Homenaje
a Celia Cruz
El pasado 16 de julio -- a sólo unos días de la muerte de
Compay Segundo -- falleció Celia Cruz. Aunque todos sabíamos
del delicado estado de salud en que uno y otro se encontraban, no por ello fue
menos dolorosa la pérdida de dos grandes de la música cubana.
Pero, a diferencia de lo que sucedió con Compay Segundo -- que conoció
el retiro, y cuya música no quiso ser sino cubana -- la voz de Celia
Cruz, ni conoció el retiro, ni se limitó a una cubanía
musical que no ha cesado, desafortunadamente, de imaginarse a sí
misma como el origen, o al menos como representación metonímica
de toda la música latinoamericana. Por el contrario, de Celia podemos
decir que su empeño artístico la coronó como la verdadera
reina de la música caribeña, y aún de la latinoamericana.
Ahí estriba, en última instancia, su verdera grandeza. Y
esto explica el cariño con que la rodearon los más disímiles
públicos, lo mismo en Colombia que en Japón, o que en Finlandia
y Puerto Rico. No negamos la cubanía de que siempre se sintió
orgullosa; pero tampoco podemos encerrarla en ella. Con Celia Cruz no muere
solamente una leyenda musical -- una garganta musical debiéramos
decir -- sino, también, llega a su fin una estirpe de soneros cubanos
de los que Benny Moré y ella fueron dos de sus más altos
-- y los últimos -- exponentes.
La Habana Elegante ha querido rendir tributo póstumo a Celia
Cruz, y le hemos dedicado las secciones "La más verbosa", "Café
París" (libro de condolencias), y una buena parte de "Ecos y Murmullos."
"La más verbosa" aparece estructurada en tres páginas, de
las cuales la primera es ésta que está viendo el lector (con
textos de: Manuel C. Díaz, Carlos Cabrera, Gerardo Reyes, e Ibsen
Martínez) mientras que en la segunda aparecen trabajos de: Juan
Carlos Quintero Herencia, Eliseo Alberto, Alejandro Armengol, Ileana Fuentes,
y en la tercera, aquéllos que firman: Norge
Espinosa, Néstor Díaz de Villegas y Enrique del Risco.
Del
acetato al compacto
Manuel
C. Díaz
Los reinos de Celia fueron varios: la vida, los escenarios y los estudios
de grabación.
En todos fue una ejemplar soberana. Sobre todo en el de la vida, que fue
en el que reinó por más tiempo. También en el de los
escenarios, donde a pesar de ser monarca absoluta, rigió con una
justa mezcla de humilde majestuosidad.
Pero fue en el de los estudios de grabación donde de verdad se consolidó
su imperio. Porque un cantante sin discos grabados no es nadie. Son los
que aseguran su performance. Y Celia grabó muchos. Desde los discos
de larga duración hasta los compactos, la producción musical
de Celia
abarca toda su carrera artística. Yo no sé cuántos
discos grabó en su vida. Quizás ni ella misma lo supiera.
En algún lugar debe estar registrada la cantidad: desde el primero
con el sello Seeco, hasta el último con Sony Music, Regalo del
Alma, que la trasciende, porque no está a la venta. Un póstumo
new
release con un single -- Ríe y llora -- ya asentado
en los primeros lugares. Lo que equivale a decir: una discografía
inmortal.
Las primeras grabaciones de Celia Cruz fueron en Cuba, con La Sonora Matancera,
bajo el sello Seeco. De esa primera etapa son los éxitos Maní
Picao, Yerbero Moderno, Burundanga y Mata Siguaraya,
agrupados muchos años después en distintas recopilaciones.
También en esa época grabó, con el mismo sello Seeco,
dos discos dedicados a los santos del panteón africano. En su voz,
Ochún y Yemayá abandonan los solares habaneros para recorrer
el mundo.
Después, ya en los Estados Unidos, grabó varios discos con
Tito Puente bajo el sello Tico, de los que cabe mencionar The Heart
and Soul of Celia y Algo especial para recordar. Fue quizás
en esas sesiones de grabación donde Celia y Tito comenzaron a llamarse
hermanos.
A mediados de los setenta, con el sello Vaya, su nueva casa disquera, graba
con los maestros Johnny Pacheco, Ray Barreto, Willy Colón y Pete
''El conde'' Rodríguez, los álbumes Celia y Johnny,
Celia,
Johnny and Pete, Recordando el ayer, Eternos y Juntos,
con sus correspondientes éxitos Usted abusó y El
guabá. En esa misma época también graba con la
orquesta Fania All Stars, y con La Sonora Ponceña el éxito
La
Ceiba.
De esa etapa con la Fania es el número La dicha mía,
donde Celia canta su trayectoria: ''Imagínense, empecé con
La Sonora, de toda Cuba la más popular''. Ya en los ochenta comienza
su relación con Ralph Mercado y graba, bajo el sello RMM, los discos
Azúcar
Negra, Irrepetible, Duets, Mi vida es cantar y
Carnaval
de Exitos. Fueron los años de las pelucas multicolores y de
los Grammys. Y de los Honoris Causa. Sin embargo, Celia termina su contrato
con Mercado sin haber grabado el disco de boleros que siempre quiso grabar.
Los noventa son años de transformación. Ya bajo la firma
Sony Music, se diversifica: cumbia, merengue, pop y rap. Las presentaciones
se multiplican.
En una aparente carrera contra el tiempo, Celia lo abarca todo. Lo mismo
hace un dúo con Chirino que con Pavarotti. Sus video clips tienen
la vertiginosidad de los de MTV y un cierto tono de humor retro a lo Austin
Power. Celia rejuvenece en la pantalla. Pero por la prisa, parece como
si se estuviera despidiendo de nosotros.
El nuevo milenio no la detuvo. Siguió con lo suyo y al fin graba
su disco de boleros. Fue como la última puntada en la eterna mortaja
musical que nos tejía. Después de eso, sobre la puerta del
estudio el aviso ON AIR se apaga. Por favor, desconecten la consola. La
grabación ha terminado.
El
Nuevo Herald, 19 de julio
La
salsa que Cuba nunca escuchó
Carlos
Cabrera
Celia Cruz acaba de morirse quizá sin saber de una paradoja de la
vida, de la que sólo pudo salvarle, irónicamente, la intolerancia
castrista.
El fenómeno de la Fania All Star y el interés creciente
-- programa Para Bailar mediante -- de los jóvenes cubanos de 1980
hacia la ''música de antes'', puso de muy mal humor a los funcionarios
cubanos, porque veían al futuro de la revolución corromperse
con la cultura republicana, la única que ha resistido en la isla
frente al realismo socialista.
¿Qué es sino Buena Vista Social Club? La mejor muestra
de que los valores culturales de la República
son los únicos que han trascendido incluso a la ''colosal batalla
de ideas'' que libran ahora mismo una parte de los cubanos contra sí
mismos.
Como siempre suele ocurrir en la isla, una vez que se abre una rendija,
comienza un forcejeo solapado entre el Buró Político y la
gente de a pie. Unos quieren cerrar la vía de agua y los otros quieren
seguir mojándose. Y así ocurrió en aquellos años
musicales en que algunos músicos cubanos se atrevieron a reivindicar
su derecho elemental a hacer música cubana.
Supimos entonces que en la Escuela Nacional de Arte (la ENA) estaba
prohibida la enseñanza de los ritmos populares cubanos (Adalberto
Alvarez dixit) y que los alumnos pasaban largas horas aprendiendo música
clásica. Es decir, que Beethoven era preferible a Compay Segundo,
aunque ahora repose en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
del cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
Pero en eso llegó Elio Revé, compositor, percusionista, creador
del Changüí, militante del PCC y combatiente internacionalista,
que le escribió una carta a Armando Hart (entonces ministro de Cultura)
para proponerle formar un trabuco con músicos cubanos para competir
y derrotar, no cabía otro planteamiento, a la Fania All Star.
Hart demoró la respuesta porque la carta del ''compañero
Revé'' creaba una situación nueva, e inició un proceso
de consultas, que en el lenguaje metarrevolucionario significa pasarle
la papa caliente a Fidel Castro para que el ''liderazgo histórico
de la Revolución'' oriente cómo hacer el trabuco musical
o cómo decirle al militante Revé que no es conveniente esa
bulla para el proceso.
Como Revé no supo si Hart quería o no hacer el trabuco, y
educado en la máxima de que ''el que calla, otorga'', el guantanamero
se puso a contactar con algunos músicos cubanos y a desempolvar
viejas piezas del repertorio popular para hacerle arreglos que contemporizaran
su sonoridad.
Siempre según la versión de Revé, él habría
pensado para integrar el trabuco en Enrique Benítez, Tata Güines,
Orlando ''Maracaibo'', El Tosco, Tito Gómez, Guajiro Mirabal, Chucho
Valdés y Elena Burke. ``Ya sé que Elena no pega para esto;
pero es que me falta Celia y si yo propongo ahora a Celia, esta gente ya
tiene fácil decirme que no; así que yo primero voy a formar
el trabuco y cuando salgamos de gira, yo invito a Celia a cantar un número''.
De aquel proyecto de trabuco sólo quedó el arreglo de ''La
Ruñidera'', un son de los años 20 del siglo pasado, que el
Charangón de Revé lo incluyó después en su
repertorio. Una carta firmada por un viceministro comunicaba a Revé
que los músicos revolucionarios no debían entrar en un mecanismo
comercial y monetario y debían seguir creando y alegrando al pueblo
trabajador.
Pero una noche, durante una Convención de Turismo en Varadero, en
la arena del motel ''Los Delfines'' coincidieron Elena Burke y Elio Revé,
junto a otros muchos que pujaban por los saladitos de un afamado cocinero
cubano y los tragos de ron. A las tres de la mañana, la mayoría
se había ido a otra fiesta o a dormir y sólo quedaron Revé
y Elena, junto a otras dos personas.
Revé comenzó a tararear boleros de la Burke y la Señora
Sentimiento a bailar a capella. Revé apuró un poco el tono
para que Elena bailara más cómoda y cuando ella le miró,
dijo: ``Mulata, no te engañes. Esto es lo que están haciendo
algunos por allá afuera. Escucha a Oscar D'León o a la Fania.
Y esto es nuestro, esto es cubano, lo que pasa es que yo no tengo a Celia.
Si yo tuviera a Celia...''
Y Elena dejó de bailar. Besó en la mejilla a Revé
y se arrancó con ``quiero emborrachar mi corazón para olvidar
un loco amor''.
El
Nuevo Herald, 19 de julio, 2003
Que
Dios te tenga en su orquesta
Gerardo
Reyes
Cuando los periódicos decían que la guarachera estaba en
la ciudad, ella ya llevaba dos semanas tratando de adaptarse a los 2,600
kilómetros de altura de la capital.
No quería que le ocurriera lo de Miguelito Valdés, que había
muerto de un infarto en el bar del Hotel Tequendama cuando cantaba Mr
Babalú, recuerda su compadre colombiano Guarino Caicedo.
Pero las multitudes fueron siempre más fuertes que las altitudes.
Colombia era el mercado más grande y más fiel del mundo para
Celia después de Estados Unidos.
Un día cantaba en la fría Bogotá como si estuviera
en un sarao de playa y llenaba cuantas veces quisiera el coliseo El Campín,
y al día siguiente azucaraba a Cali, una ciudad caliente donde miles
de habitantes del Barrio Obrero tienen estampas suyas al lado de la Virgen.
Los brincos de Celia y los malos cálculos de los maestros empíricos
de la feria hicieron desplomarse una tarima en Palmira, un ciudad cercana
a Cali.
''La veneraban'', dijo Caicedo, ``en el Barrio Obrero de Cali y en el Rebollo
de Barranquilla''.
Después seguía para Buenaventura, un puerto en el Pacífico,
y alguna vez llegó a cantar a Quibdó, la capital del departamento
más olvidado de Colombia. En ese país por el que rezaba en
público para que el son de la paz compitiera con ella, Celia tenía
una de sus mejores amigas, la legendaria Matilde Díaz. Y se sabe
que muchos de los hombres y mujeres que la cantaban de memoria en Bogotá,
Cali y Barranquilla, eran hijos de un bolero prolongado de la reina.
Para quemar el tiempo, mientras sus pulmones se acostumbraban al oxígeno
terco de Bogotá, se alojaba en una habitación del hotel donde
murió Miguelito y se sentaba a escribir cartas, muchas cartas a
sus hermanas en Cuba.
El escritor colombiano Umberto Valverde, que nació en el Barrio
Obrero, la seguía de cerca. Un día se la presentó
en Barranquilla el promotor musical Larry Landa. Ella estaba con su inseparable
esposo Pedro Knight. Valverde recuerda que Landa le advirtió que
cuando le hablara a Celia, mirara a los ojos de Pedro porque ella no decidía
nada sin su aprobación.
'Así ocurrió. En menos de quince minutos, en 1980, les conté
mis intenciones literarias. Celia miró a Pedro. El asintió
y ella me dijo: `Empecemos a grabar que estamos perdiendo tiempo. Eso sí,
con una condición: No hablaremos nunca de la edad' ''.
Valverde publicó en 1981 La Reina Rumba, un libro que comienza
con un sorbo de Sopita en Botella. El escritor cumplió con la promesa
de la edad. ''¿Para qué contar años si ella es eterna?'',
escribió.
El jueves en Cali, la gente le prendía velas a Celia.
Uno de sus admiradores escribió un graffiti virtual en el
periódico El País de esa ciudad, un deseo que quisieran
escribir miles de sus seguidores:
``Celia:
que Dios te tenga en su orquesta''.
El
Nuevo Herald, 19 de julio
Una
banda sonora para vivir
Para
los venezolanos, la Guarachera de Cuba fue la Doña Bárbara
del Ritmo
Ibsen
Martínez
Allí, en los tempranos años cincuenta, supe que había
cubanos en el mundo. El primero que vi se apellidaba, casualmente, Suárez,
y lo apodaban ''El Canario''. Tenía un negocio de venta y reparación
de acumuladores y se animaba a meterle mano al sistema eléctrico.
Como no tenía local propio, la acera hacía de taller.
Esa callecita era paso obligado de quienes íbamos varias veces por
semana al cine Reforma y tenía
banda sonora o, por mejor decir, el recuerdo de esa calle tiene la banda
sonora que le imprime la radio del Canario puesta a todo volumen y en la
que siempre está sonando Caramelo a quilo en la voz de quien hoy
¿luctuosamente? nos congrega.
El segundo cubano que de cerca vieron mis ojos se llamaba Octavio Rojas,
mejor conocido como ''Cookie'' Rojas. El hombre jugaba la segunda base
para los Phillies de Filadelfia y, en la liga invernal, era el camarero
de los Leones del Caracas.
Un día estaba yo con otros chamos en la cola del estadio (yo era
el porteador designado del Zenith Transoceanic de 42 bandas en que a esa
hora vacilábamos la música de un programa seminal en mi educación
llamado La hora de la salsa y el sabor) cuando uno de nosotros reconoció
al Cookie que venía llegando al parque y todos corrimos a que nos
firmara una pelota y ¿qué creen ustedes que domina la banda
sonora de ese otro recuerdo portátil y solar? Correcto: Celia. ¿Y
qué cosa está cantando? Una guaracha cuyo estribillo decía
y sigue diciendo en el preciso instante en que proso esta columna: ''Pinar
del Río, qué linda eres'', que rima con ``la alegría
de tus mujeres''.
No
me crean tan presuntuoso, no pretendo hacerles pensar que el soundtrack
de mi vida es un álbum doble de la Sonora Matancera, pero casi podría
serlo, porque entre los primeros encargos que cumplí como reportero
novato en los enfebrecidos años setenta estuvo una entrevista a
Celia Cruz.
Celia se presentaba en el Poliedro de Caracas, en el contexto de un festival
de salsa. La entrevista no resultó mejor porque yo sólo atiné
a preguntarle insulsas nimiedades, pero lo que realmente importa a esta
nota es la calidad energética del arte de Celia Cruz que en aquella
ocasión presencié en vivo por primera vez.
Aquella noche caí en cuenta de que mi trato con ella --igual que
el de millones de latinoamericanos-- había sido hasta entonces exclusivamente
discográfico: una relación típica de la modernidad,
de la era de los medios técnicos de reproducción.
El cariz indeleble que tiene para mí la experiencia de aquella noche
emana de haberla visto por vez primera subida a una tarima, a sus cincuenta
y pico, desplegando toda la musculatura y el nervio de su humanidad excepcional.
Su voz --en modo alguno ``rumor de sinsontes en la espesura''-- no necesitaba
en verdad de amplificación alguna. Hubo quien bailase, cómo
no iba a haber. Pero yo no supe sino contarme entre los boquiabiertos hechizados
por su voz irrepetible, entre los abismados que sencillamente no pueden
bailar cuando la escuchan.
Hasta el día de hoy en que la lloro escuchándola -- habanera
y femenina advocación de Orfeo -- como se llora el fin de un trecho
largo de mí mismo.
El
Nuevo Herald,
19 julio, 2003 |