La Azotea de Reina | El barco ebrio | Café París | La dicha artificial | Ecos y murmullos
Hojas al vientoPanóptico habanero | La más verbosa
Álbum | Búsquedas | Índice | Portada de este número | Página principal

Apuntes sobre la recepción del degeneracionismo en Cuba

Pedro L. Marqués de Armas

     En su ensayo sobre el desarrollo de la noción de individuo peligroso en el siglo XIX y comienzos del XX, Michel Foucault señala como un momento particularmente fecundo aquel en que, al abandono de la categoría de monomanía, sucede la emergencia de la doctrina degeneracionista y, en consecuencia, una serie de cambios en la percepción de la peligrosidad social. Uno de esos cambios fue considerar que aquellos procesados a los que el derecho reconocía como irresponsables, en virtud de considerárseles locos, anormales o víctimas de impulsos irresistibles, eran precisamente quienes constituían el mayor peligro.
     Para que ello fuera posible debieron ocurrir, al nivel del discurso y de las prácticas psiquiátricas, algunas trasformaciones que, resumidas, serían las siguientes:

1) Que la idea de locura parcial (monomanía), por razones como su débil identidad con el delirio, ya en crisis en tanto demarcador de lo patológico, o su fuerte identidad con un tipo demasiado específico de crimen (los crímenes monstruosos de comienzos de siglo), fuera sustituida por una concepción más amplia de la enfermedad mental, capaz de incluir a diversas afecciones de la voluntad o el instinto, esto es, del comportamiento en general.

2) Que el concepto de instinto, en principio ligado a la frenología pero ya suficientemente definido como para inspirar nuevas entidades nosológicas (locura moral, perversiones sexuales, etc.), fuera ligado a su vez a la teoría de la herencia como causa dominante de la locura.

3) Y que emergiese, por último, en el lugar de la patología como instancia individual o somática, y en calidad de "verdadero cuerpo de la enfermedad mental", un sustrato de carácter meta-corporal donde lo instintivo, por un lado, y lo inter-generacional (el peligro de una descendencia degenerada), por otro, se convirtiesen en los nuevos "testigos" a esgrimir tanto por la psiquiatría como por la criminología.

     Con el degeneracionismo, la psiquiatría, que había fracasado en su búsqueda de lesiones cerebrales que explicasen la locura, se volverá a otro campo de investigación: la familia, el niño, el degenerado, la masa, la sociedad, la especie en su conjunto, sin abandonar por ello – en algunos casos – la búsqueda de referentes anatómicos. Se cumplía así aquel proceso de socialización de las investigaciones médicas y psiquiátricas que, según afirma Klaus Doerner en Ciudadanos y Locos, era previsible desde los tiempos de Pinel, y que se vio impulsado por el fantasma de la anarquía post-revolucionaria. Lo que este autor llama "positivismo psiquiátrico-sociológico" no es sino la culminación de un modelo que, partiendo de las ciencias de la naturaleza, pretende convertir a los fenómenos políticos, sociales y morales en hechos positivos, "teóricamente seguros y prácticamente manejables". Entre los "descubrimientos" que hicieron posible esta expansión positiva, Dorner menciona (al igual que Foucault): el desarrollo de la noción de instinto, el surgimiento de una "doctrina perfectamente clara" sobre la alienación mental, y una higiene orientada a dominar pero también a prevenir las enfermedades.
     El propósito de estas notas no es ahondar en la teoría de la degeneración, sino ilustrar cómo se produjo en Cuba la recepción de estas trasformaciones discursivas, partiendo de textos escritos por autores cubanos, algunos de ellos formados en París bajo el magisterio de Jules G. F. Baillarger, Benedict August Morel y Valentin Magnan, entre otros, y todos radicados luego en la isla a excepción de Manuel González Echeverría, quien dirigiera durante años el Asilo de Locos de Nueva York. Claro que va implícito en estos apuntes, ordenados cronológicamente, y que limito al período que va de 1863 a 1895, una apreciación global de los conceptos mencionados.


I

     Comencemos por un hecho insólito, en principio desde un punto de vista bibliográfico. En diciembre de 1863 se publicó en La Habana Tratado de Alienación Mental. Lecciones del Dr. Baillarger, médico del Hospicio de la Sâlpetriere de París, recogidas y redactadas en castellano con algunas notas de José Joaquín Muñoz. De esta manera, algunos de los principales textos de Baillarger, diseminados sobre todo en los Annales Médico-Psychologiques que el mismo fundara en 1843, aparecen en Cuba en forma de libro antes que en ninguna otra parte, en un contexto – la reciente fundación de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales – que les aseguraba una notable acogida. Se trata de una obra que recoge buena parte del pensamiento de quien representa dentro del alienismo francés la expresión más acabada de lo que Foucault llama "el descubrimiento del instinto".
     Muñoz, su alumno durante tres años en la Sâlpetriere, obtuvo en diciembre de 1861, en París, el consentimiento para la publicación, el cual admitía la presencia de varios capítulos complementarios de diversa autoría que, curiosamente, problematizan algunos de sus conceptos. Es el caso de los dedicados a la histeria y a la “epilepsia delirante larvada”, ambos a partir de las descripciones de Morel, resueltas con “admirable talento”. Pero será la inclusión de una serie de notas del alienista cubano, algunas muy críticas con su maestro y redactadas ya en la Isla mientras fungía como director facultativo de Mazorra, las que aporten al libro un valor añadido, pues permiten apreciar el modo en que Muñoz se posiciona ante presupuestos diferentes y, por lo tanto, también los límites de su recepción (en parte dictados por los del saber de la época). 
     Baillarger había sostenido con claridad una concepción de la locura que admitía lo mismo las “lesiones del entendimiento” que “la impotencia de la voluntad para resistir las impulsiones”, pero en la cual el segundo aspecto – el eje de lo voluntario/involuntario – va a primar sobre el primero, al punto de poder explicar fenómenos hasta entonces no conectados a la conducta instintiva como las alucinaciones, el delirio agudo y la manía, etc. Esta supremacía de lo instintivo, convertido en fondo de cualquier locura, en su mecanismo intrínseco, es lo que se ha llamado “principio de Baillarger”, de importante influjo en la psiquiatría forense durante las décadas de 1840 y 50, siendo particularmente válido para superar la noción de monomanía. 
     Al referirse a las deficiencias de esta categoría de Esquirol, Muñoz toma como ejemplo la monomanía suicida, a la que contrapone las modernas consideraciones de Baillarger sobre el suicidio, considerándolo más bien como un síndrome donde lo común sería una alteración de los impulsos. Sin embargo, es curioso que le reclame el no haber situado la impulsión suicida en la órbita de las “locuras transitorias” y, por lo tanto, en proximidad a la epilepsia, entidad que se venía entendiendo, cada vez más, como la causa de aquellos estados fugaces, lo que en su opinión le hacía “perder el mérito de oportunidad a las observaciones de nuestro ilustre maestro”. Muñoz apuntaba de este modo a una corriente más reciente, entonces en emergencia, según la cual todo acto de locura y/o criminal podía ser considerado en base a un origen epiléptico; corriente que, de Trousseau a Lombroso, pasando por Morel, tendrá todavía mayor impacto en el terreno de la psiquiatría legal. Cita, en este sentido, la conocida frase de Trousseau “Cuando un hombre comete un crimen arrastrado por una impulsión súbita y sin motivo, si este hombre no había presentado anteriormente signo alguno de locura, ni estaba ebrio, su acción debe, casi siempre, ser explicada por la existencia de la epilepsia”, la cual calibra como lo más actual en materia de psiquiatría. Baillarger, por su parte, aunque reconocía la importancia que esta concepción de la epilepsia podría llegar a tener para la jurisprudencia (de hecho, su concepto de automatismo influyó en este sentido), siempre creyó oportuno afirmar, sin embargo, que se trataba de un asunto teórico aún por confirmar, y sobre todo, de un terreno confuso, con opiniones dispares como las de Dalasiauve y Falret. (Opinión a la que el alumno se adhiere finalmente, con algunos matices, después de haber atizado el fuego).    
     Otro reclamo que Muñoz le hace a su maestro y que va también en la dirección del degeneracionismo, es el de no haber considerado ciertos estados “intermedios” entre la inteligencia normal y la imbecilidad, y cuya consideración podría haber modernizado las relaciones entre psiquiatría y ley. Concretamente, alude a una clasificación de Morel, quien basa la existencia de dicho tipo intermedio en la figura del “simple de espíritu”, equivalente al “torpe” descrito antes por Ferrus. “¿Quién podría negar – se pregunta – que antes de llegar a la imbecilidad confirmada, existe otro grado bien característico que no siendo todavía la imbecilidad misma, tampoco es el estado normal de la inteligencia?”. En efecto, estaba en juego, en esta consideración, el afán de ampliar las fronteras de la anormalidad de acuerdo con una estrategia similar a que ya entonces supone (aunque siguiendo un vector más etiológico que nosológico) la categoría de los degenerados elaborada por el propio Morel. Según Muñoz, la aceptación del “simple de espíritu” implicaría, ante los tribunales, una responsabilidad relativa y, por lo tanto, una apertura mayor entre la responsabilidad absoluta exigida a los normales y la nula (para idiotas y cretinos).
     Pero donde Muñoz se aparta de manera significativa de los presupuestos de Baillarger, aún cuando su maestro defendía el carácter hereditario de algunas enfermedades, es la aceptación tácita de la teoría hereditaria de Morel en tanto válida para explicar la inmensa mayoría de las afecciones mentales. Aunque Muñoz no se extiende alrededor de las tesis morelianas, es claro que sus referencias constituyen, en el medio cubano, un primer avance de la que será la doctrina dominante de la psiquiatría hasta las primeras décadas del siglo XX. No obstante, estas notas de Muñoz – unas veces críticas, otras ambiguas e incluso anodinas – no conforman por sí mismas un cuerpo de ideas. Comoquiera, Muñoz se adscribe más que nada al pensamiento psiquiátrico de Baillarger, dentro de cuyos límites se mueve mayormente, como puede apreciarse en algunos textos suyos publicados con posterioridad. De hecho, su proyecto de reforma de la Casa General de Enajenados y, en general, su concepción asilar apunta al concepto de “institución terapéutica” elaborado por Esquirol y lo muestra todavía lejos de las proposiciones post-esquirolianas que la época de Morel va a inaugurar.
     Una recepción más amplia del degeneracionismo, con algunas de sus repercusiones inmediatas, puede verse en la tesis de doctorado que, bajo el título ¿Existen además de la locura, otras enfermedades que debieran ser consideradas como impedimentos, por lo menos impedientes del matrimonio?, presentó Manuel Sabás Castellanos en la Univesidad de La Habana, el 28 de junio de 1870. Graduado en París, donde cursó tres años en la Salpêtriere, discípulo de Vulpian, este autor ya había publicado en Madrid un interesante Manual de Enfermedades Mentales (1868). A partir de la teoría de le herencia tal como la define Morel siguiendo a Prosper Lucas, y apoyándose en un artículo de Charles Lasègue sobre el alcoholismo, Sabás Castellanos se plantea la necesidad de impedir ciertos matrimonios que podían comprometer “la felicidad de uno o de ambos miembros, el cuidado de los hijos, la administración de los bienes y la patria potestad”. Ajustándose al Código Penal vigente (que sin embargo no impedirá, más tarde, la aplicación de medidas eugenésicas en los casos por él referidos) y a las leyes religiosas, refiere que si bien “al demente y al imbécil no profundo en periodo lúcido no debería impedírseles por la ley el matrimonio”, en la práctica los párrocos debían ser más negativos que permisivos, ya que “siempre es menos mal la infelicidad aislada del que ha de permanecer soltero que la mancomunada de los cónyuges, sus hijos y acaso sus descendientes, si la demencia es hereditaria como más de una vez hemos visto”. Recomienda que al loco, en general, no se le permita “contraer matrimonio cualquiera que sea su forma de locura”, salvo si un facultativo “determinara favorablemente, sobre todo en débiles de espíritu e imbéciles no muy profundos”. Otras enfermedades y estados “impedientes”, serían los que siguen: lepra, estrechez de la pelvis, matrimonios consanguíneos, sordomudos, impúberes, impotentes, tísicos, sifilíticos y alcoholizados. Sobre los alcohólicos, esa otra figura clave del degeneracionismo, apunta que “el porvenir de estos infelices es lo más comprometido posible tanto bajo el punto de vista del desarrollo como del progreso de sus facultades intelectuales y afectivas”, y añade, citando a Morel, “que en los casos de este género la degenerescencia es un estado de constitución enfermiza” que conduce a “una degradación progresiva” y les “ hace no solamente incapaz de formar en la humanidad la cadena de transmisibilidad del progreso” sino que les convierte también “en el mayor obstáculo por su contacto con la parte sana de la población”. Sabas Castellanos reproduce, por primera vez en la isla, la clásica definición de la “degeneración” como “desvío malsano de un tipo primitivo normal de la humanidad” y describe varios pasajes clásicos de Morel, tomados de su Traité des maladíes mentales (1860).


II

     La noción de monomanía, sin embargo, no fue desechada inmediatamente y todavía algunos autores franceses la aceptaban en la década de 1860. En Cuba, el debate seguirá vigente por lo menos durante otros diez años, al tiempo que van ganando terreno los postulados del degeneracionismo, el modelo de la epilepsia, la teoría localizacionista de Broca y acto seguido las tesis de Lombroso sobre el criminal nato. El 22 de enero de 1871, Tomás Plasencia expuso ante la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana su discurso “De la monomanía”, en el que, siguiendo las críticas realizadas por Falret y Morel, y basándose en su experiencia al frente del asilo de enajenados, niega la existencia de esta entidad. Según Plasencia, de 350 enfermos mentales observados por él “ninguno era verdaderamente monomaníaco”, pues al lado del “delirio parcial” se advertían “lesiones” de diversa índole. Encargado de responder al discurso de egreso, Martínez Sánchez recordó la escasa tendencia de los tribunales a aceptar dicha entidad, aunque aclarando que “en torno a esta cuestión, existen diversas opiniones”.
     Un ejemplo de desniveles a la cuanto a recepción, interpretación y usos que se le da en la isla tanto a diversas categorías nosológicas como a los presupuestos etiológicos y a sus implicaciones sociales y legales, es el largo debate (o sucesión de debates) que tiene lugar entre 1875 y 1883 en el seno de la Academia en torno al caso de Agustín Acosta y Cárdenas, el asesino del Conde de San Fernando. El mismo se inicia el 8 de agosto de 1875, cuando Felipe F. Rodríguez presenta su “Informe de un caso de locura impulsiva homicida”. En sus consideraciones, Rodríguez llega a la conclusión de que el asesino es portador de una “monomanía por perversión del sentimiento, acompañada de alucinaciones”. Había actuado, según refiere el galeno, “arrastrado por un impulso irresistible y aquejado del delirio de querer lavar la honra de la familia”. Una vez expuesto el informe, Antonio Mestre – otro de los médicos cubanos graduados en París – tomó la palabra para exigir que se añadiese el calificativo de “loco peligroso a este individuo que, raciocinando como cuerdo” obedecía a la vez a “impulsos irresistibles” y reclamar, al mismo tiempo, su reclusión perpetua, tal como recomendaban en estos casos Maudsley y la Sociedad de Medicina Legal de París. Pero a esta exigencia, Rodríguez respondió recordando que sería “extralimitarse” en sus funciones, ya que en la consulta realizada a la Academia (se trata de las consultas que los tribunales hacían a los académicos, en calidad de expertos) no se formulaba la pregunta por la reclusión sino, exclusivamente, por el estado mental del sujeto. Para Rodríguez, tratándose de una “monomanía instintiva”, estaba implícito que “la cuestión se resolvería seguramente en la Casa de Orates”. A este criterio se sumó Luis Cowley, insistiendo en que el tribunal sólo quería saber “si es un loco y si lo estaba en el momento del acto”. Sin embargo, esta posición (digamos clásica y centrada de modo estricto en el problema de la responsabilidad penal como marco de referencia) va a ser inmediatamente impugnada por Rocamora quien, en apoyo de Mestre, se pregunta si acaso no es necesario que, “una vez dado el alta o curado el sujeto, la sociedad esté sobreaviso”, con lo que colocaba de nuevo la cuestión en términos de peligrosidad y por ende en función de una cierta “defensa social”. Rodríguez intentará mantenerse en su posición, insistiendo, contra toda evidencia, en que “no nos está encargada la seguridad pública, ni debemos arrogarnos un responsabilidad ajena”, tras lo cual son cada vez más los académicos que se suman a la petición de añadir el calificativo de “loco peligroso”. Por último, e intentando suavizar el debate – Rodríguez llega a acusar a sus colegas de imponer el terror –, una nueva y sensata intervención de Cowley sirve para zanja la polémica, con sólo formular ante los presentes y con cierto énfasis: “Señores, ¿qué mejor garantía que la casa de locos?”. Y en efecto, de eso se trata; pero también, como puede apreciarse, de un desencuentro de primera importancia para la psiquiatría de la época, de mayor calado que continuar o no empleando la categoría de monomanía; un desencuentro, a saber, entre la noción jurídica de responsabilidad según la cual se seguía planteando, como cuestión principal, el grado de locura o libertad del individuo; y aquella otra que, a partir de ahora, planteará sobre todo (aunque en Cuba siempre a saltos y de modo irregular) el grado de peligrosidad que cualquier individuo supone para la sociedad.
     En una dirección aproximada va la presentación, en abril 1876, por Emilio Nuñez de Villavicencio, del texto titulado De la locura hereditaria, en el que el autor asegura que “en el estado actual de la ciencia la creación del grupo de las locuras hereditarias está perfectamente legitimada”. A este discurso respondió Tomás Plasencia, quien critica abiertamente la teoría de Morel, calificándola de “lata e insostenible”. Según su experiencia en el asilo de locos, a la que apela otra vez como en su intervención sobre la monomanía, no había encontrado “ningún carácter específico en la locura hereditaria”, mientras algunas enfermedades mentales se producen en cambio por el influjo de las bebidas alcohólicas y de otras causas ambientales, “no estando siempre el alienado bajo la fatal ley de la herencia”. Sin embargo, aunque la posición de Plasencia pudiera interpretarse como progresista, al señalar factores no hereditarios y pretender escapar del determinismo –lo que, por otro lado, no fue infrecuente entre médicos cuyo bagaje se sostenía sobre todo en la experiencia práctica-, no lo es en modo alguno. El degeneracionismo fue en su inicio, no obstante su rápido devenir conservador, con todo lo que implicó la eugenesia y el racismo de estado, un intento sin precedentes encaminado a encontrar soluciones efectivas a fenómenos en definitiva sociales como la pobreza y la enfermedad, todo lo cual se esbozó, pese al biologismo de fondo, y también en virtud suya, desde una tradición de izquierda, a veces claramente socialista. Pero además de ello, en el texto de Plasencia – como en las intervenciones de Felipe F. Rodríguez – puede constatarse cierta tardanza en relación a los territorios que el degeneracionismo abría de frente a la defensa social, cuando expresa: “que a la medicina legal no le interesaba saber si un acto se debía o no a la herencia sino si era voluntario o involuntario”. Este postulado, a la altura de la época en cuestión, era cada vez menos admitido: había surgido el peligro de la descendencia, y con él, las primeras regulaciones legales orientadas a ese fin.     
     Un año más tarde Emiliano Nuñez de Villavicencio expone su Discurso acerca de las localizaciones cerebrales y la locura instintiva. Asistimos aquí a una extensión del debate alrededor del asesino del Conde de San Fernando, motivado esta vez por un informe de Mario García Rijo (otro graduado en París, con una tesis psiquiátrica: Contribution a l’ etude de la folie puerpérale, 1879), quien se mostraba partidario del diagnóstico esgrimido por Felipe F. Rodríguez y ponía en duda la teoría localizacionista del cerebro, recientemente reformulada tras los descubrimientos de Broca sobre la afasia motora. Ante ello, varios miembros de la Academia – además de Nuñez, Antonio W. Reyes Zamora y Antonio Mestre – lo acusan de sostener criterios fisioanatómicos ya vencidos (“de la época de Flourens”) y de utilizar categorías nosológicas todavía próximas a Esquirol, aun cuando García Rijo también aplica al asesino el diagnóstico de “locura de doble forma”. En su intervención, Emiliano Nuñez respondió a García Rijo expresándole que todo París aceptaba sin reparos los últimos descubrimientos de Broca y que, además, hacía un mal uso del concepto “doble forma” acuñado por Baillarger. Apoyándose en Morel y Moreau de Tours, Nuñez va a insistir en el condición hereditaria de la patología del asesino y, no sólo ello, sino también es su carácter impredecible, según el cual la misma podía o bien manifestarse o bien permanecer como predisposición (citando aquí a Legrand du Saulle).
     Lo que se ventila entonces es, sin duda, no tanto la cuestión diagnóstica en torno a las diferentes definiciones de “locura impulsiva”, cuanto ese punto de corte epistémico que supone, con la entrada en escena del degeneracionismo, ligar lo instintivo a lo hereditario. En este sentido, mientras Rodríguez y García Rijo se mueven en una órbita ciertamente próxima a Esquirol y a sus seguidores; Nuñez, Reyes Zamora y Mestre optan, en cambio, por una visión etiología (es esto, causal) que remite el instinto a una condición innata, capaz de trasmitirse de una a otra generación, de degradar a formas cada vez más mórbidas e incontrolables, y de permanecer no obstante oculta, en muchos casos, pudiendo manifestarse como acceso de locura o criminal. Si bien es cierto que la noción de instinto, sobre la que se perfila la de la anomalía y por último la de anormales, se había ido “biologizando”, también lo es que sólo ahora, con la sujeción de la psiquiatría a una “concepción total”, de carácter dinámico y evolutivo, se la anudaba definitivamente a lo hereditario. Por otra parte, con los hallazgos de Broca y auge del localizacionismo, la anatomía patológica recuperaba en parte su fundamento, por lo que, otra vez y con nuevo ahínco, habría de buscarse en el cerebro (en sus lesiones, pero también en su peso y configuración) las marcas probables del comportamiento anormal.
     Todavía en 1883 se mantenía en circulación el caso de Agustín Acosta y Cárdenas, asesino del Conde de San Fernando, quien por entonces llevaba ocho años de reclusión en la Casa de Dementes. A una petición que la Audiencia de La Habana dirige a la Academia a fin de conocer su estado mental, responde Tomás Plasencia en su informe Enajenación mental, en el que, después de recordar el diagnóstico emitido de “locura impulsiva”, expresa que en 1882 una junta de profesores había declarando por unanimidad “que Acosta estaba en el completo y normal goce de sus facultades intelectuales y afectivas”, pero siempre que se consignara que, por sus antecedentes hereditarios, permanecía expuesto a contraer un “mentopatía” (…) en caso que “las circunstancias que le rodean sean favorables al desarrollo de la afección”. De este modo, y según se desprende de los comentarios de Plasencia, Acosta y Cárdenas habría de permanecer recluido en el manicomio, pues “los mismos profesores que aseveran” su curación “temen con razón que el ataque se reproduzca”, no habiendo sanado así – según asevera el autor del informe – “de su diátesis vesánica”. Plasencia, que había negado la doctrina de Morel por “lata e insostenible”, no sólo no se opone aquí a esa condición hereditaria que perpetúa al sujeto en tanto enfermo, sino que incluso acepta, al apelar al concepto de diátesis vesánica, la entonces emergente noción de “estado” (otra de las invenciones del degeneracionismo), al tiempo que remite a los antecedentes del individuo (esto es, al rastreo evolutivo de sus pulsiones) cuando afirma que, ya en 1863, una década antes del crimen, había estado “sufriendo de enajenación mental”. En fin, curación no significa sanidad; y con ella no desaparece el peligro: un fondo monstruoso, instintivo, podría aflorar en cualquier momento. Desconocemos el final de este curioso asesino convertido en “loco peligroso”. El caso está abierto. 

 
III

     Entre tanto, el modelo de la epilepsia ganaba terreno. Si el eje de lo voluntario-involuntario había hecho posible el surgimiento de una psiquiatría moderna capaz de englobar a los desvíos del comportamiento, también había influido en la conformación de la neurología, aunque ésta sólo se consolide como saber a finales de siglo. Es a través de la neurología que la medicina y la psiquiatría se van comunicar al nivel de ciertos contenidos, teniendo como base a la epilepsia, la cual se perfila desde entonces como un trastorno que, al manifestarse por medio de la liberación involuntaria de determinados automatismos, también podría estar en el origen de la locura y el crimen. Ahora los síntomas psiquiátricos (incluso las alucinaciones), pueden ser enfocados somáticamente, esto es, remitirán cada vez más a un encuadre médico –“científico” – en el que el peso de la epilepsia deviene una cuestión fundamental.
     Uno de los más conocidos neuropsiquiatras de la época fue el cubano Manuel González Echeverría. Discípulo de Armand Trousseau y de Charles Robin, tras graduarse en París en 1860 y pasar otros tres años en el Hospital Beldlen de Londres, ciudad en la que completa su formación junto a Hack Tuck, se radica por fin en Nueva York. Allí es nombrado en breve director del Asilo de Locos y Epilépticos y profesor de la Cátedra de Enfermedades Nerviosas y Mentales, de reciente creación. Su libro más importante, On epilepsy: anatomopathological and clinical notes, apareció en octubre de 1870.
     Las tesis de González Echeverría entran de lleno en el organicismo positivista y entroncan con la teoría de la herencia, con múltiples referencias a Moreau de Tours, Morel, Guislain y Briquet, autores que no sólo coincidían en reunir bajo el modelo de “neurosis” afecciones como la epilepsia, la histeria, la ataxia y la locura per se, sino que proponían también, siguiendo los postulados de Prosper Lucas acerca de la herencia disimilar, las transformación de unas en otras, suerte de embrollo que permitía explicar con suma ligereza no sólo la heredabilidad de rasgos físicos, sino también psíquicos y morales. Abundan en este libro los elogios a Morel y algunos pasajes suyos, entre ellos el clásico ejemplo de una familia que degenera en el lapsus de cuatro generaciones, dando inicio a lo que constituyó todo un género, el de las genealogías morbosas: inmoralidad, depravación, e intemperancia en la primera; alcoholismo, ataques maníacos y gran parálisis en la segunda; hipocondría, lipemanía, delirios y tendencias homicidas en la tercera; y estupidez, idiocia y extinción de la raza en la cuarta y última generación.
     Pero el valor del conjunto de la obra de González Echeverría no se muestra apenas en la asimilación teórica de la doctrina de Morel, sino además en sus aportes a la creciente autorización de la neuropsiquiatría. En este sentido, sus investigaciones clínicas sobre la epilepsia contribuyeron a extender todo un campo de observación, a saber: desde los diferentes tipos de convulsiones hacia modalidades menos clásicas de esta patología (como las crisis nocturnas, las vertiginosas, las procursivas y las de ausencia, etc.) y desde las relaciones con el alcoholismo y la psicosis hacia el vínculo con trastornos conductuales que ya había sido asimilados por la psiquiatría. Todo ello, unido a sus propuestas preventivas, algunas de carácter pre-eugenésicos, va a influir de manera notable en el terreno jurídico, a la vez que permitirá separar a la neurología del viejo alienismo (debate muy intenso en los Estados Unidos a la altura de 1870-1880, en el cual González Echeverría participa activamente) e iniciar de paso la reforma de los manicomios según el modelo (ya no sólo observacional, también experimental) propuesto por la medicina.
     La fama de González Echeverría creció en Nueva York tras su intervención en el caso Montgomery. Joven carretonero que había padecido durante su infancia de ataques de epilepsia, a los 18 años se casó con una prostituta que luego lo abandona, llevándose al hijo de ambos. Tras una reconciliación en la que había mediado la familia, la pareja decide retirarse a Roschester donde, el 13 de noviembre de 1870, al día siguiente de haber arribado a aquella localidad, Montgomery mata a la mujer a hachazos mientras duerme. Tras un largo proceso en el que no valieron los argumentos de la defensa acerca de la irresponsabilidad (y por tanto de la locura) del asesino, pues había habido premeditación, Montgomery fue condenado a muerte. Es entonces que González Echeverría lo examina en la cárcel y dice probar su epilepsia, lo cual – luego de diversas gestiones, entre ellas las de apelación – motiva que el Gobernador Hoffman retire la sentencia y que el criminal sea trasferido al Asilo de Locos Criminales de Auburn, donde se repiten los episodios convulsivos.  
     Al igual que otros neurosiquiatras, González Echeverría consideraba que el crimen de los epilépticos –ya impulsivo ya “meditado”- respondía siempre a su enfermedad (“automatismos”), lo que los convertía ipso facto en irresponsables desde el punto de vista jurídico. En 1875, y como parte de esta corriente de ideas, la Sociedad Médico Legal de París, luego de una prolongada discusión en la que intervinieron, entre otros, Lasègue, Falret, Duvergie y Legrand du Saulle, formuló que la irresponsabilidad de los epilépticos debía de ser juzgada conforme a las reglas que seguían los expertos para apreciar la irresponsabilidad de los demás locos, teniendo en cuenta la circunstancia especial de que en la epilepsia el impulso mórbido, irresistible, podía pasar sin dejar huellas. Falret pronuncia entonces las tres reglas que van a definir la cuestión: precisar si el delirio se asoció o no a convulsiones; si existe amnesia, vaguedad de actos e ideas; y asegurarse de que los actos sean instantáneos, como resultado de un automatismo. Sin embargo, tras la aparente claridad de estos preceptos, surgía la cuestión de algunos actos “meditados” que también se consideran como propiciados por determinados estados fisiológicos y que, en última instancia, dejaban una brecha, ya que era difícil diferenciar entre la amnesia – el olvido involuntario en estos casos- y la simulación de la misma.
     En una Memoria sobre la locura epiléptica en sus relaciones con los tribunales de justicia, que publica en La Habana en 1874, y en la que analiza las coneciones entre epilepsia y psicosis, González Echeverría afirma: “El gran peligro de los epilépticos está más que en su perturbación mental en sus impulsos insólitos”. Criterios parecidos expone en París, en el marco del Congreso Internacional de Medicina Mental, celebrado durante la Exposición Universal de 1878, y el que fue designado vicepresidente del comité organizador. Según González Echeverría, la psicosis se asociaba a una mayor frecuencia de ataques (sobre todo pequeño mal, crisis nocturnas y vertiginosas, esto es, las formas parciales de los automatismos), y revestía tres formas clínicas: intermitente, remitente y continua, progresando las dos últimas hacia la demencia, lo que las hacía menos complejas desde el punto de vista médico legal. No así la forma intermitente, cuya máxima expresión, el ataque de furor, la convertía en una entidad peligrosa, causa corriente de crímenes y base principal de la problemática médico legal de esta patología. (“Consideraciones clínicas sobre la locura epiléptica”). En otro estudio, Matrimonio de epilépticos y transmisión hereditaria de la enfermedad – también publicado en Cuba –, afirmará: “los epilépticos son seres peligrosos y abyectos, a la par dignos de compasión por lo horroroso de sus paroxismos y la incapacidad de resistir sus impulsos mórbidos”. Retoma aquí el modelo hereditario de no similitud, y lo liga no sólo a afecciones nerviosas que podían cambiar de una a otra generación, sino también al alcoholismo, al que ve como un aliado de la degeneración, sobre todo en los estratos sociales más bajos, que constituían, según él: “materia preñada de enseñanza para llegar a la verdadera fuente del crimen y de la depravación en todas las esferas del cuerpo social”. Establece, asimismo, que la epilepsia, al contrario del suicidio, no se trasmite de acuerdo con el modelo de herencia semejante, sino según el disimilar: “El germen morboso hereditario experimenta transformaciones en cada generación siguiente, para no permanecer estacionario”. No obstante, insiste en que la transmisión directa (padre a hijo) de la epilepsia es un hecho positivo, de ahí que “grave responsabilidad pese sobre el médico que, como preservativo o  por cualquier otra razón, aconseje el matrimonio a un epiléptico, tanto por el riesgo a que se exponen los cónyuges como por lo futuro de sus descendientes”. 
     Un debate que continúa la cuestión de la epilepsia y sus relaciones con la criminalidad, llevándolo al terreno étnico, es el que sostienen en 1890 Gustavo López y Gonzalo Aróstegui. Médico con enorme experiencia práctica, con años de servicio en Mazorra, con una visión clara del influjo de la miseria y de otros factores sociales en la locura, pero no por ello ajeno a una visión bio-moralista de igual o mayor alcance (se trata de una dualidad aparente), López es quien actualiza en Cuba las tesis de Morel, apoyándose en los postulados más recientes de Valentin Magnan, a quien asimila según se ha dicho de manera desigual. En su texto Estado mental de los epilépticos, expuesto ante la Sociedad de Estudios Clínicos, afirmó la inexistencia de la epilepsia entre los chinos, criterio vertido a partir de sus observaciones en la Casa de Enajenados, el Manicomio Municipal de Aldecoa y la Cárcel. Pero según Aróstegui, que responde con un extenso y erudito ensayo (elogiado luego por Varona y en el que Montané echa de menos que no se cite a Lombroso), ello constituía todo una paradoja, “tratándose de raza tan criminal”. Cómo era posible – se pregunta – que habiendo en Cuba cerca de 4000 chinos, y tantos de ellos criminales, no hubiera ni un solo epiléptico. Eso sólo podía explicarse, dice Aróstegui, por la exigua muestra en que se basó López para llegar a tales conclusiones y a la vez por su falta de información y débiles conocimientos, como por ejemplo, el mal uso que hacía de la clasificación de Falret. En su contra-respuesta, Gustavo López plantea que, a un artículo suyo de carácter práctico y original, Aróstegui oponía otro teórico y excesivo en citas, propio de un pedagogo al que le faltan opiniones propias. Refiere, además, que no pretendió describir extrañas variedades de esta patología, sino centrarse sobre todo en “los actos impulsivos”, puesto que en ellos radica “el principal peligro de los epilépticos”. (En otro artículo suyo, López comenta que la psicosis depresiva, muy a menudo el “estupor melancólico”, caracteriza a la locura de los chinos, provocada por el abuso del opio pero también por el “celibato que los lleva a la masturbación y a la sodomía” y los prepara “para la saliente languidez de sus estados mentales”).


IV

     Una vez más, el problema de la peligrosidad salía a relucir, lo mismo como argumento retórico que como estrategia discursiva llamada a anclar la práctica psiquiátrica dentro del derecho penal. A estas alturas, la peligrosidad se había convertido en la piedra de toque de una nueva racionalidad que, si bien no va a modificar los códigos vigentes (no era necesario), cuenta ya con nuevas instancias: los manicomios criminales (o bien los departamentos para locos criminales dentro de los propios manicomios), los servicios médicos de las cárceles, con sus psiquiatras y antropólogos que empiezan a usufructuar dicho territorio para efectuar “investigaciones” – recordemos el estudio de Montané sobre pederastia en la Prisión de La Habana (1890) –, los laboratorios de criminología, los venideros tratamientos de esterilización, etc. Pero se trata de una racionalidad que, sobre todo, se extiende difusamente por la polis, lo mismo en reformatorios y escuelas especiales – ver, por ejemplo, el reglamento del Asilo de San José –, que en el centro mismo de la urbe, a través de la amplitud cada vez mayor de las redes policiales y de las técnicas de identificación.
     Por supuesto, todo ello debía venir acompañado del reconocimiento de loco como enfermo mental y de una delimitación –pretendidamente precisa – entre el enajenado y el criminal, pero también de una percepción más amplia de la peligrosidad, con la consecuente condena – ésta sin cuartel – de aquellos que, no tan locos como para permanecer encerrados ni tan cuerdos como para que no se les controle (según el axioma de Magnan), constituían justamente el mayor peligro: los anormales. Y es esto lo que el propio Gustavo López propone en sus Consideraciones sobre las garantías del locos (1891), bajo un manto de filantropía y tras una crítica rancia y previsible a los tribunales. Comienza criticando a las familias y a la sociedad por “segregar” a los enfermos mentales y pide que no se les trate como bufones o delincuentes, insistiendo en que a menudo se les confunde con los criminales, “cuando en realidad  la criminalidad del enajenado es, además de ocasional, siempre involuntaria”. Cómo evitar pues – se plantea – la criminalidad, cualquiera que sea su origen, para proteger así a la sociedad. En primer lugar, nos dice, es necesario levantar una “sólida barrera”, lo que sólo se puede lograr si se aplican la higiene y la pedagogía social desde la cuna, “única manera de evitar los estados degenerativos y hereditarios”. Para añadir más adelante que se impone el “control de todos los seres susceptibles de enfermar”. “¿Cómo es posible olvidar – prosigue – ese contingente ciertamente numeroso que nos ofrecen los estados bautizados modernamente con los epítetos de fronterizos, desequilibrados, obsesos, degenerados, etc., que brindan tantas y tantas condiciones favorables al arrebato, a la perversión y al crimen?”. En efecto, será Gustavo López el psiquiatra cubano más preocupado por llevar las intervenciones de la psiquiatría más allá del manicomio. Crítico feroz de la miseria social, en la que reconoce una de las causas de la locura, sobre todo cuando habla de los enfermos recluidos en Mazorra; crítico de la “cronicidad” y “palidez” de los cuadros clínicos que se aprecian en el asilo, adonde los enfermos llegan tardíamente, “cuando ya nada se puede hacer”; y crítico, por lo tanto, de la administración española y de sus obstáculos para reformar el asilo, no podrá sino comportarse como un psiquiatra moderno, en toda regla; es decir, como alguien llamado a detectar la locura antes de su eclosión y a prevenir cualquier desvío, desde la infancia hasta la adultez, e incluso desde antes, si ello fuera posible. 
     Pero son otros dos textos suyos los que mejor articulan, ya no sólo sus consideraciones sobre la nueva clase descrita por Valentin Magnan, sino también su proyecto de psiquiatrización de la sociedad, desde un enfoque ya claramente eugenésico. En Los degenerados apunta: “Yo creo que bajo este rubro se cobija todo ese mundo de extravagantes que, como dice Gélineau, se codean con nosotros, se encuentra a cada paso en la vida, y por sus excentricidades y rarezas, merecen la atención de los desocupados y la observación y reflexiones de todos”. Hay otras definiciones en las que se aprecia la lectura de Legrand du Saulle, y de otros autores, pero son suficientemente conocidas. Prefiero detenerme en la descripción que realiza de un caso de “degeneración intelectual” en una familia cubana: “Un caballero de gran inteligencia, de la mejor educación, que por todo estigma tiene una acentuada asimetría de su semblante. Pero evidencia empobrecimiento notable de su sentido moral, y perversión del sentido genital. Esta perversión consiste, en que la gente de color le seduce extraordinariamente. En su casa misma ante sus familiares paga tributo a su especial concupiscencia. Siempre tiene dos, tres o cuatro mujeres. Han de ser pardas acentuadas o completamente negras. Las mujeres de nuestra raza, los atributos refinados y encantadores de la mujer blanca, nada despiertan en él. Jamás ha pagado en compañía de ella tributo a la Venus”.
     Se trata –este fragmento – de uno de esos discursos que, a pesar de su carácter risible, o precisamente por eso, nos indican muy bien hasta donde podían llegar las acechanzas, es decir, qué alcance real tenía el registro moral y/o policial en una sociedad multiétnica como la cubana, en la que el principal peligro se coloca – justamente – en el corazón de los intercambios raciales, sobre todo cuando estos traspasan además las barreras de clase y género. La percepción de este peligro de las mezclas se incrementa por supuesto en estos años, en los que se asiste al alza de la inmigración blanca y al desmontaje de la esclavitud. Todo ello acelera discursos y prácticas que se nutrieron del degeneracionismo y de las teorías de Lombroso – en gran medida derivadas de Morel. Por ejemplo, la “invención del ñáñigo”, con todo lo que supuso en cuanto a producción textual y a dispositivos de control; el creciente relato sobre la prostitución, con el censo de los burdeles y de las prostitutas, así como con la creación del Hospital de Higiene, sirviendo de anclaje práctico. Se pudieran seguir mencionado efectos más o menos inmediatos: las primeras redadas de homosexuales, incluyendo deportaciones; el uso de la fotografía como medio de identificación; los dispensarios para niños, para tuberculosos, etc.
     En fin, es por eso que no habría que ver Higiene General de la Locura – el último texto de Gustavo López a que haré referencia –, al margen de estas cuestiones sino más bien articulado, lo más estrechamente posible, a pretensiones de orden práctico. Se trata de su discurso de ingreso a la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales y es, en esencia, el esbozo de un proyecto de psiquiatrización de la sociedad y familia en Cuba, que califica sin duda – pese a los desniveles teóricos que se le señalan – como el texto más avanzado de finales del siglo XIX, debido a su proyección preventiva y pre-eugenésica. El autor establece el siguiente diseño: 1ro) Higienización del matrimonio (“debe estimarse como un delito social el hecho harto frecuente de fomentar la propagación de la especie mediante el enlace de individuos privados de una constitución sana y estable”). Esta preocupación anticipa las políticas de control social que tanta fuerza cobran a comienzos del siglo XX y que colocan a la raza negra como primer objeto de depuración 2do) Medicalización de la mala vida; se trata de un conjunto de medidas disciplinarias que apuntan contra degenerados, homosexuales y alcohólicos principalmente. Como parte de la profilaxis del crimen y en favor de la defensa social, estos grupos van a constituir los sujetos fundamentales 3ro) Psicopadagogización y psiquiatrización del niño. Ya sea mediante la propia familia o a través de escuelas correccionales, se trata de encauzar al menor apartándole del vagabundeo y de la actividad delictiva, como también del juego, el onanismo y cualquier acto de rebeldía.
     La importancia que Gustavo López le da al medio – dijo en algún momento que se exageraba el papel de la herencia – no implica, como tal, una teoría social de la locura, sino la socialización de una psiquiatría de corte biologicista. Intenta colocarse – en consecuencia – en una posición preventiva: “Queremos levantar un altar a la meditación preventiva” (…) “estudiar el modo y manera de evitar el desenvolvimiento de la enfermedad” (…) “no queremos, en una palabra, hacer terapéutica, apetecemos practicar la profilaxis”. Del nihilismo terapéutico y, por lo mismo, del asilo con sus “locuras pálidas”, se pasa al optimismo de la prevención: la psiquiatría se disemina por la ciudad. Por lo que habría que conocer “no solo las causas, sino también la constitución del organismo, su mayor o menor debilidad”, y apreciarlo en toda su evolución. No por gusto enfoca el problema de la enfermedad mental en la infancia, punto de partida de todo prevencionismo. Para López no hay locura en esta etapa, ya que el desarrollo mental incompleto del niño impide que se establezca “una pérdida de razón”. De ahí que sus enfermedades sean igualmente “incompletas o frustradas”. Considera la corea y epilepsia poco frecuentes en la infancia cubana, no así el idiotismo y la imbecilidad, apuntando que “la raza negra, ya pura o mestiza, ofrece en Cuba un contingente mayor de estas anomalías”.
     Se trata, también, del punto de arranque de los estudios sobre los menores anormales y del movimiento por la Higiene Mental, con sus formulaciones biocráticas y su insoluble relación con la eugenesia. Todo un capítulo que inician en la isla Benjamín de Céspedes, Manuel Valdés y Arístides Mestre, con este último como su más persistente y logrado promotor.



De la locura hereditaria

Discurso inaugural del Dr. D. Emiliano Nuñez de Villavicencio

(Sesión del 23 de Abril de 1876)

     Sr. Presidente.-—Sres. Académicos.—"El mundo marcha," ha dicho no hace mucho tiempo uno de los escritores más floridos de nuestra época: y en verdad que desde los primeros pasos que señalaron en la tierra la presencia del hombre, se ve impresa por doquiera la marca indeleble del progreso, que de etapa en etapa ha llegado á producir los maravillosos adelantos que en todos los ramos del saber humano tiene conquistado el siglo XIX.
     Pobre en riquezas materiales y hasta desnudo vino el hombre á la tierra, pero dotado por la mano pródiga del Omnipotente con la Inteligencia, rico don que uniendo el Creador con la criatura, constituye su único poder en la tierra: por ella
ocupa el primer escalón de los seres vivientes y por ella domina desde su alta posición todo el resto de la Creación, Por medio de ese lazo de unión es como ha podido el Creador continuar su invisible obra del perfeccionamiento del hombre y del Universo todo, que, á no ser así, hubiera permanecido siempre en el mismo estado en que se encontraba en la época de su formación; y por medio de él es como continuará guiándole al través de los siglos venideros.
     La Inteligencia fué la que dio al hombre la idea de las armas primitivas para defender su vida y conquistar su alimento: ella la que más tarde le dio el pensamiento de forjar los metales y dar al hierro la forma del "arado"—para poder surcar la tierra: por ella es como de la informe piedra ha podido hacer grandiosos edificios y hermosas estatuas: por ella es como ha podido arrancar á la Naturaleza los secretos del vapor y de la electricidad, haciéndolos servir á sus designios y grandeza: ella la que dio al inmortal Lesseps el pensamiento y la energía necesaria para llevar á cabo la perforación del "Istmo de Suez": ella también la que dentro de muy poco establecerá por medio de un túnel una intima comunicación entre la Francia y la Inglaterra, burlándose así del ronco rugido de las olas irritadas: por ella, en fin, es como ha podido el hombre con la Fisiología y la Anatomía, la Patología y la Química orgánica etc. etc .... sorprender muchos de los secretos de la vida, aprender á luchar con muchas de las causas que tienden á la destrucción del organismo; y por más que pese á algunos optimistas que se complacen en negar los positivos adelantos de las ciencias todas, declamando contra la aparente anarquía y contradicciones que se notan, Gloria á tí ¡¡oh Siglo XIX!! aunque no sea más que por la lucha gigantesca que en tu tiempo se ha entablado entre la ciencia moderna y la antigua.

     Tributemos, pues, señores á la Inteligencia el justo homenaje que se merece, ya que ella sola constituye nuestra única soberanía en la tierra; y como por desdicha nuestra nos ha tocado la parte más penosa del trabajo de la humanidad, cual es el de aliviar sus dolores y combatir sus estados morbosos, para que desembarazado el hombre de sus dolencias pueda continuar su obra de perfeccionamiento, justo es también que concedamos en nuestras tareas un lugar de los más importantes al estudio de los diversos estados patológicos que puedan perturbar a parte moral de nuestro organismo.
     El estudio de la locura, dice Flourens, es una de las primeras necesidades de la ciencia y uno de los primeros deberes de la humanidad, y dice bien el eminente sabio, porque privado el hombre de su inteligencia, pierde el sello de grandeza con que le ha dotado la Providencia, quedando estéril para la obra común del progreso, viniendo á ser una carga para la sociedad y á veces su azote, cuando entregado al frenesí de sus pasiones, sólo puede compararse á los más feroces brutos de la Creación.
     Y es tanto más digno de tomarse seriamente en cuenta el estudio de esta parte de la Patología, cuanto que los adelantos obtenidos en ella son uno de los más gloriosos timbres que puede ostentar nuestro siglo. Sí, señores; honor á Pinel y á Esquirol por la sabia y humanitaria dirección que sus trabajos imprimieron al estudio de las afecciones mentales y á los cuales se deben los notables adelantos que ese ramo de la ciencia patológica puede hoy ostentar. Gracias á sus esfuerzos cayeron en pedazos, para no volverse á rehacer, las pesadas cadenas que esos infelices enfermos venían arrastrando por espacio de siglos. Ellos los que abriendo las puertas de los infectos calabozos en que yacían, y dulcificando la feroz brutalidad de sus guardianes, demostraron de una manera palpable los positivos beneficios qué el tratamiento moral produce en esas afecciones; y haciendo tomar á la humanidad una decidida intervención en el bien estar y alivio de seres tan desgraciados, la han engalanado con un lauro más, cubriéndose á su vez con gloria imperecedera. De entonces acá, señores, una pléyade de hombres eminentes, entre los que descuellan Georget, Guislain, Morel, Griesinger, Marc, Foville, Baillarger &c. &c., han luchado á porfía para perfeccionar más y más la obra de sus eminentes predecesores, presentando cada dia nuevas faces importantes, no tan sólo bajo el punto de vista nosológico, sino como poderosa auxiliar de la Medicina legal. Si en los siglos anteriores al nuestro se hubieran poseido los conocimientos modernos, no habrían muerto en las hogueras y los suplicios los alucinados y monóraanos que epidéraicainente se dieron á conocer en esas épocas, proporcionando numerosas presas á los sangrientos tribunales de la Inquisicion.
     A cada paso adelantado en esa espinosa vía han podido los alienistas de todos los paises arrancar una víctima más á los tribunales; pero sus esfuerzos desconocidos á Veces y aun arrojados á la cara, no han obtenido todavía las ventajas que son de esperarse, existiendo aún en la época actual seres dignos de compasión que pagan con su vida ó arrastrando pesadas cadenas el delito involuntario de haber perdido la razón.
     Así pues, Sres. Académicos, permitidme que hoy inicie mi modesta entrada en este templo representante del progreso de las ciencias médicas, físicas y naturales de nuestra amada patria, llamando vuestra atención sobre la importancia médica, médico-legal y social que entrañan los diversos puntos discutibles de la Nosología mental. En este asunto tendré que limitarme á los trabajos, ideas y juicios de los diferentes alienistas á quienes Dios ha concedido las suficientes dotes para tan ardua tarea, y facilitado al mismo tiempo ancho y trillado campo donde poderlas ejercer.
     Nosotros que apenas contamos cuatro siglos de existencia y que carecemos de multitud de elementos, sólo tenemos en lugar de un Manicomio un depósito de locos donde confusamente mezclados y desprovistos de los más insignificantes recursos, se encuentran quinientos infelices de ambos sexos que sólo cuentan para su asistencia con dos médicos y un practicante. Mas sin embargo, no desmayemos Sres.; pongamos nuestra piedra, y ese trabajo menos tendrán que hacer las generaciones venideras. Cuatro siglos de existencia és para un pueblo la infancia, y confiemos en que el nuestro corresponderá dignamente, cuando llegue á su virilidad, á la munificencia coa que ha sido dotado por el Creador. Para ello se hace preciso que nuestros hijos no decaigan en su perfeccionamiento físico é intelectual; y como una de las causas que más influyen en la degeneración de la especie humana es la locura hereditaria, produciendo los itnbéciles, idiotas y cretinos, he creido conveniente ocuparme en este deficiente trabajo de este asunto que reúne la doble importancia de esclarecer una de las principales causas de la degeneración gradual del género humano, é ilustrar á los tribunales y á la sociedad sobre el verdadero juicio que deben formarse en los actos extravagantes y malévolos de algunos seres que pasan á la vista de sus semejantes como gozando de la completa integridad de los atributos psicológicos.
     La herencia, Sres,, ha sido considerada desde hace ya mucho tiempo como la causa predisponente individual más poderosa de la locura: y siempre que ligeras causas ocasionales den por resultado la explosión brusca de perturbaciones cerebrales, graves, profundas y aun algunas veces incurables, se encontrará casi siempre la razón de tan notable desproporción entre la pequeñez de la causa y la magnitud del efecto en la predisposición orgánica creada por la herencia.
     Demás está, Sres., que trate de insistir mucho en demostraros la importancia de esta gran causa generatriz de la locura. En él ánimo de cada uno de vosotros se encuentra bastante arraigada esa opinión: todos sabéis que la locura puede trasmitirse de los ascendientes á los descendientes por la vía de la generación y por leyes muy complexas, saltando á veces por encima de una ó dos generaciones. Sabéis también que la herencia por parte de la madre es más enérgica y más frecuente; que puede tomar las vías colaterales, y que los matrimonios consanguíneos ó entre un círculo limitado de individuos preparan á la herencia un campo fértil y abonado donde poder germinar, produciendo al fin de su desarrollo seres degenerados. También tenéis sabido que perteneciendo todos los estados neuropáticos á una misma familia, pueden transformarse y trasmitirse transformados; siendo así la herencia trasmisible de una manera similar cuando da lugar á una afección semejante á la que engendró, ó bien por transformaciones; de modo que los descendientes de los histéricos y epilépticos ú otros estados, pueden presentar cualquiera de las formas de las afecciones mentales.
     En este sentido, Sres., parece hasta cierto punto agotado el estudio de esta materia; pero desde que los trabajos de Moreau (de Tours) y Morel han presentado la cuestión de la herencia bajo una nueva y distinta faz, estudiándola, nó en los ascendientes sino en los descendientes, su importancia ha aumentado considerablemente para todos aquellos que se interesan algo en el estudio de las afecciones mentales.
     Esos trabajos han demostrado, dice Legrand du Saulle, "que la locura trasmitida presenta caracteres distintos de la adquirida, y que siendo esos caracteres suficientemente claros para que puedan ser reconocidos clínicamente, justo y necesario es arrancar á la clasificación sintomática que generalmente se usa, una gran familia natural de la alienación mental, que tiene una etiología, una sintomatología y una evolución y pronóstico especial, como se ha arrancado muy recientemente "el grupo de las parálisis generales." Así pues: en el estado actual de la ciencia, la creación del grupo de las locuras hereditarias está perfectamente legitimada. Tal es, Sres. Académicos, el tema sobre el cual voy á tener el honor de presentaros algunas consideraciones.
     Ya desde el tiempo de Esquirol había presentido este profundo observador que la locura hereditaria tenía signos especíales. Al hablar de la manía trasmitida por herencia, dice:

"Que esa funesta trasmisión se pinta en la fisonomía, en las formas exteriores, en las ideas, en las pasiones, en los hábitos é inclinaciones de los que deben ser víctimas; se hace notar desde la infancia, y puede explicar una multitud de excentricidades, de irregularidades y de anomalías; y que advertido por algunos de esos signos, le fué dable anunciar un acceso de locura mucho antes de que estallara."

Por donde se ve que su observación le había hecho notar signos prodrómicos, por los cuales pudo predecir el acceso de locura, algún tiempo antes de su explosión. Pero harto tuvo que hacer el eminente sabio con solidificar la base del edificio que le había legado su ilustre maestro Pinel, por cuyo motivo quedó reservado á la ciencia moderna el honor de esclarecer y determinar la verdadera importancia de esta cuestión.
     Mientras el estudio de las afecciones mentales tuvo por cimiento la deficiente clasificación basada en la Sintomatología, no era posible que los alienistas comprendieran la importancia é interés que tiene el estudio de las locuras hereditarias. Para ello fué preciso que las investigaciones de Morel demostraran que los términos de Manía, Monomanía, Lipemanía y tantos otros, no eran más que síndromos de la enfermedad. En esa clasificación no se hace otra cosa que dar á la especie morbosa el nombre de la idea ó del acto que la domina; así es, que la alegría ó la tristeza dan lugar á los delirios alegres ó melancólicos, estúpidos ó razonados, maniacos, ó de persecución, &c. &;c.: y por poco que os fijéis en este punto, comprendereis fácilmente que la tal clasificación expone á tristes confusiones, recargando cada vez más el cuadro nosológico con nuevas entidades morbosas, á medida que la observación vaya señalando nuevas formas. ¿Queréis un ejemplo? M, Falret describe una forma de alieniacion parcial con predominio del temor al contacto de los objetos exteriores, nombre y forma que es de todo punto imposible conservar en la Nosología. El conocimiento de la forma es de bastante importancia porque simplifica el estudio de las enfermedades, y en este sentido es como han producido inmenso servicios los términos creados por Esquirol, disipando la confusión que existía en el estudio de las afecciones mentales; pero hoy, que el transcurso de los años y la incesante obra del perfeccionamiento* han dado mayor realce y claridad á las ciencias todas, hoy, señores, no bastan las formas para establecer entidades morbosas; se necesita algo más, y esa sólida base sdlo puede encontrarse en la naturaleza de la enfermedad, en la causa que la ha engendrado. Nada hay que demuestre más la distancia que separa el fondo de las formas, que lo que pasa en el mundo moral: ved á un individuo que llora ¿Podríais acaso asegurar que la emoción que produce las lágrimas es el pesar? ¿No tiene también ese privilegio la alegría ó un espasmo cualquiera? ¿La risa es siempre el efecto de la alegría, la dulzura el de la indulgencia y la caridad el de la bondad? Deteneos por un momento á la vista del ruinoso edificio de las Monomanías, donde se han creado tantos términos como ideas ó actos delirantes han dominado en la enfermedad. ¿Podría resistir al menor soplo de la crítica?
     Pero no quiero cansar por más tiempo vuestra indulgente atención, que es necesario reservar para el objeto final de este trabajo. Baste, pues, la sola indicación de que la clasificación presentada por Morel, '"''Locuras hereditarias,'' locuras por intoxicación, epiléptica, histérica ó hipocondriaca, locura simpática, idiopática y la demencia como forma terminativa, reúne las mejores condiciones, sin que por esto deba rechazarse de una manera sistemática el estudio de las formas que se presentan á nuestro estudio por las innegables ventajas que produce; y aquí es de recordarse el sublime pensamiento de uno de nuestros más queridos filósofos contemporáneos: ''Todos los sistemas, y ningún sistema: he ahí el sistema. El grupo de las locuras hereditarias, cuya creación se debe casi exclusivamente á los trabajos de Morel, tiene como ya se ha dicho caracteres propios en su etiología, en su sintomatología y en su evolución. En la primera, Sres., debe comprenderse no sólo la locura confirmada, cualquiera que sea su forma, sino también cualquiera otra neurosis que, como sabéis perfectamente, forman todas una misma familia.
     Las causas de la locura trasmitida pueden encontrarse desde el más simple estado intermediario entre la salud y la enfermedad, que algunos llaman Neurospanía, Neuropatía proteiforme ó Nervosismo, hasta la más profunda agenesía cerebral, la Idiocia; trasmitiéndose de una manera similar ó por transformaciones polimorfas. Y no se diga, Sres., que esta manera de ver la herencia exige siempre una constante é inevitable trasmisión; porque el papel de la herencia no es más que el combinar ó mezclar los elementos del padre y de la madre, y cuando los elementos de ambos son convergentes, la transmisión á los descendientes es entonces positiva y- de rápida evolución hasta llegar al último grado de la escala la idiocia; pero cuando esos elementos son divergentes, cuando la causa existe solamente en uno de los generadores, los elementos contrarios del otro generador vienen á combinarse con él, produciendo estados más ó menos variables según el predominio que tengan en la formación del fruto de su unión. Y así ey, Sres., como únicamente y por dicha del género humano puede admitirse en Patología el papel de la herencia.
     Esta puede ser además directa ó de padre á hijo, atávica ó viniendo de los abuelos, y colateral. El atavismo es un hecho demostrado desde hace largo tiempo en la Botánica y la Zoología. Todos vosotros sabéis que el cultivo llega gradualmente á prpducir tipos diferentes del primitivo: también se citan por Quatreñiges, entre otros ejemplos, unos moluscos marinos llamados Bíforos, que tienen la propiedad de vivir unos aislados y otros en colonia, y que siempre engendran loa primeros á los segundos y los segundos á los primeros, de modo que un biforo no se asemeja nunca al que lo engendró ni al que es engendrado por él.
     En Fisiología el atavismo es una de las leyes más constantes é importantes de la generación de los seres; y la Patología en general, y las afecciones mentales en particular presentan numerosos y positivos hechos que así vienen á demostrarlo. En cuanto á la trasmisión indirecta ó colateral, las numerosas estadísticas formadas por multitud de profesores dedicados especialinente al estudio de esta parte déla Patología, no dejan duda alguna sobre ella, Pero insistir en este tema que se presta á grandes comentarios, sería quizas enojoso, tanto más, cuanto que perteneciendoá estudios generales han de ser conocidos por todos vosotros. Pasemos pues á la declaración importante de nuestra proposición, buscando en la sintomatología ese sello de originalidad propia, necesaria para diferenciar las locuras hereditarias del resto de las del cuadro de la Nosología mental. La trasmisión de las enfermedades nerviosas, dice Morel, tiene á menudo una acción directa sobre los caracteres físicos del individuo; y la exactitud de esta  proposición la tiene más que demostrada la observación. El cráneo puede presentarse alterado en su volumen ó en su forma. A veces la osificación demasiado precoz de los huesos del cráneo da lugar al Microcéfalo; otras, por el contrario, su tardía consolidación y cierto grado de hidrocefalia producen el Macrocéfalo. Estas deformaciones acompañan á los estados más graves de la degeneración, la imbecilidad y la idiocia; pero las que coinciden con las formas menos graves, se limitan á abolladuras, crestas óseas ó depresiones en diferentes puntos de la cabeza, ó más generalmente á una prominencia exagerada de las regiones frontales, parietales ú oecipital. Las diferentes conformaciones viciosas del cráneo pueden reducirse á tres tipos: I) El simétrico, en el cual las dos mitades del cráneo no son iguales, bien sea en su volumen ó porque sus corvaduras y depresiones no se correspondan. 2) La prolongación exagerada de los diámetros antero-posteriores con disminución de los trasversales. 3). La depresión notable de la región occipital con pequeñez excesiva de todo el cráneo. M. Campagne, á cuyas investigaciones se debe el conocimiento de este tercer tipo, ha obtenido esa deformación en trece enajenados hereditarios que presentaban todos una manía razonadora.
     La cara presenta también anomalías tan notables como la del cráneo; falta la armonía del rostro, pudiendo ser asimétrico; se observan contracturas coreiformes parciales de uno ó varios músculos ó de los párpados; puede haber estrabismo y nistagmo. Los dientes se presentan irregulares, apretados unos contra otros, y los caninos en diferente plano que los incisivos, cubiertos de rugosidades. A veces falta del todo la segunda dentición, como lo ha notado Baillarger, y de seguro es siempre tardía.
     La úvula y la lengua se presentan frecuentemente mal conformadas: la primera hipertrofiada y cubierta de una mucosa espesa y con glándulas voluminosas y á veces bífida; la segunda presenta un grosor notable de. las papilas fungiformes, mucosa gruesa, rugosa y surcada por depresiones profundas é irregulares.
     La bóveda palatina se encuentra unas veces plana y otras con una convexidad muy exagerada; y la sutura media completamente separada, ó presentando un surco muy profundo. El pabellón de la oreja es también asiento de deformaciones: asimétrico unas veces, otras viciosamente itnplantado; suelen ser incompletas ó presentarse sin salidas y depresiones, sino como una lámina lisa. Los pies mal conformados, presentando las diversas formas de pié equino, pié de pina etc. Los órganos sexuales, rudimentarios ó plagados de vicios deconformación. Los sentidos perturbados á veces por las deformaciones de los órganos que forman parre de ellos, 6 bien por perversión del sensorium común. El gusto suele estar apagado ó presentando las anomalías más repugnantes, y la sordo-mudez es de lo más frecuente.
     La inervación motriz está igualmente perturbada: a veces tienen una especie de balanceamiento automático; otras cierta pesadez ó incertidumbre en la marcha, que reviste cierto tinte ó caracteres de la ataxia. Lo mismo resulta con la inervación sensitiva, sufriendo generalmente de un mal estar general ó especie de neuralgia difusa. Hay un estado habitual de hiperestesia ó anestesia, ó simples analgesias transitorias ó periódicas que explican las horribles mutilaciones que se infieren á sí mismos esos seres desgraciados.
     Las funciones genitales raras veces se desempeñan con regularidad, encontrándose sobrexcitadas ó completamente apagadas, á pesar de la buena conformación de los órganos exteriores cuando existen. Los más de ellos son estériles, y los  otros sólo producen seres cacoquímicos que mueren en la primera edad.
     La inteligencia presenta perturbaciones menos frecuentes y profundas que la parte moral y afectiva, notándose á veces la completa extinción de las facultades psíquicas con la persistencia de las facultades intelectuales. En los grados menos avanzados suele encontrarse que la inteligencia es muy activa; queconciben con facilidad sorprendente; que tienen una verbosidad agradable cuando no es petulante: sólo demuestran ciertas originalidades ó excentricidades y exaltaciones que para algunos ¡oh sarcasmo! son objeto de envidia.
     Pero si se examinan detenidamente esos individuos, se encontrará de seguro que sus brillantes dotes no son más que una actividad turbulenta y desordenada, producto de una excitación morbosa; que son incapaces de coordinar sus conocimientos, y mucho menos de fijarse en ninguna idea ni empresa durante el tiempo suficiente; que no producen nada útil para la sociedad, y que introducen generalmente la ruina y la desolación en el seno de las fanúlias. Sus escritos son difusos y llenos de frases sonoras y retumbantes, y con digresiones más ó menos alejadas de su objeto principal. Mas sin embargo, suele á veces la inteligencia presentar perturbaciones que atraen por sí solas la atención del observador, y que son tanto más notables cuanto que consisten en la pérdida completa ú olvido del verdadero conocimiento dé su persona, creyéndose cualquiera otro ser imaginario, Dios, Cristo, Rey, etc. Otras veces la perturbación consiste en un delirio de persecución, que se diferencia del que se presenta en los hipocondriacos, en que los primeros cuentan fácilmente sus cuitas á todos los que se presten á oirías, mientras que los segundos se encierran en un invencible mutismo.
     Uno de los grupos más curiosos y característicos de la locura hereditaria con predominio de las perturbaciones intelectuales propiamente dichas, es el de los inventores: actividad intelectual con falta de raciocinio y de atención, sin coordinación de ideas ni orden en sus trabajos, cuyo objeto por otra parte carece de utilidad práctica; agotan su ficticia exaltaciónen la prosecución de utopías irrealizables, y se creen siempre desconocidos y víctimas de la envidia de sus contemporáneos.
     Las facultades efectivas de los locos hereditarios se encuentran profundamente perturbadas. No aman más que á sí mismos: malos hijos, peores padres, esposos iusoportables; tienen el corazón frió y seco, y el fondo de su carácter se revela por el orgullo y el egoísmo. Tienen una ridicula exageración del Yo; su actitud, su modo de caminar, el fuego de la fisonomía, el lenguaje, los gestos, todo demuestra el orgullo que los domina. Se creen seres excepcionales, dotados de facultades sorprendentes, llenos de perfecciones: son habladores, presuntuosos, déspotas, y no soportan la menor contradicción, irritándose fácilmente. Volubles en sus afecciones, modifican sus sentimientos por las más fútiles causas: hipócritas, mentirosos y malévolos, son incapaces de ningún sentimiento elevado; son hostiles y envidiosos de todos los que los rodean, y disipadores é instintivamente llevados á la insubordinación; se hacen el azote de la sociedad y la vergüenza de la familia.
     Estos signos suelen dominar ellos solos todo el cuadro sintomatológico, ó bien no ocupar más que un lugar secundario. Otras veces predomina en el conjunto de síntomas la depresión, y la menor emoción los agovia y los sume en una profunda tristeza. Pero no siempre se demuestran esas perturbaciones por la exaltación ó depresión, sino que llegan á ser verdaderas perversiones. Entonces cometen actos instintivos extravagantes, inmorales, peligrosos, sin razón de ser, sin motivo alguno, como si fuesen fatalmente impulsados por una necesidad de su organismo. Ninguna concepción delirante viene entonces á dar la explicación de esos actos, y sólo una impulsión imperiosa é irresistible es la que se apodera de la voluntad del enfermo y la domina de una manera súbita é instantánea. Mr. Foville dice justaniente "que es una especie de fenómeno reflejo sin connivencia alguna con la voluntad."
     Otras veces la impulsión es más lenta; va gradualmente imponiéndose á la voluntad, y en estos casos los alienados comprenden el valor del acto moral que van á cometer; — conciben todo su alcance, logran á veces rechazarlo, y aun prevenir algunas personas. Pero otras no pueden dominar la impulsión; saben que van á perpetrar un acto criminal, y sin embargo, se ven arrastrados á obedecerla, dándose el hecho curioso de que lejos de rechazarla impulsión, concentran aveces
toda la actividad psíquica de que son capaces en asegurar la ejecuxíion de sus instintos. Después de ejecutados esos actos sienten un goce inexplicable, como resulta á los incendiarios y como si su alma se encontrase aliviada de una fuerza superior que estuviese ejerciendo sobre ella una presión irresistible.
     En resumen, la persistencia relativa de la inteligencia y el anquilamiento de la voluntad, que no puede resistir á las impulsiones insólitas, son los caracteres principales de la locura trasmitida: — esto es, el delirio de los actos con persistencia relativa y más ó menos aparente de las facultades intelectuales; y esta circunstancia es la que da al estudio de este grupo de las afecciones mentales una importancia de la mayor consideración en Medicina legal, no tan sólo por la necesidad de conocerla minuciosamente, sino también por las dificultades que encuentra el médico para hacer considerar como irresponsable de sus actos á un hombre que razona perfectamente, y que aun conserva á veces cierta aptitud intelectual deslumbradora.
     Por más que un observador profundo y habituado á esta clase de estudios encuentre el lado flaco de esas inteligencias exageradas, ardua será una tarea cuando tenga que llevar el conocimiento á las personas ajenas á esos estudios, y sólo el tiempo, dando á conocer en todas sus faces las manifestaciones originales de esta clase de alienados, será el que facilitará cada vez más la seguridad y claridad de su demostración.
     La locura razonadora , ó manía sin delirio, de Pinel ó Esquirol; la monomanía razonadora de Marc; la moral Insanity de Pritchard; la locura de acción de Brierre de Boistnont; la lipemanía razonadora; la locura lúcida de Trélat; la Estesiomanía de Bertliier; las Póeudo-monomanías de Delasiauve; la locura circular de Falret, ó de doble forma como la denominan otros autores; las monomanías instintivas como la piromanía, la cleptomanía, monomanía homicida y tantas otras que han venido á llenar de confusión el estudio de las afecciones mentales, pertenecen al grupo de las locuras hereditarias, no siendo más que síndromes que señalan la forma con que se manifiesta en los descendientes la trasmisión de la locura.
     La evolución de esta clase de locuras presenta también importantes caracteres para fijar su diagnóstico. Es esencialmente periódica, y los períodos de calma suceden á los de excitación ó depresión, á veces con regularidad bastante notable, siendo la duración de los intervalos muy variable. El cambio de un período á otro presenta á menudo caracteres de la mayor importancia: algunos sienten como signos premonitorios un mal estar extremo é indefinible con henmicráneas, neuralgias, trastornos de la digestión, insomnios más ó menos pertinaces, ensueños angustiosos y de carácter siniestro. Otros sienten una necesidad imperiosa de caminar, y se lanzan por la primera senda que se les piesenta, sin dirección ni objeto determinado, y continúan así a lo largo tiempo. Otras veces esos signos precursores se demuestian por una sensación de bien estar, de contentamiento y goce iíiexplicable. Mas sin embargo, suele á veces estallar el acceso de una manera súbita y sin que el menor indicio lo dé á sospechar, y los períodos no presentarse siempre con la semejanza que generalmente sucede.
     Por el rápido bosquejo que acaba de hacerse de la sintomatología y marcha de este grupo de las afecciones mentales, se deduce que para su mayor explicación deben admitirse varias clases que Morel reduce á cuatro. En la primera se comprenden aquellos que presentan la aptitud á contraer la locura con más facilidad que la generalidad de las personas. Estos individuos deliran fácilmente bajo la influencia délas más fútiles causas; y las condiciones neuropáticas en que se encuentran, constituyen una amenaza constante de la locura. La segunda clase comprende á todos aquellos en los cuales la herencia se revela por las perturbaciones del orden físico, intelectual y moral. En ellos se manifiesta la locura con más frecuencia por el delirio de los actos que por el de la palabra. Se distinguen por sus excentricidades, por la incoherencia y profunda inmoralidad y perversidad de sus actos. Aunque posean ciertas cualidades intelectuales más ó menos brillantes, no pueden nunca dirigir sus facultades hacia un objeto útil y sabio, y terminan más ó menos pronto por la esterilidad intelectual y física.
     Los actos peligrosos que cometen en el paroxismo de su locura, exigen á menudo la intervención de la Autoridad. Los períodos de excitación son generalmente cortos, y luego quedan al parecer tranquilos, ó bien con algún delirio sistematizado. Estos fenómenos se acompañan de perturbaciones notables de las funciones fisiológicas: temperamento nervioso predominando de un modo exagerado, ñlcilmente irritables; aptitud de cometer toda clase de excesos; vigilias prolongadas, privación de alimentos y apetitos genésicos desenfrenados ó bien completamente apagados.
     La tercera clase es sólo un estado intermediario. En los individuos que corresponden áella se da á conocer la transmisión de la locura desde la más temprana edad, por la inercia intelectual, y aunque pueden conservar ciertas disposiciones especiales para, las artes, no pueden nunca coordinar susideas.
La depravación moral es en ellos muy precoz, y muy características sus tendencias innatas al mal. La vagancia y los actos infantiles de crueldad y de rencorson los primeros signos que se notan, acompañados de degeneraciones físicas tales, como conformación viciosa de la cabeza, pequenez del cuerpo etc.; y cuando llegan ala virilidad, anomalías de excitación ó depresión de las funciones generatrices, y basta la esterilidad. Y por último, la cuarta clase que comprende los simples de espíritu, los imbéciles, los idiotas y cretinos.
     El pronóstico de las locuras heredadas es muchísimo más grave que el de las adquiridas, por no decir incurable; y lo es tanto más, cuanto más próxima á la infancia se hayan presentado las primeras manifestaciones, y éstas sean más complexas. Abrevian notablemente el término de la vida, y conducen rápidamente á la extinción de la familia. Por lo expuesto, señores, se ve, como dice Legrand du Saulle, que la herencia perpetuando en la especie las enfermedades nerviosas, las transforma y modifica de manera tal, que produce una serie de tipos morbosos que constituyen una verdadera familia nosológica, cuyos géneros y especies presentan en medio de una diversidad sintomática un conjunto de signos comunes con su fisonomía particular, su aire de familia y por las cuales es fácil reconocer su origen común, la misma causa generatriz, debiendo por lo tanto ocupar en la Nosología mental un puesto el más importante al lado de las locuras alcohólicas, epilépticas etc., que todo el mundo admite.
     Y decimos el más importante,. Sres. Académicos, porque el estudio de las locuras trasmitidas está ligado muy á menudo á cuestiones médico-legales de la mayor" importancia. La herencia, dice Moreau, (y con justa razón,) es el origen más frecuente de la propensión al crimen; y efectivamente, los locos hereditarios se ven arrastrados muy á menudo ante los tribunales para dar cuenta de sus actos criminales; y comoquiera que el -delirio de esos enajenados consiste más en sus actos que en sus ideas, el diagnóstico presenta muchas dificultades, necesitándose mucha severidad de principios y profundos conocimientos para no hacer de la ciencia una vergonzosa egida que sólo sirva para cubrir la perversidad de los verdaderos criminales. Y aun después de establecido ese diagnóstico, necesita el médico emplear esfuerzos inauditos para convencer á los jueces y al público en general, que un hombre que razona de una manera aceptable, y que al parecer goza de una buena inteligencia, puede ser un alienado irresponsable de sus acciones. Cuando el epiléptico comete un homicidio, lo hace en un momento de furor maniaco: sus facultades intelectuales se encuentran completamente abolidas; no escoge sus víctimas, sino que inconscientemente hiere y destruye cuanto se pone á su alcance, y al volver en sí no recuerda nada de lo pasado. El hipocondriaco mata, porque sus concepciones delirantes le hacen ver por doquiera seres que le persiguen y son el origen de sus padecimientos. El alcoholista lo hace bajo la influencia de una alucinación terrible, en la cual cree ver á su víctima bajo la forma de un ser fantástico que trata de devorarlo. Pero el loco hereditario, Sres., no comete sus crímenes de esta manera; hiere, mata, destruye é incendia sin saber por qué: no cree haberse defendido contra un ser fantástico como el alcoholizado; ni cree haberse vengado del que le perseguía como el hipocondriaco, ni lo ha hecho tampoco en medio de un furor maniaco que le priva del yo, como resulta al epiléptico, sino que ejecuta sus actos porque una cosa ajena á él lo ha impulsado. Tiene una especie de semiconciencia de lo que ha ejecutado; conserva su recuerdo y aprecia la gravedad del delito cometido. En ellos la impulsión es el hecho dominante: les falta esa especie de deliberación que se produce en el estado normal desde el momento en que se presenta á la imaginación la idea de hacer una cosa y su ejecución. El raciocinio aprecia la naturaleza y las consecuencias de las ideas percibidas por la imaginación; el libre albedrío la admite ó la rechaza, y entonces el acto ejecutado lo es por propia voluntad. Pues bien, esa especie de deliberación es la que falta en los locos hereditarios; obran porque una cosa les ha impulsado, y conservan en medio de sus maldades la apariencia de la calma más profunda. Fácil es, pues, concebir cuántas desgracias deben causar esos enfermos cuando son desconocidos y viven en las condiciones comunes de la existencia social, y la importancia que tiene el estudio de esta clase de locuras, por el profundo conocimiento que exigen para poder descorrer el velo que las cubre y hacerlas tomar en su verdadero valor, y la necesidad de investigar y fijarse en todos los detalles del modo como se ha producido el acto imputado, porque los elementos de diagnóstico se encuentran más en las circunstancias que han precedido, acompañado y seguido al acto ejecutado, que en su misma naturaleza.
     No hace todavía mucho tiempo que resonó en este recinto la autorizada voz de uno de nuestros más dignos y queridos colegas, con motivo de un informe médico-legal respecto del estado mental de D. A ... . A .... y C .... , contra el cual se seguía causa criminal por homicidio del Sr. C . . . . de  S F. En todo ese luminoso trabajo se ve demostrada de una manera palpable, no tan sólo por el médico informante, sino por otros ilustrados comprofesores que con prioridad reconocieron al referido D. A. . A. . y C. ., la aparente conservación de sus facultades intelectuales, que al profundo observador revela una exaltación morbosa con la perversión de sus facultades afectivas é instintivas. D. A. . . . A. ... y C, loco razonador y lúcido hasta cierto punto, es uno de los tipos más perfectos de la locura heredada; y la trasmisión de esa triste herencia la debe á ocho individuos de sus ascendientes. Después de la etiología, tiene el cuadro sintomático más completo que pueda pedirse, y hasta la evolución de la enfermedad, que se ha presentado con intervalos más ó menos largos, y siempre por las mismas causas emocionales y con el mismo carácter de exaltación y delirio de los actos.
     En la comisión del homicidio se ve el predominio de los instintos, el avasallamiento del libre albedrío, la falta de raciocinio, y después de la consumación del acto esa especie de satisfacción que se observa en esta clase de alienados cuando se ven  libres de las sugestiones de sus instintos.
Pues bien, señores, y en corroboración de lo que hace poco se lia dicho sobre las dificultades que encuentra el médico para llevar á la mente de los jueces las convicciones científicas y razonadas que le dominan en los casos en que la manifestación patológica sólo consiste en el delirio de los actos, recordad las vicisitudes por que ha tenido que atravesar ese proceso, y lo expuesto que estuvo á zozobrar cuando llegaba al punto final de tantos esfuerzos acumulados.
     Considerad que los conocimientos modernos sobre afecciones mentales hubieran sido tan sólo ligeramente desconocidos: ¡cuan fácilmente entonces habría perecido en un cadalzo ese infeliz, confundido con los más groseros criminales, no siendo más que un pobre loco! Bajo otro punto de vista es también muy importante conocer á fondo esta clase de alienados. La influencia que ejercen á veces en el bien estar y porvenir de las familias y la degeneración de la especie humana que produce la transmisión progresiva de la locura, exigen una intervención directa del médico.
     Por los signos anteriormente relatados se ve cuan fácilmente pueden introducir estos desgraciados en el hogar doméstico el trastorno y las disensiones, y cuantas veces ocultando sus defectos en público, reservan sus caprichos y crueldades para los miembros de su familia, que se ven en la necesidad de sufrir en silencio un triste y prolongado martirio, que cesaría con la intervención del médico, demostrando la existencia de un estado morboso, allí donde se creía ver los efectos de una vergonzosa pasión, ó de una maldad y perversidad inauditas.
     Otras veces no queda limitada la influencia perniciosa de esos seres al seno de la familia, sino que adornados de ciertas dotes de brillante apariencia, presentan á la faz de la socie dad utopías más ó menos realizables, que defendidas con la verbosidad y exaltación que constituye el fondo del carácter de estos individuos, logran arrastrar en pos de sí una multitud sedienta, como consecuencias naturales de la ley del progreso innata al hombre, de mejoras y adelantos en las instituciones sociales; multitud que como contraste original es tanto más numerosa cuanto más exageradas sean las doctrinas que se le predican. Sólo es dable al género humano conseguir cada vez más su perfeccionamiento con el transcurso de los años y el trabajo incesante de cada una generación; pero siempre que se quiera romper de una manera súbita y violenta el curso de las leyes naturales, sólo se obtendrán furiosos huracanes. Ved si nó los extraños y curiosos actos que no hace mucho dio á conocer la célebre "Comuna de París,'' admirando al mundo entero. ¿Queréis saber quiénes eran los antepasados de muchos de los que ocuparen sus más brillantes puestos? Leed una pequeña pero interesante obrar que acaba de publicar el Dr. Laborde, en que estudia los hombres y los actos de la insurrección de París ante la psicología morbosa, y en ella encontrareis que los ascendientes de algunos de esos hombres, y aun algunos de ellos mismos, estuvieron secuestrados en los Asilos de Charenton y Bicetre. Por otra parte, Sres., la trasmisión progresiva de la locura en los descendientes, trae como triste ó inevitable consecuencia 1ra degeneración de la especie. Ella ocasiona la esterilidad, ó por lo menos la muerte precoz de los niños.
     El Dr. Doutrebente tiene probado en varios cuadros genealógicos de familias que no han sabido combatir ó precaver esas causas degeneradoras, que á la tercera ó cuarta generación han desaparecido completamente. Así pues, el médico debe tener una intervención activa en los matrimonios de aquellas personas cuyos antepasados, y aun ellos mismos, presenten signos de esos estados neuropáticos: sólo sus consejos y dirección podrán salvar el porvenir de las familias, y en este sentido nunca estarán de más los esfuerzos que se empleen para hacerlo comprender así á la sociedad entera.
     El matrimonio de los que hayan sido locos y que no cuenten en sus ascendientes ningún caso de esta afección, siendo aquella producida por una causa moral exclusiva, podría verificarse en términos generales, y con tanta más razón, cuanto más aguda haya sido la manifestación de la locura. Pero si la locura está en relación con una causa orgánica persistente, y ésta es trasmisible, las circunstancias serán agravantes. La cronicidad de la enfermedad, su larga duración y demás condiciones graves que pudieran concebir, modificarían la opinión más ó menos favorable al matrimonio.
     Las locuras histéricas, epilépticas ó hipocondriacas, aunque sean un fenómeno patológico puramente personal, son graves, porque constituyen una de las causas generatrices de la locura trasmisible. . .
     El cruzamiento de individuos que presenten esos estados morbosos, ó solamente el germen de ellos con otros en completo estado de salud física y moral, constituyendo factores divergentes, será el objeto más importante de la profilaxia de esos estados.
     El matrimonio de hijos nacidos de padres alienados, puede ser considerado bajo dos faces: cuando las manifestaciones han sido simples, puede tenerse la esperanza de que gracias á la intervención de una sangre nueva podrá conseguirse una regeneración favorable; pero si las circunstancias presentan cierto aspecto de gravedad, si la evolución progresiva se verifica en transformaciones que revelen los elementos de la generación, como debilidad intelectual congénita, tendencias precoces hacia el mal &c. &c., el matrimonio debe prohibirse de una manera terminante.
     Los lazos de consanguinidad agravan seriamente todas las diversas condiciones en que pueda presentarse la cuestión del matrimonio de estos individuos, no siendo entonces posible conseguir que los descendientes salgan de la órbita fatal y progresiva de su degeneración, siendo los matrimonios consanguineos en general, tan fatales á la sociedad, que el profesor Devay ha demostrado en su tratado especial de la Higiene de las familias, que la quinta parte de ellos quedan estériles, y que los nacidos mueren la mayor parte, ó son cacoquímicos, idiotas, y siempre expuestos á multitud de enfermedades.
     En vista de las diferentes y curiosas faces con que puede presentarse á la observación el estudio de las locuras heredadas, y de la influencia que esa trasmisión ejerce en el género humano, afectando tan profundamente á la inteligencia y oponiéndose á la obra del progreso, ¿podríais dudar, Sres. Académicos, de su importancia? Creo que no. Y al llamar vuestra atención sobre una cuestión tan difícil y tan discutida aún, y cuyo estudio conduce de lleno al corazón de los problemas más arduos de la medicina mental, bosquejando tan ligeramente sus caracteres singulares, sólo me ha guiado el deseo de señalar las tendencias modernas en el estudio de esta parte, la más difícil é importante de la Patología, y que para pluma más hábil brinda aún numerosos datos que estudiar.

     He terminado, Sres.; y al realizar hoy uno de los más bellos ensueños que haya acariciado mi mente ocupando á vuestro lado un puesto, aunque el más insigniñcante de los trabajadores de este sagrado templo de la Inteligencia, permitidme que os dé las más ardientes gracias por vuestra benevolencia en admitirme en vuestro seno.
     Sólo podré traer al concurso de vuestras laboriosas tareas los esfuerzos de una buena voluntad, que estimulada por el afán de corresponder á la honra que hoy me congratula, se esforzará más y más en seguiros por la senda del estudio, siempre que vuestra inteligencia aguerrida ya en los rudos combates de la ciencia, se preste indulgente á guiarme en lo que me corresponda hacer para la incesante obra del Perfeccionamiento del hombre.

He dicho. 

La Azotea de Reina | El barco ebrio | Café París | La dicha artificial | Ecos y murmullos
Hojas al vientoPanóptico habaneroLa más verbosa
Álbum | Búsquedas | Índice | Portada de este número | Página principal
Arriba