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La
página Hojas al viento (título del primer
poemario de Julián del Casal, editado en La Habana en 1890)
está dedicada a la divulgación de la poesía y la
prosa de Julián del Casal, así como a ensayos,
artículos y textos en general sobre su obra y vida.
"Nuestro
escandaloso cariño te persigue"...
José Lezama Lima
Que
un escritor consiga mantener vivo el interés en su obra a
través de generaciones de estudiosos, investigadores y
académicos, en general, ya nos dice mucho acerca de la vitalidad
de su obra literaria. Pero que -también a través
sucesivas generaciones- el escritor, sus preocupaciones, su obra, sigan
siendo motivos para la creación poética, tanto de sus
contemporáneos como de sus seguidores, nos indica claramente que
se ha convertido en eso que llamamos un clásico.
Julián del Casal y su legado
artístico han demostrado un poder de convocatoria que, en la
medida que pasa el tiempo, no sólo no disminuye, sino que se
acrecienta. Es esa urgencia la que mantiene vivo a Casal en
nosotros (o a nosotros en él). "Nuestro cariño
escandaloso" (como acertadamente lo calificara Lezama) no ha dejado
de perseguirlo. Hoy hemos querido ofrecer una pequeña
muestra de ese acoso apasionado. Los poemas de Mercedes
Matamoros, Bonifacio Byrne, Manuel Serafín Pichardo, y de los
"dos amigos" guanabacoenses, aparecieron en el número homenaje a
Casal de La Habana Elegante del 29 de octubre de 1893.
Hasta donde sabemos no volvieron a publicarse. Es curioso que un
poema haya aparecido con una firma tan enigmática ("los dos
amigos") en La Habana Elegante, sobre todo porque es el único de
los publicados en el periódico cuyo(s) autor(es) no firma(n)
explícitamente. ¿Quiénes fueron estos "dos
amigos"? El hecho de que, probablemente, el poema haya sido
escrito por un sólo autor -su brevedad, sencillez, unidad de
estilo parecen confirmarlo-, no hace sino complicar más las
cosas. ¿Se trataría de "dos amigos" que
mantenían una relación homosexual? Esto parece ser
bastante plausible si se lee con cuidado el texto del poema. En
efecto, Casal parece ser sólo un pretexto para arremeter contra
la hipocresía social. No es que esa nota no aparezca en
otros poemas de los que publicó ese número de La Habana
Elegante. Lo que sucede es que en ningún otro ese
tópico adquiere tanta fuerza, ni se vuelve tan insistente.
Nuestra entrega la completan textos
imprescindibles como los de José Manuel Poveda, José
Lezama Lima y Virgilio Piñera. También se incluyen
otros de Abilio Estévez, Sigfredo Ariel, Joaquín Cabeza
de León y Francisco Morán. Esperamos que los
lectores disfruten esta entrega y que, al leer los poemas, rindan a su
vez tributo personal a la memoria de Casal
A JULIÁN DEL
CASAL
¿Ya murió...? Pues mejor! No
siento duelo...
¿Qué halló en la
vida el soñador divino?
El abismo insondable de este suelo
Y el cansancio que rinde al peregrino.
Del eterno
dolor la copa amarga,
La burla del destino á sus clamores;
La triste convicción de hallar muy larga
Una existencia sin placer ni amores,
El estruendo del
mundo y su combate;
Todo lo noble con lo vil unido;
La mentida ovación que dan al vate,
Y hasta el mismo pesar de haber nacido.
Con un alma formada
por ensueños,
divina como un astro y candorosa,
No pudo nunca realizar sus sueños
En este mundo de egoismo y prosa.
Y ya no sufre...! Para
siempre mora
Bajo los pliegues del eterno manto!
¿Por qué la ingrata sociedad le
llora?
Atras el luto, el sentimiento, el llanto!
Si el sepulcro es su paz y
su resguardo,
¿Qué quieres con tu lloro, qué
imaginas?
¿Acaso piensas revivir al bardo
Para volverle á coronar de espinas?
No lo despiertes, por
piedad, y olvida,
Como siempre... ! Tú sabes,...
¡¡En la fiesta!!
Al que miraste indiferente en vida
Y hoy de la tumba en el cojín se
acuesta.
DOS AMIGOS
Sgo. de las Vegas, Obre. 25, 1893.
EN EL ENTIERRO DE
CASAL
Atenta
muchedumbre conmovida
ve pasar en silencio reverente,
el sombrío ataud del que
doliente
encontró pocas flores en la
vida.
Llora una juventud
desvanecida,
el triste eclipse de una luz
naciente;
solo allí el envidioso,
internamente
a la Muerte le dá la
bienvenida.
Enemigo de Dios y de su
hechura
lo mismo es Satanás; con loco
anhelo
llegar quiso hasta El, y en su
amargura
de gozo cruel su
corazón palpita,
cada vez que una nube enturbia el
cielo,
cada vez que una rosa se marchita.
Oct.1893
Mercedes Matamoros
A CASAL
(Elegia)
Miseria helada, eclipse de ideales,
De morir joven, triste certidumbre...
JULIÁN DEL CASAL.
Yo te debo
cantar. Aunque agobiado,
Mi nombre al tuyo alguna vez unido
Movió las iras ó corrió aplaudido,
Y hoy me parece que me quedo aislado
Al ver que para siempre tú has partido.
Mustio y fúnebre está cuanto
te ama:
Al sol le falta luz, fuego á la llama,
Sollozan los abetos y los tilos,
Dobléganse angustiados los pistilos
Y no trina la alondra, sino clama.
¡Cuánto pesar y luto y
desconsuelo!
¡Casal, en nuestras almas cómo ahondas!
Sólo hallamos gemidos en las frondas,
Cargada nube en el plomizo cielo,
Rumor doliente en las obscuras ondas.
Al calor de tu Nieve que, cual astro,
Deja en el mundo luminoso rastro,
Perdurarán lo pálido y lo yerto:
Petronio, en su bañera de alabastro,
Y Moisés, en su túmulo desierto.
La hermosa virgen del país del
loto
Y la deidad fantástica de Kióto
Rezan por su querido visionario....
Ya no hay piedras que brillen, que se ha roto
Quien las pula, su artista solitario.
De sus lechos de nácar,
resucita
En tus cantos la pléyade que asombra:
Saulo te aclama, Salomé te nombra,
Las Oceánidas lloran, Moreau grita
Y suspira La Reina de la Sombra.
Tu genio soñador, de goces
falto,
Al fin no tuvo que volar muy alto
En ese viaje triste y sin segundo;
Pequeño ha sido y rápido su salto,
Porque muy poco respiró en el mundo.
Sufriste sin luchar, y de la guerra
No hirió tu ser el vendaval deshecho;
Que á los que el cielo de su luz destierra,
No le vienen los males de la tierra,
La adversidad la llevan en su pecho.
No te manchó la sangre del
combate,
Ni te asaltó la ingratitud artera,
Ni abrió tu entraña la pasión que abate,
Siempre encontraste un corazón que late,
Idólatra felíz de la Quimera!
Si Venus te hizo presa, yo lo ignoro;
Yo sé que la Amistad te dió su mano,
La Admiración, su lauro y su tesoro,
Y que partió contigo como hermano,
El Rey del Plectro, sus estrofas de oro.
Al llegar el derrumbe de tu suerte,
Ni aun los Hados dejaron de quererte,
Y caiste sin queja ni agonía....
¡Si supiera envidiar, te envidiaría,
Porque te quiso amar hasta la Muerte!
22, Obre. 93. Manuel S. Pichardo
PALIDA MORS
Quién
lo dijera! Como una furia
cayó la muerte sobre tu seno,
porque... ¡quien sabe si es una injuria
el ser poeta, joven y bueno!
De tí no tuvo
lástima alguna,
cual no la tienen los aquilones
del blanco esquife que en la laguna
conduce alegre dos corazones.
¿Cuál fué
tu crimen? ¿Qué mal hiciste?
¡Ah! Si te hirieron con saña y dolo,
es porque siempre te vieron triste,
es porque siempre te vieron solo!
Abrazado al fantasma de tus
quimeras
descendiste á ala fosa, callada y fría,
porque el cielo ha querido que te murieras
para aumentar angustias como la mía.
Tu recuerdo irá siempre
junto conmigo
aunque mis ilusiones se desesperen:
la ternura del alma se fué contigo....
¡siempre se llevan algo los que se mueren!
En tus inimitables estrofas
bellas,
los apóstrofes llenos de pesimismo
me han parecido siempre que son estrellas
asomadas al borde de un negro abismo.
Como adorables flores guardo
tus versos
y en ellos hallar supe secreto aroma;
son el ala de un ángel porque son tersos:
quéjase oculto en ellos una paloma.
Se hospedaba en tu numen la
fantasía
como se hospeda el iris en las cascadas:
tu verso era un asilo que no se abría
más que para las almas infortunadas!
No me fué dable ver tus
despojos,
mas, desde lejos y con la mente,
arrodillado cerré tus ojos
y arrodillado besé tu frente.
¿Cuál fué
tu crimen? ¿Qué mal hiciste?
¡Ah! Si te hirieron con saña y dolo,
es porque siempre te vieron triste,
es porque siempre te vieron solo!
1893 Bonifacio Byrne
JULIÁN DEL CASAL
Canto églego
Grave
compañero, nocturno mastín funeraria
que atisbas el Tránsito al brillo de tu lampadario.
y doblas tus dobles con lento ademán:
dime si le viste, y dime a qué obscura ribera
fue el dulce poeta precito en su marcha postrera,
Cerbero que espías a los que se van.
Aquel heresiarca fue todo de pétalo y
cántico;
bardo decadente, llevó un dulce nombre
romántico;
cantó en loa del bien sonatinas del mal;
loco de tristeza, gimió su pesar taciturno,
flamínea en su frente la lívida luz de
Saturno,
rapsoda del propio relato fatal.
Niño alucinado, previó que se
iría temprano,
e indolentamente, tendió hacia la sombra su mano,
cual vaso vacío al escanciador.
Murió para el gozo, que artero un callado verdugo
le puso en el vaso, tal como a los magos de Hugo,
perenne brebaje de angustia y rencor.
Le halló la alborada tallando en zafiro el
espacio,
lanzando sus hojas marchitas al viento despacio,
puliendo en facetas su desilusión;
fogoso y doliente, con fuego y dolores del trópico,
torvo e intranquilo, debajo de su credo utópico,
y con sed de vicios en el corazón.
Mas vino la tarde. Nevaba, y un lírico
anhelo
llevóle a otra senda,bajo otro mirífico cielo,
sobre una gran cumbre de Serenidad.
Vio egregias visiones: a Saulo en el santo camino,
y al bardo del Lacio, gozando su infausto destino,
con indefinible voluptuosidad.
Y al fin fue la noche. Satán murmuró
su trisagio
y dijo el ritual. Baudelaire en monótono adagio
cantó las antífonas turbias del mal;
Volupta fue diosa; Tristeza fue goce y demencia;
fue cuerda quebrada de orgasmo y de luto Juvencia;
Saturno vertía su lumbre letal.
Abrióse una tumba. Cayó como cae una
estrella
en el infinito, sin más oblación ni otra
huella
que lívida estela de efímera luz.
Divino blasfemo para el que fue odiosa Natura,
no pudo en el vago Moriah donde ha11ó sepultura
crecer una flor ni elevarse una cruz.
Grave compañero, nocturno mastín
funerario,
que atisbas el Tránsíto al brillo de tu
lampadario,
y doblas tus dobles con lento ademán:
dime si le viste, y dime a qué oscura ribera
fue el dulce poeta precito en su marcha postrera,
Cerbero que espías a los que se van.
José Manuel Poveda
ODA A
JULIÁN DEL CASAL
Déjenlo,
verdeante, que se vuelva;
permitidle que salga de la fiesta
a la terraza donde están dormidos.
A los dormidos los cuidará quejoso,
fijándose cómo se agrupa la mañana
helada.
La errante chispa de su verde errante,
trazará círculos frente a los dormidos
de la terraza, la seda de su solapa
escurre el agua repasada del tritón
y otro tritón sobre su espalda en polvo.
Dejadlo que se vuelva, mitad ciruelo
y mitad piña laqueada por la frente.
Déjenlo que acompañe sin hablar,
permitidle, blandamente, que se vuelva
hacia el frutero donde están los osos
con el plato de nieve, o el reno
de la escribanía, con su manilla de ámbar
por la espalda. Su tos alegre
espolvorea la máscara de combatientes japoneses.
Dentro de un dragón de hilos de oro,
camina ligero con los pedidos de la lluvia,
hasta la Concha de oro del Teatro Tacón,
donde rígida la corista colocará
sus flores en el pico del cisne,
como la mulata de los tres gritos en el vodevil
y los neoclásicos senos martillados por la
pedantería
de Clesinger. Todo pasó
cuando ya fue pasado, pero también pasó
la aurora con su punto de nieve.
Si lo tocan, chirrían sus arenas;
si lo mueven, el arco iris rompe sus cenizas.
Inmóvil en la brisa, sujetado
por el brillo de las arañas verdes.
Es un vaho que se dobla en las ventanas.
Trae la carta funeral del ópalo.
Trae el pañuelo de opopónax
y agua quejumbrosa a la vista
sin sentarse apenas, con muchos
quédese, quédese,
que se acercan para llorar en su sonido
como los sillones de mimbre de las ruinas del ingenio,
en cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla
de su infantil chaqueta marinera.
Pregunta y no espera la respuesta,
lo tiran de la manga con trifolias de ceniza.
Están frías las amadas florecillas.
Frías están sus manos que no acaban,
aprieta las manos con sus manos frías.
Sus manos no están frías, frío es el
sudor
que le detiene en su visita a la corista.
Le entrega las flores y el maniquí
se rompe en las baldosas rotas del acantilado.
Sus manos frías avivan las arañas ebrias,
que van a deglutir el maniquí playero.
Cuidado, sus manos pueden avivar
la araña fría y el maniquí de las
coristas.
Cuidado, él sigue oyendo cómo evapora
la propia tierra maternal,
compás para el espacio coralino.
Su tos alegre sigue ordenando el ritmo
de nuestra crecida vegetal,
al extenderse dormido.
Las formas en que utilizaste tus disfraces,
hubieran logrado influenciar a Baudelaire.
El espejo que unió a la condesa de Fernandina
con Napoleón Tercero, no te arrancó
las mismas flores que le llevaste a la corista,
pues allí viste el aleph negro en lo alto del
surtidor.
Cronista de la boda de Luna de Copas
con la Sota de Bastos, tuviste que brindar
con champagne gelé por los sudores
fríos
de tu medianoche de agonizante.
Los dormidos en la terraza,
que tú tan sólo los tocabas quejumbrosamente,
escupían sobre el tazón que tú le llevabas a
los cisnes.
No respetaban que tú le habías
encristalado la terraza
y llevado el menguante de la liebre al espejo.
Tus disfraces, como el almirante samurai,
que tapó la escuadra enemiga con un abanico,
o el monje que no sabe qué espera en El Escorial,
hubieran producido otro escalofrío en Baudelaire.
Son sombríos rasguños, exagramas chinos en tu
sangre,
se igualaban con la influencia que tu vida
hubiera dejado en Baudelaire,
como lograste alucinar al Sileno
con ojos de sapo y diamante frontal.
Los fantasmas resinosos, los gatos
que dormían en el bolsillo de tu chaleco estrellado,
se embriagaban con tus ojos verdes.
Desde entonces, el mayor gato, el peligroso genuflexo,
no ha vuelto a ser acariciado.
Cuando el gato termine la madeja,
le gustará jugar con tu cerquillo,
como las estrías de la tortuga
nos dan la hoja precisa de nuestro fin.
Tu calidad cariciosa,
que colocaba un sofá de mimbre en una estampa
japonesa,
el sofá volante, como los paños de fondo
de los relatos hagiográficos,
que vino para ayudarte a morir.
El mail coach con trompetas
acudido para despertar a los dormidos de la terraza,
rompía tu escaso sueño en la madrugada,
pues entre la medianoche y el despertar
hacías tus injertos de azalea con araña
fría,
que engendraban los sollozos de la Venus Anadyonema
y el brazalete robado por el pico del alción.
Sea maldito, el que se equivoque y te quiera
ofender, riéndose de tus disfraces
o de lo que escribiste en La Caricatura,
con tan buena suerte que nadie ha podido
encontrar lo que escribiste para burlarte
y poder comprar la máscara japonesa.
Cómo se deben haber reído los ángeles,
cuando saludabas estupefacto
a la marquesa Polavieja, que avanzaba
hacia ti para palmearte frente al espejo.
Qué horror, debes haber soltado un lagarto
sobre la trifolia de una taza de té.
Haces después de muerto
las mismas iniciales, ahora
en el mojado escudo de cobre de la noche,
que comprobaban al tacto
la trigueñita de los doce años
y el padre enloquecido colgado de un árbol.
Sigues trazando círculos
en torno a los que se pasean por la terraza,
la chispa errante de tu errante verde.
Todos sabemos ya que no era tuyo
el falso terciopelo de la magia verde,
los pasos contados sobre alfombras,
la daga que divide las barajas,
para unirlas de nuevo con tizne de cisnes.
No era tampoco tuya la separación,
que la tribu de malvados te atribuye,
entre espejo y el lago.
Eres el huevo de cristal,
donde el amarillo está reemplazado
por el verde errante de tus ojos verdes.
Invencionaste un color solemne,
guardamos ese verde entre dos hojas.
El verde de la muerte.
Ninguna estrofa de Baudelaire,
puede igualar el sonido de tu tos alegre.
Podemos retocar,
pero en definitiva lo que queda,
es la forma en que hemos sido retocados.
¿Por quién?
Respondan la chispa errante de tus ojos verdes
y el sonido de tu tos alegre.
Los frascos de perfume que entreabriste,
ahora te hacen salir de ellos como un homúnculo,
ente de imagen creado por la evaporación,
corteza del árbol donde Adonai
huyó del jabalí para alcanzar
la resurrección de las estaciones.
El frío de tus manos,
es nuestra franja de la muerte,
tiene la misma hilacha de la manga
verde oro del disfraz para morir,
es el frío de todas nuestras manos.
A pesar del frío de nuestra inicial timidez
y del sorprendido en nuestro miedo final,
llevaste nuestra luciérnaga verde al valle de
Proserpina.
La misión que te fue encomendada,
descender a las profundidades con nuestra chispa verde,
la quisiste cumplir de inmediato y por eso escribiste:
ansias de aniquilarme sólo siento.
Pues todo poeta se apresura sin saberlo
para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.
Ahora ya sabemos el esplendor de esa sentencia tuya,
quisiste llevar el verde de tus ojos verdes
a la terrna de los dormidos invisibles.
Por eso aquí y allí, con los excavadores de la
identidad,
entre los reseñadores y los sombrosos,
abres el quitasol de un inmenso Eros.
Nuestro escandaloso cariño te persigue
y por eso sonríes entre los muertos.
La muerte de Baudelaire, balbuceando
incesantemente: Sagrado nombre, Sagrado nombre,
tiene la misma calidad de tu muerte,
pues habiendo vivido como un delfín muerto de
sueños,
alcanzaste a morir muerto de risa.
Tu muerte podía haber influenciado a Baudelaire.
Aquel que entre nosotros dijo:
ansias de aniquilarme sólo siento,
fue tapado por la risa como una lava.
En esas ruinas, cubierto por la muerte,
ahora reaparece el cigarrillo que entre tus dedos se
quemaba,
la chispa con la que descendiste
al lento oscuro de la terraza helada.
Permitid que se vuelva, ya nos mira,
qué compañía la chispa errante de su errante
verde,
mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.
José Lezama Lima
NATURALMENTE
EN 1930
Como un pájaro
ciego
que vuela en la luminosidad de la imagen
mecido por la noche del poeta,
una cualquiera entre tantas insondables
vi a Casal
arañar un cuerpo liso, bruñido.
Arañándolo con tal vehemencia
que sus uñas se rompían,
y a mi pregunta ansiosa respondió
que adentro estaba el poema.
Virgilio Piñera
EL AMIGO DEL
CONDE KOSTIA
Sale a dibujar
los candelabros
con aires de soledad.
Ansia buscar el pájaro, los corales;
era idéntico al ejercicio de su sombra,
creó una nave embrujada por sus polvos
y no buscó los demonios que huían.
Era la ceremonia a los arlequines azules:
propuso nieve para proteger la catedral.
El purificó los mármoles, las hojas de algún
invierno,
soñó mercaderes cansados.
Amamantó la luna de París con porcelana china,
convocó las imágenes,
creyó en el reverso de la permanencia
y dejó su fantasma por la calle Cuba
corriendo tras los ojos
de un Mallarmé trasnochado.
Joaquín Cabeza de León
ERA DURO EL
INVIERNO
Fantasma de Julián del Casal
no te parece que boy es demasiado tarde.
Mientras se acostaban Juntos
en Bélgica en su cuarto y eran
novios tormentosos
Verlaine el joven y Rimbaud el niño
tú escribiste sudoroso cegato
tú escribiste sacrificio es obtener
ventaja sobre Dios.
Cifrada
está la lengua desde entonces.
La Habana era La Habana
no Cantón ilusivo.
Los primeros tumbos del amanecer
siguen llegando al cuerpo.
Como antes traspasan las paredes de tiza
y el cuerpo está nadando sin molestar
a nadie
sin tocar a nadie.
Sostuviste una conversación
a media lengua -- siempre a la mitad --
los desvaídos rostros que miraban a dónde
con recelo
los labios que volaban y quizás
no sepa nunca quién me ama.
Ciertas
visiones te asustaron
a la puerta del cuarto en Mercaderes
donde estuve por cierto a punto de vivir
y festejar los novecientos siglos
de tu muerte súbita
o la muerte que tengo adormecida
en la calle de Zanja
frente a dos o tres chinos
con los ojos perdidos
y la cabeza ida.
No te
parece que hoy es demasiado tarde.
Cuando
se preparaban las citas
en el Prado
y los hombres se miraban
como los relámpagos dormías
remoto disfrazado
dejándote adular bajo el cielo de Cuba.
Ahora
estás entre la luz
y en Guane o Artemisa como un vaho
como un cero a la izquierda
en la vida de los vivos
y los muertos.
Fantasma de Julián del Casal
no me dejes este frío a mí.
Sigfredo Ariel
MUERTE Y
TRANSFIGURACIÓN
XX
Un día tuve
los ojos verdes e inventé el suspiro. Yo-el-de-los-ojos-verdes
tocaba a las puertas y suspiraba. Así pretendí
enseñarle al hombre de qué modo se
cantaba la tristeza. Me fui al campo, lo hice arder. Odié al
sol, impedía que mi cuerpo fuera una porcelana perfecta.
Odié al sol, hacía sudar. Odié la lluvia del
trópico y al cielo de azul insultante, sin alciones. Odié
la tierra-hoguera en que me tocó nacer y desterré de mis
libros la palabra reverberar. Por supuesto, no alcancé la dicha
de poder transformar a la isla en el Edén. Además, me
hubiera hastiado del Edén. Yo inventé el suspiro y el
hastío. Encerrado en un cuarto de la calle Animas (el cuarto que
los amigos, enfermos de tanta salud, llamaban lóbrego), vestido
de japonés (por capricho y porque entre otras cosas
decidí inventar también la soberbia), me hice
príncipe. Súbditos muertos, fantasmas como pajes.
Sólo reiné en mi vasto y exiguo reino. Quise unirme a la
muerte, ser su primer amor. Fue mi secreto. Sé que muchos
perdieron el sueño tratando de iluminar el misterio que me
rodeaba. Ahora lo proclamo: fui el primer hombre que quiso morir. Nunca
bastará la vida, es pobre, ridícula. Sabores tenues,
sonidos monótonos, desvaídos colores. Los placeres que
ella ofrece serán siempre mezquinos. ¿Qué vida
puede ser aquella que exige ser estricta para ser? Quise unirme con la
muerte como quise unirme a la belleza. La busqué hasta en el
rincón más miserable de la ciudad. Me transformé
en el primer-exquisito-alma-en-pena-de-la-isla. Toqué manos que
se tendían, besé ojos y labios, abracé cuerpos que
maculaban el mío, y los dejé fríos,
inmóviles. Encontré abominable el beso, que es la prueba
del fracaso, y a la lujuria, esa madre de la decepción. Iba
dejando la belleza-muerte a mi paso. Yo, el primer hombre-epidemia,
daba la alegría junto con la muerte. En un instante de
revelación comprendí que muerte y belleza terminaban
siendo lo mismo. Al verlas venir juntas una noche, finalmente
mías, las recibí con carcajadas de dicha. Me cabe la
gloria de haber legado a mis insatisfechos descendientes el suspiro, el
hastío, la tristeza, la soberbia y la risa.
MANUAL DE
TENTACIONES
38
Vive en un cuarto de
una pobreza que da alegría: apenas una cama, una mesa que
amenaza con derrumbarse, tres sillas viejas y la mesita de noche
donde se alinean diez o doce libros, Casal el primero (Casal, o sea, el
solitario exquisito, el eternamente joven amante de las
chinerías, el Des Eissentes nuestro, Casal). En la cocina,
algunos vasos y una jarra con agua cuyo frescor depende de la
benevolencia de los vecinos. Un baño también, con los
herrajes mohosos y el espejo roto. El cuarto está al final de
una casa de melancólica madera, y luego de él, un patio
sin plantas. Vive solo. La soledad lo mortifica, lo abruma, lo
confunde, que significa decir, lo seduce y fascina. Es alto y
tiene el pelo revuelto, los ojos grandísimos y oscuros, la nariz
orgullosa, los labios entre finos y abundantes (labios admirables, de
linaje impreciso). Es hermoso como un dios con edad, un dios de
veinticinco años, un dios cuya fe se basara en el gozo del
cuerpo. El olor del cuerpo esbelto es el incienso que se ofrece a
sí mismo. No admite más ofrendas, no las
necesita. Vive como si no supiera vivir. De día se esconde
y sólo de noche parece despertar. Cuando lo visito,
permanece algún tiempo oculto, tarda en aparecer. Aunque
está ahí, no se sabe que ha hecho acto de presencia hasta
después, hasta que mire de un modo especial o haga un gesto.
Entonces no estamos en el cuarto pobre. Mi amigo lo convierte
todo en viaje. Por mares lóbregos o luminosos, largos
desiertos, valles, atravesando los Pirineos, al pie del Fuji Yama,
entre islas (Sicilia, Capri, Sumatra), en Le Mans, Schonbrunn, San
Isidro. No hablamos, hemos aprendido que el silencio es la mejor
comunicación. A lo sumo, el resplandor de su
cercanía anuncia una ciudad; su sonrisa, que nos hallamos entre
Escila y Caribdis. Las manos aferradas al timón, disfrutamos el
peligro de la lejanía. Vamos por buen camino, es cuanto
exclama en ocasiones. La noche y el mar forman un círculo
cuyo centro está en sus ojos. Compañero de viaje,
nadie como tú conoce el rumbo. El sueño no te hace
trampas, no te lanza al agua. De regreso, me dejas en el silencio
de la casa, pero tú sigues viaje. Veo cómo te alejas, la
distancia te empequeñece y te digo adiós con la esperanza
de que al siguiente día anuncies el regreso y abras las ventanas
del cuarto, y sonriente des los buenos días como si nada
hubiera pasado.
Abilio
Estévez
POBRE
CASAL
a Pedro Marqués de Armas
¡Pobre Casal!
repiten todos:
el comerciante, la prostituta, críticos y
niños,
el efebo de hermosura escurridiza
que erró por la sombra de cualquiera
de mis días.
¡Pobre Casal!
y las palabras pierden la vehemencia de la manada,
retroceden, se desgastan,
caen como piedras inútiles en los muros de jade
de mi escritorio.
La lluvia afila los tejados.
En el espejo, el vacío alumbra una parcela
de Belleza.
Me quedo absorto junto a su piel de
tigre sin
domesticar
que se lleva mis preguntas,
todos mis rescoldos.
¡Pobre Casal! Como un arañazo en mis espaldas.
Y el aire embadurna de una dulce tiniebla
mi cuerpo migratorio,
su bóveda oscura haciendo signos invisibles
en la mano de Rimbaud,
aderezando los postres de Verlaine,
regalando a Baudeluire su túnica,
la tos enfebrecida,
la médula de la noche
en una plenitud de anillo.
¡Pobre Casal! ¿Por qué insisten en la
oquedad
del minotauro,
en las llagas del cielo?
Soy un dios que ha perdido su esfera
y me asedia esta isla imaginada entre los paréntesis
de la duda
y el césped tierno de todas las ausencias.
Soy sagrado.
No toques mis visiones,
ni mi máscara.
No entres en mi cuarto de gladiador auténtico.
Me sentaré a la mesa con ustedes.
"Mal día es hoy para mí"
Aquí está la nieve, su almendra como un dique
en la calma del naufragio
La imitación de Cristo no nos vuelve Cristo.
La cruz, el sacrificio
no hacen de nosotros, ECCE HOMO.
Entre las hojas del libro abierto
podemos situar nuestra buhardilla,
los clavos,
el dolor,
la esponja empapada en hiel,
pero no olvidar el movimiento pendular
de la carne,
su boca hambrienta,
la copa de oro,
el lirio que nos tienta.
¡Pobre Casal! Y me arrojan al manicomio de los
perseguidos
No hacen más que aullar su propia pobreza.
¡Pobres, pobrecitos!, cuando despierte con todas
mis flechas
en el centro del laberinto,
y juegue con la luz mi mano rota
y sostenga una de las puntas del cielo frágil
de la patria,
y mi plenitud resuene en la carcajada,
en la sangre incontenible cubriéndolo todo
de una chispa preciosa
de la brillante pedrería
de la muerte,
de mi muerfe.
La Habana
junio 19-20 1992
EN LA TUMBA
DE JULIÁN DEL CASAL
a esperanza figueroa
Aquí los
desperdicios de la muerte,
el aire roto,
el cuerpo abrumado por el frío y la sorpresa.
¿Qué nos separa de su vigilia,
del secreto paladar de sus demonios?
¿Quién puede asegurar que no somos nosotros
los muertos,
los que hervimos falsos manjares y tullidos
hasta la risa
nos revolcamos entre
alimañas que nunca jugaron
en la nieve?
Todo lo que hicimos para arrancar la cera
a sus ojos de muerto,
fue inútil.
Nada va a devolvérnoslo.
Ninguna ternura que soplemos juntos
hará que se levante.
Todas las flores de la Isla no podrían deshelar
su retraimiento.
¿Qué hacemos entonces aquí
si no es hacer con la muerte una bebida común?
Sospecho que gastó sus días y también los
nuestros.
Darío nos preguntó dónde estaba Casal y
nadie pudo responder.
Tampoco lo sé yo, pero "son los días tristes y
lluviosos,
y son las noches largas y sombrías."
Y he visto lotos blancos de pistilos de oro
en los jirones de Puentes Grandes.
En cualquier kimono pueden estar sus huesos,
en cualquier abanico el exagrama de su frialdad.
¿Dónde está Casal?
¿adónde fueron la sonrisa encristalada,
la ciudad de precarios camarotes que no podíamos ver
en los espejos de los Pérez de la Riva?
¿Dónde el cenicero,
los restos del banquete,
el punto de encaje del chiste,
el tapiz que contaba nuestra historia,
-frágil como un aneurisma-
a la hora de las comidas,
cuando la mesa y la calle están a oscuras,
cual si hubiesen perdido su aceite,
el ardor de las compañías?
Vivimos con brujas, entre maleficios y desapariciones.
Celebramos aquelarres con la soledad,
alumbrados por el silencio.
Y en cada misa negra
nos bebemos su sangre roja de tigre real,
de tuberculoso,
de huérfano.
Y lo compartimos agradecidos,
amorosamente,
entre los arrecifes
y las columnas
vencidas.
AUTORRETRATO,
OCTUBRE DE 1893
un incensario
vacío
en el suelo manchado por la huella
de un pájaro desconocido.
el abanico cerrado aprisiona un cerezo entre sus varillas.
La mano descansa levemente abierta
sobre la pierna que cubre un paño de seda.
No podemos ver el sexo.
Lo ocultan lejanos, húmedos promontorios
sumergidos en la encarnizada batalla
de dos samurais que espejean
como sables a punto de cortar el aire
de su apasionada amistad.
Nos mira desde el daguerrotipo purísimo de su ausencia.
Con la otra mano se abanica, pone orden
en las cuerdas vacilantes de la conciencia,
y se adentra en el oscuro hallazgo de una forma.
Marfil amarillento su frialdad se avecina, se abanica,
con la semiseguridad de los muertos
que tienen los ojos llenos de un agua pútrida
por haber visto desnudo
a un niño confabulado con la naturaleza.
Francisco Morán
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