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El
texto literario, más que reflejar la regulación social
del
erotismo, expresa el afán por transgredirlo. El poema o la
novela serían entonces un espacio libre donde el escritor puede,
a su gusto, re-escribir sus relaciones sociales, y, por tanto, sus
relaciones
de y con el poder. De esta manera, sobre omisiones que pueden ser
fácilmente percibidos en el texto como silencios, y sobre el
enmascaramiento
mismo de la actividad erótica que es metaforizada, el espacio
literario
se expresa a sí mismo en el juego de caricias y violencias de un
cuerpo sobre otro, y de un grupo social sobre otro Vi en Louisiana crecer una encina* Walt Whitman Yo vi una encina que crecía en Louisiana, Estaba sola y de sus ramas colgaba el musgo, Sin un compañero se erguía ahí prodigando felices hojas de un verde oscuro, Y su aspecto rudo, inflexible, animoso, hizo que yo pensara en mí, Pero me asombró que fuera capaz de prodigar hojas felices, sola, sin un amigo cerca; yo no podría hacer lo mismo, Y arranqué una ramita con cierto número de hojas y con ellas entretejí un poco de musgo, Y me la llevé y le di un lugar en mi cuarto, No la preciso para recordar a mis queridos amigos, (Porque creo que últimamente casi no pienso en otra cosa), Pero es un curioso símbolo para mí, me hace pensar en el amor viril, A pesar de ello y aunque la encina sigue resplandeciendo en Louisiana, sola en la llanura, Prodigando felices hojas toda su vida, sin un amigo ni un amante, Yo no podría hacer lo mismo. * Walt Whitman. Hojas de hierba. Trad. Jorge Luis Borges. Buenos Aires: Lumen, 1969., p 149 Tributo a Walt Whitman* Francisco Morán Nunca vi en Louisiana crecer una encina, pero yo tampoco preciso sus ramas, ni sus hojas, ni los anillos de la noche que hicieron inefable al tronco. Eres el invisible camarada, el amante perdido entre los amantes. No puedo besar tus labios. Ya tu lengua no fatiga los alimentos todos. Tuyo es el encantamiento de la muerte. Y si a pesar de mis reclamos no abres los ojos, es para que no desaparezcan tus invenciones: la Louisiana, la encina y yo. * Francisco Morán. Ecce Homo. Esquío-Ferrol, 1997. p. 45 Joven en Nueva Orleáns* Charles Bukowski hambriento allí, sentado en las barras, y en la noche caminando las calles durante horas, la luz de la luna siempre me parecía falsa, y quizá lo era, y en el Barrio Francés yo veía pasar los caballos y los coches, todos iban sentados allá arriba en los coches, abiertos, el cochero negro, y detrás el hombre y la mujer, generalmente jóvenes, y siempre blancos. y yo siempre era blanco. y apenas cautivado por el mundo. New Orleans fue un lugar donde esconderse. Yo podía mandar mi vida a la mierda sin ser molestado. excepto por las ratas. las ratas en mi pequeña habitación oscura, mucho que resentían tener que compartirla conmigo. eran grandes y audaces, y me miraban con unos ojos que hablaban de una muerte sin pestañear. las mujeres estaban muy lejos de mí. ellas veían algo depravado. había una mesera algo mayor que yo; apenas sonreía o se quedaba cerca cuando me traía el café. eso era mucho para mí, eso era suficiente. aunque esa ciudad tenía algo, no obstante: no me dejaba sentirme culpable por no desear las cosas que tantos otros necesitaban. me dejaba solo. sentado en mi cama, las luces apagadas, escuchando los sonidos de afuera, alzando mi botella de vino barato, dejando que la calidez de la uva entrara en mí, mientras yo escuchaba las ratas moverse por la habitación, yo las prefería a los seres humanos. estar perdido, estar loco, quizá no sea tan malo si puedes estar así: sin ser molestado. New Orleans me dio eso. nadie pronunció nunca mi nombre. ningún teléfono, ningún carro, ningún empleo, nada. yo y las ratas, y mi juventud, una vez, en ese tiempo que conocí aún a través de la nada, era una celebración de algo no para hacer, sino sólo para saber * Traducción de Francisco Morán. Revisión de Félix Lizárraga En la calle Real. Nueva Orleáns Alessandra Molina Sería la pipa de algún rey, de un príncipe de tribu. Podía guardar el tabaco más húmedo, quemarlo lentamente. Casi un dedal de yerba, con él se aromaba los enlaces, duraba un holocausto. Dejaba conjurar. Frágil, como un ombligo seco, al roce de las uñas sus pliegues de corteza tenían lo duro del diamante, sus ángulos, su mapa y el imposible trazo de los rostros, las caretas de líneas. Sería más que un lujo y el trayecto sinuoso, la miserable pieza de un alivio ensamblada en sus partes por anillos dorados. Para que la aprendieran los jerarcas en su forma de joya se ocultaba una ley: ser madera de pipa, que no es heno, que endurece, se pule, que se ahonda contra un nudo volátil de pasiones, las pasiones del hombre. Ser madera de pipa, que resiste y hace que el fuego vuelva siempre al fuego. El negro habla de los ríos* Langston Hughes Yo he conocido ríos: he conocido ríos tan antiguos como el mundo y más viejos que el flujo de la sangre humana en las venas humanas. Mi alma ha crecido profunda como los ríos. Me bañé en el Éufrates cuando eran jóvenes los amaneceres. Construí mi cabaña cerca del Congo, y el río arrulló mi sueño. Miré el Nilo y levanté mis pirámides sobre él. Escuché el canto del Mississippi cuando Abe Lincoln bajó a Nueva Orleans, y he visto su seno enlodado, volverse todo oro en el crepúsculo. He conocido ríos: ríos antiguos, oscuros. Mi alma ha crecido profunda como los ríos * Traducción de Francisco Morán Causas de fuerza mayor* James Nolan Afuera por Canal Street iban remando en botes mientras a la luz de una lámpara yo venía aullante a este mundo en un hospital llamado Hôtel Dieu durante un huracán que pulverizó a Nueva Orleans. Compadezco a los estremecidos ventanales, a los ríos que corren por el firmamento, al cielo incesantemente lanzando hacia abajo. Este año empieza la Cuaresma con Dios que golpea a la puerta como la policía. Las persianas traquetean contra el vidrio, las ráfagas se rizan a través de las hojas del calendario hasta llegar al día en que nací, la cacerola colgada de la viga por un garfio repica un angelus contra la sartén, se inflan las cortinas mientras voy de cuarto en cuarto, de cama en cama, de ciudad en ciudad, de continente en continente, capturando el viento como una vela triangular, cubriendo con flechas y volutas los mapas que dan pronósticos del tiempo, desbordando fronteras, sexos, husos horarios. Brilla la luz de mi cocina a medida que el cielo se oscurece, me alzo con el vapor de una tetera hirviendo, me aproximo a mi gloria, por fin el aire iguala mi emergencia, alcanza igual velocidad, y ambos nos anunciamos con un postigo flojo que viene y va contra los muros de la casa. * Traducción de José Emilio Pacheco Mientras comemos ostras* James Nolan Bobby Blue Bland se limpia el sudor de la frente con un pañuelo azul enorme luego cubre el micrófono con él mientras en un rincón apartado nos soltamos a llorar — nacimiento muerte matrimonio divorcio fracaso éxito dinero sexo — y nos sirven bandeja tras bandeja de ostras, jarra tras jarra de cerveza Dixie porque aquí en Nueva Orleáns los sentimientos son abiertos y baratos y crudos y los comemos por docenas, llorando como la Morsa y el Carpintero ante la vida porque la estamos viviendo, llorando sobre las ostras mientras las devoramos una tras otra: finalmente el mar pone atención, sus proprias lágrimas dispuestas en círculo, cada uno como un secreto relicario y nos ahogamos con una lenta sonrisa mientras Bobby Blue Bland se enjuga la cara, mira de frente al reflector y se revienta otra canción. * Traducción de José Emilio Pacheco New Orleans Para Ann, junto al lago ¿Por qué no miro alrededor de tu caverna inmensa las palmas, ¡ay!, las palmas deliciosas que en las llanuras de mi ardiente patria... crecen? José María Heredia Jesús J. Barquet Te debo, como un recién nacido, mis brazos, el materno calor de tus hogares, mi risa como un sueño volviendo a sus cristales. Te debo mi antigua humanidad perdida, estos dos nuevos ojos para comprender lo viejo, profundas, anchas delicias que gracias a ti aprendí. Un nuevo amor te debo, la sabia de tu suelo, New Orleans, creciendo de su fábula y el tiempo hacia mi vida, te debo esta larga distancia ya por fin recorrida. Sin embargo, no me diste las palmas como yo quería sino que, cual si nada tuvieras, me entregaste en la nostalgia del viento toda la acariciable extensión de tu virilidad infinita. Y con temor y luego húmeda audacia te la acaricié. ¿Acaso algo más se necesita? San Francisco - New Orleans para manolo, al partir Jesús J. Barquet Esto, eso que sobrevuelo desde el Pacífico inhóspito hasta el Golfo acogedor es hoy por hoy - no lo fue ayer, no sé mañana - mi patria: montañas, desiertos, depredadoras nieves, ríos inmensos obligando a construir innumerables puentes, grandes ciudades de ilusión mas sin furia, objetos y máquinas sin fin, colores diversos que recombinar cada día... no logran sin embargo reemplazar - ni como consuelo imitar - una breve tarde habanera escapando de la lluvia y besándonos premonitoriamente quizás en todos los andenes. New Orleans, 2005 Francisco Morán Si alguno, paseando por el Infierno, descubre un lugar cálido, acogedor donde yo no haya estado, hágamelo saber. Últimamente el infierno se ha vuelto un lugar demasiado familiar y predecible, casi como cualquier otro. Noviembre, 2005 Parafraseando a Pessoa Francisco Morán El Mississippi es más bello que el río que corre por mi ciudad, pero el Mississippi no es más bello que el río que corre por mi ciudad porque el Mississippi no es el río que corre por mi ciudad. Mi ciudad, sin embargo, sólo es bella cuando, una y otra vez, la saco del agua donde el Mississippi y el Almendares perdieron sus orillas, las pulieron, en mí, que me quedo -- río arrancado de raíz -- en un crujir de aguas fraternales. Sólo el río que sueña varado en su lejanía merece el mar, el peso del agua, llegar al fondo de su inocencia. Noviembre, 2005 |
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