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El General Lachambre*
Recuerdo de La Habana Rubén Darío En noviembre de 1892, el autor de estas líneas llegaba a La Habana, de vuelta de un viaje oficial a ![]() En un banquete que siempre agradecerá a la redacción de la excelente revista ilustrada El Fígaro, conoció a Raoul Cay, a la sazón redactor de la crónica elegante de dicha publicación. En la noche siguiente, Raoul condújole a su casa y presentóle el Señor Cay, padre, antiguo canciller del consulado imperial de la China, en la capital de la isla, entonces a cargo del Gran Sr. Tam Kin Cho, y a María, su hermana, una hermosísima cubana, gallarda, espléndida, con lánguidos y milagrosos ojos de criolla y fabulosa cabellera. Entró una visita. El Sr. Cay me presentó y ![]() Tipo marcial, de esa especial marcialidad española. Joven todavía, correcto, elegante: la mirada vivaz y escrutadora, barba y bigote negros, voz acostumbrada a mandar, afablemente serio; en la solapa del smoking, una camelia blanca. Pasamos Julián del Casal – el poeta celebrado por Verlaine y alentado por Huysmans y Gustave Moreau –, Raoul Cay y yo a un saloncito contiguo, a ver chinerías y japonerías. Primero las ![]() En la celda – era una verdadera celda – en que el poeta vivía en la redacción de El País, gracias a la bondad del Sr. Ricardo del Monte, había, entre varias reproducciones de telas de Gustavo Moreau, una del Calvario de Gerome y otros cuadritos menores, un retrato de María Cay, de japonesa, antes de ser la generala Lachambre. Ante este retrato escribió un poeta amigo de Casal un sonetín[1] que anda por ahí, por los periódicos: Miró enfrente de la mesa, bañado en la luz del día ![]() el retrato de María, la adorable japonesa. El aire acaricia y besa como un amante lo haría la orgullosa bizarría de la cabellera espesa. Diera un tesoro el Mikado por contemplar a su lado a princesa tan gentil. Y ordenara a su pintor pintarla junto a una flor en un vaso de marfil. El general Lachambre logró hacer suyo aquel tesoro; la adorable japonesa fue generala y luna de miel pasó en España, de donde volvió a la isla el distinguido militar a ocupar su puesto de gobernador de Santiago de Cuba. El cable nos anunció anteayer su muerte, en una de las batallas con los revolucionarios; ayer, felizmente, la noticia ha sido desmentida. Es el general muy querido en la alta sociedad habanera y muy estimado en la capitanía general y allá en la corte de Madrid. En su carrera no es dudoso que llegue a más altos destinos. Es un hombre honrado y digno caballero. En cuanto a su valor, lo ha demostrado ya dando su sangre por la patria española. * Apareció en La Nación de Buenos Aires, el 7 de marzo de 1895. Se reprodujo en Ramillete de reflexiones (1917). Nota: [1] Pieza luego inclusa en Prosas profanas, que el poeta aquí retoca, salvo en la segunda cuarteta. Tomado de: José María Monner Sans. Julián del Casal y el modernismo hispanoamericano. México: El Colegio de México, 1952., p., 248 – 250. |
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