Reina María Rodríguez
El rasguño en la azotea

(fragmento)

Inventamos una azotea para resguardarnos,
pues nos creíamos las piedras sagradas de la ciudad
                                     --y tal vez lo éramos--
mientras los gatos enfermaban de transparencia,
iluminando en las noches sin ardor

los platos vacíos.
 

                                              Francisco Morán.

 
 
Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. 
 


reunión en la azotea

Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones. 



     ¿Qué duda cabe de que las voces de Reina María Rodríguez, Damaris Calderón y María Elena Hernández Caballero descuellan entre otras muchas de las que hoy se enorgullece la poesía de la isla.  Los salones elegantes de la ciudad se las disputan.  Ellas son las triunfadoras absolutas en los Juegos Florales que se celebran todos los años en el Albizu.  De modo que la azotea está de fiesta, y hasta galleticas de Lyon, y el excelente té de Ceilán  (ya que lo llaman la perla) se obsquian esta noche.  Todo ello servido con el buen gusto que prestigia a El Louvre.  Los efluvios de la ciudad invaden cada rincón, curiosean entre los libros, y afinan los registros.  Se han sentado estas tres beldades habaneras en los sillones de mimbre que La Habana Elegante ha dispuesto especialmente para ellas.  Por un momento se han recuperado el patio, la siesta, la modorra de las frutas.  Por un momento -otra vez- estamos juntos, como si nada hubiese pasado. 

María Elena Hernández Caballero
 

El ritmo de estos poemas está entre el de la conversación y el de los 
versículos bíblicos, ritmo bien escogido para ellos, pues algunos son 
verdaderas parábolas a la manera de las del famoso libro, pero la autora no 
tiene intencines moralizantes sino que nos dice sus intuiciones que a veces 
tocan el colmo de lo dramáico. Y todo con gran conomía de palabras: la 
sobriedad es una virtud de esta poesía que dice también con lo que calla. 
 

Todos los dioses

        Todo sea hecho como está escrito 
                   Y todo se cumplirá
                   B. Pasternak
Rolando Lopez Dirube: Los combatientes
Todo sea dicho en tu nombre. 
Ha invadido los últimos recintos. 
Los ángles rabiosos se apresuran, 
llevan su carne al matadero. Pasan 
entre las arqueadas piernas de los dioses. 

Todo se ha cumplido. 
Antes del alba 
un cuerpo saldrá a flote. 
Ya nada los conmueve. 
Ni su propia miseria. 
 

David

A causa de tus enemigos construiste la 
  fortaleza. 
Fuera de tus dominios nada parece vibrar. 
Sabemos que el pez respira porque se agita 
     bajo su rigidez. 
El ave porque en el aire dejó su aliento. 
La cebra, el caballo, porque hemos visto 
     frescas huellas en el camino. 
Y ahora que tu cabeza está más muerta que 
    estas ciudades ruinosas 
    qué hacer con sus muros? 
El tiempo es sobre ti la vaguedad de un ala. 

 Del libro: Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios hace bailar sobre un pinguino ebrio (1987) 
 

Punto muerto

 Yo no recuerdo a mis maestros delante del pizarrón; 
 se detuvieron allá en mi pañoleta con un dolor agudo, 
                                         nunca soporté 
 los lunes rayados por un lápiz. 
 Y mientras, los amigos, querían meterse en mis dibujos, 
 encontrarse en el camaleón que rápido cruzó la ventana 
       alborotándonos los ojos y las manos. 
 Y ese verde en apretado horizonte 
                nos invitaba a dar un paseo. 
 En verdad, no nos alcanzaba la primera juventud; 
 (el hombre vive un pedazo en la Tierra y el otro, 
 a gran altura) 
 Pero los maestros, qué sabían de nubes y nubes, 
                                       tanta Botánica 
   y eran ciegos al árbol que afuera desparramaba 
                     sus frutos; 
                                       tanta Literatura 
 y eran sordos al griterío que producen los que sueñan. 
 Yo no perdono a los maestros detenidos 
                   allí, 
 delante del pizarrón. 
 

 Canto de Obbatala

 "El cielo es inmenso, pero no crece yerba..." 
 ¿Dónde pues, sembraron la calabaza 
 antes que el cielo y la tierra fueran dos mitades? 
 llegaron los orishas de una cuerda tensada 
 en el espacio cósmico? 

 El mundo hizo un gesto (sólo quien eleve la mano 
 es un animal terrible).Y salimos de cualquier lugar. 
 Los bien recibidos... 
 Y bebimos la savia de los cañaverales. 
 Y corrimos en la selva como un venado con el destino roto. 

 Todo cuerpo es perverso. Astutos, 
 yo hago rodar mis dieciséis tambores. 
 Soy quien silencia, quien los bendice. 
 Quien devuelve la paz a los guerreros vencidos. 
 Quien suprime y castiga. 
 Quien ama. 
 Soy la cabeza principal de Ocha. 

 Escuchen pues. Cuando ya estaba la calabaza 
 ¿quién la partió en dos mitades? 

 De la antología: Un grupo avanza silencioso, 1994 
 

 Abismos
Erik García: Decapitación de San Juan Bautista
 Que no tenga un río para fijar mis días. 
 Una vela o una claridad. 
 Estoy paralítica y no tengo preguntas. 
 No baja del mar a los abismos 
 quien de su abismo vive. 
 Y aunque a veces cargada penetre 
 y deje mi estela como una pregunta 
 para responderme no tengo espejos. 
 Narciso sin manos para romper el agua. 
 

 Mapa turístico del país

                                          "Esta es la tierra más fermosa 
                                          que ojos humanos vieron"

 ¿Tienes sed? Extraña lengua la tuya. 
 Vámonos de excursión qué importa. 
 El camino es largo y no duele. ¿Tus zapatos? 
 ¿La ruta? La marcarán los mapas. 

 Más tarde pedirás la argolla 
 y tirarás de ti como de una res. 

 Los extravié qué importa no los necesitaba. 
 Silencio, ¿quieres unirte al silencio? 
 Tu oquedad es vacía árida y sangro por la nariz. 
 Silencio, ¿quieres sangrar en silencio? 

 No abonarás los sucios ni cortarás las yerbas. 
 Ni los frutos ácidos de la tierra más fermosa. 
 

 Año nuevo

 En el corazón de Rusia 
 sobre la nieve pisoteada 
 Anna Ajmátova no escribe 
 cuenta 
 los álamos derribados por la barbarie. 
 Yo 
 escribo en términos abstractos 
 la pérdida de las navidades 
 la vacuidad del humo. 
 También en el dolor los extremos se tocan. 



Vicente hernández: Dirigible

 Viajero 

 El que se marcha levanta el cuello del abrigo. 
 El que inmóvil, el que impasible espera, 
 no comprende los signos que en la tierra traza. 
 Los días anula con una mano: 
 Adiós lejana aventura de la carne oh lejano tiempo. 
 Levanta el cuello del abrigo y ese roce lo borra todo. 
 Todo desaparece bajo la mirada ágil de los que tienen prisa. 
 Ningún mensaje, ninguna carta entregues. 
 Olvidará los teléfonos, trastocará las direcciones. 
 No con amor ni odio te nombrarán si es que te nombran. 
 Un roce suave del abrigo lo borra todo. 
 Pero el que nunca parte un doble exilio guarda. 
 Nostálgico de sí y de los otros.  Sin mapas ni equipaje. 
    El viajero es él. 

 De: Elogio de la sal, Santiago de Chile, 1996 
 

Caminando con Soren Kierkegaard al fondo 

Como un perro camina usted, Sr. Kierkegaard. 
Mordiéndose la cola en círculospequños 
va detrás de mí del baño a la cocina 
con sarna con rabia. 
Su hocico, su pelo me olfatean. 
Y mientras tejo para su hocico una red. Es decir, una fe, 
Cristos, sombras de madera por entre la maraña caen. 
Se arrastra a tientas y sin ley. 
Ora eclipsadoora desollado aullando por la pared. 
Espulgándose con mis lápices, mi cuchara. 
Ya está bien, levántese. 
con sus propios dientes muérdase de una vez. 
inyéctes. 
Y olvidará usted, Sr. Kierkegaard. 
Cristos, 
huesos de madera por entre la maraña caen. 
Yo era feliz, 
con desasosiego iba mi sombra. 

Inédito. Especial para La Habana Elegante
 
 

    Recientemente, Damaris Calderón se hizo acreedora del Premio de la Damaris CalderónRevista Libros del Diario El Mercurio a un libro inédito, y era la primera vez, desde su creación, que lo ganaba una mujer (y extranjera y, además, habanera). Fue, además, el año de mayor participación (147 000 obras compitieron) quizá (nos dice Damaris) "por lo de fin de siglo".  Nosotros habíamos publicado algún pasaje del juicio de Gonzalo Rojas (presidente del jurado) pero, ahora, nuestro gentil aeda araucano ha viajado expresamente a La Habana con el fin de participar en el homenaje a nuestras egregias poetisas.  El caballero Rojas se adelanta para darnos su impresión sobre el libro Sílabas. Ecce Homo y, así, bosquejar la poética de esta simpática habanera a quien nuestro homenaje sorprendió en el Trotcha, en plena labor de pintura de brocha gorda. 

El sr. Gonzalo Rojas tiene la palabra: 

     Mi juicio se atuvo a la calidad de una obra distinta y singular, en la que visión y lenguaje se ofrecen en una urdimbre de auténtica poesía. En efecto, el dominio del oficio discurre sostenido y estricto a lo largo de las diversas piezas construidas con eficacia, sin concesiones de ninguna especie, ni a la estridencia ni al fárrago. El designio genérico de sílabas registrado en el título es clave, o si se quiere átomo primordial, de esta palabra parca y despojada, en la vertiente de la más genuina poesía visionaria. De ahí cierta aproximación a los ejercicios de Gottfried Benn, M. Tsvietaieva y, especialmente, de Pound y Celan en cuanto a contención y humor cifrado, sin llegar a lo críptico. 
     Algo que llama la atención es el desvelo por la palabra en toda su vivacidad, pese a la aparente dispersión de la trama enigmática. Así la máquina verbal funciona y la puntada es limpia y certera: cada poema nace bien, crece bien y cierra preciso, urdiendo el rejido estricto del texto. En 
la operación no se ve la mano y todo parece recién creado ahí como de repente, recién mostrado en su frescor sin imágenes excesivas ni nada superfluo, merced al tratamiento sigiloso de la categoría estética de la sorpresa, tan cara a Apollinaire. 
     De todo esto hay en este pequeño libro que crecerá: amor, humor, terror, historia, diálogo con la muerte (véase la levísima elegía a Eduardo Anguita), manejo del oficio sin la menor ostentación: clasicidad áurea bien asimilada, modernidad difuminada. 
     Si la poesía es tono, Sílabas. Ecce homo es tono. Tonalidad genuina. Intensidad, brevedad, rareza: permanente espontaneidad. Ya al cierre hay otra apuesta de riesgo distinto en el largo monólogo de trasfondo autobiográfico debidamente transfigurado -260 líneas ventiladas por otro respiro-, una fábula moderna hilada por el humor y lo inefable con el designio de "El espectador sin espectáculo". "La poesía no comunica. Las palabras no comunican. El lenguaje es una tercera persona". (etc). 
Se trata de un proyecto experimental -aire y asfixia- que no contradice ni la gracia ni la coherencia de la escritura anterior, sino que las enriquece. Un buen libro de poesía, en fin; un sistema imaginario con luz propia que exige lectura y relectura. 
 

Damaris Calderón
 

Para el miedo de que hablaba  Drumond y que padecen mis contemporáneos

Más cálido que el abrazo de una mujer 
te cerca. 
Etas cabezas no fueron hechas para su aliento 
que ahora te ciñen como una diadema. 

Aférrate hijo mío 
que está soplando el miedo 
como un coral cantado por los ángeles. 
No le entregues tu sangre 
tu vasto corazón donde se rompe el cielo. 
Potros domados por su mano somos. 

A nada temas 
sino a la boca próxima del miedo 
a esas espesas torres que levantan los hombres 
para no ver la noche que se cierne. 
 

Instantánea
de mi padre

No bebía 
tenía el renunciamiento de un pez en el Sahara 
de una vaca castrada por los banderilleros de la feria. 
Comunista, 
pudo haber sido masón o cuáquero. 
Igual le habrían cortado los nudillos, 
igual habría partido su tazón con nadie. 
En deplorables noches montaba a mi madre 
como quien coge un tren equivocadamente. 
Ah la pradera donde fue comido por los buitres 
(sus hijos) 
Ah este sol implacable sobre mis ojos. 

De: Duras aguas del trópico (1992)
 

Generaciones

                             ...los que no se subieron a tiempo 
                                        en el tren de sus hijos 

                                                   G.G. Márquez 

 Las viejas marionetas crujen. 
 Pero el polvo 
 no ha preservado el hilo 
 que quiso sostenerse sobre todo. 
 Ellas sobaron lentas las constancias, 
 la procacidad del gesto que ofrecimos. 
 Ejercieron 
 su violencia de títeres. 
 Enmendaron la luz. 
 En un lazo de esperma 
 manaron herederos atados a la cuerda 
 palmoteando 
 la consabida danza de la especie. 
 Golpearon 
 sobre las puertas y nosotros, 
 desertores del carro de sus padres. 




Rocío García: Duelo de geishas



 Esta será la única mentira en la que siempre creeremos

 Esta será la única mentira en la que siempre creeremos 
 a fuerza de admitirla tantas veces. 
 Hoy 
 alguien intentará leer el ojo de un vecino 
 con el fin de saber si la tristeza 
 (esa muchacha indócil que va escupiendo amor) 
 es una amiga sádica de siempre 
 o un pez muerto nadando en la garganta. 
 Sería difícil disfrazar la felicidad 
 (a ella siempre le quedaría corrido el maquillaje). 
 Pero de todos modos tendrás que perdonarme 
 que no te ladre amor junto al oído. 
 Podrían despertarse muchos muertos que están bajo 
                                                      [nosotros. 
 Es una  historia triste 
 jugar a  ser perfectos. 

De la antología: Un grupo avanza silencioso, 1994 
 

Un gusanillo esteta

             "la babosa proclama (...) que andar 
             por este mundo significa ir dejando 
             pedazos de uno mismo en el viaje".

                            José Emilio Pacheco. 

Me celebro, me canto y me detesto como a nadie a mí mismo.  A los quince años hubiera matado.   A los dieciséis me habría picado las venas.  Ahora en dúctiles formas sublimo la cobardía, trazo un rastro para la posteridad que se borra implacablemente.  Gusto pensar que alguna vez pude ser un pájaro, pero, es inútil negarlo, me arrastro.  De ahí comienza mi larga marcha, mi vuelo interminable a ras de tierra.  Modesto Sísifo, yo también cargo con mi piedra desde mi nacimiento   hasta la muerte.  Devoro las plantas con una avidez casi metafísica.  Mi palabra: un hilo de baba que imagino dorado.  Despojado de la lírica, expulsado por siempre de la épica, no se me ha permitido otro acto heroico que morir bajo la única sombra que conozco: la brutal objetividad de una bota. 
 

                                            a Horace Mc Coy

Viajo en trenes rigurosamente vigilados por nadie.  Por mi desidia acaso.  Por la Sombra -no de mi  padre- que entre los muertos vuelve a decirme: Hijo mío, ignoras tantas cosas.  Soy --destino  inapelable-- un pasajero.  Atrás quedaron los rostros más amados lanzados al vacío, la heroicidad posible.  No oculto ni una libra de sal entre pañales.  No he dicho a los soldados: éste es mi hijo, mi criatura, golpéenlo, redímanlo a la luz.  No merezco siquiera el tiro formidable de un cosaco. Un poco más y llego a la próxima estación. No siempre matan a los caballos. 



Manuel Arenas: Desollado histórico

Ventana de hospital (II) 

Sobre los desperdicios 
el sol también se pone. 

El médico raspa esos cuerpos 
como el pintor la espátula. 

Del libro: Guijarros, Santiago de Chile, 1997 
 

Duro de roer

Hasta la quebradura de las rodillas sus huesos habían sido siempre domésticos.  Como los huesos de pollo que había visto en el caldo, en la sopa, cloqueando en el corral, antes de terminar triturados en los dientes del padre. 
-- Guárdame este hueso como hueso santo. 
Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos con las propias falanges. Y si le salía un orzuelo, el tío milagrero lo curaba con una peseta caliente o con un mate, y si una verruga, con la  cruz de un hueso, que había que enterrar en el patio para que se pudriera.  Como los otros. 
La  abuela se pudrió y quiso verlos a todos. 
Un racimo de plátanos para consuelo de una vieja: una familia. 
Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron de rabia y empezaron a morder lo que se les pusiera por delante.  Y hubo que quitarle el bozal al perro y ponérselo en las piernas. 
Luego los huesos escaparon de casa, cogieron su propio rumbo.  Y su vida fue simple, descarnada.  Como una articulación. 
 

En las conversaciones

En las conversaciones, como en los bolsillos, 
las cosas se extravían. 

El infierno, otra vez 

Una habitación vacía, una habitación a puertas cerradas donde la gente se patea, una puerta clausurada, un abismo donde al fin descansar, un aro en llamas por donde se hace saltar a los leones del circo. 
 

Los hermanos (Karamazov Karamazov) para R. M.

Sin la necesidad del Mal (o «la ausencia del Bien»), no existiría nuestra imperiosidad de redención. Además, hasta los santos hieden. 

Lengua y verdugo 

Entre el verdugo y la lengua hay una serie de relaciones.  Entre la lengua, natural, y el verdugo, antinatural, existe, como en la sangre, un sistema de vasos comunicantes. 

La lengua, como el verdugo, no es homogénea ni unitaria (un verdugo está hecho de todos los  pedazos de sus víctimas, además de los suyos).  En ambos, fatalmente, no hay solución de continuidad.  Por razones obvias, el verdugo prefiere siempre las lenguas muertas, aunque en los restos de las lenguas habladas ( y las reconstruidas) es posible encontrar la misma ceniza que en la ropa del verdugo. 

En lo que se refiere a su brutalidad, el verdugo no es un sistema, sino un conjunto de sistemas, opera siempre por selección, prefiriendo la expresividad a la comunicación, y es anónimo, como la mejor literatura. 

El hecho (la hipótesis) de la existencia de una lengua madre, de cuyas ramas se derivaría un tronco común, sólo facilita, (qué duda cabe) la tarea del verdugo. 

Tomado del libro: Duro de roer, Santiago de Chile, 1999 
 

¿Cómo hemos vivido aquí?
 

       I 
La soledad 
(como el hambre) 
golpea el estómago 
te tira 
sobre las cuerdas 
-sola- 
como un boxeador 
por knock-out. 

      II

El verde, 
el amarillo, 
el rojo, 
no reconfortan. 

La historia del fontanero: 
Encuentra el manatial, 
se rompe la nuca. 

En este cuerpo sin ventanas 
la muerte sopla en tus nudillos. 

Habría que cambiar de follaje, 
de vísceras. 

Inédito. Especial para La Habana Elegante
 
 

Reina María Rodríguez

     Para hacer la presentación de Reina, se adelanta uno de nuestros más distinguidos gacetilleros.  Antonio José Ponte ha dejado a un lado sus múltiples ocasiones para asistir a este homenaje. Nos leerá el Prólogo a la antología de Reina: Ellas escriben cartas de amor (publicado recientemente en La Habana, y con motivo del agasajo brindado - en el Lyceum de La Habana- a las cenizas de la Avellaneda, repatriadas al fin). 
 

PROLOGO (lee el prólogo) 

     Ya desde el día en que la conocí, e imagino que aún desde mucho antes, Reina María Rodríguez no sabía qué hacer con su vida. Al menos eso le oí decir entonces, y eso ha repetido durante todos estos años. Había comenzado con su primer libro -La gente de mi barrio- una suerte de autobiografía. Cautelosa, ya que los dictados de aquellos años setenta, y de aquellos poetas, establecían al poema como afuera total, como política. Ese primer libro suyo, después de varios poemas escritos en el aire de la época, se permitía una breve sección para la intimidad y la familia y una soledad egoísta. Paradójicamente, esta intimidad incluía un poema dedicado a una mártir revolucionaria chilena, poema de asunto público bien distinto a los que por entonces se intentaban. En él una noticia de periódico, un dato abrupto de historia contemporánea, se hacía íntima noticia. La historia empezaba a ser vista a través de las ventanas, la poesía a ganar respeto. 
     En este primer libro su autora no había dado aún con la criatura que llenaría los siguientes: Cuando una mujer no duerme y Para un cordero blanco. (Tal vez Reina María Rodríguez esté condenada por muchos lectores a ser esa criatura para siempre, esa figura de la fragilidad. La suerte de las formas rotundas es fijarse en la memoria, y hasta ahora esta autora no ha conseguido encarnar en algo, en alguien más definitivo). Llenaban ese par de libros un reclamo constante a la paternidad y al amor, un azoro sostenido, las acechanzas del bombardeo que acabaría con todo y un recontar de lo poquita (los diminutivos abundaban) cosa que se es. 
     Quizás tanta provisionalidad admitía solamente la notación de estados de ánimo. El pavor impediría a su autora pensar esos libros, expresarlos hasta su final. Lástima y complacencia en esa lástima, no la dejaban ir más allá. Ella se entretenía íntimamente, la entretenía su condición de criatura, y no accedía a mayores abstracciones, a una filosofía, para decirlo rápido. Por ello cuando la escuché decir que no sabía qué hacer con su vida, supuse que lo mismo podría decir un gato del ovillo de hilo con el que jugaba. 
     La primera tarde en que hablamos, Reina María Rodríguez me resultó sospechosa. Literariamente parecía no dar más. Condenada a reiterarse con menor fortuna, terminaría su carrera con el próximo libro. La escritora que durante años había interesado a tantos lectores, estaba acabada. Pues sería absurdo, ridículo, continuar con poemas de adolescente la treintena. 
     En persona, se notaba paralizada de miedo. Pero el poeta -como le escribió Rilke a Lou Andreas Salomé- es aquel que sabe sacar cosas de su miedo, y mi sospecha tuvo enseguida escarmiento al aparecer los primeros poemas de En la Arena de Padua. Ella no sabría qué hacer con su vida, aunque había conseguido cambiar magníficamente de un libro a otro, e iba a dejar atrás la complacencia por una figura y unos temas y un tono. (En franca reciprocidad, muchos de sus antiguos lectores la ignoraron, libros más adelante). 
     En la Arena de Padua fue trabajado larga, intensamente durante los ochenta. Aquellos fueron buenos años para la vida de su autora. Amantes, y modas del pensamiento, y escaramuzas civiles, y deseos de fundar se sucedían. Y ahora, cuando leo los poemas de ese libro, no dejo de irme a aquellos años y a su desilusión final, que presentíamos. Pues llega en él a su expresión más clara la frágil y peligrosa idea de la soberanía del poema frente a todo. 
     Después de un libro así, podía esperarse de su autora no que continuara el dictado de aquellos poemas, no que se repitiera en un mundo cerrado, sino que persistiera, bajo otras formas, en la legitimación de la poesía por la poesía misma. Lo que vino a continuación, por el contrario, fue negación de esto. O cuando menos, un desvío. 
     Ya en las páginas últimas de En la Arena de Padua comenzaban los poemas en prosa que conformarían luego el siguiente, todo un libro de poemas en prosa: Páramos. Si antes su autora se acogía a la sospecha de no estar viviendo la vida, ahora la llenaba el temor de no estar pensándola 
suficientemente. Con tal de expiar su anterior falta de filosofía, y contra el horror de que las cosas no pudieran ser resueltas por el pensamiento, en este nuevo libro se citaba a Hegel y a Spinoza, a Sócrates y a Heidegger, a Bachelard y a Wittgenstein, a Deleuze y a Simmel, autoridades. 
     Eran años de incertidumbre. Tanto para las artes como para la historia venidera, se pretendía la exactitud que dan las ciencias, la inobjetabilidad de autoridades del conocimiento. Se confiaba, aunque fuera, en la exactitud de unas cuantas ciencias de la aproximación. Parecían necesarias algunas garantías para el acto sin ninguna garantía de escribir. Y oíamos decir que la escritura estaba muerta. 
     El único modo de sacar otro libro, debió pensar su autora entonces, era pertrechándolo. Muchos dialectos de las ciencias pueden hallarse en Páramos. El libro se adentra, tan confusamente como sólo un poeta es capaz de hacerlo, en las interrogantes reservadas a filósofos, interrogantes que en tantas ocasiones coinciden y colindan con la de los poetas, y que se diferencian de éstas apenas por una entonación. Reina María Rodríguez, que desde su primer libro había sido capaz de no confundir poesía y política, no hallaba ahora el matiz, la entonación necesaria para sus poemas. 
Acarreaba citas y términos en lo que era, tal vez, la mejor salida a la crisis de escritura. Sin embargo, a sus términos recién desembarcados les faltaba domesticación. Unos cuantos filósofos y unas cuantas certezas, por grandes que fueran aquéllos y exactas que éstas fueran, no conseguían justificar a un grupo de poemas. Para éstos no había justificación fuera de la poesía. 
     Después de haber escrito En la Arena de Padua, Páramos podía entenderse como una equivocación. (Las equivocaciones muchas veces son fecundas, felices, y en este libro puede encontrarse uno de los más ambiciosos y logrados poemas de la poesía cubana -para decirlo provincianamente-: Luz acuosa. La variedad de registros simultáneos, las texturas conseguidas en él, la profundidad de tantas intuiciones, la extraña justeza de sus imágenes y un fraseo tan limpio, quizás serían imposibles sin el resto del libro). 
     Pasaron años en los cuales Reina María Rodríguez receló de la poesía vertical y la cambió por el poema en prosa. Escribió un libro, inédito aún, a dos columnas tipográficas. Puso minúsculas al inicio de sus oraciones, hizo vanguardia. Comenzó a pensar menos en poemas que en libros, y a 
imaginar libros donde cupiera la ambición de duplicar en ellos a la vida. 
Juntó fotografías y dibujos a textos en prosa, y siguió en Travelling el modelo de Roland Barthes en Barthes por Barthes. (Aunque lo que resulta imposibilidad de relato en el modelo, inverosimilitud de sí mismo como narrador, en Reina María Rodríguez son historias logradas). 
     Menos libro de poemas que memorias, y no tanto memorias como pura narrativa, hasta la fecha Travelling no ha sido atendido como se lo merece por críticos y antologadores de narrativa. Uno de sus relatos -la otra muerte- me entregó, apenas lo leí, la certeza de que su autora conseguiría proseguir en novela la saga personal que comenzara en los poemas de La gente de mi barrio. Travelling habrá servido, entre otras cosas, para que Reina María Rodríguez se aventure a escribir una primera novela. (Mejor que la timidez de anhelar novela desde la poesía, timidez que partea híbridos, resulta escribirla). 
     Terminar esa novela hará probable que ella vuelva, purgado ya lo prosístico, a sus viejos poemas verticales. De igual manera, ojalá que el fin de sus excursiones por disciplinas colindantes la conduzcan enriquecida, escarmentada, a aquello que dejara pendiente en Padua: la determinación de que no existe otra legitimación para la poesía que aquella que la propia poesía se otorga. (Ni la que le presten autobiografía y confesión, ni la denuncia civil que procure, ni la salvación personal que no será de ningún modo, ni las búsquedas existenciales del idioma, ni siquiera la música que los propios poemas cortejen). 
     Lo que sigue son preguntas y respuestas a la posibilidad de continuar escribiendo poesía. Los mejores momentos (que ojalá contenga en cantidad suficiente esta antología) sostienen que no es preciso defender la pureza del poema, sino la independencia de éste una vez bien logrado, importa 
poco gracias a qué impuros, turbios o extraños caminos. 
 

Antonio José Ponte

Agosto de 1998.

Reina María y el director de L.H.E. a la salida del Capitolio de Washington, en Prado


 Reina María Rodríguez
 

Para cualquier árbol muerto 

 aquí 
 antes había un árbol 
 que quizás dio poca sombra 
 y alguna vez echó flores moradas 
 que pisamos sin querer. 
 antes allí había un árbo1 
 hoy sólo está el tronco 
 donde me siento a pensar. 
 el tronco estaba enfermo 
 y alguien lo cortó. 
 pero es bueno sentarse en el tronco de un árbol 
 muerto aún al saber 
 que no crecerán sus ramas nuevamente 
 y que nunca podremos arrancar 
 de la tierra 
 sus raíces. 
 

Pista de aterrizaje

 a las 10 am el hombre que hace las señales 
 mueve sus banderolas rojas y amarillas. 
 el sol es un punto de fuego sobre la pista 
 hay olor a combustible. 
 verano sicosis de frutas y 
 de abejas. 
 las mariposas cortan sus alas contra el avión. 
 este es un viaje sin memoria un recorrido 
 contra el tiempo o un sueño 
 que pinté. 
 no he llegado a una estación cualquiera 
 ni a una simple pista de aterrizaje 
 no es una trampa la velocidad    este deseo 
 de conocer lugares imprevistos 
 -he vivido este sitio en cualquier parte- 
 puedo reconocer tu cara fácilmente   el canto 
 de las libélulas voy al encuentro definitivo. 
 sólo la yerba es igual en todas partes. 

 Del libro: Para un cordero blanco, premio Casa de las Américas (1984) 



Ulises García: Mirarse por dentro

 Las islas 

 mira y no las descuides. 
 las islas son mundos aparentes. 
 cortadas en el mar 
 transcurren en su soledad de tierras sin raíz. 
 en el silencio del agua una mancha 
 de haber anclado sólo aquella vez 
 y poner los despojos de la tempestad y las ráfagas 
 sobre las olas. 
 aquí los cementerios son hermosos y pequeños 
 y están más allá de las ceremonias. 
 me he bañado para sentarme en la yerba 
 es la zona de bruma 
 donde acontecen los espejismos 
 y vuelvo a sonreír. 
 no sé si estás aquí o es el peligro 
 empiezo a ser libre entre esos limites que se 
        intercambian : 
 seguro amanecerá. 

 las islas son mundos aparentes 
 coberturas del cansancio en los iniciadoires de la 
            calma 
 sé que sólo en mi estuvo aquella vez la realidad 
 un intervalo entre dos tiempos 
 cortadas en el mar 
 soy lanzada hacia un lugar más tenue 
 las muchachas que serán jóvenes una vez más 
 contra la sabiduría y la rigidez de los que 
            envejecieron 
 sin los movimientos y las contorsiones del mar 

 las islas son mundos aparentes manchas de sal 
 otra mujer lanzada encima de mi que no conozco 
 sólo la vida menor 
 la gratitud sin prisa de las islas en mí. 
 


Mario Carreño: La espera



Como un pájaro extraño que viene del sur

                                                    Pavese

  has errado toda la noche 
  olfateando los árboles 
  buscando alguien que te acaricie 
  con tu traje de lobo para engañar a los hombres. 
  tu angustia me hiela los pies 
  pero en el alero hay un abismo para nosotros. 
  tú y yo  desnudos en medio del verano 
  junto a los troncos amarillos 
  en una playa del sur 
  tan solitarios como el resplandor 
  de las películas silentes 
  donde todo está por transcurrir 
  en el espacio vacío de los pies y la boca sin gritar 
  diciendo cosas que nadie tal vez escuchó 
  que nadie jamás escuchará 
  en el abismo silente. 

  Del libro: En la arena de Padua, Ediciones Contemporáneos (Unión, 1992) 

  como las cosas caras 

...sabes cómo es eso?... como las cosas caras, como los días en que ser fiero era dejarse beber... uno sueña, primero con ser, creer que se es, eso que se edificó por dentro, el juego-dibujo que la percepción nos hizo elegir y realizar (ese proyecto sin apenas verificar por qué la elección, con qué conciencia triunfamos contra otras posibles opciones); por qué ésta, casi definitiva, que se llamó nuestra vida y ya siempre es pasado, reconstruido y vuelto a empezar. un eje, una figura que empezamos a conocer desde afuera... no te preocupes de la trampa -- dijo una voz -- la trampa, nada es... 

...estoy debilitándome vertiginosamente, cómo decirte la necesidad, si la necesidad quema, mancha, hace un tizne verdoso sobre las ilusiones; la necesidad está tan cerca que es un atropello, no nos permite un espacio para recorrer la llanura, toda su extensión vastísima y acercarnos y alejarnos otra vez. la necesidad es esa llama que te di, sin ilusión, gastándose, recalentada, la mitad de un sentido... el lujo de ser sólo ahora, y después? por eso puede ser poder... 

(...hiperrealismo es la necesidad que no le permite un campo a la seducción, es una boca oscura, tragándote y tú quieres esperar alejarte para dar una respuesta, o no darla, tú quieres ver (la boca de Lena, la boca de Katasia, la marca de la boca de otro, la huella) ...pero la necesidad te crucifica en el umbral de toda perspectiva y su crucifixión, no te hará renacer en el campo de cenizas donde quedó, atrás, la esperanza...) 

...una lámpara recalentada, oscura, recorta la sombra de mi mano en el papel. tijeras, busco explicarme la imposible dualidad símbolo-objeto: lo que parece que somos y nos creemos y la realidad. inscribir la memoria de un tiempo en la historia, ser protagónico (agónico) de ese momento, más allá de su representación (sin las parodias de mí misma en el oficio de "lo poético") cómo venir desde allá, escaleras de Leningrado bajando desde la Ajmátova y la nieve hasta mi?... estoy enferma de un sueño incurable, de palabras que no se cumplen; de creaciones que crecen con fuerza, pero sin espacio y se desaniman, cuando se estratifican y no se satisfacen. hasta mí llega el orgullo y la enfermedad de un ego roto. los demás, buscan sin riesgo la tranquilidad; yo, el azufre, la sustancia compulsiva y verdosa que me obsesiona. entro en ella, en el fango (lo que antes fue la nieve) y no permito que me la quiten, tampoco, frotármela, no tiene uso. apesta tanto zumo y mezcla de olor sin sentido, derramándose. no quieren revolcarse, sentir, sus ropas están bien limpias, su química pura de ser felices... 

 Del libro: Páramos, premio UNEAC de poesía "Julián del Casal", 1993 
 


Casimiro González: Rita y sus gatos violetas



la foto del invernadero

 fue la que siempre quisimos y faltó. 
 el invernadero estaba junto al parque 
 con sus cristales húmedos bajo el sol que entraba 
 en la tarde, o en la mañana, a colorear sus plantas. 
 yo me paseaba contigo de la mano -- eras 
 de estatura un poco más bajo que yo -- 
 y así alcanzaba a ver, desde esa altura, 
 los tallos quebrados por mi madre 
 que componía y podaba las macetas de buganvillas. 
 nunca entramos, éramos demasiado pequeños 
 para invadir la zona de confianza de esos seres extraños 
 que permanecían dentro. estábamos afuera. 
 saltando con nuestra energía sin razón 
 excluidos de la paciencia de las manos de mi madre 
 pero es allí donde quisiera vivir... 
 en el lugar inexacto de una foto que falta 
 para que no imite otra vez, o intente imitar el ser que soy. 
 el paisaje prohibido donde pondríamos el amor 
 con exclusividad. 
 el paisaje del deseo, que no se superponía o se reproducía a cada 
           instante 
 y que permaneció oculto para nosotros 
 -- la algarabía de ser niños no nos dejaba ver 
 «todos andábamos a la caza de una flora insectívora». 
 éramos suspicaces. ahora, acomodo en mi mente 
 la mente del invernadero. su llama tibia 
 en el centro de las imágenes haciéndonos creer que algo 
       temblaba 
 o que podría no ser alcanzable. 
 esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera 
 y la realidad se distorsiona y parte en dos lenguajes. 
 fue la que siempre quisimos y faltó. 

                                            9 de marzo del 95 
 

 la elegida

 en esta tierra de polvo verde el Taj Mahal 
 es el guardián de la muerte 
 el sepulcro de la bien amada fallecida de parto 
 una mañana de. invierno en el Agra. 
 la luminosidad del mármol atrae 
 a los peregrinos que acuden en la estación de las lluvias 
 cuando el resto de la tierra está seca 
 y sólo queda un reflejo 
 sobres las aguas (no sabemos hacia dónde movernos 
 si la superficie de la realidad es líquida, 
 o está sumergida; si la descifraremos de atrás hacia 
 adelante, para que todavía podamos significar 
 y en qué sentido significaremos) o esperar, 
 sobre esta tierra de polvo verde que es la vida 
 a que el clima haga el primer movimiento 
 en aquel lugar, donde fallecida de parto 
 una mañana de invierno en el Agra 
 hay una estatua, no la lucidez de un día; 
 hay una sombra, una falsificación, 
 que se parece a la verdad. 

 Del libro: La foto del invernadero, premio Casa de las Américas,1998 
 

Deja ver si vino...

Deja ver si vino la libreta verde jaspeado musgo 
con  tapa de cartón, 
algo donde espiar la algarabía del otro. 
Dime Ismael, por qué estoy triste? 
Perdí los espejuelos pecosos, 
perdí la esquina de San Rafael,tu mano parda. 
Estoy en el lado este de las cosas donde no hay metafísica 
o rumor que apañe al gong que llama. 
Una sombra entra al comedor, otra sale de mí. 
El perro – cual monstruo alucinante 
me apresa en su mordida sin rabia. 
Depositada entre piel y diente, 
la saliva viscosa del mundo me embarra la boca amarga del desinterés. 
Dime Ismael, por qué estoy triste? 
Deja ver si vino la libreta verde. 
tal vez me salve de la inmediatez que, al fin, me espanta. 
La libreta verde de sobrevivir la ridícula escasez de vivir. 
A quién llamar Ismael en estas "vacaciones en el mundo" 
lejana a todo lo que sea un círculo perpetuo e imposible? 

II

El poema se me pierde 
el poema se disloca. Estoy seca. (Los exfoliantes de vivir me han secado). 
"Cremas para piel seca" venden ahí. 
La vagina seca arde. La palabra seca y lúcida arde. Relumbra mate. 
Cómo desmontar al personaje del carrusel? 
Su impaciencia de proclamar cada ardid? 
Cómo desmontar la palabra que se agarra y se sujeta sin un fin? 
La palabra no dicha, la ardilla que se esconde de mis ojos y escapa? 
La niña busca dentro de la maleta una libreta verde, 
la subasta de un porvenir que ya es pasado. 
La plastilina para modelar las cosas del entretiempo. 
El mundo está de vacaciones en el mundo, Ismael. 
Sale un poema portátil. 
O ni siquiera sale. 

Nota: Este es un poema muy reciente y es, por la tanto, inédito.  Agradecemos a Reina su envío, especialmente para este número.  Ismael González Castañer es un excelente poeta y amigo, asiduo visitante de la azotea.  No confundirlo con Ismaelillo