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Sobre cómo sacarle pelos a una calavera*

Gabriel Andrés Eljaiek Rodríguez
Emory University
Atlanta, GA.

En un lejano país existió hace muchos años
una oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó
una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían
ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas
para que las futuras generaciones de ovejas comunes
y corrientes pudieran ejercitarse en la escultura.

Augusto Monterroso

     El presente ensayo es el producto de la investigación ¿Cómo convertir un cráneo en artefacto político? realizada a partir de un objeto del Museo Nacional de Colombia y llevada a cabo con la financiación de Colciencias (Instituto Colombiano para el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología), en el marco de las becas – pasantia del programa de Jóvenes Investigadores.
     Se divide en cuatro partes: en la primera se trabaja el objeto, El cráneo del doctor Russi, su ingreso en el Museo y las implicaciones políticas de esta ubicación; en la segunda se analizan algunos discursos construidos alrededor del doctor Russi y las prácticas que estos han generado; en el tercer apartado se desarrolla el paso del criminal al enemigo político; y en el cuarto se enuncian algunas prácticas que se ubican como resistentes frente a la objetivación del objeto y del personaje. Para finalizar se enuncian las conclusiones y los posibles desarrollos de la investigación.

    
Un cráneo de un asesino en un museo de íconos nacionales

¡Cuán reducida cosa queda de la imponente
mollera que tanto inquietó a sus contemporáneos!
Alberto Miramón
    
     El cráneo

     En el catálogo del Museo Nacional de Colombia del año 1951 aparece referenciado un objeto particular: un cráneo humano, archivado con el nombre del "cráneo del asesino". Dicha pieza se guarda en la reserva del Museo junto con tres cráneos más, pertenecientes a tres ladrones que murieron fusilados a mediados del siglo XIX. Lo particular de este objeto, además de la denominación con la cual es reconocido por la institución, es que presenta un orificio de bala en el hueso parietal y tiene además, una inscripción en tinta en el hueso frontal en donde se lee "R. Russi".



Cráneo del asesino conocido como "el Dr. Russi". Siglo XIX. Ca. 1851 (año del fusilamiento). Material óseo.


 

Cráneos de tres ladrones pertenecientes a la Banda del Molino del Cubo. Siglo XIX. Ca. 1851 (año del fusilamiento). Material óseo.

     A pesar de ser el inventario de 1951 el primero en el que aparece catalogado este objeto, no fue en dicho año en que el cráneo entró a la colección del Museo; la fecha de ingreso, así como los datos acerca de su procedencia nunca se recogieron y aún son desconocidos.
     La inscripción "R. Russi" invita a pensar que el cráneo perteneció a José Raimundo Russi, misterioso personaje que vivió en Santafé de Bogotá en la primera mitad del siglo XIX. Según la mayoría de sus biógrafos, Russi nació en Villa de Leyva en el valle de Santo Ecce Homo, hacia 1815. Poco se conoce sobre su infancia y su adolescencia; sólo se sabe que se recibió de abogado de alguno de los claustros que podían otorgar ese título en la ciudad (la Universidad Central, el Colegio de San Bartolomé o el Colegio Mayor del Rosario). Por esta razón se le conocía, y se le conoce aún, como el “doctor Russi”.
     Este personaje empezó a hacerse conocido en la ciudad en 1838, año en el que abrió una casa de estudios en compañía de un profesor suizo. Dicho proyecto fracasó, por lo cual el doctor Russi optó por ejercer su profesión como abogado de pobres, acogiendo como clientes a sujetos de dudosa reputación.  Desempeñó varias labores públicas como juez parroquial y fue además, secretario de la Sociedad de Artesanos, ala popular del partido liberal. En este cargo fue uno de los gestores del ascenso al poder del general José Hilario López en 1849, de quién se convirtió luego en detractor cuando el presidente apoyó las reformas librecambistas. Por esta razón, principalmente, se enemistó con el gobierno y en 1851, época de gran revuelo en la ciudad por los robos perpetrados por la Banda del Molino del Cubo, “especializada” en hurtos a la burguesía bogotana, fue acusado de ser el líder del grupo de ladrones y de haber asesinado a un herrero. Luego de un agitado proceso penal fue fusilado.
    Teniendo en cuenta que el cráneo aún se encuentra en la reserva del Museo, esta investigación tuvo como objetivo inicial, indagar la forma como este objeto entró a la institución. Esta búsqueda, llevó a explorar dos asuntos más: un trabajo sobre el personaje y una pregunta por la función política que cumple el cráneo de un asesino en un museo de íconos nacionales.
     Pensar esto implicó preguntar a los museos por su función de coleccionar y su intención de representar, que se hacen posibles por la capacidad de estas instituciones de incluir y excluir objetos de acuerdo con la narrativa que quieran enunciar. A su vez implicó, con respecto al objeto, situar al doctor Russi en la historia de la ciudad, exponer la forma como a partir de la narración de su caso se construyó una memoria sobre determinados personajes y explicitar la estrategia a partir de la cual se convirtió el cráneo de alguien considerado un asesino y un ladrón en una reliquia de museo.

     El museo

     Según Fernando López, el museo tiene cinco funciones primordiales: coleccionar, investigar, conservar, comunicar y exhibir (30). La función de coleccionar es la espina dorsal sobre la que se estructura el museo; a partir de ella se origina y se sustenta, y gracias a ella se constituye en una institución permanente por la constante adquisición de piezas.
     Se colecciona objetos, artefactos que pueden ser leídos desde múltiples puntos de vista, pero que en el museo se entienden como piezas artísticas (con un significado estético) o como piezas científicas (con un estatus documental), que dan cuenta del paso del tiempo, de los lugares, la gente, el espíritu o las mentalidades (Preziosi – Farago 4).  Como afirma Luís Gerardo Morales, una colección “presupone una organización subjetiva de aquellos elementos considerados significativos para un saber y una comunidad científicos. La colección se comunica como una sola unidad discursiva” (153).
     En el museo y en sus colecciones la memoria toma forma como una construcción a partir de objetos, que sirven para la generación de narrativas de origen y descendencia, y que permiten fabricar y sostener sistemas de creencias que contribuyen a construir la comunidad imaginada de la nación (Anderson 228). Para esta construcción los museos nacionales han sido de gran importancia como depositarios de parte de la memoria nacional. 
     El Museo Nacional de Colombia se constituyó, desde sus inicios, en un espacio "privilegiado para concentrar la iconografía paradigmática de la nación” (Pardo 141), esto es, un lugar en el que se buscó y se busca aún hoy, representar el ideal de la nación y de lo nacional a través de objetos que encarnan la historia patria. La escogencia de qué objetos son representativos de esta historia y cuáles no lo son, ha estado determinada en el caso de éste museo, por una historiografía que exalta héroes y prohombres,  que reconoce a las sociedades indígenas y negras como una herencia nacional, como parte del folclor (en el mejor de los casos), y que la mayoría de la veces narra una historia unilateral, épica, llena de vencedores y rara vez de vencidos. En este sentido “no se exhibe cualquier cosa; en otras palabras, no cualquier suceso es museable. Las colecciones se exhiben conforme a los consensos ideológicos y espirituales que regulan la visibilidad” (Morales 155).
     Teniendo en cuenta que la exhibición de los objetos depende de la narrativa histórica que se quiera enunciar en un determinado momento, los museos tienen reservas en las que reposan objetos que no han sido incluidos en la colección a la cual tiene acceso el público. Algunos de estos objetos pueden llegar a ser extraños para la institución misma, como es el caso del cráneo referenciado más arriba. Que un museo nacional, depositario de objetos que encarnan el espíritu de la nación, incluya en su colección el cráneo de un asesino, se constituye en una rareza.
 
     El doctor Russi en el Museo
 
     Preguntarse cómo llega el cráneo de un asesino a un museo de íconos nacionales implica, en primera instancia, preguntarse por la utilidad de guardar restos del cuerpo de un personaje como el doctor Russi.
     Con respecto a su cadáver, José María Cordovez Moure, célebre cronista de la ciudad afirma que: "se les dio sepultura [al doctor Russi y los ladrones] en el cementerio circular, en el mismo orden que ocupaban en el banquillo, hacia la mitad, a la izquierda de la calle central que conduce a la capilla." (Reminiscencias 171 - 72). Por su parte Pedro María Ibáñez, otro importante cronista, afirma que:

Los cadáveres de los ajusticiados fueron sepultados en la tierra, a las espaldas del undécimo monumento que se levanta al oriente de la gran alameda que corta el elipse del antiguo cementerio, contando desde el inmediato hasta la puerta, después de haber permanecido en los banquillos más de tres horas. (Crónicas de Bogotá 499 - 500)1

     Fuera de esto, no se han encontrado más referencias sobre la inhumación y ninguna sobre la exhumación, que en la época se hacía cada diez años. Sin estos datos, y sin ningún conocimiento sobre las aventuras del cráneo durante más o menos un siglo, es posible enunciar algunas aproximaciones discursivas a por qué es útil este objeto dentro y fuera del museo.
     Una primera aproximación se enfoca desde la utilidad científica de un cráneo en el momento en que el doctor Russi fue fusilado (1851) y en el momento de su posible exhumación (1861 aprox.). En esta época estaba en auge el interés por los cráneos en los medios científicos, sobre todo en Norteamérica y Europa. Los cráneos eran utilizados para estudios craneométricos y frenológicos2. En Colombia existe un dato contemporáneo al fusilamiento del doctor Russi sobre un estudio de esta clase: en 1851 Josefa Acevedo de Gómez, poetisa y escritora colombiana, pidió el cráneo de su amigo Juan Francisco Arganil (el “Doctor Arganil”, extravagante personaje que participó en el atentado contra Bolívar, y quien había muerto en 1841) para estudiarlo con el mapa frenológico de Gall.
     Aunque sobre el cráneo del doctor Russi no está dibujado el mapa frenológico es posible que haya sido utilizado para realizar estudios craneométricos. Para un estudioso de esta doctrina analizar el cráneo de alguien acusado de ser el “cerebro” de una organización criminal se podría haber constituido en una fuente de datos sobre características intelectuales de los criminales neogranadinos, estudio que  presagiaría los trabajos de antropología criminal de Lombroso3
     Una segunda aproximación pregunta por los usos representacionales y educativos de un objeto de esta clase. Es usual encontrar en la pintura, dentro del tema del bodegón, un grupo especial denominado Vanitas4 (literalmente, vacío). Este grupo temático hace referencia a la vanidad no en el sentido de la presunción o el engreimiento, sino de la fugacidad o vacío de las posesiones terrenas. La característica primordial de este tipo de pintura es la presencia de una calavera que recuerda la muerte y la brevedad de la vida. Pueden encontrarse también en este tipo de cuadros, un reloj de arena o un cirio que hacen alusión al paso del tiempo.
     Esta forma de representar la muerte y a la vez la futilidad de la vida haciendo uso de una calavera, es un recurso utilizado en una amplia gama de medios, desde la pintura hasta el trabajo con los cráneos como tal. En la edición de junio de 1912 del periódico El Gráfico, Luis Augusto Cuervo, dedica una reseña al cráneo del Virrey Solís, el cual fue encontrado a finales del siglo XIX en la sacristía del templo de San Francisco por el historiador Pedro María Ibáñez. Este cráneo, al que le faltan todos los huesos de la cara, tiene en el frontal la siguiente inscripción: “Solís, entre las pompas viví: del mundo que al fin dexé solo el sayal que vestí me queda, y las galas que a Christo en sus pobres di” (8). El cráneo del Virrey constituye un ejemplo de cómo se utilizaron este tipo de objetos para propiciar en el observador una reflexión con respecto a la propia vida y a la muerte, más teniendo en cuenta la importancia política y religiosa del personaje5.
     Siguiendo este orden de ideas, una calavera que perteneció a un personaje catalogado como ladrón y asesino, y que además presenta las marcas de la operación de la justicia (la escritura y el orificio de la bala) se pudo constituir en un artefacto con un gran potencia representacional. Su introducción en el museo podría  haber respondido a un interés ejemplarizante, ya que a través del objeto (que se supone representa al doctor Russi) se mostraría cómo termina la vida de un ladrón y asesino. Su fuerza de representación (que es performativa, casi teatral) sería mayor que la de otros objetos (un cuadro o una prenda), ya que se trata de un resto humano marcado y con una evidencia física del castigo.
     La tercera aproximación se relaciona con el impacto político del personaje, la capacidad de afectación del objeto y los mecanismos de captura del museo. El doctor Russi fue un actor relevante en los movimientos políticos y sociales de mediados del siglo XIX, actividades que le granjearon enemigos políticos y posteriormente la muerte. Su influencia se hizo evidente en algunos momentos: en el ascenso al poder del general López en 1849, en su actividad como secretario de la Sociedad de Artesanos y en su juicio, seguido por la mayoría de los habitantes de la pequeña ciudad de Santafé. Textos como La razón a las conciencias 6, publicado antes del fusilamiento y El Doctor Temis, novela sobre el caso publicada en diciembre de 1851, revelan que no pasó desapercibido en su época. Tampoco pasó desapercibido en la historia y la literatura nacional, ya que existen numerosas novelas, artículos históricos, artículos periodísticos, crónicas, entre otros, publicados a lo largo de 150 años, en los que se narra su historia; también hay relatos orales que hacen parte de las leyendas urbanas de Bogotá.
     Esto implica que quien “construyó” el cráneo, esto es, quien lo exhumó y lo marcó (presumiendo que fue una sola persona, y sin dudar de que pertenezca al doctor Russi7) tenía una determinada intención política al hacerlo; esta intención, podría suponerse, tendría que ver con la transformación del objeto en una reliquia histórica, en un objeto fetiche directamente relacionado con el personaje, que recibiría un poco de la carga política del doctor Russi.
     Este objeto ingresó en algún momento al Museo Nacional, y fue guardado en la reserva. ¿Cómo puede leerse este acto?
     Podría pensarse en una captura del objeto en el interior del Museo. Annie Coombes afirma que la dinámica de las exhibiciones coloniales, sucedidas en Inglaterra entre 1900 y 1910, implicaba la captura de las subjetividades potencialmente peligrosas  para reproducirlas en el interior de la exhibición, en un entorno inocuo (Coombes 281).
     De una manera similar, el cráneo del doctor Russi fue absorbido por la institución, que al incluirlo en su colección disminuyó y amainó su capacidad de afectación política: lo convirtió en un objeto de museo, del Museo Nacional; un artefacto susceptible de hacer parte de la narrativa de la nación, y en su defecto, de permanecer tranquilamente en la reserva. Cabe aclarar, que esto no implica que esté completamente neutralizado, razón por la que ésta investigación entra a interrogar al Museo por este objeto en cierta forma perturbador.    
     El acto de interrogación se dirigió también hacia los discursos enunciados sobre el personaje, los que constituyen una gran fuente documental sobre el mismo, y matizan la investigación.


Dime qué escribieron de ti y te diré cómo te recordarán

       Russi de pie, envuelto en su negra capa española, rígido
- ni implorante ni desesperado – aduerme la pupila 
sobre el crucifijo y parece meditar,
más que en su propio fatal destino, en el misterio del más allá,
que le aguarda a pocos pasos de la negra puerta que cierra el fondo

Alberto Miramón    

 

José María Espinosa. El Dr. Russi en capilla. Siglo XIX. Acuarela. 31.5 x 23.8 cm. Donado por Mercedes Laignelet (ca. 1920).

     El cráneo del doctor Russi pretende no dejar dudas acerca de su procedencia como resto humano: el orificio en el hueso temporal izquierdo, por donde afirman los cronistas entró una de las balas mortales, y la escritura en el hueso frontal, enfrentan al observador con el cráneo del Doctor Russi. Este personaje, poco estudiado por los historiadores de la ciudad (Alberto Miramón fue quien más estudios le dedicó), despertó el mayor interés entre cronistas y escritores. Muestra de esto es el gran número de textos que narran la historia del doctor, escritos a lo largo de 150 años.8
     Estos textos enuncian discursos que generan formas de posicionamiento frente al caso y formas de aproximación al personaje, esto es, prácticas con relación al doctor Russi. El discurso en este caso se entiende como lo plantea Michel Foucault, es decir, como un régimen de enunciación del lenguaje que tiene una historicidad propia y produce unos determinados efectos. Es un saber con una pretensión de verdad específica, que, ligado al ejercicio de un poder, produce formas históricas de aproximación a la realidad. Esto implica  que tiene una determinada función política dependiendo del lugar de enunciación del cual surja. Teniendo esto en cuenta, luego de la lectura de los textos se propusieron tres imágenes discursivas que permiten tres formas diferentes de aproximación al personaje: la imagen del asesino, la imagen del doctor Russi romántico y la imagen del doctor Russi histórico. La enunciación de estas imágenes se hizo a partir de los textos que se consideraron más representativos.

     El asesino

     Esta imagen se enuncia a partir de los discursos en donde el doctor Russi es presentado como el líder de la temible “Banda del Molino del Cubo”, que sembró el terror en Bogotá en el año de 1850, asaltando a personajes pertenecientes a la iglesia y a la alta sociedad capitalina y asesinando, por último, a Manuel Ferro uno de los integrantes de dicha banda; por estos delitos, se afirma, fue acusado y sentenciado el doctor Russi al fusilamiento que se ejecutó el 17 de Julio de 1851. 
     El texto a partir del cual se construye esta categoría, y uno de los primeros que cuenta la historia del doctor Russi, es la primera parte de los Crímenes Célebres de las Reminiscencias de Santafé y Bogotá del escritor payanés José María Cordovez Moure (1835 – 1918), quien presenció el fusilamiento de Russi a los dieciséis años. Este episodio fue decisivo para el autor, quien lo redactó primero en forma de crónica para el periódico El Telegrama de Bogotá (por pedido de Jerónimo Argáez, director del diario) publicado en julio de 1891, cuarenta años después del ajusticiamiento de Russi.
     En el recorrido narrativo que enuncia Cordovez en esta primera sección de las Reminiscencias,  puede verse la forma que van a tomar para la historia los hechos ocurridos en torno al doctor Russi, y que luego van a retomar (con inclusiones o exclusiones) los escritores e historiadores que han trabajado el caso. Este ordenamiento además, demuestra el interés del escritor por vincular (en el discurso) a dicho personaje con la banda primero y luego con el asesinato, situaciones que desembocan en el fusilamiento del cual fue testigo. El vínculo se manifiesta claramente cuando introduce al doctor Russi en la narración, primero a partir de una descripción física que lo hace familiar para los ladrones y para los lectores y más adelante nombrándolo directamente:

Entrada la noche, llegó otro personaje vestido de bayetón, sombrero de fieltro y varita en la mano, y al aproximarse a los expresados disputadores, fue saludado con señales de respeto y estimación, llamándole "doctor"; éste tomó parte en el asunto en que se ocupaban los que parecían inferiores, y de cuando en cuando se le oían las palabras “arreglo, Manuelito, pacíficamente en mi casa” (Reminiscencias 84 - 85).

Ya hemos visto que, simulando un hecho casual, llegó el doctor Russi y tomó parte en la discusión, hasta que logró convencer a Ferro de que fuera a su casa a terminar amigablemente el asunto (87).

     El interés está claro en Cordovez, quien abiertamente demuestra su posición frente al doctor Russi, a quien consideraba un ladrón y un asesino. Describe los hechos que narra, no solamente los que vivió directamente (el fusilamiento) sino otros, como el itinerario de Russi antes y después de matar a Manuel Ferro y las 36 horas que los reos pasaron en capilla antes de ser fusilados con tantos detalles, que algunos de los historiadores que han escrito sobre Cordovez no se explican cómo éste logró tener acceso a dicha información (a no ser que hubiera estado con los presos en la capilla, como intuye Elisa Mújica). En la descripción del recorrido del doctor luego del asesinato, por ejemplo, Cordovez hace patente su  certeza frente a la culpabilidad del doctor Russi, al señalarlo como partícipe y detallar el trayecto que siguió:

Seguros los asesinos de que Ferro quedaba in extremis, se dispersaron y se dirigieron: Castillo, Carranza y Alarcón, hacia el “Molino del Cubo”; el doctor Russi entró en su casa y cambió el traje que llevaba por el de capa española con cuello de piel de perro y sombrero de felpa grises, y salió a la calle por la puerta excusada; llegó a la tienda de la señora Natividad Cheyne, debajo de la casa que fue del doctor José Ignacio de Márquez, en la esquina occidental que da frente a la iglesia de la Candelaria, y pidió medio real de tabaco, que no se esperó a recibir; siguió hasta la esquina de la Casa de a Moneda, y de allí cruzó hacia el Norte, a fin de bajar por la calle de la “Rosa Blanca”(Calle 12) (89).

     Como se expone en el libro, este relato sería una “prueba” para considerar al soctor Russi como autor del crimen, ya que Cordovez se ubica y enuncia como un testigo presencial (casi aéreo) del hecho, que recuerda y narra. No obstante, nada brinda una certeza frente a estos “recuerdos” que requerían una clara cercanía con el personaje.
     Puede afirmarse entonces que la forma de escritura de las Reminiscencias articula los recuerdos vividos y actualizados por la memoria del autor con ficciones narrativas creadas por él mismo. Este ejercicio discursivo de memoria y creación, asegura la pretensión histórica del relato. Así, Cordovez introduce todas las narraciones con una contextualización en un escenario determinado, en donde ambienta y ubica casi visualmente los hechos que va a narrar. De la misma manera ubica temporalmente los sucesos haciendo referencia a detalles como la fecha exacta, el día y la hora, e incluso nombra personalidades del momento que, además de hacer parte de la narración, dan veracidad a la misma (Acosta Peñalosa 23).
     Este carácter de la narración le da a Cordovez una posibilidad de enunciación muy fuerte, ya que si su discurso es validado como histórico su autoridad como escritor y su capacidad de afectación en el público lector son mayores, más si se tiene en cuenta que su narración tiene un valor testimonial.
     Cordovez sabe a quién le está escribiendo, qué tiene que decir y cómo lo tiene que decir para que sea recibido como veraz y acorde con los hechos, sobre todo para sus contemporáneos. De esta manera genera un discurso que los lectores modelo, los que entienden los códigos de su escritura, reciben y asimilan, generándose unos efectos específicos en ellos, que derivan en prácticas relacionadas con el relato. En el caso de la narración de los Crímenes Célebres, el autor legó a sus lectores un discurso que presenta al doctor Russi como el jefe de la Banda del Molino del Cubo y como el asesino del artesano Manuel Ferro. Este discurso generó (y sigue generando) formas de aproximación al personaje como ladrón y asesino, y estructuró los discursos posteriores (literarios e históricos) sobre el doctor Russi.
     Las Reminiscencias de Santafé y Bogotá es el primer texto que narra la historia del doctor Russi de manera documental, en forma de crónica histórica, tratando de ser fiel a los hechos y a los personajes. No obstante, no es el primer texto en el cual aparece el doctor Russi como personaje literario. En diciembre de 1851, cinco meses después del fusilamiento del doctor Russi, se publicó en Bogotá en la imprenta El Imparcial, la novela por entregas El Doctor Temis del abogado José María Ángel Gaitán (1819 – 1851), quien había muerto unos días antes de la publicación.
     En esta obra Ángel Gaitán construyó una narración, que a la manera de las novelas de Eugenio Sue9, puso en escena la lucha entre el mal, encarnado por Monterilla, un tinterillo corrupto, y el bien, personificado por un abogado recto: el Doctor Temis. Por la época en que se escribe y por la forma como trabaja el tema, puede afirmarse que es una transformación literaria de los hechos ocurridos en julio de 1851; así lo afirma Isidoro Laverde Amaya en una noticia publicada en la edición del “Doctor Temis” de 1897: “El doctor Temis es, en efecto, una novela de costumbres bogotanas, y el principal asunto o motivo del argumento está tomado de la célebre compañía de ladrones que encabezó en la capital de Colombia el doctor Russi, quien duró mucho tiempo burlándose de la justicia” (VII).
     La novela empezó a circular de manera anónima, hecho que Maldonado Castro, amigo del autor y prologuista de la primera edición del Doctor Temis10, considera como muestra de la virtud moral de Ángel Gaitán. Maldonado afirma que los acontecimientos narrados en la novela son creaciones literarias que responden al contexto de la época:

El argumento nacido del lamentable estado de nuestro foro, que el autor frecuentó con suceso, no puede ser más interesante ni más oportuno: ese argumento hábilmente desenvuelto, se encamina a hacer palpar la notable superioridad que tiene un verdadero abogado, hermosamente descrito i dibujado por el autor [...] sobre un tinterillo inmoral i por lo mismo astucioso, como Monterilla [...]: el triunfo del Doctor Temis sobre su inicuo adversario i sus secuaces, es el triunfo de la virtud sobre el vicio: del bien sobre el mal (VII).

     Probablemente el ambiente político de diciembre de 1851, cuando estaba vigente el descontento de los artesanos por las medidas tomadas por el gobierno (la aprobación del librecambio, el fusilamiento del doctor Russi, entre otros) y en donde se gestaba una revuelta que estallaría unos meses después, pudo haber sido lo que persuadió a Ángel Gaitán a declararse neutral frente a los hechos ocurridos y a no relacionar directamente su obra con el caso del doctor Russi.
     En la obra, Monterilla, el corrupto abogado, representa al doctor Russi, y a lo largo de la obra comete todo tipo de acciones inescrupulosas, que son traslaciones literarias de las acciones que se le imputaron al Doctor Russi, hasta que es detenido y desenmascarado por el Doctor Temis, su antagonista en todos aspectos.
     No se han encontrado datos que evalúen el impacto de la obra en el momento de su publicación, pero como en el caso del texto de Cordovez, esta novela presenta una imagen del doctor Russi (vía Monterilla) a partir de la que se estructuran prácticas de exclusión hacia el personaje. Puede decirse incluso que, las prácticas son más radicales que las producidas por Cordovez, ya que la narración de Ángel Gaitán polariza a los dos personajes: en Monterilla todo es negativo y dañino y en el doctor. Temis brillan las virtudes. Lo esperado entonces es un rechazo de Monterilla, y por ende del doctor Russi, y una identificación con el doctor Temis.

     El Doctor Russi romántico   

     La segunda imagen surge como el revés de la primera, es decir, a la Figura del Asesino se contrapone la del personaje Romántico, la cual se construye desde discursos literarios que presentan al doctor Russi como abanderado de la Sociedad de Artesanos, abogado de pobres y convencido de la eficacia de la justicia y las leyes. Además se nutre de imágenes visuales, principalmente los dibujos de José María Espinosa, y de las descripciones documentales que lo caracterizan como un personaje oscuro, misterioso, taciturno y altivo.
     Esta categoría está enunciada, en primera instancia, desde el texto "Una cabeza," de José Joaquín Vargas Valdés, abogado boyacense contemporáneo del doctor Russi, nacido en 1830 en Tunja y muerto en la misma ciudad en 1899.11
     "Una cabeza” es un capítulo del libro A mi paso por la tierra, y en él, el autor cuenta cómo conoció al doctor Russi, siendo éste funcionario judicial de la ciudad, en una discusión sobre un proceso penal. Aclara que antes de conocerlo, ya era un personaje que llamaba su atención por su misteriosa figura y sobre todo, por la posición altiva de su cabeza; esta impresión se refuerza en Vargas Valdés el día que conoce al doctor Russi, cuando sobre una pared se refleja la cabeza, que no puede dejar de mirar, convirtiéndose en una obsesión del joven abogado (hasta el punto de acercarse al cuerpo fusilado para observar cómo había quedado luego del balazo).
     La importancia que tiene para el autor del relato haber vivido los hechos que narra, y haber conocido al doctor Russi se explicita desde el primer párrafo del escrito:

Voy a contar un recuerdo de mi vida que acaso puede tener alguna relación con los fenómenos psicológicos, psíquicos o como se llamen las cosas de esto que, distinto de nuestro cuerpo, distinción que me parece innegable, sentimos dentro de nosotros (Vargas Valdés 267).  

     Los hechos narrados trascienden lo puramente anecdótico, y se convierten para Vargas Valdés en un recuerdo fuertemente relacionado con sus sensaciones y pensamientos. El doctor Russi y la percepción que tiene Vargas Valdés de él se constituyen en los ejes del relato, primero en forma de una exhaustiva descripción del doctor y del encuentro que tuvieron; y luego en la narración, también detallada, del juicio y la ejecución.
     El autor de “Una cabeza” se aproxima al doctor Russi desde un lugar narrativo en donde se mezcla una especial admiración por tan particular personaje con un interés reiterativo y mórbido por su cabeza:

Entre los paseantes que aquella tarde vi desfilar, llamóme la atención, lo recuerdo tanto! un hombre de alta y erguida talla, paso lento, medido casi, y pudiera bien decirse, con designio de hacerlo majestuoso; cabeza no sólo majestuosa sino ya orgullosamente plantada sobre los hombros, de modo que más bien se echaba un tanto desairadamente hacia atrás. (...) Pero lo que sobre todo me impresionó fue lo que ya he anotado, aquello de dar a su cabeza y cuello una airosa postura, cual si se ejercitara, así exactamente se me ocurrió entonces, en el desempeño de un ostentoso papel que luego hubiera de representar. Vestía una capa larga de paño azul con cuello de motosa piel blanca, y sombrero de pelo negro. El resto de su vestido era insignificante, y todo él indicaba más bien que el acomodo, la vecindad de la pobreza, llevada, eso sí, con la altivez que el aire de la persona prometía (269).
 
Este interés deriva en una manera particular de describir al doctor Russi que dista mucho de la forma de descripción de Cordovez: para Vargas Valdés es un personaje interesante, podría decirse incluso fascinante, que resulta llamativo por su indumentaria y por su inteligencia. En su texto se refiere al doctor Russi casi siempre con adjetivos superlativos: el “majestuoso funcionario judicial del Distrito Oriental de la Catedral”, “el hombre de la cabeza y porte tan altivos”, o como un sujeto al “que le daban cierta fama de abogado inteligente”. De la misma forma es presentado como un sujeto que resiste con mucha fortaleza y una gran capacidad discursiva (elocuencia) al ataque de quienes quieren condenarlo.
     En su texto Vargas Valdés no acusa al doctor Russi, sino que involucra en la narración el movimiento que se generó a raíz del caso, tal vez por el matiz anecdótico que tiene el relato: “No tardó en decirse que el doctor Russi era, en efecto, el misterioso gran Jefe de la cuadrilla, el alma terrible de tanto crimen, la fuente de espanto que tenía sobrecogida a la ciudad” (273). A partir de ahí, describe con lujo de detalles lo ocurrido durante el proceso, la condena y el fusilamiento haciendo énfasis en las actitudes del doctor y sus impresiones con respecto a ellas:
 
Pero la ansiedad pública esperaba a ver asomar al grande hombre de la situación, el doctor Russi, y puedo asegurar que entre todos los que esperaban, ninguno lo esperaba como yo. Detrás, el último de todos, por fin, y visto hasta por sus demás compañeros que se volvieron hacia él al sentir la emoción universal que lo anunciaba [...] (275).
 
     El escrito de Vargas Valdés, más que una crónica de los hechos ocurridos en Bogotá en 1851, o una historia de los “robos de Russi”, es una aproximación al personaje desde los recuerdos del joven abogado, en donde existe una intención de reivindicar, a partir del relato, la memoria sobre el doctor Russi.
     En el texto hace clara su convicción de la inocencia del mismo; llega a afirmar incluso que los hechos que narró hacían parte de una conjura en contra del personaje. Lo más sorprendente es su aseveración, ubicada al final del artículo, sobre el fingimiento de la muerte del doctor Russi, que no desarrolla por temor a posibles represalias:

Tiempo después vi esta especie afirmada magistralmente: A Russi no lo mataron, porque era inocente; pero se necesitaba un ejemplar; hicieron la apariencia de una ejecución y por esto retiraron pronto el cuerpo del patíbulo.
No sé si lo retirarían pronto, como se afirmaba con aires de la convicción más sincera, esas convicciones que del error tanto calan en el pueblo.
Yo no contradije la especie de no haber matado de veras al que era objeto de consejas populares: más que nadie sabía a qué atenerme (287).
 
     Otro lugar discursivo desde donde se construye esta categoría es el libro Los ojos del Basilisco del escritor cartagenero Germán Espinosa (1938 - 2007). Este texto fue publicado por Altamir Editores en 1992 y narra, en forma de novela, los hechos ocurridos en 1851.
     La relación con el caso no es enunciada directamente, es decir, el autor no afirma que sea una novela sobre el doctor Russi, pero sí enuncia que "cualquier semejanza entre ciertos hechos y personajes de este libro y hechos y personajes de lo que alguna vez fue vida real, no será mero azar ni coincidencia" (Espinosa 11).
     El tratamiento del tema es intencional, pero, afirma Espinosa, no lleva a "tomar partido por ninguno de sus encontrados personajes"  ya que no se trata de "una novela ideológica" (11). No obstante, en la forma de contar la historia y de definir al protagonista se advierte un interés por generar una duda sobre la culpabilidad del mismo, hecho que posibilita una lectura diferente de del caso del doctor Russi. 
      La novela, desde lo ficcional, crea una versión de los hechos en donde el doctor Baccellieri (el doctor Russi) es conducido a un trágico final como parte de una conjura política, por la defensa de sus ideales. Esta versión novelesca permite además, llenar los espacios que había dejado la crónica o la investigación histórica sobre el caso, con construcciones en el lenguaje que dibujan al personaje como un sujeto romántico y acercan la narración a la forma de escritura del siglo XIX.
     Espinosa utiliza como fuentes principales las Reminiscencias de Santafé y Bogotá de Cordovez Moure y el libro Tres personajes históricos de Alberto Miramón; estos textos son el entramado intertextual de la novela. El autor construye al personaje del doctor Baccellieri de forma paralela a la imagen del doctor Russi que brindan Cordovez y Miramón, haciendo especial énfasis en rasgos que lo acercan a un personaje romántico, con características oscuras y misteriosas. Esta construcción se va perfilando a lo largo de la novela desde diferentes puntos que van a definir la totalidad del personaje; un primer punto hace referencia a su  fisonomía y a su manera de vestir:
 
El primero en hablar fue un hombre que, a pesar de su aspecto lúgubre, era el menos astroso de los presentes. Conservaba sobre la cabeza un decrépito sombrero de copa, de felpa gris, y sobre los hombros una raída capa española de cuello de piel de perro. Calzaba unos burdos zapatos herrados y las uñas de sus manos, que movía con cierta lentitud declamatoria, se advertían ribeteadas de negro. La indumentaria le imprimía un aire como de murciélago, o de pájaro agorero, o de empleado de funeraria (20).

     Un segundo punto lo constituyen los ideales y la forma de pensar del doctor Baccellieri, los cuales dan fuerza al personaje físicamente perfilado; no sólo tiene aspecto de romántico sino ideales románticos: se interesa por la antigüedad clásica, cree en la posibilidad de crear un mundo diferente por medio de las leyes y la justicia y aboga por una moral práctica:
 
Fumando y apurando a breves sorbos una taza de café, allí estaba el doctor Baccellieri, el bueno, soberbio y arruinado doctor Baccellieri, con su chistera cómica, imbuido de una importancia que pocos le otorgaban, repleto de griegos y de latines que de nada le servían, a pique ya su vida por tantos servicios prestados a los artesanos (25).
Ya saben ustedes lo que pienso, señores; que para no tener que hacer que lo fuerte sea lo justo, hay que hacer que lo justo sea fuerte (72).

     Un tercer punto está dado por el lugar de residencia del personaje, cuya descripción da más fuerza a la imagen siniestra del mismo, y lo emparenta con los protagonistas de las novelas góticas de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX:

Las alcobas daban todas acceso a un minúsculo comedor, abierto a su vez sobre un patiecillo de diosmes. De éste arrancaba una húmeda y negra escalera que conducía a la buhardilla, habitada por el abogado. Y en ella, una segunda escalera perfectamente absurda era, bajo una trampa, la única comunicación con el sótano, lleno de enormes ratas, donde en el suelo de piedra rezumante almacenaba un montón deteriorado y caótico de libros. Cualquiera, sin mayor suspicacia, hubiese podido pensar en ese sótano a medio encubrir como refugio de un conspirador; pero había sido construido más de un siglo atrás y sus propósitos resultaban ya ciertamente ignotos" (23)

     Un último punto hace referencia al quehacer del personaje, relacionándolo aún más con el doctor Russi: “Dígaselo usted, Baccellieri, que ha fungido toda la vida como abogado de malvivientes” (22), y construyendo ficciones sobre Baccellieri que completan datos inexistentes sobre el  doctor Russi:

Se recibió como abogado merced a esfuerzos incontables, estudiando y trabajando como dependiente y hasta como mandadero al mismo tiempo, en un sórdido juzgado municipal. Pero la carrera de leyes no podía resultar fructuosa a quién carecía de apellidos rumbosos y de antecedentes familiares (126).

     Como se afirmó al principio, la imagen del doctor Russi que se construye - vía Baccellieri - es la de un personaje romántico que es víctima de quienes ejercen el poder. Esta formación en el discurso genera en el lector una manera de aproximación que, de manera similar a lo que ocurre a partir de la lectura de "Una cabeza," reivindica en el discurso al doctor Russi como la víctima de una lucha política.

     El doctor Russi histórico

     La tercera imagen hace referencia al doctor Russi histórico y está construida a partir de los discursos posteriores a su muerte;  surge desde una posición crítica sobre el personaje y su historia. Dicha construcción discursiva desemboca en un doctor Russi inocuo, que no es figura importante de la historia, pero que tampoco es un delincuente y asesino que hay que olvidar; por eso su historia hace parte de un anexo de la Historia Extensa de Colombia y se encuentra en varios documentos que buscan narrar lo que había permanecido al margen de la historia para entrar en la categoría de "lo que se puede narrar como historia oficial" porque ya no hace daño, pues se ha objetivado.
     Uno de los textos fundamentales para la construcción de esta categoría, por su claridad y documentación, y por el soporte institucional que lo respalda (la Academia Colombiana de Historia) es el libro Tres Personajes Históricos: Arganil, Russi y Oyón del historiador colombiano Alberto Miramón (1912-1981), quien introduce nuevas formas de hacer y de escribir la historia. Como afirma Enrique Otero D´Costa en el prolegómeno al libro de Miramón el “Doctor Sangre”:

[Miramón] despliega su ejemplar actividad por sendas distintas, más paralelas a la vez. Ya discurre con mucho donaire sobre algún tema rígidamente historial, ya entreverá sus disquisiciones con pespuntes novelescos que  introduce no a humo de pajas, pero sí sobre el lomo de hipótesis ingeniosas. Y de aquí su reconocida amenidad como escritor (8).

     Al indagar sobre la producción escrita por Miramón se encuentran gran variedad de textos, que van desde estudios sobre próceres y poesía patriótica (“Bolívar”, “Bolívar en el pensamiento Europeo de su época”, “Nariño una conciencia criolla contra la tiranía” “La Poesía Patriótica en la época del terror”) hasta escritos sobre personajes que podrían considerarse, en una historiografía decimonónica, poco importantes. Sobre este punto es importante hacer énfasis, ya que se ve un marcado interés de este historiador por personajes clasificados por el discurso histórico como infames: Don Francisco de Sande (El doctor Sangre), los conspiradores septembrinos, Agualongo (“el guerrillero que se enfrentó a Bolívar”), Pedro Fermín de Vargas, Luis Vargas Tejada, el doctor Arganil, el doctor Russi, entre otros. 
     Dicho interés lo lleva a realizar trabajos investigativos profundos, en donde recoge gran cantidad de información sobre cada uno de los personajes. Este es el caso del capítulo que escribe sobre el doctor Russi. En él hace uso de la mayoría de fuentes disponibles sobre el caso en el momento en que escribió, construyendo de esta manera un panorama muy amplio con respecto al personaje, y haciendo énfasis en lo que él denomina la “especial psicología de Russi” (133).
     Desde el título del capítulo, "Russi, un personaje enigmático," se prevé la posición que va a adoptar Miramón con respecto al doctor. Mientras Cordovez, a partir de sus vivencias y elucidaciones, condena al doctor Russi como un asesino, y Vargas Valdés, también desde su experiencia, lo exalta y lo exonera, Miramón lo considera un enigma: “Raro y misterioso es el caso de los crímenes del doctor José Raimundo Russi, interrogante que desde hace una centuria se agita en el claroscuro de la delincuencia” (133). Por esta razón se remite a los textos, y a partir de ellos reconstruye al doctor Russi como personaje y a su caso, exponiéndolos, sin tomar partido ante ninguno de ellos.
     El lector de este texto se encuentra con un gran acervo documental, impecablemente recopilado, que narra el caso y presenta a un doctor Russi historiado, limpio, que no tiene la fuerza del calculador asesino ni del orador romántico, que tiene la misma posibilidad de ser inocente como de ser culpable. La opción de decidirlo está en el lector.
     Como puede verse, la historia del doctor Russi es un acontecimiento alrededor del cual se organizaron discursos de diversa índole (históricos, literarios, políticos, esotéricos, etc) que generaron (an) prácticas relacionadas con él. Algunos de estos se enunciaron en el momento de la condena y ejecución (discursos jurídicos) y otros, la mayor cantidad, se presentaron cuando el hecho entró a formar parte de una memoria colectiva de Bogotá. No obstante, Russi no es un personaje reconocido históricamente. Cabe preguntarse entonces ¿qué memoria se construyó (ye) sobre este personaje? y ¿qué implicaciones tiene esa determinada forma de recordar?
 
     De la construcción de memoria

     La construcción de memoria se trabaja desde los discursos que se enuncian en diferentes épocas y en diferentes lugares de exposición (referentes al caso), y que posibilitan el paso de un suceso a un recuerdo.
     El proceso que transforma al hecho en memoria, se retoma de un mecanismo descrito por Foucault en el análisis del caso del parricida Pierre Rivière; el hecho (el doctor Russi es acusado de asesinar a Manuel Ferro y de ser el cabecilla de la Banda del Molino del Cubo y es fusilado en 1851)  pasa a ser propiedad de la justicia, que obra como organismo operante de la cultura y lo convierte en texto, introduciéndolo en la memoria colectiva. En este sistema codificado, hechotextomemoria (Yo, Pierre Rivière 10), se busca que la verdad del texto se preserve en la transformación del hecho en memoria, y se constituya en un referente obligatorio para recordar y narrar el suceso; además se busca que el hecho, en este caso el delito (el de Riviére y el de Russi), sirva a la sociedad como ejemplo del mecanismo criminal y como ejemplo del funcionamiento de la justicia en la aplicación de un castigo ejemplar. La memoria sobre el hecho se construye primero desde un discurso jurídico que juzga, condena y transforma en texto al acontecimiento, y luego, desde múltiples discursos que retoman el suceso y lo narran (actualizándolo) desde diferentes perspectivas.
     El caso del doctor Russi, que para esta investigación engloba los discursos de diversa índole enunciados sobre la causa de ejecución del doctor y los devenires de su cráneo durante más de ciento cincuenta años, se trabaja como un problema de construcción de memoria a partir del discurso, teniendo en cuenta que ésta se construye siempre desde un lugar de enunciación específico.  La pregunta, en primera instancia se refiere a la memoria que se quiere construir al introducir el cráneo de un sujeto reconocido como un asesino en un museo de íconos nacionales.  Con respecto al personaje se enuncia una segunda pregunta sobre las memorias que se construyen desde los diferentes textos que narran la historia. En los dos casos, esta construcción es discursiva, ya sea en forma de relatos institucionales como en el caso del museo, o a través de formaciones jurídicas, históricas y literarias. En los dos casos también, los discursos enunciados generan unas determinadas prácticas, adoptadas por quienes se constituyen como observadores o lectores.
     Estas prácticas, producto de una memoria discursiva específica, posibilitan una relación con el personaje, quien sufre varias transformaciones: un discurso jurídico e histórico lo enuncia como un asesino y un ladrón y lo excluye de la historia oficial; un discurso literario lo presenta como un personaje romántico y lo reivindica como chivo expiatorio; y un discurso histórico, en la medida en que documenta el caso y el personaje, lo objetiva convirtiéndolo en una figura sobre la cual se puede hablar.
     Se enuncia en este punto un mecanismo que pretende dar cuenta de la forma como el doctor Russi pasó de ser un asesino a ser un sujeto histórico, y su cráneo un objeto museográfico. Este mecanismo, denominado de exclusión - reivindicación - objetivación se desarrolla por medio de los discursos y posibilita la conversión de sujetos (o situaciones), con una gran carga política, en figuras inocuas. En este caso, el peligro que acarreaba el doctor Russi misterioso y atemorizante, jefe de una banda de ladrones inteligentes y refinados del discurso de Cordovez, se filtró por la figura idealista y un poco anodina del escrito de Vargas Valdés y la novela de  Espinosa, y se redujo al doctor Russi historiado de Miramón, que tiene la misma posibilidad de ser inocente como de ser culpable, y sobre el cual se puede discutir e incluso considerar como un personaje de la historia de la ciudad. Este mecanismo opera primordialmente a partir de discursos y, en este caso, se complementa con una actividad museográfica, que con la inclusión del cráneo en el museo, refuerza la objetivación del personaje.
     Así, el doctor Russi perdió su capacidad de impacto político al ser objetivado, y se convirtió en un personaje cultural, en una atracción del panteón de figurines bogotanos que “reviven” diversas compañías recreativas y turísticas en los recorridos por el Centro Histórico de la ciudad.
     Cabe anotar que este mecanismo no es lineal ni se ajusta directamente a los tiempos de escritura de los textos analizados. Es una forma de leer un proceso de enunciación de discursos que se articulan sobre un hecho determinado y crean una memoria sobre él y sobre los personajes que hicieron parte del mismo.


Para ejercitarse en la escultura
 
   Por fin asomó el último también aquí, esto es el más meritorio.
era una alta y garbosa figura, y que parecía más alta
y garbosa con su túnica blanca manchada de sangre.

José Joaquín Vargas Valdés

     A pesar de no ser un personaje ampliamente reconocido por la historia, el doctor Russi tuvo una gran importancia a mediados del siglo XIX; por esta razón se enunció la operación de un mecanismo en la escritura y en la memoria para aliviar la carga política que representaba.
     El considerarlo un personaje importante llevó a analizar la parafernalia que se desarrolló para condenarlo, teniendo en cuenta que el mecanismo de exclusión fue ejercido en forma violenta, a la manera de un sacrificio.  Según René Girard (1923), antropólogo e historiador francés, el sacrificio es el origen de todo lo religioso y una forma privilegiada de "mantener la violencia por fuera de la comunidad" (La violencia y lo sagrado 100). Tiene una función catártica para el cuerpo social, para la comunidad, en donde la violencia unánime se desencadena contra una víctima propiciatoria que debe poner término a la crisis por la cual fue necesario recurrir al sacrificio. La víctima propiciatoria (también llamada "chivo expiatorio”), que es el fundamento unánime de todos los sacrificios (104), es presentada al grupo social como una mancha que contamina el entorno, cuya muerte puede llegar a purgar y limpiar a la comunidad desviando hacia ella la violencia que iba destinada a los sujetos en el interior del grupo. En esta medida la víctima sustituye a todos los miembros de la comunidad y los protege de sus respectivas violencias.
     Aunque los análisis girardianos de los ritos sacrificiales y la violencia están contextualizados en un trabajo sobre los mitos y los rituales, algunas formas de exclusión política operan de una manera similar.
     Analizando el caso del doctor Russi desde esta óptica puede verse que este personaje fue utilizado como un chivo expiatorio con el cual se trató de conjurar la violencia que estaba a punto de desencadenarse en 1851. El doctor Russi fue la bisagra que articuló la racionalidad política de la élite dirigente (tanto liberal como conservadora), que abogaba por el librecambio y las reformas económicas, con la sociedad artesanal que pedía el mantenimiento de la racionalidad proteccionista y cristalizaba sus demandas en la conformación de bandas de ladrones. En este contexto político, en donde en cualquier momento podía estallar un enfrentamiento entre los artesanos y el gobierno (como los que ya existían en el sur del país) la elección de una víctima propiciatoria era fundamental para desviar la violencia que se veía venir. Así, al doctor Russi se le acusó de un delito que congregó en su contra a  los sectores enfrentados: ser el jefe de una banda de ladrones que robaba principalmente a la burguesía, y haber asesinado a un herrero miembro del artesanado de la ciudad. Su muerte se presentó como necesaria para hacer justicia a los dos sectores y neutralizar las violencias que se estaban gestando en la comunidad, y se organizó como un rito que englobaba una serie de símbolos y signos (la túnica manchada de sangre, la procesión con el crucifijo, etc.) en el cual participó el grupo social. La idea entonces fue hacer morir a unos pocos (o a uno en este caso) para salvar a los vivos (El chivo expiatorio 152).
     En esta tónica, Joaquín Tamayo afirmó que:

La prisión de Russi alegró a los más acaudalados vecinos de Bogotá; al Miedo sucedió la ira. Cesaron las críticas contra el gobierno de López, y liberales y conservadores estuvieron de acuerdo en hacer un escarmiento en la persona del abogado...Russi estaba condenado: por fin había una víctima y nadie quiso faltar al proceso de venganza. A petición del Gobierno, el Congreso aprobó una ley que facilitó el camino de la justicia. Se impuso la pena de muerte con carácter retroactivo (1942 - Citado por Miramón).

      Julio Vives - Guerra también afirmó en 1932 que a Russi le cayó “la china de ser la víctima propiciatoria, sacrificada en aras de ese anhelo de escarmiento, o quizá en aras de la ciega justicia, que muchas veces parece una como diosa Kaly que se alimenta con sangre” (1914).
     El doctor Russi fue convertido en un chivo expiatorio, en una víctima propiciatoria que controló con su muerte, la violencia que estaba a punto de desencadenarse. Su historia debería haber quedado ahí. Diferentes factores influyeron para que esto no sucediera: su juicio fue el primero que se llevó a cabo bajo la ley de jurados, que fue propuesta por Florentino González, aprobada el 4 de junio de 1851 y aplicada con retroactividad el 25 del mismo mes (Miramón 202). Además de esto, desde antes de su muerte, el doctor ya era reconocido como un personaje infame: se hizo visible por su encuentro con el poder y la por la atención de este sobre él. Probablemente si Russi no se hubiera enfrentado con el poder del gobierno hubiera seguido siendo un personaje oscuro y  anodino, invisible para la historia. Por esto puede afirmarse que su existencia estuvo ligada a lo que de él se dice en los discursos jurídicos e históricos.
     Los personajes infames afirma Foucault: "existen gracias exclusivamente a las concisas y terribles palabras que estaban destinadas a convertirlos para siempre en seres indignos de la memoria de los hombres." (La vida 185) En este caso el doctor Russi existe, en principio y directamente, por los documentos judiciales y por el texto de Cordovez Moure, e indirectamente por la novela de Ángel Gaitán El Doctor Temis. En éstos se presenta como un asesino, como un personaje infame.
     Foucault define la infamia estricta como aquella que “por no estar mezclada ni con el escándalo ambiguo ni con una sorda admiración, no se compone de ningún tipo de gloria" (185). Esta definición no podría aplicarse estrictamente a la imagen del doctor Russi que nos llega a través de sus primeros cronistas; en la narración de Cordovez, por ejemplo, el autor demuestra un interés por el personaje que va más allá de la simple descripción de los hechos que llevan a su fusilamiento y deja en claro, además, que el doctor Russi y su caso no pasaron desapercibidos en la Bogotá de la época. Muestra de esto es el gran interés que tuvo José Joaquín Vargas Valdés por el caso y específicamente por el personaje, interés que deja claro en su texto.
     El análisis de este caso lleva entonces a observar como se convierte a un sujeto enunciado como un criminal en un enemigo político, que debe ser destituido a toda costa para conjurar las violencias que se ciernen sobre la comunidad. Esto destruye de paso cualquier conato de oposición. Se construye así una idea de un criminal que es peligroso no sólo por sus acciones sino por la fuerza de su discurso, y por esta razón debe ser depuesto como posible lugar de enunciación de lo diferente frente a lo instituido. 
     No obstante la conversión del personaje del doctor Russi en enemigo político y la presentación del mismo como infame e indigno de perdurar en la memoria, posteriormente es tratado desde discursos reivindicatorios que tratan de exonerarlo, o por lo menos pretenden dar otras versiones del caso.

Ladrones refinados, fantasmas y aparecidos


Sonó la descarga. Baccellieri rodó con un balazo en el cráneo,
en ese su inocente y eximio cráneo que, después,
había de ser exhibido como un despojo de guerra,
como un trofeo de jíbaros, en un museo, con su perfecta perforación.

Germán Espinosa
    
     El cráneo de doctor Russi resulta un objeto ominoso, no sólo por su carácter de resto humano sino por haber pertenecido a alguien considerado como asesino y ladrón; está a primera vista capturado en la reserva del Museo, la cual tiene como función, en este caso, conjurar el poder simbólico que puede llegar a tener, y demostrar la exclusión de este personaje de “La” historia.
     La ubicación en el Museo es un reflejo del lugar del doctor Russi en la historia oficial de la ciudad y del país: es un personaje liminar, exterior a la narrativa dominante; su existencia se circunscribe a una serie de textos, que narran su historia y crean diferentes formas discursivas de aproximación al personaje. Puede afirmarse entonces, usando la ubicación del cráneo como metáfora, que el doctor Russi se encuentra en la reserva de la historia oficial de la ciudad y de la nación. No obstante, de manera paralela al discurso histórico oficial existen registros diferentes, narraciones que pueden propiciar otras interpretaciones.
     El doctor Russi resulta poco reconocible entre el común de los bogotanos, ya que la difusión institucional de su caso ha sido muy restringida; sin embargo, su ubicación en los discursos sobre personajes de la ciudad está a medio camino entre el reconocimiento de las figuras canónicas de la historia de la nación (próceres, héroes) y las figuras propias del acervo folclórico de la ciudad (la Loca Margarita, el Bobo del Tranvía, etc). No se le reconoce como parte de la construcción de la nación, con un sujeto que enuncia un discurso patriótico específico o que enarbola un programa político, pero su registro no es tampoco el de la sinrazón o la completa espontaneidad.
     El doctor Russi es un sujeto histórico y político, que pretende tener en el discurso una existencia material; es también un personaje literario, de folletín, que transgrede el dato verificable; a su vez es personaje cultural, cuyo fantasma recorre las calles de la Candelaria y es capaz de comunicar su inocencia a través de un médium. Esta multiplicidad de narrativas en torno al personaje, que lo construyen y le dan materialidad (ya que las representaciones plásticas que existen son pocas) posibilitaron dos procesos de lectura y análisis profundamente relacionados: en el primero se leyó con asombro la proliferación de discursos que hablan del doctor Russi: crónicas periodísticas, crónicas históricas, anécdotas, novelas, documentos jurídicos, relatos orales, entre muchos otros, y se construyó un mapa en el cual son posibles muchos relatos más; en el segundo se indagó por las funciones políticas de cada uno de los discursos y se formuló el mecanismo de exclusiónreivindicaciónobjetivación.
     La interrelación de estos dos procesos de lectura hizo posible un interpretación en un sentido doble: se observaron las funciones políticas de los discursos, que en últimas llevan a que el cráneo y el personaje estén capturados en el interior del Museo, pero al tiempo se reconocieron tácticas que se han generado desde otros discursos, que se han ubicado en un lugar diferente al de la escritura histórica o con interés historiográfico e incluso han transgredido el documento escrito, y que posiblemente permiten volver a narrar, o narrar de otro modo lo que la historia académica dio como cerrado. Esta segunda interpretación permitió enunciar un proceso adicional en el mecanismo de exclusión - reivindicación - objetivación: este proceso está compuesto por diferentes formas de resistencia que corren de manera paralela al mecanismo, y constantemente se complementan. Dichas formas de resistencia están construidas como tácticas, entendiendo este término como lo plantea Michel De Certeau (1925 – 1986), es decir, como un "cálculo que no puede contar con un lugar propio, ni por tanto con una frontera que distinga al otro como una totalidad visible. La táctica no tiene más lugar que el del otro" (L). Así, las tácticas utilizadas para construir resistencias alrededor del caso parten del hecho del fusilamiento del doctor Russi, y de este acontecimiento (que es una fuerza que resulta ajena) derivan actos y discursos-actos que reivindican al personaje, o simplemente "hacen hablar de él", restaurando por momentos una memoria que se trató de borrar con la ejecución y luego con la objetivación histórica.
     Estas formas de resistencia empezaron a enunciarse desde antes del fusilamiento: en un texto que circuló en Santafé en el mes de julio de 1851, llamado La razón a las conciencias, se invitaba al público de la ciudad a reflexionar sobre la utilidad política del asesinato del doctor Russi y se pedía al gobierno la condonación de la pena de muerte. Luego del ajusticiamiento, en el año de 1852 (según cuenta el mismo Cordovez Moure) el señor Andrés Caicedo Bastida, una de las víctimas de los robos de la banda del Molino del Cubo, afirmó haber visto a Russi en la ciudad de Granada (España). En las crónicas de Cordovez y de Ibáñez se encuentra también una afirmación según la cual, veintiún años después de la muerte del doctor y los ladrones de la banda, en 1872, apareció en el municipio de Tocaima un sujeto que afirmaba ser la persona que había asesinado al artesano Manuel Ferro, en virtud de lo cual, el fusilamiento del doctor Russi había sido un asesinato oficial. Estos dos discursos, referidos por los cronistas como “chismes mal intencionados”, reflejan el interés de hacer perdurar la figura del doctor Russi, que para algunos fue un símbolo de la resistencia de los artesanos frente a la burguesía. Afirmar que fue víctima de una conjura política permitía "limpiar" su nombre y retomar su imagen; por otro lado, afirmar que había sido visto en España lo convertía en un prófugo que había logrado escapar de la ejecución.
     Un tiempo después de la ejecución se empezaron a registrar relatos orales, que hablaban de cómo por las calles de la Candelaria, y especialmente cerca de la casa del doctor Russi (carrera 2 entre calles 10 y 9) aparecía su fantasma, el cual presentaba el aspecto del momento de la ejecución. Aún hoy se sigue afirmando que el fantasma ronda el centro histórico, asustando a los transeúntes del barrio Egipto. Este fantasma, aparezca o no aparezca, asuste o no asuste, hace pensar, a quienes caminan por la Candelaria en la noche, en las conjuras políticas e indirectamente en los enemigos políticos. Su enunciación en el discurso en forma oral rompe con una narrativa histórica y posibilita nuevos discursos orales o escritos; es el caso de la anécdota presentada en El Gráfico en 1932, titulada "Una máxima de Russi." En ella el autor12 relata lo ocurrido en una sesión espiritista en la cual se invocó al espíritu del doctor Russi, quien expresó de una manera muy elocuente y lógica su inocencia:

Se me fusiló por error. Yo conocía suficientemente las leyes del país, y podía, por ende, eludirlas al cometer un delito. Si yo hubiera asesinado a Manuel Ferro, lo habría hecho en cualquier sitio recóndito o despoblado de Bogotá, que en esos tiempos tenía verdaderas encrucijadas, escondites y vericuetos, y no lo habría asesinado en la puerta de mi casa. El mismo hecho de haberse cometido ese asesinato en la puerta de mi casa es una prueba tácita de que no fui yo el asesino (1914).

     Afirmar que el fantasma del doctor Russi recorría -y recorre- las calles de Bogotá se constituye en una táctica muy provechosa, ya que por medio de ella se le da a la muerte (el hecho) un significado diferente, y se introduce al personaje en una cotidianidad de la ciudad que trasciende el tiempo y el espacio: un bogotano del siglo XXI puede encontrarse con el fantasma del doctor Russi de la misma forma que lo hacía un bogotano del siglo XIX, y de esta manera recordar el fusilamiento como una represalia política. El doctor, gracias a esta táctica, es ahora más peligroso que cuando estaba vivo, ya que ahora puede declarar  su inocencia en cualquier momento; se desliza en un no - lugar, que, como afirma de Certeau, permite la movilidad y el aprovechamiento de las oportunidades.
     La “táctica fantasmagórica”, que paradójicamente visibilizó un poco más a este personaje se terminó de perfilar, al tiempo que derivó en otra cosa, en los últimos años del siglo XX y principios del XXI cuando el  doctor Russi se convirtió en un personaje cultural que es "revivido" por una compañía de entretenimiento que realiza recorridos por la Candelaria: en el momento en que los "turistas"  (bogotanos o extranjeros) pasan por la casa del doctor, un actor que lo personifica, aparece para asustarlos. De nuevo el doctor Russi tiene un cuerpo propio y un espacio; es de nuevo capturado en una estrategia.
     No obstante quienes trabajan en estos recorridos afirman haber visto al fantasma por las calles aledañas a su casa. Esto mismo afirman algunos habitantes del barrio Egipto para quienes el doctor Russi sigue siendo un personaje terrible, cuyo origen debe situarse en Rusia y cuyas hazañas no se reducen a un asesinato y unos cuantos robos. Como si se tratara de un personaje salido de un cuento de Edgar Allan Poe, afirman que el doctor embalsamaba mujeres y las tenía a modo de trofeos en su cuarto, que sigue las siniestras descripciones en cuanto a la decoración dadas por los cronistas del siglo XIX:

No, todavía sale. Russi el loco que tuvo en terror hace un siglo a Colombia (...) la guarida era en el Chorro Padilla y el tenía su salida por debajo, un túnel, por ahí fue por donde se les fugó. ¿A él lo mataron, no? Y después siguió siendo fantasma y... Él salía por la noche, pero cuando vivía; su capa, su sombrero… Capa española (...) carrera séptima (…) Aguapanelerías al frente de la  Puerta Falsa (...), él entraba ahí. Y él veía una muchacha y la conquistaba, y la llevaba ahí a la carrera segunda. Después que la conquistaba la [trozaba], (...) inyección ya estaba muerta, y la disecaba y la exponía ahí en (...) Él fue un abogado, fue una eminencia.13

     Estas variaciones inusitadas (y nunca antes vistas, ni siquiera en el texto de Cordovez Moure) demuestran cómo un público receptor de discursos genera unas prácticas - tácticas que devuelven parte del impacto del personaje en la memoria (es más difícil olvidar a un sujeto que mata y embalsama mujeres que a uno que tiene la misma posibilidad de ser un asesino que de ser inocente) y lo salvan de la objetivación completa.
     Cabe aclarar en este punto que no se trata de recuperar la potencia discursiva de un personaje y lo que éste puede representar simplemente inventado ficciones sobre él; se trata más bien de mostrar cómo en discursos cotidianos, que están alejados de los discursos históricos y jurídicos, se generan tácticas que construyen formas de resistencia frente al olvido o a la memoria petrificada, que pretende haber dicho todo sobre un personaje o sobre un hecho. En este caso la imagen del asesino, construida en principio como una forma de excluir al doctor Russi del discurso histórico decimonónico, sirve, a través de una táctica de introducción en el orden y con variaciones de la figura, como una manera de restablecer la capacidad enunciativa de este personaje y lo que puede llegar a representar: la lucha de los artesanos y en cierta forma de los desposeídos. No hay que olvidar que en muchos textos que trabajan el caso, entre ellos la anécdota anteriormente referida, se recuerda la máxima atribuida al doctor Russi: "Si no a los ojos de los hombres, a los ojos de Dios es obra meritoria robar lo superfluo a los ricos para dar lo necesario a los pobres" (1914).
     Esto ubica al personaje como una especie de "Robin Hood" neogranadino, para el cual no habría constituido un problema ser el jefe de una banda de ladrones. La imagen del ladrón refinado y misterioso, que se encuentra primero en Cordovez, es completada de manera dramática en una crónica periodística realizada en 1946 por el novelista y dramaturgo Pedro Gómez Corena para el periódico bogotano Clarín14. En ella, el autor presenta al doctor Russi como "el más célebre bandido de Bogotá". Afirma además que "mantuvo el terror hace un siglo" y  que "robaba con frases galantes y buena educación". Corena completa sus descripciones con ilustraciones realizadas por dibujantes del periódico, en las que el doctor Russi es mostrado como una especie de conde Drácula, que dirigía presencialmente todos los robos de la banda del Molino del Cubo, afirmación que ningún cronista se había atrevido a hacer, causando el terror en Bogotá.
     La aproximación a otros textos, a otros discursos que dan cuenta del doctor Russi desde lugares diferentes a los del discurso histórico dominante permite, como se espera haber mostrado en este escrito, detectar tácticas de resistencia en niveles habitualmente ignorados por la historiografía. Enunciar estas tácticas, a su vez, permite hacer visibles discursos orales y escritos, los cuales generan nuevas formas de aproximación (prácticas) al personaje y al caso, y dan pie a nuevas lecturas, ya no específicamente del tema, sino del movimiento del mecanismo exclusión – reivindicación – objetivación, atravesado por múltiples resistencias, en la construcción de memoria sobre personajes políticos.
     Una lectura de este tipo permite observar las formas de sujeción propias de los discursos al tiempo que registrar las resistencias ejercidas en la cotidianidad, en sus discursos y en sus prácticas.



Mike Mire. Retrato del Dr. Gabriel Andrés Eljaiek Rodríguez (alias Dr. Gall) posando con la cabeza reconstruida del Dr. Russi. El Dr.
Eljaiek Rodríguez aparece, no acariciando la cabeza, sino conjurando el crecimiento del cabello, en lo que al parecer fue una práctica frenológica común en su época. Siglo XXI. Ca. 2008. Donado al Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Emory por Francisco Morán, director de La Habana Elegante, revista ilustrada y gabinete de maravillas.
 

   
     Larga cabellera de la calavera

     En el presente artículo se ha tratado de mostrar cómo un objeto, que no provee mayor información sobre sí mismo o sobre su entorno, puede abrir caminos de análisis relacionados con problemáticas como la construcción de memoria y los procesos de exclusión. El cráneo en la investigación, de la misma manera que la calavera en la Vanitas, invitó a reflexionar sobre diferentes problemáticas.
     Su ubicación en el Museo Nacional, posibilitó acercarse a este objeto como un artefacto político que, ya fuera por razones científicas, educativas o museográficas, o por las tres, ocupó(a) un espacio determinado en (por) la institución: un espacio de exclusión. La pregunta ¿por qué ocupa ese lugar y no otro? en primera instancia y el posterior estudio de los discursos en torno al personaje, permitió un análisis sobre la forma como se construye una memoria discursiva sobre determinados personajes, que se revela en prácticas relacionadas con los mismos (en este caso ubicar el cráneo del doctor Russi en la reserva de un museo). Estas prácticas son en últimas, formas de posicionarse frente al personaje.
      Se partió de este personaje que hace parte de la "otra historia", de la historia no oficial y por tanto no difundida, para enunciar el mecanismo de exclusiónobjetivaciónreivindicación, con el que se pretendió explicar cómo se construyó (e) memoria sobre personajes que se visibilizan como "Otros políticos" (no necesariamente personajes desconocidos o poco importantes para el discurso histórico). Este término hace referencia a los sujetos que, estando dentro del marco de la política, en un determinado momento son identificados por quienes ejercen un poder estatal como peligrosos para el mantenimiento de un status quo y son excluidos de manera violenta15. Este mecanismo posibilita que, como en el caso del doctor Russi, luego de ser excluidos y reivindicados en el discurso sean transformados en personajes inocuos de la historia. Cabría, como continuación de esta investigación, indagar por otros personajes de la historia nacional en cuya construcción de memoria pueda enunciarse el funcionamiento del mecanismo anteriormente descrito.
     Dicho dispositivo captura a los personajes y a los objetos a través de los discursos y las prácticas que de ellos se derivan; no obstante, se observó como desde discursos liminares, enunciados también en diferentes épocas y que pueden ser orales o escritos, es posible generar formas novedosas de aproximación al personaje que restituyen su capacidad de afectar políticamente. Estos otros discursos son formas de resistencia del objeto y del personaje, maneras de agenciar relatos en los cuales el doctor Russi no fue fusilado, o sigue manteniendo su faceta oscura y atemorizante, ya sea como un recordado asesino o como un fantasma que deambula por la Candelaria, y que es capaz de formular cuestionamientos con respecto a las formas de exclusión política. La calavera tiene una larga cabellera.
     El interés de hablar de este objeto, y por consiguiente del personaje, en este momento, responde a un cuestionamiento por los lugares desde donde se construye una memoria que deja de lado algunos sujetos y objetos, y privilegia otros en la enunciación de una idea de nación. El Museo Nacional (gracias al que, en gran parte, es posible realizar la investigación) es el que define qué se representa en su interior, y como es la puesta en escena de cada objeto: el cráneo del doctor Russi ya pudo “salir” de la reserva y pudo hacerse visible en la institución como pieza del mes de octubre de 200516 (Imágenes 4 y 5). Queda abierta la posibilidad de preguntarle a la institución por otros objetos que pueden llegar a hacer parte de un “otro museo”, un museo construido a partir de objetos de la reserva (excluidos) que hacen posible un análisis de los movimientos por los cuales están en ese lugar y con los cuales se puede pensar sobre los procesos de construcción de memoria histórica.



Cráneo del Dr. Russi como pieza del mes en el Museo Nacional de Colombia. Octubre de 2005.


 

Cráneo del Dr. Russi como pieza del mes en el Museo Nacional de Colombia. Octubre de 2005.

     Se espera entonces que el fantasma del doctor Russi siga deambulando por las calles de la Candelaria, contando su historia a cuanto transeúnte encuentre, y que su cráneo siga siendo un objeto ominoso en la reserva del Museo Nacional.

Notas

1. Lo más probable es que los dos cronistas se refrieran al Cementerio Central, que empezó a funcionar en 1836 y se abrió al público en 1839 (Calvo Isaza 10). La elipse era parte del Cementerio de los pobres y se enterraba en tierra.

2. La Frenología fue una doctrina científica que se estructuró a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Fue enunciada inicialmente por Franz Joseph Gall (1758-1828), médico innovador en la anatomía cerebral, y retomada posteriormente por Johann Gaspar Spurzheim (1776 - 1832). Según sus postulados existen en el cerebro areas específicas que coordinan las diferentes fuciones físicas y psíquicas del ser humano, las cuales pueden reconocerse sobre el cráneo utilizando un mapa frenológico. A través de este mapa se pueden identificar patologías o anomalías en el comportamiento según el lugar donde se presente una lesión. 
La Craneometría fue una doctrina científica enunciada a principios del siglo XIX, según la cual, el tamaño y la forma del cerebro determinan las capacidades mentales de los sujetos. Los craneómetras realizaban las mediciones sobre cráneos humanos que luego eran sometidos a análisis comparativos. Dos de sus precursores fueron Louis Agassiz (1807 – 1873) y Samuel George Morton (1819- 1851). Este último era un médico que comenzó a formar una colección de cráneos humanos en la década de 1820 y alcanzó a reunir para 1851, año en que murió, más de un millar. Su interés era probar que se podía establecer una jerarquía objetiva “entre las razas basándose en las características físicas del cerebro, sobre todo en su tamaño”. Sthepen Jay Gould, La falsa medida del hombre (Barcelona: Crítica, 1997) 71. Morton realizó  mediciones para establecer el tamaño del cerebro de sus cráneos, rellenándolos con semillas de mostaza tamizadas, primero, y luego con perdigones de plomo. Francis Galton (1822 - 1911) y Paul Broca (1824 - 1880) fueron también destacados craneómetras.

3. Cessare Lombroso (1835 – 1909): médico piamontés. Se incorporó al ejército piamontés y ejerció su profesión hasta 1863. En 1864 empiezó a trabajar en un hospital de enfermos mentales. En 1871, mientras observaba el cráneo del bandolero Villella, observó una serie de anomalías que le hicieron pensar que el criminal lo es por ciertas deformidades craneales, y por su similitud con ciertas especies animales.
Lombroso no buscó una teoría criminogenética; buscaba encontrar un criterio diferencial entre un enfermo mental y un delincuente; al toparse con este descubrimiento, comenzó a elaborar lo que él mismo llamó: Antropología criminal. A finales de 1871 fue nombrado Director del manicomio de Pesaro y en 1872, publicó el libro: ‘Memorias sobre los Manicomios Criminales’, en donde expuso la diferencia que hay entre el delincuente y el loco, y sus ideas respecto a que el delincuente es un enfermo con malformaciones muy claras. En 1876 publica el Tratado antropológico experimental del hombre delincuente, texto inicial de la ciencia criminológica.

4. Esta temática tuvo un gran desarrollo en los siglos XVI y XVII, principalmente en la pintura flamenca y austriaca. Pintores como Bartholomäus Bruyn (1493 – 1555), Hendrik Goltzius (1558 – 1617), Jan Saenredam (1565 – 1607), David Bailly (1584 – 1657) y Harmen Steenwyck (1612 –1659) cultivaron este género. En la actualidad artistas como Chris Peter, Plinio Martelli (1945) y Adam Forfang (1978) han retomado esta tópica introduciendo variaciones.

5. José de Solís Folch de Cardona, fue virrey del Nuevo Reino de Granada de 1753 a 1761. Luego de terminar su administración ingresó al convento de San Francisco con el nombre de Fray José de Jesús María.

6. Este texto apareció en la ciudad luego de conocida la condena del Doctor Russi y los ladrones del Molino del Cubo; en él se pedía al “ciudadano presidente” la condonación de la pena de muerte. Como se sabe, fue ignorado por López.

7. La Asociación Colombiana de Antropología Forense realizó una investigación dirigida por el antropólogo Cesar Sanabria, sobre el supuesto cráneo del Doctor Russi. A partir de esta investigación se pudo determinar que el cráneo perteneció a un hombre, cuya edad oscilaba entre lo 40 y los 60 años; además se pudo construir una imagen en segunda dimensión de la fisonomía de esta persona. No obstante los datos no son concluyentes, ya que el cráneo no brinda toda la información necesaria.
Actualmente se está cotejando la información antropológica obtenida con referencias textuales y visuales que dan razón de la apariencia de Russi, para así poder construir un retrato más preciso.

8. Novelas : El Doctor Temis de José María Ángel Gaitan (1851) y Los ojos del basilisco de Germán Espinosa (1992); crónicas históricas: Sombras y misterios o los embozados de Bernardino Torres Torrente (1859), la primera parte de los Crímenes Célebres de José María Cordovez Moure (1891), Causa y ejecución de José Raimundo Russi de Pedro María Ibáñez (1894) y Una cabeza de José Joaquín Vargas Valdés (1938); crónicas periodísticas: Bogotá bajo el terror de Russi de Pedro Gómez Corena (1946), textos históricos y jurídicos: La casa del bandido de Elisa Mújica (1974), Tres personajes históricos: Arganil, Russi y Oyón de Alberto Miramón (1983), El abogado del pueblo de José Arteaga (1997), Sociabilidad política popular, abogados, guerra y bandismo en Nueva Granada: 1830 – 1850 de Víctor Uribe – Urán (año); relatos esotéricos: Una máxima de Russi de Julio Vives – Guerra (1932), entre otros.

9. Novelista y escritor francés. Nació en París en 1804 y murió en Annecy en 1857. Estudio pintura y medicina, y sirvió como cirujano en el ejército y la armada de su país. Sus novelas alcanzaron una extraordinaria popularidad en su tiempo. Entre las más destacadas están: Plick y Plock (1831), La salamandra (1832), Los misterios de París (1843), El judío errante (1844 - 45) y Los siete pecados capitales (1849). http://eugene.sue.free.fr/biographie_lachatre.html.

10. José María Maldonado Castro fue el jefe político con quien, según afirma Ibáñez, Manuel Ferro denunció a sus compañeros de la banda.

11. Este “escritor, pensador y gran patriota colombiano” (Vargas Barón, VII) de ideas liberales, combinó su labor en la política con la escritura periodística, publicando sus artículos en varios periódicos bogotanos (como El Neogranadino) y en los cinco periódicos que fundó y los cuatro que dirigió en Boyacá (XVI). Nunca hizo una compilación de sus escritos, la mayoría muy cortos. Sus hijos, por su parte, compilaron y publicaron póstumamente algunos de sus escritos en el libro A mi paso por la tierra en 1938, y sus nietos reunieron otros textos en el libro Escritos y ensayos en 1963.

12. El autor de este relato es Julio Vives – Guerra.

13. Entrevista a un adulto mayor del barrio Egipto. Proyecto Museos Cotidianos, Museo Nacional de Colombia.

14. Esta crónica ocupó ocho números del semanario: del 7 de noviembre al 26 de diciembre de1946.

15. Su peligrosidad radica en la posición discursiva que adoptan frente a un determinado poder y los efectos que la enunciación de los discursos pueda tener sobre un público que los reconoce. Estos actores históricos no son personajes excluidos desde un principio; tienen voz y la utilizan, precisamente por eso es que son excluidos.

16. “El cráneo del asesino” fue la pieza del mes de octubre del 2005. Se expuso en la sala Federalismo y Centralismo en el segundo piso del Museo Nacional de Colombia muy cerca de donde se encuentra la pintura y algunas pertenencias de José Hilario López.

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* Tomado de Cuadernos pensar en público, no.1. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2006. 27 - 73. La Habana Elegante agradece a la Editorial, al Instituto Pensar, a la Pontificia Universidad Javeriana, y muy especialmente al autor del ensayo - Gabriel Andrés Eljaiek Rodríguez - el permiso para la reproducción del ensayo.

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