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Cada 15 de noviembre, hacia la medianoche, los habaneros van al
Templete
para festejar un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad.
Al llegar al Templete, dan tres vueltas a la ceiba y piden un deseo.
Ahora
tú tienes la oportunidad de hacer lo mismo. Habaneros por
voluntad,
por derecho de nacimiento, o por cualquier otra razón, ha
llegado
el momento de reafirmar nuestra fe en la ciudad, nuestra
determinación
de disputársela a los huracanes de la historia, y de fundarla
otra
vez donde quiera que la noche nos sorprenda.
La Habana Elegante -- que ha hecho ya
una
tradición de esta
peregrinación virtual -- abre las puertas de su Templete para
que
todos juntos festejemos el 488 Aniversario de la Fundación de La
Habana, y el primer decenio de nuestra revista, que es de todos.
Soneto
Aquí suelto la pluma ¡oh patria amada
noble Habana, ciudad esclarecida!
pues si harto bien volaba presumida,
ya es justo se retire avergonzada.
Si a delinearte, patria venerada,
se alentó de mi pulso mal regida,
poco hace en retirarse ya corrida,
cuando es tanto dejarte mal copiada.
Mas si aún así ha logrado desairarte,
pues si tanto hijo tuyo sabio y fuerte
en las palestras de Minerva y Marte
te acreditan y exaltan, bien se advierte
que donde han sido tantos a ilustrarte,
no he de bastar yo sólo a oscurecerte.
José Martín
Félix de Arrate y Acosta (1701 – 1765)
1893
El Teatro Payret está en el Prado,
frente al Parque Central, cerca del gran hotel Pasaje. Es una bella
estructura, casi igual al de Tacón en cuanto a arquitectura y
capacidad se refiere. El Payret fue construido hace unos catorce
años. En 1883 fue parcialmente destruido por un huracán y
abandonado hasta 1890, cuando el edificio fue totalmente restaurado, y
de nuevo se convirtió el centro de una gran escuela
operática.
El teatro Irijoa, llamado así en honor de su
industrioso y distinguido dueño, Sr. Irijoa, es un elegante,
cómodo y bien ventilado teatro, construído
últimamente, y en especial adaptado para representaciones en el
verano. Allí se ofrecen también elegantes bailes en cada
estación, a los cuales asiste lo más selecto de la
sociedad de la Habana. Un jardín con fuentes, a la entrada,
atrae la atención. Pequeñas mesas se esparcen aquí
y allá para tomar refrescos, lo cual le da una apariencia que
hace recordar a los «Campos Eliseos» o a los
café-conciertos de París.
El ferrocarril de Marianao para en las siguientes
estaciones: Tulipán, Cerro, Ceiba, Buenavista, Quemados y
Marianao. Marianao, a unas quince millas de la Habana, es una bonita y
quieta barriada de 5000 habitantes. El tren se extiende hasta la playa
de Marianao, a tres millas del lugar, donde se puede disfrutar de
baños de mar. A unas tres millas de Marianao queda una de las
mejores plantaciones de azúcar de Cuba: el Ingenio Toledo.
J. C. Prince. Cuba ilustrated,
pp. 51 y 67.
«Viaje
que hizo desde la Havana a Vera-Cruz y Reyno de
México el P. Fray Gregorio Uscarrell»
Fragmento
Después que el alma rendida
siempre de ti enamorada,
aún antes de la jornada
quedó del pesar partida:
dudosa en la despedida,
tan sin consuelo barrunta,
que estaba casi difunta,
mirando que sin despecho
llevaba el Morro en el pecho
y el corazón en la Punta.
Para El
Templete
Vaya Templete!! Diez años de templete y más templete. La
cruel edad irá poniendo freno a tantos y tan entusiastas
templetes. Pero, sí, es extraordinario que La Habana Elegante se haya
mantenido así tan... bueno,... tan como toda una señora
sin serlo, con ese toque de pueblo que les falta a las revistas
sofisticadas y totalmente serias que se dedican a la curtura. Yo por mi
parte me siento réquete honrado y como perro
por mi casa cada vez que sale un número de La Habana Elegante. Ahí me
pongo a dale que dale al ratón de la computa una y otra vez para
oír la musiquita romántica y mirar los retratos
giratorios de Casal . No hay discusión: esta revista ha sido un
hito en nuestra curtura, y ya no se puede vivir sin ella. La Azotea de
Reina y las demás secciones de la revista siempre parecen
miraderos desde los que se pueden saborear
poemas de gran calidad, cuentos de gran atrevimiento, ingeniosidades de
todo tipo. Felicito a La Habana
Elegante sobre todo por haber comprendido que no debe ser tan
elegante, y que tirarse pa la calle de vez en cuando le hace bien a las
personas, sobre todo a aquellas que proceden de lugares donde se baila
el son en canzoncillos y en camisón, pero que por estos lares
les ha dado por dedicarse a la hartadura de la
literatura o a la mezcolanza de la pintura o a creerse que son
ingeniosas. Felicito en especial a Franciso, que es un poeta y un
amigo, y que se ha dedicado a hacer cosas de valor sin echársela
de cheche. Muchos cariños para ti y para todos en la revista.
Emilio Bejel
California
«Dolorosa
métrica expresión del sitio y entrega de
la Havana»
fragmento
¿Tú ya en extraño dominio?
¡Qué dolor, oh patria amada!
Por no verte enajenada
¿cuántos se sacrificaron?
¿Y cuántos más envidiaron
tan feliz honrosa suerte,
de que con sangre en la muerte
tus exequias rubricaron?
Por ti el paisanaje atento
como logró en tu región
la primer respiración,
diera hasta el último aliento.
Si el Morro con tal contento
dominaría perecer
sin poderse defender,
cuanto más a la Cabaña,
cuerpo a cuerpo, y en campaña
¿dónde podían vencer?
Marquesa de Jústiz de
Santa Ana (1733 – 1807)
La
Habana recibe el título de Ciudad se le concede escudo de
armas
Emilio Roig de Leuchsenring
En vista del progreso, notable dentro de la época, que
había alcanzado ya, a fines del siglo XVI, la Villa de San
Cristóbal de la Habana, el Rey de España, Felipe II, resolvió
acceder a los reiterados ruegos que tanto los moradores
de la población como sus autoridades, le habían hecho de
que se le concedieran los honores y prerrogativas de ciudad, los que al
efecto le fueron otorgados por Real Cédula de 20 de diciembre de
1592, que copiada a la letra dice así:
"Don Felipe por la gracia de
Dios, Rey de Castilla, de León, de
Aragón, de las dos Cicilias, de Jerusalén, de Portugal,
de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de
Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de
Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de
Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Canarias, de las Indias
Orientales y Occidentales, Islas y Tierra firme, del Mar Océano,
Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Bravante y
Milán, Conde de Abspoudg, de Flandes y de Tirol y de Barcelona,
Señor de Vizcaya y de Molina, etc,– Por cuanto teniendo
consideración a lo que los vecinos y moradores de la Villa de S.
Christoval de la Havana de la Ysla de Cuba me han servido en su
defensa, y resistencia contra los enemigos, ya que la dha. Villa es de
las principales poblaciones de la dha. Ysla, y donde reside mi
Governador y Oficiales de mi Hacienda, deseo que se ennoblezca, y
aumente por la presente quiero y es mi voluntad que ahora y de
aquí adelante para siempre jamás. dha. Villa sea y se
yntitule la Ciudad. de Sn. Christoval de la Havana de la dha. Ysla de
Cuba, y así mismo quiero que sus vecinos gocen de todos los
privilexios, franquezas y gracias de que gozan y deven gozar todos los
otros vecinos de Sunexantes Ciudades y que esta pueda poner el dho.
Título y se ponga en todas las scrituras Auttos, y lugares
publicos y ansi se lo llamen los Reyes que despues de mi vinieren a los
quales encargo que amparen y favorezcan estta nueva Ciudad, y se le
guarden y hagan guardar las dichas gracias y privilexios; y mando a
todos mis súbditos y Naturales de mis Reynos y de las dhas.
Yndias eclesiasticos y seglares de cualquier dignidad, preeminencia y
calidad que sean, que llamen é yntitulen a la dha Villa la
Ciudad de. Sn. Christoval de la Havana y que ninguno vaya ni pase
contra estte mi privexio el qual haga guardar todas y qualesquiera
pusts. de estos dhos mis reino y de las dhas Yndias como si en
particular fuera dirixido a qualquiera de ellas, a quien fuere
mostrado, y pedido su cumplimiento: De lo qual mandé dar la
pteste. firmada de mi mano y sellado con mi sello en Heras, a veinte de
Dire. de mil quinientos nobenta y dos anos.– Yo El Rey – Yo Joan de
Ybarra, Secretario del Rey nro Sor la hize escribir por su mandato”.
Con esta extraordinaria merced recibió
también la Habana otra no ménos señalada: el
escudo de armas.
Por causas que no se han podido esclarecer, ni
tampoco la fecha en que ocurriera, desapareció el documento o
prueba de esta distinción, por lo que, después de largas
gestiones realizadas por el Cabildo, S. M. la Reina Gobernadora
doña Mariana de Austria, viuda de Felipe IV, confirmó
aquella merced, reconociendo como auténtico escudo de armas de
la ciudad de la Habana, el que venía usando o sea el de los tres
castillos y la llave en campo azul, representativos aquellos de las
tres primeras fortificaciones que poseyó y simbolizando
ésta el ser su puerto la llave del Nuevo Mundo antemural de las
Indias Occidentales, todo según consta de la siguiente Real
Cédula de 30 de noviembre de 1665:
"La Reyna gobernadora: por
cuanto la ciudad de S. Cristóbal de
la Habana en carta de 22 de mayo de este año ha representado que
con el transcurso del tiempo no se ha podido hallar, aunque se
había buscado el origen de la merced que le está hecha de
tener por armas tres castillos y una llave en campo azul, señal
de su fortaleza y del valor con que sus naturales y vecinos la
defendieron en las ocasiones que se ofrecieron; y para honor y lustre
de dicha ciudad en los siglos venideros suplicaba que en premio de su
lealtad se le confirmase la dicha merced, pues el descuido que
había habido en guardar los papeles de su origen, no
había de defraudarla de este honor, que había merecido. Y
habiéndose visto por los del Consejo de lás Indias,
teniendo consideración a los servicios de la ciudad de la Habana
y a la fuerza con que los ha continuado, he tenido por bien hacerle
merced, como por la presente se la hago, de que de aquí adelante
use y pueda usar de las mismas armas que constare haber usado hasta
aquí, en la misma forma que va referido, que yo lo tengo
así por bien; y mando que ninguna persona le ponga impedimento a
ello, que así procede de mi voluntad. Fecha en Madrid a 30 de
noviembre de 1665.– Yo la Reyna.– Por mandato de S. M
– D. Pedro de Medrano.”
Tomado de: La Habana de ayer, de hoy
y de mañana
La Habana: Sindicato de Artes Gráficas, 1928
Nunca el tedio o
el agobio de lo mismo
invencible en ciertas horas, ahoguen esta ronda, saber de la repetida
silla de lo real
que en su tronco coloca espinas, cultivo de la distancia.
Juan Carlos Quintero-Herencia
Silver Spring, Maryland
Parálisis
progresiva del tranvía
Nicolás Guillén
La Habana es una ciudad que anda pellizcando
el millón de habitantes. Si ocurriera en ella lo que ocurre en
otras ciudades importantes, esto es, si se le añadiera los
centros urbanos limítrofes, tendríamos que «la gran
Habana», con su populoso cinturón humano,
alcanzaría el millón y medio, tal vez los dos millones.
De todas suertes, la sonriente capital
antillana puede reclamar el título de urbe. El título de
ciudad animosa y animada, a la que desembocan caudalosos ríos de
sangre cotidiana. Ciudad hecha y derecha, con grandes
prostíbulos y grandes vicios.
Un dominicano amigo mío, nada
trujillista y muy simpático, me contaba hace algún tiempo
su salida del terruño natal, en viaje hacia Cuba. Durante muchos
días aquello fue cuestión de consejo de familia. Y ya a
la hora de la partida inevitable, pues el viajero era un zagalón
que había remontado la veintena, ocurrió que entre los
gemidos de las tías, la seria y viril preocupación del
padre y la incertidumbre de los hermanos, acercase la madre, quien
dando muestras de profunda aunque entera desesperación,
díjole con voz conmovida, mientras lo abrazaba tiernamente:
–¡Adiós, hijo mío!
¡Para mí es terrible separarme de ti, sabiendo que vas a
La Habana!–
A fines del siglo XVIII visitó Humboldt
nuestra capital. El sabio no era hombre que se asombrara
fácilmente, así ante lo bueno como ante lo malo, pero lo
cierto es que La Habana hízole una pésima
impresión, que contó más tarde con todos sus pelos
y señales.
Las calles en que, como dice, se andaba con el lodo
hasta las rodillas; el olor a tasajo o carne salada, el ir y venir de
esclavos y traficantes, tanto como el calor excesivo y el hediondo vaho
que despedían lodazales y vertederos, pusieron una ancha veta
repulsiva en su séjour
cubano.
Eça de Queiroz estuvo por acá
unos meses, en el sesentitantos, y a pesar del tiempo transcurrido
desde la visita de Humboldt no se sintió mejor. «La Habana
–escribió por alguna parte– es un charco de sudor y un palillero
de palmeras…» Claro que el sibarita creador de Fradique Mendes
estaba habituado al confort parisiense, que entonces no había
sido desplazado por la técnica norteamericana, y era hombre de
suave molicie y plácida ubicación. Aquí
resistió muy poco tiempo como cónsul de Portugal y pronto
lió bártulos en busca del suave modo europeo.
Digo todo esto para ponerme tantos en contra y
que no se me crea un «patriota» seguro que vive, si no en
el mejor de los mundos, por lo menos en la mejor de las ciudades… Ahora
mismo, La Habana tiene muchos puntos débiles, que despiertan una
sonrisa de burla en el viajero enterado y son la desesperación
de la ciudadanía queredora de su patria chica. No voy a decirlos
todos; antes bien, os hablaré de uno solo, que es por cierto el
que la gente saca como tema obligado de conversación. Ese punto
falso, roto, ese motivo de sonrojo, ese centro de chunga, esa diana en
que ejercita su puntería quien quiera sacarnos los colores a la
cara… son los tranvías urbanos.
En general los medios de transporte con que La
Habana cuenta son ni muy variados ni muy buenos. Nos falta el metro,
tan útil en algunas ciudades de América y muchas de
Europa, de manera que la cosa se reduce, pues, al ómnibus (que
acá llamamos «guagua», como se les dice a los
recién nacidos en Chile) y los famosos tranvías. Los
ómnibus son pequeños –con excepción de los
«especiales»– y no se distinguen por su exagerada
pulcritud. Cubren en una complicada red de líneas o rutas el
área metropolitana, desde el centro a los barrios extremos, y,
como en todas partes, se abarrotan y congestionan a las horas en que la
afluencia de empleados y obreros que van y vienen de fábricas y
oficinas es mayor. ¡Pero esos tranvías!
Los tranvías habaneros son
prehistóricos. Datan de los primeros días de la
República, que los adquirió, ya usados, de cierta
compañía norteamericana. En comparación con los
del interior del país –los renqueantes y estruendosos de
Camagüey, por ejemplo– conservan desde luego un discreto primer
lugar, casi a punto del empate…
Hasta mediados del año anterior eran
unos vehículos ideales para el trasiego de gente mesurada,
honesta, paciente y sin prisa: el paralítico, el escribiente no
mecanógrafo, el pensionado civil y el jugador de ajedrez.
Situábase usted en una esquina y todo consistía en
esperar. La calceta, la lectura de Jorge Mañach o la simple
divulgación sobre temas no urgidos de resolución
inmediata… Cuarenta minutos más tarde era usted sorprendido por
un timbreteo inconfundible. ¡Ahí estaba el tranvía!
Se instalaba usted en su lenta carroza, en su coche
democrático,
y ya podía dormir seguro de llegar sano y salvo a su destino.
Ahora… Ahora, amigos míos –precisa
reconocerlo con punzante melancolía– las cosas ocurren de bien
distinto modo. El tendido de alambres para los trollies ha cedido bajo
la acción demoledora de los años y ya no hay viaje sin
accidente. Los cables caen a diario, enroscados sobre la calle como
finas serpientes, y durante horas y horas permanece el tránsito
paralizado en medio de las cuchufletas e ironías de quienes ante
el humillante espectáculo aún se muestran con
ánimo de reír.
A esto añádase el peligro mortal
que tal contingencia entraña. Si los dos cables se unen y
así los pisa el transeúnte, dícese que la
catástrofe es fatal, y lo mismo si en esa forma caen sobre la
distraída cabeza del viandante. De donde resulta que un medio de
locomoción antaño tan sólido, tan constitucional,
tan protector del sistema nervioso, se ha convertido en una permanente
invitación al gran viaje… Lo último es que ya han
caído en la cuenta los periódicos humorísticos.
Hace apenas unos días recorté ciertos versos sonrientes y
crueles, en los que el tranvía era la víctima inmolada.
Helos aquí:
Si morir es tu porfía,
esto es, si quieres matarte,
no tienes más que situarte
junto a un tranvía.
Allí te quedas muy serio,
mas con aire distraído;
te cae en eso el tendido…
¡y al cementerio!
Decir, pues, no es necesario
que son iguales hoy día
el tendido del tranvía
¡y el funerario!
Tan terrible situación empeoró
esta semana, pues de golpe y porrazo decretóse la
paralización del servicio, lo cual duró toda una tarde y
parte de la noche… Por virtud de ello han salido a relucir cosas muy
desagradables, relativas al trasiego de fondos en manos de un
núcleo de seudodirigentes obreros, filtrados en el Sindicato
Eléctrico. Háblase de la pérdida o extravío
de trescientos mil dólares para comprar cables de acero que
más parecen ser cables de oro. En fin… En fin se dice que el
gobierno ¡ay! contempla el problema fríamente, como si
fuera una fórmula de Einstein, y con el propósito de que
el caso tranviario se convierta –y de ello está a punto– en
conflicto de orden público, cosa de asestar limpiamente el golpe
final e imponer luego un monopolio o cosa parecida en el transporte
urbano…
Quiere decir, pues, que nuestros
tranvías se mueren. Se mueren de parálisis progresiva
irremediable. ¡Felices ustedes, allá en Caracas, donde
todavía no han nacido!
La Habana, enero, 1950.
Tomado de Prosa de prisa. Tomo
II. Compilación, prólogo y notas, Ángel Augier.
Editorial Arte y Literatura, 1975.
«Las
glorias de la Havana»
Animada la industria y común trato,
crecen las Artes, y a porfía se mira
el pueblo trabajar con tal conato
que la riqueza al fin circula y gira.
Desterrados el ocio y desacato,
el comerciante, el artesano aspira
a nuevas leyes próvidas sujeto
a llevar tan glorioso y grande objeto.
……………………………….
¿Quién expresar podrá la complacencia,
la gloria del espíritu havanero,
cuando por nuevo afecto de clemencia
aprobó el Rey fundarse por entero
la augusta Casa de Beneficencia?
¿Quién podrá celebrar el vivo esmero
de Peñalver, Ofarrill, Montehermoso,
Calvo, Aróstegui, Lanz, sin dar reposo?
Son y han sido las Ciencias el cimiento
de la felicidad de las naciones,
son la luz del humano entendimiento,
el freno principal de las pasiones,
las que dan tono, acierto y fundamento
a los proyectos y negociaciones,
y las que dan valor en todas partes
a la Industria, Comercio y a las Artes.
……………………………………
¡Oh, preclara virtud, fuente de bienes,
instrumento del público contento!
¡Oh, amor! ¡oh, patriotismo! Tu mantienes
la gloria de los reinos! ¡Oh, portento
que con feliz principio puesto tienes
en el pecho havanero firme aliento.
Tú aumentarás hasta la edad lejana
las glorias inmortales de la Havana.
…………………………….
D. Francisco María
Colombini y Comayori
«Soneto (La Habana siglo XVIII)»
La aldea es ya ciudad, mas no por ello
se piense que dejó de ser aldea:
en las calles el pueblo caga y mea
sin que el ojo se ofenda ni el resuello.
Paciencia hay que tener más que un camello
con el agua podrida y la diarrea,
y quien de noche ingenuo se pasea
a escondido puñal arriesga el cuello.
Moscas, mosquitos, ratas y ratones,
polvo hecho fango, charcas pestilentes,
fiebres malignas, chancros, purgaciones,
contagio son de bestias y de gentes,
bajo un sol de ladrones y gritones
y una luna de dientes relucientes.
Nicolás Guillén
La
vida habanera en 179..., según el Papel Periódico
Emilio Roig de
Leuchsenring
Aunque desde el año de 1782
existía en la Habana una Gaceta,
dedicada tan
sólo, según nos dice Bachiller y
Morales, a noticias y anuncios, la primera publicación
periódica literario-económica de Cuba no aparece hasta
el 31 de octubre de 1790, en que gracias a las iniciativas y trabajos
de D. Luis de las Casas, llegado a Cuba tres meses antes, vió la
luz el primer número del Papel
Periódico de la Havana.
En ese año y en el siguiente de 1791,
durante los cuales se
publicaba el periódico una sola vez a la semana en la
Imprenta del Gobierno no hemos encontrado más que un
artículo, el 22 de diciembre de 1791, Reflexiones sobre la
manía de versar. Desde enero de 1792 empezaron a tirarse
dos
números a la semana, los jueves y domingos y ya en ese mismo
mes y año podemos leer en las páginas en cuarto del Papel artículos
de costumbres publicados, no de tarde en tarde
sino con frecuencia, como obedeciendo a un propósito decidido de
sus redactores, propósito que vemos confirmado en un
artículo Discurso sobre el
Periódico, que aparece en el
número de 5 de febrero de 1792. Uno de los fines de este
periódico, dice el mencionado artículo, será:
"Atacar los usos y costumbres que son perjudiciales en común y
en particular; corregir los vicios, pintándolos con sus propios
colores para que mirados con horror se detesten, y retratar en
contraposición el apreaciable atractivo de las
virtudes”. Y en otro párrafo incita a los aficionados a la
literatura para que colaboren "por semanas alternativamente o
según quisiesen acordarlo”. Y así, a;ade, "con el tiempo
tendrían la satisfacción de ver alguna enmienda en las
costumbres o vicios contra que declamasen.”
Y, efectivamente, por el Papel Periódico podemos
conocer el
carácter y costumbres de aquella época, movimiento
social, necesidades, modas, lecturas....
Muy aficionadas eran a las novelas las
muchachas de entonces,
según parece, pues en el número del Papel de 16 de enero
de 1792 un señor, que firma con el seudónimo de Teamo,
dirige una carta A las
Señoritas de la Havana recomendándoles
desechen, por nociva, la lectura de "Libros de novelas”.
Sobre educación, hay un artículo
en el número de
19 de enero que nos da a conocer perfectamente el atraso en que
se encontraba la enseñanza y los maltratos y castigos que
sufrían los muchachos. Basta leer solamente el título
del trabajo: Pensamientos sobre los
medios violentos de que se valen
los maestros de escuelas paret educar a los niños.
En los números de 22 de enero y 2 de
febrero se reproducen, por
ser aplicables a Cuba, dos cartas del Mercurio
Peruano firmadas por Eustachio
Philomates,
sobre el "Abuso de que los hijos tutéen a
sus padres”. Se diserta también en esos meses sobre las "Amas de
leche”.
EI carácter y costumbres de las
habaneras los encontramos
descritos por El Europeo Imparcial
en el número de 22 de julio
en esta forma: "Su religión, su piedad, su celo por el culto
divino y de los santos, que no es el común como muchos opinan,
supersticioso y fanático, el trato político y afable, el
cultivo de sus republicanos, el aseo que inspira a su genio, hasta en
los que no lo han usado, la magnificencia de sus trenes, saraos,
convites, concurrencias, funciones, así sagradas como profanas,
su paseo por lo que mira a la multitud de carruajes en el todo
brillantes, manifiestan altamente que la Habana ha hecho, no algo sino
mucho, como es notorio por su fomento y lustre.”
Sobre el baile, que entonces parece era muy
raro que se celebrase
alguno, pues en el número de 16 de diciembre vemos un anuncio:
”Se avisa a los Señores que hoy hay baile”, encontramos una
animada controversia. José Follotico trata de introducirlo y
publica un programa de los bailes que piensa dar, entrando
después en consideraciones sobre esta diversión, siendo
ayudado en su empresa por un señor que ocultándose con el
seudónimo de José de
la Havana lo defiende y llega hasta
proponer en el número de 25 de noviembre "que todos los
años en el último baile la señorita que se hubiese
portado con más modestia y gracia y que hubiese agradado
más a todos según el juicio del Parque fuese honrada con
una corona de mano del Magistrado y distinguida con el título de
Reina del Baile que llevaría todo el año.”
Otros varios señores y principalmente
un tal D. Miguel de
Cádiz combaten rudamente el baile por inmoral y perjudicial a la
sociedad, sacando a colación, en sus ataques, a Herodes, a
Salomé, a Ana de Bolena y citándonos textos latinos y de
Ios Santos Padres.
Haríamos demasiado extenso este
capítulo si
continuásemos citando todos y cada uno de los artículos
que sobre nuestras costumbres contiene el Papel Periódico hasta
el mes de mayo de 1805 en que dejó de publicarse para aparecer
el dos de junio del mismo año con el título de Aviso de
la Habana, cambiando nuevamente este nombre por el de Diario en 1810.
Encuéntrase también en
éstos, muchos
artículos de costumbres, de los que no diremos nada tampoco por
la razón antes expuesta. Vamos a mencionar tan sólo
algunos de los trabajos que hemos examinado en la colección del Papel Periódico
del año 1804 y 5.
En el número de 17 de mayo de 1804 hay
un soneto,
"Devoción de un petimetre el día de fiesta”, en el que
se pintan las costumbres y modas de éstos.
Sobre las modas de los hombres se trata
también en el
número de 17 de marzo de 1805, "Moda del día”. Parece
que entonces se usaban unas prendas muy largas y otras muy cortas,
pues nos dice Sigarito, el
articulista, que los hombres
vestían.
"Calzón, corbata y botas, en creciente.
"Casaca, chaleco y pelo en menguante.”
Durante el mes de septiembre de 1804 sostienen
una animada
polémica sobre el lujo, Buenaventura
Socarrillo y el "Redactor
Interino".
Pésimo era, según leemos en el
número de 13 de
noviembre, el estado de suciedad y abandono en que se encontraban las
calles; y pésimas eran también, octubre 30 de 1804, las
condiciones del Teatro Principal.
El Criticón
de la Habana, censura en el número de 20
de noviembre y en un trabajo, "Paseo de la Alameda”, la costumbre, que
él considera risible, que tienen los habaneros de pasear. El
paseo se reduce según él, a dar un millón de
vueltas en los volantes, desde la media tarde hasta después que
el sol desaparece, alrededor de la fuente y la Alameda. "Gracias, dice,
que allí se puede contemplar a las mujeres y ver sus brazos de
alabastro arrostrando el pudor y despreciando la intemperie, y que
allí, por último, es donde el carmín vivificante,
triunfando de la injuria de los años presenta una multitud de
máscaras juveniles, baxo cuyo barniz se ocultan las palideces y
las arrugas”. Termina criticando la costumbre que tienen las mujeres de
pintarse.
Y por último, en el número 4 de
diciembre de 1804 hay
un "Extracto de lo que suele acontecer en los velorios” en el que se
nos da a conocer cómo éstos llegaban a ser verdaderas
fiestas, al extremo de que encontrándose el articulista frente
a una casa donde se velaba un cadáver, se le acercó uno
de los amigos del muerto a decirle: "Entre usted a divertirse en el
velorio, que para todos hay y para más que vengan”.
Tomado de: La Habana de ayer, de hoy
y de mañana
La Habana: Sindicato de Artes Gráficas, 1928
El
Cofre de mis Recuerdos
Maria Teresa Villaverde
Trujillo
Yo no tengo una cajita, pero sí un
cofre donde guardo recuerdos de toda una vida:..
mi sonrisa quinceañera, el latir de mi corazón al influjo
del primer amor, la Marcha Nupcial del brazo de mi padre, el llanto que
me avisó el sentido de mi naciente maternidad, la dolorosa
decision de abandonar la ciudad de mis ensueños, el
profundo dolor de mi madre, el desgarrador llanto de mi padre,
el
silencioso adiós de mi amiga Francesca. La ultima noche
bajo la cálida luz de luna otoñal, y además, mirar
con mis ojos anegados en lagrimas la belleza del firmamento cubierto de
estrellas que palpitantes se despedían de mí.
También tengo una cesta de mimbre
re-cubierta con un ramo de gardenias donde acumulo otros recuerdos...
Son tan sentimentales que no se visualizan: el
aroma de mi Patria, el salubre olor de la bahía de La Habana, el
imperceptible murmullo de su infeliz pueblo, el apaciguado eco de mis
pisadas a mi recorrido por el Malecón habanero, el
cántico que brotó de la Ceiba en El Templete cuando
admiré su majestuosidad, el abrazo de la brisa al ondear la
bandera de la estrella solitaria, o aquel tormentoso adiós sobre
la tumba de mi abuela materna.
...y cómo no guardar la nota musical de
VEN, la canción que me dedicó mi esposo en nuestra luna
de miel y que oímos junto antes de partir...
...¡ay Dios de mis penas infinitas!, y
aquel ultimo suspiro cuando abordé el avión que me
alejaba de mi ciudad natal sin yo saber que era mi ultima mirada a la
isla de Cuba, allí perdida en medio del sutil oleaje del Caribe.
«Descripción
exacta de la general alegría y
majestuoso modo con que se descubrió al público la
excelente estatua del señor don Carlos III, el día 4 de
noviembre de 1803, erigida por el pueblo de la Habana a la memoria de
tan benéfico rey, y colocada en el centro de la primera plazuela
del Paseo Extramuros»
[…]
En este punto rompe
su silencio la plaza,
y trompas giganteas
que adornan sus murallas,
por sus defensas puestas,
de los Brontes fraguadas,
concibieron con fuegos
y fuegos abortaban, […]
[…]
Y en la ciudad festiva
las torres elevadas,
soberbios edificios
y las mismas murallas,
con tal trepidación
sus ruinas amenaza.
[…]
Arrimo ya mi lira
al pie de esta muralla,
de la Madre más digna,
siempre feliz Habana:
amante de sus hijos
y de ellos muy amada […]
Manuel de Zequeira y Arango
Dime, Ceiba, que tú no duermes,
que todo lo que no has cumplido
lo será en su momento, justo
cuando los que pidieron
se hayan ido de este mundo.
Dime, Cachita de mil amores,
Matrona de las Costumbres,
que ese mar es un mar de sueños
y que esa tierra es una tierra
de fuego oculto y vivaz.
Cuando el primer destello
de la próxima mañana
llegue a la ventana de mi vecino,
dime, con el signo de una hoja
cayendo, que nada se ha perdido,
y que los niños, las mujeres embarazadas
y los jardineros tendrán adonde ir.
Dime que habrá recholata
por los regresos y que las sombras
se extinguirán al llegar la noche ese día.
Dime que, como la iguana, estaremos
despiertos, con ojos mirando
en todas las direcciones.
Jesús Jambrina
Decorah, Iowa, Noviembre 12, 2007
Hay algo debajo de la Ceiba que no puedo descifrar, algo que tiene sin
embargo el color de las cosas que amo. Pero esas cosas son
inaprensibles. Desaparecen en el momento que quiero alcanzarlas.
¿Serán los sueños? ¿Será este
mensaje que
pongo en una de sus ramas, tal vez el que dejé el año
pasado? ¿Será aquí adonde vienen a morir los
gorriones de nuestra infancia?
Jorge Camacho
South Carolina
El mundo entero reconoce la gran labor y el trabajo que conlleva el
mantener una publicación por 10 años consecutivos. Muchas
felicidades en su décimo aniversario por mantener siempre la
misma calidad editorial.
Lesbia Orta Varona
Bibliographer & Reference Librarian
Cuban Heritage Collection
Otto G. Richter Library
Nunca estaremos cansados por mucho que esperemos para darle la vuelta a
la ceiba; renuévase una vez más el deseo de hacerlo en
realidad y no en esta forma virtual.
Henio del Castillo
Dos
ceibas cubanas: la del Templete y la de Bayamo
Dr. Miguel E. Guilarte
La Ceiba es árbol oriundo de
América. Se encuentra en los países tropicales con clima
cálido. Sus raíces crecen en las profundidades. Su tronco
es a veces tan grueso, que alcanza los tres metros de diámetro.
Sus ramas se alejan del tronco en varios metros. Puede crecer hasta
setenta metros de altura. Su fruto contiene algodón. Por la
longitud de sus ramas y el tamaño de sus hojas, es creador de
una sombra muy grande. De donde, los demás árboles y
arbustos del bosque, tienden a alejarse, ya que a su lado serían
víctimas por la falta de sol. Quizás por esto es que los
campesinos cubanos lo conocen también por el nombre de "El
árbol solitario de los potreros."
La Ceiba es el árbol nacional de
Guatemala y, para Puerto Rico es su árbol oficial. En Cuba es
considerado árbol Sagrado por excelencia. En países como
Costa Rica, Honduras y México, el pueblo llano la considera con
gran influencia de carácter religioso. Para los cubanos del
campo, "La ceiba es bendita". También es "santa". Es el
"árbol de la Virgen María". Es el "árbol del
Santísimo o del poder de Dios".
La Ceiba presenta resistencia a los ciclones,
huracanes y a los rayos.
Como tradición del pueblo es un decir
que entre sus misterios y poderes está el de hacer fecundas a
las mujeres estériles. Ellas deben de tomar un cocimiento hecho
con la cáscara del tronco de la ceiba, sacada de la parte del
tronco que mira al sol naciente. Y por el contrario, aquellas mujeres
que pueden tener hijos y no los quieren tener, deben de tomar el mismo
cocimiento, pero hecho con la cáscara sacada de la parte del
tronco que mira al sol poniente.
La ceiba cubana del Templete
Este árbol Ceiba se encontraba situado
frente al monumento Templete, desde sus inicios. Con los años
enfermó y murió. Pero en su lugar fue sembrada otra que,
actualmente allí crece hermosa y fuerte, enfrentándose a
todas las inclemencias del tiempo, así como, a todas las
vicisitudes que su Patria pudiese sufrir.
Allí espera a todo aquel que a la media
noche del día 15 de noviembre, comience a dar las tres vueltas
en silencio y, pedir un deseo. Es la tradición de todos los
años. En esta media noche empieza el amanecer del día en
que se conmemora la fundación de la Villa San Critóbal de
la Habana.
Estas tres vueltas y un deseo, no en todas las
personas tienen el mismo objetivo. Pero se sabe, que la gran
mayoría, sobretodo las personas jóvenes, giran alrededor
del árbol, inspiradas por el sublime sentimiento del amor.
Aquellos que aún no se han casado, expresan el deseo de lograr
un matrimono feliz. Y los ya casados, dan gracias por haber encontrado
la pareja ideal y, piden por la continuación de la feliz
unión.
Hay mucho también de inspiración
religiosa. Mucho de misticismo, es decir, esta tradición crea un
estado de unión entre el alma y Dios, por medio del amor.
Esta tradición ha sido tan apegada al
pueblo habanero, y se ha hecho siempre con tanta devoción, que
hay quienes, sin encontrarse fisicamente en la Habana, la practican,
todos los años en una forma simbólica, con la sostenida
esperanza de que llegue el día en que se encuentren de regreso
en el Templete y, dando las "tres vueltas y un deseo" alrededor de la
amada y nunca olvidada Ceiba.
Yo tengo el privilegio de conocer a una dama
habanera, madre amorosa de dos hijos, abuela cariñosa y
orgullosa de cuatro nietas y un nieto, escritora brillante de fino y
delicado estilo, quien en el patio de su residencia en la ciudad de
Rocky Hill, CT. USA, cuida un hermoso Arce Rojo, y todos los
años, mano a mano de sus dos hijos, procede a las "tres vueltas
y un deseo". El arbol es el símbolo y, las vueltas,
quizás van acompañadas de los recuerdos de su
niñez y juventud, los que dejó alla, en su adorada
Habana, bajo el esmerado cuidado de dos guardianes: El Templete y La
Ceiba. La distinguida dama habanera María Teresa Villaverde
viuda de Trujillo, mantiene su vista fija en el Sur, con la esperanza
de algún día ir a recoger sus bien guardados recuerdos.
La ceiba cubana de Bayamo
Árbol muy frondoso era la Ceiba de
Bayamo, M. N. Situada sobre la barranca del Río Bayamo, a unos
veinticinco metros de la orilla del río. Relatan los abuelos
bayameses que esta ceiba contaba con más de ciento veinte
años de existencia. Sin lugar a dudas, con su majestuosidad,
dominaba todo el área, como si estuviese cuidando a los que
allí se acercaban.
El Río Bayamo, en esa zona, era muy
ancho y muy profundo. Bayamo no tenía playas, pero los
bañistas, con rellenos de arena hicieron una playa artificial.
Se decía que La ceiba era el salvavida que cuidaba de los
bañistas. Los bayameses hicieron de aquel lugar el preferido
para nadar y practicar deporte acuático. Agotados por la
natación y un poco quemados por el sol, salían a
descansar bajo la sombra fresca, que en el fuerte verano, la Ceiba les
regalaba.
La tradición era "ir a La Ceiba".
Así, casi todas las escuelas primarias de la ciudad, llevaban a
sus estudiantes en gira, a La Ceiba, con el fin de pasar un día
de recreo y descanso. Allí hacían sus barbacoas, jugaban
distintos deportes y disfrutaban de la sombra y el fresco que el enorme
arbol les proporcionaba.
Era centro de reunión de la juventud
bayamesa. Las tardes bayamesas en La Ceiba, parecían fiestas
llenas de alegrías permanentes.
La persona del pueblo que no hubiese visitado
o, en cierta forma conocido La Ceiba, seguramente no era nativa de
Bayamo.
La Historia nos cuenta, que nuestros
próceres de la Guerra de los Diez Años, tales como
Francisco Vicente Aguilera, Maceo Osorio, Perucho Figueredo y otros, se
reunían en la Logia Masónica de la ciudad a conspirar y
organizar la declaración de la guerra. Pero, los que no eran
masones, que no podían entrar a la logia, se reunían con
los mismos fines, bajo La Ceiba, la que con la complicidad de sus
ramas, los cuidaba evitando que los mismos fuesen vistos y descubiertos.
Y así, los hombres pasaban, pero la
frondosa Ceiba permanecía enhiesta en su sitio. Se cuenta por
nuestros viejos y veteranos, que muchas de las fiestas de
celebración por la independencia e instauración de la
República, se celebraron bajo la sombra y protección de
La Ceiba de Bayamo.
Pero llegó el día en que un
grupo de jóvenes que celebraban fiesta con fogata, bajo La
Ceiba, se descuidaron del fuego y éste quemó muchas de
sus raíces y parte de su tronco. La Ceiba de Bayamo
enfermó de las quemaduras y, más tarde murió. Hace
unos veite años que Bayamo perdió su mejor sombra y, el
Río Bayamo perdió su mejor guardián.
Los bayameses jamás la han olvidado y,
en muchas de sus reuniones, siempre la mencionan con un recuerdo
cariñoso.
Como siempre dice mi madre: la ficción
histórica refuerza una verdad irrebatible. El pintor
francés Juan Bautiste Vermay – de quien se guarda hermosos oleos
en El Templete - al fundar la Academia de San Alejandro impulsó
el verdadero concepto de lo que era pintar. A partir de aquel momento
la pintura en Cuba comenzó a ser tomada como algo en serio.
Y durante algo más de siglo y medio El
Templete ha albergado tres de sus muchas pinturas. Estas tituladas: La primera misa y El primer cabildo, (ambos de 1826) y
La inauguración de El
Templete (de 1828) obras que lo inmortalizaron hasta
conocérsele como el intérprete de un mito: el de la
fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Los restos del pintor desde su fallecimiento
en 1833 habian estado bajo el sueño eterno a la sombra del
Cementerio de Colon, en La Habana; pero ya reposan, en una urna de
mármol, y en el lugar sagrado: dentro del Templete.
Alexander M. Trujillo
Connecticut. USA
Yo era pequeño pero recuerdo ver a mi madre, no
días, sino horas antes de abandonar la ciudad, cómo
rezaba en silencio con los dedos entrelazados prometiendo al Templete y
a la Ceiba visitarles tan pronto regresara a La Habana.... Pero ya hace
43 años y aun no ha podido cumplir su promesa.
Tom Trujillo
New Milford, CT.
La
leyenda de San Cristóbal
Es un espectáculo maravilloso el que se
ofrece a los ojos de turistas y curiosos el 15 de noviembre de cada
año en las calles que rodean la Catedral y la Plaza de Armas. Un
río de gente —criolla, por supuesto— que desde El Templete -
donde se encontraba la robusta Ceiba bajo cuya sombra, según
tradición, se celebró la primera misa al tiempo de
poblarse La Habana- se dirige hacia el templo mayor para venerar al
patrono de la Villa: San Cristóbal, con una mezcla de fe y
superstición que no deja de fascinar.
¿Quién es verdaderamente San
Cristóbal? Es muy difícil contestar a esta pregunta, porque
en su vida también la tradición y la historia se
han amalgamado tan profundamente que hoy día es casi imposible
separar una de otra. Sus orígenes parece que hay que buscarlos
en Licia, pero no se conoce el tiempo en que vivió ni su
martirio, que según la tradición padeció en el
año 250 durante la persecución de Decio.
Al juez que lo interrogaba le contestó:
«Antes del bautismo me llamaba Rechazado, ahora me llamó
el Portador de Cristo, Cristóbal». No hay que excluir que,
por ese juego de palabras, ha sido construida la fantasiosa historia de
su vida, luego acogida en la leyenda áurea que se presenta a
continuación:
Cananeo de enormes dimensiones, doce codos de altura, con un rostro
terrible, estaba al servicio del rey de su país cuando decide
salir en busca del príncipe más poderoso del mundo para
someterse a sus órdenes. Así, después de distintas
experiencias que no logran satisfacer su aspiración, encuentra
por fin a una ermita que le dijo: «El patrón al que
tú quieres servir exige sobre todo que ayunes mucho y que reces
mucho». Dos cosas que al gigante le parecieron demasiado
difíciles. Le preguntó entonces el viejo hombre de Dios:
«¿Conoces el río de este país? Nadie puede
atravesarlo sin peligro de muerte. Si tú, grande y fuerte como
eres, te estableces cerca del río y ayudas a los viajeros a
atravesarlo, harás un servicio que a Cristo le será muy
grato y, quizás, consintiera en manifestársete».
Cristóbal le contestó:
«Esto es una cosa que puedo hacer. Te
prometo que, por servir a Cristo, la haré».
Se fue a la orilla del río, se
construyó una choza y, sirviéndose del tronco de un
árbol como bastón para poder caminar mejor en el agua,
transportaba de una orilla a la otra a todos aquellos que quisieran
atravesar el río. Una noche, Cristóbal dormía en
la choza cuando oyó que un niño le llamaba:
«Cristóbal, ven, ayúdame a cruzar el
río». Enseguida Cristóbal se precipitó fuera
de la choza, pero no encontró a nadie. Entró, y se
sintió llamado de nuevo, pero tampoco en esta ocasión vio
a nadie. A la tercera vez, vio un niño que le rogó le
ayudara a atravesar el río. Cristóbal lo cargó
sobre la espalda, cogió el bastón y entró en el
agua. Pero, poco a poco, el agua crecía y el niño se
volvía pesado como el plomo. El agua era cada vez más
alta y el niño más pesado, al punto que Cristóbal
creía que se moría. A pesar de esto logró llegar a
la otra orilla.
Apenas bajó al niño le dijo:
«Mi niño, me has metido en un
gran peligro; pesabas tanto sobre mí, que si hubiera tenido que
cargar al mundo entero, no tendría la espalda tan
oprimida».
El niño le responde:
«No te sorprendas, Cristóbal, has
cargado sobre tus hombros no sólo al mundo entero sino a Aquel
que lo ha creado. Yo soy Cristo, amo al que tú sirves. Como
señal de que mi palabra es verdad, planta tu bastón en la
tierra, junto a tu choza, mañana lo verás lleno de flores
y frutos».
Dicho esto, el niño desapareció.
Cristóbal plantó su bastón y, al día
siguiente, lo encontró transformado en una bella palma llena de
flores y dátiles.
Hacia el final de la Edad Media, la
devoción a San Cristóbal tomó un gran auge, sobre
todo porque le atribuían el poder de evitar la mala muerte, es
decir la muerte en pecado mortal que lleva al infierno.
Mirar su rostro era signo de
protección; por eso hacía falta verlo desde lejos y hubo
necesidad de pintarlo en dimensión enorme y colocar su imagen en
la fachada de la Iglesia -de ahí, quizás, que la leyenda
lo transformara en un gigante.
En la liturgia de la Iglesia católica,
la fiesta de San Cristóbal se celebra el 25 de julio; en Cuba,
el 16 de noviembre. ¿por qué?
Es difícil encontrar una respuesta
satisfactoria a esta pregunta. El historiador Arrate, hablando sobre la
fundación de la villa de San Cristóbal — que tuvo lugar
en 1515, en la costa sur, por mandato del capitán Diego
Velázquez — escribe que se le dio el nombre del Santo
Mártir por haberse comenzado a poblar el propio día de su
festividad: 25 de julio. Aunque acá — agrega — se celebra por
especial Indulto de la Silla Apostólica el 16 de noviembre, para
que no se embarace la festividad con la de Santiago, patrón de
España y de la Isla.
Toda esa motivación es cierta, pero
queda sin respuesta el por qué de esta última fecha, que
tuvo que ser algo especial y digno de recuerdo. En ese sentido, no
encuentro otra motivación que el día de la
refundación de la villa en 1519, cuando fue desplazada desde el
sur hacia la costa norte y, por primera vez, se celebró misa y
cabildo.
Monseñor Santo Gangemi
Encargado de Negocios a. i. Embajada de la Santa Sede
Tomado de Opus Habana, Vol.
II, No. 4, 1998, pp. 23-25 y reenviado por
Maria Teresa Villaverde Trujillo.
La
Ceiba del Naranjal
(Leyenda de la provincia de
Matanzas, Cuba, de donde es oriunda mi
madre)
Maria Teresa Villaverde
Trujillo
Cuentan que en el antiguo camino de lo que hoy
es la Calzada del Naranjal, en la ciudad de Matanzas, existía
una Ceiba de gran tamaño a la que le calculaban más de
dos siglos de existencia. Al pie de su tronco, al que le
atribuían poderes sobrenaturales podían verse siempre
abundantes ofrendas de brujería. Decíase que en su
interior vivía el Diablo, y no faltaba quien asegurase que en
los días viernes, a medianoche podían verse brujas
venidas de diferentes partes del mundo para bailar, tomadas de la mano,
alrededor del tronco, al compás del ríspido canto de las
lechuzas que revoloteaban en el alto follaje del árbol.
La fama de la Ceiba aumentó cuando en
cierta ocasión, un arriero comentó que no volvería
a pasar por aquel lugar después del atardecer. Decía el
hombre, con el miedo reflejado en el rostro, que empezaba a oscurecer
cuando vio cómo la arrugada corteza de dos muñones o
nudos que el árbol tenía a cierta altura, se abrieron
como párpados y aparecieron dos ojos muy grandes que irradiaban
una luz intensa del color del rayo, que lo iluminaron todo. Que las
mulas, asustadas, emprendieron una veloz carrera y se dispersaron a una
legua a la redonda.
Como siempre ocurría, el tono de
veracidad que imprimían a sus palabras mientras contaban cosas
de la Ceiba personas serias e instruidas, hacía exclamar a los
ignorantes: ¡Fulano lo vio, y cuando él lo dice es verdad!
La fama de la Ceiba trascendió a otros lugares de la provincia y
se puso de moda que los jóvenes, y hasta los mayores demostraran
su valor yendo hasta el árbol en las noches sin luna.
También las muchachas llegaron a exigir a sus enamorados como
prueba de amor, que fueran hasta la Ceiba en noches bien negras y
regresaran con un pedazo de su añeja corteza al lugar donde
varios testigos darían fe del acto heroico.
En horas de la tarde, cuando había
menos afluencia de personas por aquel lugar aparecían coches de
señoras encopetadas que se detenían ante el majestuosa
árbol, los que entraban al camino a la mayor velocidad posible,
se detenían bruscamente ante la Ceiba, donde la criada saltaba
con agilidad, del vehículo para depositar junto a las potentes
raíces, un paquete que podía ser una "limpieza" un
daño, el cumplimiento de una promesa u otra ofrenda por la
concesión de un deseo o milagro, mientras en el coche, la
señora rezaba, se santiguaba o hacía nuevas promesas.
La prueba de valentía, consistente en
ir de noche hasta la Ceiba, fue interrumpida por la muerte de uno de
aquellos valientes. El tiempo transcurría y el joven no
regresaba.. Entonces sus compañeros, en unión de algunos
vecinos, fueron hasta el árbol y allí lo encontraron
muerto, con la cabeza metida en la confluencia que formaban dos grandes
raíces, con los ojos casi fuera de sus órbitas y la boca
deformada por una espantosa mueca.
La posición del muerto junto al
árbol trajo a éste nuevos atributos satánicos.
Decíase que el hueco formado por la unión de las dos
raíces, era la boca del Diablo, que vivía dentro de la
Ceiba, y que por allí le había chupado el alma y la vida
al joven. Entonces desaparecieron por algún tiempo los
valientes. Nadie deseaba tener relación alguna con el
árbol todopoderoso.
Cerca de la Ceiba, a unos cien metros,
habitaba un montañés que alardeaba de apostar cualquier
cantidad de dinero a que él iría al lugar aunque fuera de
noche de viernes y más oscura que las alas de la tiñosa,
y como prueba de haber estado allí, traería al regreso un
pedazo de raíz. Pero nadie hacía caso al reto del
montañés.
En la encrucijada de dos caminos importantes
para la comunicación entre Vuelta Abajo y Vuelta Arriba,
existía también -próximo a la temida Ceiba-,
existía un establecimiento mixto como fonda y posada, donde
transeúntes y cabalgaduras encontraban alimento y descanso. De
noche solían reunirse allí los vecinos, para conversar o
jugar a las cartas, alumbrados por aparatos de carburo. El dueño
del establecimiento era conocido como el Fondero y su mujer, la Fondera.
Una noche de viernes, de esas donde no se ve
más allá de dos palmos, llegó al establecimiento
un joven que, tan pronto se dio a conocer, dijo que esperaría
allí a un arriero que traía un encargo de vuelta Abajo.
Posteriormente llegó otro hombre, de mediana estatura, que al
parecer nada tenía que ver con el que llegó primero.
Ambos forasteros amarraron sus caballos debajo de una frondosa
salvadera situada frente al silvestre comercio.
Algunos vecinos jugaban a las cartas mientras
otros, entre ellos el montañés, observaban con
interés el juego. Cuando terminó el partido, el
montañés, como era habitual en él cuando se
reunía allí un grupo de personas, dijo en alta voz que
apostaba diez monedas a que iría a la Ceiba y traería un
pedazo de su corteza, mostrando en alto una hachuela que portaba
enganchada en la faja del pantalón.
El forastero que había llegado primero
al lugar, mostró interés por lo de la Ceiba, aunque dijo
no conocer sobre el hecho porque él era de muy lejos.
Estimando que el joven pudiera ser un posible
apostador, el montañés contó a éste la
historia de la Ceiba, exagerándolo todo y recalcando que
apostaba a que él iría hasta el temido árbol y
regresaría con un pedazo de su corteza. Entonces, cuando el
montañés terminó de hablar, el forastero le dijo
que su propuesta no tenía sentido, que lo correcto sería
que los dos fueran al tenebroso lugar, uno primero y el otro
después, y si ambos regresaban vivos, pagarían de mutuo
acuerdo el vino a todos.. El montañés aceptó. Dijo
que así debía hacerse, pero que hasta ese momento no
había tenido con quien apostar.
Después de acordar la suma que iban a
jugarse, el joven propuso como depositario del dinero al otro
transeúnte, quien tenía apariencia de persona seria y
que, al no ser amigo de ninguno de ellos, sería imparcial al
decidir cualquier discrepancia que pudiera surgir. Y mientras el
depositario guardaba en una bolsa de cuero el dinero apostado, la
suegra del fondero le pedía a los dos hombres, que por todos los
santos desistieran del empeño.
El montañés, que vivía
enamorado de la mujer del fondero se abrogó el derecho, con un
gesto de alardosa valentía, de ser el primero en ir hasta la
Ceiba.
Como quien va a jugarse la vida, el
montañés, mirando de reojo a la fondera, pidió su
último vaso de vino y su último tabaco. Después
partió con ademanes quijotescos a enfrentarse, según
dijo, con el poderoso "enemigo del más allá".
El silencio era casi absoluto. Solo se
escuchaba el chillido de los grillos, el ladrido de perros lejanos y el
cantío de los gallos. La suegra del fondero rezaba frente a una
imagen para que no ocurriera otra desgracia. Los hombres fumaban en
silencio y dirigían sus miradas hacia la Ceiba. De pronto, el
que tenía el dinero en depósito dijo que había
escuchado un grito y que había que auxiliar a aquel hombre, por
lo que partió veloz en su caballo, seguido del otro que
había apostado con el montañés.
Transcurridos unos minutos apareció el
montañés, pálido y desencajado. Tartamudeando,
explicó cómo dos diablos a caballo habían pasado
junto a la Ceiba como una exhalación. Hachuela en mano, el
montañés buscaba con los ojos al apostador y al
depositario del dinero.
Todos se miraron y controlaron la risa, hasta
donde les fue posible.
(Tomado del libro de leyendas Baiguana
y el pez embrujado, de Leovigildo Rodríguez
Hernández)
¡Felicidades por todo lo que haces para revivir en la memoria y
en la palabra nuestra bella ciudad natal!
Un fuerte abrazo,
Adriana Méndez
1891
En la Habana hay 20,000 personas que no tienen materialmente de
qué comer ni dónde dormir. Son muchas las fábricas
de tabaco que están cerradas. Pasan de 5,000 los operarios de
fábricas de tabaco que han tenido que emigrar a Tampa, Cayo
Hueso y Nueva York. La propiedad rústica vale hoy menos de la
tercera parte que hace seis años. Las casas que en La Habana
rentaban 60, 40 y 30 duros, rentan hoy 20, 14 y 10. Una
caballería de tierra que en las cercanías de La Habana
valía hace seis años 4, 000 duros, vale hoy 800;
¿y qué más, señor Ministro de Ultramar? En
Guanabacoa y Matanzas se ha dado recientemente este caso verdaderamente
inaudito: ofrecer casas por la mitad del costo de los materiales, dando
gratis el terreno y la mano de obra, y no encontrar quien las quiera,
ni aún en esas condiciones.
Intervención de D.
Miguel Moya en la sesión de junio 23
de 1891.
Iba ara ago o Moyuba. Omo de ko ni. Iba ara
ago o Moyuba. Fe Eleggua Echu lona.
La Cuba de nuestros antepasados no le teme al Indiambo. Un macuto
siempre lleva en el jolongo; la defienden Boroketa y Remolino por
makokuan ba pio de Kekongo.
En mi Cuba nació una mata que sin
permiso no se pué tumbá, no se pué tumbá,
porque son Orisa. Esa mata es nuestra Ceiba, sagrada e inmortal.
Saludos y Aché!!!!
Mariela A. Gutiérrez (Waterloo,
Ontario, Canadá)
Testamento
del pez
Gastón Baquero
Yo te amo,
ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla
invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro
numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su
esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis
oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas,
pereces,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y
extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados
fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se
precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de
manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Yo te amo,
ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la
miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente
libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos
invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la
desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la
desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o
cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente
milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche
volviéndola ciudad enamorada, y la
desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un
difunto,
o las palabras muertas de un difunto.
Yo te amo, ciudad
porque la muerte nunca te
abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al
rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus
entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus
entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los
labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un
hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la
miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su
imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del
mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos
prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Yo soy un pez, un eco de la
muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos
resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy
muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi
alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi
alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras
olvidas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu
sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te
despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui
geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de
mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo
imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he
sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la
guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo,
ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a
contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus
ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú
resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna
semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un
muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu
estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
Quisiera ser mañana entre tus
calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el
mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu
existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos
recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y
llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca
laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde
primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los
frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la
muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
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