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Del gremio de los teñidores

Reina María Rodríguez                              

“Las vidas de muchos hombres duran
                                        Menos años que los de nuestra  
                                        Amistad…”
                                                               Tu Fu

La Habana Elegante me ha dado la buena encomienda de escribir una presentación (sorpresa) para los poemas inéditos de Antonio José Ponte. ¿Cómo resumir veinte años y más de amistad sostenida entre poemas y vida-vivida?  Sé, como ha dicho Eugenio Barba de su relación con Grotowski, que “toda reconstrucción del pasado cuyos recuerdos no son compartidos por el lector corre el riesgo de ser incomprensible”. Mi vitalidad de entonces veía a A.J. Ponte como un escritor que me contaba sobre libros que todavía no había escrito, y yo esperaba por ellos, con esa suspicacia e impaciencia de comprobar si sonarían bacará o cristal corriente. De vital, fui convirtiéndome en todo lo contrario, en pasiva, exclusivista, en la misma medida en que él se convertía ante mis ojos en un gran conversador, bailador, caminante y vitalista. Fueron las nuestras energías cruzadas, y puedo pronosticar que las energías que me quedan, las que he reciclado todos los días durante los diez últimos años después de la fuga de casi todos los amigos, provienen de mis conversaciones con P. Permítanme decirle P. Una P en cursiva como es su firma; una P incisiva.
     Los horarios de nuestras conversaciones fueron cambiando de las 10 de la mañana (antes), a las 3 de la tarde (ahora). Una llamada larga donde (incluso a expensas de otros oídos en la línea, sonidos de flauta y ventolera) valoramos cada hecho, lectura o chismes del día. Es mi lujo ese diálogo. Me río con el recado dejado donde P cambia voces, imita personajes y parece venir de “un afuera” que esperamos con alguna promesa de edición. Aunque me debato entre hablar de mi relación con el autor (la amistad) y sus poemas, trataré de circunscribirme a los textos que publica ahora LHE, aunque sé lo imposible que será para mí cumplir con la sorpresa, separarlos del contexto cotidiano, y del resto de su obra en prosa, cuyo estilo hace que en un ensayo, un cuento, un fragmento de novela, uno escuche su voz.
     Los poemas recogidos por LHE como ya dije, no aparecen en libros. Han mutado estructuras que ya se percibían desde la plaquette Poesías (1982-1989), hasta los poemas reunidos en Asiento en las ruinas, una bellísima edición de Renacimiento (1995), pero siguen siendo una larga conversación con los amigos y contra el destino (sintaxis) que nos encabalgó (y separó) de aquel claro en el bosque. De ese claro hallado por él, “el texto una especie de islote”, donde no hay metáforas frondosas, ni ideas colgantes; no hay trampas, sino un fluir de agua de manantial filtrada desde las rocas. Se hace golpe de agua y aparecen paisajes, continentes hundidos, infancia. “Como al final nos reconciliamos con tanta cosa traicionada, nuestra infancia está abierta todavía”, dice P.
     La recuperación de amores sucede como si abriéramos una caja de cedro pulida con imágenes dejadas al desamparo del tiempo. Él abre su caja y se desgrana en líneas un jardín, una comida, un encuentro, una voz, el instante, todo vinculado a los placeres de la vida, al catálogo personal y único de nuestras sensualidades. Allí los goces del vivir y los del texto nos aguardan sin contradicciones.
     Un poeta (que es también un intelectual político) – rara especie en la Isla - habla de pájaros, aguas, amores. No tiene adornos superpuestos ni añadidos, no busca efectividad, sino sostenimiento: su ideal es sintáctico, misterio de la combinación que roba a los amantes, un abrazo. No hay temas tampoco que lleven a generalizaciones, a tesis. Lo político es aspiración vulgar del poeta que separará al hombre pensante del misterio. El misterio guardado en la caja, macerado en “agua parda”, no es un misterio a oscuras, ni ciego, es el misterio en la mayor claridad y elegancia.
     A diferencia de tantas formas rocambolescas, obtusas (hipérbaton, molduras impuestas por aves migratorias muchas veces, ínfulas), P deja trazos aparentemente livianos (ideogramas) que quieren abolir la frágil oposición entre una acción práctica y otra contemplativa. “Los pájaros de la frazada picotean nuestras piernas”, dice. Los pájaros sobrevuelan sus acciones, a relieve, y humanizan al picotear dentro de la tela su minúscula labor. Toman el acto que el sujeto les otorga, la proximidad y la confianza que una vida tejida de la manera más personal les da. Actúan pasivamente y pasivamente cambian el panorama de: “un bosque, una escalera”… “un hollejo, una mosca”… “pellejo y cáscara”.
     Rota la linealidad, la continuidad de las acciones y de los espacios, su sistematización, se rompen los estímulos y hábitos que hemos creado y nos someten, y estas fracturas ingeniosas (cubistas) provocan saltos en la mente: averías que nos impulsan hacia otras combinaciones del paisaje, del espacio y del tiempo, menos formales y aparentes, nada comprometidas con lo usual “…qué estrella era la estrella/ y cuál árbol el árbol/ no importa ya ignorar.”
     Rota la secuencia, la temporalidad y colocación de estados anímicos y sentimientos deconstruidos (a manera de peldaños o precipicios en la conciencia) aparece otra perspectiva que desplaza a lo concebido, lo por venir afirmativo, a la progresión ordinaria, hacia andamios donde el cuerpo siente por oposición, cree por oposición, se reafirma por oposición, duda, y niega ser un cuerpo comprometido con lo que se espera de él. Es la yuxtaposición del cuerpo la clave de su poética.    
     Así, la botella de leche dejada a la puerta se convierte en un árbol. Trasmutación de lo ordinario en paisaje, en cosa, objeto, hecho. El árbol no se nombra, no se cualifica ni lleva recomendaciones, obtiene su esencia por su identidad de ser árbol y estar vivo para que lo contemplemos y acciona por cada sustantivo que se nutre también del sujeto de la contemplación. “Se trata – como dijera Barthes
de hacer aparecer un nuevo estado filosofal de la materia del lenguaje”.
     Hay al fondo, una abstracción, una sombra ideológica (la ideología como sombra). La sombra de la que hablaba John Keats en “Oda a la melancolía”. Esa “…sombra que a la sombra regresa, somnolienta/ y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.”En ese trasfondo, aparece lo espectral que participa de la historia que se cuenta haciéndose doble, montaje de espejos. Dejando la sensación de que todo ha pasado ya. Enrareciendo la atmósfera de una calma, de una paciencia inusitadas. De una rara y fatal extrañeza.
     Leyendo estos poemas de P, tenemos también la sensación de que se sale del claroscuro para remar en una superficie clara, traslúcida. No hay turbulencias ni arrinconamientos (como en su casa, habita el orden, la geometría, la limpieza). Avanzamos hacia un espacio narrativo donde los hechos y actos también son estados de ánimo. No hay lírica por añadidura, y las ideas entran por circunstancias vitales casi siempre al borde de una fisura (“ni la cultura ni su destrucción son eróticas – dijo Sade
es la fisura entre una y otra la que se vuelve erótica”). Basta con buenos remates, con voces ocultas en los personajes; con abstracciones donde unos “teñidores de páginas” como me ha dicho él, quieren tener un gremio, como los viejos gremios cuando se respetaban los oficios, las artesanías, las manualidades, pero en la actualidad, los viejos oficios no se rehacen más que con patrañas y simulacros.
     Bastaría con jugadas en las que participamos sin caer, sin creer ya, de soslayo, destruyéndonos o salvándonos; apareciendo-desapareciendo, fingiendo anular o traspasar límites, para que en este contrapeso aparezca lo erótico. “…pornografía es tangencialidad, dice Ponte en un poema
, que un geómetra no consiga dormir/ por el recuerdo de cómo dos esferas se rozaban”. 
     Poder de estructuración sería la máxima para estos textos que soportan su mayor lucidez y contemplación nítida, sobre bisagras de acero resistente, pero a la vez, flexible. Molduras intercambiables que permiten movilidad al sujeto, a la historia y al autor. Arquitectura y dramaturgia. Él está y, a la vez, no aparece. Su “yo” es autobiográfico, pero es a la vez distante, con una fórmula hábil (el escondite de la infancia y del pensar) huye de la autobiografía y la cantaleta confesional; escoge efectos comunes y cuenta  avatares sentimentales desde un paisaje visto en el lago (estanque, espejo, piscina, río, cuadro o mar) donde se reflejan. La realidad que se refleja es el mayor y único misterio. “El alma de los seres humanos –dice Musil en su diario- solo debe traslucirse a través de sus actos y sus palabras, jamás de una forma más nítida que en la vida real”.
     El gusto de P por la poesía anglosajona se percibe en la velocidad y la rapidez de las partes que integran el álgebra de sus poemas-deducciones. En la poesía cubana escasea esta mirada, este ritmo y alternancia, salvo en momentos de Juan Clemente Zenea. Por el ordenamiento fragmentario de sus textos narrativos refleja el pensamiento abstracto a través de sus visiones (John Keats transmite sueños, con ironía). P es un poeta onírico como Kyats, pero a la vez, es materialista y empírico a la manera de Coleridge, que tenía como centro de su escritura la libertad y trabajó también con lo fragmentario, con lo sorpresivo y el ingenio. En los poemas de P, siempre se manifiesta el enfrentamiento entre dos extremos de una incongruencia que provocan un salto de la acción o del ánimo. Y pudiéramos decir, que a semejanza de P.B. Shelley, es un escritor pagano que hace construcciones góticas, donde al amor, el honor y la confianza son sus tres hadas madrinas.
     Si entráramos a través de sus naturalezas muertas y visiones, veríamos que, a diferencia de las influencias española y francesa que enturbiaron con su retórica el lenguaje de la poesía de tantos poetas cubanos, para bien en algunos, para mal en otros, P es comedido, escrupuloso, porque tensa, como en “El arpa eólica” de S.T.Coleridge (1796), una caja sonora de múltiples cuerdas afinadas en un mismo tono, sonidos que expuestos al viento o ( a la brisa tropical durante el verano violento de la Isla) acciona disímiles jerarquías en el texto haciéndolo poliforme.
     En el prefacio a “The excursion” de 1814, a su poema “El preludio”, Williams Wordsworth define este poema como su pretensión de examinar cómo la naturaleza y la educación modelaron su mente, dice el antologador de poesía inglesa Gabriel Insausti. Pues, de lo que se trata en los poemas que hoy presenta LHE de A.J. Ponte, es de modelar la mente como pretendía W.W., no de “enganchar” la información y la cultura como referentes o artefactos simbólicos, sino de usarlos como herramientas con las que se va de excursión por la vida, recuperando con ellas cada día durante el paseo matinal, a través de las ruinas en las que nos vamos convirtiendo, o durante la noche cuando los espectros contemplan la vida de las cosas que duermen. “Cuando niño buscaba yo fantasmas –dice Shelley– en calladas estancias, cuevas, ruinas.”             
     Ejemplo de vida individual sostenida con un poco de representación, un poco de sujeto, espectros, nubes, sueños, P sigue su juego de niño, asombrado al contarnos aventuras que han conservado la fortaleza de la curiosidad y la sorpresa; con la ironía que da astucia para sobrevivir sin blanduras ni sensiblería, algo extraño en el panorama de la poesía cubana donde los lagrimeos y arabescos externos son parte del escándalo y del show tragicómico de la falta de espíritu.
     Para P no existen la queja ni la obediencia. Existe el ritmo que avanza hacia lo blanco… “mancha en lo blanco”, ha dicho, y siempre hay un lobo que espera por su presa. Él tiene que decir y no necesita recuperación de materia muerta, obstáculos, traspiés, sobreabundancia, sabe que lo que se dice es poco, no hay acumulados para la desolación. Sabe que la palabra es mentirosa cuando se multiplica en símbolos, por eso huye de la alegoría y del signo, atraviesa la imagen con compás exacto de geómetra logrando que la abstracción pase inadvertida, que el pensamiento flote como yema en su cáscara, que “la promesa mayor” sea también un sueño o un engaño. El sueño de los libros de cuentos, de las historias de títeres; el sueño de las hadas y las brujas que nos asaltan en los acantilados. El sueño lejano en la confianza.”Amor, honor, confianza, como nubes parten y vuelven, préstamo de un día”, dice P.B. Shelley y él lo cumple a cabalidad.

Azotea, 26 de junio 2005


Quince poemas

Antonio José Ponte

De Asiento en las ruinas





Matisse inexistente

Los pájaros de la frazada picotean nuestras piernas.
Encima de las piernas es su prado.
Por sus gargantas trina la marmita.

Una hilacha de humo atraviesa el espejo
y la marca de agua que han dejado unos vasos
forma ya dos pupilas en la mesa.

El estampado llena las paredes,
el aire abre los libros por sus láminas
y bajo la frazada están los cuerpos
(son lo único en blanco).


Emisiones nocturnas

Lo contenido pugnó, pugnó toda la noche,
pegó con su cabeza tercamente
hasta cuartear el vidrio.

Metió sus muslos en muslos de otros,
abrazó la cascada.

Se oyó el chisporroteo de un pimiento al asarse,
la explosión de la sal en el vientre del sapo.

Al despertar la ropa estaba húmeda.
Volvía, pero de dónde.

Emisiones nocturnas las llaman los libros.
Como si se tratara de programas de radio,
de una voz presa durante la noche
hablando para nadie
desde alguna estación muy lejana.





Cuatro libras de nieve (*)

Antes de que comiencen a florecer las varas
y el deseo de preñar se transparente,
concedan cuatro libras de nieve a Maribárbola.

Que cada boca suya rumie del invierno.

Antes de que se junten el caballo y la yegua,
naufrague Maribárbola en un cajón de nieve.

Porque ella es la primera en sentir la estación
y se vuelve difícil ensillarla.


(*) Maribárbola, enana de la Reina, retratada en Las Meninas, aparece también en el inventario de locos, enanos, negros y gente de placer de las cortes españolas de los Austria que compilara José Moreno Villa. Según éste, su verdadero nombre era María Bárbara Ausquen o Ausquin y tuvo el privilegio, a partir de 1658, de recibir a diario cuatro libras de nieve durante los veranos. De la conjunción de ese par de monstruos -enana y nieve en el verano- sale este poemita dedicado a Gastón Baquero en Madrid.


Naufragios





I

Lo primero en morir son los anillos,
en alguna brazada perdí el mío
de hierro con que halaban a un buey en la tierra.

Ya no me queda seña de ningún matrimonio.
No tengo encima nada tejido por mi madre.
Como si no hubiese nacido de mujer
no hubiese amado a alguna
obedecer al agua es olvidarlas por una más antigua.

II

Todas mis cartas las ha acabado el agua.
No me deja poner más que los nombres,
no he podido escribir el amor que me siento.
Cada hoja pesa más
escribirla me deja más cansancio.
Los nombres justos apenas los he dicho,
no he entendido la vida.
Si alguna virginidad me queda es ésa.





III

El lado zurdo de la noche se vuelve el lado zurdo
en los espejos. Sus tatuajes se hacen inteligibles.
Bermudas es de las algas y no del Commonwealth,
los mapas se equivocan, se equivocan los libros.

IV

Yo no he querido mirarme en los espejos
y saber que una mano escribe en la ciudad aquella
una carta inconclusa donde apenas me nombra.

Hay en la tierra una ciudad cercada por los pinos,
una batalla bajo el sol entre pinos y casas.
Hay diez cuerpos entrando a una playa
y la ferocidad de sus muslos es otra guerra más.
Mis pulmones son odres que bate la corriente
mientras los pinos avanzan sobre la ciudad,
avanzan los cuerpos por el agua.





Seis minutos de conversación con el extranjero

Entonces tú y yo que nos queremos,
que no comemos ciertas cosas
sin que el otro aparezca,
sin que nos acordemos de una tarde
en un paisaje montañoso
y un tren en que volvimos hablando de comidas
cuando lo que buscaban nuestras lenguas
era hundirse juntas,
hemos vuelto a las preguntas amables de transeúntes conocidos.
Descarnamos hasta ser estas voces
que preguntan del clima.

Mira lo que ha podido hacer en el teléfono la lejanía:
apurarnos a un tiempo cortés indiferente
en que éramos transeúntes conocidos.





Asiento en las ruinas

Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho
donde acalladas mis vísceras remotas
tomóme la memoria de lo muerto,
memoria de familia vertical creciente.
¿Adónde iba mi infancia,
dónde estaban quienes prometieron segunda corona:
lo que el deseo no persiga,
lo que apenas intenten las palabras?
Madrugadas en que escribí
"¿Es necesario que yo escriba en verso
para apartarme del resto de los hombres?"
(Lautreámont)
Soplaba el viento de los manicomios,
¿Dónde estaban quienes prometieron segunda corona:
lo que el deseo no persiga,
lo que apenas intenten las palabras?
¿Es necesario apartarme de los hombres para escribir en verso?
Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho
con tu cabeza en mis manos.
Olía a bosque, nos maldecía un pájaro, era el fin de la tierra.
Cuántos paseos que haríanme más sabio,
cuánta luz, árbol, agua,
lo que una voz más justa llama vida,
ardió entonces para este entendimiento:
qué triste entre las manos,
como falsa plata que no morderé,
la cabeza de quien amaba.


Confesiones de San Agustín, libro IX, capítulo X

Largo rato hemos estado en la ventana.
A la ventana en que clarea el puerto de Ostia,
nombre de cristiandad y de molusco,
mi madre y yo asomados.
Hubiese visto quien entrase
dos figuras como de confidentes,
moraba entre nosotros la mansedumbre de la tierra
luego de la tormenta.

Nubes atravesando cielos y un estanque de aguas,
abiertos pájaros hacia otra inmensidad
apurando sus gritos:
hablamos de lo venidero.
Los pájaros que ciegos notarios de la sangre
nos hacen imaginar que somos otros,
otras vidas viviendo
lejos de la ciudad y de las playas.

Pronunciábamos algo, nos callamos adentro.
Despertamos a la inutilidad de los discursos
donde la palabra suena para ser oída,
principia y acaba.


Entre los colegiales de Los Karamazov

Te gritaron también como le gritan
al que toma unas piedras de la calle,
y te echaron en cara delgadez,
poca fuerza
en unos ejercicios que los demás salvaban.
Tu inteligencia que la reconocieran los maestros,
el buen carácter en tu casa.
Los de tu edad sólo veían cuánto te demorabas
en responder a los insultos con insultos.

No eras como los otros.
Lo quisiste
o lo quisieron ellos para ti.
Eras ese muchacho cargado de piedras
entre los colegiales de Los Karamazov.
Buscaste como él volverte algo sin vida
(un cristal, una estrella, un adulto lejano),
vivir en otro día...
La pelea, sin embargo, no estaba terminada.
Tantos años después todavía tú gritas
"Házte piedra,
golpea".


En el antiguo barrio de las putas

Deben de estar secando sus cabellos al sol
las putas de antes que continúen vivas.
Alrededor del cuello una toalla húmeda,
algunos pétalos en el cubo de agua,
sus cabezas de reina vencida mirando un gorrión.
El gorrión busca semillas de arroz regadas en el suelo.
Qué capricho de pájaro no tendrá la memoria
que salva un grano y una noche y un hombre
de tantos hombres y noches como fueron.
Con amarillas uñas de ave las mujeres
abren mechones para que el sol llegue hasta el cráneo.
Las putas de antes qué tristeza cómo preparan a esta hora
su arroz, su huevo frito, su plátano maduro en la manteca.
En el antiguo barrio de las putas sobrecoge el cansancio.
Lo que procuran despertar tantos libros, tantos retratos de familia,
algo nombrable con espesor, hondura, y que la vida humana tiene
se encuentra aquí.
Cansancio de ver fotos de cabezas agrupadas:
celebraciones, ritos, condenas, multitudes, vagones atestados.
En el barrio de los gestos repetidos el aire lleva tantas capas
como un pastel de hojaldre.
Las superposiciones, el hacinamiento
de una generación sobre las anteriores,
el humus de los hombres, se siente como un peso.
Puede hablarse como en ningún otro lugar de lo hondo del pasado.





En diciembre, viendo volar

En diciembre, viendo volar los fuegos de artificio
pienso en el tiempo.
Un año no comienza en esta noche
hecha para que algunos se abracen y rían,
sino en la calma mañana de mi cumpleaños.

Esta noche tan clara para los augurios
no cambiará mi suerte.
Puedo olvidarme de tocar madera,
hasta volcar la sal podría,
no cambiará mi suerte para nada.
¿Qué nos hace creer que en diciembre
termina una suerte y empieza otra?
¿Y para qué brindamos
deseándonos nuevos destinos?
Amarga es la madera de mi ventana
y pongo allí la frente.
Quiero que pase el tiempo como en las películas.
Ya dije amor y me he quedado solo,
he dicho tiempo
seguro de que todo lo arrastraba.
Voy a seguir contando las cosas que no fueron,
lo que se echó a perder por algunas palabras,
el dolor que nos dejan las despedidas.



Poemas no publicados en libro


Café sin hombres

Idioma alrededor,
lo que dicen,
perdido.
Y perdido el afán de leer en las cartas,
no queda conocido
más que el sabor del agua.
La botella
facturada en un chino
que imprimen por la arena
las patas de los pájaros.

Aunque, si se desconoció hasta aquí
qué estrella era la estrella
y cuál árbol el árbol,
no importa ya ignorar.

Puede intentarse aún mayor extranjería:
en un café de perros,
de jíbaros o pulpos,
no se estaría cercado por humanos.


En la pornografía

Las manos fuera del timón en alarde de libertad
(el cielo esplende, es verano y la vía una recta),
es ley aquí:
los abrazos abiertos
con tal de que la cámara entre a fondo.

Aspiración al corte transversal, 
de cámara esa sierra eléctrica
que troza víctimas en otro de los filmes,
o el ojo filamento
que aguarda desde el interior la arremetida.
Mitad película de horror,
mitad documental científico.

El máximo de aire entre quienes actúan
y bienvenidos los hombres garrocha:
¡pornografía es tangencialidad!

Que un geómetra no consiga dormir
por el recuerdo de cómo dos esferas se rozaban.


Juguetes puritanos

Llevaban una tienda y descreían
de todo lo vendible.
La forma de los huevos
les parecía superflua.

Para sus hijos habían descubierto
el cero de la diversión,
¿y qué iba a sacar yo de aquellos trastos,
si soy del gremio de los teñidores?

Ya no más asomarme
bajo el disfraz de quien les compra algo.
De corazones tan prudentes no salen buenas tonterías,
pensé como farsante,
como uno más de los que tiñen hojas en el gremio.

El horizonte era de nieve en el cristal
y por el horizonte corrió un lobo.
Mancha en lo blanco,
tinta escribiendo línea de fuga,
bestia de tantas páginas leídas
y piel que ningún frío atravesaba,
¿cómo iba a no encontrar contento en él,
si soy del gremio de los teñidores?





La promesa mayor

Otra vez a intentarlo porque hicimos
(o nos hicieron)
la promesa mayor.
De algún lugar salió la idea
de que vendrían iluminaciones,
palabras de maestro.

Pero los sabios, si los hay,
no hacen más que dar quejas.
Y de existir provecho en la embriaguez
se pierde con un hipo.
(El deseo es piscina que llama tanto líquido
como el que se le fuga.
O aún precisa volumen mayor.)

Un aire venido del mar levanta las cortinas,
las deja caer,
y puede que a esta hora signifique algo.





Carta última

...Y en cuanto a mí, no hay de qué preocuparse:
el jugo de un hollejo a medio masticar corre por mi barbilla
como un río muy lento.

Circula por arrugas,
bordea los cañones,
cae sobre las hojas del periódico.

Suena como lluvia en un techo.

Termino de sorberlo
lo mismo que si despertara de una pesadilla
o algún escalofrío tanteara mi espinazo.

Dedos de algo o de alguien
vienen a descartar cuántas teclas no suenan.
Y me retracto hasta escupir sobre el periódico esa porquería
donde se abrazan un hollejo y una mosca.

Muerta como una reina en mala colchoneta,
debió meterse por un olvido mío.
O fue que vi ese nombre en el periódico.

“Dulzura de mi encía”, recuerdo haberle dicho
y alguna vez sentí deseos de violarla.

La violé.
De ahí vienes tú.

Como fruta de injerto trajo pocas semillas,
lo suyo fue dejar pellejo y cáscara.
Y ahora que aparto la basura,
vengo a dar con su nombre en estas necrológicas.

Un hollejo. Una mosca. En el periódico
el nombre de una muerta al que rodean nombres de batallas.
(La guerra hace notable a cualquier lugarejo
no importa qué haya significado en siglos su topónimo.)

Volverás a encontrarla
tal como yo me encuentro con la mía.
De noche,
zafado de toda responsabilidad,
me suelto,
orino
y unos minutos antes de despertar
navego por el curso caliente de mi madre.
Fluyo en cuna de oro.

Porque llega el momento de olvidar las continencias
aprendidas tempranamente.

Alguien te avisará para que vengas.

No tienes por qué hacerlo,
a esas alturas no voy a reprochártelo. 

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