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Estertores de Julián del Casal* Pedro Marqués de Armas 1 Al repasar el libro del ingenio comprobé que la foto de Rimbaud no se encontraba. Fue idea que ![]() ![]() 2 Durante el siglo XIX la fiebre es erigida en emblema de la pasión. Al situar el cuerpo del enfermo bajo una variante de la enfermedad del amor, el ideal romántico invierte un orden. Escribe Groddeck: “Con el deseo fallecen los pulmones, y la culpa por la disipación simbólica del semen en la forma del escupitajo, crece continuamente. Es lo que permite a las enfermedades pulmonares dar belleza a los ![]() Encanto contra tecnología, en Casal el deseo será posible en las formas exclusivas del arte y la tos. Se resiste así a la disipación de un secreto inexistente o acaso virtual, efecto, sin duda, de una simulación que disemina otro efecto: a saber, represivo e impuesto por el discurso dominante. Casal muere sin rendirse al saber y, en consecuencia, sin confesar algo que nos dejaría helados. En este sentido, su muerte es un frío. Paradójicamente, el ardor que le consume borra toda pista, mostrando apenas un guiño, un ademán detenido y congelado en el tiempo. De igual modo, su arte frío y errante va a suponer un giro polar sin precedente frente el calor (y color) local; estrategia de desdén, de frívolo distanciamiento. Dos crisis se producen a lo largo de su enfermedad. En casa de Domingo Malpica sufre un ataque de fiebres, se le invita a pasar la noche, pero él se envuelve en el gabán de un amigo y se marcha. Meses luego, ya hospedado en dicha casa – un cuarto de azotea por la calle Virtudes –, tiene un segundo acceso. Cuenta Malpica: “Solía el poeta, exasperado por el sufrimiento, tener visiones; se creía muerto y andando por el Mundo de Ultratumba. Descubría senderos, torrentes, montañas; mas volvía a su acuerdo y exclamaba: Ven ustedes. Ya resucito. He estado muerto y me hallaba muy bien del otro lado. Siento volver a esta vida miserable” (7). Según su médico personal, es la noche de ![]() 3 Leía a Amiel: “Cielo cubierto de gris, plegado en sutiles sombras, niebla arrastrándose en las montañas distantes, naturaleza desesperada, hojas cayendo por todas partes como las ilusiones perdidas de la juventud bajo lágrimas de pena incurable, y un pino, verde, estoico en medio de esta tuberculosis universal.” ¿Fue ésta, acaso, la última página que leyera? (11) 4 En el delirio de las fiebres Casal ve senderos y montañas. Experiencia umbral, abandona la vida de momento, el peso de su condición miserable y se reconcilia con una naturaleza distinta a la de nuestros campos: naturaleza otra, refractaria a toda terapia o consejo (12). En uno de sus Cromitos, ![]() En lo adelante, Casal es el excéntrico, el degenerado; aquel que huyendo a la disipación del secreto, excede el cuerpo como resorte para el quebrantamiento de la ley: cuerpo delictivo que pretende escapar al encuadre mujer/ nación /naturaleza. Sin duda, el campo es parte importante de ese discurso. Después de una nada reparadora estancia en Yaguajay, le expresa a Borrero: “Se necesita ser muy feliz para no sentir el hastío más insoportable a la vista de un cielo siempre azul encima de un campo siempre verde. La unión de estos colores le produce la impresión más antiestética que se pueda sentir. Lo único bello que presencié fue una puesta de sol, pero esas se ven en la Habana todas las tardes” (14). Su hastío no resulta, exclusivamente, de una posición estética formada en los emblemas de la ciudad moderna. Se trata de rechazar el recuerdo de los bienes familiares (con mayor razón, porque se han perdido); de rechazar, así, la economía del régimen colonial, todavía vivas las secuelas de la esclavitud. Perseguido por bloques de infancia opone su náusea a cuanto signifique tierra (“el interior”) y sus costumbres, sean éstas arcádicas o sórdidas. En este sentido se aparta, además, del imaginario predominante en la literatura cubana, moviéndose sin salida en un tardo periplo entre indianismos y ![]() 5 “Y sonaban en la alcoba En el silencio profundo Pasos de alguno que roba Estertor del moribundo” Ni en una reseña que escribe sobre el congreso de médicos, ni en el busto que dedica a Francisco Zayas (donde describe con mórbido placer la piel de un enfermo), ni ante su propio mal, nunca convierte su vida en veleidoso síntoma ni doblega su cuerpo para las nacientes instituciones de ![]() Siempre deseó morirse en un hospital, pero el exabrupto de la risa no se lo permitió. Tal era la ironía y la punta de pluma de su refinamiento. Entre fetiches atesorados y sin caer en la trampa de la normalidad, atravesó la borrasca de afuera. Usó el saber cuando quiso, moviéndolo a su favor. Así, se ufanaba de que ningún médico, “donde los hay muy buenos”, supiese el origen de un padecimiento que todos calificaban “un mal misterioso”. Suerte de ganancia que le distrae de algo más terrible: el carácter contagioso y mortal de la enfermedad que padece realmente. En carta a Moreau – desplazando el órgano enfermo a una región cordial, de suma sacralidad – escribe: “porque estoy herido de una enfermedad cardíaca que me conduce tan joven a la tumba” (19). Aun cuando algunos de sus amigos sabían que estaba enfermo de los pulmones – y, aun cuando se lo negaban – es obvio que no permanecía ajeno al devenir de una muerte inexorable y próxima. Pero no lo admitía. No ingenua ni tercamente, sino por un poderoso deseo de vivir muy a pesar suyo. Era preferible encontrarle a su mal otro nicho, otro lugar acaso menos deprimente que el de esas cavernas que abre la tuberculosis. Incluso se preguntaba, en ocasiones, si todo no era el resultado de su mente repleta de fantasías neuróticas. Esta investidura, en cambio, cada vez le resulta menos eficaz. Por otra parte, qué misterio podía conservar la tuberculosis, enfermedad que padecían los más pobres y que era entonces, por amplio margen, la primera causa de muerte en Cuba, es decir, algo común, ya sin su antigua aura. 6 Algunas fotos del XIX son veladas, sin lustre alguno; indican (como frente a un espejo) el hábito de la depresión. Existe una del poeta (inédita) que le ubica entre las últimas dos crisis de su enfermedad. ![]() 7 Casal es el desheredado. Después de un movimiento de las leyes, se ha sumergido en las ruinas. Con el poco dinero que le queda de la venta del Ingenio, se va a España. A su regreso confiesa a Miyares la calidad de su penuria. Si algunas fijaciones lo representan buscando la solución estética, ![]() Francisco Morán las ha re-identificado. Aunque sin vencer el temor por las maldiciones auguradas, el ![]() De los periódicos cubanos de la época, tal vez La Caricatura sea el que con mayor claridad muestra las articulaciones de dichos vectores. La carcajada prometida deriva en sintomática mueca, mientras el discurso de la muerte alcanza su culminación. La muerte y sus estereotipias como valores ![]() Tras sus colaboraciones el éxito del periódico no se hizo esperar. Las crónicas de Casal fueron decisivas en este sentido. El grabado, reproducido técnicamente, de algún modo venía a resolver el ![]() Paradójicamente, el autor secreto sólo llega a cobrar cinco pesos por cada publicación. La misma ley que le deshereda se expresa ahora en su curiosa combinatoria de ciencia y choteo, legalidad y broma. El poeta abrigaba la esperanza de una pequeña entrada sin exponerse demasiado, ni aún bajo el uso de algún seudónimo. Un siglo luego esta economía y literatura paralelas no pueden ofender a nadie. * Versión revisada de la que apareció en La Habana Elegante. Julián del Casal In Memoriam. La Habana: Casa Editora Abril, 1993. pp. 51-54. Notas 1. Lorenzo García Vega: Los Años de Orígenes, "La Opereta Cubana de Julián del Casal." Monte Avila, 1997. 2. En el libro del Ingenio Casal pegó recortes de periódicos: poemas y prosas – en francés – de diversos autores parnasianos y simbolistas; incluye también un fragmento de Rimbaud – no una foto – al cual alude José Lezama Lima, así como el soneto "Erígone" de Joaquín Lorenzo Luaces y “la peor pacotilla hispanoamericana”. 3. Nicolás Heredia: "Poeta y colono," La Habana Elegante No 43, 29 de octubre de 1893, p. 10. 4. Cintio Vitier: "Casal como antítesis de Martí. Hastío, forma, belleza, asimilación y originalidad." Lo Cubano en la Poesía. Universidad de las Villas. 1958. 5. Georg Groddeck: El libro del Ello. Editorial Iralka. Bilbao: España, 1996. 6. Michel Foucault: Historia de la Sexualidad. Tomo I. Siglo XXI editores: México, 1983. 7. Domingo Malpica: "Nota biográfica," La Habana Elegante No 43, 29 de octubre de 1893, p. 16. 8. En la partida de defunción se registra como causa definitiva del fallecimiento “rotura de un aneurisma”. No se refiere el Dr. Zayas a un aneurisma cerebral, como han pensado algunos, ni pretende por otra parte ocultar la verdadera naturaleza de la enfermedad. Se refiere a un aneurisma de Rasmussen, enorme, complicación entonces nada infrecuente dado el carácter “galopante”, maligno, del proceso y los escasos recursos que existían para enfrentarlo. El aneurisma de Rasmussen consiste en la dilatación de un vaso pulmonar y demuestra el avanzado estado de tuberculosis en que se encontraba el escritor. Casal había terminado de comer y la presión gástrica seguramente facilitó el acceso de tos que termina por reventar el vaso. Como dice el adagio clínico: el tuberculoso tose porque come y vomita porque tose. Por otro lado, en vida del escritor no existió, de parte de los médicos, la menor duda diagnóstica; Casal fue asistido – entre otros – por el Dr. Desvernine, entonces uno de los más notables tisiólogos cubanos. 9. Conde Kostia (Aniceto Valdivia): "Julián del Casal," La Lucha 23 de octubre de 1993. El Conde Kostia se encontraba entre los asistentes a la cena en casa de Santos Lamadrid y su testimonio confirma el diagnóstico de los médicos. Debió tratarse de un aneurisma gigante, a juzgar por la por la extensa – e intensa – hemorragia que produce la muerte de modo tan súbito. 10. Emilio de Armas: Casal. La Habana: Letras Cubanas, 1981 (Me he regido por la cronología que aparece al final de libro). 11. Diario íntimo de Amiel. Uruguay: Editorial Prim, 1988. 12. Emilio de Armas no puede explicarse por qué el poeta, en medio de su delirio, se encuentra tan cómodo entre senderos y montañas. Al punto de hacer ver esta escena como parte de los muchos inexplicables misterios de su vida. Ningún misterio, como tampoco existe contradicción alguna entre estos campos y los que el escritor rechaza. Ahora se fuga a otro “campus” posible, imaginario, de una materialidad desconocida no necesariamente misteriosa. Estamos frente a un Casal pre-mortem, en estado alterado de conciencia, que por ello “viaja” sin percepción del cuerpo y sus límites, en desplazamiento rápido, en túnel, tal vez sintiendo un bienestar inmenso. 13. Manuel de la Cruz. Cromitos cubanos. Habana. 1892. 14. "Carta a Esteban Borrero Echeverría," Habana, 10 de febrero de 1892. En Julián del Casal. Prosas. Edición del Centenario. Tomo III, p. 81. 1963. 15. Cintio Vitier: La Crítica Literaria y Estética en el siglo XIX. La Habana. 1974. pag 10. 16. Enrique José Varona. "Hojas al viento, Julián del Casal." Prosas. Edición del Centenario. Tomo I., pp. 26-29. 1963 17. Sus visitas frecuentes a hospitales, consultas privadas, casa-cuna, cementerio,... donde pasa largas horas, demuestran un goce en el que intervienen sentimientos de orfandad y delirios de demanda (de una madre). Merodea esos sitios para convertirlos a su afecto. Sitios en los cuales la distribución de los cuerpos responde a una suerte de suspensión entre vida y muerte. Recordemos, en este sentido, su paseo con Darío por el cementerio y las observaciones de este. Casal necesitaba de esos claustros (ver su poema “Tabernáculo”) en la medida en que lo fúnebre le permitía establecer una barrera contra la carne, el órgano y su descomposición. Irrepresentable, la muerte es plasmada en lo fúnebre. 18. "Cartas de Casal a Gustav Moreau." (Traducción de Jorge Yglesias). En Revista del Vigía, julio de 1997. Matanzas. Cuba. p. 49. 19. En 1892, año previo a su muerte, mueren en Cuba – mayormente en la capital – 1530 personas a consecuencias de la tuberculosis. Si bien esta enfermedad no respetaba clase social alguna, su mayor cosecha la hacía entre los más pobres, sometidos a peores condiciones de vida y con sistemas inmunes maltrechos. Todavía en esta época se piensa que es una enfermedad hereditaria y apenas se tiene noticias sobre el descubrimiento de bacilo de Koch y su carácter transmisible. Bien informado, Casal sigue de cerca este nuevo informe de la ciencia médica y le dedica, incluso, algunos párrafos en una de sus crónicas. (Diego Tamayo y Figueredo. Reflexiones sobre las causas de mortalidad en la Habana. Habana, 1893). 21. Archivos de psiquiatría, Medicina Legal y Antropología Criminal. Vol XXVIII, Fase IV-V. Turín. 1896. 22. En su "Oda a Julián del Casal," Lezama escribe: “Sea maldito el que se equivoque y te quiera ofender riéndose de tus disfraces o de lo que escribiste para La Caricatura con tan buena suerte que nadie ha podido encontrar lo que escribiste para burlarte y poder comprar la máscara japonesa”. Lezama admite el carácter carnavalesco del gesto casaliano. Sin embargo, se niega a declarar la existencia de las crónicas, quizá, supongo, pensando que con ello defendía al escritor de futuros detractores. A la vez, enseña ciertas pistas, como en rejuego sutil (o evidente, según se mire) entre mostración y ocultamiento, espacio privado y público. Se deleita en el hecho de hallarse en posesión de un secreto y, a la par, no se resiste a la insinuación de señalarlo, siempre a su modo maldito. No obstante, su decisión final de no dar a conocer las crónicas revela el fondo moral de su elección 23. En 1993, el escritor Francisco Morán identificó las crónicas. A este asunto dedica un extenso ensayo todavía inédito. 24. Las colaboraciones en La Caricatura, a pesar de que no le eran bien pagadas, sumaban otro ingreso al escritor; ya en esta época, nos dice, escribe incansablemente y publica en varios periódicos a la vez. Lo que el escritor esconde no es otra cosa que el hecho de escribir sobre temas considerados de segunda o pocos literarios. No obstante, firma crónicas para otros periódicos (de primera línea) sobre iguales temas. Ya en 1889 podía expresar, en carta a su amigo Ezequiel García Enseñat (Colección de Francisco Morán): “aunque mucho te extrañe esto último, debo advertirte que trabajo mucho...y gano poco dinero. Pero estoy contento, ya vivo de la literatura. Vivir de la literatura, en un país como el nuestro, donde todos viven del comercio, de la industria, del robo y de...lo demás, significa algo y reviste caracteres de un gran acontecimiento”. 25. Diego Tamayo: "La vivienda en procomún." 3ra Conferencia de Beneficencia y Corrección de la Isla de Cuba. La Habana. 1904. |
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