornucopia de melones
y otras frutas deliciosas y descomunales. Tengo 72 años y voy a
decir lo que siento y no sentir lo que digo. Los escritores del boom
se convirtieron en demiurgos, en creadores de un mundo cerrado y alucinante,
pero impotente. No hay espacio para la incertidumbre, las dudas y la bancarrota
del mundo que los jóvenes han heredado.
Lo único que tiene valor en Memorias es la subjetividad,
la voz interior, la ambigüedad del narrador.
JC:
También reaparecen las metáforas biológicas con mucha
frecuencia. La idea de podredumbre. Esta metáfora parece sugerir
que las cosas en el trópico son como son. ¿Crees que hay
una especie de esencialismo en las cosas?
ED:
La podredumbre es un factor central y vital de la vida en el Caribe. El
trópico es un proceso de descomposición. Todo es fugaz y
violento como el crepúsculo. Somos fugaces, efímeros, evanescentes…
Todos los humanos somos mortales, pero nosotros en el Caribe somos especialmente
transitorios. Tú guardas un libro y se llena de musgo y se corrompe
con la humedad. El sol quema y borra las imágenes. A eso se refiere
Sergio cuando habla de la mujer cubana como una fruta de se pudre antes
de alcanzar su madurez. Como el verso de Lezama: “Ha, que tú escapes
en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición
mejor…”
JC:
Y Orígenes…
ED:
Lo más atractivo de Orígenes, para un escritor joven
y algo comemierda, es la pureza del movimiento. Aunque vivió de
espaldas a la política y refugiado en un concepto de la burguesía
colonial, católica, “por la más bien enorme Calzada de Jesús
del Monte, donde la demasiado luz forma otras paredes con el polvo,” la
revista era un oasis. Era un mundo donde se respetaba la literatura, una
isla de pureza cultural en medio de una isla de corrupción. Orígenes
influyó en mi amor y terror de las palabras, en la salvación
a través de la literatura. Siento que Lezama, por su poesía
liberadora y endemoniada, es el escritor más redentor del siglo
XX cubano. La palabra lo es todo y no es nada.
JC:
Me dices que estás escribiendo una nueva novela.
ED:
Está casi terminada, como mi vida. Ahora veo que forma un díptico
con Memorias del subdesarrollo, la podría titular
Memorias
del desarrollo. Es la misma voz, el mismo narrador en busca de su salvación,
no a través de una cierta curiosidad política, social, sino
enfrascada en una búsqueda espiritual, de salvación a través
del otro, de la mujer como mediadora mística. Es una exploración
de la vejez, del exilio en español en un mundo que habla inglés,
si el fin final es una iluminación o simplemente la incoherencia.
El exilio y la vejez me han hecho transparente. Muchos escritores se aferran
a su juventud, al pasado cuando el cuerpo se les va arruinando, cuando
los recuerdos se corrompen y lo traicionan. Los demás te miran como
un ser ridículo o transparente. Yo me lanzo al vacío del
precipicio.
JC:
¿Qué
crees de lo que se ha publicado últimamente en Cuba y fuera de Cuba?
ED:
Trilogía
sucia de La Habana me parece un libro detergente, limpiador. Muchos
lo leen por sus pasajes escabrosos, por su priapismo elocuente. Yo lo encuentro
refrescante, es un baño que remueve todo los excesos ideológicos,
moralistas, sociológicos, toda la retórica, de lo realmaravilloso,
la verborrea literaria de los últimos cuarenta años. Pedro
Juan Gutiérrez nos devuelve al escepticismo purificador de la novela
picaresca - tal vez la más genuina creación literaria
de la narrativa en lengua española. También he leído
con curiosidad criolla, especialmente la exploración de nuestra
relación con personajes que responden al nombre de Volodia Y Ekaterina.
Creo que la voz de los jóvenes escritores debe buscar los huesos
y no la piel de nuestra nueva realidad existencial. Y siempre con una dosis
de duda radical después de tantos años de certeza ridícula.
JC:
Eres un escritor entre dos culturas.
Vivir
entre dos culturas es vivir en un puente. Siempre estás viajando
entre una ribera y otra. Y bajo tus pies sientes la corriente del río:
a veces turbulenta, amenazando engullirte y arrastrarte hacia el
abismo, otras dulce, llena de tiernos remansos, de un fluir mirando el
cielo. Es un puente turbulento y dulce. Quiero aprender a vivir en el puente,
consciente de que
nunca descansaré en la ribera derecha y tampoco en la ribera izquierda.
Martí encabezaba la correspondencia dirigida a mi abuelo en Jamaica:
“Mi noble Pérez.” Mi abuelo, Francisco Pérez ayudaba desde
Kingston a organizar la guerra del 95. Allí mi padre conoció
a mi madre, Hilda Desnoes. Hija de una acaudalada familia de origen francés,
pero de habla inglesa. De ahí viene mi conocimiento de las dos lenguas,
que es decir las dos culturas. Hablaba de niño inglés con
mi madre y español con mi padre.
Abandoné sin pensarlo el apellido de mi padre gracias a una sugerencia
de Lezama Lima: “Yo no puedo publicar en Orígenes a un autor
con ese apellido, Pérez. ¿No tienes otro?” Le respondí
con el apellido de mi madre. “Ese sí es un nombre literario, Desnoes.
Como el tierno poeta Robert Desnoes, mezclado con el novelesco Edmundo
Dantés, conde de Montecristo.” Y así nació el escritor
en las páginas de Orígenes. Creo que resulta revelador
que abandoné un nombre con abolengo patriótico por otro de
estirpe literaria. |