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Hemos recibido los
resultados del premio UNEAC de literatura, 1997. Dos jóvenes escritores:
Ena Lucía Portela y Ariel Ribeaux ganaron los premios de novela
y de literatura infantil respectivamente. La primera lo logró con
su novela El pájaro: pincel y tinta china, mientras que el
segundo conquistó el premio con El oro de la edad, el cual
constituye un juego intertextual con los personajes de la conocida revista
para niños de José Martí. Miguel Mejides, jurado de
novela, calificó al libro de Portela como "una lograda aventura
narrativa". Por su parte, Francisco López Sacha, anunció
que a partir de 1998 serán nuevamente convocados los premios de
Cuento, Poesía, Teatro, Ensayo, Testimonio, Biografía y Monografía
Histórica. Agradecemos esta información que nos ha sido enviada
por Abelardo Mena desde La Habana.
La Habana Elegante tiene muchas más
razones para sentirse feliz. Al reciente suceso editorial de la novela
Tuyo será el Reino de Abilio Estévez, se suman ahora
los premios de novela Alfaguara ganados por el cubano Eliseo Alberto Diego
con Caracol Beach y el nicaraguense Sergio Ramírez con Margarita,
está linda la mar. Por la edición electrónica
de El País hemos sabido, además, que entre otros prestigiosos
nombres candidatos al premio había estado el de Abilio Estévez.
Llegue a todos los laureados la calurosa felicitación de nuestra
revista. Queremos agradecer esta buena nueva también a la amiga
Daína Chaviano quien fue la primera en hacernósla saber.
Por el ABC, también en su edición
electrónica, supimos--y ahora informamos a nuestros lectores--que
el escritor y crítico Saúl Yurkevich acaba de inaugurar la
Cátedra Extraordinaria Octavio Paz en la Universidad Autónoma
de México. También que ha sido presentada en la Casa de América
de Madrid la revista Hablar de poesía, la que en su primer
número incluye un poema inédito de Fernando Pessoa. Por otra
parte la bailarina soviética Maya Plisetskaya, a sus 73 años,
se prepara para actuar junto al Ballet Imperial Ruso.
Por nuestra parte, presentamos hoy el libro
Las comidas profundas del poeta y ensayista Antonio José
Ponte (Matanzas, 1964). Ponte es ingeniero hidráulico. En 1988 obtuvo
mención en ensayo en el concurso David (UNEAC) con su trabajo A
propósito de Marcel Proust. Entre sus libros publicados figuran:
Un seguidor de Montagine mira La Habana (Ediciones Vigía,
Matanzas, 1995), Trece poemas (1988), Poesía (1982-1989)
(1991) y el que aquí presentamos: Las comidas profundas (Éditions
Deleatur, Colección Baralanube, 1997) Ensayos, artículos
y poemas de Ponte se encuentran, además, diseminados en antologías,
revistas y libros dentro y fuera de Cuba.
En un juego ingenioso en el que se superponen las
frutas y los manjares pintados sobre el mantel de hule, las frutas y las
comidas escritas (empezando por el Espejo de Paciencia), la memoria,
y, a no dudar, el hambre misma, se circunscribe esta ronda habanera y cubana
que, como la del poeta Zequeira, tiene tanto de alucinante. Escritura de
ronda es ésta que empieza en una mesa habanera y, luego de un fascinante
viaje por galerías de sabores que conectan la cornucopia insular
con emperadores, reinos y viajeros, vuelve a concluir sobre la mesa silenciosa,
en La Habana.
Pero
si el librito de Ponte merece una lectura atenta y detenida, no menos atención
reclaman los excelentes dibujos de Ramón Alejandro quien ha captado
con inteligencia y buen gusto (puesto que de gusto se trata aquí)
el espíritu de Ponte. Lo recomendamos a nuestros lectores y les
ofrecemos el primer capítulo para que...muerdan. El libro está
a la venta (para los golosos empedernidos) en la librería Universal
(3090 S.W. 8th-Street, Miami, FL 33135). El teléfono de la librería
es el que sigue: (305) 642-7978. El correo electrónico: ediciones@kampung.net
Al trabajo de Ponte le sigue un incitante artículo
de Rolando Sánchez Mejías que hemos tomado de la revista
Diáspora(s). Dicha revista es el órgano de expresión
del proyecto del mismo nombre y sus coordinadores son Carlos Alberto Aguilera
y el propio Rolando Sánchez Mejías. Lo integran además:
Rogelio Saunders, Ricardo Alberto Pérez, Pedro Marqués de
Armas, Ismael González Castañer y José Manuel Prieto.
El proyecto Diáspora(s) no cuenta con ninguna ayuda institucional
del gobierno cubano y trabaja y se expresa con absoluta independencia del
discurso oficial. En otra sección de La Habana Elegante incluímos
un cuento escrito por Saunders que también vio la luz en este primer
número (No.1, septiembre 1997, La Habana) de la revista.
Intercalaremos, --como es natural--entre una y otra colaboración
los anuncios de los patrocinadores de La Habana Elegante. De esta
manera nuestros distinguidísimos lectores, y muy especialmente las
damas habaneras estarán al tanto de los mejores y más reputados
establecimientos de esta ciudad.
UNO
Un castillo en España...
Para referirse a alguien que hace planes imposibles,
castillos en el aire, los franceses acostumbran a decir que es dueño
de castillos en España. Por alguna razón les parece fantástica
la idea de que se alcen castillos en la tierra de al lado.
Escribo sobre la mesa de comer. La mesa está
cubierta con un mantel de hule, el hule con dibujos de comidas: frutas
y carne asada y copas y botellas, todo lo que no tengo. Mi castillo en
España es escribir de comidas. Sentarme a la mesa vacía y
tapar con la hoja en blanco los dibujos de comidas y escribir de comidas
en la hoja.
Un castillo en España por los años
del descubrimiento de América o un poco más tarde, bajo el
reinado del emperador Carlos V...
Se encontrarán dos reyes en ese castillo
alzado al sur de la península, cerca de las naves que regresan de
América. Que sea Sevilla, el Alcázar de Sevilla, sus jardines
sembrados de palmeras, arrayanes, naranjos, los jardines por donde Carlos
V e Isabel de Portugal se pasearon después de sus bodas.
Carlos V espera en el Alcázar de Sevilla
la llegada del otro monarca. Para concertar su reciente matrimonio recibió
miniaturas con retratos de todas las princesas casaderas de familias reinantes.
Conoce por efigie a los otros reyes de Europa, los ha visto en monedas
y medallas que le llegan como curiosidades. Pero de éste a quien
espera só1o tiene descripción en palabras y son noticias
confusas, encontradas.
Unos hablan de él en masculino, otros como
si fuera hembra. La contradicción de estas noticias puede explicarse
por lo prodigioso de las tierras donde reina. Esas tierras pertenecen ahora
al
César Carlos, a quien lisonjean con la imagen de un reino suyo
donde el sol no consigue ponerse. Carlos pasea su orgullo entre las aguas
del Alcázar, espera por ese rey o reina que le debe vasallaje. Ha
ordenado un festín para su recepción, habrá banquete
y música.Y al fin, después de tanta espera, ve acercarse
al séquito.
Se encuentran y todo lo que habían
contado al emperador parece justo ahora. En el séquito vienen guacamayos
vivos y gentecita de color cobrizo y hay alforjas de oro y de piedras preciosas.
Han hecho un largo viaje para arribar a este jardín de España,
el viaje más largo que pueda imaginarse y aún la imaginación
no cubriría tantas leguas.
El monarca recién desembarcado
merece los festejos con que lo reciben. Su presencia, como al emperador
toca reconocer, es de veras magnífica. Carlos mira largamente y
quisiera, a pesar de las prevenciones que le hacen, tenderle sus manos.
Al final, con toda delicadeza, toma en sus manos a la reina o al rey, piña
o ananás, como quiera que le llamen.
Se han dado cita en un jardín el emperador
del Sacro Imperio y la reina de las frutas, el monarca de apetito más
desmedido y la fruta más suntuosa entre todas las frutas del Nuevo
Mundo.
La piña llega de donde nunca
estará él. A Carlos corresponde esperar el regreso de las
expediciones, depender de los sentidos y de la inteligencia de otros, de
intereses ajenos. El Nuevo Mundo tiene a veces para él la
forma de una intriga, de un complot. Y eso precisamente vuelve a sentir
frente a la piña.
¿No le decimos a estar en un complot
estar en la piña?
Los rodea el jardín mediterráneo.
Por encima de los naranjos y de los arrayanes, de las aguas aromatizadas
y de las palmeras, el olor de la piña embalsama el jardín
del castillo. Virgilio Piñera lo escribirá después
de esta manera: <<El perfume de la piña puede detener a un
pájaro en el aire>>.
Los trinchadores de la mesa del rey se han
acercado. Carlos lleva la piña a su nariz de Habsburgo. El olor,
tan penetrante, marea. Como si para percibirlo fuera preciso atravesar
el océano y en ese olor estuvieran concentrados todos los vientos
de la travesía.
Lo que sostiene el emperador en sus manos
es el aire de todo su imperio. La luz de un sol que no se pone, de oro
viejo, permanece en su cáscara. Carlos descubre la majestad de la
piña, llega a considerar que un perfume semejante debería
acompañar a las personas de los reyes. La piña es el león
de las frutas y Carlos el león entre los monarcas.
Desatiende a los colores relampagueantes de
los pájaros, al azoro de los indígenas. No se fija demasiado
en el oro y las piedras volcadas en bandejas, está absorto en la
piña. La observa del mismo modo en que observaría a una ciudad
enemiga. Procura hallar la brecha por donde tomarla, revisa una armadura.
Los que rodean al emperador permanecen en
silencio. Todo el jardín espera inmóvil a que la voluntad
imperial caiga sobre la reina cautiva. Lo único vivo es el aletear
de los guacamayos.
Unos siglos después, en medio de una
disertación sobre el lechón asado, el ensayista inglés
Charles Lamb escribe un elogio de la piña. Opina que es el mejor
de los sabores, aunque quizás
demasiado trascendente. Un placer, si no pecaminoso, tan semejante
al pecado, que realmente la persona de conciencia delicada haría
bien en detenerse.
¿Pudo ser Carlos V persona de conciencia
delicada?
Hiere y excoria los labios de aquél
que se le acerque, continúa Lamb sobre la piña. Muerde
lo mismo que un beso de amante. Es un placer que bordea el dolor
por la fiereza y locura de su goce.
Los guacamayos aletean en parejas, las mujeres
y hombres indígenas comparten entre ellos el azoro, se refugian
unos en otros. No existe piedra, por rara o exquisita que sea, que no tenga
su doble en las alforjas. Aventan el oro pero el oro no es individuo nunca,
sino género, elemento.
¿Quién dijo que el dinero era
el quinto elemento de la naturaleza? ¿Auden?
La piña, a diferencia de todo esto,
es demasiado impar a los ojos del César. En toda Europa, en millas
y millas a la redonda, no hay otra como ella. Quienes tienen estudios teo1ógicos
lo saben, la fruta está más sola que un ángel e intuirlo
marea lo mismo que marea su olor dulce y picante. En toda la tierra
no hay otra piña para el emperador. Esto daría melancolía
a cualquiera de los reyes melancólicos.
Treinta o cuarenta años después,
viejo ya, retirado en el monasterio de Yuste, el antiguo emperador
Carlos manejará caravanas de alimentos con el mismo empeño
con que antes manejara los asuntos de gobierno. Correos que viajan de Lisboa
a Valladolid se apartarán del camino recto y demorarán sus
misiones con tal de llevar pescado de mar a su mesa. Desde Valladolid le
llegarán pasteles de anguila, terneros de Zaragoza, piezas de caza
desde Ciudad Real y perdices desde Jaén. Pondrán sobre su
mesa anchoas de Cádiz, lenguados de Lisboa y aceitunas y mazapanes
de Extremadura y Toledo. El mapa gastronómico de España
será un plano de campaña sobre la mesa del viejo César
Carlos. Sentado al centro de España, camera ostras frescas a pesar
de las distancias y los malos caminos hasta el mar.
Un estratega de la voracidad como él
tuvo que sentir, treinta o cuarenta años antes, su imposibilidad
frente a la piña. Es joven el Alcázar de Sevilla, domina
un gran imperio y de sus orillas alejadas le han traído a
esta reina cautiva y es en balde. Se conoce incapaz de comerla una vez
y pasar luego sus días sin ver a tenerla, pendiente más que
nunca de cada flota que arribe. Carlos teme que la piña (según
Lamb muerde igual que amante) le traiga la locura de amor de su madre Juana.
Se extendería entre ellos el océano
que desconoce.
Sobre el emperador cae la tristeza que sienten
los grandes monarcas, la tristeza del monarca extendido que no alcanzará
nunca a pisar sus propios límites. Y al fin no prueba la piña
ni le importa saber cuál de sus nobles come de ella.
Las comidas cubanas podrían empezar
por esa piña que Carlos V no come.
A punto de devorar el único pequeño
pan del día, he pensado en la falta que ese pan me hará más
tarde. Lo mismo que el emperador. El día que me toca atravesar hasta
otro pan pequeño es tan vasto como el océano desde Sevilla.
Días y días marcados por una ración de prisionero.
Supongo que al norte o al futuro abundarán
las piñas y los panes. Como un viejo cartógrafo que llena
sus mapas de ballenas y eolos y gente de las antípodas, coloco en
algún punto el Lugar de Donde Vienen Las Comidas Sabrosas (lo vi
en una postal, un cuadro de Paul Klee). Y todavía llamo a ese lugar
imaginario, Cuba.
Atiendo en el mantel a los dibujos de comidas.
El mantel cae sobre la mesa como un mapa. El primer libro de ese país
imaginario, Cuba, es el Espejo de Paciencia y ese libro habla ya
de comidas:
Un cortejo de criaturas mito1ógicas
-- náyades, sátiros, ninfas, silvanos, centauros -- se presta
a la apoteosis militar de unos vencedores, uno de esos momentos en que
el poeta está muy lejos de ser juzgado por su veracidad. El cortejo
trae ofrendas de flores y de frutas, carnes de río y de monte. Pero
nada de mar a la celebración de los poderes de la tierra. La única
fecundidad parece ser la de la isla. En vano Tetis, Glauco, Proteo,
las nereidas, focas y otras criaturas de sal se ofrecieron a participar
en la lucha. (Del mar vino el enemigo).
Ninfas, centauros, son juguetes mecánicos
como los que rodean a Carlos en su retiro de Yuste (otra pasión
suya, junto a la gastronomía). Son juguetes de la retórica.
Una ninfa de ésas no es más que una mujer disfrazada,
un lugar común en la poesía del siglo diecisiete. Si acaso
vive es porque carga un aguacate.
La cornucopia de todo lo sabroso se desborda
en ese desfile virreinal de Espejo de Paciencia. Y en
medio de ello, el poeta Silvestre de Balboa, si fue éste su autor,
se duele de una comida que le falta, que sólo tiene en palabras:
De aquellas hicoteas de Masabo,
Que no las tengo y siempre las alabo.
Puede que sean éstos los dos versos
más memorables del libro. Por la carne de jicotea, comida de relojeros
que es preciso desmontar huesito a huesito, puede comenzar el deseo por
las comidas cubanas.
Escribir de comidas es mi espejo de paciencia.
Bajo el mantel, la mesa debe tener esa memoria
de los muebles de la que están seguros tantos espiritismos.
Es una mesa vieja, la recuerdo de todas las mudadas. Llamo a una piña,
a un castillo en España, a un emperador viejo y antes joven,
a deseos de comer carne en mil seiscientos ocho. Llamo al espíritu
de las viejas comidas, pregunto por sus secretos.
La Habana, sin ninguna duda, es la mejor población de Cuba;
la mejor calle de la Habana es, sin contradicción, la del Obispo;
el más elegante establecimiento de la calle del Obispo es El
Fénix, de Hierro y Ca...
Consecuencia, El Fénix
es lo mejor de la Habana.
Las cubanas se distinguen por la expresión de la mirada,
el buen aire, la gracia encantadora y los menudos piececillos.
Para calzarlos tan solo usan las botitas de Garau,
hijo.
Almendras finas, avellanas, confites de licor, cremas, chocolates
de vainilla, misturas, canelones, anises, menta, pastillas, caramelos,
caprichos de azúcar con esencias finas, bombón fondeau, chocolate
napolitano, huevos panoramas. Multiplíquese cada título por
50 variedades distintas y envíe la bella lectora por un paquete
de cada uno á la Confitería francesa,
Obispo 51. No hay en la Habana quien ofrezca al público más
ricas confituras.
Está expendiendo la frutería El
Anon--Habana 73--la mejor leche fría y natural que
toman los mortales. Pura, limpia y espesa como una almendrada. Los niños
que lactan la prefieren a la mejor nodriza del mundo.
OLVIDAR ORÍGENES
Imaginar la República de las Letras fuera de la Historia, o dentro
de la Historia, pero intocada, sería perseverar en una mala abstracción
que casi toda la poesía moderna intenta borrar.
Otra ficción ha sido vincular la letra, inestricable e irreversiblemente,
a la tragedia de la Historia, de donde tomaría formas expresas
del dolor.
Las tentativas del retiro espiritual aún son posibles, siempre
que uno sepa que se retira hacia el silencio mortificante de las palabras,
heridas en la virtualidad que esperó lanzarlas hacia el infinito,
ya sea en nombre de Dios, ya sea en nombre de alguna Máquina liberadora
de Absoluto, ya sea en nombre de la Revolución.
Un escritor, para sobrevivir como escritor, necesita representar un
papel en la República de las Letras: y así arma su escenario,
que incluye el desencuentro, el equívoco, la batalla.
Pensar a Orígenes es situar a Orígenes en
un escenario: ya sabemos los vaivenes que ha necesitado sufrir Orígenes,
en manos de la política, en manos de la República de las
Letras, para cumplir su confirmación.
Mi relación con Orígenes es la relación
típica que un escritor inventa, o que un escritor está forzado
a tener con los fantasmas que recorren su escritura. Así, en períodos
de mi vida, he tratado de pensar a Orígenes en el olvido,
en acto de duelo, o con la prudencia con que un escritor aleja sus fantasmas.
Decía Macedonio Fernández que al español, o se
le mata o no queda ningún modo de impedir ser salvados por él.
Yo diría lo mismo de algunos escritores de Orígenes,
como diría lo mismo de Cortázar y de Borges, y de la escritura
de algunos amigos que sobreviven con la persistencia fantasmal propia
de un contemporáneo.
Pero olvidar a Orígenes es aceptar que existen
los orígenes, y como trato últimamente de luchar
contra la metafísica del orígen, olvidar es no abolir totalmente
la diferencia, firmando un pacto con el tiempo.
Y antes de señalar, de golpe, cuál ha sido mi vocación
por Orígenes, creo que habría que separar la
política mundanal de este grupo de su política escritural,
aun sabiendo la complicidad de ambas políticas. Pero creo que un
escritor debía de separarlas, aunque fuese tácticamente,
porque si no caeríamos en ese error tan típico de este país
de inventarle no sé qué destino sagrado o destino desastroso
a sus escritores, midiéndolos por sus vidas y no por sus escrituras.
El error inverso ha sido encontrarles a los libros su explicación
directa en la locura o en las perversiones de los hombres que los escriben.
La significación de Orígenes para mí ha
sido la significación que han podido tener algunas de sus
escrituras: la posibilidad de contar con un imaginario complejo, de una
apertura o conexión entre distintos órdenes de la vida, o
lo que es lo mismo: un concepto de Ficción en el orden del Absoluto.
Aquel que conozca cercanamente la larga y sólida tradición
de realismos de la literatura cubana, sabe de qué estoy hablando
al enfatizar la importancia de una Ficción en el orden del Absoluto,
aun con la cantidad peligrosa de metafísica que pueda tener
dicha expresión.
En este país de escritores artesanos, cualquier fuga de la escritura
y cualquier posibilidad de pensar escribiendo, ha sido mirada desde
la incredulidad, la incomprensión o la suspicacia.
Aunque los políticos no sean buenos lectores -pues un político
tiene la necesidad de efectuar "malas lecturas" para
hacer su labor con la realidad-, poseen el olfato capaz de intuir lo que
se encuentra en las mayúsculas de Ficción Absoluta.
Por eso los políticos no soportan la idea de una República
de las Letras. O la idea de un Coloquio donde no se hable solamente de
la retórica literaria de Orígenes. Los políticos
intuyen que Orígenes generó algunas mayúsculas
trascendentalistas, y una nostalgia del origen, y un énfasis
de la resurrección histórica, que pueden emplearse en situaciones
concretas de la política.
Nunca hubo una escritura tan hermética o difícil que no
haya podido ser "leída" por los imaginarios de la política.
Nunca hubo Ficción Absoluta-ni siquiera la de Mallarmé- que
no haya sido objeto de una intervención anticipatoria en nombre
de "lo real".
La otra lección de Orígenes derivada de su sentido
total de la ficción, es la idea del Libro: del Libro como
vastedad, como metáfora que encarna el mundo.
Antes de Orígenes no contábamos con dicha tradición.
La tradición cubana del libro es bastante mojigata, pues una tradición
de realismos nunca supone que un libro pueda ser algo más que algún
simple mecanismo de paginación que tiene su doble en la realidad.
Los realismos identifican la escritura con un sistema homogéneo
de signos que tienen exacta correspondencia en un lugar bien delimitado
con el rótulo REALIDAD. Y operan con esos signos como operaría
un dentista o un cirujano con sus materiales de trabajo: estirpándolos,
desechándolos, sustituyéndolos.
Es una tradición, en el mejor de los casos, del mot juste,
que no encuentra otra opción para el pensamiento que un movimiento
de la justicia de sus signos, de la justicia y de la "verdad"de sus signos.
Y la mayoría de los escritores de Orígenes no operó
con esta noción del lenguaje, pues hicieron de éste una extensión
de sus cuerpos; y esa noción abierta de la escritura-a la vez moderna
y romántica-tiene una importancia tremenda para escritores que quieren
tener con las palabras una relación orgánica.
Muchas páginas de Piñera, de Vitier y de Lezama dan la
impresión de no estar bien escritas, de que el escritor pudo haber
hecho un esfuerzo suplementario.Y es que sus palabras buscaban una suerte
de zoographiqué, de escritura o de huella de sus cuerpos.
Es como si esas escrituras nos hubieran dejado una materia protoplasmática
desde la cual es posible continuar escribiendo. No me refiero a la idea
de un Gran Texto o de un Libro Primordial que Orígenes pudo
escribir o que si no llegó a escribirlo enteramente hoy podríamos
completarlo. Me refiero a los fragmentos que uno podría articular,
de las singularidades que uno podría aprehender en relación
activa con dichas escrituras.
Si algo hay que reprocharles es no haber torcido más todavía
su idea de la escritura y su idea del libro: algo los mantuvo en
el círculo mágico de una metafísica del libro.
Tal vez dudaron demasiado de la vanguardia, de una dinámica
de la escritura más abierta a los espacios y los márgenes.
No digo que tuvieran que reproducir "las puntuales reacciones nerviosas
propias de los literatos" (W. Benjamín). Pienso mejor en las posibilidades
que vio Lezama en el coup de dés de Mallarmé, posibilidades
que Lezama no supo o no le interesó articular a la dinámica
abierta de los espacios modernos.
Otro principio vital de Orígenes fue la lectura como res
extensa del escritor. Quizás aquí radique la extraña
contemporaneidad de Orígenes: un sentido del mundo y de la
experiencia del mundo cifrados en la lectura y no en el Gran Viaje Moderno
o en las aventuras y avatares físicos del cuerpo. Lezama fue un
inusual explorador de bibliotecas. A través de las lecturas movilizó
zonas completas de la cultura y las hizo mutar en condensaciones regidas
por la imagen. A diferencia de Pound o de Eliot, Lezama no parece
trabajar con las ruinas de la historia. Lezama está más cerca
de Walter Benjamín: ambos esperaban que desde algún punto
de la Historia brotaría una fulguración redentora de
toda la extensión del tiempo. Si hay una sublimidad lezamiana, habría
que encontrarla en la dificultad de avanzar en una dirección resistente
y no en una extensión donde el metafísico pondría
en juego el "poema de la mente".
Y vamos a detenernos un momento, porque creo que aquí radica
uno de los problemas actuales que un poeta debe resolver si sabe
que cuenta con extensiones de distinta naturaleza: una extensión
que se puebla al paso de una imagen lanzada en pos de la resurrección,
o una extensión como prolongación de la mente. Hay
poetas que deciden la no existencia de extensiones tan sublimes.
Pero son poetas que, por lo general, contraen con el mundo una relación
pacífica. La Modernidad literaria produjo topografías
teratológicas, pues lo moderno tal vez sea una paradoja temporal
y no un corte preciso del tiempo: paradoja resultante de vectores de naturaleza
diferente y hasta contradictoria. Lezama es una rara mezcla de Santo Tomás
con Nietzsche con Lao Tse.
Para alguien cuya experiencia vital completa haya coincidido con la
actual experiencia política de modernidad perversa que es este país,
para alguien cuya experiencia vital haya sido decidida a favor del
animal político a que han sido reducidos los hombres
de este país, sabrá lo problemático de aceptar
que su tiempo es la encarnación suprema de una imagen. Aquello que
para Lezama y para Vitier fue un corte o fulminación o consecución
de la Historia, fue para otros hombres el dolor de la historia en
sus propios cuerpos. Lo que para ellos fue la cifra alquímica de
la Historia, fue para otros la marca secreta y a la vez impúdica
de la violencia de la historia en sus cuerpos.
Las empresas poéticas rara vez llegan a tiempo.
Es curioso como aún en las formas supremas del dolor poético
no hay palabras que rediman el dolor de la realidad que miden: las intensas
palabras de Paul Celan están muy lejos de los hornos crematorios.
Incluso si esas palabras bastaran para revivir todos los muertos, no alcanzarían
a borrar el horror que circuló entre ellas en nombre de la
Historia-esa misma Historia que les concedió la forma de Poesía.
Por eso toda extensión poética se vuelve sospechosa. Toda
imagen avanzando por una extensión debe sentirse amenazada
por los huecos negros de la Historia. Y toda mente fajada con una extensión
vacía debe saber reconocer en la blancura una posibilidad del horror.
Soy consciente del nihilismo que hay detrás de estas palabras.
También de la metafísica que se revela en ellas. Pero
me es difícil entender que las palabras provengan de Dios o de alguna
fuente oculta o de algún conjuro de hombres pobres.
No obstante, supimos, con Orígenes, que había un
Reino de la Poesía. Un Reino que empezamos a olvidar
cuando supimos que ni ellos ni nosotros habíamos llegado a tiempo:
ni para el ceremonial, ni para la crítica del ceremonial.
Recuerdo los años en que los paseos y contemplaciones por las
ciudades y paisajes de la isla tenían la consistencia del
eterno retorno. Era un tiempo de los orígenes donde todos
nos sabíamos de vuelta por el poder de las palabras: las imágenes
encarnaban donde quiera: en las ruinas civiles, en los espacios muertos
y sin nombre, en los soles que declinaban con el espanto de la identidad
perpetua. Un buen día uno comprende que las palabras no son tan
poderosas como para emprender el camino de vuelta: entonces uno se
imagina en un claro del bosque descifrando no se sabe qué
pasado donde uno intenta comprender por qué las palabras no son
tan poderosas como para emprender el camino de vuelta: entonces uno comienza
a borrar sus propias huellas, Y cuando termina, hace mutis por el foro.
(Intervención leída en el Coloquio sobre Orígenes
-Casa de las Américas, Octubre, 1994- en una mesa redonda cuyo tema
central fue "Orígenes y su influencia en los nuevos escritores")
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