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ceiba y Templete;

     Cada 15 de noviembre, hacia la medianoche, los habaneros van al Templete para festejar un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad. Al llegar al Templete, dan tres vueltas a la ceiba y piden un deseo. Ahora tú tienes la oportunidad de hacer lo mismo. Habaneros por voluntad, por derecho de nacimiento, o por cualquier otra razón, ha llegado el momento de reafirmar nuestra fe en la ciudad, nuestra determinación de disputársela a los huracanes de la historia, y de fundarla otra vez donde quiera que la noche nos sorprenda.
   La Habana Elegante -- que ha hecho ya una tradición de esta peregrinación virtual -- abre las puertas de su Templete para que todos juntos festejemos el 488 Aniversario de la Fundación de La Habana, y el primer decenio de nuestra revista, que es de todos.





Soneto

Aquí suelto la pluma ¡oh patria amada
noble Habana, ciudad esclarecida!
pues si harto bien volaba presumida,
ya es justo se retire avergonzada.

Si a delinearte, patria venerada,
se alentó de mi pulso mal regida,
poco hace en retirarse ya corrida,
cuando es tanto dejarte mal copiada.

Mas si aún así ha logrado desairarte,
pues si tanto hijo tuyo sabio y fuerte
en las palestras de Minerva y Marte

te acreditan y exaltan, bien se advierte
que donde han sido tantos a ilustrarte,
no he de bastar yo sólo a oscurecerte.

José Martín Félix de Arrate y Acosta (1701 – 1765)


1893

     El Teatro Payret está en el Prado, frente al Parque Central, cerca del gran hotel Pasaje. Es una bella estructura, casi igual al de Tacón en cuanto a arquitectura y capacidad se refiere. El Payret fue construido hace unos catorce años. En 1883 fue parcialmente destruido por un huracán y abandonado hasta 1890, cuando el edificio fue totalmente restaurado, y de nuevo se convirtió el centro de una gran escuela operática.
     El teatro Irijoa, llamado así en honor de su industrioso y distinguido dueño, Sr. Irijoa, es un elegante, cómodo y bien ventilado teatro, construído últimamente, y en especial adaptado para representaciones en el verano. Allí se ofrecen también elegantes bailes en cada estación, a los cuales asiste lo más selecto de la sociedad de la Habana. Un jardín con fuentes, a la entrada, atrae la atención. Pequeñas mesas se esparcen aquí y allá para tomar refrescos, lo cual le da una apariencia que hace recordar a los «Campos Eliseos» o a los café-conciertos de París.
     El ferrocarril de Marianao para en las siguientes estaciones: Tulipán,  Cerro, Ceiba, Buenavista, Quemados y Marianao. Marianao, a unas quince millas de la Habana, es una bonita y quieta barriada de 5000 habitantes. El tren se extiende hasta la playa de Marianao, a tres millas del lugar, donde se puede disfrutar de baños de mar. A unas tres millas de Marianao queda una de las mejores plantaciones de azúcar de Cuba: el Ingenio Toledo.

J. C. Prince. Cuba ilustrated, pp. 51 y 67.


«Viaje que hizo desde la Havana a Vera-Cruz y Reyno de México el P. Fray Gregorio Uscarrell»

Fragmento

Después que el alma rendida
siempre de ti enamorada,
aún antes de la jornada
quedó del pesar partida:
dudosa en la despedida,
tan sin consuelo barrunta,
que estaba casi difunta,
mirando que sin despecho
llevaba el Morro en el pecho
y el corazón en la Punta.





Para El Templete
 
Vaya Templete!! Diez años de templete y más templete. La cruel edad irá poniendo freno a tantos y tan entusiastas templetes. Pero, sí, es extraordinario que La Habana Elegante se haya mantenido así tan... bueno,... tan como toda una señora sin serlo, con ese toque de pueblo que les falta a las revistas sofisticadas y totalmente serias que se dedican a la curtura. Yo por mi parte me siento réquete honrado y como perro
por mi casa cada vez que sale un número de La Habana Elegante. Ahí me pongo a dale que dale al ratón de la computa una y otra vez para oír la musiquita romántica y mirar los retratos giratorios de Casal . No hay discusión: esta revista ha sido un hito en nuestra curtura, y ya no se puede vivir sin ella. La Azotea de Reina y las demás secciones de la revista siempre parecen miraderos desde los que se pueden saborear
poemas de gran calidad, cuentos de gran atrevimiento, ingeniosidades de todo tipo. Felicito a La Habana Elegante sobre todo por haber comprendido que no debe ser tan elegante, y que tirarse pa la calle de vez en cuando le hace bien a las personas, sobre todo a aquellas que proceden de lugares donde se baila el son en canzoncillos y en camisón, pero que por estos lares les ha dado por dedicarse a la hartadura de la
literatura o a la mezcolanza de la pintura o a creerse que son ingeniosas. Felicito en especial a Franciso, que es un poeta y un amigo, y que se ha dedicado a hacer cosas de valor sin echársela de cheche. Muchos cariños para ti y para todos en la revista.
 
Emilio Bejel
California


«Dolorosa métrica expresión del sitio y entrega de la Havana»

fragmento

¿Tú ya en extraño dominio?
¡Qué dolor, oh patria amada!
Por no verte enajenada
¿cuántos se sacrificaron?
¿Y cuántos más envidiaron
tan feliz honrosa suerte,
de que con sangre en la muerte
tus exequias rubricaron?

Por ti el paisanaje atento
como logró en tu región
la primer respiración,
diera hasta el último aliento.
Si el Morro con tal contento
dominaría perecer
sin poderse defender,
cuanto más a la Cabaña,
cuerpo a cuerpo, y en campaña
¿dónde podían vencer?

Marquesa de Jústiz de Santa Ana (1733 – 1807)



La Habana recibe el título de Ciudad se le concede escudo de armas

Emilio Roig de
Leuchsenring

     En vista del progreso, notable dentro de la época, que había alcanzado ya, a fines del siglo XVI, la Villa de San Cristóbal de la Habana, el Rey de España, Felipe II, resolvió acceder a los reiterados ruegos que tanto los moradores de la población como sus autoridades, le habían hecho de que se le concedieran los honores y prerrogativas de ciudad, los que al efecto le fueron otorgados por Real Cédula de 20 de diciembre de 1592, que copiada a la letra dice así:

"Don Felipe por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Cicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra firme, del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Bravante y Milán, Conde de Abspoudg, de Flandes y de Tirol y de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, etc,– Por cuanto teniendo consideración a lo que los vecinos y moradores de la Villa de S. Christoval de la Havana de la Ysla de Cuba me han servido en su defensa, y resistencia contra los enemigos, ya que la dha. Villa es de las principales poblaciones de la dha. Ysla, y donde reside mi Governador y Oficiales de mi Hacienda, deseo que se ennoblezca, y aumente por la presente quiero y es mi voluntad que ahora y de aquí adelante para siempre jamás. dha. Villa sea y se yntitule la Ciudad. de Sn. Christoval de la Havana de la dha. Ysla de Cuba, y así mismo quiero que sus vecinos gocen de todos los privilexios, franquezas y gracias de que gozan y deven gozar todos los otros vecinos de Sunexantes Ciudades y que esta pueda poner el dho. Título y se ponga en todas las scrituras Auttos, y lugares publicos y ansi se lo llamen los Reyes que despues de mi vinieren a los quales encargo que amparen y favorezcan estta nueva Ciudad, y se le guarden y hagan guardar las dichas gracias y privilexios; y mando a todos mis súbditos y Naturales de mis Reynos y de las dhas. Yndias eclesiasticos y seglares de cualquier dignidad, preeminencia y calidad que sean, que llamen é yntitulen a la dha Villa la Ciudad de. Sn. Christoval de la Havana y que ninguno vaya ni pase contra estte mi privexio el qual haga guardar todas y qualesquiera pusts. de estos dhos mis reino y de las dhas Yndias como si en particular fuera dirixido a qualquiera de ellas, a quien fuere mostrado, y pedido su cumplimiento: De lo qual mandé dar la pteste. firmada de mi mano y sellado con mi sello en Heras, a veinte de Dire. de mil quinientos nobenta y dos anos.– Yo El Rey – Yo Joan de Ybarra, Secretario del Rey nro Sor la hize escribir por su mandato”.

     Con esta extraordinaria merced recibió también la Habana otra no ménos señalada: el escudo de armas.
     Por causas que no se han podido esclarecer, ni tampoco la fecha en que ocurriera, desapareció el documento o prueba de esta distinción, por lo que, después de largas gestiones realizadas por el Cabildo, S. M. la Reina Gobernadora doña Mariana de Austria, viuda de Felipe IV, confirmó aquella merced, reconociendo como auténtico escudo de armas de la ciudad de la Habana, el que venía usando o sea el de los tres castillos y la llave en campo azul, representativos aquellos de las tres primeras fortificaciones que poseyó y simbolizando ésta el ser su puerto la llave del Nuevo Mundo antemural de las Indias Occidentales, todo según consta de la siguiente Real Cédula de 30 de noviembre de 1665:

"La Reyna gobernadora: por cuanto la ciudad de S. Cristóbal de la Habana en carta de 22 de mayo de este año ha representado que con el transcurso del tiempo no se ha podido hallar, aunque se había buscado el origen de la merced que le está hecha de tener por armas tres castillos y una llave en campo azul, señal de su fortaleza y del valor con que sus naturales y vecinos la defendieron en las ocasiones que se ofrecieron; y para honor y lustre de dicha ciudad en los siglos venideros suplicaba que en premio de su lealtad se le confirmase la dicha merced, pues el descuido que había habido en guardar los papeles de su origen, no había de defraudarla de este honor, que había merecido. Y habiéndose visto por los del Consejo de lás Indias, teniendo consideración a los servicios de la ciudad de la Habana y a la fuerza con que los ha continuado, he tenido por bien hacerle merced, como por la presente se la hago, de que de aquí adelante use y pueda usar de las mismas armas que constare haber usado hasta aquí, en la misma forma que va referido, que yo lo tengo así por bien; y mando que ninguna persona le ponga impedimento a ello, que así procede de mi voluntad. Fecha en Madrid a 30 de noviembre de 1665.– Yo la Reyna.– Por mandato de S. M

– D. Pedro de Medrano.”

Tomado de: La Habana de ayer, de hoy y de mañana
La Habana: Sindicato de Artes Gráficas, 1928



Nunca el tedio o
el agobio de lo mismo
invencible en ciertas horas, ahoguen esta ronda, saber de la repetida silla de lo real
que en su tronco coloca espinas, cultivo de la distancia.


Juan Carlos Quintero-Herencia

Silver Spring, Maryland







Parálisis progresiva del tranvía

Nicolás Guillén

     La Habana es una ciudad que anda pellizcando el millón de habitantes. Si ocurriera en ella lo que ocurre en otras ciudades importantes, esto es, si se le añadiera los centros urbanos limítrofes, tendríamos que «la gran Habana», con su populoso cinturón humano, alcanzaría el millón y medio, tal vez los dos millones.
     De todas suertes, la sonriente capital antillana puede reclamar el título de urbe. El título de ciudad animosa y animada, a la que desembocan caudalosos ríos de sangre cotidiana. Ciudad hecha y derecha, con grandes prostíbulos y grandes vicios.
     Un dominicano amigo mío, nada trujillista y muy simpático, me contaba hace algún tiempo su salida del terruño natal, en viaje hacia Cuba. Durante muchos días aquello fue cuestión de consejo de familia. Y ya a la hora de la partida inevitable, pues el viajero era un zagalón que había remontado la veintena, ocurrió que entre los gemidos de las tías, la seria y viril preocupación del padre y la incertidumbre de los hermanos, acercase la madre, quien dando muestras de profunda aunque entera desesperación, díjole con voz conmovida, mientras lo abrazaba tiernamente:

     –¡Adiós, hijo mío! ¡Para mí es terrible separarme de ti, sabiendo que vas a La Habana!–

     A fines del siglo XVIII visitó Humboldt nuestra capital. El sabio no era hombre que se asombrara fácilmente, así ante lo bueno como ante lo malo, pero lo cierto es que La Habana hízole una pésima impresión, que contó más tarde con todos sus pelos y señales. Las calles en que, como dice, se andaba con el lodo hasta las rodillas; el olor a tasajo o carne salada, el ir y venir de esclavos y traficantes, tanto como el calor excesivo y el hediondo vaho que despedían lodazales y vertederos, pusieron una ancha veta repulsiva en su séjour cubano.
     Eça de Queiroz estuvo por acá unos meses, en el sesentitantos, y a pesar del tiempo transcurrido desde la visita de Humboldt no se sintió mejor. «La Habana –escribió por alguna parte– es un charco de sudor y un palillero de palmeras…» Claro que el sibarita creador de Fradique Mendes estaba habituado al confort parisiense, que entonces no había sido desplazado por la técnica norteamericana, y era hombre de suave molicie y plácida ubicación. Aquí resistió muy poco tiempo como cónsul de Portugal y pronto lió bártulos en busca del suave modo europeo.
     Digo todo esto para ponerme tantos en contra y que no se me crea un «patriota» seguro que vive, si no en el mejor de los mundos, por lo menos en la mejor de las ciudades… Ahora mismo, La Habana tiene muchos puntos débiles, que despiertan una sonrisa de burla en el viajero enterado y son la desesperación de la ciudadanía queredora de su patria chica. No voy a decirlos todos; antes bien, os hablaré de uno solo, que es por cierto el que la gente saca como tema obligado de conversación. Ese punto falso, roto, ese motivo de sonrojo, ese centro de chunga, esa diana en que ejercita su puntería quien quiera sacarnos los colores a la cara… son los tranvías urbanos.
     En general los medios de transporte con que La Habana cuenta son ni muy variados ni muy buenos. Nos falta el metro, tan útil en algunas ciudades de América y muchas de Europa, de manera que la cosa se reduce, pues, al ómnibus (que acá llamamos «guagua», como se les dice a los recién nacidos en Chile) y los famosos tranvías. Los ómnibus son pequeños –con excepción de los «especiales»– y no se distinguen por su exagerada pulcritud. Cubren en una complicada red de líneas o rutas el área metropolitana, desde el centro a los barrios extremos, y, como en todas partes, se abarrotan y congestionan a las horas en que la afluencia de empleados y obreros que van y vienen de fábricas y oficinas es mayor. ¡Pero esos tranvías!
     Los tranvías habaneros son prehistóricos. Datan de los primeros días de la República, que los adquirió, ya usados, de cierta compañía norteamericana. En comparación con los del interior del país –los renqueantes y estruendosos de Camagüey, por ejemplo– conservan desde luego un discreto primer lugar, casi a punto del empate…
     Hasta mediados del año anterior eran unos vehículos ideales para el trasiego de gente mesurada, honesta, paciente y sin prisa: el paralítico, el escribiente no mecanógrafo, el pensionado civil y el jugador de ajedrez. Situábase usted en una esquina y todo consistía en esperar. La calceta, la lectura de Jorge Mañach o la simple divulgación sobre temas no urgidos de resolución inmediata… Cuarenta minutos más tarde era usted sorprendido por un timbreteo inconfundible. ¡Ahí estaba el tranvía! Se instalaba usted en su lenta carroza, en su coche democrático, y ya podía dormir seguro de llegar sano y salvo a su destino.
     Ahora… Ahora, amigos míos –precisa reconocerlo con punzante melancolía– las cosas ocurren de bien distinto modo. El tendido de alambres para los trollies ha cedido bajo la acción demoledora de los años y ya no hay viaje sin accidente. Los cables caen a diario, enroscados sobre la calle como finas serpientes, y durante horas y horas permanece el tránsito paralizado en medio de las cuchufletas e ironías de quienes ante el humillante espectáculo aún se muestran con ánimo de reír.
     A esto añádase el peligro mortal que tal contingencia entraña. Si los dos cables se unen y así los pisa el transeúnte, dícese que la catástrofe es fatal, y lo mismo si en esa forma caen sobre la distraída cabeza del viandante. De donde resulta que un medio de locomoción antaño tan sólido, tan constitucional, tan protector del sistema nervioso, se ha convertido en una permanente invitación al gran viaje… Lo último es que ya han caído en la cuenta los periódicos humorísticos. Hace apenas unos días recorté ciertos versos sonrientes y crueles, en los que el tranvía era la víctima inmolada. Helos aquí:

Si morir es tu porfía,
esto es, si quieres matarte,
no tienes más que situarte
junto a un tranvía.

Allí te quedas muy serio,
mas con aire distraído;
te cae en eso el tendido…
¡y al cementerio!

Decir, pues, no es necesario
que son iguales hoy día
el tendido del tranvía
¡y el funerario!

     Tan terrible situación empeoró esta semana, pues de golpe y porrazo decretóse la paralización del servicio, lo cual duró toda una tarde y parte de la noche… Por virtud de ello han salido a relucir cosas muy desagradables, relativas al trasiego de fondos en manos de un núcleo de seudodirigentes obreros, filtrados en el Sindicato Eléctrico. Háblase de la pérdida o extravío de trescientos mil dólares para comprar cables de acero que más parecen ser cables de oro. En fin… En fin se dice que el gobierno ¡ay! contempla el problema fríamente, como si fuera una fórmula de Einstein, y con el propósito de que el caso tranviario se convierta –y de ello está a punto– en conflicto de orden público, cosa de asestar limpiamente el golpe final e imponer luego un monopolio o cosa parecida en el transporte urbano…
     Quiere decir, pues, que nuestros tranvías se mueren. Se mueren de parálisis progresiva irremediable. ¡Felices ustedes, allá en Caracas, donde todavía no han nacido!

La Habana, enero, 1950.

Tomado de Prosa de prisa. Tomo II. Compilación, prólogo y notas, Ángel Augier. Editorial Arte y Literatura, 1975.





«Las glorias de la Havana»

Animada la industria y común trato,
crecen las Artes, y a porfía se mira
el pueblo trabajar con tal conato
que la riqueza al fin circula y gira.
Desterrados el ocio y desacato,
el comerciante, el artesano aspira
a nuevas leyes próvidas sujeto
a llevar tan glorioso y grande objeto.
……………………………….
¿Quién expresar podrá la complacencia,
la gloria del espíritu havanero,
cuando por nuevo afecto de clemencia
aprobó el Rey fundarse por entero
la augusta Casa de Beneficencia?
¿Quién podrá celebrar el vivo esmero
de Peñalver, Ofarrill, Montehermoso,
Calvo, Aróstegui, Lanz, sin dar reposo?

Son y han sido las Ciencias el cimiento
de la felicidad de las naciones,
son la luz del humano entendimiento,
el freno principal de las pasiones,
las que dan tono, acierto y fundamento
a los proyectos y negociaciones,
y las que dan valor en todas partes
a la Industria, Comercio y a las Artes.
……………………………………
¡Oh, preclara virtud, fuente de bienes,
instrumento del público contento!
¡Oh, amor! ¡oh, patriotismo! Tu mantienes
la gloria de los reinos! ¡Oh, portento
que con feliz principio puesto tienes
en el pecho havanero firme aliento.
Tú aumentarás hasta la edad lejana
las glorias inmortales de la Havana.  
…………………………….

D. Francisco María Colombini y Comayori
















«Soneto (La Habana siglo XVIII)»


La aldea es ya ciudad, mas no por ello
se piense que dejó de ser aldea:
en las calles el pueblo caga y mea
sin que el ojo se ofenda ni el resuello.

Paciencia hay que tener más que un camello
con el agua podrida y la diarrea,
y quien de noche ingenuo se pasea
a escondido puñal arriesga el cuello.

Moscas, mosquitos, ratas y ratones,
polvo hecho fango, charcas pestilentes,
fiebres malignas, chancros, purgaciones,

contagio son de bestias y de gentes,
bajo un sol de ladrones y gritones
y una luna de dientes relucientes.

Nicolás Guillén


La vida habanera en 179..., según el Papel Periódico

Emilio Roig de Leuchsenring

     Aunque desde el año de 1782 existía en la Habana una Gaceta, dedicada tan sólo, según nos dice Bachiller y Morales, a noticias y anuncios, la primera publicación periódica literario-económica de Cuba no aparece hasta el 31 de octubre de 1790, en que gracias a las iniciativas y trabajos de D. Luis de las Casas, llegado a Cuba tres meses antes, vió la luz el primer número del Papel Periódico de la Havana.
     En ese año y en el siguiente de 1791, durante los cuales se publicaba el periódico una sola vez a la semana en la Imprenta del Gobierno no hemos encontrado más que un artículo, el 22 de diciembre de 1791, Reflexiones sobre la manía de versar. Desde enero de 1792 empezaron a tirarse dos números a la semana, los jueves y domingos y ya en ese mismo mes y año podemos leer en las páginas en cuarto del Papel artículos de costumbres publicados, no de tarde en tarde sino con frecuencia, como obedeciendo a un propósito decidido de sus redactores, propósito que vemos confirmado en un artículo Discurso sobre el Periódico, que aparece en el número de 5 de febrero de 1792. Uno de los fines de este periódico, dice el mencionado artículo, será: "Atacar los usos y costumbres que son perjudiciales en común y en particular; corregir los vicios, pintándolos con sus propios colores para que mirados con horror se detesten, y retratar en contraposición el apreaciable atractivo de las virtudes”. Y en otro párrafo incita a los aficionados a la literatura para que colaboren "por semanas alternativamente o según quisiesen acordarlo”. Y así, a;ade, "con el tiempo tendrían la satisfacción de ver alguna enmienda en las costumbres o vicios contra que declamasen.”
     Y, efectivamente, por el Papel Periódico podemos conocer el carácter y costumbres de aquella época, movimiento social, necesidades, modas, lecturas....
     Muy aficionadas eran a las novelas las muchachas de entonces, según parece, pues en el número del Papel de 16 de enero de 1792 un señor, que firma con el seudónimo de Teamo, dirige una carta A las Señoritas de la Havana recomendándoles desechen, por nociva, la lectura de "Libros de novelas”.
     Sobre educación, hay un artículo en el número de 19 de enero que nos da a conocer perfectamente el atraso en que se encontraba la enseñanza y los maltratos y castigos que sufrían los muchachos. Basta leer solamente el título del trabajo: Pensamientos sobre los medios violentos de que se valen los maestros de escuelas paret educar a los niños.
     En los números de 22 de enero y 2 de febrero se reproducen, por ser aplicables a Cuba, dos cartas del Mercurio Peruano firmadas por Eustachio Philomates, sobre el "Abuso de que los hijos tutéen a sus padres”. Se diserta también en esos meses sobre las "Amas de leche”.
     EI carácter y costumbres de las habaneras los encontramos descritos por El Europeo Imparcial en el número de 22 de julio en esta forma: "Su religión, su piedad, su celo por el culto divino y de los santos, que no es el común como muchos opinan, supersticioso y fanático, el trato político y afable, el cultivo de sus republicanos, el aseo que inspira a su genio, hasta en los que no lo han usado, la magnificencia de sus trenes, saraos, convites, concurrencias, funciones, así sagradas como profanas, su paseo por lo que mira a la multitud de carruajes en el todo brillantes, manifiestan altamente que la Habana ha hecho, no algo sino mucho, como es notorio por su fomento y lustre.”
     Sobre el baile, que entonces parece era muy raro que se celebrase alguno, pues en el número de 16 de diciembre vemos un anuncio: ”Se avisa a los Señores que hoy hay baile”, encontramos una animada controversia. José Follotico trata de introducirlo y publica un programa de los bailes que piensa dar, entrando después en consideraciones sobre esta diversión, siendo ayudado en su empresa por un señor que ocultándose con el seudónimo de José de la Havana lo defiende y llega hasta proponer en el número de 25 de noviembre "que todos los años en el último baile la señorita que se hubiese portado con más modestia y gracia y que hubiese agradado más a todos según el juicio del Parque fuese honrada con una corona de mano del Magistrado y distinguida con el título de Reina del Baile que llevaría todo el año.”
     Otros varios señores y principalmente un tal D. Miguel de Cádiz combaten rudamente el baile por inmoral y perjudicial a la sociedad, sacando a colación, en sus ataques, a Herodes, a Salomé, a Ana de Bolena y citándonos textos latinos y de Ios Santos Padres.
     Haríamos demasiado extenso este capítulo si continuásemos citando todos y cada uno de los artículos que sobre nuestras costumbres contiene el Papel Periódico hasta el mes de mayo de 1805 en que dejó de publicarse para aparecer el dos de junio del mismo año con el título de Aviso de la Habana, cambiando nuevamente este nombre por el de Diario en 1810.
     Encuéntrase también en éstos, muchos artículos de costumbres, de los que no diremos nada tampoco por la razón antes expuesta. Vamos a mencionar tan sólo algunos de los trabajos que hemos examinado en la colección del Papel Periódico del año 1804 y 5.
     En el número de 17 de mayo de 1804 hay un soneto, "Devoción de un petimetre el día de fiesta”, en el que se pintan las costumbres y modas de éstos.
     Sobre las modas de los hombres se trata también en el número de 17 de marzo de 1805, "Moda del día”. Parece que entonces se usaban unas prendas muy largas y otras muy cortas, pues nos dice Sigarito, el articulista, que los hombres vestían.
"Calzón, corbata y botas, en creciente.
"Casaca, chaleco y pelo en menguante.”
     Durante el mes de septiembre de 1804 sostienen una animada polémica sobre el lujo, Buenaventura Socarrillo y el "Redactor Interino".
     Pésimo era, según leemos en el número de 13 de noviembre, el estado de suciedad y abandono en que se encontraban las calles; y pésimas eran también, octubre 30 de 1804, las condiciones del Teatro Principal.
     El Criticón de la Habana, censura en el número de 20 de noviembre y en un trabajo, "Paseo de la Alameda”, la costumbre, que él considera risible, que tienen los habaneros de pasear. El paseo se reduce según él, a dar un millón de vueltas en los volantes, desde la media tarde hasta después que el sol desaparece, alrededor de la fuente y la Alameda. "Gracias, dice, que allí se puede contemplar a las mujeres y ver sus brazos de alabastro arrostrando el pudor y despreciando la intemperie, y que allí, por último, es donde el carmín vivificante, triunfando de la injuria de los años presenta una multitud de máscaras juveniles, baxo cuyo barniz se ocultan las palideces y las arrugas”. Termina criticando la costumbre que tienen las mujeres de pintarse.
     Y por último, en el número 4 de diciembre de 1804 hay un "Extracto de lo que suele acontecer en los velorios” en el que se nos da a conocer cómo éstos llegaban a ser verdaderas fiestas, al extremo de que encontrándose el articulista frente a una casa donde se velaba un cadáver, se le acercó uno de los amigos del muerto a decirle: "Entre usted a divertirse en el velorio, que para todos hay y para más que vengan”.

Tomado de: La Habana de ayer, de hoy y de mañana
La Habana: Sindicato de Artes Gráficas, 1928


El Cofre de mis Recuerdos

Maria Teresa Villaverde Trujillo

     Yo no tengo una cajita, pero sí un cofre donde guardo recuerdos de toda una vida:..
mi sonrisa quinceañera, el latir de mi corazón al influjo del primer amor, la Marcha Nupcial del brazo de mi padre, el llanto que me avisó el sentido de mi naciente maternidad, la dolorosa decision de  abandonar la ciudad de mis ensueños, el profundo dolor de mi madre, el desgarrador llanto de mi padre, el silencioso adiós de mi amiga Francesca.  La ultima noche bajo la cálida luz de luna otoñal, y además, mirar con mis ojos anegados en lagrimas la belleza del firmamento cubierto de estrellas que palpitantes se despedían de mí.
     También tengo una cesta de mimbre re-cubierta con un ramo de gardenias donde acumulo otros recuerdos...
     Son tan sentimentales que no se visualizan: el aroma de mi Patria, el salubre olor de la bahía de La Habana, el imperceptible murmullo de su infeliz pueblo, el apaciguado eco de mis pisadas a mi recorrido por el Malecón habanero, el cántico que brotó de la Ceiba en El Templete cuando admiré su majestuosidad, el abrazo de la brisa al ondear la bandera de la estrella solitaria, o aquel tormentoso adiós sobre la tumba de mi abuela materna.
     ...y cómo no guardar la nota musical de VEN, la canción que me dedicó mi esposo en nuestra luna de miel y que oímos junto antes de partir...
     ...¡ay Dios de mis penas infinitas!, y aquel ultimo suspiro cuando abordé el avión que me alejaba de mi ciudad natal sin yo saber que era mi ultima mirada a la isla de Cuba, allí perdida en medio del sutil oleaje del Caribe.


«Descripción exacta de la general alegría y majestuoso modo con que se descubrió al público la excelente estatua del señor don Carlos III, el día 4 de noviembre de 1803, erigida por el pueblo de la Habana a la memoria de tan benéfico rey, y colocada en el centro de la primera plazuela del Paseo Extramuros»

[…]
En este punto rompe
su silencio la plaza,
y trompas giganteas
que adornan sus murallas,
por sus defensas puestas,
de los Brontes fraguadas,
concibieron con fuegos
y fuegos abortaban, […]
[…]
Y en la ciudad festiva
las torres elevadas,
soberbios edificios
y las mismas murallas,
con tal trepidación
sus ruinas amenaza.
[…]
Arrimo ya mi lira
al pie de esta muralla,
de la Madre más digna,
siempre feliz Habana:
amante de sus hijos
y de ellos muy amada […]

Manuel de Zequeira y Arango



Dime, Ceiba, que tú no duermes,
que todo lo que no has cumplido
lo será en su momento, justo
cuando los que pidieron
se hayan ido de este mundo.
 
Dime, Cachita de mil amores,
Matrona de las Costumbres,
que ese mar es un mar de sueños
y que esa tierra es una tierra
de fuego oculto y vivaz.
 
Cuando el primer destello
de la próxima mañana
llegue a la ventana de mi vecino,
dime, con el signo de una hoja
cayendo, que nada se ha perdido,
 
 y que los niños, las mujeres embarazadas
y los jardineros tendrán adonde ir.
Dime que habrá recholata
por los regresos y que las sombras
se extinguirán al llegar la noche ese dí­a.
 
Dime que, como la iguana, estaremos
despiertos, con ojos mirando
en todas las direcciones.

Jesús Jambrina
Decorah, Iowa, Noviembre 12, 2007


Hay algo debajo de la Ceiba que no puedo descifrar, algo que tiene sin embargo el color de las cosas que amo. Pero esas cosas son inaprensibles. Desaparecen en el momento que quiero alcanzarlas. ¿Serán los sueños? ¿Será este mensaje que pongo en una de sus ramas, tal vez el que dejé el año pasado? ¿Será aquí adonde vienen a morir los gorriones de nuestra infancia?

Jorge Camacho
South Carolina





El mundo entero reconoce la gran labor y el trabajo que conlleva el mantener una publicación por 10 años consecutivos. Muchas felicidades en su décimo aniversario por mantener siempre la misma calidad editorial. 
 
Lesbia Orta Varona
Bibliographer & Reference Librarian
Cuban Heritage Collection
Otto G. Richter Library





Nunca estaremos cansados por mucho que esperemos para darle la vuelta a la ceiba; renuévase una vez más el deseo de hacerlo en realidad y no en esta forma virtual.

Henio del Castillo





Dos ceibas cubanas: la del Templete y la de Bayamo

Dr. Miguel E. Guilarte

     La Ceiba es árbol oriundo de América. Se encuentra en los países tropicales con clima cálido. Sus raíces crecen en las profundidades. Su tronco es a veces tan grueso, que alcanza los tres metros de diámetro. Sus ramas se alejan del tronco en varios metros. Puede crecer hasta setenta metros de altura. Su fruto contiene algodón. Por la longitud de sus ramas y el tamaño de sus hojas, es creador de una sombra muy grande. De donde, los demás árboles y arbustos del bosque, tienden a alejarse, ya que a su lado serían víctimas por la falta de sol. Quizás por esto es que los campesinos cubanos lo conocen también por el nombre de "El árbol solitario de los potreros."
     La Ceiba es el árbol nacional de Guatemala y, para Puerto Rico es su árbol oficial. En Cuba es considerado árbol Sagrado por excelencia. En países como Costa Rica, Honduras y México, el pueblo llano la considera con gran influencia de carácter religioso. Para los cubanos del campo, "La ceiba es bendita". También es "santa". Es el "árbol de la Virgen María". Es el "árbol del Santísimo o del poder de Dios".
     La Ceiba presenta resistencia a los ciclones, huracanes y a los rayos.
     Como tradición del pueblo es un decir que entre sus misterios y poderes está el de hacer fecundas a las mujeres estériles. Ellas deben de tomar un cocimiento hecho con la cáscara del tronco de la ceiba, sacada de la parte del tronco que mira al sol naciente. Y por el contrario, aquellas mujeres que pueden tener hijos y no los quieren tener, deben de tomar el mismo cocimiento, pero hecho con la cáscara sacada de la parte del tronco que mira al sol poniente.

La ceiba cubana del Templete

     Este árbol Ceiba se encontraba situado frente al monumento Templete, desde sus inicios. Con los años enfermó y murió. Pero en su lugar fue sembrada otra que, actualmente allí crece hermosa y fuerte, enfrentándose a todas las inclemencias del tiempo, así como, a todas las vicisitudes que su Patria pudiese sufrir.
     Allí espera a todo aquel que a la media noche del día 15 de noviembre, comience a dar las tres vueltas en silencio y, pedir un deseo. Es la tradición de todos los años. En esta media noche empieza el amanecer del día en que se conmemora la fundación de la Villa San Critóbal de la Habana.
     Estas tres vueltas y un deseo, no en todas las personas tienen el mismo objetivo. Pero se sabe, que la gran mayoría, sobretodo las personas jóvenes, giran alrededor del árbol, inspiradas por el sublime sentimiento del amor. Aquellos que aún no se han casado, expresan el deseo de lograr un matrimono feliz. Y los ya casados, dan gracias por haber encontrado la pareja ideal y, piden por la continuación de la feliz unión.
     Hay mucho también de inspiración religiosa. Mucho de misticismo, es decir, esta tradición crea un estado de unión entre el alma y Dios, por medio del amor.
     Esta tradición ha sido tan apegada al pueblo habanero, y se ha hecho siempre con tanta devoción, que hay quienes, sin encontrarse fisicamente en la Habana, la practican, todos los años en una forma simbólica, con la sostenida esperanza de que llegue el día en que se encuentren de regreso en el Templete y, dando las "tres vueltas y un deseo" alrededor de la amada y nunca olvidada Ceiba.
     Yo tengo el privilegio de conocer a una dama habanera, madre amorosa de dos hijos, abuela cariñosa y orgullosa de cuatro nietas y un nieto, escritora brillante de fino y delicado estilo, quien en el patio de su residencia en la ciudad de Rocky Hill, CT. USA, cuida un hermoso Arce Rojo, y todos los años, mano a mano de sus dos hijos, procede a las "tres vueltas y un deseo". El arbol es el símbolo y, las vueltas, quizás van acompañadas de los recuerdos de su niñez y juventud, los que dejó alla, en su adorada Habana, bajo el esmerado cuidado de dos guardianes: El Templete y La Ceiba. La distinguida dama habanera María Teresa Villaverde viuda de Trujillo, mantiene su vista fija en el Sur, con la esperanza de algún día ir a recoger sus bien guardados recuerdos.

La ceiba cubana de Bayamo

     Árbol muy frondoso era la Ceiba de Bayamo, M. N. Situada sobre la barranca del Río Bayamo, a unos veinticinco metros de la orilla del río. Relatan los abuelos bayameses que esta ceiba contaba con más de ciento veinte años de existencia. Sin lugar a dudas, con su majestuosidad, dominaba todo el área, como si estuviese cuidando a los que allí se acercaban.
     El Río Bayamo, en esa zona, era muy ancho y muy profundo. Bayamo no tenía playas, pero los bañistas, con rellenos de arena hicieron una playa artificial. Se decía que La ceiba era el salvavida que cuidaba de los bañistas. Los bayameses hicieron de aquel lugar el preferido para nadar y practicar deporte acuático. Agotados por la natación y un poco quemados por el sol, salían a descansar bajo la sombra fresca, que en el fuerte verano, la Ceiba les regalaba.
     La tradición era "ir a La Ceiba". Así, casi todas las escuelas primarias de la ciudad, llevaban a sus estudiantes en gira, a La Ceiba, con el fin de pasar un día de recreo y descanso. Allí hacían sus barbacoas, jugaban distintos deportes y disfrutaban de la sombra y el fresco que el enorme arbol les proporcionaba.
     Era centro de reunión de la juventud bayamesa. Las tardes bayamesas en La Ceiba, parecían fiestas llenas de alegrías permanentes.
     La persona del pueblo que no hubiese visitado o, en cierta forma conocido La Ceiba, seguramente no era nativa de Bayamo.
     La Historia nos cuenta, que nuestros próceres de la Guerra de los Diez Años, tales como Francisco Vicente Aguilera, Maceo Osorio, Perucho Figueredo y otros, se reunían en la Logia Masónica de la ciudad a conspirar y organizar la declaración de la guerra. Pero, los que no eran masones, que no podían entrar a la logia, se reunían con los mismos fines, bajo La Ceiba, la que con la complicidad de sus ramas, los cuidaba evitando que los mismos fuesen vistos y descubiertos.
     Y así, los hombres pasaban, pero la frondosa Ceiba permanecía enhiesta en su sitio. Se cuenta por nuestros viejos y veteranos, que muchas de las fiestas de celebración por la independencia e instauración de la República, se celebraron bajo la sombra y protección de La Ceiba de Bayamo.
     Pero llegó el día en que un grupo de jóvenes que celebraban fiesta con fogata, bajo La Ceiba, se descuidaron del fuego y éste quemó muchas de sus raíces y parte de su tronco. La Ceiba de Bayamo enfermó de las quemaduras y, más tarde murió. Hace unos veite años que Bayamo perdió su mejor sombra y, el Río Bayamo perdió su mejor guardián.
     Los bayameses jamás la han olvidado y, en muchas de sus reuniones, siempre la mencionan con un recuerdo cariñoso.





     Como siempre dice mi madre: la ficción histórica refuerza una verdad irrebatible. El pintor francés Juan Bautiste Vermay – de quien se guarda hermosos oleos en El Templete - al fundar la Academia de San Alejandro impulsó el verdadero concepto de lo que era pintar. A partir de aquel momento la pintura en Cuba comenzó a ser tomada como algo en serio.
     Y durante algo más de siglo y medio El Templete ha albergado tres de sus muchas pinturas. Estas tituladas: La primera misa y El primer cabildo, (ambos de 1826) y La inauguración de El Templete (de 1828) obras que lo inmortalizaron hasta conocérsele como el intérprete de un mito: el de la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.
     Los restos del pintor desde su fallecimiento en 1833 habian estado bajo el sueño eterno a la sombra del Cementerio de Colon, en La Habana; pero ya reposan, en una urna de mármol, y en el lugar sagrado: dentro del Templete.

Alexander M. Trujillo
Connecticut. USA





Yo era pequeño pero recuerdo ver a mi madre,  no días, sino horas antes de abandonar la ciudad, cómo rezaba en silencio con los dedos entrelazados prometiendo al Templete y a la Ceiba visitarles tan pronto regresara a La Habana.... Pero ya hace 43 años y aun no ha podido cumplir su promesa.

Tom Trujillo
New Milford, CT.


La leyenda de San Cristóbal

     Es un espectáculo maravilloso el que se ofrece a los ojos de turistas y curiosos el 15 de noviembre de cada año en las calles que rodean la Catedral y la Plaza de Armas. Un río de gente —criolla, por supuesto— que desde El Templete - donde se encontraba la robusta Ceiba bajo cuya sombra, según tradición, se celebró la primera misa al tiempo de poblarse La Habana- se dirige hacia el templo mayor para venerar al patrono de la Villa: San Cristóbal, con una mezcla de fe y superstición que no deja de fascinar.
     ¿Quién es verdaderamente San Cristóbal? Es muy difícil contestar a esta pregunta, porque en su vida también la tradición y la historia se han amalgamado tan profundamente que hoy día es casi imposible separar una de otra. Sus orígenes parece que hay que buscarlos en Licia, pero no se conoce el tiempo en que vivió ni su martirio, que según la tradición padeció en el año 250 durante la persecución de Decio.
     Al juez que lo interrogaba le contestó: «Antes del bautismo me llamaba Rechazado, ahora me llamó el Portador de Cristo, Cristóbal». No hay que excluir que, por ese juego de palabras, ha sido construida la fantasiosa historia de su vida, luego acogida en la leyenda áurea que se presenta a continuación:

Cananeo de enormes dimensiones, doce codos de altura, con un rostro terrible, estaba al servicio del rey de su país cuando decide salir en busca del príncipe más poderoso del mundo para someterse a sus órdenes. Así, después de distintas experiencias que no logran satisfacer su aspiración, encuentra por fin a una ermita que le dijo: «El patrón al que tú quieres servir exige sobre todo que ayunes mucho y que reces mucho». Dos cosas que al gigante le parecieron demasiado difíciles. Le preguntó entonces el viejo hombre de Dios: «¿Conoces el río de este país? Nadie puede atravesarlo sin peligro de muerte. Si tú, grande y fuerte como eres, te estableces cerca del río y ayudas a los viajeros a atravesarlo, harás un servicio que a Cristo le será muy grato y, quizás, consintiera en manifestársete».

      Cristóbal le contestó:

     «Esto es una cosa que puedo hacer. Te prometo que, por servir a Cristo, la haré».

     Se fue a la orilla del río, se construyó una choza y, sirviéndose del tronco de un árbol como bastón para poder caminar mejor en el agua, transportaba de una orilla a la otra a todos aquellos que quisieran atravesar el río. Una noche, Cristóbal dormía en la choza cuando oyó que un niño le llamaba: «Cristóbal, ven, ayúdame a cruzar el río». Enseguida Cristóbal se precipitó fuera de la choza, pero no encontró a nadie. Entró, y se sintió llamado de nuevo, pero tampoco en esta ocasión vio a nadie. A la tercera vez, vio un niño que le rogó le ayudara a atravesar el río. Cristóbal lo cargó sobre la espalda, cogió el bastón y entró en el agua. Pero, poco a poco, el agua crecía y el niño se volvía pesado como el plomo. El agua era cada vez más alta y el niño más pesado, al punto que Cristóbal creía que se moría. A pesar de esto logró llegar a la otra orilla.
Apenas bajó al niño le dijo:

     «Mi niño, me has metido en un gran peligro; pesabas tanto sobre mí, que si hubiera tenido que cargar al mundo entero, no tendría la espalda tan oprimida».

     El niño le responde:

     «No te sorprendas, Cristóbal, has cargado sobre tus hombros no sólo al mundo entero sino a Aquel que lo ha creado. Yo soy Cristo, amo al que tú sirves. Como señal de que mi palabra es verdad, planta tu bastón en la tierra, junto a tu choza, mañana lo verás lleno de flores y frutos».

     Dicho esto, el niño desapareció. Cristóbal plantó su bastón y, al día siguiente, lo encontró transformado en una bella palma llena de flores y dátiles.
     Hacia el final de la Edad Media, la devoción a San Cristóbal tomó un gran auge, sobre todo porque le atribuían el poder de evitar la mala muerte, es decir la muerte en pecado mortal que lleva al infierno.
     Mirar su rostro era signo de protección; por eso hacía falta verlo desde lejos y hubo necesidad de pintarlo en dimensión enorme y colocar su imagen en la fachada de la Iglesia -de ahí, quizás, que la leyenda lo transformara en un gigante.  
     En la liturgia de la Iglesia católica, la fiesta de San Cristóbal se celebra el 25 de julio; en Cuba, el 16 de noviembre. ¿por qué?
     Es difícil encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. El historiador Arrate, hablando sobre la fundación de la villa de San Cristóbal — que tuvo lugar en 1515, en la costa sur, por mandato del capitán Diego Velázquez — escribe que se le dio el nombre del Santo Mártir por haberse comenzado a poblar el propio día de su festividad: 25 de julio. Aunque acá — agrega — se celebra por especial Indulto de la Silla Apostólica el 16 de noviembre, para que no se embarace la festividad con la de Santiago, patrón de España y de la Isla.
     Toda esa motivación es cierta, pero queda sin respuesta el por qué de esta última fecha, que tuvo que ser algo especial y digno de recuerdo. En ese sentido, no encuentro otra motivación que el día de la refundación de la villa en 1519, cuando fue desplazada desde el sur hacia la costa norte y, por primera vez, se celebró misa y cabildo.

Monseñor Santo Gangemi
Encargado de Negocios a. i. Embajada de la Santa Sede

Tomado de Opus Habana, Vol. II, No. 4, 1998, pp. 23-25 y reenviado por Maria Teresa Villaverde Trujillo.


La Ceiba del Naranjal

(Leyenda de la provincia de Matanzas, Cuba, de donde es oriunda mi madre)

Maria Teresa Villaverde Trujillo

     Cuentan que en el antiguo camino de lo que hoy es la Calzada del Naranjal, en la ciudad de Matanzas, existía una Ceiba de gran tamaño a la que le calculaban más de dos siglos de existencia. Al pie de su tronco, al que le atribuían poderes sobrenaturales podían verse siempre abundantes ofrendas de brujería. Decíase que en su interior vivía el Diablo, y no faltaba quien asegurase que en los días viernes, a medianoche podían verse brujas venidas de diferentes partes del mundo para bailar, tomadas de la mano, alrededor del tronco, al compás del ríspido canto de las lechuzas que revoloteaban en el alto follaje del árbol.
     La fama de la Ceiba aumentó cuando en cierta ocasión, un arriero comentó que no volvería a pasar por aquel lugar después del atardecer. Decía el hombre, con el miedo reflejado en el rostro, que empezaba a oscurecer cuando vio cómo la arrugada corteza de dos muñones o nudos que el árbol tenía a cierta altura, se abrieron como párpados y aparecieron dos ojos muy grandes que irradiaban una luz intensa del color del rayo, que lo iluminaron todo. Que las mulas, asustadas, emprendieron una veloz carrera y se dispersaron a una legua a la redonda.
     Como siempre ocurría, el tono de veracidad que imprimían a sus palabras mientras contaban cosas de la Ceiba personas serias e instruidas, hacía exclamar a los ignorantes: ¡Fulano lo vio, y cuando él lo dice es verdad! La fama de la Ceiba trascendió a otros lugares de la provincia y se puso de moda que los jóvenes, y hasta los mayores demostraran su valor yendo hasta el árbol en las noches sin luna. También las muchachas llegaron a exigir a sus enamorados como prueba de amor, que fueran hasta la Ceiba en noches bien negras y regresaran con un pedazo de su añeja corteza al lugar donde varios testigos darían fe del acto heroico.
     En horas de la tarde, cuando había menos afluencia de personas por aquel lugar aparecían coches de señoras encopetadas que se detenían ante el majestuosa árbol, los que entraban al camino a la mayor velocidad posible, se detenían bruscamente ante la Ceiba, donde la criada saltaba con agilidad, del vehículo para depositar junto a las potentes raíces, un paquete que podía ser una "limpieza" un daño, el cumplimiento de una promesa u otra ofrenda por la concesión de un deseo o milagro, mientras en el coche, la señora rezaba, se santiguaba o hacía nuevas promesas.
     La prueba de valentía, consistente en ir de noche hasta la Ceiba, fue interrumpida por la muerte de uno de aquellos valientes. El tiempo transcurría y el joven no regresaba.. Entonces sus compañeros, en unión de algunos vecinos, fueron hasta el árbol y allí lo encontraron muerto, con la cabeza metida en la confluencia que formaban dos grandes raíces, con los ojos casi fuera de sus órbitas y la boca deformada por una espantosa mueca.
     La posición del muerto junto al árbol trajo a éste nuevos atributos satánicos. Decíase que el hueco formado por la unión de las dos raíces, era la boca del Diablo, que vivía dentro de la Ceiba, y que por allí le había chupado el alma y la vida al joven. Entonces desaparecieron por algún tiempo los valientes. Nadie deseaba tener relación alguna con el árbol todopoderoso.
     Cerca de la Ceiba, a unos cien metros, habitaba un montañés que alardeaba de apostar cualquier cantidad de dinero a que él iría al lugar aunque fuera de noche de viernes y más oscura que las alas de la tiñosa, y como prueba de haber estado allí, traería al regreso un pedazo de raíz. Pero nadie hacía caso al reto del montañés.
     En la encrucijada de dos caminos importantes para la comunicación entre Vuelta Abajo y Vuelta Arriba, existía también -próximo a la temida Ceiba-, existía un establecimiento mixto como fonda y posada, donde transeúntes y cabalgaduras encontraban alimento y descanso. De noche solían reunirse allí los vecinos, para conversar o jugar a las cartas, alumbrados por aparatos de carburo. El dueño del establecimiento era conocido como el Fondero y su mujer, la Fondera.
     Una noche de viernes, de esas donde no se ve más allá de dos palmos, llegó al establecimiento un joven que, tan pronto se dio a conocer, dijo que esperaría allí a un arriero que traía un encargo de vuelta Abajo. Posteriormente llegó otro hombre, de mediana estatura, que al parecer nada tenía que ver con el que llegó primero. Ambos forasteros amarraron sus caballos debajo de una frondosa salvadera situada frente al silvestre comercio.
     Algunos vecinos jugaban a las cartas mientras otros, entre ellos el montañés, observaban con interés el juego. Cuando terminó el partido, el montañés, como era habitual en él cuando se reunía allí un grupo de personas, dijo en alta voz que apostaba diez monedas a que iría a la Ceiba y traería un pedazo de su corteza, mostrando en alto una hachuela que portaba enganchada en la faja del pantalón.
     El forastero que había llegado primero al lugar, mostró interés por lo de la Ceiba, aunque dijo no conocer sobre el hecho porque él era de muy lejos.
     Estimando que el joven pudiera ser un posible apostador, el montañés contó a éste la historia de la Ceiba, exagerándolo todo y recalcando que apostaba a que él iría hasta el temido árbol y regresaría con un pedazo de su corteza. Entonces, cuando el montañés terminó de hablar, el forastero le dijo que su propuesta no tenía sentido, que lo correcto sería que los dos fueran al tenebroso lugar, uno primero y el otro después, y si ambos regresaban vivos, pagarían de mutuo acuerdo el vino a todos.. El montañés aceptó. Dijo que así debía hacerse, pero que hasta ese momento no había tenido con quien apostar.
     Después de acordar la suma que iban a jugarse, el joven propuso como depositario del dinero al otro transeúnte, quien tenía apariencia de persona seria y que, al no ser amigo de ninguno de ellos, sería imparcial al decidir cualquier discrepancia que pudiera surgir. Y mientras el depositario guardaba en una bolsa de cuero el dinero apostado, la suegra del fondero le pedía a los dos hombres, que por todos los santos desistieran del empeño.
     El montañés, que vivía enamorado de la mujer del fondero se abrogó el derecho, con un gesto de alardosa valentía, de ser el primero en ir hasta la Ceiba.
     Como quien va a jugarse la vida, el montañés, mirando de reojo a la fondera, pidió su último vaso de vino y su último tabaco. Después partió con ademanes quijotescos a enfrentarse, según dijo, con el poderoso "enemigo del más allá".
     El silencio era casi absoluto. Solo se escuchaba el chillido de los grillos, el ladrido de perros lejanos y el cantío de los gallos. La suegra del fondero rezaba frente a una imagen para que no ocurriera otra desgracia. Los hombres fumaban en silencio y dirigían sus miradas hacia la Ceiba. De pronto, el que tenía el dinero en depósito dijo que había escuchado un grito y que había que auxiliar a aquel hombre, por lo que partió veloz en su caballo, seguido del otro que había apostado con el montañés.
     Transcurridos unos minutos apareció el montañés, pálido y desencajado. Tartamudeando, explicó cómo dos diablos a caballo habían pasado junto a la Ceiba como una exhalación. Hachuela en mano, el montañés buscaba con los ojos al apostador y al depositario del dinero.
     Todos se miraron y controlaron la risa, hasta donde les fue posible.

(Tomado del libro de leyendas Baiguana y el pez embrujado, de Leovigildo Rodríguez Hernández)




¡Felicidades por todo lo que haces para revivir en la memoria y en la palabra nuestra bella ciudad natal!
Un fuerte abrazo,

Adriana Méndez


1891

En la Habana hay 20,000 personas que no tienen materialmente de qué comer ni dónde dormir. Son muchas las fábricas de tabaco que están cerradas. Pasan de 5,000 los operarios de fábricas de tabaco que han tenido que emigrar a Tampa, Cayo Hueso y Nueva York. La propiedad rústica vale hoy menos de la tercera parte que hace seis años. Las casas que en La Habana rentaban 60, 40 y 30 duros, rentan hoy 20, 14 y 10. Una caballería de tierra que en las cercanías de La Habana valía hace seis años 4, 000 duros, vale hoy 800; ¿y qué más, señor Ministro de Ultramar? En Guanabacoa y Matanzas se ha dado recientemente este caso verdaderamente inaudito: ofrecer casas por la mitad del costo de los materiales, dando gratis el terreno y la mano de obra, y no encontrar quien las quiera, ni aún en esas condiciones.

Intervención de D. Miguel Moya en la sesión de junio 23 de 1891.


     Iba ara ago o Moyuba. Omo de ko ni. Iba ara ago o Moyuba. Fe Eleggua Echu lona.
La Cuba de nuestros antepasados no le teme al Indiambo. Un macuto siempre lleva en el jolongo; la defienden Boroketa y Remolino por makokuan ba pio de Kekongo.
     En mi Cuba nació una mata que sin permiso no se pué tumbá, no se pué tumbá, porque son Orisa.  Esa mata es nuestra Ceiba, sagrada e inmortal.

Saludos y Aché!!!!

Mariela A. Gutiérrez (Waterloo, Ontario, Canadá)


Testamento del pez

Gastón Baquero

Yo te amo, ciudad,              
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,              
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
             
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,              
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,              
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,              
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,              
yo te amo, ciudad.

















Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática              
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces              
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite              
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,              
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.

Yo te amo, ciudad,              
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras              
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre;              
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,              
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,              
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras              
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,              
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,              
volviéndola de piedra, volviéndola de noche
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,              
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,              
o las palabras muertas de un difunto.















Yo te amo, ciudad
porque la muerte nunca te abandona,              
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,              
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,              
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,              
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,              
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,              
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras              
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,              
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,              
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,              
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.

Yo soy un pez, un eco de la muerte,              
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,              
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,              
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,              
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,              
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.              

Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,              
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;              
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui geranio,              
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,              
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,              
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,              
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,              
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,              
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,              
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,              
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,              
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,              
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,              
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura              
de impalpable tejido y de esperanza.














Quisiera ser mañana entre tus calles              
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,              
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,              
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,              
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,              
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,              
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,              
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,              
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,              
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.



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