balcón habanero
La sección Ecos y murmullos toma su nombre de otra que aparecía en las ediciones de La Habana Elegante bajo la dirección de Enrique Hernández Miyares. La dedicaremos a presentar libros publicados por autores cubanos, revistas y otras novedades así como a divulgar sus éxitos en concursos internacionales, nacionales o aquí en los Estados Unidos. Siempre que las recibamos con tiempo suficiente incluíremos también aquí las bases de concursos literarios, conferencias y encuentros. Asímismo, incluíremos esporádicamente notas originales de La Habana Elegante que-- sin previo aviso e intencionadamente--mezclaremos con las nuestras.
 
 
  Hemos recibido los resultados del premio UNEAC de literatura, 1997. Dos jóvenes escritores: Ena Lucía Portela y Ariel Ribeaux ganaron los premios de novela y de literatura infantil respectivamente. La primera lo logró con su novela El pájaro: pincel y tinta china, mientras que el segundo conquistó el premio con El oro de la edad, el cual constituye un juego intertextual con los personajes de la conocida revista para niños de José Martí. Miguel Mejides, jurado de novela, calificó al libro de Portela como "una lograda aventura narrativa". Por su parte, Francisco López Sacha, anunció que a partir de 1998 serán nuevamente convocados los premios de Cuento, Poesía, Teatro, Ensayo, Testimonio, Biografía y Monografía Histórica. Agradecemos esta información que nos ha sido enviada por Abelardo Mena desde La Habana. 
     La Habana Elegante tiene muchas más razones para sentirse feliz. Al reciente suceso editorial de la novela Tuyo será el Reino de Abilio Estévez, se suman ahora los premios de novela Alfaguara ganados por el cubano Eliseo Alberto Diego con Caracol Beach y el nicaraguense Sergio Ramírez con Margarita, está linda la mar. Por la edición electrónica de El País hemos sabido, además, que entre otros prestigiosos nombres candidatos al premio había estado el de Abilio Estévez. Llegue a todos los laureados la calurosa felicitación de nuestra revista. Queremos agradecer esta buena nueva también a la amiga Daína Chaviano quien fue la primera en hacernósla saber. 
     Por el ABC, también en su edición electrónica, supimos--y ahora informamos a nuestros lectores--que el escritor y crítico Saúl Yurkevich acaba de inaugurar la Cátedra Extraordinaria Octavio Paz en la Universidad Autónoma de México. También que ha sido presentada en la Casa de América de Madrid la revista Hablar de poesía, la que en su primer número incluye un poema inédito de Fernando Pessoa. Por otra parte la bailarina soviética Maya Plisetskaya, a sus 73 años, se prepara para actuar junto al Ballet Imperial Ruso. 
     Por nuestra parte, presentamos hoy el libro Las comidas profundas del poeta y ensayista Antonio José Ponte (Matanzas, 1964). Ponte es ingeniero hidráulico. En 1988 obtuvo mención en ensayo en el concurso David (UNEAC) con su trabajo A propósito de Marcel Proust. Entre sus libros publicados figuran: Un seguidor de Montagine mira La Habana (Ediciones Vigía, Matanzas, 1995), Trece poemas (1988), Poesía (1982-1989) (1991) y el que aquí presentamos: Las comidas profundas (Éditions Deleatur, Colección Baralanube, 1997) Ensayos, artículos y poemas de Ponte se encuentran, además, diseminados en antologías, revistas y libros dentro y fuera de Cuba. 
    En un juego ingenioso en el que se superponen las frutas y los manjares pintados sobre el mantel de hule, las frutas y las comidas escritas (empezando por el Espejo de Paciencia), la memoria, y, a no dudar, el hambre misma, se circunscribe esta ronda habanera y cubana que, como la del poeta Zequeira, tiene tanto de alucinante. Escritura de ronda es ésta que empieza en una mesa habanera y, luego de un fascinante viaje por galerías de sabores que conectan la cornucopia insular con emperadores, reinos y viajeros, vuelve a concluir sobre la mesa silenciosa, en La Habana. 
ilustración por Ramón AlejandroPero si el librito de Ponte merece una lectura atenta y detenida, no menos atención reclaman los excelentes dibujos de Ramón Alejandro quien ha captado con inteligencia y buen gusto (puesto que de gusto se trata aquí) el espíritu de Ponte. Lo recomendamos a nuestros lectores y les ofrecemos el primer capítulo para que...muerdan. El libro está a la venta (para los golosos empedernidos) en la librería Universal (3090 S.W. 8th-Street, Miami, FL 33135). El teléfono de la librería es el que sigue: (305) 642-7978. El correo electrónico: ediciones@kampung.net 
   
   Al trabajo de Ponte le sigue un incitante artículo de Rolando Sánchez Mejías que hemos tomado de la revista Diáspora(s). Dicha revista es el órgano de expresión del proyecto del mismo nombre y sus coordinadores son Carlos Alberto Aguilera y el propio Rolando Sánchez Mejías. Lo integran además: Rogelio Saunders, Ricardo Alberto Pérez, Pedro Marqués de Armas, Ismael González Castañer y José Manuel Prieto. El proyecto Diáspora(s) no cuenta con ninguna ayuda institucional del gobierno cubano y trabaja y se expresa con absoluta independencia del discurso oficial. En otra sección de La Habana Elegante incluímos un cuento escrito por Saunders que también vio la luz en este primer número (No.1, septiembre 1997, La Habana) de la revista. 
 Intercalaremos, --como es natural--entre una y otra colaboración los anuncios de los patrocinadores de La Habana Elegante. De esta manera nuestros distinguidísimos lectores, y muy especialmente las damas habaneras estarán al tanto de los mejores y más reputados establecimientos de esta ciudad. 
 


UNO

    Un castillo en España... 
    Para referirse a alguien que hace planes imposibles, castillos en el aire, los franceses acostumbran a decir que es dueño de castillos en España. Por alguna razón les parece fantástica la idea de que se alcen castillos en la tierra de al lado. 
    Escribo sobre la mesa de comer. La mesa está cubierta con un mantel de hule, el hule con dibujos de comidas: frutas y carne asada y copas y botellas, todo lo que no tengo. Mi castillo en España es escribir de comidas. Sentarme a la mesa vacía y tapar con la hoja en blanco los dibujos de comidas y escribir de comidas en la hoja. 
    Un castillo en España por los años del descubrimiento de América o un poco más tarde, bajo el reinado del emperador Carlos V... 
    Se encontrarán dos reyes en ese castillo alzado al sur de la península, cerca de las naves que regresan de América. Que sea Sevilla, el Alcázar de Sevilla, sus jardines sembrados de palmeras, arrayanes, naranjos, los jardines por donde Carlos V e Isabel de Portugal se pasearon después de sus bodas. 
    Carlos V espera en el Alcázar de Sevilla la llegada del otro monarca. Para concertar su reciente matrimonio recibió miniaturas con retratos de todas las princesas casaderas de familias reinantes. Conoce por efigie a los otros reyes de Europa, los ha visto en monedas y medallas que le llegan como curiosidades. Pero de éste a quien espera só1o tiene descripción en palabras y son noticias confusas, encontradas. 
    Unos hablan de él en masculino, otros como si fuera hembra. La contradicción de estas noticias puede explicarse por lo prodigioso de las tierras donde reina. Esas tierras pertenecen ahora al 
César Carlos, a quien lisonjean con la imagen de un reino suyo donde el sol no consigue ponerse. Carlos pasea su orgullo entre las aguas del Alcázar, espera por ese rey o reina que le debe vasallaje. Ha ordenado un festín para su recepción, habrá banquete y música.Y al fin, después de tanta espera, ve acercarse al séquito. 
     Se encuentran y todo lo que habían contado al emperador parece justo ahora. En el séquito vienen guacamayos vivos y gentecita de color cobrizo y hay alforjas de oro y de piedras preciosas. Han hecho un largo viaje para arribar a este jardín de España, el viaje más largo que pueda imaginarse y aún la imaginación no cubriría tantas leguas. 
     El  monarca recién desembarcado merece los festejos con que lo reciben. Su presencia, como al emperador toca reconocer, es de veras magnífica. Carlos mira largamente y quisiera, a pesar de las prevenciones que le hacen, tenderle sus manos. Al final, con toda delicadeza, toma en sus manos a la reina o al rey, piña o ananás, como quiera que le llamen. 
     Se han dado cita en un jardín el emperador del Sacro Imperio y la reina de las frutas, el monarca de apetito más desmedido y la fruta más suntuosa entre todas las frutas del Nuevo Mundo. 
     La  piña llega de donde nunca estará él. A Carlos corresponde esperar el regreso de las expediciones, depender de los sentidos y de la inteligencia de otros, de intereses  ajenos. El Nuevo Mundo tiene a veces para él la forma de una intriga, de un complot. Y eso precisamente vuelve a sentir frente a la piña. 
     ¿No le decimos a estar en un complot estar en la piña? 
     Los rodea el jardín mediterráneo. Por encima de los naranjos y de los arrayanes, de las aguas aromatizadas y de las palmeras, el olor de la piña embalsama el jardín del castillo. Virgilio Piñera lo escribirá después de esta manera: <<El perfume de la piña puede detener a un pájaro en el aire>>. 
     Los trinchadores de la mesa del rey se han acercado. Carlos lleva la piña a su nariz de Habsburgo. El olor, tan penetrante, marea. Como si para percibirlo fuera preciso atravesar el océano y en ese olor estuvieran concentrados todos los vientos de la travesía. 
     Lo que sostiene el emperador en sus manos es el aire de todo su imperio. La luz de un sol que no se pone, de oro viejo, permanece en su cáscara. Carlos descubre la majestad de la piña, llega a considerar que un perfume semejante debería acompañar a las personas de los reyes. La piña es el león de las frutas y Carlos el león entre los monarcas. 
     Desatiende a los colores relampagueantes de los pájaros, al azoro de los indígenas. No se fija demasiado en el oro y las piedras volcadas en bandejas, está absorto en la piña. La observa del mismo modo en que observaría a una ciudad enemiga. Procura hallar la brecha por donde tomarla, revisa una armadura. 
     Los que rodean al emperador permanecen en silencio. Todo el jardín espera inmóvil a que la voluntad imperial caiga sobre la reina cautiva. Lo único vivo es el aletear de los guacamayos. 
     Unos siglos después, en medio de una disertación sobre el lechón asado, el ensayista inglés Charles Lamb escribe un elogio de la piña. Opina que es el mejor de los sabores, aunque quizás 
demasiado trascendente. Un placer, si no pecaminoso, tan semejante al pecado, que realmente la persona de conciencia delicada haría bien en detenerse. 
     ¿Pudo ser Carlos V persona de conciencia delicada? 
     Hiere y excoria los labios de  aquél que se le acerque, continúa Lamb sobre la piña. Muerde  lo mismo que un beso de  amante. Es un placer que bordea el dolor por la fiereza y locura de su goce. 
     Los guacamayos aletean en parejas, las mujeres y hombres indígenas comparten entre ellos el azoro, se refugian unos en otros. No existe piedra, por rara o exquisita que sea, que no tenga su doble en las alforjas. Aventan el oro pero el oro no es individuo nunca, sino género, elemento. 
     ¿Quién dijo que el dinero era el quinto elemento de la naturaleza? ¿Auden? 
     La piña, a diferencia de todo esto, es demasiado impar a los ojos del César. En toda Europa, en millas y millas a la redonda, no hay otra como ella. Quienes tienen estudios teo1ógicos lo saben, la fruta está más sola que un ángel e intuirlo marea lo mismo que marea su olor dulce y picante. En  toda la tierra no hay otra piña para el emperador. Esto daría melancolía a cualquiera de los reyes melancólicos. 
     Treinta o cuarenta años después, viejo ya, retirado en el monasterio de Yuste, el antiguo  emperador Carlos manejará caravanas de alimentos con el mismo empeño con que antes manejara los asuntos de gobierno. Correos que viajan de Lisboa a Valladolid se apartarán del camino recto y demorarán sus misiones con tal de llevar pescado de mar a su mesa. Desde Valladolid le llegarán pasteles de anguila, terneros de Zaragoza, piezas de caza desde Ciudad Real y perdices desde Jaén. Pondrán sobre su mesa anchoas de Cádiz, lenguados de Lisboa y aceitunas y mazapanes de  Extremadura y Toledo. El mapa gastronómico de España será un plano de campaña sobre la mesa  del viejo César Carlos. Sentado al centro de España, camera ostras frescas a pesar de las distancias y los malos caminos hasta el mar. 
     Un estratega de la voracidad como él tuvo que sentir, treinta o cuarenta años antes, su imposibilidad frente a la piña. Es joven el Alcázar de Sevilla, domina un gran imperio y de sus orillas  alejadas le han traído a esta reina cautiva y es en balde. Se conoce incapaz de comerla una vez y pasar luego sus días sin ver a tenerla, pendiente más que nunca de cada flota que  arribe. Carlos teme que la piña (según Lamb muerde igual que amante) le traiga la locura de amor de su madre Juana. 
     Se extendería entre ellos el océano que desconoce. 
     Sobre el emperador cae la tristeza que sienten los grandes monarcas, la tristeza del monarca extendido que no alcanzará nunca a pisar sus propios límites. Y al fin no prueba la piña ni le importa saber cuál de sus nobles come de ella. 
     Las comidas cubanas podrían empezar por esa piña que Carlos V no come. 
     A punto de devorar el único pequeño pan del día, he pensado en la falta que ese pan me hará más tarde. Lo mismo que el emperador. El día que me toca atravesar hasta otro pan pequeño es tan vasto como el océano desde Sevilla. Días y días marcados por una ración de prisionero. 
     Supongo que al norte o al futuro abundarán las piñas y los panes. Como un viejo cartógrafo que llena sus mapas de ballenas y eolos y gente de las antípodas, coloco en algún punto el Lugar de Donde Vienen Las Comidas Sabrosas (lo vi en una postal, un cuadro de Paul Klee). Y todavía llamo a ese lugar imaginario, Cuba. 
     Atiendo en el mantel a los dibujos de comidas. El mantel cae sobre la mesa como un mapa. El primer libro de ese país imaginario, Cuba, es el Espejo de Paciencia y ese libro habla ya de comidas: 
     Un cortejo de criaturas mito1ógicas -- náyades, sátiros, ninfas, silvanos, centauros -- se presta a la apoteosis militar de unos vencedores, uno de esos momentos en que el poeta está muy lejos de ser juzgado por su veracidad. El cortejo trae ofrendas de flores y de frutas, carnes de río y de monte. Pero nada de mar a la celebración de los poderes de la tierra. La única fecundidad parece  ser la de la isla. En vano Tetis, Glauco, Proteo, las nereidas, focas y otras criaturas de sal se ofrecieron a participar en la lucha. (Del mar vino el enemigo). 
     Ninfas, centauros, son juguetes mecánicos como los que rodean a Carlos en su retiro de Yuste (otra pasión suya, junto a la gastronomía). Son juguetes de la retórica. Una ninfa de ésas no es  más que una mujer disfrazada, un lugar común en la poesía del siglo diecisiete. Si acaso vive es  porque carga un aguacate. 
     La cornucopia de todo lo sabroso se desborda en ese desfile  virreinal de Espejo de Paciencia.  Y en medio de ello, el poeta Silvestre de Balboa, si fue éste su autor, se duele de una comida que le falta, que sólo tiene en palabras: 
                  De aquellas hicoteas de Masabo, 
                  Que no las tengo y siempre las alabo. 
     Puede que sean éstos los dos versos más memorables del libro. Por la carne de jicotea, comida de relojeros que es preciso desmontar huesito a huesito, puede comenzar el deseo por las comidas cubanas. 
     Escribir de comidas es mi espejo de paciencia. 
     Bajo el mantel, la mesa debe tener esa memoria de los muebles de la que están seguros tantos  espiritismos. Es una mesa vieja, la recuerdo de todas las mudadas. Llamo a una piña,  a un castillo  en España, a un emperador viejo y antes joven, a deseos de comer carne en mil seiscientos ocho. Llamo al espíritu de las viejas comidas, pregunto por sus secretos. 
 
 

 La Habana, sin ninguna duda, es la mejor población de Cuba; la mejor calle de la Habana es, sin contradicción, la del Obispo; el más elegante establecimiento de la calle del Obispo es El Fénix, de Hierro y Ca... 
 Consecuencia, El Fénix es lo mejor de la Habana. 

 Las cubanas se distinguen por la expresión de la mirada, el buen aire, la gracia encantadora y los menudos piececillos. 
 Para calzarlos tan solo usan las botitas de Garau, hijo. 

 Almendras finas, avellanas, confites de licor, cremas, chocolates de vainilla, misturas, canelones, anises, menta, pastillas, caramelos, caprichos de azúcar con esencias finas, bombón fondeau, chocolate napolitano, huevos panoramas. Multiplíquese cada título por 50 variedades distintas y envíe la bella lectora por un paquete de cada uno á la Confitería francesa, Obispo 51. No hay en la Habana quien ofrezca al público más ricas confituras. 

 Está expendiendo la frutería El Anon--Habana 73--la mejor leche fría y natural que toman los mortales. Pura, limpia y espesa como una almendrada. Los niños que lactan la prefieren a la mejor nodriza del mundo. 
 
 

OLVIDAR ORÍGENES



Imaginar la República de las Letras fuera de la Historia, o dentro de la Historia, pero intocada, sería perseverar en una mala abstracción que casi toda la poesía moderna intenta borrar. 

Otra ficción ha sido vincular la letra, inestricable e irreversiblemente, a la tragedia de la Historia,  de donde tomaría formas expresas del dolor. 

Las tentativas del retiro espiritual aún son posibles, siempre que uno sepa que se retira hacia el silencio mortificante de las palabras, heridas en la virtualidad que esperó lanzarlas hacia el infinito, ya sea en nombre de Dios, ya sea en nombre de alguna Máquina liberadora de Absoluto, ya sea en nombre de la Revolución. 

Un escritor, para sobrevivir como escritor, necesita representar un papel en la República de las Letras: y así arma su escenario, que incluye el desencuentro, el equívoco, la batalla. 

Pensar a Orígenes es situar a Orígenes en un escenario: ya sabemos los vaivenes que ha necesitado sufrir Orígenes, en manos de la política, en manos de la República de las Letras, para cumplir su confirmación. 
José Lezama Lima
Mi relación con Orígenes es la relación típica que un escritor inventa, o que un escritor está forzado a tener con los fantasmas que recorren su escritura. Así, en períodos de mi vida, he tratado de pensar a Orígenes en el olvido, en acto de duelo, o con la prudencia con que un escritor aleja sus fantasmas. 

Decía Macedonio Fernández que al español, o se le mata o no queda ningún modo de impedir ser salvados por él. Yo diría lo mismo de algunos escritores de Orígenes, como diría lo mismo de Cortázar y de Borges, y de la escritura de algunos amigos que sobreviven con la persistencia  fantasmal propia de un contemporáneo. 

Pero olvidar a Orígenes es aceptar que existen los orígenes, y como trato últimamente de luchar  contra la metafísica del orígen, olvidar es no abolir totalmente la diferencia, firmando un pacto con el tiempo. 

Y antes de señalar, de golpe, cuál ha sido mi vocación por Orígenes, creo que habría que separar  la política mundanal de este grupo de su política escritural, aun sabiendo la complicidad de ambas políticas. Pero creo que un escritor debía de separarlas, aunque fuese tácticamente, porque si no caeríamos en ese error tan típico de este país de inventarle no sé qué destino sagrado o destino desastroso a sus escritores, midiéndolos por sus vidas y no por sus escrituras. El error inverso ha sido encontrarles a los libros su explicación directa en la locura o en las perversiones de los hombres que los escriben. 

La significación de Orígenes para mí ha sido la significación que han podido tener  algunas de sus escrituras: la posibilidad de contar con un imaginario complejo, de una apertura o conexión entre distintos órdenes de la vida, o lo que es lo mismo: un concepto de Ficción en el orden del Absoluto. 

Aquel que conozca cercanamente la larga y sólida tradición de realismos de la literatura cubana,  sabe de qué estoy hablando al enfatizar la importancia de una Ficción en el orden del Absoluto,  aun con  la cantidad peligrosa de metafísica que pueda tener dicha expresión. 

En este país de escritores artesanos, cualquier fuga de la escritura y cualquier posibilidad de pensar escribiendo, ha sido mirada desde la incredulidad, la incomprensión o la suspicacia. 

Aunque los políticos no sean buenos lectores -pues un político tiene  la necesidad  de efectuar  "malas lecturas" para hacer su labor con la realidad-, poseen el olfato capaz de intuir lo que se  encuentra en las mayúsculas de Ficción Absoluta. Por eso los políticos no soportan la idea de una República de las Letras. O la idea de un Coloquio donde no se hable solamente de la retórica  literaria de Orígenes. Los políticos intuyen que Orígenes generó algunas mayúsculas  trascendentalistas, y una nostalgia del origen, y un énfasis de la resurrección histórica, que pueden emplearse en situaciones concretas de la política. 

Nunca hubo una escritura tan hermética o difícil que no haya podido ser "leída" por  los imaginarios de la política. Nunca hubo Ficción Absoluta-ni siquiera la de Mallarmé- que no haya  sido objeto de una intervención anticipatoria en nombre de "lo real". 

La otra lección de Orígenes derivada de su sentido total de la ficción, es la idea del Libro: del  Libro como vastedad, como metáfora que encarna el mundo. 

Antes de Orígenes no contábamos con dicha tradición. La tradición cubana del libro es bastante mojigata, pues una tradición de realismos nunca supone que un libro pueda ser algo más que algún simple mecanismo de paginación que tiene su doble en la realidad. Los realismos identifican la escritura con un sistema homogéneo de signos que tienen exacta correspondencia en un lugar  bien delimitado con el rótulo REALIDAD. Y operan con esos signos como operaría un dentista o un cirujano con sus materiales de trabajo: estirpándolos, desechándolos, sustituyéndolos. 

Es una tradición, en el mejor de los casos, del mot juste, que no encuentra otra opción para el pensamiento que un movimiento de la justicia de sus signos, de la justicia y de la "verdad"de sus signos. Y la mayoría de los escritores de Orígenes no operó con esta noción del lenguaje, pues hicieron de éste una extensión de sus cuerpos; y esa noción abierta de la escritura-a la vez moderna y romántica-tiene una importancia tremenda para escritores que quieren tener con las palabras una relación orgánica. 

Muchas páginas de Piñera, de Vitier y de Lezama dan la impresión de no estar bien escritas, de que el escritor pudo haber hecho un esfuerzo suplementario.Y es que sus palabras buscaban una suerte de zoographiqué, de escritura o de huella de sus cuerpos. 

Es como si esas escrituras nos hubieran dejado una materia protoplasmática desde la cual es posible continuar escribiendo. No me refiero a la idea de un Gran Texto o de un Libro Primordial que Orígenes pudo escribir o que si no llegó a escribirlo enteramente hoy podríamos completarlo. Me refiero a los fragmentos que uno podría articular, de las singularidades que uno podría  aprehender en  relación activa con dichas escrituras. 

Si algo hay que reprocharles es no haber torcido más todavía su idea de la escritura y su idea del  libro: algo los mantuvo en el círculo mágico de una metafísica del  libro. Tal vez dudaron  demasiado de la vanguardia, de una dinámica de la escritura más abierta a los espacios y los  márgenes. No digo que tuvieran que reproducir "las puntuales reacciones nerviosas propias de los literatos" (W. Benjamín). Pienso mejor en las posibilidades que vio Lezama en el coup de dés de Mallarmé, posibilidades que Lezama no supo o no le interesó articular a la dinámica abierta de los espacios modernos. 

Otro principio vital de Orígenes fue la lectura como res extensa del escritor. Quizás aquí radique  la extraña contemporaneidad de Orígenes: un sentido del mundo y de la experiencia del mundo cifrados en la lectura y no en el Gran Viaje Moderno o en las aventuras y avatares físicos del cuerpo. Lezama fue un inusual explorador de bibliotecas. A través de las lecturas movilizó zonas completas de la cultura y las hizo mutar en condensaciones regidas por la imagen. A diferencia de  Pound o de Eliot, Lezama no parece trabajar con las ruinas de la historia. Lezama está más cerca de Walter Benjamín: ambos esperaban que desde algún punto de la Historia brotaría una  fulguración redentora de toda la extensión del tiempo. Si hay una sublimidad lezamiana, habría  que encontrarla en la dificultad de avanzar en una dirección resistente y no en una extensión donde el metafísico pondría en juego el "poema de la mente". 

Y vamos a detenernos un momento, porque creo que aquí radica uno de los problemas actuales  que un poeta debe resolver si sabe que cuenta con extensiones de distinta naturaleza: una  extensión que se puebla al paso de una imagen lanzada en pos de la resurrección,  o una extensión como prolongación de  la mente. Hay poetas que deciden la no existencia de extensiones tan  sublimes. Pero son poetas que, por lo general, contraen con el mundo una relación pacífica. La Modernidad  literaria produjo topografías teratológicas, pues lo moderno tal vez sea una paradoja temporal y no un corte preciso del tiempo: paradoja resultante de vectores de naturaleza diferente y hasta contradictoria. Lezama es una rara mezcla de Santo Tomás con Nietzsche con Lao Tse. 

Para alguien cuya experiencia vital completa haya coincidido con la actual experiencia política de modernidad perversa que es este país, para alguien cuya experiencia vital haya sido decidida a  favor del animal político a que han sido reducidos los hombres de este país, sabrá lo problemático  de aceptar que su tiempo es la encarnación suprema de una imagen. Aquello que para Lezama y  para Vitier fue un corte o fulminación o consecución de la Historia, fue para otros hombres  el dolor de la historia en sus propios cuerpos. Lo que para ellos fue la cifra alquímica de la Historia, fue para otros la marca secreta y a la vez impúdica de la violencia de la historia en sus cuerpos. 

Las empresas poéticas rara vez llegan a tiempo. 

Es curioso como aún en las formas supremas del dolor poético no hay palabras que rediman el dolor de la realidad que miden: las intensas palabras de Paul Celan están muy lejos de los hornos crematorios. Incluso si esas palabras bastaran para revivir todos los muertos, no alcanzarían a  borrar el horror que circuló entre ellas en nombre de la Historia-esa misma Historia que les  concedió la forma de Poesía. Por eso toda extensión poética se vuelve sospechosa. Toda imagen  avanzando por una extensión debe sentirse amenazada por los huecos negros de la Historia. Y toda mente fajada con una extensión vacía debe saber reconocer en la blancura una posibilidad del horror. 

Soy consciente del nihilismo que hay detrás de estas palabras. 

También de la metafísica que se revela en ellas. Pero me es difícil entender que las palabras provengan de Dios o de alguna fuente oculta o de algún conjuro de hombres pobres. 

No obstante, supimos, con Orígenes, que había un Reino de la Poesía. Un Reino que empezamos  a olvidar cuando supimos que ni ellos ni nosotros habíamos llegado a tiempo: ni para el ceremonial, ni para la crítica del ceremonial. 

Recuerdo los años en que los paseos y contemplaciones por las ciudades y paisajes de la isla  tenían la consistencia del eterno retorno. Era un tiempo de los orígenes donde todos  nos sabíamos de vuelta por el poder de las palabras: las imágenes encarnaban donde quiera: en las ruinas civiles, en los espacios muertos y sin nombre, en los soles que declinaban con el espanto de la identidad perpetua. Un buen día uno comprende que las palabras no son tan poderosas como  para emprender el camino de vuelta: entonces uno se imagina en un claro del bosque descifrando  no se sabe qué pasado donde uno intenta comprender por qué las palabras no son tan poderosas como para emprender el camino de vuelta: entonces uno comienza a borrar sus propias huellas, Y cuando termina, hace mutis por el foro. 

 (Intervención leída en el Coloquio sobre Orígenes -Casa de las Américas, Octubre, 1994- en una mesa redonda cuyo tema central fue "Orígenes y su influencia en los nuevos escritores")