Se
soltó la lengua
Dada la aceptación que tuvieron las primeras entregas de La
lengua
suelta entre nuestros lectores, La Habana Elegante ha
decidido
concederle a Fermín Gabor un espacio propio donde pueda seguir
soltando
la lengua. A partir del presente número invitamos a
nuestros
lectores a visitar periódicamente La lengua suelta,
puesto que su actualización no dependerá de la salida del
próximo número de L.H.E, sino de los envíos de
Fermín
Gabor.
La
Redacción
Aviso a
nuestros lectores:
Hemos incluido, a continuación
de la entrega no.18 de La lengua suelta, el texto Anónimos, de Arturo Arango a
que Fermín Gabor hace referencia. De esta manera nuestros
amigos disfrutarán más el envío de Gabor.
Además, La Gaceta de Cuba
no podrá objetar nuestro sentido de la más elemental
justicia. En cuanto a nosotros, bueno, no les exigiremos peras al olmo.
La
Habana Elegante
La
lengua suelta no. 23
GCI:
La escena del crimen
En el fallecimiento de
Guillermo Cabrera Infante
Fermin
Gabor
Poco antes de entrar de lleno en el Libro de los Muertos, Guillermo
Cabrera Infante tuvo a bien ocuparse de las auras cubanas. Miraba a la
isla desde su exilio londinense y veía tiñosas. O mejor dicho, las tiñosas nativas se le acercaban:
Roberto Fernández Retamar afirmaba en una entrevista que, no
más muriese GCI, editarían su obra en La Habana. El
director de Casa de las Américas aparecía en pantalla
como una de esas tiñosas posadas en un poste a la espera del
festín. (Cum grano salis: no hay que creer a GCI a pies
juntillas. Aunque tampoco Fernández Retamar parece incapaz de
aguardar en su poste.)
Sabido es que muchas veces el cubano de
Londres aludió a la prohibición que pesaba sobre su obra
dentro de Cuba. GCI gustaba de afirmar cuán leído era en
la isla, pese a todo. Y cifraba la cotización de sus libros en
un número variable de latas de leche condensada. Tres, seis o
diez latas ofrecían a cambio de libro suyo. En La Habana
existía gente que prefería deleitarse con la
descripción de La Estrella antes que darse un atracón de
"fanguito".
Acaecida la muerte de GCI, muchos de sus
amigos trataron acerca de la censura. Y tanta insistencia en ese punto
obligó a Daniel Fernández, director de la editorial
"Letras Cubanas", a salirle al paso a los comentarios. En carta al
director de El País,
aseguró que las editoriales habaneras sí que intentaron
publicar títulos del escritor exiliado, que llegaron a utilizar
"la intermediación de algunos escritores que lo conocían
y que viajaban a Londres por diversos motivos", y que fue GCI quien se
mostró reacio a publicar en Cuba sus libros.
De parecida diplomacia se había servido
Roberto Fernández Retamar a la hora de conseguir los derechos de
publicación de Jorge Luis Borges, y en su prólogo a la
antología borgesiana (Casa de las Américas, La Habana,
1988) cuenta la visita que hiciera al cubil del reaccionario monstruo
ciego.
Fue en una tarde húmeda de septiembre
en Buenos Aires y "la prensa había estado publicando con
insistencia noticias sobre una supuesta enfermedad que aquejaba a
Borges". ¿Qué mejor ocasión para una
tiñosa? La Kodama le salió al teléfono y
Fernández Retamar comenzó a madurarla con la
recitación de algunos versos de Borges. Gracias a su memoria, a
su labia y a esa voz engolada que Dios le dio, no tardó mucho en
procurarse la cita y, ya en escena, tendió a la japonesa y al
ciego el número que la revista dirigida por él dedicaba a
Córtazar.
Ahí mismo empezó a darle coba al
viejo diciéndole que lo veía en la eternidad, y fluyeron
más piropos por el estilo. Retamar sacó crédito de
haber leído a Borges cuando pocos lo leían, antes de la
fama. Y sólo después de un introito bien trabajado
confesó su deseo de publicarle antología en Cuba.
Esa tarde Borges también fue invitado a
visitar La Habana (Fernández Retamar lo cuenta muy deprisa y,
aunque ese gato no está en Scholem, a través del tiempo
lo adivino), a lo que el cieguito maravilloso contestó que no
sentía especial predilección por el comunismo aunque
éste fuese doblado al idioma de Quevedo.
Hasta aquí Buenos Aires, vámonos
a Londres. Me pregunto quiénes habrán sido los
intermediarios de la isla ante GCI. Y aventuro dos nombres: Senel Paz y
Antón Arrufat, a los que en adelante llamaré agente Niñoaquél y agente Pequeñacosa.
Tengo por cierto que el primero y su esposa,
la documentalista Rebeca Chávez, visitaron en Londres a GCI y a
Miriam Gómez. Recién estrenado el filme Fresa y chocolate,
eran tiempos en que la estrella del joven escritor parecía en
ascenso y GCI, que acostumbraba a no abrirle la puerta a residentes en
la isla caribeña, hizo por esa vez una excepción. (Como
tantos espectadores, debió leer
en clave esperanzadora la
historia que contaba el filme de Tomás Gutiérrez Alea.)
La verdad es que, dejando fuera toda arisquez y engrifamiento, hasta
Miriam Gómez se bajó con un postre casero, y hubo
amistosería y larga conversada.
¿Fue entonces que el agente
Niñoaquél ofreció a GCI publicar novela suya en La
Habana? Con bastante probabilidad. E igual debió haber sucedido
con el otro visitante.
Todo lector de Mea Cuba sabe
que el agente Pequeñacosa
sale muy bien parado en esas páginas. Y con el mismo aplomo
logra atravesar el Juicio Final en que consisten los últimos
libros de Reinaldo Arenas. Al parecer, ninguno de los dos escritores
exiliados pillaron a Pequeñacosa
en su avatar de firmante de cartas contra colegas (su firma, una de las
primeras en condenar a su amigo Manuel Díaz Martínez y a
otros nueve escritores, ha aparecido luego en distintas cartas
oficiales de repudio). Ni Arenas ni GCI percibieron al Pequeñacosa entregado a la
cortesanía, integrante de séquitos, tracatán de
ministros, dialogante con Chávez en Caracas.
Tanto Niñoaquél
como Pequeñacosa (y
algún otro suplicante que se me escape) recogieron en Londres la
misma contestación que Octavio Paz brindara, a mediados de los
noventa, a una invitación a Casa de las Américas hecha
por Roberto Fernández Retamar. El cablegrama, llegado desde
México al despacho del director de Casa, contenía una
sola sílaba, suerte de poema concretista: "NO".
Nunca habló públicamente GCI de
sus encuentros con emisarios caribes (al menos hasta donde sé),
y tampoco se refirió a las peticiones que éstos le
trajeran. Siguió, en cambio, atascado en su historia del trueque
de leche condensada por libros. Y no dejó de considerar a sus
libros bajo censura política. Si su Habana estaba fija en los
finales de los cincuenta e inicios de los sesenta, su
antiñangarismo también permanecía datado.
¿Por qué no contó lo de
su negativa a ser publicado? En los últimos años (preciso
es reconocerlo) los manejos de la cultura han sufrido cambios dentro de
la isla. La caída del Muro de Berlín ha brindado impulso
indudable a la cría artificial del manjuarí, y ya las
editoriales estatales (no hay otras en Cuba) pueden aventurarse a
publicar a un autor como GCI para hacer de tales ediciones trofeos
deportivos o de guerra.
El nacionalismo revolucionario pretende hablar
en nombre de Cuba con toda la boca, con la boca llena. "Nos sentimos
responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las
obras donde se produzcan", ha dicho el ministro de cultura Abel Prieto.
Y luego abre nueva cancha en "Coppelia" al declarar: "Tenemos una
línea de publicación de emigrados".
Síguelo con moscatel, crema de vie y
almendra...
En la misiva del director de "Letras Cubanas"
al director de El País
se buscará en vano referencia a la censura anterior. Puesto que
GCI no parece prohibido en la actualidad, nunca antes lo estuvo, y
quien afirme lo contrario habla desde el encono y el resentimiento.
La censura, que hace un tiempo abarcaba
nombres, ha aprendido a hacer distinciones dentro de las obras.
¿Para qué tachar en pleno la obra de GCI cuando dos de
sus mayores libros se ocupan de la Cuba prerrevolu y resultan
perfectamente publicables? Lo que anteriormente fungía como
censura, es ahora labor de antologadores. Frente a lo impublicable se
enarbolan escrúpulos netamente literarios, como puede
comprobarse en la entrevista que Abel Prieto ofreciera al diario
argentino "Página12": "yo quería publicar Tres tristes tigres
y La Habana para
un Infante difunto, que son a mi juicio las que valen la pena de
su obra". (Quien se encarga de decidir qué se publica parece ser
el propio ministro, y las prohibiciones se embarajan con coartadas
estéticas: qué vale o no la pena.)
Ese mismo Daniel Fernández que alardea
de haber querido publicar a GCI dentro de Cuba intentó hace dos
años publicar al exiliado Lorenzo García Vega. Toda su
poesía le pidió, pues la publicarían de inmediato.
Facilitarían los trámites para que el autor asistiera a
la presentación habanera de su libro, lo pondrían en
contacto con sus lectores verdaderos. Empero, pronto se hicieron feas
las cosas para tal edición, ya que autor y editor mostraban
desacuerdo. García Vega comentó a Fernández que
prefería reaparecer en Cuba con otro libro suyo, Los años de
Orígenes. Y al viejo exiliado le cayó arriba la
negativa venida desde La Habana. ¡Niek, niek, niek! Con gusto le
publicarían el tal volumen pero, ¿cómo iban a
sentirse los ancianitos Fina García Marruz y Cintio Vitier,
seres de la más granada intelectualidad revolu, al ver publicado
dentro de la isla páginas que los pone a ambos de vuelta y media?
El editor siguió insistiendo en tomo de
poesía, hacía lo posible para que no brotara lo peor
suyo. No quería dar lugar al censor que lleva adentro, y
acompañaba su petición de poemario con los retorcijones
de un hombre-lobo que ve llenarse la luna.
Al final no quedó otro remedio: Lorenzo
García Vega resultaba imposible de publicar en Cuba. Con
él no había posibilidad de diálogo y alguna vez,
gracias al director de Letras Cubanas, podremos enterarnos de que fue
el propio García Vega quien prohibió en su país
natal la publicación de sus libros. (No hay que ser un
psiquiatra soviético para darse cuenta de que Lorenzo
García Vega padece de autocensura.)
Tantos años de pelea debieron hacer
perseverar a GCI en afirmaciones que eran ya (dado la nueva
política cultural isleña) pura retórica. El cubano
de Londres se repitió, envejeció en su polémica,
abusó de la anécdota de la leche condensada. Y
perdió oportunidad de denunciar las triquiñuelas de
siempre bajo nuevo ropaje, el jueguito que le llevaron a Inglaterra los
agentes Niñoaquél
y Pequeñacosa. (GCI no
supo, a diferencia de éste último, adaptarse a los nuevos
tiempos: Pequeñacosa
cuenta ya con olla arrocera.)
El autor de Mea Cuba
prefirió abonar la idea de que un libro suyo en manos de muchos
lectores podía crear alguna conmoción política. Se
aferró a esa leyenda de heroísmo intelectual. Y, como
tantas de las que escribiera, se trataba de una exageración.
No exenta de alguna base, of course. De lo contrario, las
tiñosas cubanas no se desvelarían como antologadoras.
Hasta aquí el examen del
cadáver. Siguen algunas preguntas a las auras.
¿Por qué, pese a no constar
causa pendiente contra él, pese a no estar prohibida su obra,
prensa y televisión y radio de la isla callaron el deceso de
GCI? (Únicamente La Jiribilla,
de cara al exterior, brindó espacio a un periodista de Rebelión que lo juzgó
renegador de su país, y a Lisandro Otero, quien ha envidiado a
GCI desde chiquito.)
Y para concluir, una pregunta alejada del caso
en cuestión. Si tampoco se encuentra bajo prohibición el
trabajo de la escritora estadounidense Susan Sontag, ¿por
qué fue silenciada en Cuba la noticia de su fallecimiento?
¿Es que tampoco ella quiso ser publicada por Daniel
García?
"¡No valen la pena!", parece ser la
nueva excusa habanera mientras arden los libros.
La
lengua suelta no. 22
De
la balsa al barco negrero: apuntes para una historia cubana de la
navegación forzada
Fermin
Gabor
Ya que en Cuba los escritores negros no
pueden tener revista propia (tampoco los homosexuales, los
albinos o cualesquiera que intenten agruparse voluntariamente), a los
editores de esa publicación de todos que es La Gaceta de Cuba
se les ha ocurrido dedicar su último número al tema de la
raza, del racismo, de la negritud o como quieran ustedes rotularlo.
Con este fin invitaron a un editor negro, lo
dejaron creerse a cargo de
la empresa y antes de que culminara su trabajo le impusieron capataz:
una nota preliminar avisa que Arturo Arango, jefe de redacción
de la revista, ojizarco y rubiancucho, “acompaña” a Roberto
Zurbano en “la etapa final del trabajo”.
Nación,
raza y cultura, noticia la portada. Sólo el
primero de esos términos es inicializado con mayúscula,
al segundo el diseñador decidió invertirle una letra.
“Nación, reza y cultura”, podría decir entonces la
portada. Y, acusado de portar identificación dudosa, Raza o Reza
viaja en el asiento trasero
de un carro fiana. Va apretado entre dos
policías, Nación y Cultura.
Quien hojee el más reciente número de La Gaceta
dará con obra de poetas negros (ningún poema de Nancy
Morejón, lo cual agradecemos no ya a Arango y Zurbano, sino a
Arango y Parreño), cuentos y fragmentos de novelas de narradores
negros, y un homenaje al dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa
(hermosa su entrevista llena de nombres novelescos: Sixta Armenteros,
Petronila Oxamendi). Pero me atrevo a suponer que son las reflexiones
acerca de ser negro en Cuba hoy las que el lector procurará con
mayor curiosidad.
A juicio de varios contribuyentes, mucho
cambiaron las condiciones de
vida de la población negra cubana a partir de 1959.
Refiriéndose a la Revolu, Eugenio Hernández Espinosa
habla de “un proceso como el nuestro, cuya esencia es la vanguardia del
pensamiento contemporáneo”. Lázara Menéndez
reconoce: “Resulta indiscutible que el ser negro por opción
política ha sido una alternativa para la población cubana
desde 1959...” Y en la página final Roberto Zurbano se refiere a
“los esfuerzos emancipatorios de nuestro proyecto social”.
No sé qué entenderá
Hernández Espinosa por
vanguardia, pensamiento, contemporaneidad o esencia. Ni alcanzo a
comprender qué significa alternativa en Menéndez y
emancipación en Zurbano. Pero, ¿acaso me había
creído yo que iban a dejar entrar negros en La Gaceta sin que
éstos pagasen peaje? Claro que en algún momento estaban
abocados a escribir acerca de la fiesta innombrable, de la sabrosura
misma que es Cuba. Las comparsas del Alacrán y las Bolleras
hacen sus evoluciones frente a la tribuna con tal de no ser acusadas de
apalencamiento.
Mejor fijarse entonces en cómo esos
mismos autores dejan caer
aquí y allá, como quien no quiere la cosa, sus alcayatas
perfumadas. Ved cómo soplan sus polvos y con disimulo esparcen
los granos de pimienta que armarán salación y
fajatiña.
Así, Lázara Menéndez
afirma que de “algunos textos
y de los criterios científicos y sociales que se emiten en
diferentes ocasiones” es posible extraer los siguientes
indicadores actuales para los negros
cubanos: “viven en las
peores condiciones habitacionales y su ubicación es en
áreas deprimidas y populares; reciben menos remesas; tienen
menos acceso a los sectores emergentes; son pocos los negros en las
universidades y pocos los estudiantes negros en el Instituto
Preuniversitario “Lenin”; son menos aceptados como vecinos y amigos;
sus ingresos dependen de sus esfuerzos personales más que de un
salario”.
O se lee en texto de Alejandro de la Fuente:
“En estas condiciones ya
no es posible afirmar, como se hacía hace unos años, que
el racismo es una herencia colonial inerte, un rezago del pasado en
vías de desaparición. La experiencia de los
últimos diez o doce años demuestra que se trata de un
fenómeno vivo y floreciente entre nosotros. Ahora falta que
podamos tener un debate nacional serio sobre el tema...”
(Se le acabó el mambo fácil a la
Nancy Morejón.
Basta ya de escribir poemas de esclava, de testimoniar por su
bisabuela, de hablar por la criadita. Si de verdad quiere
dárselas de negra que salga de Roble
de olor y se hip-hopice,
que dedique un pensamiento a quienes la policía acosa con
peticiones de documentación.)
Este número de La Gaceta de Cuba descree del
debate tal como
ha sido llevado hasta ahora. “La reflexión se empantana en
pequeños salones semivacíos, entre raptos emocionales y
verdades a medio camino, que son escamoteadas –casi chantajeadas- por
la tensión que produce lanzar el tema al ruedo público”,
Roberto Zurbano dixit.
Y es que a cada intento de reflexión
termina por apoderarse del
micrófono el compañero encargado de poner límites,
agrimensor de las discusiones. Leáse en este rol al maestro
Fernando Martínez Heredia: “Al cabo de media vida, saco al menos
dos lecciones: una, la solución de todo gran problema social
siempre es mucho más compleja de lo que uno cree; la otra,
tenemos que trabajar y luchar siempre, aquí y sólo
aquí, en esta tierra nuestra, la que hoy es lo que hemos sido
capaces de lograr que sea, y sólo será lo que nosotros la
obliguemos a llegar a ser”.
Aspirante a la longevidad como él mismo
se supone, ¡a
qué grandes abismos pensamentales se abocará
Martínez Heredia en otros sesenta y seis años de
sostenida cogitación!
Entretanto, pasemos al meollo: buenas como
estaban las cosas para los
niches cubanos after 1959, ¿cómo es que alcanzan hoy tan
pésimo cariz? Triunfó la Revoltosa, el mulato
Guillén escribió su poema-declaración donde las
playas son de todos y cualquiera en Cuba puede disponer de pieza de
hotel y, sin más, Revoltosa mediante, los negros tienen hoy
prohibido acercarse a las habitaciones aireacondicionadas, impedido el
paso a los vestíbulos de hotel. En cambio, las disposiciones
oficiales sí que permiten a los blancos nativos entrar a esas
habitaciones (siempre que sea en figura de camarero del room service o
botones o mucama.) Y hace tan sólo unas semanas un salón
de artes plásticas celebrado en La Habana expuso un video de
José Toirac donde el poema de Guillén era recitado en
lenguaje para sordomudos.
¿Qué pasó?
¿Cuál han sido las
razones para tales cambios? Al menos dos de los ensayistas convocados,
Lázara Ménendez y Alejandro de la Fuente, coinciden en
señalar el poco acceso de la población negra a las
remesas de dólares del exilio. (De la Fuente cita una causa
más: la discriminación racial en los empleadores de la
industria turística.) Así pues, los burgueses vencidos
hilan la desdicha de los negros en la isla, todavía consiguen
dictar prohibiciones para la gente de color... Los salidos forzosamente
en balsas tienen a menos ayudar a los tataranietos de aquéllos
que llegaron al país también forzosamente...
Con razonamiento semejante podría
achacarse la decadencia del
Imperio Español a los árabes y judíos echados de
la península. O tal vez se trata de un rodeo mediante el cual
unos autores imposibilitados de hablar claro denuncian la
política económica del gobierno cubano.
Cualquiera que sea el motivo de la causalidad
apuntada, no hace
más que seguir al pie de la letra la lección segunda
enunciada por Fernando Martínez Heredia: “trabajar y luchar
siempre, aquí y sólo aquí”. Pues la voluntad de
tornillo (o de avioneta cayendo en barreno) apreciable en la frase
anterior exige el vertimiento de culpas fuera del territorio nacional.
Después de media vida dedicada al
pensamiento incesante, el
maestro Martínez Heredia recomienda la receta mejor para encarar
nuestras dificultades: se toma el problema más lindo y
más gordo, y se le deja a disposición de la corriente del
Golfo. La suya es filosofía resumible en juego de niños:
a la pregunta por una candelita, el índice ha de apuntar lo
más lejos posible, mientras se afirma haber fumado por
allá. De manera que todo problema a debatir pueda remitirse
genealógicamente hasta el embargo norteamericano. O bloqueo,
para hablar en ñángara.
Si es preciso definir las causas del racismo
imperante en Cuba, culpad
de ello a la gusanera. Son morralla, son escoria, son subnegros, son
apátridas. La culpa del totí la tiene el gusano.
Creo imaginar el orgullo que sentirán
los editores de La Gaceta
de Cuba, cumplida ya su maniobra de escurrir el bulto del que
debían ocuparse. Y calculo que no estará lejos
número o dossier de esa revista dedicado a razonar la falta de
altruismo que el exilio cubano muestra hacia los negros de la isla. Lo
cual me hace temblar, pues bastante tarea pendiente tengo ya con el par
de lecciones de Martínez Heredia para que venga otro maestro a
endilgarme las suyas. Y hablo, of course, de ese infatigable Summer
Welles entre la isla y el exilio que responde al nombre de Ambrosio
Fornet.
¡Solavaya!, grito al búho de Minerva.
La
lengua suelta no. 21
¡Vámonos
con Noam Chomsky!
Otro año de Feria del Libro en La Habana
Fermin
Gabor
Era la semana de receso escolar, todas
las fieras estaban libres de colegio y decidieron poner en asedio a la
fortaleza de La Cabaña. Aquéllo (había que verlo)
era la Cruzada de los Niños. Indudablemente
resultó bien calculada la coincidencia de la pausa
pedagógica con la celebración de la feria del libro en La
Habana, pues cualquier anfitrión sabe que cuando flaquea una
fiesta lo mejor es invitar a las hormigas.
Y es que este año (edición
decimocuarta de la feria) se echaba a ver la falta de dulces y de
saladitos. Sobraba el ron peleón, si por ese alcohol entendemos
la profusión de libros de una sola tendencia de pensamiento
político, que deja en quien lo bebe resaca bien difícil
de tratar.
Febrero es el mes de los mejores cielos en La
Habana, y es también el mes de los libros. Millones de
ejemplares y centenares de títulos se ponen a volar en el cielo
de febrero (abundan los papalotes empinados desde los fosos de la
fortaleza), y es preciso entonces aprovechar la ocasión. Pasa
con los libros lo mismo que con el pescado del tercer grupo o las
almohadillas sanitarias para doncellas: cuando aparecen hay que correr
a comprar.
Porque luego sobrevendrá la
sequía hasta el próximo febrero, y ni siquiera con dinero
enviado desde Miami podrá hallarse en La Habana título
que valga una lectura.
Salvo febrero de feria, las librerías
cubanas viven el año en tiempo muerto. Pero no vaya a creerse
que el mes de gracia produce mucha azúcar. Literariamente
hablando, en la feria puede hallarse su clásico (Machado
de Assis, reeditado), su extranjero contemporáneo (Juan Madrid o
Thiago de Mello, dos infumables), los isleños de
obligación, y algún que otro exiliado que vuelve por unos
días, para congraciarse con las autoridades en la mayoría
de los casos.
The rest,
ojalá que silencio, hace el mayor volumen de las publicaciones y
corresponde a títulos que podrían tomarse por
transcripciones de las mesas redondas de cada tarde en
televisión.
Noam Chomsky se asombró en una jornada
de esta feria de que, acompañándole en su recorrido altas
figuras del gobierno cubano, el grupo no se viera obligado a portar
guardaespaldas. Según él, un jerarca taíno
podía pasearse en confianza, sin miedos ni problemas, entre el
público lector que abarrotaba el sitio.
“Que te crees tú éso, viejito”,
pensó la niña de ocho años que compraba un libro
de colorear a unos pasos del intelectual estadounidense.
Mirdalia Valdés Albarrán es,
desde hace un par de años, la mejor agente infantil de la
policía secreta cubana. Sin saberlo él, Noam Chomsky (Old Man and the Sea para los
encargados de esa operación) se encontraba rodeado por muy
jóvenes segurosos. Sindo Valcárcel Rabí, pionero
de nueve años, hacía como que empinaba una chiringa.
Laritza Jardines Román, once años de edad y ya teniente,
sorbía una Najita mientras cuidaba a la mayimbería. Y el
agente Javier Emeraldo Montes de Oca (Tigre
Juan como nombre de guerra) pasaba por padre de Arisdalys Vega
Arán, chivatica estudiante de tercer grado.
Crítico de la política
estadounidense y (tal vez) buen conocedor de ella, al tratar de
problemas mundiales Noam Chomsky ha dado muestras de lo corto de su
entendimiento. Recuérdese si no cómo, a fines de los
setenta, él desmintió las primeras noticias dadas por The New York Times acerca de las
masacres en Kampuchea. Puras invenciones de ese diario, afirmaba,
groseras maquinaciones anticomunistas. Todo para que luego le cayeran
arriba (en documental y en fotografías) pirámides de
calaveras y restos humanos fabricados por el régimen de Pol Pot.
Sin guardaespaldas se paseaba la
española Belén Gopegui. Con melena a la Sontag (pero
sólo, ay, la melena), viajó a La Habana para la
presentación de la edición cubana de su novela El lado frío de la almohada, publicada con
prólogo (aquí al que no le dan guardaespaldas le imponen
prologuista) del actual presidente del Instituto Cubano del Libro, quien
ha dado en esas páginas su primera batalla como escritor.
Otro que pudo estrenarse literariamente fue el
cantautor Amaury Pérez Vidal, hijo de la finada Consuelito Vidal
y durante buen tiempo director artístico de las tribunas
abiertas antimperialistas. (Pérez Vidal ha escrito algunas de
las líneas más enigmáticas de la música
cubana. Como éstas: “Porque un
amigo / es un amigo / hasta tanto no te muestre lo contrario”.)
Volvió de su puesto de embajadora
cubana ante la UNESCO Soledad Cruz. Con poemario, eh. (Para quien no la
conozca, Soledad Cruz fue, desde las páginas del diario Juventud Rebelde, la Pedro de la
Hoz de los ochenta, igual que éste empecinada en meter jocico lo
mismo en un concierto de la Sinfónica, en la telenovela de
turno, en el estreno fílmico o en un libro.) (Para quien la
tenga ya por conocida, vaya perla de su estancia parisina: deseosa de
demostrar su intimidad con Beethoven, en el intermedio de un concierto
la embajadora Cruz confesó a embajadores de otros países
que la música del sordo tenía en ella la facultad de
pararle los pelos... del pubis.)
A esta edición de la feria, dedicada a
Brasil, las editoriales brasileñas trajeron libros
espléndidos. En generoso gesto, los donaron a instituciones
cubanas. No vendieron ni un ejemplar y ahora esos volúmenes
formarán parte del decorado por el que se pasea el director de
la Biblioteca Nacional, doctor Eliades Acosta. U otro sesudo director,
Roberto Fernández Retamar. (Su último título, Cuba defendida, se mosqueaba de lo lindo
en los estantes de La Cabaña.)
Editores de varias nacionalidades ofertaron
muy poca obra de interés. Recorridas todas las celdas de la
vetusta fortaleza, a uno le entraban ganas de variarle la palabra a
Noam Chomsky para asombrarse de que, con dinero en los bosillos,
pudiera dejarse atrás y sin compra alguna feria tan visitada,
tan magnífica y tan grande.
“Pues será el próximo febrero”, me consoló un
amigo que salía, como yo, decepcionado.
Pero, ¿es que no sabía él a quiénes
dedicarían la del 2006?
“Como país, a Venezuela”, le informé.
“¿Y a cuál autor del patio?”, preguntó ya con voz
temblorosa.
“Ángel Augier. Nancy Morejón.”
Cada uno de esos nombres sonó como un martillazo en el
ataúd de la literatura.
“Oye”, se interesó de pronto, “¿tú compraste el
libro de cuentos de Amaury Pérez Vidal?”
Le respondí que no.
“Yo tampoco.”
Con muestras de gran desasosiego, me pidió que
volviéramos atrás.
“¿Otra vez a la feria?”
“Es que, ¿tú sabes?, pensándolo bien,
habría que ver, a lo mejor no son tan malos los cuentos de ese
tipo.”
La
lengua suelta no. 20
Donde
Monseñor suspira por el Teatro Shanghai
Fermin
Gabor
“Los que ya han visto la actual puesta en
escena habanera de La loca de Chaillot,
¿acaso no repararon en las evidentes analogías entre
muchas de las fotografías de las prisiones irakíes y las
escenas de sexo pretendidamente ‘cómicas a lo postmoderno’ que
vimos sobre la escena del Teatro Trianón?”
La pregunta, valiente despropósito, se
la hace Monseñor Carlos Manuel de Céspedes
García-Menocal en un reciente número de la revista
católica habanera Palabra
Nueva a propósito de la
puesta de Carlos Díaz y la
compañía El
Público. Los escrúpulos que siente todo padre
católico frente a lo sexual permiten forzar esa
comparación entre gente torturada a punta de pistola y actores
que representan. (Ya se sabe que los curas oyen las emisiones del Mal
en banda ancha.)
A juzgar por las enumeraciones de su
reseña, Monseñor Céspedes ha sido un habitual del
teatro cubano a lo largo de décadas. Es capaz de recordar la
visita a La Habana de Louis Jouvet (“hasta podría aventurar el
nombre de la compañera de la Universidad que me
acompañaba esa noche en el teatro”), un Camus por Adolfo de
Luis, la Mariana Pineda de
Roberto Blanco, y diversas puestas de los hermanos Revuelta, Berta
Martínez, Carucha Camejo, Victor Varela...
Nuestro prelado declara además la
amistad que lo une a Carlos Díaz, cuyo trabajo conoce desde las
primeras obras. “Se nos reveló a todos como un director
talentoso y sumamente prometedor”, recuerda. “Sin embargo, poco a poco
lo hemos visto derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras
propias de la antiestética de la Postmodernidad.” Así, no
fueron de su agrado las versiones que hiciera Díaz del Calígula de Camus y de La Celestina. Y, si entonces
prefirió callar, ahora dedica catorce páginas a criticar
su disgusto tercero. Porque “a la malignidad de la antiestética
postmoderna”, tales puestas suman travestismo y pornografía.
No vaya a pensarse que el ensotanado
crítico niega de plano las virtudes dramáticas de un
actor metido en traje femenino. Su reseña cita como salvedades
al Cherubino mozartiano o al Octavian de El Caballero de la Rosa.
Tampoco Monseñor ve con malos ojos
alguna desnudez, siempre que ésta tenga utilidad dentro de la
obra. Critica, en cambio, “la grosería gestual” y el “desnudo
insolente” no integrados en la trama, gratuitos. Llega, al respecto, a
especificaciones que un maestro de escena debería no perder de
vista: frente a esos hombres y mujeres revolcados por el suelo
“haciendo vida sexual, no al modo humano, sino al de los perritos y los
gatitos en celo”, defiende la posición del misionero.
A juicio de Monseñor la
pornografía pertenece al
ámbito de las proposiciones éticamente incontestables,
junto a la mentira, la antropofagia y los sacrificios humanos. Por
tanto, Carlos Díaz ha fabricado con la obra de Jean Giraudoux
algo próximo al canibalismo y la crucifixión.
Contrario al crítico de marras (aunque
sin su bagaje como
espectador de teatro), pienso que los desnudos sí que
encontraban justificación en Calígula
y en La Celestina. Porque la
decadencia del emperador y la zurcidera de himen, ambos, ameritaban
apeñuncamientos de gaticos y perritos, de perritos con gaticos y
viceversa.
Claro está, correspondía al
director esfuminar esas acrobacias a favor del diálogo. Y es en
este punto donde falla Carlos Díaz. Cuando, lleno de intuiciones
para enfrentar lo coreográfico, parece descreer de la palabra.
Entonces no se fía de lo que pueda alcanzarse en una
conversación, y por ello fue un fracaso estrepitoso el
Chéjov que intentara, ya que los aspavientos habaneros
están en las antípodas del maestro ruso.
Creo que las últimas puestas de El Público no hacen
más que mostrar la degradación a que han llegado en la
actualidad cubana los discursos, sea cual sea el tema que traten. Las
palabras suenan como teque, muela, didactismo, retórica, y se
vuelve imprescindible llenar la escena con acontecimiento
más
rotundo que el más rotundo diálogo. ¿Qué
mejor pretexto entonces que un cuerpo lo más crudito posible o
un enigma sexual de difícil desentrañamiento?
De poco valen en caso así las
excelencias del texto dramático: será tirado a mondongo.
Toda la vigilancia del director se concentrará en lo
coreográfico y olvidará lo que los actores dicen y el
modo en que lo sueltan.
Más allá de las objeciones
monseñoriales, considero que la exhibición porque
sí de un par de nalgas estropea por ser enfásis espurio,
pero en su lugar podría aparecer un elefante y no dejaría
de obtenerse igual efecto.
Absorto el público ante el
señuelo falso, los parlamentos se le fugan. Así pues, esa
pornografía resulta criticable no por lo que enseña, sino
por lo que disimula y oculta. Y casi siempre que el escenario es
recorrido por un cuerpo desnudo en algún otro rincón
cometen fechorías con el texto.
Sodomizan al texto en postura de gatitos o perritos. Le vuelan el
cartucho, le dan tafia.
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
termina su crítica con el recuerdo (no sabemos si personal) de
los espectáculos pornográficos del desaparecido teatro Shanghai. “Pero aquello
podía ser divertido”, sopesa, “y nadie se lo tomaba en serio,
mientras que las obras de El Público sí se toman
en serio y hasta reciben subvenciones de instituciones extranjeras”.
Disgustado por lo que contemplara en una función, más que
soltar su ira pide que suelten a los perros. (No en balde alude a las
atrocidades del ejército de ocupación estadounidense y a subvenciones
extranjeras.) Concluye su extensa reseña con este
llamado a las autoridades políticas cubanas: “Me gustaría
mucho que los responsables culturales del País abran bien los
ojos y, sin complejos ni ánimo sombrío de censores
policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su
responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno
humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que
deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que
sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no
sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.”
(Uno lee la frase y, ¡pá su
escopeta!, quiere estar lo más lejos posible de la amistad de
ese cura. Solavaya, porque si trata así a su amigo Carlos
Díaz, qué no deparará a desconocido o enemigo.)
Falto de Inquisición que se haga cargo, Monseñor procura
compinchería en iglesia más vigente, y llama al brazo
seglar que persigue. De poco valen sus precauciones acerca del
ánimo y la conciencia oficial que deberán reinar en esta
nueva cruzada: a un dragón no se le piden gentilezas. Y, dada la
candidez de quien supone en Cuba entorno humano que no dependa de las
autoridades, cabría encargarle al sastre de El Público traje adecuado
para Monseñor Céspedes: la sotana con babero.
Podría suponerse que su poca
experiencia como reseñista no le deja ver claro la misión
de la crítica de arte. Que es influir en el artista en
discusión y en el público interesado, no clamar por los
políticos. (Metidos en el juego crítico y criticado,
cualquier llamado a figura mayor que monitoree, ha de considerarse como
chivatería.)
Que quepan en las páginas de una
revista católica melindrosidades frente al sexo resulta
perfectamente comprensible. Sorprende, en cambio, que desde ellas se
pida más intervención del estado en la cultura, con todo
lo que esa intervención supone y ha supuesto. ¿O acaso
Monseñor Céspedes procura que sus fieles, los asistentes
al “Trianón” y la compañía de actores sean
invitados a picnic en un campamento militar de apoyo a la
producción? (Cuidadito, que el tiro al travesti no tarda en
considerar dentro de sus blancos a cualquiera con sotana.)
En verdad, en verdad os digo que los caminos
del Señor son indescifrables. ¡Oh, pobres pecadores,
imaginad entonces los de uno de sus ministros en la tierra! ¡Y
más aún: imaginad que ese ministro mora en Cuba y
atraviesa este valle de lágrimas hasta arribar al seno de
Abraham!
Soy incapaz de calibrar cuán bien escuchado pueda ser
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
en el reino de los cielos; menos aún alcanzo a suponer
cuánto lo oyen en el Consejo Nacional de las Artes
Escénicas o el Ministerio de Cultura. Pero lo cierto es que,
poco después de la publicación de su reseña, por
azar o castigo de Dios o del Estado, la vieja maquinaria de aire
acondicionado del “Trianon” decidió rendir viaje, cantó
el manisero.
Reunidos por este motivo funcionarios sin
complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero
con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad,
dictaron sentencia definitiva: abocados a sustitución
obligatoria del equipo, uno nuevo saldría extremadamente caro,
ya imposible. Se hacía inevitable el cierre de la sala. De lo
contrario, el desnudo cundiría también en el lunetario
del “Trianón”.
Se acabó pues La loca de Chaillot y no hay que ser
un Rubiera para pronosticar lo que sigue. De empeñarse
suficientemente los burócratas, La Habana perderá un
teatro más y quizás también una de sus mayores
compañías teatrales. El infatigable Carlos Díaz
perderá su ritmo de trabajo.
De ocurrir todo esto, me gustaría dejar claro que entre los
enterradores hubo un cura.
La
lengua suelta no. 19
¡GOOOOOL
de Leonardo Padura!
El
escritor revela las leyes de su fútbol
Fermin
Gabor
Mario Conde, el investigador protagonista de
las novelas de Leonardo Padura, lo tiene siempre fácil. A
diferencia de otros detectives, él no opera a contracorriente,
no opera solo. Multitud de chivatones de comités de defensa lo
esperan para prestarle ayuda. Hasta los niños de la guardia
pioneril le entregan pistas. Y el teniente Conde no tiene más
que entrevistarse con las autoridades políticas
de la cuadra
donde fue cometido crimen o desfalco para que los misterios comiencen a
aclararse.
Conde tiene también de parte suya a
todo el cuerpo de polícias del país. Y, a la vista de
esta correlación de fuerzas, lo que asombra en esas novelas no
es que el problema llegue a ser resuelto,
sino que haya existido alguna vez. Porque guardias
pioneriles y cederistas, autoridades de las cuadras y pululantes
uniformados deberían negarle espacio a la delincuencia. E igual
que Tom Cruise en Minority Report,
en lugar de investigar el crimen (cosa fácil) el teniente Conde
debería evitar que éste se cometiera.
Su existencia es, me temo, aburrida. Si no
fuera por algunos achaques de salud (de no conservar las gabardinas de
otros se hereda la úlcera estomacal y el mal sabor de los
amaneceres), Mario Conde tendría bien poco de qué
ocuparse. Suerte que, con el fin de prestar alguna tensión, de
vez en cuando lo asalta una punzada estomacal o el recuerdo de
algún viejo amor.
Ulceroso y sentimental, el resto es pan
comido. Pone en su trabajo el mismo esfuerzo de una secretaria al
rellenar planilla, pues las novelas policiales de Leonardo Padura son
mortalmente burocráticas.
Nada de la chispa que prendiera el caballero
Auguste Dupin parece brincar en las grises dependencias donde el
teniente Conde ejecuta sus ritos. Guiada la investigación por un
manual de pasos rigurosamente estipulados, auxiliada por legos que dan
el chivatazo y la pista y hasta el grito de ataja, no existe
improvisación, no hay jazz alguno. El discurso del método
ha sido acuñado por los superiores y hasta los delincuentes se
mueven como burócratas.
No consiguen asaltar a Conde las sorpresas que
asaltaban a un Marlowe o a un Spade (Dupin no salía de sus
habitaciones): nadie le pegará con la culata de un
revólver hasta hacerle perder la consciencia y meter blanco o
hueco en la ilación de hechos que llevaba. Y es una
lástima que tampoco se brinde algo de pugna entre departamentos,
de competencia entre investigadores, de malas relaciones entre jefes y
subordinados o, más cenagoso el caso, ciertas corrupciones de la
policía.
Nada de eso. Un cuerpo honesto de
investigadores entre los que se cuenta el teniente Mario Conde realiza
su trabajo limpiamente, sin chanchullos ni envidieta. Viven entre ellos
en armonía preestablecida. Mientras tanto, el autor de esos
libros sí que lidia con el azar y el destino: gracias a una
entrevista ofrecida por él al Diario
Vasco podemos asomarnos a su verdadera historia policial, la
inescrita. Que es también la historia policial de todos los que
escriben en la isla, traten o no sus libros de delitos y
crímenes.
Nunca antes (que sepamos) se había
hecho público el contrato imperante entre escritores y
autoridades políticas en Cuba, secreto mayor de los literatos
isleños. Nunca antes escritor residente en la isla, y por tanto
expuesto su trabajo a censura oficial, había declarado
cuánto sacrificaba para ver publicados sus libros.
Editado en una de las más importantes
casas españolas, traducido a varios idiomas y publicado (con
esos mismos títulos) dentro de su país, Leonardo Padura
es un autor de éxito. Algunas autoridades de la isla no ven con
buenos ojos sus libros, reconoce. Pero la censura oficial no ha
cambiado ni una sola palabra en sus textos, y cuatro de sus seis
novelas han sido elegidas como libros del año en La Habana.
Lograr milagro así en un panorama donde
según él mismo los escritores incómodos resultan
marginados, presupone un muy delicado planeamiento. Es necesario
adelantarse al censor y borrar, no las huellas del escenario del
crimen, sino el crimen mismo. (Tal vez por ello sus novelas resultan
soporíferas: el único crimen lo ha cometido el autor:
asesinato por autocensura.)
Padura confiesa imponerse determinados
límites a la hora de ejercer la crítica social y
justifica sus maniobras con un ejemplo deportivo: en un partido lo
importante es colar gol. Es preciso, pues, ajustarse a las reglas del
juego, "tratar de burlar las defensas, ser habilidoso para poder buscar
la mejor posición desde la cual tirar y anotar el gol que vale".
(Me gustaría, sin alejarnos de lo deportivo, transformar el
ejemplo en otra clase de juego. En este otro fútbol que propongo
hay también que ajustarse a las reglas, sólo que
éstas no han sido estipuladas por autoridades políticas,
sino por autoridades literarias, incluido el propio creador.)
Padura juega en relativa conformidad el
fútbol de los comisarios. Para él no existe otro juego,
ni resulta posible discutir las reglas de ése. "La vida en Cuba,
a pesar de todas las dificultades, es mejor en muchos sentidos de lo
que pudo haber sido en otras épocas", sostiene. Vive, pues, en
la mejor de las Cubas posibles. Lástima que en su entrevista no
nos aclare cuáles son esos "muchos sentidos".
"Yo no me imagino viviendo fuera de Cuba",
afirma. Tiene "una relación sanguínea, ni siquiera
intelectual" con su casa, su barrio, su país de nacimiento. Y se
muestra capaz, con tal de conservarla, de malversar su relación
con el trabajo. Vistas así las cosas, podrá
considerársele morador privilegiado, vecino intachable, hijo
emérito de Mantilla, cubano cien por ciento. Todo menos escritor
con vergüenza.
Más aún cuando leemos esta otra
razón para no marcharse al exilio: "mi literatura surge de esa
relación que tengo con la realidad cubana. En Cuba, la
literatura tiene todavía esa función social, esa
capacidad de influir y actuar sobre los demás".
Varias son las hipótesis que despierta
la frase anterior. ¿Cuál es esa relación
insustituible que tiene Leonardo Padura con la realidad cubana?
¿La de verlo todo o casi todo para callar mucho? ¿Sus
trabajos de premeditación donde calcula cada detenimiento del
comisario de turno y tacha para no complicarse la vida (o anotar un
gol, tal como él considera)? Si no se larga a vivir al
extranjero es debido al influjo que consigue sobre sus lectores, a su
incidencia en la sociedad civil cubana, a la agitación social
despertada por sus libros.
¡Alardes de inválido! Lo
único que consiguen esas novelas suyas es extender entre la
gente el miedo a la autoridad, contagiar a los lectores el temor de
quien escribe (si mi escaso italiano no me falla, Paúra
significa miedo). Menos policiales que de horror, la sombra del censor
y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de
autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de
autocastigo.
Siente, según la entrevista aparecida
en el Diario Vasco, el
orgullo enorme de que sus obras puedan leerse ahora dentro de Cuba.
Apostador de poca monta, sacrifica la duración de su obra por
ese triunfalismo del presente. Prefiere jugar el fútbol de los
mandamases a practicar la ética del escritor.
No es el único, que conste. Pero ha
sido el primero en declarar las leyes de un juego que comparte con
tantísima gente. Y las cosas, luego de esta entrevista suya, no
van a ser las mismas. Ahora cualquier reunión intelectual puede
tomarse por peña de tahúres. Lo era ya desde antes, pero
entonces el truco se mantenía encubierto.
La
lengua suelta no. 18
Qué
raro que me llame Federico
Fermin
Gabor
Dónde
estábamos? Ah, ya. En el momento en que, con el título Anónimos,
Arturo Arango publicaba en La Gaceta de Cuba (julio-agosto
2004)
artículo donde intentaba meterle coco al fenómeno de las
columnas de autoría
encubierta que, según noticias suyas, empiezan a pulular.
Algo menos repugnantes que los virus
informáticos,
críticas literarias y de costumbres gremiales
llegan a las pantallas de
nuestras computadoras bajo nombres falsos. Creo, opuestamente a Arango,
que
rara vez sin nombre. Por lo que su artículo debió
llamarse Seudónimos.
(El seudónimo tiene linaje literario y el anónimo
tradición de chantaje.)
Pero más allá de la
inconveniencia del título, resulta
muy loable su empeño de juntar señales e intentar extraer
de ellas alguna
moraleja. Lástima, empero, que a ese intento no lo
acompañe una recta
inteligencia. Lástima que la flecha se le pierda en el camino al
blanco.
Y no podía ocurrir de otro modo cuando
parte de presupuesto
tan falso como el suyo: las polémicas literarias anidan
gustosamente en las
revistas de la isla. Y no podía ser menos cuando empuja al
lector hacia
causalidades descabelladas: tales mensajes encapuchados promueven el
chisme de
pasillo y restan ímpetu a lo que pudiera convertirse en
crítica publicada. (Si
tal como asegura él los mensajitos constituyen una moda
reciente, el chisme de
pasillo es anterior a la fundición de los cimientos de la casona
de 17 y H).
Sin embargo, lo más falso de Anónimos
es el
aire de apoliticismo que el autor aparenta. (Que la política
salte luego a la
yugular de muchas de sus oraciones resultaba esperable, pues ya se sabe
cuán
incivil puede ser el comportamiento de lo reprimido siempre que
retorna.)
Arturo Arango conocía de antemano lo
político del
asunto. Según palabras suyas, en esas críticas de nombres
encubiertos “se
descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que
desempeñan
responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su
simpatía con la
revolución”.
Para pensamiento como el suyo la
política “es un campo
dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego
literario”. Y
pretende luego citar con propiedad a Barthes y a Foucault, para que no
nos
quepa duda de que en su vida ha leído a esos monsiús.
Pues una
sola incursión por obras de esos franceses le habría
enseñado que las reglas
son las mismas para el juego político y el literario.
(¿Por qué en sus palabras
la política es campo y la literatura juego? ¿Por lo
minado del primero?).
Arturo Arango no quiere que se le vea como
censor de
lo que estudia. Incluso en varios puntos admite alguna simpatía
por lo que los
mensajes X traen, y es plausible entender su perorata como la del voyeur
que abjura públicamente de la pornografía. (Lo imagino
empedernido lector de
chanchullos y asiduo comentarista de pasillo.) Pero que no venga a
engañarnos
su aire modosito: Anónimos resulta una cerrada
defensa de las
instituciones gubernamentales cubanas.
Declara para ello la libertad de movimientos
existente
dentro de las publicaciones de la isla y arremete con disimulo contra
quienes
las evitan y emprenden alternancias. Arango se adelanta en unos meses a
medidas
estatales que ya han sido pronosticadas para fines de año: la
batalla contra
los trabajadores por cuenta propia.
Anónimos carga contra
el cuentapropismo de la crítica literaria. Procura meter
toda forma de vida en el corral del Estado, para que cada niek
suene definitivo, inapelable. Para volver a los poderes
ommnímodos de los
setenta.
Su autor desaprueba la batalla plantada por un
seudónimo ya que resulta una pérdida de tiempo para la
polémica. ¿De qué modo
responder a una ficción, a una fantasmagoría?, pregunta.
Y cita en su artículo
a dos de esas ficciones: Leopoldo Ávila y Fermín
Gabor.
Confiesa que lo elusivo de esta clase de criaturas puede verse bien en
el caso
del primero, que escapó sin que nadie contestara a sus ataques.
Es en este punto donde las carcajadas de
José Antonio
Portuondo o quienquiera que haya sido Leopoldo Ávila
desmienten
el remedo de posibilidad histórica con que intenta embutirnos
Arturo Arango.
Pues incluso desprovisto de seudónimo Portuondo (o quienquiera
que haya sido)
hubiese resultado inexpugnable. Publicadas sus columnas en la revista Verde
Olivo tenía a su favor la flotilla de tanques del
Ejército Central. Por no
hablar de un carné del partido.
¿Luis Pavón y Joaquín G.
Santana son seudónimos? Tal
vez Arturo Arango deba, aunque sin meterse en política,
aclararnos por qué este
par de veros nominales va a marcharse sin cocotazo suyo o de otros. Ha
de
explicarnos también la inmunidad en la que tanta vaca sagrada
circula
indostánicamente a la intemperie, sin seudónimos.
(¿La condición de vaca
sagrada no protege mejor que un nombrete?).
Confieso mi disgusto al verme citado en
compañía de
Leopoldo Ávila. Y, sin pretender develar por ahora mi identidad
(algún día lo
haré del mismo modo en que Dustin Hoffman se despoja de su
peluca en Tootsie),
puedo asegurar a mis lectores que me asiste muchísimo menos
poder que al
finadito Portuondo. Ninguno de los que fustigo dejará de tener
edición o empleo
debido a mis palabras, ni se le abrirá causa policial.
Compruebo que del mismo modo en que Arturo
Arango
quiere hacernos creer que ha leído a Barthes y a Foucault,
simula no saber la
diferencia entre Verde Olivo y La Habana Elegante,
Laurenti Beria
y un pobre bicitaxista.
Me acusa, a mí y a otros, de
intolerante. Pero, ¿por
qué buena razón dejar de atacar a un mazo de escritores
oficialistas que ya
cuentan en revistas y periódicos y noticieros y editoriales y
oficinas con
suficiente aplauso y vitoreo? ¿Hay que sumarse al coro de
quienes los celebran?
¿Hay que callarse la boca o sudar fiebre por los pasillos
roñosos donde circula
el chisme? ¿Ser tolerante con la intolerancia política y
la mediocridad
literaria de quienes protagonizan la escena cultural cubana?
Ya por el tobogán de las preguntas,
¿quién es
verdaderamente Arturo Arango?
Compartiré con mis lectores la mejor de
mis hipótesis:
hace unos años era el muy joven director de Casa,
revista continental.
Roberto Fernández Retamar era su jefe. Un buen día, con
ganas de divertirse, de
burlar la mediocridad de un periodista llamado Luis Sexto, el joven
director
confabulóse con algunos de sus subordinados y escondieron los
rasgos del
mediocre periodista bajo disfraces de payaso. Sacaron un número
de la revista
con retratos burlados de Luis Sexto.
Lo escolar de la broma no tiene para mí
reproche
alguno (¿acaso aquí no las cometo igual?), sí lo
insignificante de su elección.
¿Por qué en lugar de un idiota con nombre de rey no
ocuparse de muñecón más
alto? ¿Por qué no el jefe Retamar, por ejemplo? ¡En
lugar de pieza mayor,
bajarse con un periodista que nadie recuerda ya! Ubi sunt
Ludovicus
Sextus.
No tardó mucho el burlado en reconocer
bajo los
payasescos rasgos los rasgos propios de su jeta, y exigió
reparaciones a la
ofensa, visitó a las autoridades pertinentes, hizo de la
venganza punto de
honra.
Levantado el escándalo, el joven
director de la
revista Casa se mostró incapaz de reconocer su
participación. Se
engurruñó, escondióse, aclaró al jefe
Retamar su desconocimiento de una
jugarreta armada por subordinados suyos a sus espaldas.
Pero aumentaron un poco la presión
atmósferica y el
joven director acabó por reconocer su parte en el complot.
Lloró en la oficina
del jefe (en la antesala, ya que no lo recibían) peticiones de
misericordia.
Haría lo que fuera necesario para recuperar la confianza
traicionada por él. Se
iba a Solentiname de monaguillo de Ernesto Cardenal, bordaría
trajes típicos
para Rigoberta Menchú.
Y ahora ese lacrimoso que obrara
encubiertamente, que
dejara en la estacada a los suyos y mintiera a su propio jefe, es
quien llama
cobarde y amoral a todo el que se acoja a seudónimo o anonimato.
Reencarnado
desde hace años como jefe de redacción de La Gaceta
de Cuba, asegura que
no cometerá el pecado de la descalificación fácil:
“evito escribir la palabra
‘cobardía’”. (Seguramente le traería recuerdos
personales, remordimientos.)
No estoy seguro de quién es Arturo
arango, quizás
nunca llegue a saberlo con certeza y él quede como enigma igual
que Leopoldo
Ávila. Pero, sea quien sea, al final de su artículo deja
escrita esta
recomendación: "No creo que haya que perseguir estos
anónimos". Y
ojalá que esta no sea una invitación solapada a las
fuerzas de ataque. Porque
más peligroso que quien se esconde detrás de un
seudónimo es quien pone
seudónimos a cada una de sus palabras.
Anónimos / Arturo Arango
El fenómeno ha
comenzado a expandirse y aunque limitado, al menos hasta hoy, a las
computadoras de aquellos que podemos conectarnos a la red (a alguna
zona, ya sea mínima, de la red), ha ocupado por momentos la
atención del campo intelectual cubano: cada cierto tiempo,
enviados desde cuentas de correos a todas luces apócrifas o
tomados de revistas digitales elaboradas fuera de la Isla, llegan a
decenas, quizás cientos de buzones electrónicos textos
que pretenden la crítica (literaria, pero no sólo)
amparados en el anonimato. Y es, justamente, esa expansión lo
que provoca este Punto:
cuando un episodio se conviene en regularidad hay que leerlo
también o, sobre todo, como un síntoma.
En su mayoría son textos que buscan una
operatividad política: en muchos de ellos se descalifican
instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan
responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su
simpatía con la revolución. Intentaré, sin
embargo, apartar de estas líneas la política (mientras
sea posible), ya que es un campo dominado por reglas que difieren de
las que sostienen el juego literario.
Algunos de esos autores que han optado por el
enmascaramiento aducen que los motiva la falta de transparencia de la
prensa cultural cubana y dan por sentado que no hay espacios donde la
crítica pueda ser expresada con la mayor crudeza. En principio,
esa misma excusa llama la atención: es cuanto menos
extraño que alguien que opta por esconder su rostro real
requiera de justificaciones para hacerlo y quizás ello revele la
necesidad de legitimarse ante sus posibles lectores y,
simultáneamente, el temor a ser rechazado, a estar sobrepasando
límites que un tipo de receptor, tal vez mayoritario, no
esté
dispuesto a admitir.
Sin embargo, eso que los anónimos
están dando por sentado, ¿es real? ¿Ha faltado
espacio para la polémica en el campo cultural cubano y, en
especial, en sus revistas? No es éste el lugar para
enumeraciones, pero cualquier lector que revise los índices de Unión, La Gaceta de Cuba e, incluso, de
publicaciones de otro perfil, como Revolución
y Cultura y Cubaliteraria,
reconocerá que han acogido numerosas disputas, al menos durante
la última década, disputas donde, muchas veces, la
pasión, los enconos, las descalificaciones, han prevalecido por
encima de la razón, de la decencia y de la búsqueda del
conocimiento (aunque en otras los autores han dado ejemplo de decoro,
de civilidad).
Insisto en que estoy mirando sólo
aquella zona, digamos, literaria de esos textos que llegan bajo firmas
falsas. Para ser justo, debo reconocer que a muchos de ellos no les
falta agudeza y que a veces expresan criterios con los que coincido (ya
sabemos, “El diablo no tiene la razón pero tiene razones que
vale la pena atender”), aunque en otros casos son chapuceros, tontos y
su escritura pésima. Pero más allá de cuestiones
de calidad, hay en la propia manera en que existen, en que toman
cuerpo, argumentos que me molestan, que me preocupan, sustancialmente.
Algo que huele mal.
Lo primero es su intolerancia política.
Como dije antes, se descalifican, sobre todo, escritores cuyo
compromiso con la revolución cubana es explícito. Si
décadas atrás nos quejábamos de que la izquierda
dogmática desestimara figuras valiosas sólo por sus ideas
de derechas, o aun por su indiferencia, invenir la ecuación no
es menos nocivo y demuestra idéntico sectarismo: ni uno ni otro
pueden hacer bien a la cultura, aunque uno y otro lleguen amparados por
situaciones de poder o por el espíritu de la época.
Me molesta también la falta de rigor,
la comodidad que se impone con el anonimato (y evito escribir la
palabra “cobardía” para no cometer el pecado de la comodidad, de
la descalificación fácil, adjetiva). Ya sabemos,
desde Barthes y Foucault, que un autor es algo diferente que el nombre
de quien escribe. El anónimo se esconde también como
autor. No sólo pone su persona, su rostro o su cuerpo mismo a
salvo de réplicas, represalias o agresiones sino que está
enajenando esa otra parte que le pertenece como autor. Al polemizar con
un seudónimo de este tipo, sea el de Leopoldo Ávila o el
de Fermín Gabor, lo hacemos contra una ficción, contra
una fantasmagoría que terminará escapando (ya lo hemos
comprobado en el primero de los casos), contra un cuerpo de ideas sin
respaldo, sin historia. Es, por tanto, una polémica
estéril, que difícílmente pueda satisfacer esa
“sed de conocimientos y de experimentación” que reclama para la
cultura el lúcido editorial que acaba de publicar la revista Unión (n. 51,2003) a
propósito de las polémicas. Hay, por ello, una amoralidad
en ese gesto de hacer que un texto aparezca en la orfandad de lo
anónimo. Se puede no simpatizar con el impulso negador que
rigió la obra de Virgilio Piñera, pero lo que no se puede
poner en tela de juicio es que ese espíritu es parte sustancial
del autor Virgilio Piñera: la lectura de Aire frío o de La isla en peso es inseparable de
ese afán negador, y sus textos críticos, con frecuencia
devastadores, no pueden comprenderse sin sus piezas teatrales, sus
cuentos y poemas. Por eso su negación puede ser fecunda,
iluminadora: ofrece una lección de ética y el ejemplo de
una valentía personal, de una verticalidad para la defensa de
sus criterios estéticos que, ya lo sabemos, también
constituyen al autor Virgilio Píñera.
Por eso me molesta, además, que, bajo
el pretexto de abrir espacios para la discusión, estos mensajes
estén, en realidad, cerrándolos. Los cierran porque
favorecen el rumor, el cotorreo o el comentario de pasillos, siempre
infecundos y tan arraigados, tan poderosos en el medio cultural cubano.
Lo que se conversa o se trama en pasillos pocas veces alcanza espacios
de debate público de mayor alcance o jerarquía: se
desvanece en superficies. Los cierran, también, porque en ellos
la frivolidad, la descalificación adjetiva, prevalece sobre la
argumentación y el conocimiento. Los libros o autores azotados
por estos mensajes ya están, por el momento, apartados de otro
tipo de debates. En lugar de ponerlos bajo la luz de una
meditación seria, estos anónimos los han agotado. Ya
nadie volverá sobre ellos y, quien vuelva, no incorporará
a los suyos, ni para afirmarlos ni para rebatirlos, argumentos que,
como dije antes, no pertenecen a autor alguno.
Pero también quien usa un nombre falso
se siente en libertad de hacer lo que no podría desde su
identidad real. Y si lo que se intenta es la crítica literaria,
esa presunta libertad conduce al insulto o a la calumnia, casi
inevitablemente. Si esos textos, como algunos de ellos afirman,
pretenden establecer un modelo distinto para la crítica
literaria, sus autores debían saber que un nuevo modelo requiere
también de una nueva ética y que el abuso de la libertad
es inmoral (no ya amoral), como es inmoral el abuso de cualquier tipo
de poder, incluso el que otorga una máscara.
Estos anónimos llegan a nuestros buzones, nos dejan indiferentes
o nos hacen reír, nos preocupan o nos irritan, pero existen y ya
son inevitables, tal vez crecientes (las características del
trabajo en la red pueden favorecer que otras personas se sumen a la
modalidad). Es obvio, además, que están entrando en un
ambiente favorable: de nuevo, el Diablo no tiene la razón... Tan
verdaderas como las polémicas ocurridas y los espacios que las
favorecen son las zonas de silencio, los debates pospuestos, las
heridas mal sanadas. Tan real como esa pretendida o solicitada unidad
de los intelectuales cubanos, o como lo ha sido su sabiduría
para enfrentar y conjurar actos de incomprensión o intolerancia,
lo son las bajas pasiones, los resentimientos, las envidias
(inherentes, ya sabemos, a la condición humana).
No creo que haya que perseguir estos
anónimos, ni bloquearlos en nuestras cuentas de correo, ni hacer
como si no existieran. Han llegado y en no pocos casos ocupado la
atención, la curiosidad, el tiempo de muchos de nosotros.
Quizás, por eso, lo más útil sea pensar, en lo que
significa ese acto, en el caldo de cultivo del que se alimenta, y
tratarlos en los espacios y con la ética que ellos quieren
desconocer, de manera que al odio, al fanatismo, a la
irresponsabilidad, se le opongan la razón, la inteligencia, el
sentido común.
La lengua suelta no. 17
Dos Gacetas
y muchísima polémica (pero no dentro de ellas)
Fermin Gabor
Tengo
en mi mesa los dos últimos números de La
Gaceta y, por lo que arrojan ambos acerca de la crítica
literaria, por lo
de preceptiva que tienen, han de ser lectura obligatoria para todo el
que
busque estrenar opinión en las revistas de la isla o publique ya
en ellas. Es
preciso leerlas como se lee un manual de costumbres, una guía de
etiqueta, un
tratado ético. Especialmente dos de sus artículos: uno
debido a la pluma de
Eliades Acosta Matos, otro a la de Arturo Arango.
Vicedirector
de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la
Biblioteca
Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos
autores con
título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de
sus opiniones gracias
a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la
Revolución
reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios
Martianos, La
Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de
revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía
la defensa del
realismo socialista.
En
esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas
(siempre que le
adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba
la gama de
productos lácteos que su infancia consumía en paseos por
el habanero Parque
Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la
de esas viejas
tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten Cents. “El vaso valía
veinticinco
centavos, y en los primeros setenta allí vendían la leche
sólo por vasos”,
rememoraba. (La boca se nos hace agua de pensar en los primeros
setenta, recién
fracasada la Zafra de los Diez Millones y celebrado el Primer Congreso
Nacional
de Educación y Cultura.)
También
a Victor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban
preocupaciones
líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en
el Parque
Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro
de capitalismo
habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa
nostalgia la suya capaz de
proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
La
historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas
y la “Pepsi
Light” de Victor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la
Revolu
el destino del país consistía mayormente en la
añoranza. “¡Ay, qué mal va la
cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras
empiezan a sufrir de
nostalgia!”.
Pero
no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el
realismo
socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología
ubietánea el
actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo
sufrido por los
antiguos países comunistas europeos luego de la caída del
Muro de Berlín. Según
él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”)
y la
decoración de interiores venían a apropiarse de los
códigos visuales del
realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita
del camarada
Stalin.
(Su
planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué
entender la apropiación
estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces
que es saqueo a Occidente
toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un
neoclasicismo
facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la
defensa del constructivismo
soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?,
¿cómo éste, tan vigoroso,
llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por
qué la suma de los artistas
eméritos de las repúblicas soviéticas no
alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
Graduado
universitario en una alejada república soviética, el
doctor Acosta Matos
defendía el pundonor bolinski.
Autonomista como fue frente a Moscú (ni
independencia ni anexionismo), no aguantaba a los que quisieran
recordar el
autonomismo frente a España.
Y
ahora el penúltimo número de La Gaceta de
Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que
procure
algunos rasgos positivos para la República. Responde a una
reseña publicada por
el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de
esa misma
revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de
historia.
Dejénme que les cuente, limeños.
Julio
Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un
primer libro, una
cronología: Noticias de la
República.
Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza,
Rodríguez recibe ayuda
de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a
prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se
deshace en
alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
Luego
Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay
otros por venir) y descubre que en él
abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que
el tan
alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta
muchas veces
dudoso.
Quien
recorra las páginas de esa cronología podrá
asistir al nacimiento apócrifo de
Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio
Mitjans, y va a ser
testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido
asalto y
destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
Muchas
otras pifias señala el reseñista y descubre además
la poca imparcialidad de un
acopio en el cual no aparece mención del mayor período de
bonanza económica
republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo
Cuadriello topa con el
malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia
favorable de una
edad histórica donde la gente nacía en días
equivocados, volvía de la tumba o
moría dos veces!
Incapaz
de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el
doctor Acosta
Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las
objeciones
sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste
ha atacado en
público a una mujer como Araceli García Carranza
(¿en privado le hubiese estado
permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve
años publica su
primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para
embarazadas, el
doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad
de su
prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no
esperó a ser aún más
defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues,
publicado a los
noventinueve años, su primer libro habría sido más
erróneo y disculpable.)
Por
supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura
del Apóstol, y el
doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es
amar” y el
sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para
rimar del
peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años
casado con concienzuda
bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata
sin compasión, y
es preciso amarlo martianamente.
Por
último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos
críticos que
“pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos
escogen la páginas de una
revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más
importante precepto entre los
suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas,
no hay por qué
publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en
reunión a puertas
cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical
manicheada
por la administración.)
Pacienzudo
para examinar las virtudes de una cronología, el investigador
Jorge Domingo
Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una
de las
reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones
de
crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de
exhumar la nada cariñosa
reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades
Acosta Matos
(entonces no doctor) saludara la aparición de un libro
póstumo de Virgilio
Piñera.
(De
esa vieja reseña vaya un cacho: “¿En
nombre de qué
supuesta libertad de expresión o de creación puede un
intelectual aislarse de
un mundo en ebullición que diariamente golpea a su puerta
clamando también por
su aporte en su eterna lucha por la perfección? ¿Puede
aceptarse como lógica la
autocondena de Piñera al ostracismo, al autoexilio al mundo de
la fabulación,
suponiendo incluso que no hayan podido ser aceptadas sus propuestas
estéticas,
en una coyuntura política muy concreta y por todos conocidas?”
Fuera cuestión
amorosa, el joven Acosta Matos tiene el descaro de tratar de
autocensura lo que
fue castigo oficial dictado contra Piñera. Y considera
búsqueda de perfección a
los golpes en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los
estetas
de Villa Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de
Piñera.)
La
Gaceta de Cuba, que publicó la
reseña escrita por
Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de reseña a
cargo del doctor Acosta
Matos, ha decidido interrumpir la polémica cuando estaba
poniéndose mejor. Bajo
el pretexto de que no agrega nada nuevo, deja sin publicar la respuesta
de
Domingo Cuadriello.
Sin revista que la acoja, la entrega
última
de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico,
corre el destino de
una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello
asegura en ese
mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema.
Aunque ha pedido al
presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre
una comisión de
historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de
árbitro en la
pelea.
El número de La Gaceta de
Cuba en el cual debió salir la contesta de Domingo
Cuadriello al doctor Acosta Matos se cierra con un artículo de
Arturo Arango,
jefe de redacción de la revista, que desaprueba la
proliferación actual de
crítica literaria bajo seudónimo y recomienda canalizar
la discusión a través
de las revistas literarias ya existentes. Arango anima a leer los
índices de Unión, de La
Gaceta de Cuba, de Revolución
y Cultura para encontrar allí vivas polémicas.
(Perfecto conservador, ni
por asomo se le ocurre aludir a la posibilidad de nuevas revistas.)
El actual director de la Biblioteca Nacional
dictamina que la crítica de libros ha de ser transacción
de despacho que no
arribe a las revistas porque la ropa sucia debe lavarse dentro de casa
y cada
reseña desfavorable puede ser un arma que tendamos al enemigo
imperialista.
Arturo Arango, en cambio, cree que es obligación de la
crítica aparecer en el
espacio público que las revistas trazan. Un detalle salva la
diferencia entre
las posiciones de este par de funcionarios: los directores de revistas
conservan el fácil recurso de afirmar niek nananina a
todo cuanto les parezca
incómodo.
Arango, no menos que el doctor Acosta Matos,
es un fiel exponente de la hipocresía de las instituciones
culturales cubanas. Niega en privado espacio a la polémica
mientras en público alardea de brindarlo. Pero ya nos ocuparemos
de él en la próxima entrega...
La
lengua suelta no. 16
En familia, en verano
(obra en un acto)
Fermin Gabor
-¡Te digo que apagues ese televisor de una vez!
-Está bien. Apagado.
-¿Los viste?
-¿A quiénes?
-A Retamar, a Pablo Armando, a esa gente.
-¡Coño, mira que tardan en morirse!
-¡Chico, no digas esas cosas
delante de los
niños!
-Los niños que se vayan a jugar, que esto es una
conversación entre mayores.
-Vamos, niños, ya lo oyeron.
-Alguno podría ir muriéndose,... ¿no te parece?
-Vira el ventilador, que no me llega el fresco.
-Será que van a llevárselos en lote.
-Ahí mismo.
-Básico, no básico y dirigido.
-Ay, ¿te acuerdas?
-¿Que si me acuerdo? Todavía sueño que me toca
elegir juguete.
-Entonces no es un sueño, es una pesadilla.
-Hubo un año en que alcancé muñeca y creí
que al otro conseguiría una casita donde ponerla a vivir.
-Una casa de muñecas.
-¿Cuál de los dos es el más viejo, Vitier o
Augier?
-Tienen nombres de dramaturgos del Segundo Imperio.
-Pero de los malos. De los teatros de bulevares.
-Bien picúos, sí. Melodramáticos.
-Y tuve suerte de alcanzar la casa. Pero siete años
después, cuando de la muñeca no quedaba ni un ojo.
-Vitier es ése que iba a todas partes con Guillén,
¿no?
-¡Con Guillén el que iba era Augier!
-Eh, a ver si tomamos alguna pastillita para la memoria.
-Puse por aquí el nombre para que no se me olvidara.
Míralo: gingko biloba.
-No lo había oído nunca.
-Dicen que es milagroso.
-Todavía ese Augier va con Guillén para arriba y para
abajo.
-Medicina tibetana. Antiquísima.
-Hum.
-Seguro en Cuba que Ángel Augier toma ginkgo biloba.
-Se le habrá olvidado que su
mujer fue batistiana.
-¿Mary Cruz sigue viva?
-¿Tú tienes pruebas de que haya estado viva alguna vez?
-Ay, no empieces.
-Y con tal de no morirse, se hizo santo.
-¿De quién hablan ahora?
-Del director de Casa.
-¿Retamar se hizo santo?
-¿No fuiste tú quien me lo dijo?
-Eso tiene que ser un invento.
-¿Invento mío? Dime si no lo viste con bastón, que
casi no podía andar. Y ahora aparece en todas partes.
-Una aparición.
-Lo habrán chapisteado en el Cira
García.
-Ese ventilador tiene su problemita al girar.
-Lo que me gustaría saber es cómo, si toda esa gente
está muerta, tarda tanto en morirse.
-¡Chico, mira los niños!
-Pero, ¿qué hacen aquí otra vez?
¡Vayánse por ahí!
-Mientras sigas en esa matadera van a pegar oído.
-Son unos monstruos. ¿Qué? ¿No se van a ir?
¡Pues traéme el cartón del Monopolio! Vamos a
organizar un juego.
-¡No se te ocurra enseñarle esas cosas a los niños!
-Aquí está el cartón.
-¡Que los pones a comprar casas y hoteles y los frustras para
siempre!
-Y aquí un atlas del mundo. Así que buscamos en el atlas
un lugar bien remoto...
-¡Sakishima!
-No.
-¡Babuyan!
-Tampoco.
-¡Irimote!
-Irimote, perfecto. Y el juego consiste en traer desde Irimote el
cadáver de Pablo Armando Fernández, que es esta ficha que
ustedes ven aquí.
-Mamá, ¿ese no era el viejito que estaba en la
televisión?
-No, mi amor, él que él dice es otro Pablo Armando.
-Irimote-La Habana.
-En su caso sería rarísimo que la muerte fuera a
encontrarlo aquí.
-¿Tú ves? Un juego de mesa que no despierta demasiadas
expectativas en los chamas: Monopolio sin hoteles ni millones.
Solamente el cadáver del poeta y la necesidad de que lo cubra
tierra patria.
-Eh, ¿y no hay castigo?
-¡Castigo, castigo, castigo!
-¡Ah claro, el castigo!
-¿Qué libro estás dándole a los
niños?
-Atiendan bien: todo jugador que caiga en este punto tiene que soplarse
uno de estos poemas.
-Déjame ver cuál es.
-La poesía de Pablo Armando Fernández.
-¡Ay, Dios mío, vas a analfabetizarlos para siempre!
-Pues podía ser peor.
-Imagínate con Barnet muerto.
-¡Madre mía!
-¡Aquí tienen los dados! Y este juego se llama Los niños se
despiden.
-¡Salgo yo primero!
-¡La primera soy yo!
-Un tiro y sale el mayor.
-Cinco.
-Dos.
-¡Ja!
-¡Seis, salgo!
-La propia Carilda...
-¿Qué pasa con Carilda?
-Cuidadito, que ella lee a Carilda.
-Pues que tenga cuidado. ¿Vieron como la vieja salió viva
y entera del ajetreo de la feria?
-Todavía está por morirse el primero de esos figurones de
feria.
-Siguen sobre la tierra a la espera de
premios.
-¡Pero si ya los tienen todos!
-Premio internacional, quiero decir.
-Ah.
-A Augier le dieron el Rulfo.
-¡El Rulfo fue a Vitier!
-El que haya sido, ¿se cree que ahora van a darle el Cervantes?
-¡Que le den la Orden Lenin!
-Esa la tiene ya.
-Es como si ninguno de los ventiladores de esta casa echara fresco.
-A ver niños, ¿por cuál rincón del mundo
tienen a ese cadáver?
-Yugo-Vostochnyye Karakumy.
-¡El desierto de Yugo-Vostochnyye Karakumy!
-¿Dónde carajos queda eso?
-No se preocupen, Pablo Armando ya ha estado por allí.
FIN
La
lengua suelta no. 15
Hacia
un perfil definitivo del hombre
Apuntes
para un retrato robot de la Generación del Cincuenta
Fermin Gabor
La cabeza enfundada en unas pamelas negras de ala corta que la asemejan
a San Juan Bosco, Carilda Oliver Labra atraviesa la isla porque le han
dedicado la Feria del Libro de este año. Se presta, a su
edad venerable, a recitar poemas de furor sexual. (Le quitan la
temática
del repellamiento chupachúvico
y quedaría muy poco de su obra poética.)
Ella forma, junto con Rosita Fornés, el dúo de rubias
menos
eróticas con que contaran los años cincuenta en Cuba. Y
esa
falta de fluído eléctrico las obliga, octogenarias ya, a
vestirse de sirenas o a soltar kamasutradas.
Carilda, que es la que aquí nos interesa, se muerde el pelo en
sus
lecturas a la manera de una estampa erótica japonesa, hace de
geisha
jurásica. Las ferias del libro de todos los rincones del
país
la tienen como figura principal, y ella traslada ese honor a “los cinco
héroes prisioneros del Imperio”, de quienes celebra sus bellezas
viriles pues la vieja es capaz de untar de baba sexual cuánta
cosa
le pongan por delante.
Urbano Martínez, que antes compusiera una biografía de
José
Jacinto Milanés y otra de Domingo del Monte, ha dado a la luz
biografía
de la anciana poeta. (La otra rubia ya contaba con una, escrita por
Evelio
R. Mora: Rosita Fornés, Letras Cubanas, La Habana,
2001.)
Hasta los remates de la isla viajan la poeta, su joven marido, un
peluquero
que la atienda y la vida escrita de ella. Y no hay punto que toquen
donde
no sepan de su leyenda: es la Compaya Segunda de la poesía.
“Qué bien se ve Raquel Revuelta”, opina al verla una vecina de
Corralillo,
fanática lectora de Doña Bárbara.
Cortejada por la prensa, uno de los periodistas quiso oírle
acerca
de los años en que estuvo en la fuácata, sin
publicación
y sin que pudiera mencionarse su nombre, y Carilda se refugió en
gatuna cortesía. ¿Para qué ponerse a recordar
malos
momentos ahora que todo resultaba fiesta?
@
Cada año La Habana dedica la Feria del Libro a un
país
invitado y a un escritor diz que de relieve
(Carilda Oliver Labra en este caso), y lo que sigue a éstos en
jerarquía
es el Premio Nacional de Literatura, flamante como un
carro
del año.
Reynaldo González por esta vez, los festejos organizados en su
natal
provincia han rebasado todo lo ocurrido antes. Pues le ha tocado
develar,
en plena vida, una tarja que conmemora su venida al mundo. En Ciego de
Ávila, en la fachada de la casa de su infancia. (El hotel
“Pernik”
de Holguín tiene una habitación donde cabe la gloria de
Pablo
Armando Fernández, lo mismo que la de Hemingway en el habanero
“Ambos
Mundos”.)
En varias comparecencias televisivas Reynaldo González ha
pretendido
que esa tarja recién develada cubra el territorio nacional.
Llama
ensayos a los artículos que ha escrito y, dotado en lo
más
mínimo para los primores de la lengua, se ha metido (como Rosita
en traje de sirena o Carilda de geisha) en disfraz de clásico
del
Siglo de Oro con el fin de pujar una novela histórica.
Del mismo modo en que se saca de la casa la basura, saca un librito de
sonetos eróticos.
Durante buen tiempo crítico del actual ministro de cultura, no
más
le aflojaron el premiete, Reynaldo González sigue y persigue al
ministro por todas partes. Le ríe las gracias y los pujos
indistintamente
(Abel Prieto hace chistes con la misma frecuencia que un candidato
presidencial
norteamericano), le recoge el pelo, le alcanza las pastillitas.
González, lo mismo que Carilda, prefiere olvidar sus disgustos
anteriores
y se adentra en la fiesta. Pues andaba necesitado de tarja y de
cariño.
Fue gozador de buen destino juvenil para ser tronado luego, y ahora
intenta
retomar su juventud por cualquier medio, procura continuar carrera.
Igual
que el resto de sus compañeros de generación, reunidos en
el proyecto “Buena Vida Social Club” que patrocina el Ministerio de
Cultura.
@
Novedades varias hacen peregrinar a Antón Arrufat en la comitiva
ministerial que recorre el país de feria en feria: la
aparición
de una antología de Gertrudis Gómez de Avellaneda que
hiciera
y una obra de teatro de las suyas.
De las fijaciones de textos ajenos realizadas por Arrufat tiene ya el
lector
algunas muestras. (Su edición de La carne de René,
de Virgilio Piñera es conocida como El picadillo de
Antón.)
Verdadero especialista en reescribir maestros, quién sabe
cuántas
aportaciones suyas leemos como si fuesen poemas enteramente
piñerianos.
Y ahora sus desafueros filológicos lo han llevado a producir la
que puede considerarse como edición más peregrina de La
Peregrina.
Él consigna en nota inaugural que ha eliminado de los poemas
todos
aquellos versos que no le convencían,
y en su lugar ha colocado hiladas de puntos suspensivos tal como
acostumbraba
a hacerse en vida de la poeta. Siglo XIX para una decisión y XX
para otra, acto seguido reconoce la supresión de las
mayúsculas
que doña Gertrudis utilizaba al inicio de cada uno de sus
versos.
Y para rematar, elimina los signos de admiración tan abundosos
en
la poesía romántica. Por privilegiar la moderna lectura
en
voz baja, sostiene.
En resumen, el cuarto de Tula le cogió candela. Porque no
importa
cuánto cariño haya dedicado en su prólogo Arrufat
a la descuartizada de Puerto Príncipe, termina por tratarla como
a histérica a quien se hace preciso controlar en enfásis,
exclamaciones y momentos de desfallecimientos. Con mano de antologador
le tapa la boca, y se ufana de ello como si estuviera
coronándola
en el Tacón. O dicho mejor aún: la corona a
taconazos.
Promete salvarla de la polilla y la trata como a cucaracha. Arrufat
deja
para nosotros la mejor edición lobotomizada de Gertrudis
Mucho-Hombre
y nuestros académicos le estarán agrecidos por el churro.
(Con tal de no dar golpe miran con buenos ojos las chapucerías
del
primero que pase.)
Abel González Melo, quien ha fungido como presentador de Las
tres partes del criollo, relaciona esta nueva pieza arrufatiana con
otras plúmbeas contribuciones del mismo autor a la dramaturgia
nacional.
(Uno piensa enseguida en lo hermoso que sería que
González
Melo pudiese entregarnos biografía de Arrufat del mismo modo que
contamos ya con Rosita’s y Carilda’s. Poeta y dramaturgo, Abel
González
Melo ha escrito unas notables glosas de las que no puedo más que
citar un fragmento: “Si quieren que a la otra vida / Me lleve todo un
tesoro,/
Me esculpiré. Frágil coro / Cala en la escara encendida./
Punge en mi vientre la herida / Lúgubre del mal que espero./
Busca
un pulgar asidero / Sobre el mural trascendente / Del tubo espeso y
caliente
/ Donde renazco o me muero.”/ /“Terco temblor tormentoso / Me expulsa
otra
vez al campo / De los pinceles. Estampo / Recias figuras de gozo./
¡Ya
no soy mujer, soy mozo!/ Mas, sumido en lo que añoro,/ Descubro
entre pelo y poro / Fiera escafandra perdida:/ ¡Llevo la trenza
escondida
/ Que guardo en mi caja de oro!”. Los dos primeros y dos últimos
versos pertenecen a José Martí, los otros al horror. El
poema
puede encontrarse entero en la antologia generacional Cuerpo sobre
cuerpo
sobre cuerpo, selección, prólogo y notas de Aymara
Aymerich
y Edel Morales, Letras Cubanas, La Habana, 2000)
Las tres partes
del criollo (título que, junto al
destazamiento
de la Avellaneda, revela tendencias de serial killer en su
autor)
correrá seguramente la misma suerte del teatro publicado
anteriormente
por Antón Arrufat. Y no resulta arduo adivinar cuál
será
la excusa enarbolada por éste para el tan poco caso:
acusará
a directores y actores y atrezzistas y taquilleras de castigarlo en
censura,
de alargar el castigo que en los años setenta le impusieran. (En
entrevista donde detalla su caída en desgracia, culpa de ella a
Raquel y Vicente Revuelta, hermanos en Stalin y en la sangre. Pero ni
un
nombre de funcionario implica al sistema, como si los Revuelta hubiesen
copado por entonces todos los puestos. Las acusaciones arrufatianas
tienen,
prudentemente, la dimensión de un camerino.)
Rine Leal ha aportado, hasta donde sé, las razones más
plausibles
del poco suceso teatral del autor de Las tres partes del criollo.
Según él, falta a esas obras las tres especias que
conforman
lo mejor del teatro: sexo, sangre y dinero. O expresado a nivel de
película
del sábado: nudismo, violencia y lenguaje de adultos.
Hasta hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le
prestaba
algún interés. (Lo mismo
que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”,
pasó
un tiempo limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en
ello
consistía su fuerte y coqueteaba con la rememoración de
sus
desgracias, amenazaba con soltar en público la verdad. (De
él
y de los otros, no hay más que leer sus respectivos discursos de
aceptación del Premio Nacional de Literatura.) Ya que no
había arrimamiento posible a Lezama y a Piñera
través
de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo
tratan
oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para
cultivar
su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de
mármol.
Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor
estatal
se finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena
internacional y cuando lo publica editorial española de las
grandes
es sólo para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le
permiten
triunfar en Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no
haberse
marchado al exilio.
Como buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat
sostiene
con lo político las mismas relaciones que las putas con un chulo
violento.
@
Como en esas telenovelas venezolanas donde los personajes se quedan
ciegos
de buenas a primeras, la conversión en masa de un puñado
de viejos escritores en innegables escritores oficialistas parece obra
de un guionista desesperado. (A esos viejos, ¿qué les
echaron
en el café con leche? ¿Qué jalapa los ha puesto a
cagar de tal modo?)
Padecedor de súbita ceguera, el maestro César
López
también se ha largado de ferias con una maleta de viajante. (No
agobiaré al lector con el inventario de tal valija. Sólo
en una generación como la del Cincuenta puede figurar con
protagonismo
un poeta tan pésimo como ese César López.) Lo mismo
que Reynaldo González, atravesó por una etapa de rechazo
a dirigentes culturales. Juró no hollar nunca más los
jardines
de 17 y H, promesa cumplida por algún tiempo. Aunque, igualito a
González, ha vuelto decidido a robarse el show.
Contempóraneo del nacimiento de la televisión, mitad
Tongolele
y mitad Gina Cabrera, César López parece dotado lo mismo
para el cabaret que para el drama. Heberto Padilla lo apodó “La
Mamboleta Trágica”, y el nombrete es extendible a la
generación
en pleno.
César López ha sacado de su vuelta al redil favores no
sólo
para él, sino para la familia. Pues La Gaceta de Cuba,
publicación avara en todo lo que pueda entenderse como
protagonismo,
ha concedido columna fija a Adriana López Labourdette, hija suya
residente en el extranjero. (Obedeciendo a cuáles méritos
tal vez ni lo tengan claro en la redacción de la revista. Sin
obra
conocida por estos horizontes y emplazada en belvedere de tan pocas
novedades
como una ciudad suiza, las columnas de la damita López no
ofrecen
mérito alguno.)
Pero a lo que sí hay que reconocer brillantez es a la tesis
lanzada
por su padre acerca de cuál ha sido la misión
histórica
de la Generación del Cincuenta. Sostiene López
que
las generaciones que le siguen tendrían que agradecer a la suya
el haber servido de escudo, de cortina rompevientos, de dique. Pues
llovieron
los golpes, se nubló el cielo, menudearon los rayos (a algunos
los
malpartió), ellos resistieron, pasó la tormenta, y han
conseguido
saludar a este sol que brilla para todos, nuevo sol del mundo moral.
Sostiene López que los escritores de la Generación
del
Cincuenta arrostraron sufrimientos en nombre del género
humano,
y si ahora fiestean también lo hacen en beneficio del
prójimo.
Se han hecho oficialistas para librar a los más jóvenes
de
la terrible carga de sonreír y dar la mano. Aquellos
que gozan de tiempo para leer y escribir, los que habitan este hermoso
presente preñado de promesas, viven encaramados sobre los
hombros
de ellos, escritores mayores. Como chivo expiatorio, la Generación
del Cincuenta detenta el disparo de whisky y la bofetada
del
jamón.
Una tesis así resulta ser variación sobre el viejo poema
de Roberto Fernández Retamar que preguntaba, recién
triunfada
la revolu, a quiénes debían los sobrevivientes la
sobrevida.
Acomplejados por no haber entrado en la acción, pandilla de no
asaltantes
del cuartel Moncada, otros habían peleado en lugar de ellos,
para
ellos. Y ahora, en reversión del poemilla retamariano,
resultaban
ser ellos los asaltantes, los del comando guerrillero, y otros les
adeudaban
la sobrevida.
Lo que no queda claro es cómo, si atravesaron tantas vicisitudes
para que éstas no se repitieran, pueden figurar ahora como
cúmbilas
de los que castigan, como cómplices del rayo que no cesa.
Al parecer aquí reside el punto más flaco del posible
mesianismo
de la Generación del Cincuenta y lamentamos tener que
contradecir
el único rasgo de inteligencia que nos ha llegado desde
César
López. (Ofrecemos disculpas a él, a su generación
y a su hija, a los vecinos del CDR número 97 “Hermenegildo
Morejón”,
así como saludamos al colectivo de trabajadores de la
fábrica
“Nubladores del Mañana” que ha cumplido y sobrecumplido sus
metas
productivas.) Pero si la Generación del Cincuenta
ha tenido alguna misión, ésta sólo ha consistido
en
apagar el mayor número de luces y encender la menor cantidad
posible.
Con la única salvedad del poeta Rafael Alcides, los escritores
de
la Generación del Cincuenta constituyen la Patrulla
Click
de la literatura cubana.
La
lengua suelta no. 14
Almas
llaneras
Fermin Gabor
Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la
leyenda
del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la
estatua,
se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos otros
artículos de exportación certificados por el CAME
tenían
que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa
de
las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy
Morejón
(Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos
suyos
que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en
número
dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve
patio
simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la
puerta
abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca
más.
/ Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener
una
quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra
época”?)
Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los
cuales
sacar una linda delegación.
“Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes
González
desde Holguín.
Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de
guiones
para las tribunas abiertas
de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a
un militar latinoamericano. Iría.
Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser
invitada,
hacía un par de años, a la delegación oficial a la
Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería
cajita.
“Voy ahí”, sentenció.
Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y
venezolano
de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado
33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana,
saludaría
a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”,
pidió
el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación,
“echénme
a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica
se refería a Lisandro Otero.
Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos
años
después volvería a regodearse en el encanto de la
revolución,
sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como
todos
sus temas, siempre se le escapaba.
“¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como
reclama
un niño sus soldaditos de plomo.
Así que echaron mano a Reinaldo González. Le
vendría
bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado
después de recibir el Premio Nacional de Literatura.
(Imaginó
que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y
aún seguía en el descrédito.)
Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y
Antón
Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del
aburrimiento
que lograba el otro en sus lectores, representarían
perfectamente
lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la
controversia,
que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso,
Virulilla
y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y
Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos
viejos.
Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo
Rodríguez Rivera dieron el paso al
frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas
piezas
los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad
sentimentaloide,
se entendería bien con un ejército extranjero. El
segundo,
amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en
verdad
que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para
expresarlo
venezolanamente).
Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante
del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de
materializarlo:
Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven
poeta Premio
Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel,
quizás
el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores
premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades
maduras.
Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia
de
Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de
Martí
y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en
José
y Simón.
Dispuestos y pimpantes, empacaron. Volaron hasta el corazón del
país amigo y la cosa terminó en el Palacio de Miraflores,
salón Ayacucho. Fue un encuentro de la fraternidad
latinoamericana,
que indudablemente incidirá en el desarrollo de ambas
literaturas
nacionales y que a la larga cumplirá el sueño martiano y
bolivariano de una sola América. (Advertencia: el hombre nuevo
de
ese sueño existe ya: Norberto Codina, intelectual en donde no
puede
deslindarse qué hay de Venezuela, qué hay de Cuba y
qué
hay de intelectual.)
Sin importarle la presencia de Mirta Yáñez y de Lourdes
González,
el mandatario venezolano llamó a los escritores de la
delegación
“cuartos bates”. Les contó algunos trozos autobiográficos
y les presentó a hijas y a nietos. En gesto conmovedor, el
compañero
Eduardo Heras León hizo entrega al
mandatario de un ejemplar de Los desafíos de la
ficción,
autografiado con sentida dedicatoria.
“Vivimos en un mundo donde reina el seudopensamiento”, pronunció
el jefe de la delegación cubana. (Su homólogo
respondía
al nombre de Aristóbulo Isturiz.) Y por tanto anunciaron que a
fines
de año celebraría en Caracas un congreso de intelectuales
y artistas equiparable al congreso antifascista de Valencia en los
treinta.
Ambas delegaciones de escritores firmaron un llamamiento y el primero
en
la lista de firmantes, venezolano, lleva nombre muy a propósito:
Farruco Sesto. (¿O es errata del Granma y se trata de
Francisco
Sesto, viceministro venezolano presente en las conversaciones?)
Fuera del Palacio de Miraflores y desatendidos por los olímpicos
cubanos, un grupo de intelectuales venezolanos tildó de
policías
a los miembros de la delegación cubana. Y deslizaron
advertencias
de que en Venezuela no persiguirían a ningún Reinaldo
Arenas,
acusarían a ningún Heberto Padilla, ni
encarcelarían
a ningún Raúl Rivero.
Fue una estancia breve, pero provechosa. En las madrugadas
caraqueñas
debió ser hermoso para un César López, un
Antón
Arrufat, un Reinaldo González o un Eduardo Heras León
ponerse
a imaginar lo que sería sufrir castigo en un proceso como el de
la revolución bolivariana. “Ah, los hermosos años de
castigo”,
debieron suspirar con nostalgia inocultable. Y a sus mentes
volverían
las patadas por el culo, las escupidas, las tachaduras de nombres y
expulsiones,
la hermosa cerrazón de sus juventudes. Todo el encanto de la
revolución,
apuntaría el maestro Ambrosio.
Lamentablemente, la delegación cubana tuvo que apresurar la
vuelta
al país para meterse de lleno en la Feria del Libro de La
Habana,
a abrirse en breve.
Tal vez no esté lejano el día en que Lourdes
González
abandone la escritura de uno de sus guiones para atender una inaudible
llamada telefónica. (Cuando llueve sobre los surcos de
piñas
en Ciego de Ávila la comunicación entre Oriente y
Occidente
se repleta de ruidos.) Y al colgar se mostrará insegura de lo
escuchado.
¿Chile fue? ¿Pinochet lo que dijeron? Cuando cese la
lluvia
en Ciego volverán a llamarla.
La
lengua suelta no. 13
Botella
lanzada a La Jungla
Dirección:
17 y H, Vedado, La Habana
Fermin Gabor
Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección
de
escritores de la UNEAC tantearon el camino
hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un
modo
hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha
sección
el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso
a Internet, y fueron cruelmente despachados.
No se trataba (mejor aclararlo para que no se forjen falsas
épicas
sindicales) de una reclamación. ¿Cómo iba a
atreverse
un escritor indígena a reclamarle al Ministro de Cultura (pues
no
era otro quien presidía la asamblea) derecho alguno?
Tampoco se trataba de una petición. Simplemente, aquellos
compañeros
expresaban una inquietud. Llevaban ya buen rato escuchando
letanías
de problemas resueltos, no veían llegar el momento de la
merienda,
y a uno y luego a otro y a otro más, les dio la inquietud, el
perendengue,
la comezón, la rasquiña, el prurito de que los escritores
cubangos no pudieran hacer uso de Internet.
"¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar
a los más viejos.
(Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de
escritores
bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63:
peine
contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión
Chalatenango
o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores
en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía,
nunca
más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier
novedad.
Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo
índice
promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6
libros
al año.)
Afortunadamente, los que presidían la asamblea sí que
conocían
la red de redes. Podían utilizarla, aunque no gozaban de mucho
tiempo
para ello. Iban de una reunión a otra, de una inquietud a otra.
Y ahora unos escritores a quienes el tiempo les sobraba por puro
egoísmo
(no tenían que preocuparse de problemas ajenos, ellos eran esos
problemas), tenían la jeta de preguntar por qué no les
llegaba
a sus mesas de trabajo la conexión a Internet.
Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran
dos o tres. Y jóvenes.
"Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba
un viceministro.
"Que les den un premio literario", proponía un segundo
viceministro.
"Una beca de creación."
Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura
Nacional
cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el
micrófono,
y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José
Lezama
Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a
quien
se adentrara en la red de redes.
"Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se
tratara de una falla del sistema.
Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a
todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron
dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestión
de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin
embargo,
aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de
conocimientos.
Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas
no preparadas para ello.
De editar una enciclopedia (su fulgurante carrera lo había
llevado
de editor a ministro), Prieto quedaría satisfecho con
sólo
publicar los volúmenes de las primeras letras. Ensayista como
decía
ser, conjeturaba que el conocimiento era motivo de ahogo para los
demás.
Y en verdad los autores de folletos sufrían de vértigo
ante
esa perspectiva. Dos que habían hecho en coautoría el
único
folleto de sus vidas vomitaron al unísono. Faltaba aire en la
sala.
¿Nadie había enseñado a esos muchachos lo
descortés
que resultaba referir asuntos de tanta libertad en una asamblea como
ésa?
Y, por otra parte, ¡qué oportunidad perdida! ¡En
lugar
de pedir un teléfono o una semana de vacaciones en la playa,
cositas
concretas, ponerse a llorar por algo tan fantasmagórico!
¿Cómo
podían ser tan abstractos?
Para quienes no la conocían, la red de redes cobraba la
apariencia
del bosque oscuro de los cuentos infantiles. ¿Y cómo
mandar
a una niñita tan tierna a la oscuridad del bosque?, preguntaban
con voz de abuelita los de la mesa presidencial. (Aunque los dedos que
sostenían el micrófono eran más bien de lobo.)
Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa
sentenciara.
"¡Imposible!", dictaminó el ministro.
Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la
viverología.
¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de
guachipupa
color rubí con attachment de pan con timba
cárnica.
¿Qué inquietud podría compararse con la de no
coger
cajita?
¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo!
¡Pan de panes!
Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa
perteneciente
a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo.
Levantada
la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se
apretaron
en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o
tres
trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar
entonces
que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en
cavilación
sobre ese asunto?
La noticia la trae el diario que a diario Granma en su
edición
del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala
de
navegación con veinte computadoras.
La sala, según el cronista, es flamante. Las computadoras, de la
más moderna tecnología. "Valiosas butacas de caoba
esperan
por el usuario", anuncia el artículo. Así que ni
comején
ni virus cibernéticos. Cualquier miembro podrá pagar
(módicamente)
por una tarjeta de horas para soñar que se está lejos de
17 y H.
El diario no aclara si se tratará de navegación suelta o
restringida, de oceáno o riachuelo previamente encauzado.
¿Pelo-suelto-y-carretera
o carnaval-con-baranda?
"Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando
en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos
Martí.
Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan
al
facismo norteamericano.
"Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de
tal sitio.
Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la
sala se abre para:
1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras
de
proclamar la verdad sobre Cuba
2) tener acceso a conocimientos más universales
3) promover la cultura
El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del
país
y llegará también a provincias. ¡Trece hurras
guajiros,
uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de
la Juventud.
La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha
sido
bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido
inaugurada,
pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su
tarjeta
y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una
silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de
hermosa
madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse
allí
por mucho rato.
Nuestro usuario silba desde el amanecer unas melodías
contentísimas,
se siente como si lo esperara una gran cita, como si le hubiesen
otorgado
visado. Y por fin sale puerto afuera.
Acceso
denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer
intento.
Acceso
denegado, responde a una petición segunda.
Y así, ídem de ídem.
Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como
una
seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos
de
la isla patinaje artístico sobre hielo.
Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de
valor
que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido)
de
la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que,
borracho
por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al
primer
humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera
ñángara.
En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo.
Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las
autoridades
culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en
ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a
ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H,
Vedado,
La Habana.
Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue
íntegra,
una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza:
"¡Internautas
de todos los países del mundo, uníos!".
La
lengua suelta no. 12
Detenidos
Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal
de reses
Fermin Gabor
Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en
canciones
pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las
memorias
mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría reconozco
haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis
Báez: Junto
a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández.
Y es que muy difícilmente podrán existir otras 126
páginas
de confesiones tan libres de frases memorables, de comentarios sagaces
o chismes inéditos como las páginas de este librito. A lo
largo de toda una vida Pablo Armando Fernández ha logrado tratar
personalmente a Carson McCullers, Graham Greene, Montgomery Clift,
Julio
Cortázar, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, ha
logrado
ser amigo de algunos de ellos, y ahora consigue que no se le note para
nada.
Y Luis Báez, avezadísimo periodista, lo secunda en esta
hazaña
de rememorar tan opacamente. Báez y Fernández
(¡vaya nombre de casa comercial!) son matarifes de la vaca del
recuerdo.
La mata uno mientras el otro le aguanta la pata.
Pero mejor que abundar en la descripción de este librito
será
copiar algunas de sus perlas. Pablo y Luis (buen nombre
para
dúo) escribirán por esta vez la columna. (Así me
regalan
tiempo de piscina en este calor.)
!!!
Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy
íntimo.
Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis
sentimientos,
mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.”
!!!
Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
Pablo Armando Fernández: “Sin dudas. Aquellos en quienes la
repercusión
de sus voces hallan en mí la atención que exigen para
darles
continuidad.”
!!!
Luis Báez: “¿Cuál es su definición de
moralidad?”
Pablo Armando Fernández: “El respeto en la convivencia familiar,
amistosa, social. Hay cánones seculares que establecen reglas
ennoblecedoras.
Deben acogerse como principios hegemónicos.”
!!!
Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado
por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.”
!!!
Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del
crítico?”
Pablo Armando Fernández: “El crítico debe, pienso yo,
ayudar
al lector a una mejor comprensión del texto que lo ocupa, pues
una
vez más he de repetir que se debe leer para aprender, que es
vivir.
!!!
Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968
hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece
años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados
Unidos
luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me
permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a
invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
Luis Báez: “Esa no fue la Bu, sino funcionarios dentro del
aparato
estatal.”
Pablo Armando Fernández: “De eso siempre estuve claro.”
[Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la
administración
colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno
de sus nombres aparece en la entrevista.]
!!!
Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba
de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con
Bubu?”
Pablo Armando Fernández: “Yo me encontraba en casa de
Núñez
Jiménez. Ya era de noche. De repente tocan a la puerta. Voy a
abrir.
Es Bubu. Me quedé paralizado.”
Luis Báez: “¿Y qué ocurrió?”
Pablo Armando Fernández: “Me dio la mano a la vez que me dijo:
‘buenas
noches’. Me preguntó: ‘¿cómo estás?’.
‘Bien,
Comandante’, le respondí. Entonces me puso el brazo sobre los
hombros
y así fuimos caminando hacia la sala.”
Luis Báez: “¿Qué sintió en esos momentos?”
Pablo Armando Fernández: “Ese detalle de afecto borró de
mi mente y sobre todo de mi corazón
las angustias, sufrimientos y tristezas que habitaron conmigo durante
muchos
años. Me percaté que hasta ese momento estaba
sobreviviendo
y que había comenzado a vivir.”
Luis Báez: “¿Recuerda de qué se habló esa
noche?”
Pablo Armando Fernández: “Se hablaron muchos temas. Verlo y
escucharlo
en una conversación que no he olvidado y, que al referirme a
Bubu,
digo que por primera vez tenía frente a mí a un cristiano
libre de toda secta, alguien que respondía cabalmente al
‘amarás
a tu prójimo como a ti mismo’ [Evidentemente, la
oración
anterior cancanea gramaticalmente] Esa noche conocí a un
verdadero
comunista al servicio de los que en el mundo lo necesitaban y
habló
de Africa, de Asia, de Latinoamérica, y por qué no
decirlo,
de todos los desposeídos de la tierra, no importa dónde
estén.”
!!!
Luis
Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su
cumpleaños
70.”
Pablo Armando Fernández: “Realmente hay dos momentos de gran
esplendor
en nuestra amistad que los debo a Miguel Barnet. Él fue quien le
dijo a Bubu en una recepción del Premio Casa que en unas semanas
yo cumpliría sesenta años. Bubu se brindó para
festejarlo
en Casa de las Américas. Esa noche, a una pregunta suya,
respondí:
‘Decir que soy en este momento el hombre más feliz sobre la
tierra
es un acto de egoísmo, ya que quien verdaderamente se merece
este
instante es usted, pero nunca lo tendrá porque no tiene un Bubu
Bububu que le haga este homenaje’. “El otro fue cuando, próximo
a la fecha en la que Bubu cumpliría setenta años, Miguel
me dijo: ‘Bubu no tiene un Bubu Bububu, pero tiene un poeta que puede
homenajearlo’.
Y así se hizo.”
!!!
Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo
“José
Martí” y el Premio Internacional de Periodismo
“José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra
secreta
de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones
con Juan Marinello, Secreto de generales yMiami,
donde el tiempo se detuvo.
En el prólogo de este último libro suyo, Luis Báez
ha dicho de Pablo Armando Fernández: “En el transcurso de la
conversación
tuve la sensación que tenía frente a mí la
versión
masculina de Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís”.
Junto
a la voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández
contiene una galería de fotografías y un aparato de notas
tan acuciosos que en la página 90, luego de que el entrevistado
menciona a “Kenneth Tynan, otro escritor inglés”, una nota a pie
de página nos confirma de Tynan: “Escritor inglés”.
En la página 11 el entrevistado asegura haberse beneficiado en
New
York del trato con Federico García Lorca para que una nota a pie
de página nos entere de que Lorca es un poeta español,
uno
de los más grandes líricos de la lengua española,
y que encontró su muerte en 1936. (No sabemos entonces
cómo
pudo Pablo Armando Fernández alcanzar a tratarlo en 1945. Tal
vez
este pequeño enigma venga a decirnos que el mito de la persona y
la obra de Pablo Armando sobrevive incluso a la pericia de investigador
de un Luis Báez.)
La editorial Ciencias Sociales, que publicara el año pasado la
biografía
de Goethe por Herman Grimm, acaba de sacar a la luz esta otra
biografía
de escritor. Yo acabo de salir del agua.
La
lengua suelta no. 11
Para
un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes)
Fermin Gabor
Eduardo
Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina,
uruguayo,
compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas,
decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos,
poner
su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin
antes
escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana
donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como
compensación,
firmaría otro documento que denunciaba la posible
invasión
norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak.
La
sobrina de Galeano (¡qué título para novela
después
de El sobrino de Rameau y El sobrino de Wittgenstein!)
leyó el mensaje sin conseguir aquietamiento alguno. Pues no
estaba
segura de que las autoridades cubanas perdonarían a su uruguayo
tío, por adhesión que suscribiera, el oponerse a la pena
de muerte y al encarcelamiento de disidentes.
@
Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como Acero
y A fuego limpio, sobrino
político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el
Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses
Norteamericanos
para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía
así cincuenta
mil dólares que le ofrecía una universidad de
Kentucky.
Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el
compañero Heras se proponía enseñar a
escribir socialrealísticamente
a un grupo de estudiantes norteamericanos.
Salió de la Oficina de Intereses y, de haber estado aún
el
águila norteamericana en lo alto del monumento al Maine,
él
se habría dirigido al Malecón para increpar al pajarraco.
La tomó, en cambio, con James Cason, secretario de la Oficina de
Intereses y empezó a redactarle misiva donde cuestionaba el
derecho
de un gobierno a negar entrada en su territorio a misioneros de la
cultura.
Chinoheras
pasó unas tres semanas en el intento de dar fin a la carta hasta
que la sobrina del de las venas abiertas, su mujer, terminó por
escribírsela.
@
Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla.
Por esos días se encontraba sumamente ocupado en la
redacción
de un mensaje al pueblo de
Cuba, mensaje que (en acuerdo feliz) fue leído en todos los
canales
de la televisión estatal cubana.
En
su mensaje Míster Cason advertía que todo taíno
que
intentara cruzar el estrecho de la Florida sería devuelto al
gobierno
cubiche. Salvo quienes alcanzaran a hollar tierra de los micosuquis
indians.
(incluimos
una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse
a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa
para fugarse de la Isla más fermosa)
@
Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga La
fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio
Rómulo
Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina
del
Ministro de Cultura
para chivatearse a sí mismo como premiado.
Con ojo puesto en el discurso de aceptación del premio se
disparó
cuatro novelas de Rómulo Gallegos. Y al terminar con la obra del
venezolano repasó la fundación de Roma (por
Rómulo)
y la inmigración española a Cuba (por Gallegos).
Una semana después pasaban cuchilla en el concurso y su novela
continuaba
en pie.
Quienes seguían el acontecimiento se dividían en dos
bandos:
los que creían que Arrufat aparecía de primero en la
lista
por las calidades de su obra en cuestión, y los que lo achacaban
a simple orden alfabético. Con una u otra razón, lo
cierto
es que el cubano tenía el cheque en la punta de los dedos, la
cita
de Gallegos en la punta de la lengua, los nervios de punta.
Y le arrebataron el galardón (más el llorado
chequendengue)
para dárselo al colombiano Fernando Vallejo. Por lo cual Arrufat
malició que el jurado lo castigaba por vivir dentro de Cuba y
por
haber firmado carta oficial en la que intelectuales de la isla
pedían
a intelectuales extranjeros la misma complicidad mantenida hasta
entonces.
El compañero Arrufat llamó a la oficina del ministro para
chivatear la antinoticia, echó un llantén acerca del
monto
perdido por su puro patriotismo y desde el papel de víctima
creyó
asegurarse a perpetuidad su estipendio mensual de Premio Nacional de
Literatura
y avanzar algo en las gestiones para hacerse de una casita en el Vedado.
Poco después de embolsillarse los cien mil guayacanes americanos
(y una medalla de oro), Fernando Vallejo confesó en rueda de
prensa
en Caracas: “Hace más de veinte años que no leo
literatura.
Si lo mío es lo bueno pues esto se jodió, cómo
estarán
los otros”. Y donó toda la plata a una sociedad protectora de
perros
callejeros en Colombia.
@
“¿Qué tiene en especial este día que he despertado
con deseos de escribir?”, se preguntaba
Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo.
Se abrían frente a él dos caminos esa mañana: o
hallaba
una respuesta para pregunta así o se ponía a emborronar
cuartilla.
“¿Qué tiene este día que me he despertado con dos
caminos por delante?”, preguntaba sin encontrar respuesta y, a punto de
convertir esa pregunta en otra sucesiva, entró una secretaria
para
sugerirle que deshiciera las maletas. Pues desde Washington
había
arribado una respuesta que no sabían determinar si estaba
escrita
en español o en inglés.
“¿Qué respuesta es esa?”, preguntó el
compañero
Fornet de inmediato. Y dijo la secretaria: “Es con ene, es con o”.
¡Ahora sí que el trabajo de la mañana se
había
ido a bolina! ¡Adiós al campus norteamericano que se
aprestaba
a recogerlo (y a pagarle)!
“Y todo por este oficio de escribir del que padezco”, maldijo, “esta
manía
de firmar cartas oficiales”.
@
“Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro.
Salpicaba
la pantalla de palabras en cada uno
de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las
estrellas
en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le
gritaban
en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas,
niño?”.
Cada idioma ganado le acarreaba enemigos. Su apartamento otorgado
gubernalmente
le acarreaba enemigos. La revista que dirigía le acarreaba
enemigos.
Y ahora sus enemigos habían llegado hasta la fundación
holandesa
que financiaba su revista y a él no le quedaba más
remedio
que escribir a su mecenas, el príncipe que dirigía la
fundación.
Que ese príncipe estuviera muerto desde hacía un par de
meses
era lo de menos. El fascismo había desaparecido medio siglo
antes
y el compañero Navarro acababa de suscribir y de impulsar desde
La Habana un manifiesto antifascista.
Así que terminaría la carta principesca y
emprendería
la composición de un documento que reclamara el fin de las
guerras
púnicas.
@
En obligación de su mandato como presidente de la
Asociación
de Escritores de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su
chófer)
tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece
unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el
“Mensaje
desde La Habana para amigos que están lejos”.
Un rato más tarde el compañero López Sacha
regresaba
a su oficina sin la firma de López César, unas veces
compañero
y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este
último,
refiriéndose a los años de castigo gubernamental que
sufriera
unas décadas antes.
@
En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras
Cubanas,
2002), el compañero López Sacha, haciéndose el
postmodernillo,
publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La
Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el
ingenio
La Demajagua”:
A
Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
Cuba
es de España y pertenece a España, gobernare quien
gobernare.
Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José
Martí,
Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Ñico
Saquito,
Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz,
Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario
Galí alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima,
Alejo
Carpentier y el resto de los conspiradores.
Firmado, Lersundi, Capitán General, 8 de octubre de 1868.”
@
Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los
primerísimos
firmantes del “Mensaje desde La
Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es
católico
y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes,
durante
las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus
creencias.
La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier
obstáculo.
En los años cincuenta defendió su autonomía de
trabajo
frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento
de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse.
Pero el compañerito Senel Paz, quien acaba de recibir
ciudadanía
española por sus aportes al cine hispanoamericano (guión
de “Fresa y chocolate” y primores de zurcidora en guiones
españoles),
nunca le ha dado ni un merengazo a un chino. ¿Qué hace
pues
en la tropa de Céspedes?
@
Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de
su
antiguo auto de dirigente.
El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de
la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba
internacional”
y director del departamento de cultura del Comité Central.
“Escambray 60” tituló su primer libro de cuentos. “Contra
bandidos”
el segundo. El diccionario no consigna otros títulos.
El compañero Chinea enrumba Neptuno hasta el Vedado, cobra a
diez
baritos la carrera y no puede ocultar su tristeza por el hecho de que
su
opinión, que a tantos escritores condenara unas décadas
antes,
no haya sido consultada en relación con el “Mensaje desde La
Habana
para amigos que están lejos”.
“¿Para qué utilizar a viejos estalinistas cuando tenemos
la cantera llena?”, planean quienes ahora deciden donde él antes
decidía. Y hablan de relevo generacional, de estalinistas
nuevos.
(Tal
vez Desinarro Daverio tenga razón: el fascismo está vivo
y el estalinismo también.)
@
Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los
escritores
de la Unión de Idem y Artistas de
Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara
de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos,
llamadas
telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos.
Entre los que firmaron muchos se sumaron al documento creyendo que se
trataba
de una solicitud destinada al Instituto Nacional de la Vivienda. A
estos
compañeros se les recomienda persistencia en tal error. Pues tal
vez luego de otras firmadas el gobierno les suelte covachita donde
juntar
sus trastos.
La
lengua suelta no. 10
Donde
Rosita Fornés explica la punzada del guajiro
Fermin
Gabor
Hace unos años, enterado de que Emilio Ichikawa había
decidido
quedarse en el exilio (ya habían salido de Cuba Osvaldo
Sánchez,
Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Malanga y su puesto de viandas),
el doctor en Ciencias sobre el Arte Rufo Caballero,
anunció
que en la isla solamente quedaba un pensador de la cultura y ese era
él.
Conductor de un programa de televisión, habitualísimo de
las revistas nacionales y encargado de la sección de
misceláneas
de "Revolución y Cultura", en adelante se vería obligado
a cubrir todos los frentes, a tratar cualquiera de las formas en que el
Espíritu quisiera manifestarse. Y desde entonces RC baja su
metatranca
en todos los apeaderos de la Cultura. Pero lo que lo ha hecho de veras
único en nuestro pensamiento cultural son esos toques
autobiográficos
que él coloca en sus análisis, no importa de cuál
tema traten éstos.
Se estaría tentado a creer que él emprende la
crítica
de una película con el secreto objetivo de inscribir sus
ocurrencias:
"Como a todo el mundo, muchas veces me han preguntado qué me
hubiera
gustado ser en la vida. Voy a responder aquí. Me hubiera gustado
ser... bailarín. Bailarín clásico. De adolescente
me imaginaba en los saltos vertiginosos y el gesto más hermoso,
sosteniendo con donaire a la bailarina. Pasó el tiempo y
la
vida, o este cuerpo que habito, me sugirieron que no, que mejor
me
dedicaba a mi segundo gran amor, ya hoy el primero. Y aquí
estoy,
de escritor, sin que me vaya demasiado mal". ("La Gaceta de Cuba",
número 1, enero-febrero 2001)
Le piden por estos días que presente un número de esa
revista
y todo su discurso termina en una coqueta disquisición
acerca
de su propia fecha de nacimiento. Y ahora nos cae en las manos su libro
El
canto del quetzal (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002), en
el
que narra su estancia en México para recibir un premio
("corolario
a muchos años de laboreo", reconoce) y, quien guste de lo
picúo, lo cursiñán, la cheancia, que no deje
escapar
este volumen, la más grosera fábula de
autolegitimación
que pueda imaginarse.
Su autor gana un premio literario, cuenta la ceremonia de
premiación,
nos larga el discurso leído en ella, pega a esto unas cuantas
reseñas
de películas, algunos paseítos, unos cuantos piropos a su
mujer (que está de bala, a juzgar por las fotos), cartas
inéditas
de algunos intelectuales desaparecidos, y ya está armado
el
libro. Se dice fácil, claro. Sin embargo, ningún otro
cubano
ha tenido talante para darse bombo así. Ni Yoyó ni
Mimí, ni Miguelillo Barniz ni Pablo Armanducho
Fernández.
Ningún otro escritor del patio tiene en sus zapatos los soportes
ortopédicos que permiten tal empuje. Y hay que reconocer
que
la literatura cubana está en un punto en que se debe
agradecer
hasta el descaro.
El primero de este libro aparece un poco velado: RC compara su
matrimonio
al de Luis Cardoza y Aragón con Lya Kostakovsky. Descaro segundo
es arrimarse a Gabriel García Márquez como una perra
ruina
a la pata de un pantalón blanco.
Días antes de que el premio le sea otorgado, RC comprueba lo
poco
que interesa él a los periodistas, más deseosos de dar
con
el Nobel colombiano. La llegada de éste a la ceremonia,
acompañado
de su esposa, dispone a nuestro autor a otro de sus ejercicios
translaticios
de pareja. Y muy pronto el colombiano siente un irreprimible
interés
por el cubano, el viejo escritor por el joven. "Él me observaba
fijo, como tratando de conocer el posible enigma del 'nuevo intelectual
americano'". (Lo dejó claro Almeida, comandante y bolerista:
"Esa
mujer lo que quiere es que la miren".) Al ver cómo la prensa
acosa
a García Márquez, RC se apena por el famoso. Aunque, a la
larga, es pena por sí mismo: "En realidad García
Márquez
era la magnificación de mi propia pena, de mi misma
experiencia
de fragilidad. Un lustro atrás escribí y conduje en la
televisión
cubana un programa para la apreciación estética del cine
y mi rostro (...) empezó a ser conocido, compartido,
vapuleado,
infamado, bendecido. La gente me rodeaba en los restaurantes, en la
calle,
en los taxis".
Perseguido hasta el catre, cercado por linchadores y admiradores
vampíricos,
RC decide alejarse de la televisión: "En mi mejor momento de
incidencia
popular, lo dejé todo y volví a mi gabinete, a la
lúbrica
complicidad con mi ordenador..." García Márquez, en
cambio,
está fuñido de fama. RC lee su
discurso y el colombiano no le quita ojo: "García Márquez
escruta el menor sonido que de mí emana".
Terminados los discursos, la Marquesa de Macondo (como Reinaldo Arenas
le espetara) anuncia a la prensa que, de saber todas las cosas hermosas
que el premiado diría, no lo hubiera dejado hablar. RC lo toma
como
cumplido y aprovecha que algún periodista le dedica
atención
para meter cuerpo: "le conté que, cuidado, con todo y los
elogios
mutuos, García Márquez y yo teníamos una
relación
medio que de amor-odio, pues mientras me encontraba contratado en su
país
como crítico de cine, escribí alguna que otra
crítica
que pudo crisparle".
Y el último de los descaros aproximativos empuja a RC, gracias a
obesidades parecidas, a iguales obstinaciones en residir en Cuba y al
gusto
por la poesía, a arrimarse al mismísimo José
Lezama
Lima.
Pero "El canto del quetzal", además de un sostenido asedio al
espejo,
es la crónica detallada de un viaje. Su autor intuye, antes de
llegar
a México, que "allí seremos rabiosamente felices y que
la
vida, que es buena y es hermosa, siempre vale la pena vivirse". Ya el
aeropuerto
consigue de él esta perla de tratado cultural: "Hay una
eterna
fila en estructura zigzagueante porque a México entran
diariamente
miles de personas de todo el mundo, primera y elemental
condición
para un dosificado cosmopolitismo que nada propio desdibuja". Y
el
viaje entero podría resumirse así: "México es
un
país, y sobre todo una cultura, tan pero tan grande, que sabe
vivir
hasta de su decadencia, está definitivamente por encima de
su bien y de su mal".
Las ciudades visitadas le despiertan un envidiable estilo de folleto
turístico:
"Sueño de poetas, ambición de filósofos,
retiro
de hombres hastiados del vago y vano mundanal (sic), Querétaro
es
la vívida estampa de la gracia arquitectónica y la
hospitalidad del transeúnte". Y para qué hablar de sus
reacciones
ante la pintura. Frida Kahlo es "esa mujer emblema que alcanza a
abrazar
toda una cultura y una condición: la neurosis del artista
contemporáneo,
su inestabilidad emocional que regala más de una
invalidez".
Kahlo se le aparece "titilante en su soledad" y Tamayo de este modo:
"Me
muero de la pena, estoy, o soy, muy generoso, pero Tamayo
también
me parece un genio".
Después de Van Gogh no hay más pueblo: "Enfrentar un Van
Gogh constituye uno de esos momentos de iniciación únicos
en la vida: la vida no es la misma después que se conoce el
amor,
que se tiene un hijo, que la madre se muere, y que uno tiene delante un
Van Gogh. (...) Van Gogh era Dios, y yo lloraba".
Muchos más campos son abarcados por nuestro único doctor
en Riquezas del Mundo Interior. La cultura rusa, digamos: "sabemos que
la cultura rusa ha sido de siempre muy sufrida. Yo, que la adoro, a la
cultura rusa digo, pienso sin embargo que la vida es buena y es bella y
que saber vivirla con alegría es importante". O las relaciones
entre
música y cromatismo: "La música pop, por ejemplo, me
parece
casi siempre rosada, y el rosado es un color muy difícil".
Uno lee las frases anteriores y llega a añorar aquellos pasajes
donde el autor vierte su metatranca. Vaya una frase: "Hay un azar
concurrente que, entretanto, ata hilos en la bruma de una
inconexión
que se anuncia como descifrable cuando todo lo contrario ocurre". A
cogerlo,
que no tiene espinas: diez fulitas a quien logre su
desciframiento.
Se deja la lectura de "El canto del quetzal" por prestarle
atención
a textos más sesudos del propio RC y enseguida esos mamotreticos
hacen echar de menos lo que el quetzal cantaba. Porque mientras
más
se trata al rufián más se extraña al caballero. Y
viceversa.
No es arduo aventurar entonces que RC se vale de jerga postdisneyana
para
no soltar las elementalidades de una tía abuela. Habla en
parábola con tal de no hacer pública la verdadera receta
del flan de calabaza.
Bastante de parábola (y de confesión) tiene el más
narrativo de los episodios de este nuevo libro suyo. Está el
autor
con su mujer en una librería del DF y algo le llama la
atención.
"Oh, oh, allá atrás pasa algo. Detrás de aquel
estante
algo se mueve con dureza y percibo unos bramidos; alguien se ha situado
justo allí para que no lo registren los espejos, y como la
librería
es tan grande, allá al final llega muy poca gente (...)
Temerario
como soy me acerco con cuidado hasta darme cuenta de que un chico se
masturba,
se masturba con una violencia que me hace envidiar mis quince
años".
Alto a la cita para dejar establecido que resulta impensable que
alguien,
ni siquiera él mismo, vaya a ponerse a envidiar el carapacho
quinceañero
de Rufito C.
"El chico me mira, detiene un instante el movimiento, y como ve que no
me muevo, que no lo delato,
dirá que es un tío mirón (...) lo cierto es que
sigue
en lo suyo. Con la coartada del voyeurismo, me acerco y veo que
el
chico tiene delante 'El nombre de la rosa', de Eco, y lo tiene
abierto.
Cierra los ojos. Eyacula finalmente sobre alguna página del
libro,
se guarda lo suyo, y quiere irse".
Pero RC no va a dejarlo escapar así como así.
Francamente,
él no se interesa por "lo suyo" del mexicanito, sino por
practicar
el voyeurismo. Mirar no le interesa tanto como ser clasificado de
mirón.
Más
que las anatomías, el doctor ama las taxonomías.
"Lo acompaño a la puerta y ya afuera casi le obligo a que me
cuente
por qué hace eso, si no lo delato (...) Vengo todas las semanas,
me dice. Soy Adso, y me parece irresistible la atmósfera del
monasterio,
el escondite del sexo, el encuentro de la flor. Soy Adso y vengo al
ritual,
nada más me preguntes".
RC busca a su mujer, le cuenta todo, pide permiso para gastar de la
bolsa
común y sale a regalarle al muchacho un ejemplar de la noveluca
de Eco (¿busca acaso que el performancer repita su numerito?).
Il
ragazzo, sin embargo, declina tal regalo y acusa al doctor en Ciencias
Metatránquicas de no haber entendido: lo de él es hacerlo
en esa librería, con música de "Maná" de fondo.
Así
que nuestro desahuciado amigo se trae el libro a casa y al escribir de
aquel encuentro vuelve a divisarlo: "Miro a mi estante y ahí
está
'El nombre de la rosa'. Mayra me sorprende, sonríe y cambia la
conversación.
No sé por qué, pero tengo una erección."
Rufi a los quince años, Rufo agarrando premio, en esta otra
conformándose
con no ser bailarín, con lágrimas frente al primer Van
Gogh,
aquí con erección por un recuerdo azteca: "El canto
del
quetzal" no hace más que lanzar a la cara del lector un
albúm
de familia. Mayra es la esposa en ese álbum y gracias a un
vestido
suyo descubrimos el objetivo final de RC, el hacia dónde
encamina
éste su carrera. Pues antes de emprender viaje el escritor
regala
a su mujer "un vestido negro (...) que enardecía su
belleza
al punto de parecer oportuno sólo para acompañarme a
recoger
el Nobel".
Oye tú, ¿cómo se dice quetzal en sueco? RC ha
tenido
el coraje de publicar lo que tantos otros se permiten creer en el
insomnio
o en la borrachera, o a solas en la ducha. Ha confesado sus mayores
deseos
y mayores arrobos sin importarle burla de quien vaya a leerlo. Y lo
único
que falta en
su libro es una estancia en la casa natal de Mario Moreno, porque su
buen
museo de Cantinflas habrá por México.
Ricardo Riverón Rojas ha dicho que este libro "devela esencias"
y encuentra en él "agudas reflexiones sobre el oficio, las
venturas y desventuras del escritor". Alberto Abreu afirma en "La
Gaceta
de Cuba": "Pocos libros como éste, en su apariencia tan
encantadora,
son el resultado de un
proceso
escritural tan intrincado y complejo; de una tensión semejante
entre
textualidad y saber, lenguaje y pensamiento, que contaminan el
espacio
mismo de la representación literaria". Y
refiriéndose
al episodio del masturbadorcillo mexicano recomienda leerlo con
atención
"aunque para
ello
necesitemos el alma y el aliento de los grandes alpinistas".
La
lengua suelta no. 9
En
fila india, pelados que dan grima
Fermin
Gabor
Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola
cosa.
Y el sábado comienza (al menos
para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla.
Porque
algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de
días
sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que
lleva
ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias
instituciones
gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
No puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en
lo
táctil, que La Jiribilla aparezca en papel. En La
Habana,
en un salón de la UNEAC, acaba de presentarse el número
cero
y la revista en la red ha puesto a disposición de sus lectores
lejanos
los discursos y un albúm de imágenes. Albúm de
época
como todos, éste lo es más aún porque parece de
fecha
muy anterior a este atribulado 2003 que vivimos.
Para darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros
que
en tal presentación ocupaban
primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, Graziela
Pogolotti,
Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí
sentaditos silla
con silla. (En segunda fila Reynaldo González, detrás
del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de
Literatura,
y Marilyn Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela.
En tercera o cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras
hierbas
del vergel. Muy pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta
años.)
De esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos
fotográficos,
a Ricardo Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos
poco.)
Retamar, Prieto, Pogolotti, Arrufat y Martí, ¿qué
nos dicen tan ilustres cabezas?
Mejor no intentar aquí el estudio de sus desvaríos
(Prieto,
por ejemplo, ha vuelto a soltar en entrevista que las leyes del mercado
son, para la cultura, peor que los censores de Stalin), sino el de sus
apariencias. Y, al respecto, el albúm de imágenes
publicadas
por La Jiribilla lo está diciendo a gritos:
¡qué
mal peladas están esas cabezas!
Retamar porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que
dan rasquiña. Pogolotti parece una
yakuza de película japonesa de serie B (se salva porque es
ciega).
Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de su
cabeza
como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat,
sin
cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado.
Mirándolos
en esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a
los
cinco la misma tijera. Y entran deseos de ser por un momento
(sólo
por un momento) Reynaldo González o Marilyn Bobes, espectadores
tan privilegiados que alcanzan a mirarlos por detrás.
Para averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si
los cinco formaran una banda (dicho en
cualquiera de sus posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un
barbero
especialista en cortes históricos. (Últimamente hemos
dado
turno de palabra a discutidores de béisbol y ahora a un
fígaro:
abogamos desde aquí por la masividad de la cultura.) Felo (que
así
lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de poner
las
cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que
Nisia
Agüero se hace en su cabeza no es más que un Pompadour
aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón
en
propio o en peluca, un Arlequín. Y, respecto a los
cinco,
Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La
Jiribilla
para dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
“Ahora lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma
época
de esos pelados. Coimbre tuvo una china, según Arsenio
Rodríguez.
Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero,
¿qué
es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta
dejarlas
así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo
explica
así: arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda.
O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit:
un McCartney, un David Bowie glam como Ziggy Stardust, un
Lionel
Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en
sí
y para sí. Hasta el punto que, según el Oxford
English
Dictionary, “mullet head” viene a significar “stupid person”.
Y ahí estaban, con sus distintas longuras, that five mullet
heads
en la presentación del number cero
de The Jiribilla. Y Felo me propuso seriamente que, ahora que
vuelven
los rumores de que Prieto cesa como ministro, podrían hacerlo
presidente
de la Asociación Nacional del Mulé tal como
Charlton
Helston preside la del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de
combate”,
sería la consigna.
Y
a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos
(aquí
Felo metió mano a la recortería de sus archivos) al
origen
indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en
culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de
Harvard,
los indios creían que el espíritu de cada uno reside en
su
cabellera (siempre hubo poco indio calvo) y el mullet les
servía
a la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no
podría echarle mal. Largo atrás, escondido tras la nuca,
apuntaba al poder de la tierra (Joyce Chang, Mullet mania, en Men’s
Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring
2002,
pp. 64-66).
Y si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por
qué
privarnos de hacerlo con nuestro Granma? Según su
edición
del 7 de junio de este año, el famoso payaso Oleg Pópov
se
queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el
régimen
anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la
orden
Lenin y la distinción de artista emérito de la
Unión
Soviética, viajó por todo el mundo, fue excelente payaso,
y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
Del Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla:
uno vuelve al album de fotos y llega a comprender qué hacen
peinados
del mismo modo, en son de batalla, esos cinco indios de la primera
fila.
“Un buen payaso necesita cuarenta años hasta que encuentra su
cara”,
dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus
lamentos.
La
lengua suelta no. 8
Hablando
de pelota en la Esquina Caliente
Fermin
Gabor
Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la
espontaneidad
se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros
emplazamientos)
para discutir de béisbol, de pelota. Es el único
parlamento
cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La
bibliografía
pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y
allí
puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión
voceada
a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado,
guapería
en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del
Apóstol
Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente
altura
de su pedestal. Para que oiga.
Y ha sido a esa institución, a la Esquina Caliente del
Parque
Central, adonde han llegado ecos de un extraño partido de pelota
celebrado entre escritores y gente del mundo editorial para celebrar la
Jornada Nacional del Libro.
En tantos años de reunión de críticos beisboleros
no se había visto mayor estupefacción. “¿A
dónde
vamos a llegar, caballeros?”, preguntó sin falta un
apocalíptico.
“¿Y qué hace tanto ganso en la pelota?”, otro lo
interrumpió.
“Alguna mecánica estarán escondiendo”.
Arturo Arango (jefe de redacción de La Gaceta de Cuba),
Norberto
Codina (director de la misma revista), Fidel Díaz Castro
(director
de El Caimán Barbudo), Alexis Díaz Pimienta
(repentista
en cuanta timba oficial se implemente), Eduardo Heras León
(director
de taller literario), Angel Santiesteban (narrador sin cargo), Iroel
Sánchez
(presidente del Instituto Cubano del Libro), Enrique Ubieta
(director
de la Cinemateca de Cuba), Omar Valiño (director de Tablas)
y Yoss (narrador sin cargo) fueron algunos de los divididos en equipo
Verde y equipo Amarillo. “Ninguno debe valer nada en su
trabajo”,
fue el dictamen general de la Esquina.
Mucha desconfianza en la literatura (por no hablar de irresueltos
conflictos
adolescentes) habrá llevado
a ese grupo de intelectuales y de administradores de lo intelectual a
un stadium
para celebrar la salida del primer volumen de una Historia de la
Literatura
Cubana (que con papa se la coman) y el relanzamiento (ya que no hay
libro suyo nuevo) de un título de ese escritor en el banco de
espera
que es Ambrosio Fornet.
Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves
dentro
del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de
piernas
de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso
nacional
con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y
sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van
más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado
tiernos,
sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera
pensar
la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit)
con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del
machete
del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto
a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que
recapaciten
su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer
de
la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo
no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet
y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y
Abelardo
Estorino y Senel Paz y
Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y
la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima
de
la pena de muerte y también firma.
Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su
revista Criterios
dedicado a la globalización sea presentado por mayimbes no menos
globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano o la
más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se
entretiene
en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer, no
tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque
aquí
ya está pasando.
Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con
directores
en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia,
escribiendo
jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y
orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible,
buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso
grupo
batistiano.
Que un juego de pelota sirva como protesta pública, signo de
rebeldía,
se había visto ya hace décadas entre pintores del patio.
Ahora puede valer como sello de alianza entre escritores y censores
políticos.
Sea. Quien coleccione postalitas de peloteros no debe perderse las de Verdes
y Amarillos en el número 100 de La Jiribilla.
Rafael Hernández, director de Temas, ha dispuesto que en
la peña de pensamiento que su revista organiza cada mes el tema
sea: “Con las bases llenas. El béisbol y la cultura de debate”.
La invitación reza así: “se trata de un intercambio de
impresiones
entre el público asistente y los miembros del panel (dirigentes
deportivos, sociólogos, periodistas y escritores) acerca de las
características y proyecciones del debate popular sobre la
pelota,
y en qué sentido puede servir de modelo para el desarrollo de la
cultura del debate en Cuba”.
Lamentablemente, ninguno de los asiduos a la Esquina Caliente a
quienes he extendido la invitación piensa asomarse por
allí.
Porque les huele a encerrona. Y uno de ellos lo ha explicado de este
modo:
“Intelectuales que piensan mal y prefieren ponerse a jugar pelota.
Luego
juegan tan mal que empiezan a justificarse con su blablablá”.
Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
La
lengua suelta no.7
Feria
del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo”
Fermín
Gabor
Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y
dieron
por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le
habían
descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de su
casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo
reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus
últimas
chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para
aquella
otra feria el pintor Waldo Saavedra.
Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña
y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza:
crímenes
y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta,
refleja
el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera
cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
De México también llegó Lisandro Otero. Le
otorgaron
el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le
hubiesen
devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer
en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y
adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el
afán
de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los
desmayos,
los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la
certidumbre
de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera
propia,
siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al
mundo,
mejor dotados para los combates que vendrán”.
Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había
sobrellevado
una época difícil durante la cual fui relegado a una
silenciosa
inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un
hálito
robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá,
en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de
pensar
en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en
Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de
yagrumas
en cada paisaje”.
(Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi
epígono
del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido
perpetrar
ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser
el
mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la
médula,
nada azteca se le pegó por vivir fuera.)
A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos
Russell
Banks y William Kennedy. Una investigadora británica
autora
de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de
la
CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los
más
viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas,
sirvió
en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos
años.
Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más
empobrecida,
vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes
estaba
dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio
prioridad
a su presidente y toda la narrativa de la región pareció
concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus
recién
aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos,
presentaron
por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera
edición o cuarta edición ya). Ningún espía
preso y ningún inventor de champú biotecnológico
de
placenta se quedó sin su librito. La muy insípida
literatura
nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot,
Zola,
Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la
“Lolita”
nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos
cuarenta
años pues la colección Huracán es asesorada por
Ambrosio
Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
De Puerto Rico llegaron los libros de Plaza Mayor, una editorial que
dirige
la cubana Patricia Gutiérrez Menoyo. Plaza Mayor había
estado
ya en ediciones anteriores de la feria habanera, había formado
parte
de la presencia cubana de la isla en la Feria del Libro de Guadalajara.
Su directora estaba cujeada en negociaciones con autoridades cubanas,
pero
está en la naturaleza de esas autoridades sorprender incluso a
los
muy avisados.
Y, para empezar, le prohibieron a un presentador: Antonio José
Ponte.
Luego, con malevolencia mayor, impidieron que se presentara el libro de
Félix Luis Viera que hablaba de lo carcelario revolucionario en
los sesenta, de la UMAP.
Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los
dueños
de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida
tendría
de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron
las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de
cristal
y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y
cartas,
caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si
quería
viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de
querer
volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de
pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como
quiera
que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera
el oráculo marista.
Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues
presentar
en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser
catastrófico
no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy,
antes
fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento.
Alguien
se ponía a recordar allí el campo de concentración
que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía,
iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo
Armando
Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de
paso).
Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat,
Reynaldo
González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón,
presentes
en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la
Comparsa
de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar
cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus
cómplices.
Terminada la feria, los periódicos de la isla publican
cuánto
ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y
acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La
Cabaña
tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto
Cubano
del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández
vigila
la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo
mantenerse
en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan
la
llegada de un camión, del camión de los víveres.
Porque
le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima
estará
dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a
él.
(Carilda es abstemia.)
La
lengua suelta no. 6
Fornet
e hijo reabren El Encanto
Fermín
Gabor
Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años
autora
de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a
las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista
siempre
mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma.
Maquinadora
de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con
frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le
cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de
inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura
endiablada
Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas
más
bobas de la reciente literatura cubana.
Djuna Barnes afirmó alguna vez que los escritores
norteamericanos
se especializaban en exponer las cosas soportables de un modo
insoportable,
y que a ella afortunadamente le interesaba lo contrario. Lo escrito por
Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos
grupos
que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a
algunos
conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella
sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa
saprofítica.
Carente de imaginación como para inventar personajes o
situaciones,
anda escasa también de filosofía
o moraleja o tesis que le entregue algún sentido a lo que copia.
Y, una vez desenvuelto el tamal del chisme en sus novelas o cuentos en
clave, queda al lector bien poco de sorpresa. Aunque es cierto que, en
país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos miembros
de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego).
Y es al parecer de un personaje de esta joven narradora, al parlamento
de una de sus protagonistas clonadas, al juicio que se acoge Jorge
Fornet
para dictar frontera final en su antología del cuento cubano del
siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México, 2002).
“Todo
cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud”,
afirma
una petulante protagonista porteliana y Jorge Fornet parece asumir que
quien habla es directamente Ena Lucía Portela, que lo dicho es
una
especie de manifiesto literario, que ese manifiesto incluye a toda una
generación y que esa generación le pide al antologador
que
es él que los deje fuera del siglo XX, reservados para un mejor
siglo venidero.
(Petición
apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa,
antologadores
ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la
ventaja
de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que
Fornet solito explica en su prólogo.)
Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina
aproximadamente
a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el
desencanto
por la independencia perdida, el asombro por la aparición del
amo
estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida,
el pasmo
por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos
desencantos
como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de
encanto
y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del
Valle.
Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y
setenta
(Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no
parecen
desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas
por el encanto”.
No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge
Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena
parte
de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la
Revolución”
(ya está que acepta hasta la “Novela de la
Contrarrevolución”
con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado
suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan
en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la
“Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con
arrepentimiento,
la relojería larga
de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda
estar desencantado en su escritura sin haber producido antes
algún
ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse
desencantado
del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos
creer
que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López
Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto
recomienda
a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo,
el
bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y
Chucherías
se enorgullece de contar con tales artículos.)
Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco
antes
y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es
que
la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas
cuantitativamente,
no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La
escasa
obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo
libro
y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente
las
cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de
otros
de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus
autores
para rectificarlas desde los presupuestos.
Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de
su
selección a toda una generación de escritores, sino que
los
regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que
también
considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un
ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se
asome
a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello.
A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el
Niño
defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta
inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-,
encontramos
esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una
literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el
destino
de la Revolución misma no parecen preocuparles”.
Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby
está
aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano
era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó
la diversión/Llegó el prusianismo y mandó a
parar”.
No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta
reciente
antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban
Borrero
Echevarría, el primero de los antologados, había visto
“la
cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la
revolución
triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el
siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni
encantados
ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y
Fornet el
Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y
vámonos”.
En un ensayo aparecido en el último número de La
Gaceta
de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no
saber
leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal
toda
narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de
Enrique
Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?)
y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los
múltiples
asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga
más
sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a
ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto
más
crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de
Cintio Vitier hayan salido músicos.
El Fondo de Cultura Económica de México quiso
homenajear
a la literatura cubana del siglo XX
con tres antologías, y seis antologadores (tres residentes en la
isla y tres fuera de la isla) se encargaron de menoscabar esa
literatura.
Dejaron fuera de sus antologías a un montón de escritores
que empezaron vida pública a fines de los ochenta,
posrevolucionarios
o como quiera que se les llame. Sólo un ensayista -Victor
Fowler-
en la antología de ensayo, sólo dos poetas -Sigfredo
Ariel
y Damaris Calderón- en la de poesía y ningún
cuentista
en la de cuento: el peor cancerberismo ha sido cometido por Carlos
Espinosa
y por Jorge Fornet. Y este último fue quien prestó
razones
al cuchillo.
La
lengua suelta no. 5
Museo
arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca
Fermín
Gabor
Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias
novelas
(alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos
con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway
mientras
éste escribía en la barra del Floridita, hubo de
aceptarle
al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo.
Recibió menosprecio por parte de Neruda en
sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che
Guevara
aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece
allí
va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa,
Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching
bag, el Premio Nacional de Literatura 2002.
Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de
años
de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional
no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías
habaneras
andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge
cuatro de sus novelas y también ejemplares de una
biobliografía
suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha
publicado
una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel
Castro
y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara
enseguida:
“Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida
privada
al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia
oficial,
me permite esta licencia”.
Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación
no va a escaparse. No sólo adulador, sino también
chicharrón,
guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja
de
ruta. “He residido muchos años fuera de mi
país
en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta
en
esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y
empezamos
a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas
que
pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos
periodísticos
los que le dieron tanta ala?
No hay que darle muchas vueltas al asunto para comprender que en todos
esos ámbitos Lisandro Otero ha cumplido con encargos oficiales
cubanos:
periodista o embajador o lo que fuera. En México, donde
según
sus palabras, “he ocupado posiciones dirigentes dentro de los medios de
comunicación mexicanos y he recibido galardones de mis colegas
de
la prensa que me enorgullecen”, apostaba desde el diario Excelsior
por la continuación del PRI, partido jurásico, en la
presidencia
mexicana. Y ahora el fracaso electoral priísta y el hundimiento
del trasatlántico Excelsior nos lo traen de
regreso.
Oigámoslo explicar líricamente en La Jiribilla
las
razones de su vuelta: vuelve para “escuchar el rumor de las olas y
acechar
en mi jardín el vuelo del colibrí”. (Escuchar rumores del
mar y acechar en un jardín parecen las actividades de un
espía
en plan pijama.)
Poco antes del fallo del Premio Nacional de Literatura, las revistas
electrónicas
culturales habaneras inclinaban a los apostadores hacia otro caballo,
daban
como favorito a Reynaldo González. Pero el antiguo director de
la Cinemateca
de Cuba y actual asesor de la presidencia de la UNEAC ha visto ya
frustradas
sus esperanzas. Al menos por este año...
González, quien hasta hace poco acostumbraba (en privado) a
deslizar
comentarios en contra de Abel Prieto, ha sabido esfumar sus prejuicios
y se le vio mucho en el séquito ministerial durante la Feria
del Libro de Guadalajara. Pero nada en su comportamiento puede
resultarnos
asombroso si recordamos que, poco después de haber obtenido ese
mismo premio que gana Otero y que González pierde, César
López, hasta entonces discreto rebelde, se encaramó en
tarima
por Elián para mascullar uno de sus poemas insoplables. Y si
recordamos
que Antón Arrufat, premiado también, se apuntó
para
la fiesta oficial cubana por el Cuatro de Julio y no hace ascos a
integrar
cuanto séquito oficial quiera incluirlo.
El ejemplo de Leónidas Trujillo, alias Chapita (figura
también
comparable a Isabel Tudor y a Octavio Augusto) guía el
comportamiento
de estos escritores. La llamada Generación del Cincuenta,
que tendría que representar el papel de mayores en nuestro
panorama
literario, no ha hecho más que componer obras poco estimulantes
y rebajarse por una medalla o un gajo de laurel. La arrebatan los
diplomas,
es generación chapita, y Lisandro Otero, figura
señera
de ella, ha vuelto a La Habana en busca de su galardón.
Ahora que lo tenemos otra vez entre nosotros, debemos preocuparnos por
la continuación de vida tan al margen de lo oficial como la
suya,
y nos toca preguntarnos por qué (es sólo un ejemplo) no
le
encargan la dirección de La Jiribilla. Aunque
quizás
habría que pensarlo despaciosamente ahora que vuelve al cubil
otra
marginal de la vida pública, figura no menos acechadora de olas
y de colibríes: nuestra ex-embajadora ante la UNESCO Soledad
Cruz.
Bienvenidos
a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
La
lengua suelta no.4
Convocan
a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet
por
Fermín Gabor
Lukács
cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el
último
número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke.
Maestro
lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en
los
cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo
Padura
lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso
por
cada libro que no escribía.
Pulcramente
peinado, cuidadoso de la raya del cabello como del filo de sus
pantalones,
tan tieso de
postura como una intitutriz, ducho en la utilización de la pipa
(lo cual ciertamente lo aproxima a Forster) y atacado de movimiento de
chino de relojería en cuanto algún punto de
discusión
aparece por el horizonte, Ambrosio Fornet acaba de cumplir setenta
años.
En
estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros
solamente),
lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos
preguntáramos
dónde diablos estará el “A passage to India” de este
Forster
nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de
desmochar
parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser
totalmente
desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de
“la
Novela de la Revolución”.
Incapaz
o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido
el
de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta
no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y
estudia
ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela
ñángara
a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo.
(En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario
cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier,
exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
Es
Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos
escritores
del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo
propugnador
de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples
cederistas
convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera
largarse
del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de
signo
contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha
convertido
una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta
importadora
de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la
libra en pie de escritor ido.
Asiduo
visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta
obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas
universidades
en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al
terciar
en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante
profesor
universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor
propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no
esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las
instituciones
cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes
norteamericanos
a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica.
(Universidades
yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su
parentela:
el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de
México.)
La
literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que
Ambrosio
Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos
setenta
años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra
haraganería
idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros
la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del
norte
no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo.
Lo
mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad
cercana.
No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo
que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos)
lo
entrega generosamente cuando, después de algún silencio
apreciativo
y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz
Kafka
es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente:
“Sostengo
que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras
francesas”.
Casa
de las Américas celebra ahora estos setenta años de labor
infatigable con un coloquio internacional sobre la obra de Ambrosio
Fornet.
Los interesados en participar deberán entregar sus ponencias en
blanco antes de que termine el año.
La
lengua suelta, no. 3
Bajo
la peluca de un ministro
Abel
Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio
por
Fermín Gabor
Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de
Cultura
Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada
de México ha publicado recientemente. Creo que desde la
publicación
en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro
dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no
contábamos
con tanto motivo de estupor.
El
vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras
Cubanas
la había impreso dos veces en un año, accidente que no le
ha ocurrido a nadie que no sea ministro. Para promover la
edición
española el autor no había estado solo: lo
acompañaban
José María Vitier al piano y Francisco López Sacha
como presentador. Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no
estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino
en las declaraciones ministeriales a la prensa.
Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como
ministro,
o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos
dóciles
que los del Granma o del Juventud Rebelde con quienes
acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero
de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe
su
fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del
escándalo
político, es más rollo que película. Guillermo
Cabrera
Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada
más
a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de
Zoé
Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos
literarios.
(De acuerdo con este último punto, cabría preguntar
entonces
qué hace en las librerías habaneras ese bodrio
último
que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --,
por mucho premio Poe que haya recibido.)
Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto
inútil
autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la
Valdés
es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista
más
reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in
toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura
cubana,
se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y
Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él
la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él
hacer
de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de
buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado
-sección
Carnes- en el caso Padilla.
Prieto suelta en esta última entrevista un par de hermosas
estupideces
en las que nos detendremos. La primera: que en la isla se conoce mejor
la obra de los artistas y escritores emigrados que en Miami. La
segunda:
que "en Estados Unidos una obra crítica, como Fresa y chocolate,
jamás se pone en las principales salas comerciales y se
convierte
en un hecho nacional".
No hay más que echar un vistazo a las librerías habaneras
o provincianas para comprender que nunca se han visto en ellas
ediciones
de Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas.
Severo Sarduy en un único libro, Lidia Cabrera también en
uno sólo (aún cuando sea su obra mayor) resultan ser muy
poco conocimiento de la literatura del exilio. Imposibles
también
de consultarse en bibliotecas públicas; tales libros pueden
alcanzarse,
en cambio, en librería de Miami.
Y, en cuanto a Fresa y Chocolate, si eso es una obra
crítica,
entonces Mujercitas, de Louise M. Alcott, también lo
es.
Y si una nominación al Premio Oscar, que supone previo estreno
comercial
(Miramax distribuyendo), no es suficiente movimiento de mercado
para Abel Prieto, entonces nos toca compadecerlo por las ilusiones que
habrá visto frustrarse alrededor de la edición
española
de su novela. Pues lo que Agustín Lara ofreció a
María
Félix en su viaje a Madrid le habrá parecido muy poco al
autor de El vuelo del gato.
"El mercado es un censor mucho más terrible que el peor que haya
existido en la época de Stalin", considera Prieto. Y a
seguidas
pregunta "¿Qué pasó con la canción de
protesta
estadounidense de los años 60?". Pregunta por pregunta:
¿qué
pasó con las vidas de los censurados por los censores de Stalin
o por Stalin mismo? Seguramente que desde uno de los
múltiples
cayos del Archipiélago Gulag añorarían para
sí
las vidas de esos apiltrafados cantores de protesta. (Asimismo
valdría
la pena conocer el destino de esas piltrafas cubanas que intentaron
remedar
la canción protesta norteamericana. Ubi sunt Silvio
Rodríguez.)
Al Ministro le preocupa la absorción comercial de los cantantes
de rap norteamericanos, pero no habla de la estrategia de
ningunificación
que han planeado las instituciones cubanas para los cantantes de rap
de por acá. (Absorbidos también, los criollos no
tendrán
siquiera el consuelo de la plata.) A Abel Prieto le encanta denostar al
mercado como si él no mercadeara de lo lindo. (Desmintiendo que
todo es arte comercial, Ediciones B cargó con el plomito
de su novela.) "La más grande herejía en el mundo
contemporáneo
es la Revolución cubana", afirma. La voz de Cuba es,
según
él, la más hereje y disidente en el concierto de los
países.
Y el papel de escritores y artistas queda entonces muy claro: "la
cultura
ha sido (...) guardián de esa herejía". A
escritores
y artistas corresponde el puesto de esposa fiel de un hombre
excéntrico,
errático, borrachín y mujeriego. Hay que dejar la
voluntad
de disentir a los políticos y toca a artistas y escritores
aplaudir
las ocurrencias de éstos. Con la excusa de una
política
exterior independiente, orgullo de cancillería, el infierno de
la
aprobación eterna en el interior del país.
La lectura de una entrevista así despierta enseguida en quien la
lee impulsos de entrevistador y quisiéramos preguntar al
Ministro
por qué no pensar la cultura como herejía de la
herejía.
Nos gustaría recordarle a Abel Prieto que, históricamente
hablando, la posibilidad de ser hereje en país protestante no
suponía
vasallaje católico, aunque igualmente prometiera la
hoguera.
Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes
intriga
qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la
peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con
suficientes
motivos de esperanza. Pues dentro de muy poco volverá a
ser
entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto.
Hasta
entonces, compañeros.
La
lengua suelta, no. 2
La
camarilla de los maquilladores
Delegación
cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa
por
Fermín Gabor
Que
la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
Que
nos acompañe, pronuncia nuestro Ministro de Cultura.
Si
va Compay Segundo, ¿por qué no iba a ir ella?
Y
que Omara, escondida detrás de una cortinita, le preste su voz.
Que
vuelva a hablar por boca de Omara Portuondo.
Bueno,
dice Salvador Bueno.
Que
recite "Juegos de agua" como si cantara "Veinte años".
Dulce
María con la voz de Omara, imagina Pablo Armando
Fernández.
¡Abrazo
de la alta cultura con la cultura popular!, Miguel Barnet exclama
jubiloso.
¡Patriciado
y mulatería!, César López lo acompaña en su
júbilo.
"La
novia de Lázaro" como si cantara "Lo que me queda por vivir".
Bueno,
confirma Bueno.
"Últimos
días de una casa" como si fuera "Siempre es 26".
¡Abrazo
de alta burguesía con Revolución!, exclama jubiloso
Barnet.
¡Como
en Pepe Rodríguez Feo!, lo secunda César
López.
Dulce,
con esa cubanía que le hizo comprender lo justo de lo que
estábamos
haciendo, recuerda el Ministro.
Pinareño
tan amado de todos, consigue entristecerse Miguelito.
¿César,
de quién habla Miguel?
Aldo
Martínez Malo, una de esas personas que no dejan una obra
cuantiosa
pero que son defensores secretos de la cultura, sostiene el
Ministro.
Y
recuerda Barnet: Fue por Aldo que llegué yo a la vieja.
Por
Aldo la vieja se acercó a la Revolución.
¡Patriciado
rebelde!
Dulce
María Loynaz abrió las puertas de la Academia de la
Lengua
a la literatura de la Revolución, rememora Bueno.
Dulce
María Loynaz aceptó el Premio Nacional de Literatura.
Fue
el homenaje que la Revolución le hizo. Homenaje de su pueblo, de
este pueblo que se había quedado aquí lo mismo que ella.
Dulce
María Loynaz aceptó la Orden Carlos Manuel de
Céspedes
de manos de Fulgencio Batista.
Ese
sentido ético muy suyo, ratifica Abel Prieto.
¡Patriciado
irredento! ¡Mujer todo carácter!
Dulce
María Loynaz giraba con su esposo por la España de
Franco.
Pero
no hay prueba alguna de simpatía suya por Pinochet. Fue Borges
el
de esa simpatía.
¡Borges
no va en nuestra delegación!, decide el Ministro. ¡Jorge
Luis
Borges no va en ésta! Amaury Pérez, César Portillo
de la Luz, Vicente Feliú, Isaac Delgado, Leo Brouwer, Silvio
Rodríguez,
John Lennon...
Brincan
al unísono Pablo, César, Miguel. Hasta brinca Salvador.
¡Y
John Lennon, sí señor! Yo no voy a admitir
reduccionismos.
En ningún otro sitio del mundo han sentido este amor por los
Beatles
que sentimos nosotros. John Lennon y los Beatles forman parte de
nuestro
proceso desde el 1 de enero de 1959.
¡La
cultura cubana es una sola!¡La cultura cubana es universal!
...John
Lennon, Síntesis, Los Papines, la tropa de Buena Vista Social
Club
quitando a Ry Cooder...
¡Ry
Cooder no pinta nada en una delegación de cubanos! ¡Que se
vaya por ahí con su guitarrita hawaiana!
..el
Ballet Nacional de Cuba, la orquesta y cuerpo de baile del Cabaret
Tropicana,
una tabla humana de Espartaquiadas, los Guaracheros de Regla, los
Marqueses
de Atarés, el Alacrán, los bandos reconciliados de cada
una
las parrandas y charangas
de
la isla... Y, como perla de nuestros avances en la
biotecnología,
Dulce María Loynaz igual que si estuviera viva.
¡La
cultura cubana es eterna!
¡Patriciado
tremendo!
Dulce
María doblada por Omara. Así que los he convocado para
que
empiecen a trabajar en el cadáver. Pablo, Miguel, César,
Salvador: toca a ustedes devolvernos a nuestra Premio Cervantes de un
modo
creíble. Les pido sobriedad en el maquillaje, contención
en lo que ese rostro exprese y flexibilidad de labios para que luego
Omara
no tenga que recitar con boca de caimito.
Pablo
Armando Fernández, Miguel Barnet, César López y
Salvador
Bueno, teñidores de profesión, componedores de batea,
tintoreros
de tren chino, abortistas de perchero y zurcidores de virgo, trabajan
en
la memoria de Dulce María Loynaz.
Y
en nombre del equipo, César López ha declarado al Granma
del 11 de noviembre: "Hemos estado revisando todos los textos de
importancia
para que esta obra salga lo mejor posible".
La
lengua suelta, no.1
por
Fermín Gabor
Cunde
la esperanza entre escritores de la Isla
Delegación
de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de
Guadalajara
Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos
sesenta
escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen
café),
el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y
caderólogas
abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les
robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero,
así
y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla.
Muy distinto futuro se abre, en cambio, para esos que dicen ser cubanos
aunque abandonaron la isla. Presumen de escritores cuando no tienen
editorial
estatal ni ministerio que los represente y recibirán
la mayor de las sorpresas: cien jóvenes latinoamericanos con
entrada
gratis en el recinto ferial. Cien muchachones diarios casualmente
reunidos
en Guadalajara para congreso de la Organización Continental
Latino
Americana de Estudiantes (OCLAE). (De producirse enfrentamiento o
altercado,
la delegación oficial cubana tendrá las manos limpias.
Tan
limpias como las de la policía habanera en cualquier cinco de
agosto:
de la OCLAE como Contingente Blas Roca...)
Seiscientos escritores y artistas, cien latinoamericanos dispuestos a
la
solidaridad,
coreografía
del Ballet Nacional de Cuba o del congreso de la OCLAE. Número
grande
para negociar con los organizadores de la feria mexicana desde
posiciones
de fuerza, para abusar con el más chiquito. (Mandaron a un tal
Fernando
Rojas a quitar y poner gente de las mesas. Sacaba a su pariente Rafael
Rojas -si acaso son parientes- para meter a Lisandrito Otero.)
Número
grande para convertirse de huéspedes en anfitriones, como ha
dicho
Guillermo Cabrera Infante.
Ya algunos descontentos (los que no van) denuncian el alto nivel de
artritis
y esclerosis de quienes han sido elegidos para representar a la
literatura
de nuestro país. Pero, si bien es cierto que Cintio Vitier,
ganador
del Premio Rulfo, cuenta con 81 años, Susana Haug, a quien desde
ya le auguramos un premio equivalente en su camino, cuenta con 19. Y el
arco que va de una a otro lo cubren escritores de todas las edades y
pelajes.
Como indican los índices de edad promedio por día ferial,
no resulta alarmante el matusalenismo de la delegación oficial
cubana.
Y a continuación publicamos la edad promedio de la
delegación
oficial cubana por cada día de feria de la misma manera que
algunos
periódicos publican los niveles diarios de contaminación
ambiental:
Sábado
30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6
años.
Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años.
Jueves
5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1
años. Domingo 8: 58.8 años.
(A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de
días.
Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las
Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda
Oliver
Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal,
60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo
ejemplo,
domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72.
Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González,
62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor
Casaus,
58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel,
40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)
Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las
provincias
y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del
Instituto
Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación
oficial
cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una
parte importante de la población radicada en la capital no
nació
en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de
construcción
de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia",
ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más
del
80% de los integrantes de la delegación que viaja a
México
no ha nacido en la capital.
Siguiendo este razonamiento que considera monumento provincial a
cualquiera
nacido en provincias (sin importar cuántos siglos lleva viviendo
en la capital), frente a quienes gritan "¡Más Haug, menos
Vitier!" declaramos jóvenes a aquellos que fueron jóvenes
alguna vez. Porque haber nacido en Tuinicú tiene el mismo valor
inamovible que haber tenido diecinueve años. De este modo, si el
80 % de la delegación oficial cubana está compuesta por
escritores
de provincia, la totalidad de esa delegación es joven. (Susana
Haug
no iba a ser una excepción, por mona que sea.)
La esperanza cunde entre los escritores de la isla y no nos referimos
solamente
a quienes por peregrinar a Guadalajara recibirán indulgencias
(eterna
juventud, fuerzas de tierra natal) sino a los escritores todos de la
isla.
Porque piensan: "Caramba, si a una feria del libro llevan a tanto
músico
y hasta deportistas, seguro que los escritores cogeremos cajita cuando
vuelvan a nominar cubanos para el Grammy". Por no hablar de unaprobable
nominación al Oscar.
Lo que los entristece un poco, sin embargo, es que el deporte ofrezca
tan
pocas oportunidades de gira, ahora que las Olimpiadas ocurren dentro de
la isla. "Lástima que no haya Píndaro con visa", se dan
pésame
los unos a los otros.
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