Un
poeta en estado de gracia
Carlos
Espinosa Domínguez
rlando
González Esteva (Palma Soriano, 1952) debutó como poeta en
los años setenta con un par de títulos que hoy se empeña
en negar, pero en los que ya se insinuaban algunos de los elementos que
iban a caracterizar a su producción posterior: la vuelta a la rima
y a las formas heredadas de la tradición, la jocosidad, una leve
nota de nostalgia. En realidad, más que querer borrar esos primeros
balbuceos, su autor está diciéndonos que todo lo anterior
a Mañas de la poesía forma parte de su etapa de aprendizaje,
que se trata de ejercicios preparatorios, del ensayo de la excelente poesía
que después habría de llegar.
La publicación de su tercer libro significó todo un acontecimiento
y recibió los rendidos elogios de Jorge Guillén, Eugenio
Florit, Leopoldo de Luis y Octavio Paz. Al comentar Mañas de
la poesía, este último señaló que sus textos
constituyen “pruebas de que el idioma español todavía sabe
bailar
y cantar”, y añadía: “Aquellos poemas me impresionaron inmediatamente
por su inventiva, su desparpajo y su rigor... En las décimas de
González Esteva los sustantivos, los adjetivos, los verbos, los
adverbios, las conjunciones (¡ah, las conjunciones!) y las otras
partes de la oración se echan a volar, se unen con cierto descaro,
se dividen, giran y al fin caen justo en la rima prevista”.
Uno de los grandes aciertos de González Esteva es haber creado una
obra original a partir de una materia prima archiconocida. La mulata santiaguera,
la múcura que está en el suelo, el arroyo que murmura, el
músico parrandero, la guayabera, Sansón Melena, el sinsonte,
eran motivos y tipos que estaban ahí desde siempre, pero en esos
textos parecían recién inventados. La cubanía del
libro no se limita, por otro lado, al aspecto temático, sino que
también aflora en ese carácter jovial, disparatado, burlón
y surrealista (¿no dicen que Cuba es la patria natural del surrealismo?)
que recorre el poemario, y del cual ni el propio hecho poético queda
eximido.
Casi una década después, González Esteva entregó
a la imprenta El pájaro tras la flecha, donde reunió
sonetos, liras y romances en los que el tratamiento de los asuntos se hace
más grave, más profundo. Hay asimismo una ampliación
a argumentos como la infancia, el destierro, la patria y el acto creador.
En particular, este último es abordado desde ángulos diversos
y en tantas páginas, que alguien ha comentado que la poesía
de González Esteva es más bien una poética. Un libro
hermoso, estimulante, compacto, en el cual imagen y ritmo forman un instrumento
totalizante, y que confirmó el talento, el buen dominio técnico
y las mañas de su autor.
Hasta entonces, éste había demostrado ser un autor sin prisas.
En los noventa, sin embargo, inició un período de gran fecundidad.
Dio a conocer Elogio del garabato, un conjunto de textos en los
que abandonaba la métrica y la rima y apostaba por la prosa. Toma
como punto de partida el motivo del garabato, tan sugerente como inasible,
y se lanza a descubrirlo por todas partes y en todas las cosas. la pintura
de un niño, el relámpago, el jugador que revuelve las fichas
de dominó, la estela de las balsas extraviadas en el Estrecho de
la Florida, el negro poseído por su santo, el movimiento pélvico
de Elvis Presley, las interpretaciones de Sarah Vaughan, el hombre que
lustra su automóvil. El resultado son unas páginas repletas
de pensamientos brillantes, correspondencias esplendorosas, definiciones
aforísticas. Siguió luego Fosa común, un largo
poema -lo componen ochenta y tres redondillas- que se acerca al mundo diminuto
y hacendoso de las hormigas, y en donde el tema de la muerte se entrelaza
con el de la escritura. A éste se incorpora más adelante
el de la escritura: ese cuerpo devorado por “las hormigas del lenguaje”
simboliza el acto poético. Una vez más están presentes
la maravillosa amalgama de sencillez y profundidad, de naturalidad y rigor,
de elementos populares y referencias cultas, así como el modélico
empleo de las formas métricas tradicionales.
En Escrito para borrar, González Esteva prolonga esta exploración
de las posibilidades lúdicas, musicales e incluso mágicas
que para él poseen esas formas hoy un tanto desdeñadas. Con
similar espíritu se acerca a la redondilla, esa estrofa que, sostiene
el autor, se muerde la cola. Todo puede tener cabida en esos textos: Sor
Juana Inés de la Cruz empuña las maracas para acompañar
a Celia, Cruz, el Vesubio arde frente al Mar Caribe, un ejemplar de La
isla del tesoro lee, desde cualquier estante, el rostro del lector.
Mas esa ligereza es sólo aparente; es la puerta abierta que González
Esteva emplea para entrar en preocupaciones y asuntos profundamente serios.
Esta capacidad ha sido señalado por Ernesto Hernández Busto,
al expresar que la mayor virtud poética del autor de Escrito
para borrar es quizás “esa ligereza, ese tono que se desliza
entre los grandes temas con declarada vocación lúdica, con
la misma engañosa sencillez de las danzas para piano de Ignacio
Cervantes”.
Pese a la admirable coherencia de su obra, como todo buen poeta Orlando
González Esteva no se reduce a repetir fórmulas y hallazgos,
sino que sabe siempre sorprendernos. Esto es, sabe conjugar con acierto
unidad y variedad. En Amigo enigma aceptó un difícil reto
y puso a dialogar su escritura con los dibujos y pinturas de Juan Soriano.
Creó así su primer libro “por encargo”, en el que reacciona
de modo libérrimo ante los trabajos del artista mexicano. No se
trata de apreciaciones críticas, tampoco de conjeturas de orden
teórico, sino de un puñado de textos muy heterogéneos,
en los cuales recrea, a su manera y en su lenguaje, el espíritu
libre, juguetón y versátil de Soriano. Como el propio González
Esteva puntualiza, en Amigo enigma la prosa ha desplazado al verso,
pero no a la poesía, que sigue siendo el norte de todo lo que lleva
su firma.
La noche, que es, de momento, el último libro de González
Esteva, marca su regreso a las formas tradicionales. Aquí, sin embargo,
hay un acercamiento a una estrofa de la poesía japonesa: el haiku.
El autor, no obstante, se resiste a considerar que sus textos sean propiamente
haikus. Participan, sí, de su espíritu, de su estructura
y de su capacidad de iluminación y sugerencia. Pero más allá
de que sean o no haikus, pienso que se trata sencillamente de una muestra
de la excelente poesía que se puede lograr con tan ligero equipaje.
BIBLIOGRAFÍA:
El
ángel perplejo. Saint Louis: edición del autor, 1975;
El
mundo se dilata. Miami: Ediciones Isimir, 1979; Mañas de
la poesía. Miami: Asociación de Hispanistas de las Américas,
1981; El pájaro tras la flecha. México: Editorial
Vuelta, 1988; Elogio del garabato. México: Editorial Vuelta,
1994; Fosa común. Miami: Ultra Graphics Corporation, 1996,
y México: Editorial Vuelta, 1996; Escrito para borrar. Madrid:
Ediciones La Palma, 1997, y México: CNCA, 1998; Amigo enigma.
Los
dibujos de Juan Soriano. Madrid: Ave del Paraíso Ediciones,
2000; La noche. Madrid: Galería Estampa, 2003.
IV
Por la oscura guardarraya
que
da al monte y no regresa
se
ha escapado la traviesa
y
menuda Rinquincalla.
Se
quedó el pueblo sin saya,
sin
para qué los papeles,
la
ropa está en los cordeles
y
dicen que la muy terca
en
vez de cruzar la cerca
se
ha dormido en los laureles.
(Mañas
de la poesía)
VI
Ni Don Juan de los Palotes
ni
Quirino con su Tres
pudieron
ver a través
de
los mágicos barrotes.
Bandada
de papalotes
con
el pelo recogido
desplegaron
sobre el nido
un
magnífico pañuelo
y
dejaron todo el cielo
sin
una gota de ruido.
(Mañas
de la poesía)
XV
“Mamá yo quiero saber
de
dónde son los cantantes”.
Y
se quitaron los guantes
la
lombriz y el vetiver.
Regresó
el amanecer
antes
de tiempo y el alma
se
nos fue como una palma
de
cabeza al infinito:
desde
entonces no hay un grito,
pero
ya nadie está en calma.
(Mañas
de la poesía)
XXI
El sol se posó en la arena
como
un pájaro remoto.
-De
milagro no se ha roto
un
hueso -dijo la pera.
-Yo
bajo por la escalera
de
las flores -dijo el agua.
-Yo
por el tronco -la yagua.
-Yo
por nadie -la Poesía.
-Distancia
y categoría
-susurró
una bibijagua.
(Mañas
de la poesía)
XXXIX
Al fin y cabo es oscuro
escribir
un verso claro.
Lo
más simple es lo más raro.
Lo
más raro lo más puro.
Si
delante de ese muro
uno
se pone a gritar,
si
para desenredar
ese
lío uno se agota
¿por
qué no ve en una gota
todas
las olas del mar?
(Mañas
de la poesía)
Deseo
Ser casi la página
en
blanco, la ciega
página
que ve
tanto
que se aterra
y no dice nada.
La
página en vilo.
El
silencio a punto
de
ser el olvido.
(El
pájaro tras la flecha)
Las
miradas ocultas en la rosa
Las miradas ocultas en la rosa
se
dirigen al hombre que, abismado,
allá
dentro, en el fondo, ha musitado:
sólo
la oscuridad es luminosa.
Allá dentro donde la mariposa
es
apenas un sueño, donde el prado
es
un cáliz minúsculo y cerrado,
donde
mana una fuente misteriosa.
Cómo pudo llegar al mismo centro
de
la flor no lo sé, porque me encuentro
encerrado
también. Alrededor
de mí crece la múltiple corola
de
la luz, esa ciega también sola
encerrada
en su propio resplandor.
(El
pájaro tras la flecha)
Los
cuartos vacíos
¿Qué tarde desconocida
se
posará en los postigos
de
mi casa y llenará
de
luz los cuartos vacíos?
Ya mi madre se desplaza
de
la vejez al olvido
y
recupera los ojos
que
iluminaron los míos.
Ya mi hermano se despeña
en
su vientre, ya he perdido
la
memoria, ya no soy
y
mi padre es casi un niño.
Ya las paredes se marchan
y
el pueblo se ha convertido
en
un bosque, ya la isla
es
un sueño, ya los indios
la abandonan, vuela el mar
y
el tiempo se ha reducido
a
las sombras, ya ni Dios
imagina
el paraíso.
¿Qué tarde desconocida
se
posará en los postigos
de
mi casa y llenará
de
luz los cuartos vacíos?
(El
pájaro tras la flecha)
Canción
de cuna
Niño dormido,
el
recuerdo es un árbol
desconocido.
Crece después,
pero
tiene raíces en la niñez.
Mira la luna,
alza
el brazo y deténla
sobre
tu cuna,
que en ese espejo
sólo
la transparencia
ve
su reflejo.
Al otro lado
de
la luna se encuentra,
niño,
el pasado.
Allí tendrá
cielo
el árbol que un día
nos
cubrirá.
Duerme, pequeño,
a
la sombra del árbol
que
hay en tu sueño.
Sólo a los pies
de
ese árbol el mundo
es
como es.
(El
pájaro tras la flecha)
Poema,
patio del tiempo
Poema, patio del tiempo,
rabo
de nubes, vacío
donde
el hombre se despeña
y
descubre conducido
(como Lázaro al encuentro
de
los demás) a sí mismo.
Única
forma de ser
imagen
de lo que fuimos
(El
pájaro tras la flecha)
Los
espejos se miran demasiado
Los espejos se miran demasiado
en
nosotros, que apenas hemos sido
una
imagen de lo desconocido
asomada
a la orilla del pasado.
Los espejos nos han multiplicado
reduciendo
su imagen al olvido,
es
decir, al no ser que ha decidido
encarnarlos.
Son nuestro antepasado.
El que ahora contempla su sonrisa
en
el agua plural y quebradiza
de
un espejo, que tema por su muerte.
Lo contemplan a él, ese semblante
es
el rostro de Dios, su semejante,
contemplando
el espejo de la muerte.
(El
pájaro tras la flecha)
Los
garabatos son...
Los
garabatos son las lianas del bosque de nosotros mismos. Aferrado a ellas,
libre, retoza el primate que todavía somos.
(Elogio
del garabato)
El
desfile militar...
El
desfile militar, la parada escolar, la procesión, el entierro, cualquier
fila de personas que espera
acceso a un edificio, trazan un garabato. Guillermo Samperio ha descubierto,
a la entrada de un cine, una boa de diversos colores que acaba por invadir
la calle, interrumpir el tráfico, trepar un muro e introducirse
por la ventana de un segundo piso, rumbo a la entrepierna húmeda
de una dama que se quita la pantaleta y permite que la punta del garabato,
enredada en una pata de la silla y erecta bajo la mesa, la posea.
(Elogio
del garabato)
Si
es herida...
a Nunzio Mainieri
Si
es herida
¿qué
abre?
Si
es cicatriz
¿qué
cierra?
(Elogio
del garabato)
Garabatear
es...
Garabatear
es rasguñar el cristal empañado por el aliento de lo inmediato
indecible.
(Elogio
del garabato)
Todos
los días...
A Zenaida Manfugás
Todos
los días, en algún lugar del mundo, a esta misma hora, en
este mismo momento, alguien traza un garabato. Desistiría si sospechase
que yo lo sé, que yo lo espío por encima del hombro. Si acabara
de trazarlo, lo escondería. ¡Tan delicadas son estas cuestiones!
(Elogio
del garabato)
Raya
sin tigre...
Raya
sin tigre
Ceño
sin frente
Larva
de creación
Caricatura
de la abstracción
Jitanjáfora
visual
Rúbrica
de la libertad
(Elogio
del garabato)
Redondillas
del tiempo en estado puro
Nadie sabe por qué oscuro
mecanismo
las gaviotas
se
condensan como gotas
de
tiempo en estado puro.
¿Será la gaviota muerta
que
me trajo el mar ayer
un
retrato postrimer
del
siglo que nos deserta?
Yo me reúno con ellas
a
la orilla de la mar
y
veo al tiempo gotear
todo
borrado de estrellas.
(Escrito
para borrar)
Para
qué escribo
Escribo para burlar
el
asedio riguroso
del
extraño por quien poso
y
ahora ocupa mi lugar.
O mejor, para partir,
para
no estar demasiado
tiempo
a mi sombra, a mi lado.
Para
arriesgarme a vivir.
Y también por regresar,
si
no al punto de partida,
a
ver la espada encendida.
Escribo
para borrar.
(Escrito
para borrar)
Comala
La realidad me rodea
como
un ataúd. He dado
varios
golpes, mas del lado
de
allá, ni el eco golpea.
Y no quiero levantar
la
tapa, después de todo
no
está mal este recodo
de
silencio para hogar.
Así que recapacito,
y
en mi féretro forrado
de
cielo azul o nublado
no
me pudro: resucito.
(Escrito
para borrar)
Todo
lo que brilla ve
(Homenaje
a Gastón Bachelard)
A
Ida Vitale y Enrique Fierro
Todo lo que brilla ve,
si
no en torno, algo lejano.
Ve
el relente. Ve el verano.
Ve
la luna. Ve la fe.
Ve el relámpago que guiña
y
el sol que se deshidrata.
Ve
la cuchara de plata
y
el corazón de la piña.
La ventana que el vecino
ilumina
a medianoche
ve,
y la pintura del coche
fúnebre
que abre el camino.
Tras las pomas de jabón
velan
las hadas madrinas,
y
el faro, cíclope en ruinas,
ve
en la sombra a Poseidón.
La pupila del quinqué
mece,
por niña, una llama.
Ven
la burbuja y la escama.
El
ojo de vidrio ve.
Las plumas del colibrí
ven
tanto que el ave, presa
de
la incertidumbre, cesa
de
volar, lejos de sí.
Y La isla del tesoro
dispuesta
en cualquier estante
no
sólo ve: lee el semblante
del
lector. Ve el diente de oro.
Ven la bola de billar
y
el hielo. Ve la pantalla
del
televisor que estalla
en
mil colores. Ve el mar.
Y ven la Estrella del Alba
y
la gota de rocío.
Ve
el sudor, pétalo frío;
ve
la perla; ve la calva.
Las monedas que extraviamos,
el
espejo que rompimos,
los
sueños que no dormimos
ven,
saben por donde vamos.
*
Que la taza de café
reverbere
en mi velorio:
no
es un párpado ilusorio.
Todo
lo que brilla ve.
(Escrito
para borrar)
Las
líneas actúan...
Las
líneas actúan como los amantes: reconociéndose, aproximándose,
oponiéndose, encrespándose, revolviéndose, abultándose,
endureciéndose, revolcándose, confundiéndose, mordisqueándose,
escurriéndose, arrodillándose, resistiéndose, incorporándose,
transgrediéndose, precipitándose, interrumpiéndose,
enroscándose, embistiéndose, columpiándose, revolviéndose,
rezumándose, desprendiéndose, desplomándose, desvaneciéndose,
recuperándose, sonriéndose, aproximándose...
Qué
beatitud la de una línea sola.
(Amigo
enigma)
Canción
El
pájaro no canta
sólo
se queja.
En
la rama sin árbol,
en
la jaula sin rejas.
Cada
hueso,
un
obstáculo.
Cada
pluma,
una
flecha.
Todo
el cuerpo,
una
garra.
Todo
el cielo,
una
piedra.
No
canta.
Sólo
se queja.
(Amigo
enigma)
No
cantaba...
No cantaba por gusto,
sino
para no oír su soledad.
En los días de fiesta,
para
no oír su soledad.
Entre extraños y amigos,
para
no oír su soledad.
Al mirarse al espejo,
para
no oír su soledad.
Aunque desafinara,
para
no oír su soledad.
Más
allá de la muerte,
para
no oír su soledad,
para
no oír su soledad,
para
no oír
(Amigo
enigma)
De
La Noche
La
noche pesa
lo
que un punto en la vida
de
algunas letras.
* * * *
La
noche es tal,
que
ha cerrado los ojos
para
ver más.
* * * *
Noche,
sé breve,
que
la Muerte está lejos
y
aún me quiere.
* * * *
No
escribo, junto
fragmentos
de la noche:
señales
de humo.
* * * *
Anochecía.
El
silencio era un frasco
de
tinta china.
* * * *
¡Ni
un astro más,
que
esta noche se muere
de
claridad!
* * * *
Pluma
sin pájaro
cae
la noche, se abisma
entre
mis párpados.
* * * *
La
noche suma
demasiadas
ausencias.
Es,
toda, Cuba.
* * * *
La
superficie
de
la noche me tienta.
Gruño
¿quién vive?
* * * *
La
noche es tanta
que
si no amaneciera
¿cómo
encontrarla?
* * * *
Hay
tanta luz
que
no veo la noche.
Luna:
jaikú.
* * * *
Cerrar
los ojos,
impedir
que la noche
lo
sea todo.
Formas
de rigor, juegos de azar
(Fragmento)
A
veces, cuando algún amigo me ha reprochado esta fidelidad, quizás
excesiva, a las formas tradicionales, me he sentido tentado a hacerle un
cuento de Herman Hesse que Gaston Bachelard recordaba en uno de sus libros.
Según Hesse, un prisionero pintó en la pared de su celda
un paisaje,
y en el paisaje, un tren pequeñísimo a punto de entrar en
un túnel. Un día los guardias vinieron a buscarlo y el prisionero
les suplicó que lo esperaran un segundo porque tenía que
entrar en su tren y recoger o revisar algo. Los guardias se echaron a reír
y no pusieron inconvenientes: estaban seguros de que aquel hombre estaba
loco. Pero el hombre, misteriosamente, se redujo de tamaño, se incorporó
al paisaje que había pintado, subió al tren, lo echó
a andar y se adentró en el túnel. Dice Hesse que por unos
momentos se vio un poco de humo, pero que apenas ese humo se disipó,
los guardias comprobaron que el paisaje pintado en la pared había
desaparecido, y con el paisaje, el tren y el prisionero... La apertura
de un poema nunca se produce hacia fuera sino hacia adentro. El infinito
estará siempre más cerca de nosotros a través de la
forma cerrada de un telescopio que a simple vista, por mucho que abramos
los ojos. [...] El desdén de la mayoría de mis compañeros
de generación por estas formas y mi afición a ellas me han
llevado, en más de una oportunidad, a especular sobre la naturaleza
de ambas actitudes, en un afán, quizás inútil pero
comprensible, de hallarle una explicación honrada a mi debilidad,
justificarla si viniera al caso (a la usanza de la época) y sentirme
un poco menos al margen de las corrientes de moda. Las especulaciones no
han sido siempre estériles. Una de ellas sitúa el origen
de mi afición en mi calidad de desterrado y en mi voluntad de dejar
de serlo, o de serlo menos, insertándome en la tradición poética
de mi país, tradición en la que esas formas han jugado un
papel preponderante desde los primeros balbuceos de la poesía en
Cuba hasta las obras de Justo Rodríguez Santos, Eliseo Diego y,
en algunos momentos, de José Lezama Lima y Severo Sarduy .[...]
Reactivando los mecanismos de la rima, la métrica y el ritmo he
intentado actualizar viejos ritos de creación, abracadabras capaces
de obtener el concurso de lo indecible, de fijar el guiño socarrón
y cómplice que se me hace entrelíneas; la fisura por la que
escapa un atisbo de la otredad, un pájaro del trasmundo donde empolla
lo sagrado. Mi regreso a las formas cerradas no ha sido tanto un regreso
como una huida de esa retórica de la modernidad cuyo frecuente y
desconcertante desaliño es el rostro de un mundo despoblado de dioses.
Si recurrir a ellas es la consecuencia de una concepción peculiar
del tiempo, materia de toda forma, cabe la posibilidad de que el tiempo
sea también una forma cerrada, expuesta al azar; la estera donde
el hombre, como los caracoles sagrados y las palabras en la página,
da tumbos y ejecuta una serie de acoplamientos no exentos de significado.
El espectáculo de esta actividad incesante y caleidoscópica
debe ser la Historia.
(Conferencia
leída en diciembre de 1990 en Sâo Paolo, en el encuentro A
Palabra Poética na América Latina: Avaliaçâo
de uma Geraçâo, organizado por el Memorial de América
Latina)
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