La página Hojas al viento (título del primer poemario de Julián del Casal, editado en La Habana en 1890) estará dedicada a la divulgación de la poesía y la prosa de Julián del Casal, así como a ensayos, artículos y textos en general sobre su obra y vida. Hemos iniciado esta página con una breve selección de los poemas que integran el citado libro. El primero de ellos, Autobiografía, fue publicado por La Habana Elegante el 30 de marzo de 1890. Encontramos en estos versos algunas de las obsesiones de Casal: la atracción por lo fúnebre (con las referencias a "la Muerte" que hiere a sus "amantes compañeros",  a los "difuntos ensueños abortados", y a su propia juventud a la que ve "herida ya de muerte" ), la concepción del Arte como refugio y asilo ("Refúgiome del Arte en los misterios") y un no disimulado homoerotismo en una imagen en el que se regodean el placer y el sufrimiento: "Siento que el corazón sube a mis labios,/ Cual si en mi pecho la rodilla hincara/ Joven titán de miembros acerados". Otra idea sumamente interesante en el texto nos la ofrece Casal al construir (o más bien, deconstruir) el espacio de la Isla. La referencia a Cuba en el primer verso alcanza su verdadera significación dada, precisamente, su aparente intrascendencia. A partir de esa declaración inicial: "Nací en Cuba.", la isla se convierte en el marco de la autobiografía. La enmarca. Y esa Isla remeda un viaje en profundidad a los infiernos. Dicho en otras palabras: se trata de la Divina Comedia de Casal, en la que el Arte deviene un espacio para el ocultamiento o el paraíso (ese "átomo de oro") al que sólo puede accederse llegando al fondo del pantano. El campo (Casal recorre "los desiertos campos") no es el espacio paradisíaco que construyen el Diario de Navegación de Cristóbal Colón o el romanticismo; sino que, ahora es un espacio ocupado por "el fragor horrísono del rayo", "las gotas frías de la lluvia" y "la luz funeral de los relámpagos". Cuando en 1993, al conmemorar el centenario de la muerte de Casal, en La Habana, se me pidió el texto que debía aparecer en la tarja que iba a ser colocada en la fachada de la casa de Prado donde murió el poeta, no dudé en escoger los versos finales de Autobiografía. En la tarja se leería: "En esta casa murió el poeta Julián del Casal. Vivió y murió "para extraer un átomo de oro/ Del fondo pestilente de un pantano". Pensé entonces: "Nosotros también". 
 El conocido soneto Mis Amores se caracteriza por su rica factura modernista. Es un ejemplo (uno de los más representativos) de la estética de Casal basada en el trabajo con lo residual y lo fragmentario. En una primera lectura, el soneto parece sólo un inventario modernista ("el bronce, el cristal, las porcelanas") y un repertorio de sensaciones (eso sí, soberbiamente engastadas) que emanan de "la fragante esencia" y del "sonido del cuerno en la espesura". Desde luego que, suponiendo que el soneto fuese sólo eso, merecería de todas formas un importante lugar en la obra de Casal y en la del modernismo, lo cual ha sido ya ampliamente señalado por la Doctora Esperanza Figueroa. Los últimos versos del soneto encierran, sin embargo, su verdadero secreto, el secreto de su perfección y el de su modernidad. La declaración estética (no de otra cosa se trata el soneto) de Casal, el cortejo a la materia díscola del Arte (a su "virgen hermosura") acercan nuestro oído a los versos de Lezama: "Ah, que tú escapes...". Después de rendir, de poseer la materia artística, (el poema) el poeta contempla anonadado "la ensangrentada flor de su inocencia". Fíjemonos en la contradicción que el verso encierra: ensangrentada flor/ inocencia. Luego de conquistada la poesía, de ser poseída muchas veces sobre "el rico piano de marfil sonoro", la flor ensangrentada persiste en su inocencia. 
 Podríamos hablar en Casal de una poética del exilio y El sueño en el desierto (1886) es una prueba de ello. Se trata de una poética del deseo como lejanía. Así, "el hijo salvaje del desierto" sueña "en los verdes campos anchurosos" como el propio Casal soñaba con la nieve. Pero a todo esto hay que agregar la referencia a "la tribu que forma su familia/ en el lejano oasis misterioso". La idea de la familia como tribu y el ámbito mismo del poema (el desierto) nos sugieren el constante peregrinaje y, siempre, la tentadora y misteriosa lejanía, lo otro. Y, muy dentro del dilema del cubano, la imposibilidad de emigrar, la imposibilidad de irse: "Sólo ve, dilatadas las pupilas/ Desierto, el arenal ilimitado;/ Roja, la inmensa bóveda vacía".  
 Los dos sonetos que siguen (El Arte y En el mar) se inscriben en la atmósfera a que acabos de referirnos: el exilio como posibilidad latente ("¿Volveré? ¡quién lo sabe!"), y el Arte, una isla que se contrapone a otra: la propia. 
 Cerramos así la primera muestra de la poesía de Casal. Los comentarios que hemos agregado no constituyen en modo alguno, un análisis de los textos presentados, sino algunas ideas que los mismos nos han sugerido. Ahora dejamos a nuestros amigos en la compañía de los textos, con la esperanza de que ellos (los textos) se dejen finalmente escuchar. 
 

               AUTOBIOGRAFÍA 

     
        Nací en Cuba. El sendero de la vida 
        Firme atravieso, con ligero paso. 
        Sin que encorve mi espalda vigorosa 
        La carga abrumadora de los años. 
     
        Al pasar por las verdes alamedas, 
        Cogido tiernamente de la mano, 
        Mientras cortaba las fragantes flores 
        O bebía la lumbre de los astros, 
        Vi la Muerte, cual pérfido bandido, 
        Abalanzarse rauda ante mi paso 
        Y herir a mis amantes compañeros, 
        Dejándome, en el mundo, solitario. 
     
        ¡Cuán difícil me fue marchar sin guía! 
        ¡Cuántos escollos ante mi se alzaron! 
        ¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas! 
        Y ¡cuán lóbregos todos los espacios! 
        ¡Cuántas veces la estrella matutina 
        Alumbró, con fulgores argentados, 
        La huella ensangrentada que mi planta 
        Iba dejando en los desiertos campos. 
        Recorridos en noches tormentosas, 
        Entre el fragor horrísono del rayo, 
        Bajo las gotas frías de la lluvia 
        Y a la luz funeral de los relámpagos! 
     
        Mi juventud, herida ya de muerte, 
        Empieza a agonizar entre mis brazos. 
        Sin que la puedan reanimar mis besos, 
        Sin que la puedan consolar mis cantos. 
        Y al ver, en su semblante cadavérico, 
        De sus pupilas el fulgor opaco 
         -- Igual al de un espejo desbruñido --, 
        Siento que el corazón sube a mis labios, 
        Cual si en mi pecho la rodilla hincara 
        Joven titán de miembros acerados. 
     
        Para olvidar entonces las tristezas 
        Que como nube de voraces pájaros 
        Al fruto de oro entre las verdes ramas, 
        Dejan mi corazón despedazado, 
        Refúgiome del Arte en los misterios 
        O de la hermosa Aspasia entre los brazos. 
     
        Guardo siempre en el fondo de mi alma, 
        Cual hostia blanca en cáliz cincelado, 
        La purísima fe de mis mayores, 
        Que por ella en los tiempos legendarios 
        Subieron a la pira del martirio, 
        Con su firmeza heroica de cristianos, 
        La esperanza del cielo en las miradas 
        Y el perdón generoso entre los labios. 
     
        Mi espíritu, voluble y enfermizo, 
        Lleno de la nostalgia del pasado, 
        Ora ansia el rumor de las batallas, 
        Ora la paz de silencioso claustro, 
        Hasta que pueda despojarse un día 
        --Como un mendigo del postrer andrajo-- 
        Del pesar que dejaron en su seno 
        Los difuntos ensueños abortados. 
     
        Indiferente a todo lo visible, 
        Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasio, 
        Como si dentro de mi ser llevara 
        El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo! 
     
        Libre de abrumadoras ambiciones, 
        Soporto de la vida el rudo fardo, 
        Porque me alienta el formidable orgullo 
        De vivir, ni envidioso ni envidiado, 
        Persiguiendo fantásticas visiones, 
        Mientras se arrastran otros por el fango 
        Para extraer un átomo de oro 
        Del fondo pestilente de un pantano. 
     

        MIS AMORES 

        Soneto Pompadour 
     
            Amo el bronce, el cristal, las porcelanas, 
        Las vidrieras de múltiples colores, 
        Los tapices pintados de oro y flores 
        Y las brillantes lunas venecianas. 
     
            Amo también las bellas castellanas, 
        La canción de los viejos trovadores, 
        Los árabes corceles voladores, 
        Las flébiles baladas alemanas, 
     
            El rico piano de marfil sonoro, 
        El sonido del cuerno en la espesura, 
        Del pebetero la fragante esencia, 
     
            Y el lecho de marfil, sándalo y oro, 
        En que deja la virgen hermosura 
        La ensangrentada flor de su inocencia. 

     

        EL SUEÑO EN EL DESIERTO 
     
             Cuando el hijo salvaje del desierto 
        Ata su blanca yegua enflaquecida 
        Al fuerte tronco de gigante palma. 
        Y tregua dando a su mortal fatiga, 
        Cae en el lecho de tostada arena 
        Donde la luz reverberar se mira; 
        Sueña en los verdes campos anchurosos 
        En que se eleva la gallarda espiga 
        Dorada por el sol resplandeciente; 
        En la plácida fuente cristalina 
        Que le apaga la sed abrasadora; 
        En la tribu que forma su familia; 
        En el lejano oasis misterioso 
        Cuya frescura a descansar convida; 
        Y en el harem, poblado de mujeres 
        Bellas como la luz del mediodía, 
        Que entre nubes de aromas enervantes, 
        Prodigan al sultán dulces caricias. 
     
            Pero al salir del sueño venturoso 
        Sólo ve, dilatadas las pupilas. 
        Desierto, el arenal ilimitado; 
        Roja, la inmensa bóveda vacía. 
     

        EL ARTE 
     
        Soneto 
     
     
            Cuando la vida, como fardo inmenso, 
        Pesa sobre el espíritu cansado 
        Y ante el último Dios flota quemado 
        El postrer grano de fragante incienso; 
     
            Cuando probamos, con afán intenso, 
        De todo amargo fruto envenenado 
        Y el hastío, con rostro enmascarado, 
        Nos sale al paso en el camino extenso; 
     
            El alma grande, solitaria y pura 
        Que la mezquina realidad desdeña, 
        Halla en el Arte dichas ignoradas, 
     
            Como el alción, en fría noche obscura, 
        Asilo busca en la musgosa peña 
        Que inunda el mar azul de olas plateadas. 
     

        EN EL MAR 
     
        Soneto 
     
     
            Abierta al viento la turgente vela 
        Y las rojas banderas desplegadas, 
        Cruza el barco las ondas azuladas, 
        Dejando atrás fosforescente estela. 
     
            El sol, como lumínica rodela, 
        Aparece entre nubes nacaradas, 
        Y el pez, bajo las ondas sosegadas, 
        Como flecha de plata raudo vuela. 
     
            ¿Volveré? ¡quién lo sabe! Me acompaña 
        Por el largo sendero recorrido 
        La muda soledad del frío polo. 
     
            ¿Qué me importa vivir en tierra extraña 
        O en la patria infeliz en que he nacido 
        Si en cualquier parte he de encontrarme solo?