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Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.
He aquí una muestra (no hemos pretendido en modo alguno antologar) de la poesía que la ciudad ha suscitado. Al conmemorar otro aniversario de la fundación de La Habana se han dado cita en la azotea de Reina algunos de los poetas que han del espacio citadino territorio absoluto de la poesía.
A LA FUENTE DE LA INDIA HABANA
Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina,
dominando una fuente cristalina,
sentada en trono de alabastro breve:
jamás murmura de su suerte aleve,
ni se lamenta al sol que la fascina,
ni la cruda intemperie la extermina,
ni la furiosa tempestad la mueve.
¡Oh beldad! es mayor tu sufrimiento
que ese tenaz y dilatado muro
que circunda tu hermoso pavimento;
empero tú eres toda mármol puro,
sin alma, sin calor, sin sentimiento,
hecha a los golpes con el hierro duro.
Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido)
A LA FONTAINE DE LA INDIA
Seul, quand finit le jour auprès de la fontaine
j'aime à m'assesoir, rèvant à sa douce fraîcheur,
à laisser la pensée échapper de mon coeur,
comme les gouttes d'eau de son urne trop pleine.
A la tiède splendeur de la lune sereine,
sous ton blanc vêtement que traça le sculpteur,
tu sembles t'animer, et ma charmante erreur
prête des traits amis à la forme incertaine.
Ô ma belle Indienne, amante du Soleil,
que Colomb éveilla du virginal sommeil,
où te berçait le chant des vagues amoureuses,
Cuba, ô mon pays, sous tes palmiers si beaux,
qu'il est doux d'écouter la voix de tes ruisseaux,
les murmures d'amour de tes nuits lumineuses!
José María de Heredia y Girard (1842-1905)
LAS COLUMNAS
En procesión muy lenta figuran las columnas el
reposo
cuando cernidas sus semejanzas hallo
la permanencia real de la mañana.
Como el rostro de Dios pacífico resplandece
pétreo el río
cuando ceñido por el instante trémulo
es la eternidad quien a sí misma se contempla.
Semejantes al Padre Nuestro
cuyas palabras están contadas pero de pronto no
no pasará ya nunca
sus columnas sostienen cuán poderosamente
la combada techumbre del día jueves
y en tal espacio se detuvo mi sangre
y un pánico tranquilo soplaba por las venas
en misteriosas mañanas de Domingo
por la Calzada más bien enorme de Jesús del
Monte.
Las hogueras nevadas en figura de torres
han extinguido la danza de las hojas
pero qué suave alabanza si abriesen la portada
sería la redonda meditación de las lomas
que contemplan los viajes y la desesperanza de
mi puerto
para el dulce tamaño de la vida que miden estas
lejanías.
PASAJE A QUÉ CIUDAD CONTEMPLATIVA
este es mi reino
y esta la espada con que cortaré mi casa en dos
pedazos
signo que ha quedado para sentir el soplo de los
últimos vientos
las últimas noticias del comprador de máquinas
antiguas
hablan de la señal que se nos presentó del río
verdadero
de la ciudad y su contemplación a prueba del demonio
evidencia de los antepasados míos
que supieron vivir de sólo a sólo sin memoria
era mi abatimiento
nostalgia temporal que nos inclina al viaje
cartas que testifican la fuga adolescente y el retroceso
público
en el tren donde vamos
nadie pregunta por las apariciones de la infancia
se divierten a nombre de los viejos espíritus
que no tuvieron paz
que no hallaron el modo de convertir en agua
la sangre de sus actos impúdicos
nada alcanza para tantos viajeros lamentándose
nada que les aclare su duda personal
su pasaje a qué ciudad contemplativa
apenas un recortado fuego al que nos arrimamos
un indicio de plenitud en medio de esta fuga que sólo
servirá
para que celebremos el cumpleaños de alguno de
nosotros
despídanse de todos por última vez
nadie vuelve del reino con la misma señal
y a nadie se le conocerá por sus antiguas marcas en la
cara
nadie para que traiga a bordo la izquierda o la derecha
sólo su claridad de difunto que vuelve a dialogar
con sus antepasados
sólo la espada con la que vuelve a unir
las dos mitades en que partió su casa.
AL LEZÁMICO MODO
Ahora sé, todo o nada, lo que el mago
en la noche de números buscaba,
lo que Estéfano en páginas temblaba,
lo que en todo hay que hacer y en nada hago.
Ahora estoy en la casa de la imago
--Trocadero que en vida se nombraba
Uno, con Seis y Dos, órfica aldaba--
donde invisiblemente me rehago.
Ahora doy lo que oscuro se ofrecía:
pasteles de azafrán, Ícaro, oro
que la habanera Dánae pedía...
Ahora ustedes disfrutan mi tesoro
mientras yo saboreo la alegría
de no ser, de no estar, trocado todo.
LA HABANA (II)
La ciudad está llena de sorpresas. La noche, clara y húmeda, es recorrida por una brisa dichosa. Hay tantas estrellas que cualquier otra luz resulta innecesaria. Comprendes que es la noche inmensa del trópico, que parece eterna. Tú deambulas por las calles vacías y entras a los patios preparados para aliviar el bochorno del día. No hay árboles, pero los hubo. Imprescindible detenerse y recordar. Tampoco hay nadie, o lo crees, que en esta ciudad nunca se sabe si la soledad es verdadera. Te tiendes en lo que pudo haber sido la hierba y sientes nostalgia. Quieres pensar, pensar. Pero es inútil. El aroma de los antiguos jardines (los jardines invisibles) impide pensar. A lo sumo, recuerdos mal hilvanados, una historia armada de trivialidades. ¿Te duermes? ¿Quién es capaz de afirmar o negar? Recuerda: un día alguien te dijo que sueño y vigilia tenían aquí la misma enigmática consecuencia. De todos modos, escucha: se oyen risas (siempre se oyen risas), algarabía, un parloteo feliz. Trata de permanecer en la zona sagrada en que no es necesario afirmar o negar. Eso es aquí un triunfo. Espera. Ocúltate. Debes aprender a no dejarte engañar por los múltiples espejismos de la ciudad. Ahora, como si surgiera de alguna parte, simple invención, aparece un grupo de jóvenes. Da lo mismo que sean sombras, sabes que son jóvenes y que, como es lógico, deben venir gozosos. Sí, algo es seguro y perfecto en esta noche: la alegría de este grupo que danza al son de claves y bongóes. Bailan. Frenéticos. Gritan o cantan. Se abrazan. Conocen que no hay encanto posible sin otro cuerpo que abrazar. Es ahora sagrada la noche del Trópico. Los santos han despertado y sonríen a la fiesta. La ciudad se ilumina, se levanta como una clarinada. La ciudad arde en cantos y ruegos. Mientras, en alguna parte, alguien se marcha para siempre, una mujer llora y un hombre se cuelga de la rama de un árbol.
DÍA DE FIESTA
Un cielo gris. Morados estandartes
con escudo de oro; vibraciones
de altas campanas; báquicas canciones;
palmas verdes ondeando en todas partes;
banderas tremolando en los baluartes;
figuras femeninas en balcones;
estampido cercano de cañones;
gentes que lucran por diversas artes.
Mas, ¡ay!, mientras la turba se divierte
y se agita en ruidoso movimiento
como un mar de embravecidas olas,
circula por mi ser frío de muerte
y en lo interior del alma sólo siento
ansia infinita de llorar a solas.
EN LA MARGEN IZQUIERDA DEL ALMENDARES
(A la memoria de Carlos Pío Uhrbach
y Juana Borrero)
Hablar únicamente del nombre de una flor
o de la intervención sencilla
de la tierra y del agua y del sol en sus formas,
pero mucho después de haber andado
por la margen izquierda del río Almendares,
después de haber entrado por la gran puerta
de la casa de Puentes Grandes,
ella radiante y fatigada y él con los ojos vueltos
hacia las blancas sábanas,
hacia el hueco en penumbras
donde caen los fruncidos de las telas,
donde ella se desnuda,
pues lo desnudo es siempre lo que canta,
porque la desnudez es el comienzo de la lluvia
y la lluvia es el único centro
brumoso y tumultuoso de estos amantes.
Oh proyecto insalvable y demasiado lógico
de empezar a gritar que él está enamorado,
sin que su boca joven contradiga a la Historia
ni al hechizo de este cuerpo desnudo
que invade cada noche lo sobrenatural.
TÚ NO IRÁS A TROYA
a desmentir su sombra.
Como el amor,
sólo su cuerpo gotea y se recoge
y en él yaces tendido sin despertar aún
que era la copa de tu amor lo que le alzaba,
el mar inclinado por la boca del otro rey
soplando.
Un cielo agónico allá arriba.
Una ciudad cercada.
Mil puertas que no fugan.
Mil arcos donde ahora la nave colaría
hacia el crepúsculo;
ola de albura inmóvil,
más tibio el sitio en que los labios zarpan
como buque,
que era la copa de tu amor...
Ya brújula de hueso,
manto bermejo el sol ya se retira,
vuelve para fijar su lámina en el ojo.
Allí también su sombra,
el agua en cuyo borde copio
esta aceitada desazón.
Ha oscurecido.
De pronto la ciudad no signa con tu fiebre.
Pero no vale el amor,
no vale la angustia de los días
que van sajando el alma.
Cada día penetra con proa,
cada proa se aleja con su angustia.
Otro destino vela tu orfandad,
acuna tus livideces a la orilla del puerto,
mientras tu cabeza asoma su gran ojo de
cíclope
y ve que aún su cuerpo es toda el agua,
que pudo más un sueño,
que nunca irás a la lejana Troya
a desmentir su sombra.
VIDAS PARALELAS (LA HABANA, 1993)
Se apaga un municipio para que exista otro.
Ya mi vida está hecha de materia prestada.
Cumplo con luz la vida de algún desconocido.
Digo a oscuras: otro vive la que me falta.
HABANERA
La tarde se desangra sin quejidos
sobre el muro irradiante de pobreza:
corteja los laureles, su tibieza,
arde en los mediopuntos malheridos.
Atrás quedan los últimos latidos
de la luz que murmura su pereza
tras la rosa persiste la certeza
del dolor y la ausencia repetidos.
Ya Neptuno ha rendido su tridente
y la mar sus maneras desafina.
Ya se calla un balcón desmemoriado,
y se rasgan las sedas y las fuentes.
Mas la torpe belleza se avecina
en reguero de luz por Empedrado.
UNA NOCHE
Una noche en la calle Zanja,
saltando entre chinos impávidos,
escuché una voz que me decía:
¡Qué bobo tú eres, Virgilio!
pensando todas esas marañas,
esos mares, esas montañas:
tomas el bosque por los árboles
y esperas un amor al paso.
Qué bobo eres. Si supieras,
o lograras adivinarlo,
no abrieras tanto los ojos,
y me tendieras la mano.
Una noche en la calle Zanja.
Pero yo pasé de largo.
1969
Virgilio Piñera
SAN FRANCISCO-NEW ORLEANS
Esto,
eso
que sobrevuelo
desde el Pacífico inhóspito hasta el Golfo acogedor
es hoy por hoy
--no lo fue ayer, no sé mañana--
mi patria:
montañas, desiertos, depredadoras nieves,
ríos inmensos obligando a construir
innumerables puentes, grandes ciudades de ilusión
mas sin furia, objetos y máquinas sin fin, colores
diversos que recombinar cada día...
sin embargo reemplazar
--ni como consuelo imitar--
una breve tarde habanera escapando de la lluvia y
besándonos premonitoriamente quizás
en todos los andenes.
Jesús J. Barquet
PENSAMIENTOS EN LA HABANA
Porque habito un susurro como un velamen,
una tierra donde el hielo es una reminiscencia,
y quemarlo en una conversación de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado,
no he de reconocer la inútil marcha
de una máscara flotando donde yo no pueda,
donde yo no pueda transportar el picapedrero o el picaporte
a los museos donde se empapelan los asesinatos
mientras los visitadores señalan la ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el árbol,
decide el sollozo de dos cabellos y exclama:
my soul is not in an ashtray.
Cualquier recuerdo que sea transportado,
recibido como una galantina de los obesos embajadores de antaño
no nos hará vivir como la silla rota
de la existencia solitaria que anota la marea
y estornuda en otoño.
Y el tamaño de una carcajada,
rota por decir que sus recuerdos están recordados,
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
que queremos soldar
sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos.
Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
están ya recordados;
que por nuestras narices no escogita un aire sutil,
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por los que decidieron que el ser
habitase en el hombre,
sin que ninguno de nosotros
dejase caer la saliva de una decisión bailable,
aunque presumimos como los demás hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como sueñan humillarnos,
repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga
que oculta el tiempo en su espaldar:
ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre;
vuestro Dios es la luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando en el hombre.
Como quieren humillarnos le decimos
the chieff of the tribe descended the staircase.
Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
En esas vitrinas alternan el maniquí con el quebrantahuesos disecado,
y todo lo que ha pasado por la frente del hastío
del búfalo solitario.
Si no miramos la vitrina, charlan
de nuestra insuficiente desnudez que no vale una estatuilla de Nápoles.
Si la atravesamos y no rompemos los cristales,
no subrayan con gracia que nuestro hastío puede quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de la parábola del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los puertos
y que hunden en sus baúles un chirriar
de vultúridos disecados.
Ellos no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho
-- donde hay dos hombres frente a una mesa; a la derecha, la jarra
y el pan acariciado --,
y que aunque mastiquemos su estilo,
we don't choose our shoes in a show-window.
El caballo relincha cuando hay un bulto
que se interpone como un buey de peluche,
que impide que el río le pegue en el costado
y se. bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adúltera neoyorquina.
El caballo no relincha de noche;
los cristales que exhala por su nariz,
una escarcha tibia, de papel;
la digestión de las espuelas
después de recorrer sus músculos encristalados
por un sudor de sartén.
El buey de peluche y el caballo
oyen el violín, pero el fruto no cae
reventado en su lomo frotado
con un almíbar que no es nunca el alquitrán.
El caballo resbala por el musgo
donde hay una mesa que exhibe las espuelas,
pero la oreja erizada de la bestia no descifra.
La calma con música traspiés
y ebrios caballos de circo enrevesados,
donde la aguja muerde porque no hay un leopardo
y la crecida del acordeón
elabora una malla de tafetán gastado.
Aunque el hombre no salte, suenan
bultos divididos en cada estación indivisible,
porque el violín salta como un ojo.
Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso:
el vientre azul del pastor
se muestra en una bandeja de ostiones.
En ese eco del hueso y de la carne, brotan unos bufidos
cubiertos por un disfraz de telaraña,
para el deleite al que se le abre una boca,
como la flauta de bambú elaborada
por los garzones pedigüeños.
Piden una cóncava oscuridad
donde dormir, rajando insensibles
el estilo del vientre de su madre.
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña
dentro de una jarra de mano en mano,
el rasguño en la tiorba no descifra.
Indicaba unas molduras
que mi carne prefiere a las almendras.
Unas molduras ricas y agujereadas
por la mano que las envuelve
y le riega los insectos que la han de acompañar.
Y esa espera, esperada en la madera
por su absorción que no detiene al jinete,
mientras no unas máscaras, los hachazos
que no llegan a las molduras,
que no esperan como un hacha o una máscara,
sino como el hombre que espera en una casa de hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria,
l'étranger nous demande le garçon maudit.
El mismo almizclero conocía la entrada,
el hilo de tres secretos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin las botas puestas le abandona su sueño?
Un sudor fangoso caía de los fustes
y las columnas se deshacían en un suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el líquido calmo y el aire escogido;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en un monte truncado,
ruedan confundidas por una galantería disecada que sorprende
a la hilandería y al reverso del ojo enmascarados tiritando juntos.
Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos pálidos cantando,
porque nuestros recuerdos están ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador.
Para saber si la canción es nuestra o de la noche,
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento,
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida.
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que la primera flauta se hizo de una rama robada.
Nos recorremos
y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas
grabadas en el aire escogido.
Nos recorremos
y la nueva sorpresa nos da los amigos
y el nacimiento de una dialéctica:
mientras dos diedros giran mordisqueándose,
el agua paseando por los canales de los huesos
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tierra que no está navegada,
donde un alga despierta digiere incansablemente a un pájaro dormido
Nos da los amigos que una luz redescubre
y la plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada,
saltaban parejas, contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imán
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi vergüenza, los cuernos de imán untados de luna fría,
pero el desprecio paría una cifra
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos,
cuando bicéfalos, mañosos correctos
golpean con martillos algosos el androide tenorino,
el jefe de la tribu descendió la escalinata.
Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos de la urna cineraria,
sabíamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguían con fruición nuestra propia miseria.
Los pasos huían con las primeras preguntas del sueño.
Pero el perro mordido por luz y por sombra,
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que no logra grabarlo
y de sombra apestosa; la luz no lo afina
ni lo nutre la sombra; y así muerde
la luz y el fruto, la madera y la sombra,
la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico.
Pobre río bobo que no encuentra salida,
ni las puertas y hojas hinchando su música.
Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina.
Al perderse el contorno en la hoja
el gusano revisaba oliscón su vieja morada;
al morder las aguas llegadas al río definido,
el colibrí tocaba las viejas molduras.
El violín de hielo amortajado en la reminiscencia,
El pájaro mosca destrenza una música y ata una música.
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse,
el bosque es para nosotros una serafina en la reminiscencia.
Cada hombre desnudo que viene por el río,
en la corriente o el huevo hialino,
nada en el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El aire escogido es como un hacha
para la carne de nuestras maderas,
y el colibrí las traspasa.
Mi espalda se irrita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centurión,
pero yo continúo trabajando la madera,
como una uña despierta,
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia.
El bosque soplado
desprende el colibrí del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es un buey de peluche;
el estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequeño.
El huésped sopla el caballo y las lluvias también.
El caballo pasa su belfo y su cola por la serafina del bosque;
el hombre desnudo entona su propia miseria,
el pájaro mosca lo mancha y traspasa.
Mi alma no está en un cenicero.
TESTAMENTO DEL PEZ
Yo te amo, ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible.
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tu la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
cómo si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto.
Yo te amo, ciudad,
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube
por tu calles, ciudad, yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza.
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
1942
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