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Ésta página
está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María
Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro
Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había
o no había té, o si algún invitado extranjero nos
llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos
por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las
tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de
algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía,
o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte,
constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea
de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos.
Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con
la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como
hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente
Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas
escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado
a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero
dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos
los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando
peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado
a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.
¿Qué duda cabe de que las voces
de Reina María Rodríguez, Damaris Calderón y María
Elena Hernández Caballero descuellan entre otras muchas de las que
hoy se enorgullece la poesía de la isla. Los salones elegantes
de la ciudad se las disputan. Ellas son las triunfadoras absolutas
en los Juegos Florales que se celebran todos los años en
el Albizu. De modo que la azotea está de fiesta, y hasta galleticas
de Lyon, y el excelente té de Ceilán (ya que lo llaman
la perla) se obsquian esta noche. Todo ello servido con el buen gusto
que prestigia a El Louvre. Los efluvios de la ciudad invaden
cada rincón, curiosean entre los libros, y afinan los registros.
Se han sentado estas tres beldades habaneras en los sillones de mimbre
que La Habana Elegante ha dispuesto especialmente para ellas.
Por un momento se han recuperado el patio, la siesta, la modorra de las
frutas. Por un momento -otra vez- estamos juntos, como si nada hubiese
pasado.
María Elena Hernández
Caballero
El ritmo de estos poemas está entre el de la conversación
y el de los
versículos bíblicos, ritmo bien escogido para ellos,
pues algunos son
verdaderas parábolas a la manera de las del famoso libro, pero
la autora no
tiene intencines moralizantes sino que nos dice sus intuiciones que
a veces
tocan el colmo de lo dramáico. Y todo con gran conomía
de palabras: la
sobriedad es una virtud de esta poesía que dice también
con lo que calla.
Todos los dioses
Todo sea hecho como está
escrito
Y todo se cumplirá.
B. Pasternak
Todo sea dicho en tu nombre.
Ha invadido los últimos recintos.
Los ángles rabiosos se apresuran,
llevan su carne al matadero. Pasan
entre las arqueadas piernas de los dioses.
Todo se ha cumplido.
Antes del alba
un cuerpo saldrá a flote.
Ya nada los conmueve.
Ni su propia miseria.
David
A causa de tus enemigos construiste la
fortaleza.
Fuera de tus dominios nada parece vibrar.
Sabemos que el pez respira porque se agita
bajo su rigidez.
El ave porque en el aire dejó su aliento.
La cebra, el caballo, porque hemos visto
frescas huellas en el camino.
Y ahora que tu cabeza está más muerta que
estas ciudades ruinosas
qué hacer con sus muros?
El tiempo es sobre ti la vaguedad de un ala.
Del libro: Donde se dice que el mundo es una esfera que Dios
hace bailar sobre un pinguino ebrio (1987)
Punto muerto
Yo no recuerdo a mis maestros delante
del pizarrón;
se detuvieron allá en mi pañoleta con un dolor
agudo,
nunca soporté
los lunes rayados por un lápiz.
Y mientras, los amigos, querían meterse en mis dibujos,
encontrarse en el camaleón que rápido cruzó
la ventana
alborotándonos los ojos
y las manos.
Y ese verde en apretado horizonte
nos invitaba a dar un paseo.
En verdad, no nos alcanzaba la primera juventud;
(el hombre vive un pedazo en la Tierra y el otro,
a gran altura)
Pero los maestros, qué sabían de nubes y nubes,
tanta Botánica
y eran ciegos al árbol que afuera desparramaba
sus frutos;
tanta Literatura
y eran sordos al griterío que producen los que sueñan.
Yo no perdono a los maestros detenidos
allí,
delante del pizarrón.
Canto de Obbatala
"El cielo es inmenso, pero no crece
yerba..."
¿Dónde pues, sembraron la calabaza
antes que el cielo y la tierra fueran dos mitades?
llegaron los orishas de una cuerda tensada
en el espacio cósmico?
El mundo hizo un gesto (sólo quien eleve la mano
es un animal terrible).Y salimos de cualquier lugar.
Los bien recibidos...
Y bebimos la savia de los cañaverales.
Y corrimos en la selva como un venado con el destino roto.
Todo cuerpo es perverso. Astutos,
yo hago rodar mis dieciséis tambores.
Soy quien silencia, quien los bendice.
Quien devuelve la paz a los guerreros vencidos.
Quien suprime y castiga.
Quien ama.
Soy la cabeza principal de Ocha.
Escuchen pues. Cuando ya estaba la calabaza
¿quién la partió en dos mitades?
De la antología: Un grupo avanza silencioso, 1994
Abismos
Que no tenga un río para fijar
mis días.
Una vela o una claridad.
Estoy paralítica y no tengo preguntas.
No baja del mar a los abismos
quien de su abismo vive.
Y aunque a veces cargada penetre
y deje mi estela como una pregunta
para responderme no tengo espejos.
Narciso sin manos para romper el agua.
Mapa turístico
del país
"Esta es la tierra más fermosa
que ojos humanos vieron".
¿Tienes sed? Extraña
lengua la tuya.
Vámonos de excursión qué importa.
El camino es largo y no duele. ¿Tus zapatos?
¿La ruta? La marcarán los mapas.
Más tarde pedirás la argolla
y tirarás de ti como de una res.
Los extravié qué importa no los necesitaba.
Silencio, ¿quieres unirte al silencio?
Tu oquedad es vacía árida y sangro por la nariz.
Silencio, ¿quieres sangrar en silencio?
No abonarás los sucios ni cortarás las yerbas.
Ni los frutos ácidos de la tierra más fermosa.
Año nuevo
En el corazón de Rusia
sobre la nieve pisoteada
Anna Ajmátova no escribe
cuenta
los álamos derribados por la barbarie.
Yo
escribo en términos abstractos
la pérdida de las navidades
la vacuidad del humo.
También en el dolor los extremos se tocan.
Viajero
El que se marcha levanta el cuello
del abrigo.
El que inmóvil, el que impasible espera,
no comprende los signos que en la tierra traza.
Los días anula con una mano:
Adiós lejana aventura de la carne oh lejano tiempo.
Levanta el cuello del abrigo y ese roce lo borra todo.
Todo desaparece bajo la mirada ágil de los que tienen
prisa.
Ningún mensaje, ninguna carta entregues.
Olvidará los teléfonos, trastocará las direcciones.
No con amor ni odio te nombrarán si es que te nombran.
Un roce suave del abrigo lo borra todo.
Pero el que nunca parte un doble exilio guarda.
Nostálgico de sí y de los otros. Sin mapas
ni equipaje.
El viajero es él.
De: Elogio de la sal, Santiago de Chile, 1996
Caminando con Soren Kierkegaard
al fondo
Como un perro camina usted, Sr. Kierkegaard.
Mordiéndose la cola en círculospequños
va detrás de mí del baño a la cocina
con sarna con rabia.
Su hocico, su pelo me olfatean.
Y mientras tejo para su hocico una red. Es decir, una fe,
Cristos, sombras de madera por entre la maraña caen.
Se arrastra a tientas y sin ley.
Ora eclipsadoora desollado aullando por la pared.
Espulgándose con mis lápices, mi cuchara.
Ya está bien, levántese.
con sus propios dientes muérdase de una vez.
inyéctes.
Y olvidará usted, Sr. Kierkegaard.
Cristos,
huesos de madera por entre la maraña caen.
Yo era feliz,
con desasosiego iba mi sombra.
Inédito. Especial para La Habana Elegante
Recientemente, Damaris Calderón se hizo acreedora
del Premio de la Revista
Libros del Diario El Mercurio a un libro inédito, y era la primera
vez, desde su creación, que lo ganaba una mujer (y extranjera y,
además, habanera). Fue, además, el año de mayor participación
(147 000 obras compitieron) quizá (nos dice Damaris) "por lo de
fin de siglo". Nosotros habíamos publicado algún pasaje
del juicio de Gonzalo Rojas (presidente del jurado) pero, ahora, nuestro
gentil aeda araucano ha viajado expresamente a La Habana con el fin de
participar en el homenaje a nuestras egregias poetisas. El caballero
Rojas se adelanta para darnos su impresión sobre el libro Sílabas.
Ecce Homo y, así, bosquejar la poética de esta simpática
habanera a quien nuestro homenaje sorprendió en el Trotcha, en plena
labor de pintura de brocha gorda.
El sr. Gonzalo Rojas tiene la palabra:
Mi juicio se atuvo a la calidad de una obra
distinta y singular, en la que visión y lenguaje se ofrecen en una
urdimbre de auténtica poesía. En efecto, el dominio del oficio
discurre sostenido y estricto a lo largo de las diversas piezas construidas
con eficacia, sin concesiones de ninguna especie, ni a la estridencia ni
al fárrago. El designio genérico de sílabas
registrado en el título es clave, o si se quiere átomo primordial,
de esta palabra parca y despojada, en la vertiente de la más genuina
poesía visionaria. De ahí cierta aproximación a los
ejercicios de Gottfried Benn, M. Tsvietaieva y, especialmente, de Pound
y Celan en cuanto a contención y humor cifrado, sin llegar a lo
críptico.
Algo que llama la atención es el desvelo
por la palabra en toda su vivacidad, pese a la aparente dispersión
de la trama enigmática. Así la máquina verbal funciona
y la puntada es limpia y certera: cada poema nace bien, crece bien y cierra
preciso, urdiendo el rejido estricto del texto. En
la operación no se ve la mano y todo parece recién creado
ahí como de repente, recién mostrado en su frescor sin imágenes
excesivas ni nada superfluo, merced al tratamiento sigiloso de la categoría
estética de la sorpresa, tan cara a Apollinaire.
De todo esto hay en este pequeño libro
que crecerá: amor, humor, terror, historia, diálogo con la
muerte (véase la levísima elegía a Eduardo Anguita),
manejo del oficio sin la menor ostentación: clasicidad áurea
bien asimilada, modernidad difuminada.
Si la poesía es tono, Sílabas.
Ecce homo es tono. Tonalidad genuina. Intensidad, brevedad, rareza:
permanente espontaneidad. Ya al cierre hay otra apuesta de riesgo distinto
en el largo monólogo de trasfondo autobiográfico debidamente
transfigurado -260 líneas ventiladas por otro respiro-, una fábula
moderna hilada por el humor y lo inefable con el designio de "El espectador
sin espectáculo". "La poesía no comunica. Las palabras no
comunican. El lenguaje es una tercera persona". (etc).
Se trata de un proyecto experimental -aire y asfixia- que no contradice
ni la gracia ni la coherencia de la escritura anterior, sino que las enriquece.
Un buen libro de poesía, en fin; un sistema imaginario con luz propia
que exige lectura y relectura.
Damaris Calderón
Para el miedo de que hablaba
Drumond y que padecen mis contemporáneos
Más cálido que el abrazo de
una mujer
te cerca.
Etas cabezas no fueron hechas para su aliento
que ahora te ciñen como una diadema.
Aférrate hijo mío
que está soplando el miedo
como un coral cantado por los ángeles.
No le entregues tu sangre
tu vasto corazón donde se rompe el cielo.
Potros domados por su mano somos.
A nada temas
sino a la boca próxima del miedo
a esas espesas torres que levantan los hombres
para no ver la noche que se cierne.
Instantánea
de mi padre
No bebía
tenía el renunciamiento de un pez en el Sahara
de una vaca castrada por los banderilleros de la feria.
Comunista,
pudo haber sido masón o cuáquero.
Igual le habrían cortado los nudillos,
igual habría partido su tazón con nadie.
En deplorables noches montaba a mi madre
como quien coge un tren equivocadamente.
Ah la pradera donde fue comido por los buitres
(sus hijos)
Ah este sol implacable sobre mis ojos.
De: Duras aguas del trópico (1992)
Generaciones
...los que no se subieron a tiempo
en el tren de sus hijos
G.G. Márquez
Las viejas marionetas crujen.
Pero el polvo
no ha preservado el hilo
que quiso sostenerse sobre todo.
Ellas sobaron lentas las constancias,
la procacidad del gesto que ofrecimos.
Ejercieron
su violencia de títeres.
Enmendaron la luz.
En un lazo de esperma
manaron herederos atados a la cuerda
palmoteando
la consabida danza de la especie.
Golpearon
sobre las puertas y nosotros,
desertores del carro de sus padres.
Esta será la
única mentira en la que siempre creeremos
Esta será la única mentira
en la que siempre creeremos
a fuerza de admitirla tantas veces.
Hoy
alguien intentará leer el ojo de un vecino
con el fin de saber si la tristeza
(esa muchacha indócil que va escupiendo amor)
es una amiga sádica de siempre
o un pez muerto nadando en la garganta.
Sería difícil disfrazar la felicidad
(a ella siempre le quedaría corrido el maquillaje).
Pero de todos modos tendrás que perdonarme
que no te ladre amor junto al oído.
Podrían despertarse muchos muertos que están bajo
[nosotros.
Es una historia triste
jugar a ser perfectos.
De la antología: Un grupo avanza silencioso, 1994
Un gusanillo esteta
"la babosa proclama (...) que andar
por este mundo significa ir dejando
pedazos de uno mismo en el viaje".
José Emilio Pacheco.
Me celebro, me canto y me detesto como a
nadie a mí mismo. A los quince años hubiera matado.
A los dieciséis me habría picado las venas. Ahora en
dúctiles formas sublimo la cobardía, trazo un rastro para
la posteridad que se borra implacablemente. Gusto pensar que alguna
vez pude ser un pájaro, pero, es inútil negarlo, me arrastro.
De ahí comienza mi larga marcha, mi vuelo interminable a ras de
tierra. Modesto Sísifo, yo también cargo con mi piedra
desde mi nacimiento hasta la muerte. Devoro las plantas
con una avidez casi metafísica. Mi palabra: un hilo de baba
que imagino dorado. Despojado de la lírica, expulsado por
siempre de la épica, no se me ha permitido otro acto heroico que
morir bajo la única sombra que conozco: la brutal objetividad de
una bota.
a Horace Mc Coy
Viajo en trenes rigurosamente vigilados
por nadie. Por mi desidia acaso. Por la Sombra -no de mi
padre- que entre los muertos vuelve a decirme: Hijo mío, ignoras
tantas cosas. Soy --destino inapelable-- un pasajero.
Atrás quedaron los rostros más amados lanzados al vacío,
la heroicidad posible. No oculto ni una libra de sal entre pañales.
No he dicho a los soldados: éste es mi hijo, mi criatura, golpéenlo,
redímanlo a la luz. No merezco siquiera el tiro formidable
de un cosaco. Un poco más y llego a la próxima estación.
No siempre matan a los caballos.
Ventana de hospital (II)
Sobre los desperdicios
el sol también se pone.
El médico raspa esos cuerpos
como el pintor la espátula.
Del libro: Guijarros, Santiago de Chile, 1997
Duro de roer
Hasta la quebradura de las rodillas sus
huesos habían sido siempre domésticos. Como los huesos
de pollo que había visto en el caldo, en la sopa, cloqueando en
el corral, antes de terminar triturados en los dientes del padre.
-- Guárdame este hueso como hueso santo.
Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos con las
propias falanges. Y si le salía un orzuelo, el tío milagrero
lo curaba con una peseta caliente o con un mate, y si una verruga, con
la cruz de un hueso, que había que enterrar en el patio para
que se pudriera. Como los otros.
La abuela se pudrió y quiso verlos a todos.
Un racimo de plátanos para consuelo de una vieja: una familia.
Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron de rabia
y empezaron a morder lo que se les pusiera por delante. Y hubo que
quitarle el bozal al perro y ponérselo en las piernas.
Luego los huesos escaparon de casa, cogieron su propio rumbo.
Y su vida fue simple, descarnada. Como una articulación.
En las conversaciones
En las conversaciones, como en los bolsillos,
las cosas se extravían.
El infierno, otra vez
Una habitación vacía, una habitación a puertas
cerradas donde la gente se patea, una puerta clausurada, un abismo donde
al fin descansar, un aro en llamas por donde se hace saltar a los leones
del circo.
Los hermanos (Karamazov Karamazov)
para R. M.
Sin la necesidad del Mal (o «la ausencia
del Bien»), no existiría nuestra imperiosidad de redención.
Además, hasta los santos hieden.
Lengua y verdugo
Entre el verdugo y la lengua hay una serie de relaciones. Entre
la lengua, natural, y el verdugo, antinatural, existe, como en la sangre,
un sistema de vasos comunicantes.
La lengua, como el verdugo, no es homogénea ni unitaria (un verdugo
está hecho de todos los pedazos de sus víctimas, además
de los suyos). En ambos, fatalmente, no hay solución de continuidad.
Por razones obvias, el verdugo prefiere siempre las lenguas muertas, aunque
en los restos de las lenguas habladas ( y las reconstruidas) es posible
encontrar la misma ceniza que en la ropa del verdugo.
En lo que se refiere a su brutalidad, el verdugo no es un sistema, sino
un conjunto de sistemas, opera siempre por selección, prefiriendo
la expresividad a la comunicación, y es anónimo, como la
mejor literatura.
El hecho (la hipótesis) de la existencia de una lengua madre,
de cuyas ramas se derivaría un tronco común, sólo
facilita, (qué duda cabe) la tarea del verdugo.
Tomado del libro: Duro de roer, Santiago de Chile, 1999
¿Cómo hemos
vivido aquí?
I
La soledad
(como el hambre)
golpea el estómago
te tira
sobre las cuerdas
-sola-
como un boxeador
por knock-out.
II
El verde,
el amarillo,
el rojo,
no reconfortan.
La historia del fontanero:
Encuentra el manatial,
se rompe la nuca.
En este cuerpo sin ventanas
la muerte sopla en tus nudillos.
Habría que cambiar de follaje,
de vísceras.
Inédito. Especial para La Habana Elegante
Reina María Rodríguez
Para hacer la presentación de Reina,
se adelanta uno de nuestros más distinguidos gacetilleros.
Antonio José Ponte ha dejado a un lado sus múltiples ocasiones
para asistir a este homenaje. Nos leerá el Prólogo
a la antología de Reina: Ellas escriben cartas de amor (publicado
recientemente en La Habana, y con motivo del agasajo brindado - en el Lyceum
de La Habana- a las cenizas de la Avellaneda, repatriadas al fin).
PROLOGO (lee el prólogo)
Ya desde el día en que la conocí,
e imagino que aún desde mucho antes, Reina María Rodríguez
no sabía qué hacer con su vida. Al menos eso le oí
decir entonces, y eso ha repetido durante todos estos años. Había
comenzado con su primer libro -La gente de mi barrio- una suerte
de autobiografía. Cautelosa, ya que los dictados de aquellos años
setenta, y de aquellos poetas, establecían al poema como afuera
total, como política. Ese primer libro suyo, después de varios
poemas escritos en el aire de la época, se permitía una breve
sección para la intimidad y la familia y una soledad egoísta.
Paradójicamente, esta intimidad incluía un poema dedicado
a una mártir revolucionaria chilena, poema de asunto público
bien distinto a los que por entonces se intentaban. En él una noticia
de periódico, un dato abrupto de historia contemporánea,
se hacía íntima noticia. La historia empezaba a ser vista
a través de las ventanas, la poesía a ganar respeto.
En este primer libro su autora no había
dado aún con la criatura que llenaría los siguientes: Cuando
una mujer no duerme y Para un cordero blanco. (Tal vez
Reina María Rodríguez esté condenada por muchos lectores
a ser esa criatura para siempre, esa figura de la fragilidad. La suerte
de las formas rotundas es fijarse en la memoria, y hasta ahora esta autora
no ha conseguido encarnar en algo, en alguien más definitivo). Llenaban
ese par de libros un reclamo constante a la paternidad y al amor, un azoro
sostenido, las acechanzas del bombardeo que acabaría con todo y
un recontar de lo poquita (los diminutivos abundaban) cosa que se es.
Quizás tanta provisionalidad admitía
solamente la notación de estados de ánimo. El pavor impediría
a su autora pensar esos libros, expresarlos hasta su final. Lástima
y complacencia en esa lástima, no la dejaban ir más allá.
Ella se entretenía íntimamente, la entretenía su condición
de criatura, y no accedía a mayores abstracciones, a una filosofía,
para decirlo rápido. Por ello cuando la escuché decir que
no sabía qué hacer con su vida, supuse que lo mismo podría
decir un gato del ovillo de hilo con el que jugaba.
La primera tarde en que hablamos, Reina María
Rodríguez me resultó sospechosa. Literariamente parecía
no dar más. Condenada a reiterarse con menor fortuna, terminaría
su carrera con el próximo libro. La escritora que durante años
había interesado a tantos lectores, estaba acabada. Pues sería
absurdo, ridículo, continuar con poemas de adolescente la treintena.
En persona, se notaba paralizada de miedo.
Pero el poeta -como le escribió Rilke a Lou Andreas Salomé-
es aquel que sabe sacar cosas de su miedo, y mi sospecha tuvo enseguida
escarmiento al aparecer los primeros poemas de En la Arena de Padua.
Ella no sabría qué hacer con su vida, aunque había
conseguido cambiar magníficamente de un libro a otro, e iba a dejar
atrás la complacencia por una figura y unos temas y un tono. (En
franca reciprocidad, muchos de sus antiguos lectores la ignoraron, libros
más adelante).
En la Arena de Padua fue trabajado
larga, intensamente durante los ochenta. Aquellos fueron buenos años
para la vida de su autora. Amantes, y modas del pensamiento, y escaramuzas
civiles, y deseos de fundar se sucedían. Y ahora, cuando leo los
poemas de ese libro, no dejo de irme a aquellos años y a su desilusión
final, que presentíamos. Pues llega en él a su expresión
más clara la frágil y peligrosa idea de la soberanía
del poema frente a todo.
Después de un libro así, podía
esperarse de su autora no que continuara el dictado de aquellos poemas,
no que se repitiera en un mundo cerrado, sino que persistiera, bajo otras
formas, en la legitimación de la poesía por la poesía
misma. Lo que vino a continuación, por el contrario, fue negación
de esto. O cuando menos, un desvío.
Ya en las páginas últimas de
En la Arena de Padua comenzaban los poemas en prosa que conformarían
luego el siguiente, todo un libro de poemas en prosa: Páramos.
Si antes su autora se acogía a la sospecha de no estar viviendo
la vida, ahora la llenaba el temor de no estar pensándola
suficientemente. Con tal de expiar su anterior falta de filosofía,
y contra el horror de que las cosas no pudieran ser resueltas por el pensamiento,
en este nuevo libro se citaba a Hegel y a Spinoza, a Sócrates y
a Heidegger, a Bachelard y a Wittgenstein, a Deleuze y a Simmel, autoridades.
Eran años de incertidumbre. Tanto para
las artes como para la historia venidera, se pretendía la exactitud
que dan las ciencias, la inobjetabilidad de autoridades del conocimiento.
Se confiaba, aunque fuera, en la exactitud de unas cuantas ciencias de
la aproximación. Parecían necesarias algunas garantías
para el acto sin ninguna garantía de escribir. Y oíamos decir
que la escritura estaba muerta.
El único modo de sacar otro libro,
debió pensar su autora entonces, era pertrechándolo. Muchos
dialectos de las ciencias pueden hallarse en Páramos. El
libro se adentra, tan confusamente como sólo un poeta es capaz de
hacerlo, en las interrogantes reservadas a filósofos, interrogantes
que en tantas ocasiones coinciden y colindan con la de los poetas, y que
se diferencian de éstas apenas por una entonación. Reina
María Rodríguez, que desde su primer libro había sido
capaz de no confundir poesía y política, no hallaba ahora
el matiz, la entonación necesaria para sus poemas.
Acarreaba citas y términos en lo que era, tal vez, la mejor
salida a la crisis de escritura. Sin embargo, a sus términos recién
desembarcados les faltaba domesticación. Unos cuantos filósofos
y unas cuantas certezas, por grandes que fueran aquéllos y exactas
que éstas fueran, no conseguían justificar a un grupo de
poemas. Para éstos no había justificación fuera de
la poesía.
Después de haber escrito En la Arena
de Padua, Páramos podía entenderse como una equivocación.
(Las equivocaciones muchas veces son fecundas, felices, y en este libro
puede encontrarse uno de los más ambiciosos y logrados poemas de
la poesía cubana -para decirlo provincianamente-: Luz acuosa.
La variedad de registros simultáneos, las texturas conseguidas en
él, la profundidad de tantas intuiciones, la extraña justeza
de sus imágenes y un fraseo tan limpio, quizás serían
imposibles sin el resto del libro).
Pasaron años en los cuales Reina María
Rodríguez receló de la poesía vertical y la cambió
por el poema en prosa. Escribió un libro, inédito aún,
a dos columnas tipográficas. Puso minúsculas al inicio de
sus oraciones, hizo vanguardia. Comenzó a pensar menos en poemas
que en libros, y a
imaginar libros donde cupiera la ambición de duplicar en ellos
a la vida.
Juntó fotografías y dibujos a textos en prosa, y siguió
en Travelling el modelo de Roland Barthes en Barthes por Barthes.
(Aunque lo que resulta imposibilidad de relato en el modelo, inverosimilitud
de sí mismo como narrador, en Reina María Rodríguez
son historias logradas).
Menos libro de poemas que memorias, y no tanto
memorias como pura narrativa, hasta la fecha Travelling no ha sido
atendido como se lo merece por críticos y antologadores de narrativa.
Uno de sus relatos -la otra muerte- me entregó, apenas
lo leí, la certeza de que su autora conseguiría proseguir
en novela la saga personal que comenzara en los poemas de La gente de mi
barrio. Travelling habrá servido, entre otras cosas, para
que Reina María Rodríguez se aventure a escribir una primera
novela. (Mejor que la timidez de anhelar novela desde la poesía,
timidez que partea híbridos, resulta escribirla).
Terminar esa novela hará probable que
ella vuelva, purgado ya lo prosístico, a sus viejos poemas verticales.
De igual manera, ojalá que el fin de sus excursiones por disciplinas
colindantes la conduzcan enriquecida, escarmentada, a aquello que dejara
pendiente en Padua: la determinación de que no existe otra legitimación
para la poesía que aquella que la propia poesía se otorga.
(Ni la que le presten autobiografía y confesión, ni la denuncia
civil que procure, ni la salvación personal que no será de
ningún modo, ni las búsquedas existenciales del idioma, ni
siquiera la música que los propios poemas cortejen).
Lo que sigue son preguntas y respuestas a
la posibilidad de continuar escribiendo poesía. Los mejores momentos
(que ojalá contenga en cantidad suficiente esta antología)
sostienen que no es preciso defender la pureza del poema, sino la independencia
de éste una vez bien logrado, importa
poco gracias a qué impuros, turbios o extraños caminos.
Antonio José Ponte
Agosto de 1998.
Reina María Rodríguez
Para cualquier árbol
muerto
aquí
antes había un árbol
que quizás dio poca sombra
y alguna vez echó flores moradas
que pisamos sin querer.
antes allí había un árbo1
hoy sólo está el tronco
donde me siento a pensar.
el tronco estaba enfermo
y alguien lo cortó.
pero es bueno sentarse en el tronco de un árbol
muerto aún al saber
que no crecerán sus ramas nuevamente
y que nunca podremos arrancar
de la tierra
sus raíces.
Pista de aterrizaje
a las 10 am el hombre que hace las
señales
mueve sus banderolas rojas y amarillas.
el sol es un punto de fuego sobre la pista
hay olor a combustible.
verano sicosis de frutas y
de abejas.
las mariposas cortan sus alas contra el avión.
este es un viaje sin memoria un recorrido
contra el tiempo o un sueño
que pinté.
no he llegado a una estación cualquiera
ni a una simple pista de aterrizaje
no es una trampa la velocidad este deseo
de conocer lugares imprevistos
-he vivido este sitio en cualquier parte-
puedo reconocer tu cara fácilmente el canto
de las libélulas voy al encuentro definitivo.
sólo la yerba es igual en todas partes.
Del libro: Para un cordero blanco, premio Casa de las
Américas (1984)
Las islas
mira y no las descuides.
las islas son mundos aparentes.
cortadas en el mar
transcurren en su soledad de tierras sin raíz.
en el silencio del agua una mancha
de haber anclado sólo aquella vez
y poner los despojos de la tempestad y las ráfagas
sobre las olas.
aquí los cementerios son hermosos y pequeños
y están más allá de las ceremonias.
me he bañado para sentarme en la yerba
es la zona de bruma
donde acontecen los espejismos
y vuelvo a sonreír.
no sé si estás aquí o es el peligro
empiezo a ser libre entre esos limites que se
intercambian :
seguro amanecerá.
las islas son mundos aparentes
coberturas del cansancio en los iniciadoires de la
calma
sé que sólo en mi estuvo aquella vez la realidad
un intervalo entre dos tiempos
cortadas en el mar
soy lanzada hacia un lugar más tenue
las muchachas que serán jóvenes una vez más
contra la sabiduría y la rigidez de los que
envejecieron
sin los movimientos y las contorsiones del mar
las islas son mundos aparentes manchas de sal
otra mujer lanzada encima de mi que no conozco
sólo la vida menor
la gratitud sin prisa de las islas en mí.
Como un pájaro extraño
que viene del sur
Pavese
has errado toda la noche
olfateando los árboles
buscando alguien que te acaricie
con tu traje de lobo para engañar a los hombres.
tu angustia me hiela los pies
pero en el alero hay un abismo para nosotros.
tú y yo desnudos en medio del verano
junto a los troncos amarillos
en una playa del sur
tan solitarios como el resplandor
de las películas silentes
donde todo está por transcurrir
en el espacio vacío de los pies y la boca sin gritar
diciendo cosas que nadie tal vez escuchó
que nadie jamás escuchará
en el abismo silente.
Del libro: En la arena de Padua, Ediciones Contemporáneos
(Unión, 1992)
como las cosas caras
...sabes cómo es eso?... como las
cosas caras, como los días en que ser fiero era dejarse beber...
uno sueña, primero con ser, creer que se es, eso que se edificó
por dentro, el juego-dibujo que la percepción nos hizo elegir y
realizar (ese proyecto sin apenas verificar por qué la elección,
con qué conciencia triunfamos contra otras posibles opciones); por
qué ésta, casi definitiva, que se llamó nuestra vida
y ya siempre es pasado, reconstruido y vuelto a empezar. un eje, una figura
que empezamos a conocer desde afuera... no te preocupes de la trampa --
dijo una voz -- la trampa, nada es...
...estoy debilitándome vertiginosamente, cómo decirte
la necesidad, si la necesidad quema, mancha, hace un tizne verdoso sobre
las ilusiones; la necesidad está tan cerca que es un atropello,
no nos permite un espacio para recorrer la llanura, toda su extensión
vastísima y acercarnos y alejarnos otra vez. la necesidad es esa
llama que te di, sin ilusión, gastándose, recalentada, la
mitad de un sentido... el lujo de ser sólo ahora, y después?
por eso puede ser poder...
(...hiperrealismo es la necesidad que no le permite un campo a la seducción,
es una boca oscura, tragándote y tú quieres esperar alejarte
para dar una respuesta, o no darla, tú quieres ver (la boca de Lena,
la boca de Katasia, la marca de la boca de otro, la huella) ...pero la
necesidad te crucifica en el umbral de toda perspectiva y su crucifixión,
no te hará renacer en el campo de cenizas donde quedó, atrás,
la esperanza...)
...una lámpara recalentada, oscura, recorta la sombra de mi mano
en el papel. tijeras, busco explicarme la imposible dualidad símbolo-objeto:
lo que parece que somos y nos creemos y la realidad. inscribir la memoria
de un tiempo en la historia, ser protagónico (agónico) de
ese momento, más allá de su representación (sin las
parodias de mí misma en el oficio de "lo poético") cómo
venir desde allá, escaleras de Leningrado bajando desde la Ajmátova
y la nieve hasta mi?... estoy enferma de un sueño incurable, de
palabras que no se cumplen; de creaciones que crecen con fuerza, pero sin
espacio y se desaniman, cuando se estratifican y no se satisfacen. hasta
mí llega el orgullo y la enfermedad de un ego roto. los demás,
buscan sin riesgo la tranquilidad; yo, el azufre, la sustancia compulsiva
y verdosa que me obsesiona. entro en ella, en el fango (lo que antes fue
la nieve) y no permito que me la quiten, tampoco, frotármela, no
tiene uso. apesta tanto zumo y mezcla de olor sin sentido, derramándose.
no quieren revolcarse, sentir, sus ropas están bien limpias, su
química pura de ser felices...
Del libro: Páramos, premio UNEAC de poesía
"Julián del Casal", 1993
la foto del invernadero
fue la que siempre quisimos y faltó.
el invernadero estaba junto al parque
con sus cristales húmedos bajo el sol que entraba
en la tarde, o en la mañana, a colorear sus plantas.
yo me paseaba contigo de la mano -- eras
de estatura un poco más bajo que yo --
y así alcanzaba a ver, desde esa altura,
los tallos quebrados por mi madre
que componía y podaba las macetas de buganvillas.
nunca entramos, éramos demasiado pequeños
para invadir la zona de confianza de esos seres extraños
que permanecían dentro. estábamos afuera.
saltando con nuestra energía sin razón
excluidos de la paciencia de las manos de mi madre
pero es allí donde quisiera vivir...
en el lugar inexacto de una foto que falta
para que no imite otra vez, o intente imitar el ser que soy.
el paisaje prohibido donde pondríamos el amor
con exclusividad.
el paisaje del deseo, que no se superponía o se reproducía
a cada
instante
y que permaneció oculto para nosotros
-- la algarabía de ser niños no nos dejaba ver
«todos andábamos a la caza de una flora insectívora».
éramos suspicaces. ahora, acomodo en mi mente
la mente del invernadero. su llama tibia
en el centro de las imágenes haciéndonos creer
que algo
temblaba
o que podría no ser alcanzable.
esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera
y la realidad se distorsiona y parte en dos lenguajes.
fue la que siempre quisimos y faltó.
9 de marzo del 95
la elegida
en esta tierra de polvo verde el Taj
Mahal
es el guardián de la muerte
el sepulcro de la bien amada fallecida de parto
una mañana de. invierno en el Agra.
la luminosidad del mármol atrae
a los peregrinos que acuden en la estación de las lluvias
cuando el resto de la tierra está seca
y sólo queda un reflejo
sobres las aguas (no sabemos hacia dónde movernos
si la superficie de la realidad es líquida,
o está sumergida; si la descifraremos de atrás
hacia
adelante, para que todavía podamos significar
y en qué sentido significaremos) o esperar,
sobre esta tierra de polvo verde que es la vida
a que el clima haga el primer movimiento
en aquel lugar, donde fallecida de parto
una mañana de invierno en el Agra
hay una estatua, no la lucidez de un día;
hay una sombra, una falsificación,
que se parece a la verdad.
Del libro: La foto del invernadero, premio Casa de las
Américas,1998
Deja ver si vino...
Deja ver si vino la libreta verde jaspeado
musgo
con tapa de cartón,
algo donde espiar la algarabía del otro.
Dime Ismael, por qué estoy triste?
Perdí los espejuelos pecosos,
perdí la esquina de San Rafael,tu mano parda.
Estoy en el lado este de las cosas donde no hay metafísica
o rumor que apañe al gong que llama.
Una sombra entra al comedor, otra sale de mí.
El perro – cual monstruo alucinante
me apresa en su mordida sin rabia.
Depositada entre piel y diente,
la saliva viscosa del mundo me embarra la boca amarga del desinterés.
Dime Ismael, por qué estoy triste?
Deja ver si vino la libreta verde.
tal vez me salve de la inmediatez que, al fin, me espanta.
La libreta verde de sobrevivir la ridícula escasez de vivir.
A quién llamar Ismael en estas "vacaciones en el mundo"
lejana a todo lo que sea un círculo perpetuo e imposible?
II
El poema se me pierde
el poema se disloca. Estoy seca. (Los exfoliantes de vivir me han secado).
"Cremas para piel seca" venden ahí.
La vagina seca arde. La palabra seca y lúcida arde. Relumbra
mate.
Cómo desmontar al personaje del carrusel?
Su impaciencia de proclamar cada ardid?
Cómo desmontar la palabra que se agarra y se sujeta sin un fin?
La palabra no dicha, la ardilla que se esconde de mis ojos y escapa?
La niña busca dentro de la maleta una libreta verde,
la subasta de un porvenir que ya es pasado.
La plastilina para modelar las cosas del entretiempo.
El mundo está de vacaciones en el mundo, Ismael.
Sale un poema portátil.
O ni siquiera sale.
Nota: Este es un poema muy reciente y es, por la tanto, inédito.
Agradecemos a Reina su envío, especialmente para este número.
Ismael González Castañer es un excelente poeta y amigo, asiduo
visitante de la azotea. No confundirlo con Ismaelillo.
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