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Sueño

Despues de recogido en mi cama la noche del domingo último, con mi tabaco en la boca, me entretenia en hacer algunas reflexiones sobre el asunto del Periódico de aquel dia. Yo comparaba la industria del hombre con la de los otros animales, y notaba que aunque éstos son excluidos de la vasta carrera de ocupaciones que nos abre a nosotros la razon, estamos sin embargo, muy distantes de igualarnos a ellos en este punto. Todo su tiempo lo dividen entre la acción y descanso. Las horas que no consumen durmiendo, las emplean en buscar el pasto, o en consumirlo. Solo el hombre es el que no cesa de quexarse de que le es gravoso el dia, y de que no sabe que hacer en él. ¡Qué expresiones tan vergonzosas, me decía á mi mismo, en boca de unas criaturas que llevan el título de racionales! Y que además de los trabajos corporales tienen los del espíritu, que pueden subministrarles las mas nobles ocupaciones: entregarse a los deberes de la Religión, á la maditacion, á la lectura de buenos libros, á la conversacion de personas instruidas, y en una palabea, como dice el mismo papel, a la adquisicion ilimitada de la Sabiduria y la Virtud. Estos pensamientos en que me entretuve hasta quedarme dormido, sin duda dieron lugar al sueño siguiente. Me pareció que habia baxado hasta la entrada de las regiones tartáreas donde veia á Rhadamanto, uno de los jueces de los muertos, sentado sobre una silla de ébano en su Tribunal. A su izquierda tenía la guardia de Erebo* y a la de los campos elysios** á la derecha. Me dixeron que en aquel dia, antes que á los demás, debía juzgarse un gran numero de mugeres, que acababan de llegar de la region de los vivos. Esto no me sorprehendió tanto como el haber oído, que á todos debia hacerceles iuna misma pregunta, á saber: en que habían pasado el tiempo. Hecha a todas en comun, quedaron sorprehendidas, y comenzaron á mirarse unas á otras, como si no supiesen que responder. El Juez advirtiendo este silencio pregunta á cada una en particular. Madama, dice á la primera, vos habeis estado como cinqüenta añós sobre la tierra, en que habeis pasado este tiempo? En que? respondió ella, a fe mía... no se en que. Yo os ruego me concedais alguna tregua para acordarme. Despues de haber estado coma media hora examinandose, dixo que habia pasado aquel tiempo en jugar a los naipes. Rhadamanto entonces hizo señal á la guardia de su izquierda para que la tuviese á la vista. Y vos madama, dixo á otra, cuyas miradas son tan tiernas y alagüeñas, vos á mi parecer, os hallabais en los veinte y nueve años quando partisteis para esta Region, que habeis hecho en este tiempo? Yo he estado, respondió, encargada de mil negocios: los primeros doce años de mi vida los ocupé en las muñecas, los demás en leer comedias, novelas, y romances amatorios. Loable uso habeis hecho del tiempo, dice el Juez; á la izquierda con ella. Apareció después una buena y sencillla paisana. Y bien, la pregunta Rhadamanto, vos que habeis hecho? Con su buena licencia de V., responde, yo no he cumplido los cuarenta años; en este tiempo le he dado siete hijas á mi marido, y le he dexado la mayor para que en mi ausencia lleve el cuidado de la familia; ella es, lo digo sin vanidad, una de las mas lindas amas de casa que hay en el País. Rhadamanto se sonríe al ver la sencillez de aquella buena muger, y manda á la guardia del Elysio se encargue de su conduccion. Y vos vella dama, dixo á otra, que habeis hecho en los treinta y cinco años de vuestra vida. Señor, yo os aseguro que no he hecho mal alguno. Está bien; pero que cosa buena habeis executado? Esta pregunta puso á la dama en la mayor confusion; y como no sabia que responder, ambas guardias se abalanzaron á un mismo tiempo para apoderarse de ella, queriendo la una conducirla á los campos elysios, y la otra arrastrarla al Tártaro;*** pero el Juez que había observado en ella no sé que ingenuidad, modestia y compostura, mandó la soltasen y pusiesen en lugar separado hasta que hubiese [proporcion?] para examinarla segunda vez. Se presentó inmediatamente á la barra una vieja de un mirar sombrío y orgulloso, y preguntandole que habia hecho, ay! dice, yo he vivido setenta años en un Mundo muy corrompido: me irritaba tanto al ver la conducta de una multitud de jovenes insensatos, que la mayor parte de mis últimos años la emplee en declamar contra las locuras del siglo; cada día censuraba el irregular manejo de mis contemporaneas creyendo impedir con mis declamaciones que las demás siguiesen sus pasos. Muy bien, dice Rhadamanto, pero habeis velado sobre vuestras propias pasiones con un ojo tan atento y severo? Ah! dice ella, yo me hallaba tan embarazada en el cuidado de inquirir y de publicar las faltas agenas, que no tenia tiempo para examinar las mias. Pues madama, sin deteneros, pasad á la izquierda, y dexad el puesto para la venerable matrona que se acerca. Presentada ésta, madama la dice Rhadamanto, y vos en que habeis empleado los ochenta años que vivisteis sobre la tierra? Ah señor! Yo he hecho lo que no debía, pero estaba resuelta firmemente á mudar de vida, y lo hubiera executado así si la cruel Atrópos no hubiera cortado tan temprano el hilo de mi vida. Marchad madama á la izquierda, acompañad á la que acaba de precederos. Seguidamente percibió otra de la misma edad, y la hizo la propia pregunta. Yo he sido, responde la vieja, esposa de un marido á quién he amado tanto en su vejez como en la flor de su juventud. He sido madre, y mis hijos que tenia cuidado de criarlos en la práctica de todas las virtudes, han hecho la felicidad de mi vida. El mayor es el padre de los pobres, y el amigo de quantos le tratan. He vivido en el retiro de mi casa, en el seno de mi familia, dexandola mucho mas rica de lo que la hallé. Rhadamanto que conocía el mérito de esta matrona dexó ver en su semblante un ayre tan gracioso, que la guardia de los campos elysios que entendía sus mas ligeras miradas, la tendió al instante la mano, y apenas la tocaron se desvanecieron sus ideas, brilló el fuego en sus ojos, sus mexillas se cubrieron de un rosado vivisimo; en una palaibra, ella apareció con toda la belleza de una juventud florida. Viendo cierta jóven que el oficial que conducía las almas de los buenos á los campos elysios, poseía en grado tan eminente el arte de hermosear, se deshacía por verse entre sus manos: hizo los mas violentos esfuerzos por adelantarse, y rompiendo por medio del tumulto compareció en la barra. Luego que se le preguntó en que habia empleado los veinte y cinco años que vivió sobre la tierra, desde que llegué, dixo, á los años de la discrecion nio dexe piedra por mover para hacerme amable, y grangearme un número grande de admiradores. Para lograrlo, pasaba mi tiempo en recoger en botellas el rocío de Mayo, en preparar unas con excelentes composiciones para blanquear, otras de aceytes para hacer brillar la tez; en disponer pomadas olorosas, y la mezcla de colores conque había de ungirme para desmentir el natural; en consultar el espejo, en amoldar mi cuerpo á las modas, en....... El Juez irritiado, no la da tiempo para que continúe su relacion, hace una media señal a la guardia de Erebo. Apenas esta se le acerca se marchita su tez, su rostro se cubre de arrugas, desaparecen todos los hechizos y gracias de su persona, y fueron remplazadas por una deformidad espantosa. Yo me sorprehendí entonces porque oia hácia lo lejos, el alboroto de una tropa de mugeres, que se adelantaban con grande algazara de risa, cantos y danzas. Yo estaba ancioso por ver el recibimiento que se las haría, y temia mucho que Rhadamanto no contuviese aquella excesiva alegría; pero quanto mas se acercaban tanto mas se aumentaba el ruido, de suerte que este vino á despertarme. Por mucho tiempo quedé en una profunda reflexion sobre la singularidad de este sueño, sin poder dexar de preguntarme á mi misimo, que hacia. Yo me respondí, que extractaba y traducía este papel Periódico. Y si los lectores hacen de él el uso que yo deseo, me persuado no se me dirá que he empleado el tiempo en una obra frívola e inútil. Ya acabo, recomendando á todos hagan igual examen sobre sí mismos. Que cada uno meta la mano en su corazon, y considere lo que hace. Esta consideracion será un freno que le contendrá en los instantes de la vida que quiera emplear en acciones ociosas ó criminales: despertará su alma pronta á adormecerse en una serie de actos virtuosos y laudables que puede emprender; en una palabra, que disminuira esta falta, de que los mas sabios y virtuosos de los hombres no están exentos al fin de cada día de no haber hecho lo que debían hacer, y de haber hecho lo que debian evitar.

* Erebo. Los poetas le toman por el Infierno.

** Lugar adonde fingen los mismos, van los que han vivido bien.

*** Tártaro, según los poetas, lugar en que son atormentados los malos.

Papel Periodico de la Havana, Núm. 9

29 de enero de 1795

Tomado de: La literatura en el Papel Periódico de la Havana (La Habana: Letras Cubanas, 1990), 172 - 175.

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