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Se soltó la lengua

     Dada la aceptación que tuvieron las primeras entregas de La lengua suelta entre nuestros lectores, La Habana Elegante ha decidido concederle a Fermín Gabor un espacio propio donde pueda seguir soltando la lengua.  A partir del presente número invitamos a nuestros lectores a visitar periódicamente La lengua suelta, puesto que su actualización no dependerá de la salida del próximo número de L.H.E, sino de los envíos de Fermín Gabor.

La Redacción

Aviso a nuestros lectores:

Hemos incluido, a continuación de la entrega no.18 de La lengua suelta, el texto Anónimos, de Arturo Arango a que Fermín Gabor hace referencia.  De esta manera nuestros amigos disfrutarán más el envío de Gabor.  Además, La Gaceta de Cuba no podrá objetar nuestro sentido de la más elemental justicia. En cuanto a nosotros, bueno, no les exigiremos peras al olmo.

La Habana Elegante



La lengua suelta no. 26

La caja está cerrada (y con el muerto adentro)
Antón Arrufat, Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2005

Fermin Gabor

      Pues sí, las milquinientas maraquitas convertibles fueron a dar al bolsillo de Antón Arrufat, quien recordó cuán amigos habían sido él y Cortázar (debió ser en la época en que Arrufat dirigía la revista Casa de las Américas, porque luego Julio empezó a padecer de una curiosa amnesia electiva). Y ahora, tantos años después, aquel premio con su nombre... El laureado confesó a la prensa que algunas de sus amistades creyentes en la vida ultraterrena le aseguraban que era un gesto de Cortázar, un saludo con la mano desde el tren de Fin de juego.
     Arrufat, que apenas ha cultivado lo fantástico en su narrativa, se mostró como un sabio administrador de credulidades. Porque después que uno acepta que puedan existir amigos suyos, se hace fácil creer en un Más Allá intercomunicativo. De cara a la prensa, el nuevo Premio Cortázar se inventó unos amiguetes y, de paso, resolvió con ironía el asunto de sus creencias personales. Esos amigos inflables (también la amistad cuenta con juguetes sexuales) recibieron la culpa de pensar lo que pudiera pasar por ridículo. Y de ese mismo jueguito está lleno su cuento premiado, El envés de la trama.
     El título parece una mala traducción de El revés de la trama de Graham Greene y lo que se cuenta huele a Henry James, a una de esas solemnidades donde un primerizo se acerca a un escritor venerado. Pero lo que en el narrador inglés (o estadounidense, según se prefiera) queda como solemne, en el cuentista habanero (o santiaguero, según se prefiera) resulta solemnemente ridículo. Por James habla un muy sólido agente de pompas fúnebres; por Arrufat, el Doctor Chappotín, dueño de La última noche que pasé contigo, funeraria de San Nicolás del Peladero.
     Los hechos que cuenta El envés de la trama suceden en La Habana de nuestros días donde circulan varias monedas y hay casas de cambio. Un joven ha publicado su reseña de la última novela de un viejo escritor, al joven lo apasiona la obra de éste, llega a entrevistarlo, y en esa entrevista el viejo escritor le suelta una perlita de sabiduría para que vaya tirando en la larga y árida vida literaria.
     ¿Ya?
     Ya.
     ¿Eso es todo?
     Y con menos se hace una comida.
     Hipólito Mora (desde que vivió en Tebas, a Arrufat le chiflan los nombres griegos y es de agradecer que a éste no le haya puesto Moira de apellido) anda retirado del mundanal ruido, es un Salinger habanero. El joven protagonista, al que un amigo apoda Tertuliano el Apologético, lo ha visto alguna vez salir de las librerías o sentado en el Parque de las Misiones. Sin atreverse a hablarle.
     Quien haya leído acerca del acercamiento temeroso de las hermanas García Marruz a José Lezama Lima podrá hacerse una idea. Pero lo que parece candoroso en el comportamiento de dos muchachas de los años cuarenta es, sesenta años después, Tertuliano frente a Hipólito, la picuencia arrancapescuezos. O al menos así logra comunicarlo un prosista de la talla de Antón Arrufat.
     En descargo del joven protagonista habría que considerar lo imponente que luce el Magister Mora “vistiendo su guayabera (...) como la armadura de una tropical Edad Media”. Y está, para causar más aturdimiento, la calidad de su último libro publicado, de su obra toda: “como una piedra más, su reciente obra se unía –armoniosamente- a la hermosa catedral enigmática que su genio y su voluntad habían edificado”. ¿No corta el hálito ese hombre enfundado en una armadura y fabricante de una catedral?
     Dos viejos carcamales se alzan en el camino del joven a quien apodan Tertuliano: la poetisa Ana Morales (qué alivio un nombre común) y el buscado Mora. Si el segundo viste una armadura, la primera lleva un traje de los años veinte. Pero lo más raro no es su vestimenta, sino el ambiente en que se desarrolla su tertulia (juegos florales, la llama el autor). Pasa trabajo el protagonista para atravesar “la exclusividad masónica que rodeaba las reuniones de la poeta”, y se presenta allí sólo para conseguir el número telefónico de Hipólito Mora. (En un mundo medieval cuesta averiguar un teléfono. A esa antigüedad podrá achacarse la imprecisión verbal al lidiar con aparatos modernos: para oír los mensajes se “abría el contestador automático”.)
     Sentada la gente de la tertulia en sillas arrimadas a las paredes, procédese a apagar todas las luces y a encenderse un reflector azul. A esa luz llega el primer poeta de la noche y, terminada su lectura, se apaga el reflector, oscuridad total, y vuelve a encenderse el haz azul para que el próximo invitado lea. ¿Cómo no va a prestarse a florituras un ambiente tan exquisitamente planeado? (Así habrían sido las tertulias de Arrufat de llamarse Dulce María Loynaz o Reina María Rodríguez.) “Abandonó la idea como un exordio sin completar”, puede leerse. O esto otro: “Él no era un simple invitado, era el ángel guardián que el poeta espera antes de morir”.
     Una convicción no menos alta que la de las voces que narran en las radionovelas le permite escribir: “Si la vida no fuera tan turbia. Una fracción de su naturaleza respondía a estos estímulos y aún estaba hipnotizado por la presencia de la Morales”. O lanzarse desde el más alto trampolín a la piscina filosófica sin agua: “Un tiempo sin espacio, completamente interior...”
     Luego de algunos escarceos con la poetisa momia y de una erección a la que se presta atención minuciosa (¡una erección puede ser tan moderna como un contestador automático!), llega el clímax, el encuentro entre Hipólito y Tertuliano. Este último se afila los colmillos: “Los inexplorados enigmas que lo inquietaban en la escritura de Hipólito Mora y en su vida personal, requerían de las páginas de un libro exhaustivo”. (Antón Arrufat recurre al enigma y a lo enigmático para abrirnos el apetito por ese encuentro. Y no hay que ser un bicho hermeneuta para comprender que él se cree cosas: ha de verse a sí mismo en el papel del Magister Mora, y deseará para sí la atención de una tierna criaturita que lo reseñe y le construya mausoleo.)
     El escritor buscado a lo largo de todo el cuento calza tanto coturno como la poeta de las tertulias. La vida literaria consiste en una sucesión de ademanes operáticos, y el joven Tertuliano va de Eleonora Duse a Sarah Bernhardt: “Hipólito Mora se hallaba reclinado en una especie de diván color morado desvaído que le recordó el color de los labios de la poeta, estiradas las piernas sobre el mueble y semejante a la de un antiguo busto romano, erguida la cabeza completamente rapada, ancho el cuello y acusado el perfil que sobresalía de la penumbra en la que se encontraba”. A espaldas suyas resplandece la luz del atardecer en un ventanal. Los muebles son de laca negra con incrustaciones de marfil. Brillan lámparas rojas y jarrones azules, y pueden encontrarse, por aquí y por allá, abanicos de papel y preciosas dagas. Para completar el cuadro, Catana pare un amante chino que responde al nombre de Li.
     Ay, una de las mayores dificultades de la televisión cubana actual estriba en convencernos de que la casa en la que viven los ricos de la telenovela es realmente una mansión... Tampoco logra situar personajes en el extranjero con cierta verosimilitud... Tales son, al parecer, los límites del audiovisual ñángara. De modo no muy distinto, El envés de la trama declara los límites de la imaginación del compañero Arrufat. La visita a un escritor que él nos vende como eminencia termina siendo tan picúa como la tertulia que antes ridiculizara. No importa los esfuerzos que haga por diferenciar una de otra, lo ridículo y lo sublime no encuentran en su escritura diferencia de registro. Y si, tal como se afirmaba en la tertulia, la vida era turbia, para el decisivo encuentro entre Hipólito y Tertuliano el autor ha guardado esta otra definición: “Así de pegajosa es la vida”.
     Me temo que Henry James se reservaba algún tesorito, al menos una chispita de brillantes, para ocasiones como éstas. Coreografiado por Arrufat, el hierático Hipólito Mora juguetea con una daga que tiene menos filo que sus parlamentos, y lo que entrega al joven es fricandel de bagazo enriquecido con soya. Más tarde, para conseguir algo que suene como un final, a Hipólito Mora no le queda otro remedio que estirar la pata más de lo que la estiraba en su diván color labios de poeta. 
Mucha de la actual ficción cubana suele regodearse en la miserabilia. Arrufat, a diferencia, pinta como un cronista social la vida selecta. La revista donde el protagonista publica su reseña es la mejor revista literaria habanera, una guayabera es impoluta, el té verde que beben es regalo del Agregado Cultural de Japón, las tertulias no por ridículas dejan de ser exclusivas, y léase cuánto preparativo se gasta el Tertuliano para asistir a una: “Se afeitó y se bañö con lentitud ritual. Lustró los zapatos y se vistió su [sic] mejor ropa: una camisa blanca hecha a mano en la India, un pantalón de lino puro”. (En medio de tanto despliegue de estilo de vida, siente uno la tentación de preguntar si Mora y Morales firmaron las últimas cartas públicas oficiales que signara Arrufat. ¿Viajaron a Caracas? ¿Mora es ya Premio Nacional de Literatura o hace alianzas para serlo? Ninguna de estas presiones parecen existir en la vida literaria habanera de El envés de la trama.)
     A la ficción cubana que circula por la acera del sol la llaman, con relativa impropiedad, realismo sucio. Antón Arrufat, que no se suda y camina por la acera de la sombra, ha escrito con El envés de la trama una pieza de realismo chichí, bomboncito de flema. Con este último cuento suyo demuestra ser tan chichí como los ambientadores de la televisión cubana al emprenderla con gente rica o países extranjeros.
     Y no es que él sea el único chichí. Su generación podría ser llamada Generación Chichí.    Provincianos y pobretes de origen, muchos de ellos han cumplido sus sueños clasistas gracias a la revolu. Así, el que no colecciona chinerías, colecciona abanicos, se acoge a un ceceo de hidalgo español, alardea de una bañadera de mármol negro o no escribe poema que no transcurre en sitio bien lejano... Diplomáticos retirados, cuidan entre todos la entrada de la Academia de la Lengua o del Premio Nacional de Literatura pues éstos son sus Country Club y su Club de Rotarios.
     Es de suponer que cualquiera de ellos que intentase escribir la figura de un maestro no se habría apartado mucho de la fumanchunesca descripción propinada por Arrufat. Cercanos en sus juventudes a los grandes de la cultura cubana del siglo XX, cuando les toca imaginarse en el papel de maestros caen en la chochera del más reciente Premio Cortázar: empolvan pelucas dieciochescas o se disfrazan de mandarines. (Espérese por el cuento donde Miguelito Barnet explicita su asombro ante un travesti habanero que leyó su Canción de Rachel. Historia chichí donde un travesti chichí lee un libro chichí y se encuentra con el chichí que lo escribió, ha poco fue paladeada por quienes asistieron al Centro Cultural Dulce María Loynaz.)    
     Creo que los amigos de Antón Arrufat, si es que existen de veras y de veras creen en una vida después de la vida, no supieron interpretar el gesto de Cortázar. No era un saludo, no. Lo que decía el autor de Rayuela con su mano era más bien: “¡Borra, borra! ¡Tacha, tacha!”. O avisaba al jurado de lo que les va a caer encima el año próximo. Porque, corrida ya la especie, enterados de que en el Premio Iberoamericano de Cuento los muertos concursan y ganan, gente como Manuel Cofiño y Noel Navarro (entre otros) empiezan a revisar esperanzadamente sus inéditos.


La lengua suelta no. 25

Carilda escribe con Garcilaso y Cervantes no va al taller del chino Heras

Fermin Gabor

     La casa tenía toda la pinta de Donnafugata, la mansión patrimonial de los Salina. O mejor: de las ruinas de Santa Margherita di Belice, que sirvieron a Lampedusa para imaginar la mansión de los Salina. Se asemejaba, por tanto, a la locación que eligiera Antonioni para filmar la fiesta de La Aventura. En versión más reducida, eso sí, habanera del Vedado.

     Sobrellevaba la decadencia sureña de tantos caserones en las novelas de Faulkner. Era (para acabar de una vez) idéntica a Tara cuando Scarlett O’Hara se vio obligada a desmontar las cortinas para hacerse un vestido.
 
     En la esquina del jardín se alzaba una estatua femenina descabezada, el cuerpo de mármol decorado con líquenes. Y la vieja propietaria hacía juego con aquella mujer guillotinada, hasta el punto que parecían hermanas gemelas. Lo cual no quiere decir que hubiese perdido la cabeza. Pues hasta su fallecimiento conservó la mente en buen orden, y se mantuvo ágil para ironías y maledicencias. Fue, hasta el final, una buena lanzadora de cuchillos en el circo de la literatura cubana.

     No más estiró la pata, sin hijos tal como dejó el mundo, la mansión pasó a formar parte del patrimonio estatal. Y ya se le pronosticaban las peores sorpresas cuando, con la ayuda económica de la Junta de Andalucía, el lugar se puso de estreno: hasta la muñeca cogió cabeza en el reparto. Limpiaron de escombros la fuente del jardín, desenrollaron alfombras de césped, dispusieron aquí y allá farolitos, pintaron de blanco impecable y, en el friso de la fachada, en caligrafía dorada, estamparon la firma de la antigua dueña: Dulce María Loynaz.
 
     De manera que la casa, sede actual del Centro Dulce María Loynaz, perdió su autenticidad de ruina para ganar el aspecto de un cheque falso. Con esa firma en lo alto de la fachada, uno la tomaría por sede de algún banco español. O por un nuevo hotel: el Melia Loynaz.

     Bobería todo comparado con lo que adentro se cocina. (A quien dirige el sitio, ni lo voy a mencionar, deseoso como parece hasta de publicidad negativa, mendicante de fama.) Espacio de variadas peñas y tertulias, allí fue donde Lisandro Otero ofreció primicias de su novela Charada, otro intento (el anterior fue Bolero) de aruñarle La Habana prerrevolucionaria a su rival de siempre William Cabrera Infante.
 
     Y, ya que hablo de peñas y tertulias, aprovecho la ocasión para felicitar a los programadores culturales habaneros por revitalizar esa costumbre de reunir público alrededor de un escritor y de su obra. Las tertulias literarias han vuelto gloriosamente a La Habana. Así, Basilia Papastamatiu conduce una llamada Aire de Luz, César López la suya, lezamianamente titulada Cantidades rosadas de ventanas, y Marilyn Bobes una cuyo nombre no recuerdo. Voces indiscutibles de la literatura cubana (la una por el acento porteño que todavía porta, el otro por su habitual ronquera, la tercera por la fañosidad de su registro), maldita la gracia que tienen los tres para conducir, ya no una tertulia, sino un sencillo trozo de conversación. Desabridísimos como personas e imposibles como escritores, ¿por que recibieron ellos la tarea de animar a los lectores?

     Pero volvamos a la mansión Loynaz donde, según testimonio de diversas fuentes, Lisandro Otero ha cogido la manía de meterse en la cochera cada vez que puede. Él y un grupo de vejetes entre quienes se cita a Salvador Bueno, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, César López, Miguel Barnet y Reynaldo González. El asunto llegaría a resultar intrigante si acaso el guarda de la puerta no estuviera avisado de que cuentan con autorización: son la Academia Cubana de la Lengua, que Otero preside.
 
     Tal como se habrá visto por los nombres anteriores, la institución es mayoreada por la Generación del Cincuenta. Perfecto que así sea pues toda criatura precisa de un rincón donde sentirse algo importante. ¿Y qué mejor vergel que una academia para quienes se han agotado en antologías, revistas, volúmenes, séquitos, lauros, sin ser tenidos suficientemente en cuenta? Luego de haber poseído revistas y consulados, y luego de perderlos, la Academia de la Lengua significa para ellos el otorgamiento de un marquesado. Y allí pueden sentirse maestros sin tener que presentar el aval de unos discípulos. (Al respecto, la Generación del Cincuenta no tiene ni donde amarrar la chiva.)

     Defender la lengua común con España ha de serles motivo de orgullo puesto que, después de haberse engañado juvenilmente con la idea de que traían la literatura norteamericana y otras literaturas a unas letras cubanas demasiado hispanófilas, se ve claro que lo de ellos es el cocidito madrileño. Como ejemplo, hay que oírlos hablar de los tan sobrevalorados poetas españoles de la Generación del 27. Resulta entonces cosa fácil descubrir con qué rolos mentales fijan sus peinados: se toman a ellos mismos por los poetas del 27 para posicionarse frente a esa Generación del 98 que es el grupo Orígenes.
 
     Para nada es casual que hayan montado una lavandería (“Limpia, fija y da esplendor” sostiene como divisa la Academia de la Lengua Española) en la cochera de Dulce María Loynaz. Esa misma institución fue refugio de la poetisa, su única maltrecha conexión con la vida pública durante las décadas en que estuvo silenciada, cuando una academia del español no merecía respeto alguno a las autoridades cubanas, empeñadas en la lingua franca del CAME.

     Y de lejos viene la amistosería de los académicos del Cincuenta con la dueña. Dulce María Loynaz ha sido para ellos una alternativa a Fina García Marruz (antes que reconocer los valores literarios de la monja origenista, soplarse la poesía a la Tagore de la otra), o le han ido en sus apuestas a Carilda Oliver Labra (la ninfómana de provincias antes que la monja de Orígenes.) Y, como la Loynaz fue presidenta de la academia, ahora han hecho a Carilda miembro correspondiente. (Antón Arrufat se quedó fuera. Mayoría de bolas negras en la votación, pese a que él se creía adentro ya y alardeaba del discurso que le dispararía al resto de los académicos, una de esas empalagoserías suyas acerca de la memoria y la temporalidad.)

     No otro que Miguel Barnet hizo el elogio de la nueva académica. Escuchen como la describió: "un viento aciclonado abrió las puertas de la poesía neorromántica cubana. Carilda recibía la flor de oro de la poesía y un duende travieso se asomaba a nuestra literatura para quedar semioculto entre los enrejados matanceros y los puentes que conducen a las cuatro esquinas del mundo".

     ¿Verdad que es lindo? Así hablan los académicos cuando se ponen poéticos.
 
     “Arquera del amor erótico”, llamó Barnet a esa vieja Diana. "Si hay en Cuba un solo poeta que haya vivido en carne y espíritu la poesía, ese poeta es sin duda, Carilda Oliver Labra."

     ¿Verdad que resulta impresionante? Así hablan los académicos cuando se ponen sesudos. Y ahora, a aguantarse de la silla: "Cargada de ultimátum, de pólvora, de rímel verde, contemporánea, lela, tramposa hasta el éxtasis, como una balada, neurótica, metiendo sueños en una alcancía, novia de los cuchillos, ninfa del trauma, jugando a no perder la luz en el último tute, Carilda ha estado escribiendo sus poemas sin importarle el reconocimiento o los juicios eruditos.”

     Según Barnet, Carilda Oliver Labra es el mejor sonetista cubano, junto a Eugenio Florit. (Así habla un académico cuando lleva décadas sin merendarse una composición de catorce líneas.) En el ardor de su discurso, el entrevistador de Esteban Montejo afirmó que los sonetos carildeanos son dignos de Boscán o de Garcilaso.
 
     Pero dejemos en tan alto punto a la gente de la Academia Cubana de la Lengua y echemos una ojeada a otra de nuestras importantes instituciones culturales. ¡Visitemos el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso que con tanto desvelo dirige Eduardo Heras León, llamado cariñosamente El Chino!
 
     Ningún momento mejor para caer por allí que durante la recepción de José Saramago. Como es sabido, el Premio Nobel portugués había anunciado que se bajaba del camello de la revolu, que no aguantaba más. Sin embargo, caminó un poco a solas, se le pasó el sofoco, y no tardó en volver a encaramarse. E invitado por el Ministerio de Cultura, visitó en La Habana diversos centros educacionales como la Universidad de Ciencias Informáticas y la Escuela Latinoamericana de Medicina. Discurseó ante profesores y estudiantes en el Aula Magna de la Colina Universitaria, a su disposición pusieron la sala más espaciosa de Casa de las Américas. Y firmó numerosos ejemplares de la edición cubana de su novela El Evangelio según Jesucristo.
 
     “¡Qué gran aventura literaria!”, exclamó el presentador de ocasión, Omar Valiño. “Una de las más grandes jamás emprendidas en la historia de la literatura.” (Carilda escribe los sonetos de Garcilaso, y Saramago, que se cae de convencional, es uno de los más grandes aventureros literarios. Hay que ver cómo la falta de lectura está acabando con el personal...)

     Difícilmente pueda hallarse en la actualidad un escritor de renombre con tanta debilidad por lo pedagógico como Pepito Saramago. Su prosa se desvive por adoctrinar, y él planea concluir su carrera de novelista como fabricante de fábulas morales. Muy adecuado entonces que lo pasearan por centros estudiantiles, mientras hacían tiempo a la espera de alguna señal de Palacio. (Terminó por no ser recibido, según parece.)

     Aunque todo tiene su límite, y ese colmo fue alcanzado en la visita que hiciera Saramago al Taller de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Para empezar, arribó en medio de un apagón, gesto que no entendió como homenaje a su Ensayo sobre la ceguera.

     Tampoco contaban allí con agua corriente y, sin embargo, cincuenta jóvenes promesas esperaban por la palabra del maestro. Cincuenta jóvenes promesas y el Chino Heras, promesa no menor.

     Tomó éste la palabra y se puso a explicar en que consistía el trabajo que intentaban desde hacía ocho años: jóvenes bien seleccionados estudiaban concienzudamente las más novedosas técnicas narrativas. (Pío time para adivinar cuál podrá ser el alcance de tales estudios. Los televidentes que hace unos años siguieron el curso de apreciación de la narrativa dictado por Eduardo Heras León, recordarán su dictamen acerca de las novelas de Virginia Woolf. “En ellas no pasa nada”, afirmó, y es que el Chino echa de menos algún miliciano en las páginas de la inglesa. Algún obrero de avanzada.)

     Como guía de pioneros de la escritura, Heras León ocupó el tiempo del ilustre visitante en la enumeración de los premios obtenidos por gente de su taller. Y Saramago lo dejó que hablara bastante para, al final, echarle encima este jarro de agua fría:
 
     “Pues yo no conozco las técnicas narrativas”, dijo.
     Nerviosa risa del Chino y expectación entre sus estudiantes.
     “Ni quiero conocerlas”, sentenció.
 
     ¡Pasmante que el maestro declarara que no existía lección! ¿Habráse visto un viejo comunista que no crea en las virtudes de los talleres literarios?

     “Ni Shakespeare ni Cervantes ni Dostoievski asistieron a esta clase de talleres”, refunfuñó.
Y, claro está, los pupilos del Chino no iban a aceptar que un Premio Nobel viniese a sopapearlos. De modo que le salieron al paso. Notificaron al visitante que, en caso de haber existido talleres como aquél en los países y épocas de esos señores, ahora podríamos contar con más Cervantes, más Shakespeares, más Dostoievskis.

     Pero ni aún así se mostró complacido el portugués. ¿Qué pretendían esos mocosos? ¿Adocenar al genio?

     La sesión ya estaba perdida a esas alturas.
 
      “¡Lo bien que me habría venido la bendición de Saramago!”, se dolía el Chino para sus adentros.
Uno de los estudiantes, al salir de la recepción, fue quien dio la nota definitiva:

     “¿Y quién pinga se cree el viejo mamerto ése?”, preguntó.

     Para (viendo que ninguno de sus acompañantes respondía) agregar:
 
     “Él tampoco es Cervantes.”


La lengua suelta no. 24

¡Pero qué precioso poeta quinceañero! Contemplando un áIbum de fotos de Alberto Edel Morales

Fermin Gabor

     Me han estado llegando últimamente mensajitos de Dulce María Loynaz y de Alberto Edel Morales. O más exactamente: del Centro Cultural “Dulce María Loynaz” y de su director, Alberto Edel Morales.
     ¿De dónde salió éste? Si, como aseguran sus críticos amigos, pertenece a lo más granado de la generación poética de los noventa, ¿por qué no lo encuentro en las tantas antologías que desde entonces se han  venido publicando?
     Confieso que lo único suyo que he leído es un poema dedicado a la bandera que él endilgó a una larga lista de correos junto a la explicación de cómo pudo perpetrarlo. Fue (he de reconocerlo) como recibir un correo electrónico de Edgard Allan Poe donde se juntaran El cuervo y La filosofía de la composición.
     ¿Y qué cuenta la filosofía de Alberto Edel Morales? La cosa es más o menos como sigue: cogitando luego de extensa jornada laboral, Morales cayó en la cuenta de que ningún poeta de su generación había escrito un poema a la bandera. (Podrá creerse que un pensamiento así es digno de un resentido, de quien siempre se ha visto postergado y busca madrugar a los que le tienen cogida la delantera.) Reparó Alberto Edel Morales en la falta de poema al banderín cubiche y, al bajarse del camello que lo llevaba a Bahía, percibió el hueco, el bache, la oportunidad de cuele, el filo, el jamón de muslo y blúmer que la jeva Patria le mostraba. Y se dijo a sí mismo: “¡métele mulato, que ahora te toca a tí bailar!”.
     Fue en Bahía, al bajarse de un camello, mirando el cielo del atardecer, que un poeta de la talla de Alberto Edel Morales encontró su camino de Damasco. Ya no más ser considerado un burócrata, ahora sí que enseñaría credenciales de poeta. ¡Iban a ver los descreídos! Y, ¿en qué sitio publicar ese poema suyo sino en La Jiribilla, donde acogen a los peores cuentos y a las canciones insufribles de los jóvenes trovadores? Publicado allí el poema y, todavía insatisfecho con lo que él consideraba escasa publicidad, Alberto Edel Morales la emprendió entonces con una lista que sumaba lo mismo amigos íntimos que conocidos de vista, desconocidos totales y gente incapaz de leer una línea en español.
     Del poema, ¿qué decir? ¿Recuerdan aquellos pitazos de cafetera que daba Cintio Vitier al principio de la Revolu cuando, como pastorcito de Fátima o de Lourdes, aseguraba haber visto el verdadero rostro de la Patria? (Por esos mismos años, Lezama Lima juraba que, en el piso del patio, gracias a una tirada de yaquis, unos niños vieron el rostro de su padre muerto. ¡Cómo estaba el caleidoscopio de los poetas de Orígenes!) Bueno, pues lo que era ya retórico e inverosímil en Vitier, resulta peorsísimo en Alberto Edel Morales. El bisoñé de Fantomas luce menos postizo que el poema de marras.
     Desde Encuentro en la Red, Pablo de Cuba Soria (y luego hay gente que no acepta los seudónimos...) se ocupó del poema como un rottweiler se ocupa del brazo de un niño. (Para tratos delicados con ese bracito, para lamiditas, pueden verse los textos de Basilia Papastamatiu, Virgilio López Lemus y Roberto Manzano aparecidos en el sitio Cubaliteraria.)
     Pero volvamos al flamante director del Centro Cultural “Dulce María Loynaz”. Hastiado de no aparecer en las antologías, de dar lecturas públicas para cuatro gatos (cuatro gatos en comparación con los cuatro gatos que reúne toda lectura de poemas), harto del ninguneo al que fuera sometido, el poeta Morales se nos revela como gerente de su propia obra, como relaciones públicas de su talento.
     Prepara una lectura de poemas y, 1er paso, manda a todo el mundo invitación. No una, sino varias. Bombardea con esa misma invitación varios días seguidos: 2do, 3er y 4to paso. Así procura despertar remordimientos en quienes no pensaban asistir, ablandar convicciones, poner en remojo almas. ¡Que no parezca una simple lectura lo que se va a celebrar, sino toda una jornada donde su voz se extienda! Al fin y al cabo, quien canta a la bandera termina por querer comerse la isla.
     5to paso: celebrada la lectura, Alberto Edel Morales procede al envío de imágenes. Fotos del bardo y de su público. Dulces recordatorios para quienes compartieron con él tan sublime momento y, para el resto, pinchantes testimonios de cuánto se perdieron. Allá van las demasiadas fotos que ambiciona una quinceañera: con tiara, con mitones, pegándose a un espejo, encima de un coche, al borde de una fuente, en un jardín florido... Uno mira esas imágenes y juraría que Luis Alberto Casanova podría soltar de un momento a otro: “Alberto Edel Morales, ahora que has arribado a tus quince primaveras, las ilusiones se abren para ti y la vida te sonríe...”
     Pero es acto seguido que viene lo bueno, pues la gente empieza a responder a los envíos, y toca responder (6to paso) a las respuestas. Arriban mensajes tan heterogéneos como la lista de direcciones. Algunos, con tal de no arriesgar opinión sobre los textos escuchados, comentan lo bien que el poeta quedó en las fotos (el rostro de Alberto Edel Morales mereció ya un affiche en una edición de la Feria Internacional del Libro que él vicedirigía con todo su cuerpo). Otros declaran lo bien ganado de su posición dentro de la historia de la poesía cubana: after Bonifacio Byrne, him.
Vienen entre esos mensajes las décimas que amigos entrañables como Waldo Leyva (tronco de poeta) y Alexis Díaz Pimienta (otro tronco de poeta) mandan disculpándose por no haber asistido. Y al leer esos poemas de ocasión, al degustarlos, Alberto Edel Morales comprende que los ecos de su lectura no pueden terminar así, y que es su deber como escritor y como funcionario implementar un 7mo paso: zumbarle las décimas a quienes ya recibieron fotos e invitaciones.
     ¿Qué importa lo agotado que estén sus corresponsales ni el número de computadoras atoradas por sus voluminosos envíos? Ahí les va más, ¡para que aprendan a ponerlo en las antologías!
     Después, una notica en Granma o Juventud Rebelde saluda el feliz hecho de su lectura pública,  y la notica da pie para un 8vo paso, nuevo envío.
     Papastamatiu, López Lemus y Manzano le prestan atención de críticos, y él forma con esas reseñas un lindo ramillete que le mete por los ojos (9no paso) a su público.
     La cosa (para resumir) puede seguir infinitamente. Ya a estas alturas Alberto Edel Morales es el Google de la poesía cubana, un buscador que sólo encuentra su nombre. Narcisista electrónico, lo lindo del caso es que cada una de las etapas de esta estrategia de autopublicidad es cometida en horario laboral, bajo sueldo de funcionario, atascando el servidor de un ministerio, desde una computadora con chapilla de medio básico, encendido el aire acondicionado de su despacho de director, utilizando para ello el trabajo de una secretaria...
     ¿Están al tanto de lo anterior sus superiores? ¿Campaña tan terrorista como mediática cuenta con el visto bueno de los jefes? ¿O es que arriba han concertado la aparición de nueva especie de escritor oficialista, un cambio de portaestardante en la comparsa de “El Alacrán”?
     Aprovechando el caso Elián, Alexis Díaz Pimienta, escritor de la misma generación a la cual pertenece Alberto Edel Morales, llegó a la televisión desde el anonimato. Lo cuenta él mismo en entrevista publicada en La Jiribilla: “A mí no me consideraban como escritor, ni siquiera como intelectual. Yo no existía a pesar de los premios que obtuve. El poeta menos antologado de mi generación soy yo”. Y luego: “¿Qué ha pasado? Que de momento del anonimato y el silencio, he salido no a la voz sino, a ¡la Voz! Con mayúscula, a las tribunas abiertas, a un espacio tan estigmatizante como la televisión”.
     Teresa Melo, poeta de esa misma generación, entendió que su camino pasaba por recorrer la isla de punta a cabo metida en una caravana oficial de poetas a la que llamaron “Estrella de Cuba” y relacionaron con José María Heredia. (Consiguió mucho menos televisión que Díaz Pimienta, hay que decirlo. Pero a su regreso varias publicaciones le han rendido honores de clásico vivo.)
     Y Alberto Edel Morales, que participó en los actos públicos de la campaña elianesca y viajó en la misma caravana poética que Teresa Melo, comprendió que la solución no estaba ya en berrear por un niño o patear la isla en pleno. Así que la emprendió con la bandera. Se envolvió en ella, y no resulta trabajoso aventurar a dónde apuntan sus maquinaciones: no parará hasta que Dulce María Loynaz dirija el Centro Cultural “Alberto Edel Morales”.


La lengua suelta no. 23

GCI: La escena del crimen
En el fallecimiento de Guillermo Cabrera Infante

Fermin Gabor

     Poco antes de entrar de lleno en el Libro de los Muertos, Guillermo Cabrera Infante tuvo a bien ocuparse de las auras cubanas. Miraba a la isla desde su exilio londinense y veía tiñosas. O mejor dicho, las tiñosas nativas se le acercaban: Roberto Fernández Retamar afirmaba en una entrevista que, no más muriese GCI, editarían su obra en La Habana. El director de Casa de las Américas aparecía en pantalla como una de esas tiñosas posadas en un poste a la espera del festín. (Cum grano salis: no hay que creer a GCI a pies juntillas. Aunque tampoco Fernández Retamar parece incapaz de aguardar en su poste.)
     Sabido es que muchas veces el cubano de Londres aludió a la prohibición que pesaba sobre su obra dentro de Cuba. GCI gustaba de afirmar cuán leído era en la isla, pese a todo. Y cifraba la cotización de sus libros en un número variable de latas de leche condensada. Tres, seis o diez latas ofrecían a cambio de libro suyo. En La Habana existía gente que prefería deleitarse con la descripción de La Estrella antes que darse un atracón de "fanguito".
     Acaecida la muerte de GCI, muchos de sus amigos trataron acerca de la censura. Y tanta insistencia en ese punto obligó a Daniel Fernández, director de la editorial "Letras Cubanas", a salirle al paso a los comentarios. En carta al director de El País, aseguró que las editoriales habaneras sí que intentaron publicar títulos del escritor exiliado, que llegaron a utilizar "la intermediación de algunos escritores que lo conocían y que viajaban a Londres por diversos motivos", y que fue GCI quien se mostró reacio a publicar en Cuba sus libros.
     De parecida diplomacia se había servido Roberto Fernández Retamar a la hora de conseguir los derechos de publicación de Jorge Luis Borges, y en su prólogo a la antología borgesiana (Casa de las Américas, La Habana, 1988) cuenta la visita que hiciera al cubil del reaccionario monstruo ciego.
     Fue en una tarde húmeda de septiembre en Buenos Aires y "la prensa había estado publicando con insistencia noticias sobre una supuesta enfermedad que aquejaba a Borges". ¿Qué mejor ocasión para una tiñosa? La Kodama le salió al teléfono y Fernández Retamar comenzó a madurarla con la recitación de algunos versos de Borges. Gracias a su memoria, a su labia y a esa voz engolada que Dios le dio, no tardó mucho en procurarse la cita y, ya en escena, tendió a la japonesa y al ciego el número que la revista dirigida por él dedicaba a Córtazar.
     Ahí mismo empezó a darle coba al viejo diciéndole que lo veía en la eternidad, y fluyeron más piropos por el estilo. Retamar sacó crédito de haber leído a Borges cuando pocos lo leían, antes de la fama. Y sólo después de un introito bien trabajado confesó su deseo de publicarle antología en Cuba.
     Esa tarde Borges también fue invitado a visitar La Habana (Fernández Retamar lo cuenta muy deprisa y, aunque ese gato no está en Scholem, a través del tiempo lo adivino), a lo que el cieguito maravilloso contestó que no sentía especial predilección por el comunismo aunque éste fuese doblado al idioma de Quevedo.
     Hasta aquí Buenos Aires, vámonos a Londres. Me pregunto quiénes habrán sido los intermediarios de la isla ante GCI. Y aventuro dos nombres: Senel Paz y Antón Arrufat, a los que en adelante llamaré agente Niñoaquél y agente Pequeñacosa.
     Tengo por cierto que el primero y su esposa, la documentalista Rebeca Chávez, visitaron en Londres a GCI y a Miriam Gómez. Recién estrenado el filme Fresa y chocolate, eran tiempos en que la estrella del joven escritor parecía en ascenso y GCI, que acostumbraba a no abrirle la puerta a residentes en la isla caribeña, hizo por esa vez una excepción. (Como tantos espectadores, debió leer en clave esperanzadora la historia que contaba el filme de Tomás Gutiérrez Alea.) La verdad es que, dejando fuera toda arisquez y engrifamiento, hasta Miriam Gómez se bajó con un postre casero, y hubo amistosería y larga conversada.
     ¿Fue entonces que el agente Niñoaquél ofreció a GCI publicar novela suya en La Habana? Con bastante probabilidad. E igual debió haber sucedido con el otro visitante.
     Todo lector de Mea Cuba sabe que el agente Pequeñacosa sale muy bien parado en esas páginas. Y con el mismo aplomo logra atravesar el Juicio Final en que consisten los últimos libros de Reinaldo Arenas. Al parecer, ninguno de los dos escritores exiliados pillaron a Pequeñacosa en su avatar de firmante de cartas contra colegas (su firma, una de las primeras en condenar a su amigo Manuel Díaz Martínez y a otros nueve escritores, ha aparecido luego en distintas cartas oficiales de repudio). Ni Arenas ni GCI percibieron al Pequeñacosa entregado a la cortesanía, integrante de séquitos, tracatán de ministros, dialogante con Chávez en Caracas.
     Tanto Niñoaquél como Pequeñacosa (y algún otro suplicante que se me escape) recogieron en Londres la misma contestación que Octavio Paz brindara, a mediados de los noventa, a una invitación a Casa de las Américas hecha por Roberto Fernández Retamar. El cablegrama, llegado desde México al despacho del director de Casa, contenía una sola sílaba, suerte de poema concretista: "NO".
     Nunca habló públicamente GCI de sus encuentros con emisarios caribes (al menos hasta donde sé), y tampoco se refirió a las peticiones que éstos le trajeran. Siguió, en cambio, atascado en su historia del trueque de leche condensada por libros. Y no dejó de considerar a sus libros bajo censura política. Si su Habana estaba fija en los finales de los cincuenta e inicios de los sesenta, su antiñangarismo también permanecía datado.
     ¿Por qué no contó lo de su negativa a ser publicado? En los últimos años (preciso es reconocerlo) los manejos de la cultura han sufrido cambios dentro de la isla. La caída del Muro de Berlín ha brindado impulso indudable a la cría artificial del manjuarí, y ya las editoriales estatales (no hay otras en Cuba) pueden aventurarse a publicar a un autor como GCI para hacer de tales ediciones trofeos deportivos o de guerra.
     El nacionalismo revolucionario pretende hablar en nombre de Cuba con toda la boca, con la boca llena. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las obras donde se produzcan", ha dicho el ministro de cultura Abel Prieto. Y luego abre nueva cancha en "Coppelia" al declarar: "Tenemos una línea de publicación de emigrados".
     Síguelo con moscatel, crema de vie y almendra...
     En la misiva del director de "Letras Cubanas" al director de El País se buscará en vano referencia a la censura anterior. Puesto que GCI no parece prohibido en la actualidad, nunca antes lo estuvo, y quien afirme lo contrario habla desde el encono y el resentimiento.
     La censura, que hace un tiempo abarcaba nombres, ha aprendido a hacer distinciones dentro de las obras. ¿Para qué tachar en pleno la obra de GCI cuando dos de sus mayores libros se ocupan de la Cuba prerrevolu y resultan perfectamente publicables? Lo que anteriormente fungía como censura, es ahora labor de antologadores. Frente a lo impublicable se enarbolan escrúpulos netamente literarios, como puede comprobarse en la entrevista que Abel Prieto ofreciera al diario argentino "Página12": "yo quería publicar Tres tristes tigres y La Habana para un Infante difunto, que son a mi juicio las que valen la pena de su obra". (Quien se encarga de decidir qué se publica parece ser el propio ministro, y las prohibiciones se embarajan con coartadas estéticas: qué vale o no la pena.)
     Ese mismo Daniel Fernández que alardea de haber querido publicar a GCI dentro de Cuba intentó hace dos años publicar al exiliado Lorenzo García Vega. Toda su poesía le pidió, pues la publicarían de inmediato. Facilitarían los trámites para que el autor asistiera a la presentación habanera de su libro, lo pondrían en contacto con sus lectores verdaderos. Empero, pronto se hicieron feas las cosas para tal edición, ya que autor y editor mostraban desacuerdo. García Vega comentó a Fernández que prefería reaparecer en Cuba con otro libro suyo, Los años de Orígenes. Y al viejo exiliado le cayó arriba la negativa venida desde La Habana. ¡Niek, niek, niek! Con gusto le publicarían el tal volumen pero, ¿cómo iban a sentirse los ancianitos Fina García Marruz y Cintio Vitier, seres de la más granada intelectualidad revolu, al ver publicado dentro de la isla páginas que los pone a ambos de vuelta y media?
     El editor siguió insistiendo en tomo de poesía, hacía lo posible para que no brotara lo peor suyo. No quería dar lugar al censor que lleva adentro, y acompañaba su petición de poemario con los retorcijones de un hombre-lobo que ve llenarse la luna.
     Al final no quedó otro remedio: Lorenzo García Vega resultaba imposible de publicar en Cuba. Con él no había posibilidad de diálogo y alguna vez, gracias al director de Letras Cubanas, podremos enterarnos de que fue el propio García Vega quien prohibió en su país natal la publicación de sus libros. (No hay que ser un psiquiatra soviético para darse cuenta de que Lorenzo García Vega padece de autocensura.)
     Tantos años de pelea debieron hacer perseverar a GCI en afirmaciones que eran ya (dado la nueva política cultural isleña) pura retórica. El cubano de Londres se repitió, envejeció en su polémica, abusó de la anécdota de la leche condensada. Y perdió oportunidad de denunciar las triquiñuelas de siempre bajo nuevo ropaje, el jueguito que le llevaron a Inglaterra los agentes Niñoaquél y Pequeñacosa. (GCI no supo, a diferencia de éste último, adaptarse a los nuevos tiempos: Pequeñacosa cuenta ya con olla arrocera.)
     El autor de Mea Cuba prefirió abonar la idea de que un libro suyo en manos de muchos lectores podía crear alguna conmoción política. Se aferró a esa leyenda de heroísmo intelectual. Y, como tantas de las que escribiera, se trataba de una exageración.
     No exenta de alguna base, of course. De lo contrario, las tiñosas cubanas no se desvelarían como antologadoras.

     Hasta aquí el examen del cadáver. Siguen algunas preguntas a las auras.

     ¿Por qué, pese a no constar causa pendiente contra él, pese a no estar prohibida su obra, prensa y televisión y radio de la isla callaron el deceso de GCI? (Únicamente La Jiribilla, de cara al exterior, brindó espacio a un periodista de Rebelión que lo juzgó renegador de su país, y a Lisandro Otero, quien ha envidiado a GCI desde chiquito.)
     Y para concluir, una pregunta alejada del caso en cuestión. Si tampoco se encuentra bajo prohibición el trabajo de la escritora estadounidense Susan Sontag, ¿por qué fue silenciada en Cuba la noticia de su fallecimiento? ¿Es que tampoco ella quiso ser publicada por Daniel García?

     "¡No valen la pena!", parece ser la nueva excusa habanera mientras arden los libros.


La lengua suelta no. 22

De la balsa al barco negrero: apuntes para una historia cubana de la navegación forzada

Fermin Gabor

      Ya que en Cuba los escritores negros no pueden tener revista propia (tampoco los  homosexuales, los albinos o cualesquiera que intenten agruparse voluntariamente), a los editores de esa publicación de todos que es La Gaceta de Cuba se les ha ocurrido dedicar su último número al tema de la raza, del racismo, de la negritud o como quieran ustedes rotularlo.
     Con este fin invitaron a un editor negro, lo dejaron creerse a cargo de la empresa y antes de que culminara su trabajo le impusieron capataz: una nota preliminar avisa que Arturo Arango, jefe de redacción de la revista, ojizarco y rubiancucho, “acompaña” a Roberto Zurbano en “la etapa final del trabajo”.
     Nación, raza y cultura, noticia la portada. Sólo el primero de esos términos es inicializado con mayúscula, al segundo el diseñador decidió invertirle una letra. “Nación, reza y cultura”, podría decir entonces la portada. Y, acusado de portar identificación dudosa, Raza o Reza viaja en el asiento trasero de un carro fiana. Va apretado entre dos policías, Nación y Cultura.
Quien hojee el más reciente número de La Gaceta dará con obra de poetas negros (ningún poema de Nancy Morejón, lo cual agradecemos no ya a Arango y Zurbano, sino a Arango y Parreño), cuentos y fragmentos de novelas de narradores negros, y un homenaje al dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa (hermosa su entrevista llena de nombres novelescos: Sixta Armenteros, Petronila Oxamendi). Pero me atrevo a suponer que son las reflexiones acerca de ser negro en Cuba hoy las que el lector procurará con mayor curiosidad.
     A juicio de varios contribuyentes, mucho cambiaron las condiciones de vida de la población negra cubana a partir de 1959. Refiriéndose a la Revolu, Eugenio Hernández Espinosa habla de “un proceso como el nuestro, cuya esencia es la vanguardia del pensamiento contemporáneo”. Lázara Menéndez reconoce: “Resulta indiscutible que el ser negro por opción política ha sido una alternativa para la población cubana desde 1959...” Y en la página final Roberto Zurbano se refiere a “los esfuerzos emancipatorios de nuestro proyecto social”.
     No sé qué entenderá Hernández Espinosa por vanguardia, pensamiento, contemporaneidad o esencia. Ni alcanzo a comprender qué significa alternativa en Menéndez y emancipación en Zurbano. Pero, ¿acaso me había creído yo que iban a dejar entrar negros en La Gaceta sin que éstos pagasen peaje? Claro que en algún momento estaban abocados a escribir acerca de la fiesta innombrable, de la sabrosura misma que es Cuba. Las comparsas del Alacrán y las Bolleras hacen sus evoluciones frente a la tribuna con tal de no ser acusadas de apalencamiento.
     Mejor fijarse entonces en cómo esos mismos autores dejan caer aquí y allá, como quien no quiere la cosa, sus alcayatas perfumadas. Ved cómo soplan sus polvos y con disimulo esparcen los granos de pimienta que armarán salación y fajatiña.  
     Así, Lázara Menéndez afirma que de “algunos textos y de los criterios científicos y sociales que se emiten en diferentes ocasiones” es posible extraer los siguientes indicadores  actuales para los negros cubanos: “viven en las peores condiciones habitacionales y su ubicación es en áreas deprimidas y populares; reciben menos remesas; tienen menos acceso a los sectores emergentes; son pocos los negros en las universidades y pocos los estudiantes negros en el Instituto Preuniversitario “Lenin”; son menos aceptados como vecinos y amigos; sus ingresos dependen de sus esfuerzos personales más que de un salario”.
     O se lee en texto de Alejandro de la Fuente: “En estas condiciones ya no es posible afirmar, como se hacía hace unos años, que el racismo es una herencia colonial inerte, un rezago del pasado en vías de desaparición. La experiencia de los últimos diez o doce años demuestra que se trata de un fenómeno vivo y floreciente entre nosotros. Ahora falta que podamos tener un debate nacional serio sobre el tema...”
     (Se le acabó el mambo fácil a la Nancy Morejón. Basta ya de escribir poemas de esclava, de testimoniar por su bisabuela, de hablar por la criadita. Si de verdad quiere dárselas de negra que salga de Roble de olor y se hip-hopice, que dedique un pensamiento a quienes la policía acosa con  peticiones de documentación.)
     Este número de La Gaceta de Cuba descree del debate tal como ha sido llevado hasta ahora. “La reflexión se empantana en pequeños salones semivacíos, entre raptos emocionales y verdades a medio camino, que son escamoteadas –casi chantajeadas- por la tensión que produce lanzar el tema al ruedo público”, Roberto Zurbano dixit.
     Y es que a cada intento de reflexión termina por apoderarse del micrófono el compañero encargado de poner límites, agrimensor de las discusiones. Leáse en este rol al maestro Fernando Martínez Heredia: “Al cabo de media vida, saco al menos dos lecciones: una, la solución de todo gran problema social siempre es mucho más compleja de lo que uno cree; la otra, tenemos que trabajar y luchar siempre, aquí y sólo aquí, en esta tierra nuestra, la que hoy es lo que hemos sido capaces de lograr que sea, y sólo será lo que nosotros la obliguemos a llegar a ser”.
     Aspirante a la longevidad como él mismo se supone, ¡a qué grandes abismos pensamentales se abocará Martínez Heredia en otros sesenta y seis años de sostenida cogitación!
     Entretanto, pasemos al meollo: buenas como estaban las cosas para los niches cubanos after 1959, ¿cómo es que alcanzan hoy tan pésimo cariz? Triunfó la Revoltosa, el mulato Guillén escribió su poema-declaración donde las playas son de todos y cualquiera en Cuba puede disponer de pieza de hotel y, sin más, Revoltosa mediante, los negros tienen hoy prohibido acercarse a las habitaciones aireacondicionadas, impedido el paso a los vestíbulos de hotel. En cambio, las disposiciones oficiales sí que permiten a los blancos nativos entrar a esas habitaciones (siempre que sea en figura de camarero del room service o botones o mucama.) Y hace tan sólo unas semanas un salón de artes plásticas celebrado en La Habana expuso un video de José Toirac donde el poema de Guillén era recitado en lenguaje para sordomudos.  
     ¿Qué pasó? ¿Cuál han sido las razones para tales cambios? Al menos dos de los ensayistas convocados, Lázara Ménendez y Alejandro de la Fuente, coinciden en señalar el poco acceso de la población negra a las remesas de dólares del exilio. (De la Fuente cita una causa más: la discriminación racial en los empleadores de la industria turística.) Así pues, los burgueses vencidos hilan la desdicha de los negros en la isla, todavía consiguen dictar prohibiciones para la gente de color... Los salidos forzosamente en balsas tienen a menos ayudar a los tataranietos de aquéllos que llegaron al país también forzosamente...
     Con razonamiento semejante podría achacarse la decadencia del Imperio Español a los árabes y judíos echados de la península. O tal vez se trata de un rodeo mediante el cual unos autores imposibilitados de hablar claro denuncian la política económica del gobierno cubano.
     Cualquiera que sea el motivo de la causalidad apuntada, no hace más que seguir al pie de la letra la lección segunda enunciada por Fernando Martínez Heredia: “trabajar y luchar siempre, aquí y sólo aquí”. Pues la voluntad de tornillo (o de avioneta cayendo en barreno) apreciable en la frase anterior exige el vertimiento de culpas fuera del territorio nacional.
     Después de media vida dedicada al pensamiento incesante, el maestro Martínez Heredia recomienda la receta mejor para encarar nuestras dificultades: se toma el problema más lindo y más gordo, y se le deja a disposición de la corriente del Golfo. La suya es filosofía resumible en juego de niños: a la pregunta por una candelita, el índice ha de apuntar lo más lejos posible, mientras se afirma haber fumado por allá. De manera que todo problema a debatir pueda remitirse genealógicamente hasta el embargo norteamericano. O bloqueo, para hablar en ñángara.
     Si es preciso definir las causas del racismo imperante en Cuba, culpad de ello a la gusanera. Son morralla, son escoria, son subnegros, son apátridas. La culpa del totí la tiene el gusano.
     Creo imaginar el orgullo que sentirán los editores de La Gaceta de Cuba, cumplida ya su maniobra de escurrir el bulto del que debían ocuparse. Y calculo que no estará lejos número o dossier de esa revista dedicado a razonar la falta de altruismo que el exilio cubano muestra hacia los negros de la isla. Lo cual me hace temblar, pues bastante tarea pendiente tengo ya con el par de lecciones de Martínez Heredia para que venga otro maestro a endilgarme las suyas. Y hablo, of course, de ese infatigable Summer Welles entre la isla y el exilio que responde al nombre de Ambrosio Fornet.
¡Solavaya!, grito al búho de Minerva.



La lengua suelta no. 21

¡Vámonos con Noam Chomsky!
Otro año de Feria del Libro en La Habana

Fermin Gabor

      Era la semana de receso escolar, todas las fieras estaban libres de colegio y decidieron poner en asedio a la fortaleza de La Cabaña. Aquéllo (había que verlo) era la Cruzada de los Niños.   Indudablemente resultó bien calculada la coincidencia de la pausa pedagógica con la celebración de la feria del libro en La Habana, pues cualquier anfitrión sabe que cuando flaquea una fiesta lo mejor es invitar a las hormigas.
     Y es que este año (edición decimocuarta de la feria) se echaba a ver la falta de dulces y de saladitos. Sobraba el ron peleón, si por ese alcohol entendemos la profusión de libros de una sola tendencia de pensamiento político, que deja en quien lo bebe resaca bien difícil de tratar.
     Febrero es el mes de los mejores cielos en La Habana, y es también el mes de los libros. Millones de ejemplares y centenares de títulos se ponen a volar en el cielo de febrero (abundan los papalotes empinados desde los fosos de la fortaleza), y es preciso entonces aprovechar la ocasión. Pasa con los libros lo mismo que con el pescado del tercer grupo o las almohadillas sanitarias para doncellas: cuando aparecen hay que correr a comprar.
     Porque luego sobrevendrá la sequía hasta el próximo febrero, y ni siquiera con dinero enviado desde Miami podrá hallarse en La Habana título que valga una lectura.
     Salvo febrero de feria, las librerías cubanas viven el año en tiempo muerto. Pero no vaya a creerse que el mes de gracia produce mucha azúcar. Literariamente hablando, en la feria  puede hallarse su clásico (Machado de Assis, reeditado), su extranjero contemporáneo (Juan Madrid o Thiago de Mello, dos infumables), los isleños de obligación, y algún que otro exiliado que vuelve por unos días, para congraciarse con las autoridades en la mayoría de los casos.
     The rest, ojalá que silencio, hace el mayor volumen de las publicaciones y corresponde a títulos que podrían tomarse por transcripciones de las mesas redondas de cada tarde en televisión.
     Noam Chomsky se asombró en una jornada de esta feria de que, acompañándole en su recorrido altas figuras del gobierno cubano, el grupo no se viera obligado a portar guardaespaldas. Según él, un jerarca taíno podía pasearse en confianza, sin miedos ni problemas, entre el público lector que abarrotaba el sitio.
     “Que te crees tú éso, viejito”, pensó la niña de ocho años que compraba un libro de colorear a unos pasos del intelectual estadounidense.
     Mirdalia Valdés Albarrán es, desde hace un par de años, la mejor agente infantil de la policía secreta cubana. Sin saberlo él, Noam Chomsky (Old Man and the Sea para los encargados de esa operación) se encontraba rodeado por muy jóvenes segurosos. Sindo Valcárcel Rabí, pionero de nueve años, hacía como que empinaba una chiringa. Laritza Jardines Román, once años de edad y ya teniente, sorbía una Najita mientras cuidaba a la mayimbería. Y el agente Javier Emeraldo Montes de Oca (Tigre Juan como nombre de guerra) pasaba por padre de Arisdalys Vega Arán, chivatica estudiante de tercer grado.
     Crítico de la política estadounidense y (tal vez) buen conocedor de ella, al tratar de problemas mundiales Noam Chomsky ha dado muestras de lo corto de su entendimiento. Recuérdese si no cómo, a fines de los setenta, él desmintió las primeras noticias dadas por The New York Times acerca de las masacres en Kampuchea. Puras invenciones de ese diario, afirmaba, groseras maquinaciones anticomunistas. Todo para que luego le cayeran arriba (en documental y en fotografías) pirámides de calaveras y restos humanos fabricados por el régimen de Pol Pot.
     Sin guardaespaldas se paseaba la española Belén Gopegui. Con melena a la Sontag (pero sólo, ay, la melena), viajó a La Habana para la presentación de la edición cubana de su novela El lado frío de la almohada, publicada con prólogo (aquí al que no le dan guardaespaldas le imponen prologuista) del actual presidente del Instituto Cubano del Libro, quien ha dado en esas páginas su primera batalla como escritor.
     Otro que pudo estrenarse literariamente fue el cantautor Amaury Pérez Vidal, hijo de la finada Consuelito Vidal y durante buen tiempo director artístico de las tribunas abiertas antimperialistas. (Pérez Vidal ha escrito algunas de las líneas más enigmáticas de la música cubana. Como éstas: “Porque un amigo / es un amigo / hasta tanto no te muestre lo contrario”.)
     Volvió de su puesto de embajadora cubana ante la UNESCO Soledad Cruz. Con poemario, eh. (Para quien no la conozca, Soledad Cruz fue, desde las páginas del diario Juventud Rebelde, la Pedro de la Hoz de los ochenta, igual que éste empecinada en meter jocico lo mismo en un concierto de la Sinfónica, en la telenovela de turno, en el estreno fílmico o en un libro.) (Para quien la tenga ya por conocida, vaya perla de su estancia parisina: deseosa de demostrar su intimidad con Beethoven, en el intermedio de un concierto la embajadora Cruz confesó a embajadores de otros países que la música del sordo tenía en ella la facultad de pararle los pelos... del pubis.)
     A esta edición de la feria, dedicada a Brasil, las editoriales brasileñas trajeron libros espléndidos. En generoso gesto, los donaron a instituciones cubanas. No vendieron ni un ejemplar y ahora esos volúmenes formarán parte del decorado por el que se pasea el director de la Biblioteca Nacional, doctor Eliades Acosta. U otro sesudo director, Roberto Fernández Retamar. (Su último título, Cuba defendida, se mosqueaba de lo lindo en los estantes de La Cabaña.)
     Editores de varias nacionalidades ofertaron muy poca obra de interés. Recorridas todas las celdas de la vetusta fortaleza, a uno le entraban ganas de variarle la palabra a Noam Chomsky para asombrarse de que, con dinero en los bosillos, pudiera dejarse atrás y sin compra alguna feria tan visitada, tan magnífica y tan grande.

“Pues será el próximo febrero”, me consoló un amigo que salía, como yo, decepcionado.
Pero, ¿es que no sabía él a quiénes dedicarían la del 2006?
“Como país, a Venezuela”, le informé.
“¿Y a cuál autor del patio?”, preguntó ya con voz temblorosa.
“Ángel Augier. Nancy Morejón.”
Cada uno de esos nombres sonó como un martillazo en el ataúd de la literatura.
“Oye”, se interesó de pronto, “¿tú compraste el libro de cuentos de Amaury Pérez Vidal?”
Le respondí que no.
“Yo tampoco.”
 Con muestras de gran desasosiego, me pidió que volviéramos atrás.
“¿Otra vez a la feria?”
“Es que, ¿tú sabes?, pensándolo bien, habría que ver, a lo mejor no son tan malos los cuentos de ese tipo.”
 

La lengua suelta no. 20

Donde Monseñor suspira por el Teatro Shanghai

Fermin Gabor

     “Los que ya han visto la actual puesta en escena habanera de La loca de Chaillot, ¿acaso no repararon en las evidentes analogías entre muchas de las fotografías de las prisiones irakíes y las escenas de sexo pretendidamente ‘cómicas a lo postmoderno’ que vimos sobre la escena del Teatro Trianón?”
     La pregunta, valiente despropósito, se la hace Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en un reciente número de la revista católica habanera Palabra Nueva a propósito de la puesta de Carlos Díaz y la compañía El Público. Los escrúpulos que siente todo padre católico frente a lo sexual permiten forzar esa comparación entre gente torturada a punta de pistola y actores que representan. (Ya se sabe que los curas oyen las emisiones del Mal en banda ancha.)
     A juzgar por las enumeraciones de su reseña, Monseñor Céspedes ha sido un habitual del teatro cubano a lo largo de décadas. Es capaz de recordar la visita a La Habana de Louis Jouvet (“hasta podría aventurar el nombre de la compañera de la Universidad que me acompañaba esa noche en el teatro”), un Camus por Adolfo de Luis, la Mariana Pineda de Roberto Blanco, y diversas puestas de los hermanos Revuelta, Berta Martínez, Carucha Camejo, Victor Varela...  
     Nuestro prelado declara además la amistad que lo une a Carlos Díaz, cuyo trabajo conoce desde las primeras obras. “Se nos reveló a todos como un director talentoso y sumamente prometedor”, recuerda. “Sin embargo, poco a poco lo hemos visto derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras propias de la antiestética de la Postmodernidad.” Así, no fueron de su agrado las versiones que hiciera Díaz del Calígula de Camus y de La Celestina. Y, si entonces prefirió callar, ahora dedica catorce páginas a criticar su disgusto tercero. Porque “a la malignidad de la antiestética postmoderna”, tales puestas suman travestismo y pornografía.
     No vaya a pensarse que el ensotanado crítico niega de plano las virtudes dramáticas de un actor metido en traje femenino. Su reseña cita como salvedades al Cherubino mozartiano o al Octavian de El Caballero de la Rosa.
     Tampoco Monseñor ve con malos ojos alguna desnudez, siempre que ésta tenga utilidad dentro de la obra. Critica, en cambio, “la grosería gestual” y el “desnudo insolente” no integrados en la trama, gratuitos. Llega, al respecto, a especificaciones que un maestro de escena debería no perder de vista: frente a esos hombres y mujeres revolcados por el suelo “haciendo vida sexual, no al modo humano, sino al de los perritos y los gatitos en celo”, defiende la posición del misionero.
     A juicio de Monseñor la pornografía pertenece al ámbito de las proposiciones éticamente incontestables, junto a la mentira, la antropofagia y los sacrificios humanos. Por tanto, Carlos Díaz ha fabricado con la obra de Jean Giraudoux algo próximo al canibalismo y la crucifixión.
     Contrario al crítico de marras (aunque sin su bagaje como espectador de teatro), pienso que los desnudos sí que encontraban justificación en Calígula y en La Celestina. Porque la decadencia del emperador y la zurcidera de himen, ambos, ameritaban apeñuncamientos de gaticos y perritos, de perritos con gaticos y viceversa.
     Claro está, correspondía al director esfuminar esas acrobacias a favor del diálogo. Y es en este punto donde falla Carlos Díaz. Cuando, lleno de intuiciones para enfrentar lo coreográfico, parece descreer de la palabra. Entonces no se fía de lo que pueda alcanzarse en una conversación, y por ello fue un fracaso estrepitoso el Chéjov que intentara, ya que los aspavientos habaneros están en las antípodas del maestro ruso.
     Creo que las últimas puestas de El Público no hacen más que mostrar la degradación a que han llegado en la actualidad cubana los discursos, sea cual sea el tema que traten. Las palabras suenan como teque, muela, didactismo, retórica, y se vuelve imprescindible llenar la escena con acontecimiento más rotundo que el más rotundo diálogo. ¿Qué mejor pretexto entonces que un cuerpo lo más crudito posible o un enigma sexual de difícil desentrañamiento?
     De poco valen en caso así las excelencias del texto dramático: será tirado a mondongo. Toda la vigilancia del director se concentrará en lo coreográfico y olvidará lo que los actores dicen y el modo en que lo sueltan.
     Más allá de las objeciones monseñoriales, considero que la exhibición porque sí de un par de nalgas estropea por ser enfásis espurio, pero en su lugar podría aparecer un elefante y no dejaría de obtenerse igual efecto.
     Absorto el público ante el señuelo falso, los parlamentos se le fugan. Así pues, esa pornografía resulta criticable no por lo que enseña, sino por lo que disimula y oculta. Y casi siempre que el escenario es recorrido por un cuerpo desnudo en algún otro rincón cometen fechorías con el texto.
Sodomizan al texto en postura de gatitos o perritos. Le vuelan el cartucho, le dan tafia.
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal termina su crítica con el recuerdo (no sabemos si personal) de los espectáculos pornográficos del desaparecido teatro Shanghai. “Pero aquello podía ser divertido”, sopesa, “y nadie se lo tomaba en serio, mientras que las obras de El Público sí se toman en serio y hasta reciben subvenciones de instituciones extranjeras”.
Disgustado por lo que contemplara en una función, más que soltar su ira pide que suelten a los perros. (No en balde alude a las atrocidades del ejército de ocupación estadounidense y a subvenciones extranjeras.) Concluye su extensa reseña con este llamado a las autoridades políticas cubanas: “Me gustaría mucho que los responsables culturales del País abran bien los ojos y, sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.”
     (Uno lee la frase y, ¡pá su escopeta!, quiere estar lo más lejos posible de la amistad de ese cura. Solavaya, porque si trata así a su amigo Carlos Díaz, qué no deparará a desconocido o enemigo.)
Falto de Inquisición que se haga cargo, Monseñor procura compinchería en iglesia más vigente, y llama al brazo seglar que persigue. De poco valen sus precauciones acerca del ánimo y la conciencia oficial que deberán reinar en esta nueva cruzada: a un dragón no se le piden gentilezas. Y, dada la candidez de quien supone en Cuba entorno humano que no dependa de las autoridades, cabría encargarle al sastre de El Público traje adecuado para Monseñor Céspedes: la sotana con babero.
     Podría suponerse que su poca experiencia como reseñista no le deja ver claro la misión de la crítica de arte. Que es influir en el artista en discusión y en el público interesado, no clamar por los políticos. (Metidos en el juego crítico y criticado, cualquier llamado a figura mayor que monitoree, ha de considerarse como chivatería.)
     Que quepan en las páginas de una revista católica melindrosidades frente al sexo resulta perfectamente comprensible. Sorprende, en cambio, que desde ellas se pida más intervención del estado en la cultura, con todo lo que esa intervención supone y ha supuesto. ¿O acaso Monseñor Céspedes procura que sus fieles, los asistentes al “Trianón” y la compañía de actores sean invitados a picnic en un campamento militar de apoyo a la producción? (Cuidadito, que el tiro al travesti no tarda en considerar dentro de sus blancos a cualquiera con sotana.)
     En verdad, en verdad os digo que los caminos del Señor son indescifrables. ¡Oh, pobres pecadores, imaginad entonces los de uno de sus ministros en la tierra! ¡Y más aún: imaginad que ese ministro mora en Cuba y atraviesa este valle de lágrimas hasta arribar al seno de Abraham!
Soy incapaz de calibrar cuán bien escuchado pueda ser Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en el reino de los cielos; menos aún alcanzo a suponer cuánto lo oyen en el Consejo Nacional de las Artes Escénicas o el Ministerio de Cultura. Pero lo cierto es que, poco después de la publicación de su reseña, por azar o castigo de Dios o del Estado, la vieja maquinaria de aire acondicionado del “Trianon” decidió rendir viaje, cantó el manisero.
     Reunidos por este motivo funcionarios sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, dictaron sentencia definitiva: abocados a sustitución obligatoria del equipo, uno nuevo saldría extremadamente caro, ya imposible. Se hacía inevitable el cierre de la sala. De lo contrario, el desnudo cundiría también en el lunetario del “Trianón”.
     Se acabó pues La loca de Chaillot y no hay que ser un Rubiera para pronosticar lo que sigue. De empeñarse suficientemente los burócratas, La Habana perderá un teatro más y quizás también una de sus mayores compañías teatrales. El infatigable Carlos Díaz perderá su ritmo de trabajo.  
De ocurrir todo esto, me gustaría dejar claro que entre los enterradores hubo un cura.


La lengua suelta no. 19

¡GOOOOOL de Leonardo Padura!

El escritor revela las leyes de su fútbol

Fermin Gabor

     Mario Conde, el investigador protagonista de las novelas de Leonardo Padura, lo tiene siempre fácil. A diferencia de otros detectives, él no opera a contracorriente, no opera solo. Multitud de chivatones de comités de defensa lo esperan para prestarle ayuda. Hasta los niños de la guardia pioneril le entregan pistas. Y el teniente Conde no tiene más que entrevistarse con las autoridades políticas de la cuadra donde fue cometido crimen o desfalco para que los misterios comiencen a aclararse.
     Conde tiene también de parte suya a todo el cuerpo de polícias del país. Y, a la vista de esta correlación de fuerzas, lo que asombra en esas novelas no es que el problema llegue a ser resuelto, sino que haya existido alguna vez. Porque guardias pioneriles y cederistas, autoridades de las cuadras y pululantes uniformados deberían negarle espacio a la delincuencia. E igual que Tom Cruise en Minority Report, en lugar de investigar el crimen (cosa fácil) el teniente Conde debería evitar que éste se cometiera.
     Su existencia es, me temo, aburrida. Si no fuera por algunos achaques de salud (de no conservar las gabardinas de otros se hereda la úlcera estomacal y el mal sabor de los amaneceres), Mario Conde tendría bien poco de qué ocuparse. Suerte que, con el fin de prestar alguna tensión, de vez en cuando lo asalta una punzada estomacal o el recuerdo de algún viejo amor.
     Ulceroso y sentimental, el resto es pan comido. Pone en su trabajo el mismo esfuerzo de una secretaria al rellenar planilla, pues las novelas policiales de Leonardo Padura son mortalmente burocráticas.
     Nada de la chispa que prendiera el caballero Auguste Dupin parece brincar en las grises dependencias donde el teniente Conde ejecuta sus ritos. Guiada la investigación por un manual de pasos rigurosamente estipulados, auxiliada por legos que dan el chivatazo y la pista y hasta el grito de ataja, no existe improvisación, no hay jazz alguno. El discurso del método ha sido acuñado por los superiores y hasta los delincuentes se mueven como burócratas.
     No consiguen asaltar a Conde las sorpresas que asaltaban a un Marlowe o a un Spade (Dupin no salía de sus habitaciones): nadie le pegará con la culata de un revólver hasta hacerle perder la consciencia y meter blanco o hueco en la ilación de hechos que llevaba. Y es una lástima que tampoco se brinde algo de pugna entre departamentos, de competencia entre investigadores, de malas relaciones entre jefes y subordinados o, más cenagoso el caso, ciertas corrupciones de la policía.
     Nada de eso. Un cuerpo honesto de investigadores entre los que se cuenta el teniente Mario Conde realiza su trabajo limpiamente, sin chanchullos ni envidieta. Viven entre ellos en armonía preestablecida. Mientras tanto, el autor de esos libros sí que lidia con el azar y el destino: gracias a una entrevista ofrecida por él al Diario Vasco podemos asomarnos a su verdadera historia policial, la inescrita. Que es también la historia policial de todos los que escriben en la isla, traten o no sus libros de delitos y crímenes.
     Nunca antes (que sepamos) se había hecho público el contrato imperante entre escritores y autoridades políticas en Cuba, secreto mayor de los literatos isleños. Nunca antes escritor residente en la isla, y por tanto expuesto su trabajo a censura oficial, había declarado cuánto sacrificaba para ver publicados sus libros.
     Editado en una de las más importantes casas españolas, traducido a varios idiomas y publicado (con esos mismos títulos) dentro de su país, Leonardo Padura es un autor de éxito. Algunas autoridades de la isla no ven con buenos ojos sus libros, reconoce. Pero la censura oficial no ha cambiado ni una sola palabra en sus textos, y cuatro de sus seis novelas han sido elegidas como libros del año en La Habana.
     Lograr milagro así en un panorama donde según él mismo los escritores incómodos resultan marginados, presupone un muy delicado planeamiento. Es necesario adelantarse al censor y borrar, no las huellas del escenario del crimen, sino el crimen mismo. (Tal vez por ello sus novelas resultan soporíferas: el único crimen lo ha cometido el autor: asesinato por autocensura.)
     Padura confiesa imponerse determinados límites a la hora de ejercer la crítica social y justifica sus maniobras con un ejemplo deportivo: en un partido lo importante es colar gol. Es preciso, pues, ajustarse a las reglas del juego, "tratar de burlar las defensas, ser habilidoso para poder buscar la mejor posición desde la cual tirar y anotar el gol que vale". (Me gustaría, sin alejarnos de lo deportivo, transformar el ejemplo en otra clase de juego. En este otro fútbol que propongo hay también que ajustarse a las reglas, sólo que éstas no han sido estipuladas por autoridades políticas, sino por autoridades literarias, incluido el propio creador.)
     Padura juega en relativa conformidad el fútbol de los comisarios. Para él no existe otro juego, ni resulta posible discutir las reglas de ése. "La vida en Cuba, a pesar de todas las dificultades, es mejor en muchos sentidos de lo que pudo haber sido en otras épocas", sostiene. Vive, pues, en la mejor de las Cubas posibles. Lástima que en su entrevista no nos aclare cuáles son esos "muchos sentidos".
     "Yo no me imagino viviendo fuera de Cuba", afirma. Tiene "una relación sanguínea, ni siquiera intelectual" con su casa, su barrio, su país de nacimiento. Y se muestra capaz, con tal de conservarla, de malversar su relación con el trabajo. Vistas así las cosas, podrá considerársele morador privilegiado, vecino intachable, hijo emérito de Mantilla, cubano cien por ciento. Todo menos escritor con vergüenza.
     Más aún cuando leemos esta otra razón para no marcharse al exilio: "mi literatura surge de esa relación que tengo con la realidad cubana. En Cuba, la literatura tiene todavía esa función social, esa capacidad de influir y actuar sobre los demás".
     Varias son las hipótesis que despierta la frase anterior. ¿Cuál es esa relación insustituible que tiene Leonardo Padura con la realidad cubana? ¿La de verlo todo o casi todo para callar mucho? ¿Sus trabajos de premeditación donde calcula cada detenimiento del comisario de turno y tacha para no complicarse la vida (o anotar un gol, tal como él considera)? Si no se larga a vivir al extranjero es debido al influjo que consigue sobre sus lectores, a su incidencia en la sociedad civil cubana, a la agitación social despertada por sus libros.
     ¡Alardes de inválido! Lo único que consiguen esas novelas suyas es extender entre la gente el miedo a la autoridad, contagiar a los lectores el temor de quien escribe (si mi escaso italiano no me falla, Paúra significa miedo). Menos policiales que de horror, la sombra del censor y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de autocastigo.
     Siente, según la entrevista aparecida en el Diario Vasco, el orgullo enorme de que sus obras puedan leerse ahora dentro de Cuba. Apostador de poca monta, sacrifica la duración de su obra por ese triunfalismo del presente. Prefiere jugar el fútbol de los mandamases a practicar la ética del escritor.
     No es el único, que conste. Pero ha sido el primero en declarar las leyes de un juego que comparte con tantísima gente. Y las cosas, luego de esta entrevista suya, no van a ser las mismas. Ahora cualquier reunión intelectual puede tomarse por peña de tahúres. Lo era ya desde antes, pero entonces el truco se mantenía encubierto.


La lengua suelta no. 18

Qué raro que me llame Federico

 Fermin Gabor

Dónde estábamos? Ah, ya. En el momento en que, con el título Anónimos, Arturo Arango publicaba en La Gaceta de Cuba (julio-agosto 2004) artículo donde intentaba meterle coco al fenómeno de las columnas de autoría encubierta que, según noticias suyas, empiezan a pulular.
     Algo menos repugnantes que los virus informáticos, críticas literarias y de costumbres gremiales llegan a las pantallas de nuestras computadoras bajo nombres falsos. Creo, opuestamente a Arango, que rara vez sin nombre. Por lo que su artículo debió llamarse Seudónimos. (El seudónimo tiene linaje literario y el anónimo tradición de chantaje.)
     Pero más allá de la inconveniencia del título, resulta muy loable su empeño de juntar señales e intentar extraer de ellas alguna moraleja. Lástima, empero, que a ese intento no lo acompañe una recta inteligencia. Lástima que la flecha se le pierda en el camino al blanco.
     Y no podía ocurrir de otro modo cuando parte de presupuesto tan falso como el suyo: las polémicas literarias anidan gustosamente en las revistas de la isla. Y no podía ser menos cuando empuja al lector hacia causalidades descabelladas: tales mensajes encapuchados promueven el chisme de pasillo y restan ímpetu a lo que pudiera convertirse en crítica publicada. (Si tal como asegura él los mensajitos constituyen una moda reciente, el chisme de pasillo es anterior a la fundición de los cimientos de la casona de 17 y H).
     Sin embargo, lo más falso de Anónimos es el aire de apoliticismo que el autor aparenta. (Que la política salte luego a la yugular de muchas de sus oraciones resultaba esperable, pues ya se sabe cuán incivil puede ser el comportamiento de lo reprimido siempre que retorna.)
     Arturo Arango conocía de antemano lo político del asunto. Según palabras suyas, en esas críticas de nombres encubiertos “se descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su simpatía con la revolución”.
     Para pensamiento como el suyo la política “es un campo dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego literario”. Y pretende luego citar con propiedad a Barthes y a Foucault, para que no nos quepa duda de que en su vida ha leído a esos monsiús. Pues una sola incursión por obras de esos franceses le habría enseñado que las reglas son las mismas para el juego político y el literario. (¿Por qué en sus palabras la política es campo y la literatura juego? ¿Por lo minado del primero?).
     Arturo Arango no quiere que se le vea como censor de lo que estudia. Incluso en varios puntos admite alguna simpatía por lo que los mensajes X traen, y es plausible entender su perorata como la del voyeur que abjura públicamente de la pornografía. (Lo imagino empedernido lector de chanchullos y asiduo comentarista de pasillo.) Pero que no venga a engañarnos su aire modosito: Anónimos resulta una cerrada defensa de las instituciones gubernamentales cubanas.
     Declara para ello la libertad de movimientos existente dentro de las publicaciones de la isla y arremete con disimulo contra quienes las evitan y emprenden alternancias. Arango se adelanta en unos meses a medidas estatales que ya han sido pronosticadas para fines de año: la batalla contra los trabajadores por cuenta propia.

     Anónimos carga contra el cuentapropismo de la crítica literaria. Procura meter toda forma de vida en el corral del Estado, para que cada niek suene definitivo, inapelable. Para volver a los poderes ommnímodos de los setenta.
     Su autor desaprueba la batalla plantada por un seudónimo ya que resulta una pérdida de tiempo para la polémica. ¿De qué modo responder a una ficción, a una fantasmagoría?, pregunta. Y cita en su artículo a dos de esas ficciones: Leopoldo Ávila y Fermín Gabor. Confiesa que lo elusivo de esta clase de criaturas puede verse bien en el caso del primero, que escapó sin que nadie contestara a sus ataques.
     Es en este punto donde las carcajadas de José Antonio Portuondo o quienquiera que haya sido Leopoldo Ávila desmienten el remedo de posibilidad histórica con que intenta embutirnos Arturo Arango. Pues incluso desprovisto de seudónimo Portuondo (o quienquiera que haya sido) hubiese resultado inexpugnable. Publicadas sus columnas en la revista Verde Olivo tenía a su favor la flotilla de tanques del Ejército Central. Por no hablar de un carné del partido.
     ¿Luis Pavón y Joaquín G. Santana son seudónimos? Tal vez Arturo Arango deba, aunque sin meterse en política, aclararnos por qué este par de veros nominales va a marcharse sin cocotazo suyo o de otros. Ha de explicarnos también la inmunidad en la que tanta vaca sagrada circula indostánicamente a la intemperie, sin seudónimos. (¿La condición de vaca sagrada no protege mejor que un nombrete?).
     Confieso mi disgusto al verme citado en compañía de Leopoldo Ávila. Y, sin pretender develar por ahora mi identidad (algún día lo haré del mismo modo en que Dustin Hoffman se despoja de su peluca en Tootsie), puedo asegurar a mis lectores que me asiste muchísimo menos poder que al finadito Portuondo. Ninguno de los que fustigo dejará de tener edición o empleo debido a mis palabras, ni se le abrirá causa policial.
     Compruebo que del mismo modo en que Arturo Arango quiere hacernos creer que ha leído a Barthes y a Foucault, simula no saber la diferencia entre Verde Olivo y La Habana Elegante, Laurenti Beria y un pobre bicitaxista.
     Me acusa, a mí y a otros, de intolerante. Pero, ¿por qué buena razón dejar de atacar a un mazo de escritores oficialistas que ya cuentan en revistas y periódicos y noticieros y editoriales y oficinas con suficiente aplauso y vitoreo? ¿Hay que sumarse al coro de quienes los celebran? ¿Hay que callarse la boca o sudar fiebre por los pasillos roñosos donde circula el chisme? ¿Ser tolerante con la intolerancia política y la mediocridad literaria de quienes protagonizan la escena cultural cubana?
     Ya por el tobogán de las preguntas, ¿quién es verdaderamente Arturo Arango?
     Compartiré con mis lectores la mejor de mis hipótesis: hace unos años era el muy joven director de Casa, revista continental. Roberto Fernández Retamar era su jefe. Un buen día, con ganas de divertirse, de burlar la mediocridad de un periodista llamado Luis Sexto, el joven director confabulóse con algunos de sus subordinados y escondieron los rasgos del mediocre periodista bajo disfraces de payaso. Sacaron un número de la revista con retratos burlados de Luis Sexto.
     Lo escolar de la broma no tiene para mí reproche alguno (¿acaso aquí no las cometo igual?), sí lo insignificante de su elección. ¿Por qué en lugar de un idiota con nombre de rey no ocuparse de muñecón más alto? ¿Por qué no el jefe Retamar, por ejemplo? ¡En lugar de pieza mayor, bajarse con un periodista que nadie recuerda ya! Ubi sunt Ludovicus Sextus.
     No tardó mucho el burlado en reconocer bajo los payasescos rasgos los rasgos propios de su jeta, y exigió reparaciones a la ofensa, visitó a las autoridades pertinentes, hizo de la venganza punto de honra.
     Levantado el escándalo, el joven director de la revista Casa se mostró incapaz de reconocer su participación. Se engurruñó, escondióse, aclaró al jefe Retamar su desconocimiento de una jugarreta armada por subordinados suyos a sus espaldas.
     Pero aumentaron un poco la presión atmósferica y el joven director acabó por reconocer su parte en el complot. Lloró en la oficina del jefe (en la antesala, ya que no lo recibían) peticiones de misericordia. Haría lo que fuera necesario para recuperar la confianza traicionada por él. Se iba a Solentiname de monaguillo de Ernesto Cardenal, bordaría trajes típicos para Rigoberta Menchú.
     Y ahora ese lacrimoso que obrara encubiertamente, que dejara en la estacada a los suyos y mintiera a su propio jefe, es quien llama cobarde y amoral a todo el que se acoja a seudónimo o anonimato. Reencarnado desde hace años como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, asegura que no cometerá el pecado de la descalificación fácil: “evito escribir la palabra ‘cobardía’”. (Seguramente le traería recuerdos personales, remordimientos.)
     No estoy seguro de quién es Arturo arango, quizás nunca llegue a saberlo con certeza y él quede como enigma igual que Leopoldo Ávila. Pero, sea quien sea, al final de su artículo deja escrita esta recomendación: "No creo que haya que perseguir estos anónimos". Y ojalá que esta no sea una invitación solapada a las fuerzas de ataque. Porque más peligroso que quien se esconde detrás de un seudónimo es quien pone seudónimos a cada una de sus palabras.


Anónimos / Arturo Arango
      
El fenómeno ha comenzado a expandirse y aunque limitado, al menos hasta hoy, a las computadoras de aquellos que podemos conectarnos a la red (a alguna zona, ya sea mínima, de la red), ha ocupado por momentos la atención del campo intelectual cubano: cada cierto tiempo, enviados desde cuentas de correos a todas luces apócrifas o tomados de revistas digitales elaboradas fuera de la Isla, llegan a decenas, quizás cientos de buzones electrónicos textos que pretenden la crítica (literaria, pero no sólo) amparados en el anonimato. Y es, justamente, esa expansión lo que provoca este Punto:
cuando un episodio se conviene en regularidad hay que leerlo también o, sobre todo, como un síntoma.
     En su mayoría son textos que buscan una operatividad política: en muchos de ellos se descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su simpatía con la revolución. Intentaré, sin embargo, apartar de estas líneas la política (mientras sea posible), ya que es un campo dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego literario.
     Algunos de esos autores que han optado por el enmascaramiento aducen que los motiva la falta de transparencia de la prensa cultural cubana y dan por sentado que no hay espacios donde la crítica pueda ser expresada con la mayor crudeza. En principio, esa misma excusa llama la atención: es cuanto menos extraño que alguien que opta por esconder su rostro real requiera de justificaciones para hacerlo y quizás ello revele la necesidad de legitimarse ante sus posibles lectores y, simultáneamente, el temor a ser rechazado, a estar sobrepasando límites que un tipo de receptor, tal vez mayoritario, no esté dispuesto a admitir.
     Sin embargo, eso que los anónimos están dando por sentado, ¿es real? ¿Ha faltado espacio para la polémica en el campo cultural cubano y, en especial, en sus revistas? No es éste el lugar para enumeraciones, pero cualquier lector que revise los índices de Unión, La Gaceta de Cuba e, incluso, de publicaciones de otro perfil, como Revolución y Cultura y Cubaliteraria, reconocerá que han acogido numerosas disputas, al menos durante la última década, disputas donde, muchas veces, la pasión, los enconos, las descalificaciones, han prevalecido por encima de la razón, de la decencia y de la búsqueda del conocimiento (aunque en otras los autores han dado ejemplo de decoro, de civilidad).
     Insisto en que estoy mirando sólo aquella zona, digamos, literaria de esos textos que llegan bajo firmas falsas. Para ser justo, debo reconocer que a muchos de ellos no les falta agudeza y que a veces expresan criterios con los que coincido (ya sabemos, “El diablo no tiene la razón pero tiene razones que vale la pena atender”), aunque en otros casos son chapuceros, tontos y su escritura pésima. Pero más allá de cuestiones de calidad, hay en la propia manera en que existen, en que toman cuerpo, argumentos que me molestan, que me preocupan, sustancialmente. Algo que huele mal.
     Lo primero es su intolerancia política. Como dije antes, se descalifican, sobre todo, escritores cuyo compromiso con la revolución cubana es explícito. Si décadas atrás nos quejábamos de que la izquierda dogmática desestimara figuras valiosas sólo por sus ideas de derechas, o aun por su indiferencia, invenir la ecuación no es menos nocivo y demuestra idéntico sectarismo: ni uno ni otro pueden hacer bien a la cultura, aunque uno y otro lleguen amparados por situaciones de poder o por el espíritu de la época.
     Me molesta también la falta de rigor, la comodidad que se impone con el anonimato (y evito escribir la palabra “cobardía” para no cometer el pecado de la comodidad, de la descalificación fácil, adjetiva). Ya sabemos, desde Barthes y Foucault, que un autor es algo diferente que el nombre de quien escribe. El anónimo se esconde también como autor. No sólo pone su persona, su rostro o su cuerpo mismo a salvo de réplicas, represalias o agresiones sino que está enajenando esa otra parte que le pertenece como autor. Al polemizar con un seudónimo de este tipo, sea el de Leopoldo Ávila o el de Fermín Gabor, lo hacemos contra una ficción, contra una fantasmagoría que terminará escapando (ya lo hemos comprobado en el primero de los casos), contra un cuerpo de ideas sin respaldo, sin historia. Es, por tanto, una polémica estéril, que difícílmente pueda satisfacer esa “sed de conocimientos y de experimentación” que reclama para la cultura el lúcido editorial que acaba de publicar la revista Unión (n. 51,2003) a propósito de las polémicas. Hay, por ello, una amoralidad en ese gesto de hacer que un texto aparezca en la orfandad de lo anónimo. Se puede no simpatizar con el impulso negador que rigió la obra de Virgilio Piñera, pero lo que no se puede poner en tela de juicio es que ese espíritu es parte sustancial del autor Virgilio Piñera: la lectura de Aire frío o de La isla en peso es inseparable de ese afán negador, y sus textos críticos, con frecuencia devastadores, no pueden comprenderse sin sus piezas teatrales, sus cuentos y poemas. Por eso su negación puede ser fecunda, iluminadora: ofrece una lección de ética y el ejemplo de una valentía personal, de una verticalidad para la defensa de sus criterios estéticos que, ya lo sabemos, también constituyen al autor Virgilio Píñera.
     Por eso me molesta, además, que, bajo el pretexto de abrir espacios para la discusión, estos mensajes estén, en realidad, cerrándolos. Los cierran porque favorecen el rumor, el cotorreo o el comentario de pasillos, siempre infecundos y tan arraigados, tan poderosos en el medio cultural cubano. Lo que se conversa o se trama en pasillos pocas veces alcanza espacios de debate público de mayor alcance o jerarquía: se desvanece en superficies. Los cierran, también, porque en ellos la frivolidad, la descalificación adjetiva, prevalece sobre la argumentación y el conocimiento. Los libros o autores azotados por estos mensajes ya están, por el momento, apartados de otro tipo de debates. En lugar de ponerlos bajo la luz de una meditación seria, estos anónimos los han agotado. Ya nadie volverá sobre ellos y, quien vuelva, no incorporará a los suyos, ni para afirmarlos ni para rebatirlos, argumentos que, como dije antes, no pertenecen a autor alguno.
     Pero también quien usa un nombre falso se siente en libertad de hacer lo que no podría desde su identidad real. Y si lo que se intenta es la crítica literaria, esa presunta libertad conduce al insulto o a la calumnia, casi inevitablemente. Si esos textos, como algunos de ellos afirman, pretenden establecer un modelo distinto para la crítica literaria, sus autores debían saber que un nuevo modelo requiere también de una nueva ética y que el abuso de la libertad es inmoral (no ya amoral), como es inmoral el abuso de cualquier tipo de poder, incluso el que otorga una máscara.
Estos anónimos llegan a nuestros buzones, nos dejan indiferentes o nos hacen reír, nos preocupan o nos irritan, pero existen y ya son inevitables, tal vez crecientes (las características del trabajo en la red pueden favorecer que otras personas se sumen a la modalidad). Es obvio, además, que están entrando en un ambiente favorable: de nuevo, el Diablo no tiene la razón... Tan verdaderas como las polémicas ocurridas y los espacios que las favorecen son las zonas de silencio, los debates pospuestos, las heridas mal sanadas. Tan real como esa pretendida o solicitada unidad de los intelectuales cubanos, o como lo ha sido su sabiduría para enfrentar y conjurar actos de incomprensión o intolerancia, lo son las bajas pasiones, los resentimientos, las envidias (inherentes, ya sabemos, a la condición humana).
     No creo que haya que perseguir estos anónimos, ni bloquearlos en nuestras cuentas de correo, ni hacer como si no existieran. Han llegado y en no pocos casos ocupado la atención, la curiosidad, el tiempo de muchos de nosotros. Quizás, por eso, lo más útil sea pensar, en lo que significa ese acto, en el caldo de cultivo del que se alimenta, y tratarlos en los espacios y con la ética que ellos quieren desconocer, de manera que al odio, al fanatismo, a la irresponsabilidad, se le opongan la razón, la inteligencia, el sentido común.


La lengua suelta no. 17

Dos Gacetas y muchísima polémica (pero no dentro de ellas)

Fermin Gabor

     Tengo en mi mesa los dos últimos números de La Gaceta y, por lo que arrojan ambos acerca de la crítica literaria, por lo de preceptiva que tienen, han de ser lectura obligatoria para todo el que busque estrenar opinión en las revistas de la isla o publique ya en ellas. Es preciso leerlas como se lee un manual de costumbres, una guía de etiqueta, un tratado ético. Especialmente dos de sus artículos: uno debido a la pluma de Eliades Acosta Matos, otro a la de Arturo Arango.
     Vicedirector de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la Biblioteca Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos autores con título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de sus opiniones gracias a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la Revolución reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía la defensa del realismo socialista.
     En esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas (siempre que le adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba la gama de productos lácteos que su infancia consumía en paseos por el habanero Parque Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la de esas viejas tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten Cents. “El vaso valía veinticinco centavos, y en los primeros setenta allí vendían la leche sólo por vasos”, rememoraba. (La boca se nos hace agua de pensar en los primeros setenta, recién fracasada la Zafra de los Diez Millones y celebrado el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.)
     También a Victor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban preocupaciones líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en el Parque Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro de capitalismo habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa nostalgia la suya capaz de proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
     La historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas y la “Pepsi Light” de Victor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la Revolu el destino del país consistía mayormente en la añoranza. “¡Ay, qué mal va la cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras empiezan a sufrir de nostalgia!”.
     Pero no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el realismo socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología ubietánea el actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo sufrido por los antiguos países comunistas europeos luego de la caída del Muro de Berlín. Según él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”) y la decoración de interiores venían a apropiarse de los códigos visuales del realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita del camarada Stalin.
     (Su planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué entender la apropiación estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces que es saqueo a Occidente toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un neoclasicismo facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la defensa del constructivismo soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?, ¿cómo éste, tan vigoroso, llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por qué la suma de los artistas eméritos de las repúblicas soviéticas no alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
     Graduado universitario en una alejada república soviética, el doctor Acosta Matos defendía el pundonor bolinski. Autonomista como fue frente a Moscú (ni independencia ni anexionismo), no aguantaba a los que quisieran recordar el autonomismo frente a España.
     Y ahora el penúltimo número de La Gaceta de Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que procure algunos rasgos positivos para la República. Responde a una reseña publicada por el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de esa misma revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de historia. Dejénme que les cuente, limeños.
     Julio Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un primer libro, una cronología: Noticias de la República. Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza, Rodríguez recibe ayuda de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se deshace en alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
     Luego Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay otros por venir) y descubre que en él abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que el tan alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta muchas veces dudoso.
     Quien recorra las páginas de esa cronología podrá asistir al nacimiento apócrifo de Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio Mitjans, y va a ser testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido asalto y destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
     Muchas otras pifias señala el reseñista y descubre además la poca imparcialidad de un acopio en el cual no aparece mención del mayor período de bonanza económica republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo Cuadriello topa con el malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia favorable de una edad histórica donde la gente nacía en días equivocados, volvía de la tumba o moría dos veces!
     Incapaz de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el doctor Acosta Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las objeciones sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste ha atacado en público a una mujer como Araceli García Carranza (¿en privado le hubiese estado permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve años publica su primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para embarazadas, el doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad de su prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no esperó a ser aún más defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues, publicado a los noventinueve años, su primer libro habría sido más erróneo y disculpable.)
     Por supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura del Apóstol, y el doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es amar” y el sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para rimar del peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años casado con concienzuda bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata sin compasión, y es preciso amarlo martianamente.
     Por último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos críticos que “pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos escogen la páginas de una revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más importante precepto entre los suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas, no hay por qué publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en reunión a puertas cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical manicheada por la administración.)
     Pacienzudo para examinar las virtudes de una cronología, el investigador Jorge Domingo Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una de las reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones de crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de exhumar la nada cariñosa reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades Acosta Matos (entonces no doctor) saludara la aparición de un libro póstumo de Virgilio Piñera.
     (De esa vieja reseña vaya un cacho: “
¿En nombre de qué supuesta libertad de expresión o de creación puede un intelectual aislarse de un mundo en ebullición que diariamente golpea a su puerta clamando también por su aporte en su eterna lucha por la perfección? ¿Puede aceptarse como lógica la autocondena de Piñera al ostracismo, al autoexilio al mundo de la fabulación, suponiendo incluso que no hayan podido ser aceptadas sus propuestas estéticas, en una coyuntura política muy concreta y por todos conocidas?” Fuera cuestión amorosa, el joven Acosta Matos tiene el descaro de tratar de autocensura lo que fue castigo oficial dictado contra Piñera. Y considera búsqueda de perfección a los golpes en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los estetas de Villa Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de Piñera.)
     La Gaceta de Cuba, que publicó la reseña escrita por Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de reseña a cargo del doctor Acosta Matos, ha decidido interrumpir la polémica cuando estaba poniéndose mejor. Bajo el pretexto de que no agrega nada nuevo, deja sin publicar la respuesta de Domingo Cuadriello.
     Sin revista que la acoja, la entrega última de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico, corre el destino de una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello asegura en ese mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema. Aunque ha pedido al presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre una comisión de historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de árbitro en la pelea.
     El número de La Gaceta de Cuba en el cual debió salir la contesta de Domingo Cuadriello al doctor Acosta Matos se cierra con un artículo de Arturo Arango, jefe de redacción de la revista, que desaprueba la proliferación actual de crítica literaria bajo seudónimo y recomienda canalizar la discusión a través de las revistas literarias ya existentes. Arango anima a leer los índices de Unión, de La Gaceta de Cuba, de Revolución y Cultura para encontrar allí vivas polémicas. (Perfecto conservador, ni por asomo se le ocurre aludir a la posibilidad de nuevas revistas.)
     El actual director de la Biblioteca Nacional dictamina que la crítica de libros ha de ser transacción de despacho que no arribe a las revistas porque la ropa sucia debe lavarse dentro de casa y cada reseña desfavorable puede ser un arma que tendamos al enemigo imperialista. Arturo Arango, en cambio, cree que es obligación de la crítica aparecer en el espacio público que las revistas trazan. Un detalle salva la diferencia entre las posiciones de este par de funcionarios: los directores de revistas conservan el fácil recurso de afirmar niek nananina a todo cuanto les parezca incómodo.
     Arango, no menos que el doctor Acosta Matos, es un fiel exponente de la hipocresía de las instituciones culturales cubanas. Niega en privado espacio a la polémica mientras en público alardea de brindarlo. Pero ya nos ocuparemos de él en la próxima entrega...


La lengua suelta no. 16

En familia, en verano

(obra en un acto)

Fermin Gabor


-¡Te digo que apagues ese televisor de una vez!

-Está bien. Apagado.

-¿Los viste?

-¿A quiénes?

-A Retamar, a Pablo Armando, a esa gente.

-¡Coño, mira que tardan en morirse!


-¡Chico, no digas esas cosas delante de los niños!

-Los niños que se vayan a jugar, que esto es una conversación entre mayores.

-Vamos, niños, ya lo oyeron.

-Alguno podría ir muriéndose,... ¿no te parece?

-Vira el ventilador, que no me llega el fresco.

-Será que van a llevárselos en lote.

-Ahí mismo.

-Básico, no básico y dirigido.

-Ay, ¿te acuerdas?

-¿Que si me acuerdo? Todavía sueño que me toca elegir juguete.

-Entonces no es un sueño, es una pesadilla.

-Hubo un año en que alcancé muñeca y creí que al otro conseguiría una casita donde ponerla a vivir.

-Una casa de muñecas.

-¿Cuál de los dos es el más viejo, Vitier o Augier?

-Tienen nombres de dramaturgos del Segundo Imperio.

-Pero de los malos. De los teatros de bulevares.

-Bien picúos, sí. Melodramáticos.



-Y tuve suerte de alcanzar la casa. Pero siete años después, cuando de la muñeca no quedaba ni un ojo.

-Vitier es ése que iba a todas partes con Guillén, ¿no?

-¡Con Guillén el que iba era Augier!

-Eh, a ver si tomamos alguna pastillita para la memoria.

-Puse por aquí el nombre para que no se me olvidara. Míralo: gingko biloba.



-No lo había oído nunca.

-Dicen que es milagroso.

-Todavía ese Augier va con Guillén para arriba y para abajo.

-Medicina tibetana. Antiquísima.

-Hum.



-Seguro en Cuba que Ángel Augier toma ginkgo biloba.

-Se le habrá olvidado que su mujer fue batistiana.

-¿Mary Cruz sigue viva?

-¿Tú tienes pruebas de que haya estado viva alguna vez?

-Ay, no empieces.

-Y con tal de no morirse, se hizo santo.

-¿De quién hablan ahora?

-Del director de Casa.

-¿Retamar se hizo santo?

-¿No fuiste tú quien me lo dijo?

-Eso tiene que ser un invento.

-¿Invento mío? Dime si no lo viste con bastón, que casi no podía andar. Y ahora aparece en todas partes.

-Una aparición.

-Lo habrán chapisteado en el Cira García.

-Ese ventilador tiene su problemita al girar.

-Lo que me gustaría saber es cómo, si toda esa gente está muerta, tarda tanto en morirse.

-¡Chico, mira los niños!

-Pero, ¿qué hacen aquí otra vez? ¡Vayánse por ahí!

-Mientras sigas en esa matadera van a pegar oído.

-Son unos monstruos. ¿Qué? ¿No se van a ir? ¡Pues traéme el cartón del Monopolio! Vamos a organizar un juego.

-¡No se te ocurra enseñarle esas cosas a los niños!

-Aquí está el cartón.

-¡Que los pones a comprar casas y hoteles y los frustras para siempre!

-Y aquí un atlas del mundo. Así que buscamos en el atlas un lugar bien remoto...

-¡Sakishima!

-No.

-¡Babuyan!

-Tampoco.

-¡Irimote!

-Irimote, perfecto. Y el juego consiste en traer desde Irimote el cadáver de Pablo Armando Fernández, que es esta ficha que ustedes ven aquí.

-Mamá, ¿ese no era el viejito que estaba en la televisión?

-No, mi amor, él que él dice es otro Pablo Armando.

-Irimote-La Habana.

-En su caso sería rarísimo que la muerte fuera a encontrarlo aquí.

-¿Tú ves? Un juego de mesa que no despierta demasiadas expectativas en los chamas: Monopolio sin hoteles ni millones. Solamente el cadáver del poeta y la necesidad de que lo cubra tierra patria.

-Eh, ¿y no hay castigo?

-¡Castigo, castigo, castigo!

-¡Ah claro, el castigo!

-¿Qué libro estás dándole a los niños?

-Atiendan bien: todo jugador que caiga en este punto tiene que soplarse uno de estos poemas.

-Déjame ver cuál es.

-La poesía de Pablo Armando Fernández.

-¡Ay, Dios mío, vas a analfabetizarlos para siempre!

-Pues podía ser peor.

-Imagínate con Barnet muerto.

-¡Madre mía!

-¡Aquí tienen los dados! Y este juego se llama Los niños se despiden.


-¡Salgo yo primero!

-¡La primera soy yo!

-Un tiro y sale el mayor.

-Cinco.

-Dos.

-¡Ja!

-¡Seis, salgo!

-La propia Carilda...

-¿Qué pasa con Carilda?

-Cuidadito, que ella lee a Carilda.

-Pues que tenga cuidado. ¿Vieron como la vieja salió viva y entera del ajetreo de la feria?

-Todavía está por morirse el primero de esos figurones de feria.


-Siguen sobre la tierra a la espera de premios.

-¡Pero si ya los tienen todos!

-Premio internacional, quiero decir.

-Ah.

-A Augier le dieron el Rulfo.

-¡El Rulfo fue a Vitier!

-El que haya sido, ¿se cree que ahora van a darle el Cervantes?

-¡Que le den la Orden Lenin!

-Esa la tiene ya.

-Es como si ninguno de los ventiladores de esta casa echara fresco.

-A ver niños, ¿por cuál rincón del mundo tienen a ese cadáver?

-Yugo-Vostochnyye Karakumy.

-¡El desierto de Yugo-Vostochnyye Karakumy!

-¿Dónde carajos queda eso?

-No se preocupen, Pablo Armando ya ha estado por allí.

FIN
 

La lengua suelta no. 15

Hacia un perfil definitivo del hombre

Apuntes para un retrato robot de la Generación del Cincuenta

Fermin Gabor

     La cabeza enfundada en unas pamelas negras de ala corta que la asemejan a San Juan Bosco, Carilda Oliver Labra atraviesa la isla porque le han dedicado la Feria del Libro de este año. Se presta, a su edad venerable, a recitar poemas de furor sexual. (Le quitan la temática del repellamiento Carilda Geisha, Tony (that patriotic object of Desire)chupachúvico y quedaría muy poco de su obra poética.)
     Ella forma, junto con Rosita Fornés, el dúo de rubias menos eróticas con que contaran los años cincuenta en Cuba. Y esa falta de fluído eléctrico las obliga, octogenarias ya, a vestirse de sirenas o a soltar kamasutradas. 
     Carilda, que es la que aquí nos interesa, se muerde el pelo en sus lecturas a la manera de una estampa erótica japonesa, hace de geisha jurásica. Las ferias del libro de todos los rincones del país la tienen como figura principal, y ella traslada ese honor a “los cinco héroes prisioneros del Imperio”, de quienes celebra sus bellezas viriles pues la vieja es capaz de untar de baba sexual cuánta cosa le pongan por delante.
     Urbano Martínez, que antes compusiera una biografía de José Jacinto Milanés y otra de Domingo del Monte, ha dado a la luz biografía de la anciana poeta. (La otra rubia ya contaba con una, escrita por Evelio R. Mora: Rosita Fornés, Letras Cubanas, La Habana, 2001.) 
     Hasta los remates de la isla viajan la poeta, su joven marido, un peluquero que la atienda y la vida escrita de ella. Y no hay punto que toquen donde no sepan de su leyenda: es la Compaya Segunda de la poesía.
     “Qué bien se ve Raquel Revuelta”, opina al verla una vecina de Corralillo, fanática lectora de Doña Bárbara.
     Cortejada por la prensa, uno de los periodistas quiso oírle acerca de los años en que estuvo en la fuácata, sin publicación y sin que pudiera mencionarse su nombre, y Carilda se refugió en gatuna cortesía. ¿Para qué ponerse a recordar malos momentos ahora que todo resultaba fiesta? 

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     Cada año La Habana dedica la Feria del Libro a un país invitado y a un escritor diz que de relieveReynaldo González pintado por Diego Velázaquez (Carilda Oliver Labra en este caso), y lo que sigue a éstos en jerarquía es el Premio Nacional de Literatura, flamante como un carro del año. 
     Reynaldo González por esta vez, los festejos organizados en su natal provincia han rebasado todo lo ocurrido antes. Pues le ha tocado develar, en plena vida, una tarja que conmemora su venida al mundo. En Ciego de Ávila, en la fachada de la casa de su infancia. (El hotel “Pernik” de Holguín tiene una habitación donde cabe la gloria de Pablo Armando Fernández, lo mismo que la de Hemingway en el habanero “Ambos Mundos”.) 
     En varias comparecencias televisivas Reynaldo González ha pretendido que esa tarja recién develada cubra el territorio nacional. Llama ensayos a los artículos que ha escrito y, dotado en lo más mínimo para los primores de la lengua, se ha metido (como Rosita en traje de sirena o Carilda de geisha) en disfraz de clásico del Siglo de Oro con el fin de pujar una novela histórica. 
     Del mismo modo en que se saca de la casa la basura, saca un librito de sonetos eróticos. 
     Durante buen tiempo crítico del actual ministro de cultura, no más le aflojaron el premiete, Reynaldo González sigue y persigue al ministro por todas partes. Le ríe las gracias y los pujos indistintamente (Abel Prieto hace chistes con la misma frecuencia que un candidato presidencial norteamericano), le recoge el pelo, le alcanza las pastillitas. 
     González, lo mismo que Carilda, prefiere olvidar sus disgustos anteriores y se adentra en la fiesta. Pues andaba necesitado de tarja y de cariño. Fue gozador de buen destino juvenil para ser tronado luego, y ahora intenta retomar su juventud por cualquier medio, procura continuar carrera. Igual que el resto de sus compañeros de generación, reunidos en el proyecto “Buena Vida Social Club” que patrocina el Ministerio de Cultura.

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     Novedades varias hacen peregrinar a Antón Arrufat en la comitiva ministerial que recorre el país de feria en feria: la aparición de una antología de Gertrudis Gómez de Avellaneda que hiciera y una obra de teatro de las suyas.
     De las fijaciones de textos ajenos realizadas por Arrufat tiene ya el lector algunas muestras. (Su edición de La carne de René, de Virgilio Piñera es conocida como El picadillo de Antón.) Verdadero especialista en reescribir maestros, quién sabe cuántas aportaciones suyas leemos como si fuesen poemas enteramente piñerianos. Y ahora sus desafueros filológicos lo han llevado a producir la que puede considerarse como edición más peregrina de La Peregrina. 
     Él consigna en nota inaugural que ha eliminado de los poemas todos aquellos versos que no le el espejito de Tulaconvencían, y en su lugar ha colocado hiladas de puntos suspensivos tal como acostumbraba a hacerse en vida de la poeta. Siglo XIX para una decisión y XX para otra, acto seguido reconoce la supresión de las mayúsculas que doña Gertrudis utilizaba al inicio de cada uno de sus versos. Y para rematar, elimina los signos de admiración tan abundosos en la poesía romántica. Por privilegiar la moderna lectura en voz baja, sostiene.
     En resumen, el cuarto de Tula le cogió candela. Porque no importa cuánto cariño haya dedicado en su prólogo Arrufat a la descuartizada de Puerto Príncipe, termina por tratarla como a histérica a quien se hace preciso controlar en enfásis, exclamaciones y momentos de desfallecimientos. Con mano de antologador le tapa la boca, y se ufana de ello como si estuviera coronándola en el Tacón. O dicho mejor aún: la corona a taconazos. 
     Promete salvarla de la polilla y la trata como a cucaracha. Arrufat deja para nosotros la mejor edición lobotomizada de Gertrudis Mucho-Hombre y nuestros académicos le estarán agrecidos por el churro. (Con tal de no dar golpe miran con buenos ojos las chapucerías del primero que pase.) 
     Abel González Melo, quien ha fungido como presentador de Las tres partes del criollo, relaciona esta nueva pieza arrufatiana con otras plúmbeas contribuciones del mismo autor a la dramaturgia nacional. (Uno piensa enseguida en lo hermoso que sería que González Melo pudiese entregarnos biografía de Arrufat del mismo modo que contamos ya con Rosita’s y Carilda’s. Poeta y dramaturgo, Abel González Melo ha escrito unas notables glosas de las que no puedo más que citar un fragmento: “Si quieren que a la otra vida / Me lleve todo un tesoro,/ Me esculpiré. Frágil coro / Cala en la escara encendida./ Punge en mi vientre la herida / Lúgubre del mal que espero./ Busca un pulgar asidero / Sobre el mural trascendente / Del tubo espeso y caliente / Donde renazco o me muero.”/ /“Terco temblor tormentoso / Me expulsa otra vez al campo / De los pinceles. Estampo / Recias figuras de gozo./ ¡Ya no soy mujer, soy mozo!/ Mas, sumido en lo que añoro,/ Descubro entre pelo y poro / Fiera escafandra perdida:/ ¡Llevo la trenza escondida / Que guardo en mi caja de oro!”. Los dos primeros y dos últimos versos pertenecen a José Martí, los otros al horror. El poema puede encontrarse entero en la antologia generacional Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo, selección, prólogo y notas de Aymara Aymerich y Edel Morales, Letras Cubanas, La Habana, 2000)
    Las tres partes del criollo (título que, junto al destazamiento de la Avellaneda, revela tendencias de serial killer en su autor) correrá seguramente la misma suerte del teatro publicado anteriormente por Antón Arrufat. Y no resulta arduo adivinar cuál será la excusa enarbolada por éste para el tan poco caso: acusará a directores y actores y atrezzistas y taquilleras de castigarlo en censura, de alargar el castigo que en los años setenta le impusieran. (En entrevista donde detalla su caída en desgracia, culpa de ella a Raquel y Vicente Revuelta, hermanos en Stalin y en la sangre. Pero ni un nombre de funcionario implica al sistema, como si los Revuelta hubiesen copado por entonces todos los puestos. Las acusaciones arrufatianas tienen, prudentemente, la dimensión de un camerino.)
     Rine Leal ha aportado, hasta donde sé, las razones más plausibles del poco suceso teatral del autor de Las tres partes del criollo. Según él, falta a esas obras las tres especias que conforman lo mejor del teatro: sexo, sangre y dinero. O expresado a nivel de película del sábado: nudismo, violencia y lenguaje de adultos. 
     Hasta hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le prestaba algún interés. (Lo mismoAntón Pirulero como mártir (en el rostro, los estigmas del crucificado) que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”, pasó un tiempo limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en ello consistía su fuerte y coqueteaba con la rememoración de sus desgracias, amenazaba con soltar en público la verdad. (De él y de los otros, no hay más que leer sus respectivos discursos de aceptación del Premio Nacional de Literatura.) Ya que no había arrimamiento posible a Lezama y a Piñera través de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo tratan oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para cultivar su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de mármol. Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor estatal se finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena internacional y cuando lo publica editorial española de las grandes es sólo para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le permiten triunfar en Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no haberse marchado al exilio. 
     Como buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat sostiene con lo político las mismas relaciones que las putas con un chulo violento. 

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     Como en esas telenovelas venezolanas donde los personajes se quedan ciegos de buenas a primeras, la conversión en masa de un puñado de viejos escritores en innegables escritores oficialistas parece obra de un guionista desesperado. (A esos viejos, ¿qué les echaron en el café con leche? ¿Qué jalapa los ha puesto a cagar de tal modo?) 
     Padecedor de súbita ceguera, el maestro César López también se ha largado de ferias con una maleta de viajante. (No agobiaré al lector con el inventario de tal valija. Sólo en una generación como la del Cincuenta puede figurar con protagonismo un poeta tan pésimo como ese César López.) Lo César López, La Mamboleta Trágicamismo que Reynaldo González, atravesó por una etapa de rechazo a dirigentes culturales. Juró no hollar nunca más los jardines de 17 y H, promesa cumplida por algún tiempo. Aunque, igualito a González, ha vuelto decidido a robarse el show.
     Contempóraneo del nacimiento de la televisión, mitad Tongolele y mitad Gina Cabrera, César López parece dotado lo mismo para el cabaret que para el drama. Heberto Padilla lo apodó “La Mamboleta Trágica”, y el nombrete es extendible a la generación en pleno. 
     César López ha sacado de su vuelta al redil favores no sólo para él, sino para la familia. Pues La Gaceta de Cuba, publicación avara en todo lo que pueda entenderse como protagonismo, ha concedido columna fija a Adriana López Labourdette, hija suya residente en el extranjero. (Obedeciendo a cuáles méritos tal vez ni lo tengan claro en la redacción de la revista. Sin obra conocida por estos horizontes y emplazada en belvedere de tan pocas novedades como una ciudad suiza, las columnas de la damita López no ofrecen mérito alguno.) 
     Pero a lo que sí hay que reconocer brillantez es a la tesis lanzada por su padre acerca de cuál ha sido la misión histórica de la Generación del Cincuenta. Sostiene López que las generaciones que le siguen tendrían que agradecer a la suya el haber servido de escudo, de cortina rompevientos, de dique. Pues llovieron los golpes, se nubló el cielo, menudearon los rayos (a algunos los malpartió), ellos resistieron, pasó la tormenta, y han conseguido saludar a este sol que brilla para todos, nuevo sol del mundo moral
     Sostiene López que los escritores de la Generación del Cincuenta arrostraron sufrimientos en nombre del género humano, y si ahora fiestean también lo hacen en beneficio del prójimo. Se han hecho oficialistas para librar a los más jóvenes de la terrible carga de sonreír y dar la mano. AquellosHosanna en las alturas a la Generación del 50 que gozan de tiempo para leer y escribir, los que habitan este hermoso presente preñado de promesas, viven encaramados sobre los hombros de ellos, escritores mayores. Como chivo expiatorio, la Generación del Cincuenta detenta el disparo de whisky y la bofetada del jamón. 
     Una tesis así resulta ser variación sobre el viejo poema de Roberto Fernández Retamar que preguntaba, recién triunfada la revolu, a quiénes debían los sobrevivientes la sobrevida. Acomplejados por no haber entrado en la acción, pandilla de no asaltantes del cuartel Moncada, otros habían peleado en lugar de ellos, para ellos. Y ahora, en reversión del poemilla retamariano, resultaban ser ellos los asaltantes, los del comando guerrillero, y otros les adeudaban la sobrevida. 
     Lo que no queda claro es cómo, si atravesaron tantas vicisitudes para que éstas no se repitieran, pueden figurar ahora como cúmbilas de los que castigan, como cómplices del rayo que no cesa
     Al parecer aquí reside el punto más flaco del posible mesianismo de la Generación del Cincuenta y lamentamos tener que contradecir el único rasgo de inteligencia que nos ha llegado desde César López. (Ofrecemos disculpas a él, a su generación y a su hija, a los vecinos del CDR número 97 “Hermenegildo Morejón”, así como saludamos al colectivo de trabajadores de la fábrica “Nubladores del Mañana” que ha cumplido y sobrecumplido sus metas productivas.) Pero si la Generación del Cincuenta ha tenido alguna misión, ésta sólo ha consistido en apagar el mayor número de luces y encender la menor cantidad posible. 
     Con la única salvedad del poeta Rafael Alcides, los escritores de la Generación del Cincuenta constituyen la Patrulla Click de la literatura cubana.
 

La lengua suelta no. 14

Almas llaneras

Fermin Gabor

     Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la leyenda del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la estatua, se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos Nancy Morejónotros artículos de exportación certificados por el CAME tenían que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa de las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy Morejón (Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos suyos que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en número dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve patio simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la puerta abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca más. / Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener una quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra época”?)
     Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los cuales sacar una linda delegación.
     “Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes González desde Holguín. 
     Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de guiones para las tribunas abiertasLuis Suardíaz escoltado por sus amigos poetas venezolanos de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a un militar latinoamericano. Iría.
     Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser invitada, hacía un par de años, a la delegación oficial a la Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería cajita.  “Voy ahí”, sentenció.
    Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y venezolano de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado 33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana, saludaría a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”, pidió el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación, “echénme a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica se refería a Lisandro Otero. 
     Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos años después volvería a regodearse en el encanto de la revolución, sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como todos sus temas, siempre se le escapaba.
    “¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como reclama un niño sus soldaditos de plomo.
    Así que echaron mano a Reinaldo González. Le vendría bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado después de recibir el Premio Nacional de Literatura. (Imaginó que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y aún seguía en el descrédito.)
    Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y Antón Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del aburrimiento que lograba el otro en sus lectores, representarían perfectamente lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la controversia, que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso, Virulilla y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos viejos.
     Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo Rodríguez Rivera dieron el paso ¡¡¡¡¡ A Caracas !!!!!al frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas piezas los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad sentimentaloide, se entendería bien con un ejército extranjero. El segundo, amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en verdad que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para expresarlo venezolanamente). 
     Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de materializarlo: Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven poeta Premio Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel, quizás el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades maduras. 
     Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia de Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de Martí y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en José y Simón. 
     Dispuestos y pimpantes, empacaron. Volaron hasta el corazón del país amigo y la cosa terminó en el Palacio de Miraflores, salón Ayacucho. Fue un encuentro de la fraternidad latinoamericana, que indudablemente incidirá en el desarrollo de ambas literaturas nacionales y que a la larga cumplirá el sueño martiano y bolivariano de una sola América. (Advertencia: el hombre nuevo de ese sueño existe ya: Norberto Codina, intelectual en donde no puede deslindarse qué hay de Venezuela, qué hay de Cuba y qué hay de intelectual.)
     Sin importarle la presencia de Mirta Yáñez y de Lourdes González, el mandatario venezolano llamó a los escritores de la delegación “cuartos bates”. Les contó algunos trozos autobiográficos y les presentó a hijas y a nietos. En gesto conmovedor, el compañero Eduardo Heras León hizo entrega alEduardo Heras León recibe el agradecimiento del mandatario venezolano mandatario de un ejemplar de Los desafíos de la ficción, autografiado con sentida dedicatoria.
     “Vivimos en un mundo donde reina el seudopensamiento”, pronunció el jefe de la delegación cubana. (Su homólogo respondía al nombre de Aristóbulo Isturiz.) Y por tanto anunciaron que a fines de año celebraría en Caracas un congreso de intelectuales y artistas equiparable al congreso antifascista de Valencia en los treinta. 
     Ambas delegaciones de escritores firmaron un llamamiento y el primero en la lista de firmantes, venezolano, lleva nombre muy a propósito: Farruco Sesto. (¿O es errata del Granma y se trata de Francisco Sesto, viceministro venezolano presente en las conversaciones?) 
     Fuera del Palacio de Miraflores y desatendidos por los olímpicos cubanos, un grupo de intelectuales venezolanos tildó de policías a los miembros de la delegación cubana. Y deslizaron advertencias de que en Venezuela no persiguirían a ningún Reinaldo Arenas, acusarían a ningún Heberto Padilla, ni encarcelarían a ningún Raúl Rivero. 
  Fue una estancia breve, pero provechosa. En las madrugadas caraqueñas debió ser hermoso para un César López, un Antón Arrufat, un Reinaldo González o un Eduardo Heras León ponerse a imaginar lo que sería sufrir castigo en un proceso como el de la revolución bolivariana. “Ah, los hermosos años de castigo”, debieron suspirar con nostalgia inocultable. Y a sus mentes volverían las patadas por el culo, las escupidas, las tachaduras de nombres y expulsiones, la hermosa cerrazón de sus juventudes. Todo el encanto de la revolución, apuntaría el maestro Ambrosio. 
     Lamentablemente, la delegación cubana tuvo que apresurar la vuelta al país para meterse de lleno en la Feria del Libro de La Habana, a abrirse en breve. 
     Tal vez no esté lejano el día en que Lourdes González abandone la escritura de uno de sus guiones para atender una inaudible llamada telefónica. (Cuando llueve sobre los surcos de piñas en Ciego de Ávila la comunicación entre Oriente y Occidente se repleta de ruidos.) Y al colgar se mostrará insegura de lo escuchado. ¿Chile fue? ¿Pinochet lo que dijeron? Cuando cese la lluvia en Ciego volverán a llamarla.
 

La lengua suelta no. 13

Botella lanzada a La Jungla
Dirección: 17 y H, Vedado, La Habana

Fermin Gabor

     Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección de escritores de la UNEAC tantearon el visita dirigida a La junglacamino hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un modo hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha sección el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso a Internet, y fueron cruelmente despachados. 
     No se trataba (mejor aclararlo para que no se forjen falsas épicas sindicales) de una reclamación. ¿Cómo iba a atreverse un escritor indígena a reclamarle al Ministro de Cultura (pues no era otro quien presidía la asamblea) derecho alguno? 
     Tampoco se trataba de una petición. Simplemente, aquellos compañeros expresaban una inquietud. Llevaban ya buen rato escuchando letanías de problemas resueltos, no veían llegar el momento de la merienda, y a uno y luego a otro y a otro más, les dio la inquietud, el perendengue, la comezón, la rasquiña, el prurito de que los escritores cubangos no pudieran hacer uso de Internet.

     "¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar a los más viejos. 

     (Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de escritores bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63: peine contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión Chalatenango o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía, nunca más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier novedad. Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo índice promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6 libros al año.)
     Afortunadamente, los que presidían la asamblea sí que conocían la red de redes. Podían utilizarla, aunque no gozaban de mucho tiempo para ello. Iban de una reunión a otra, de una inquietud a otra. Y ahora unos escritores a quienes el tiempo les sobraba por puro egoísmo (no tenían que preocuparse de problemas ajenos, ellos eran esos problemas), tenían la jeta de preguntar por qué no les llegaba a sus mesas de trabajo la conexión a Internet. 

     Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran dos o tres. Y jóvenes. 

     "Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba un viceministro.

     "Que les den un premio literario", proponía un segundo viceministro.

     "Una beca de creación."

     Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura Nacional cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el micrófono, y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José Lezama Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a quien se adentrara en la red de redes.

     "Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se tratara de una falla del sistema.

     Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestióndocumento de identidad del compañero Abel Prieto de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin embargo, aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de conocimientos. Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas no preparadas para ello. 
     De editar una enciclopedia (su fulgurante carrera lo había llevado de editor a ministro), Prieto quedaría satisfecho con sólo publicar los volúmenes de las primeras letras. Ensayista como decía ser, conjeturaba que el conocimiento era motivo de ahogo para los demás. 
la UNEAC bajo amenaza cibernética     Y en verdad los autores de folletos sufrían de vértigo ante esa perspectiva. Dos que habían hecho en coautoría el único folleto de sus vidas vomitaron al unísono. Faltaba aire en la sala. ¿Nadie había enseñado a esos muchachos lo descortés que resultaba referir asuntos de tanta libertad en una asamblea como ésa? Y, por otra parte, ¡qué oportunidad perdida! ¡En lugar de pedir un teléfono o una semana de vacaciones en la playa, cositas concretas, ponerse a llorar por algo tan fantasmagórico! ¿Cómo podían ser tan abstractos? 
     Para quienes no la conocían, la red de redes cobraba la apariencia del bosque oscuro de los cuentos infantiles. ¿Y cómo mandar a una niñita tan tierna a la oscuridad del bosque?, preguntaban con voz de abuelita los de la mesa presidencial. (Aunque los dedos que sostenían el micrófono eran más bien de lobo.)

     Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa sentenciara. 

     "¡Imposible!", dictaminó el ministro.

     Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la viverología. 

     ¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de guachipupa color rubí con attachment de pan con timba cárnica. 

     ¿Qué inquietud podría compararse con la de no coger cajita? 

     ¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo! 

     ¡Pan de panes! 

     Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa perteneciente a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo. Levantada la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se apretaron en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o tres trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar entonces que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en cavilación sobre ese asunto? 

     La noticia la trae el diario que a diario Granma en su edición del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala de navegación con veinte computadoras. 
     La sala, según el cronista, es flamante. Las computadoras, de la más moderna tecnología. "Valiosas butacas de caoba esperan por el usuario", anuncia el artículo. Así que ni comején ni virus cibernéticos. Cualquier miembro podrá pagar (módicamente) por una tarjeta de horas para soñar que se está lejos de 17 y H. 
     El diario no aclara si se tratará de navegación suelta o restringida, de oceáno o riachuelo previamente encauzado. ¿Pelo-suelto-y-carretera o carnaval-con-baranda? 

     "Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos Martí. 

     Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan al facismo norteamericano. 

     "Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de tal sitio.

     Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la sala se abre para: 

     1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras de proclamar la verdad sobre Cuba

     2) tener acceso a conocimientos más universales

     3) promover la cultura

     El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del país y llegará también a provincias. ¡Trece hurras guajiros, uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de la Juventud.

     La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha sido bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido inaugurada, pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su tarjeta y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de hermosa madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse allí por mucho rato. 
     Nuestro usuario silba desde el amanecer unas melodías contentísimas, se siente como si lo esperara una gran cita, como si le hubiesen otorgado visado. Y por fin sale puerto afuera.La Jungla: Yo sigo siendo el Rey...

  Acceso denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer intento. 

  Acceso denegado, responde a una petición segunda.

     Y así, ídem de ídem

     Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como una seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos de la isla patinaje artístico sobre hielo.

     Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de valor que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido) de la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que, borracho por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al primer humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera ñángara. 

     En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo.

     Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las autoridades culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H, Vedado, La Habana. 

     Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue íntegra, una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza: "¡Internautas de todos los países del mundo, uníos!".
 

La lengua suelta no. 12

Detenidos Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal de reses

Fermin Gabor

     Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en canciones pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las memorias mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría El dúo del momento: Pablo (vocal) y Luis (la matraca)reconozco haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis Báez: Junto a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando Fernández.
     Y es que muy difícilmente podrán existir otras 126 páginas de confesiones tan libres de frases memorables, de comentarios sagaces o chismes inéditos como las páginas de este librito. A lo largo de toda una vida Pablo Armando Fernández ha logrado tratar personalmente a Carson McCullers, Graham Greene, Montgomery Clift, Julio Cortázar, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, ha logrado ser amigo de algunos de ellos, y ahora consigue que no se le note para nada. 
     Y Luis Báez, avezadísimo periodista, lo secunda en esta hazaña de rememorar tan opacamente. Báez y Fernández (¡vaya nombre de casa comercial!) son matarifes de la vaca del recuerdo. La mata uno mientras el otro le aguanta la pata. 
     Pero mejor que abundar en la descripción de este librito será copiar algunas de sus perlas. Pablo y Luis (buen nombre para dúo) escribirán por esta vez la columna. (Así me regalan tiempo de piscina en este calor.) 

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy íntimo. Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis sentimientos, mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.”

!!!

     Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
     Pablo Armando Fernández: “Sin dudas. Aquellos en quienes la repercusión de sus voces hallan en mí la atención que exigen para darles continuidad.”

!!!

     Luis Báez: “¿Cuál es su definición de moralidad?”
     Pablo Armando Fernández: “El respeto en la convivencia familiar, amistosa, social. Hay cánones seculares que establecen reglas ennoblecedoras. Deben acogerse como principios hegemónicos.”

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.”

!!!

     Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del crítico?”
     Pablo Armando Fernández: “El crítico debe, pienso yo, ayudar al lector a una mejor comprensión del texto que lo ocupa, pues una vez más he de repetir que se debe leer para aprender, que es vivir.

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968 hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados Unidos luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
     Luis Báez: “Esa no fue la Bu, sino funcionarios dentro del aparato estatal.”
     Pablo Armando Fernández: “De eso siempre estuve claro.”

     [Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la administración colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno de sus nombres aparece en la entrevista.]

!!!

     Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con Bubu?”
     Pablo Armando Fernández: “Yo me encontraba en casa de Núñez Jiménez. Ya era de noche. De repente tocan a la puerta. Voy a abrir. Es Bubu. Me quedé paralizado.”
     Luis Báez: “¿Y qué ocurrió?”
     Pablo Armando Fernández: “Me dio la mano a la vez que me dijo: ‘buenas noches’. Me preguntó: ‘¿cómo estás?’. ‘Bien, Comandante’, le respondí. Entonces me puso el brazo sobre los hombros y así fuimos caminando hacia la sala.”
     Luis Báez: “¿Qué sintió en esos momentos?”
     Pablo Armando Fernández: “Ese detalle de afecto borró de mi mente y sobre todo de mi corazónEl Santo en Jefe las angustias, sufrimientos y tristezas que habitaron conmigo durante muchos años. Me percaté que hasta ese momento estaba sobreviviendo y que había comenzado a vivir.”
     Luis Báez: “¿Recuerda de qué se habló esa noche?”
     Pablo Armando Fernández: “Se hablaron muchos temas. Verlo y escucharlo en una conversación que no he olvidado y, que al referirme a Bubu, digo que por primera vez tenía frente a mí a un cristiano libre de toda secta, alguien que respondía cabalmente al ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’ [Evidentemente, la oración anterior cancanea gramaticalmente] Esa noche conocí a un verdadero comunista al servicio de los que en el mundo lo necesitaban y habló de Africa, de Asia, de Latinoamérica, y por qué no decirlo, de todos los desposeídos de la tierra, no importa dónde estén.”

!!!

pablo armandoLuis Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su cumpleaños 70.”
     Pablo Armando Fernández: “Realmente hay dos momentos de gran esplendor en nuestra amistad que los debo a Miguel Barnet. Él fue quien le dijo a Bubu en una recepción del Premio Casa que en unas semanas yo cumpliría sesenta años. Bubu se brindó para festejarlo en Casa de las Américas. Esa noche, a una pregunta suya, respondí: ‘Decir que soy en este momento el hombre más feliz sobre la tierra es un acto de egoísmo, ya que quien verdaderamente se merece este instante es usted, pero nunca lo tendrá porque no tiene un Bubu Bububu que le haga este homenaje’. “El otro fue cuando, próximo a la fecha en la que Bubu cumpliría setenta años, Miguel me dijo: ‘Bubu no tiene un Bubu Bububu, pero tiene un poeta que puede homenajearlo’. Y así se hizo.”

!!!

     Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo “José Martí” y el Premio Internacional de Pablo Armando de AsíPeriodismo “José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra secreta de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones con Juan Marinello, Secreto de generales yLa madre Teresa, autora de Los niños dicen good byeMiami, donde el tiempo se detuvo
     En el prólogo de este último libro suyo, Luis Báez ha dicho de Pablo Armando Fernández: “En el transcurso de la conversación tuve la sensación que tenía frente a mí la versión masculina de Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís”.
  Junto a la voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando Fernández contiene una galería de fotografías y un aparato de notas tan acuciosos que en la página 90, luego de que el entrevistado menciona a “Kenneth Tynan, otro escritor inglés”, una nota a pie de página nos confirma de Tynan: “Escritor inglés”.  En la página 11 el entrevistado asegura haberse beneficiado en New York del trato con Federico García Lorca para que una nota a pie de página nos entere de que Lorca es un poeta español, uno de los más grandes líricos de la lengua española, y que encontró su muerte en 1936. (No sabemos entonces cómo pudo Pablo Armando Fernández alcanzar a tratarlo en 1945. Tal vez este pequeño enigma venga a decirnos que el mito de la persona y la obra de Pablo Armando sobrevive incluso a la pericia de investigador de un Luis Báez.) 
     La editorial Ciencias Sociales, que publicara el año pasado la biografía de Goethe por Herman Grimm, acaba de sacar a la luz esta otra biografía de escritor. Yo acabo de salir del agua.
 

La lengua suelta no. 11

Para un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes)

Fermin Gabor

Eduardo Galeano se corta las venas!!!Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, uruguayo, compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas, decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos, poner su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin antes escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como compensación, firmaría otro documento que denunciaba la posible invasión norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak.
  La sobrina de Galeano (¡qué título para novela después de El sobrino de Rameau y El sobrino de Wittgenstein!) leyó el mensaje sin conseguir aquietamiento alguno. Pues no estaba segura de que las autoridades cubanas perdonarían a su uruguayo tío, por adhesión que suscribiera, el oponerse a la pena de muerte y al encarcelamiento de disidentes. 

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     Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como Acero y A fuego limpio,  sobrinoEduardo ¿Heras León? político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses Norteamericanos para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía así cincuenta mil dólares que le ofrecía una universidad de Kentucky. Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el compañero Heras se proponía enseñar a escribir money... money.... money....socialrealísticamente a un grupo de estudiantes norteamericanos. 
     Salió de la Oficina de Intereses y, de haber estado aún el águila norteamericana en lo alto del monumento al Maine, él se habría dirigido al Malecón para increpar al pajarraco. La tomó, en cambio, con James Cason, secretario de la Oficina de Intereses y empezó a redactarle misiva donde cuestionaba el derecho de un gobierno a negar entrada en su territorio a misioneros de la cultura. 
Chinoheras pasó unas tres semanas en el intento de dar fin a la carta hasta que la sobrina del de las venas abiertas, su mujer, terminó por escribírsela.

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     Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla. 
     Por esos días se encontraba sumamente ocupado en la redacción de un mensaje al pueblo detaínos haciendo guardia Cuba, mensaje que (en acuerdo feliz) fue leído en todos los canales de la televisión estatal cubana. 
En su mensaje Míster Cason advertía que todo taíno que intentara cruzar el estrecho de la Florida sería devuelto al gobierno cubiche. Salvo quienes alcanzaran a hollar tierra de los micosuquis indians.

(incluimos una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa para fugarse de la Isla más fermosa)

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     Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga La fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio Rómulo Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina del Ministro de La Loba Romulensis GalleguesCultura para chivatearse a sí mismo como premiado. 
     Con ojo puesto en el discurso de aceptación del premio se disparó cuatro novelas de Rómulo Gallegos. Y al terminar con la obra del venezolano repasó la fundación de Roma (por Rómulo) y la inmigración española a Cuba (por Gallegos). 
     Una semana después pasaban cuchilla en el concurso y su novela continuaba en pie. 
     Quienes seguían el acontecimiento se dividían en dos bandos: los que creían que Arrufat aparecía de primero en la lista por las calidades de su obra en cuestión, y los que lo achacaban a simple orden alfabético. Con una u otra razón, lo cierto es que el cubano tenía el cheque en la punta de los dedos, la cita de Gallegos en la punta de la lengua, los nervios de punta.
     Y le arrebataron el galardón (más el llorado chequendengue) para dárselo al colombiano Fernando Vallejo. Por lo cual Arrufat malició que el jurado lo castigaba por vivir dentro de Cuba y por haber firmado carta oficial en la que intelectuales de la isla pedían a intelectuales extranjeros la misma complicidad mantenida hasta entonces. 
     El compañero Arrufat llamó a la oficina del ministro para chivatear la antinoticia, echó un llantén acerca del monto perdido por su puro patriotismo y desde el papel de víctima creyó asegurarse a perpetuidad su estipendio mensual de Premio Nacional de Literatura y avanzar algo en las gestiones para hacerse de una casita en el Vedado.
     Poco después de embolsillarse los cien mil guayacanes americanos (y una medalla de oro), Fernando Vallejo confesó en rueda de prensa en Caracas: “Hace más de veinte años que no leo literatura. Si lo mío es lo bueno pues esto se jodió, cómo estarán los otros”. Y donó toda la plata a una sociedad protectora de perros callejeros en Colombia.

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     “¿Qué tiene en especial este día que he despertado con deseos de escribir?”, se preguntabael dilema de Ambrosio Fornet Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo. 
     Se abrían frente a él dos caminos esa mañana: o hallaba una respuesta para pregunta así o se ponía a emborronar cuartilla. 
     “¿Qué tiene este día que me he despertado con dos caminos por delante?”, preguntaba sin encontrar respuesta y, a punto de convertir esa pregunta en otra sucesiva, entró una secretaria para sugerirle que deshiciera las maletas. Pues desde Washington había arribado una respuesta que no sabían determinar si estaba escrita en español o en inglés.
     “¿Qué respuesta es esa?”, preguntó el compañero Fornet de inmediato. Y dijo la secretaria: “Es con ene, es con o”.
     ¡Ahora sí que el trabajo de la mañana se había ido a bolina! ¡Adiós al campus norteamericano que se aprestaba a recogerlo (y a pagarle)!
     “Y todo por este oficio de escribir del que padezco”, maldijo, “esta manía de firmar cartas oficiales”.

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     “Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro. Salpicaba la pantalla de palabras en cada Dear Prince Klausuno de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las estrellas en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le gritaban en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas, niño?”. 
     Cada idioma ganado le acarreaba enemigos. Su apartamento otorgado gubernalmente le acarreaba enemigos. La revista que dirigía le acarreaba enemigos. Y ahora sus enemigos habían llegado hasta la fundación holandesa que financiaba su revista y a él no le quedaba más remedio que escribir a su mecenas, el príncipe que dirigía la fundación. 
     Que ese príncipe estuviera muerto desde hacía un par de meses era lo de menos. El fascismo había desaparecido medio siglo antes y el compañero Navarro acababa de suscribir y de impulsar desde La Habana un manifiesto antifascista. 
     Así que terminaría la carta principesca y emprendería la composición de un documento que reclamara el fin de las guerras púnicas. 

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    En obligación de su mandato como presidente de la Asociación de Escritores de la Unión deLópez Sacha, el desmemoriado Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su chófer) tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”. 

     Un rato más tarde el compañero López Sacha regresaba a su oficina sin la firma de López César, unas veces compañero y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este último, refiriéndose a los años de castigo gubernamental que sufriera unas décadas antes.
 
 

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     En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras Cubanas, 2002), el compañero López Sacha, haciéndose el postmodernillo, publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el ingenio La Demajagua”:
 

A Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
Cuba es de España y pertenece a España, gobernare quien gobernare. Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Ñico Saquito, Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz, Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario Galí alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima, Alejo Carpentier y el resto de los conspiradores. 


          Firmado, Lersundi, Capitán General, 8 de octubre de 1868.”

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     Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los primerísimos firmantes del “Mensaje desde la cieguita OichiCintio VitierLa Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es católico y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes, durante las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus creencias. La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier obstáculo. En los años cincuenta defendió su autonomía de trabajo frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse. 
     Pero el compañerito Senel Paz, quien acaba de recibir ciudadanía española por sus aportes al cine hispanoamericano (guión de “Fresa y chocolate” y primores de zurcidora en guiones españoles), nunca le ha dado ni un merengazo a un chino. ¿Qué hace pues en la tropa de Céspedes? 

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     Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de su antiguo auto de Hugo Chinea... antes del taxidirigente. El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba internacional” y director del departamento de cultura del Comité Central. 
     “Escambray 60” tituló su primer libro de cuentos. “Contra bandidos” el segundo. El diccionario no consigna otros títulos. 
     El compañero Chinea enrumba Neptuno hasta el Vedado, cobra a diez baritos la carrera y no puede ocultar su tristeza por el hecho de que su opinión, que a tantos escritores condenara unas décadas antes, no haya sido consultada en relación con el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”. 
     “¿Para qué utilizar a viejos estalinistas cuando tenemos la cantera llena?”, planean quienes ahora deciden donde él antes decidía. Y hablan de relevo generacional, de estalinistas nuevos. 
(Tal vez Desinarro Daverio tenga razón: el fascismo está vivo y el estalinismo también.)

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     Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los escritores de la Unión de Idem y Artistas deLa UNEAC... ¿Uniá?, ¿Unía?, ¿Unía los unos a los otros? Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos, llamadas telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos. 
     Entre los que firmaron muchos se sumaron al documento creyendo que se trataba de una solicitud destinada al Instituto Nacional de la Vivienda. A estos compañeros se les recomienda persistencia en tal error. Pues tal vez luego de otras firmadas el gobierno les suelte covachita donde juntar sus trastos.
 

La lengua suelta no. 10

Donde Rosita Fornés explica la punzada del guajiro

Fermin Gabor

     Hace unos años, enterado de que Emilio Ichikawa había decidido quedarse en el exilio (ya habían salido de Cuba Osvaldo Sánchez, Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Malanga y su puesto de viandas), el  doctor en Ciencias sobre el Arte Rufo Caballero, anunció que en la isla solamente quedaba un pensador de la cultura y ese era él. Conductor de un programa de televisión, habitualísimo de las revistas nacionales y encargado de la sección de misceláneas de "Revolución y Cultura", en adelante se vería obligado a cubrir todos los frentes, a tratar cualquiera de las formas en que el Espíritu quisiera manifestarse. Y desde entonces RC baja su metatranca en todos los apeaderos de la Cultura. Pero lo que lo ha hecho de veras único en nuestro pensamiento cultural son esos toques autobiográficos que él coloca en sus análisis, no importa de cuál tema traten éstos. 
     Se estaría tentado a creer que él emprende la crítica de una película con el secreto objetivo de  inscribir sus ocurrencias: "Como a todo el mundo, muchas veces me han preguntado qué me hubierabailarín  gustado ser en la vida. Voy a responder aquí. Me hubiera gustado ser... bailarín. Bailarín clásico. De adolescente me imaginaba en los saltos vertiginosos y el gesto más hermoso, sosteniendo con  donaire a la bailarina. Pasó el tiempo y la vida, o este cuerpo que habito, me sugirieron que no, que  mejor me dedicaba a mi segundo gran amor, ya hoy el primero. Y aquí estoy, de escritor, sin que me vaya demasiado mal". ("La Gaceta de Cuba", número 1, enero-febrero 2001) 
     Le piden por estos días que presente un número de esa revista y todo su discurso termina en una  coqueta disquisición acerca de su propia fecha de nacimiento. Y ahora nos cae en las manos su libro
El canto del quetzal (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002), en el que narra su estancia en  México para recibir un premio ("corolario a muchos años de laboreo", reconoce) y, quien guste de lo  picúo, lo cursiñán, la cheancia, que no deje escapar este volumen, la más grosera fábula de  autolegitimación que pueda imaginarse.
     Su autor gana un premio literario, cuenta la ceremonia de premiación, nos larga el discurso leído en ella, pega a esto unas cuantas reseñas de películas, algunos paseítos, unos cuantos piropos a su mujer (que está de bala, a juzgar por las fotos), cartas inéditas de algunos intelectuales  desaparecidos, y ya está armado el libro. Se dice fácil, claro. Sin embargo, ningún otro cubano ha  tenido talante para darse bombo así. Ni Yoyó ni Mimí, ni Miguelillo Barniz ni Pablo Armanducho  Fernández. Ningún otro escritor del patio tiene en sus zapatos los soportes ortopédicos que permiten  tal empuje. Y hay que reconocer que la literatura cubana está en un punto en que se debe agradecer  hasta el descaro.
perrita auxiliar     El primero de este libro aparece un poco velado: RC compara su matrimonio al de Luis Cardoza y Aragón con Lya Kostakovsky. Descaro segundo es arrimarse a Gabriel García Márquez como una perra ruina a la pata de un pantalón blanco.
     Días antes de que el premio le sea otorgado, RC comprueba lo poco que interesa él a los periodistas, más deseosos de dar con el Nobel colombiano. La llegada de éste a la ceremonia, acompañado de su esposa, dispone a nuestro autor a otro de sus ejercicios translaticios de pareja. Y muy pronto el colombiano siente un irreprimible interés por el cubano, el viejo escritor por el joven. "Él me observaba fijo, como tratando de conocer el posible enigma del 'nuevo intelectual americano'". (Lo dejó claro Almeida, comandante y bolerista: "Esa mujer lo que quiere es que la miren".) Al ver cómo la prensa acosa a García Márquez, RC se apena por el famoso. Aunque, a la larga, es pena por sí mismo: "En realidad García Márquez era la magnificación de mi propia pena, de mi misma  experiencia de fragilidad. Un lustro atrás escribí y conduje en la televisión cubana un programa para la apreciación estética del cine y mi rostro (...) empezó a ser conocido, compartido, vapuleado,  infamado, bendecido. La gente me rodeaba en los restaurantes, en la calle, en los taxis". 
     Perseguido hasta el catre, cercado por linchadores y admiradores vampíricos, RC decide alejarse de la televisión: "En mi mejor momento de incidencia popular, lo dejé todo y volví a mi gabinete, a la  lúbrica complicidad con mi ordenador..." García Márquez, en cambio, está fuñido de fama. RC lee suGarcía Márquez escruta el menor sonido que de mí emana...  discurso y el colombiano no le quita ojo: "García Márquez escruta el menor sonido que de mí emana". 
     Terminados los discursos, la Marquesa de Macondo (como Reinaldo Arenas le espetara) anuncia a la prensa que, de saber todas las cosas hermosas que el premiado diría, no lo hubiera dejado hablar. RC lo toma como cumplido y aprovecha que algún periodista le dedica atención para meter cuerpo: "le conté que, cuidado, con todo y los elogios mutuos, García Márquez y yo teníamos una relación medio que de amor-odio, pues mientras me encontraba contratado en su país como crítico de cine, escribí alguna que otra crítica que pudo crisparle". 
     Y el último de los descaros aproximativos empuja a RC, gracias a obesidades parecidas, a iguales obstinaciones en residir en Cuba y al gusto por la poesía, a arrimarse al mismísimo José Lezama Lima. 
     Pero "El canto del quetzal", además de un sostenido asedio al espejo, es la crónica detallada de un viaje. Su autor intuye, antes de llegar a México, que "allí seremos rabiosamente felices y que la  vida, que es buena y es hermosa, siempre vale la pena vivirse". Ya el aeropuerto consigue de él esta  perla de tratado cultural: "Hay una eterna fila en estructura zigzagueante porque a México entran  diariamente miles de personas de todo el mundo, primera y elemental condición para un dosificado  cosmopolitismo que nada propio desdibuja". Y el viaje entero podría resumirse así: "México es un  país, y sobre todo una cultura, tan pero tan grande, que sabe vivir hasta de su decadencia, está  definitivamente por encima de su bien y de su mal". 
     Las ciudades visitadas le despiertan un envidiable estilo de folleto turístico: "Sueño de poetas,  ambición de filósofos, retiro de hombres hastiados del vago y vano mundanal (sic), Querétaro es la  vívida estampa de la gracia arquitectónica y la hospitalidad del transeúnte". Y para qué hablar de sus reacciones ante la pintura. Frida Kahlo es "esa mujer emblema que alcanza a abrazar toda una cultura y una condición: la neurosis del artista contemporáneo, su inestabilidad emocional que regala  más de una invalidez". Kahlo se le aparece "titilante en su soledad" y Tamayo de este modo: "Me  muero de la pena, estoy, o soy, muy generoso, pero Tamayo también me parece un genio". 
     Después de Van Gogh no hay más pueblo: "Enfrentar un Van Gogh constituye uno de esos momentos de iniciación únicos en la vida: la vida no es la misma después que se conoce el amor, que se tiene un hijo, que la madre se muere, y que uno tiene delante un Van Gogh. (...) Van Gogh era Dios, y yo lloraba". 
     Muchos más campos son abarcados por nuestro único doctor en Riquezas del Mundo Interior. La cultura rusa, digamos: "sabemos que la cultura rusa ha sido de siempre muy sufrida. Yo, que la adoro, a la cultura rusa digo, pienso sin embargo que la vida es buena y es bella y que saber vivirla con alegría es importante". O las relaciones entre música y cromatismo: "La música pop, por ejemplo, me parece casi siempre rosada, y el rosado es un color muy difícil". 
     Uno lee las frases anteriores y llega a añorar aquellos pasajes donde el autor vierte su  metatranca. Vaya una frase: "Hay un azar concurrente que, entretanto, ata hilos en la bruma de una  inconexión que se anuncia como descifrable cuando todo lo contrario ocurre". A cogerlo, que no tiene  espinas: diez fulitas a quien logre su desciframiento. 
     Se deja la lectura de "El canto del quetzal" por prestarle atención a textos más sesudos del propio RC y enseguida esos mamotreticos hacen echar de menos lo que el quetzal cantaba. Porque mientras más se trata al rufián más se extraña al caballero. Y viceversa. 
     No es arduo aventurar entonces que RC se vale de jerga postdisneyana para no soltar las  elementalidades de una tía abuela. Habla en parábola con tal de no hacer pública la verdadera receta del flan de calabaza. 
     Bastante de parábola (y de confesión) tiene el más narrativo de los episodios de este nuevo libro suyo. Está el autor con su mujer en una librería del DF y algo le llama la atención. "Oh, oh, allá atrás pasa algo. Detrás de aquel estante algo se mueve con dureza y percibo unos bramidos; alguien se ha situado justo allí para que no lo registren los espejos, y como la librería es tan grande, allá al final llega muy poca gente (...) Temerario como soy me acerco con cuidado hasta darme cuenta de que un chico se masturba, se masturba con una violencia que me hace envidiar mis quince años". 
     Alto a la cita para dejar establecido que resulta impensable que alguien, ni siquiera él mismo, vaya a ponerse a envidiar el carapacho quinceañero de Rufito C. 
     "El chico me mira, detiene un instante el movimiento, y como ve que no me muevo, que no lo El chico me mira por un instantedelato, dirá que es un tío mirón (...) lo cierto es que sigue en lo suyo. Con la coartada del  voyeurismo, me acerco y veo que el chico tiene delante 'El nombre de la rosa', de Eco, y lo tiene  abierto. Cierra los ojos. Eyacula finalmente sobre alguna página del libro, se guarda lo suyo, y quiere  irse". 
     Pero RC no va a dejarlo escapar así como así. Francamente, él no se interesa por "lo suyo" del  mexicanito, sino por practicar el voyeurismo. Mirar no le interesa tanto como ser clasificado de mirón.
Más que las anatomías, el doctor ama las taxonomías.
     "Lo acompaño a la puerta y ya afuera casi le obligo a que me cuente por qué hace eso, si no lo delato (...) Vengo todas las semanas, me dice. Soy Adso, y me parece irresistible la atmósfera del monasterio, el escondite del sexo, el encuentro de la flor. Soy Adso y vengo al ritual, nada más me preguntes".
     RC busca a su mujer, le cuenta todo, pide permiso para gastar de la bolsa común y sale a regalarle al muchacho un ejemplar de la noveluca de Eco (¿busca acaso que el performancer repita su numerito?). Il ragazzo, sin embargo, declina tal regalo y acusa al doctor en Ciencias Metatránquicas de no haber entendido: lo de él es hacerlo en esa librería, con música de "Maná" de fondo. Así que nuestro desahuciado amigo se trae el libro a casa y al escribir de aquel encuentro vuelve a divisarlo: "Miro a mi estante y ahí está 'El nombre de la rosa'. Mayra me sorprende, sonríe y cambia la conversación. No sé por qué, pero tengo una erección."
     Rufi a los quince años, Rufo agarrando premio, en esta otra conformándose con no ser bailarín, con lágrimas frente al primer Van Gogh, aquí con erección por un recuerdo azteca: "El canto del  quetzal" no hace más que lanzar a la cara del lector un albúm de familia. Mayra es la esposa en ese álbum y gracias a un vestido suyo descubrimos el objetivo final de RC, el hacia dónde encamina éste su carrera. Pues antes de emprender viaje el escritor regala a su mujer "un vestido negro (...) que  enardecía su belleza al punto de parecer oportuno sólo para acompañarme a recoger el Nobel". 
     Oye tú, ¿cómo se dice quetzal en sueco? RC ha tenido el coraje de publicar lo que tantos otros se permiten creer en el insomnio o en la borrachera, o a solas en la ducha. Ha confesado sus mayores deseos y mayores arrobos sin importarle burla de quien vaya a leerlo. Y lo único que falta enRicardo Riverón listo para bucear en las esencias de El canto del quetzal su libro es una estancia en la casa natal de Mario Moreno, porque su buen museo de Cantinflas habrá por México.
     Ricardo Riverón Rojas ha dicho que este libro "devela esencias" y encuentra en él "agudas  reflexiones sobre el oficio, las venturas y desventuras del escritor". Alberto Abreu afirma en "La Gaceta de Cuba": "Pocos libros como éste, en su apariencia tan encantadora, son el resultado de un
proceso escritural tan intrincado y complejo; de una tensión semejante entre textualidad y saber,  lenguaje y pensamiento, que contaminan el espacio mismo de la representación literaria". Y  refiriéndose al episodio del masturbadorcillo mexicano recomienda leerlo con atención "aunque para
ello necesitemos el alma y el aliento de los grandes alpinistas".
 

La lengua suelta no. 9

En fila india, pelados que dan grima

Fermin Gabor

     Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola cosa. Y el sábado comienza (al La Jiribillamenos para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla. Porque algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de días sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que lleva ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias instituciones gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
     No puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en lo táctil, que La Jiribilla aparezca en papel. En La Habana, en un salón de la UNEAC, acaba de presentarse el número cero y la revista en la red ha puesto a disposición de sus lectores lejanos los discursos y un albúm de imágenes. Albúm de época como todos, éste lo es más aún porque parece de fecha muy anterior a este atribulado 2003 que vivimos.
     Para darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros que en tal presentación ocupabanCarlos Martí, Antón Arrufat, Ricardo Alarcón, Graziella Pogolotti y Abel Prieto... tienen mulé primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, Graziela Pogolotti, Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí sentaditos silla con silla. (En segunda fila Reynaldo González, detrás del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de Literatura, y Marilyn Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela. En tercera o cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras hierbas del vergel. Muy pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta años.)
     De esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos fotográficos, a Ricardo Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos poco.) Retamar, Prieto, Pogolotti, Arrufat y Martí, ¿qué nos dicen tan ilustres cabezas?
     Mejor no intentar aquí el estudio de sus desvaríos (Prieto, por ejemplo, ha vuelto a soltar en entrevista que las leyes del mercado son, para la cultura, peor que los censores de Stalin), sino el de sus apariencias. Y, al respecto, el albúm de imágenes publicadas por La Jiribilla lo está diciendo a gritos: ¡qué mal peladas están esas cabezas!
     Retamar porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que dan rasquiña. Pogolotti parece Retamar, retama con guayacoluna yakuza de película japonesa de serie B (se salva porque es ciega). Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de su cabeza como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat, sin cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado. Mirándolos en esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a los cinco la misma tijera. Y entran deseos de ser por un momento (sólo por un momento) Reynaldo González o Marilyn Bobes, espectadores tan privilegiados que alcanzan a mirarlos por detrás.
     Para averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si los cinco formaran una banda (dicho enMarilyn Bobes, la Boba en el pajar cualquiera de sus posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un barbero especialista en cortes históricos. (Últimamente hemos dado turno de palabra a discutidores de béisbol y ahora a un fígaro: abogamos desde aquí por la masividad de la cultura.) Felo (que así lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de poner las cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que Nisia Agüero se hace en su cabeza no es más que un Pompadour aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón en propio o en peluca, un Arlequín. Y, respecto a los cinco, Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La Jiribilla para dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
     “Ahora lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma época de esos pelados. Coimbre tuvo una china, según Arsenio Rodríguez. Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero, ¿qué es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta dejarlas así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo explica así: arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda. O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit: un McCartney, un David Bowie glam como Ziggy Stardust, un Lionel Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en sí y para sí. Hasta el punto que, según el Oxford English Dictionary, “mullet head” viene a significar “stupid person”.
     Y ahí estaban, con sus distintas longuras, that five mullet heads en la presentación del number Lisandro Otero (no la Bella Otero), Alexis Díaz Pimienta (el repentista del Partido) e Iroel Sánchez (el roedor del ICL)cero de The Jiribilla. Y Felo me propuso seriamente que, ahora que vuelven los rumores de que Prieto cesa como ministro, podrían hacerlo presidente de la Asociación Nacional del Mulé tal como Charlton Helston preside la del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de combate”, sería la consigna.
Y a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos (aquí Felo metió mano a la recortería de sus archivos) al origen indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de Harvard, los indios creían que el espíritu de cada uno reside en su cabellera (siempre hubo poco indio calvo) y el mullet les servía a la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no podría echarle mal. Largo atrás, escondido tras la nuca, apuntaba al poder de la tierra (Joyce Chang, Mullet mania, en Men’s Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring 2002, pp. 64-66).
     Y si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por qué privarnos de hacerlo con nuestro Granma? Según su edición del 7 de junio de este año, el famoso payaso Oleg Pópov se queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el régimen anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la orden Lenin y la distinción de artista emérito de la Unión Soviética, viajó por todo el mundo, fue excelente payaso, y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
     Del Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla: uno vuelve al album de fotos y llega a comprender qué hacen peinados del mismo modo, en son de batalla, esos cinco indios de la primera fila. “Un buen payaso necesita cuarenta años hasta que encuentra su cara”, dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus lamentos.
 

La lengua suelta no. 8

Hablando de pelota en la Esquina Caliente

Fermin Gabor

     Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la espontaneidad se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros emplazamientos) para discutir de béisbol, de pelota. Es el único parlamento cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La bibliografía pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y allí puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión voceadaLa Esquina Caliente a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado, guapería en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del Apóstol Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente altura de su pedestal. Para que oiga.
     Y ha sido a esa institución, a la Esquina Caliente del Parque Central, adonde han llegado ecos de un extraño partido de pelota celebrado entre escritores y gente del mundo editorial para celebrar la Jornada Nacional del Libro. 
     En tantos años de reunión de críticos beisboleros no se había visto mayor estupefacción. “¿A dónde vamos a llegar, caballeros?”, preguntó sin falta un apocalíptico. “¿Y qué hace tanto ganso en la pelota?”, otro lo interrumpió. “Alguna mecánica estarán escondiendo”.
     Arturo Arango (jefe de redacción de La Gaceta de Cuba), Norberto Codina (director de la misma revista), Fidel Díaz Castro (director de El Caimán Barbudo), Alexis Díaz Pimienta (repentista en cuanta timba oficial se implemente), Eduardo Heras León (director de taller literario), Angel Santiesteban (narrador sin cargo), Iroel Sánchez (presidente del Instituto Cubano del Libro), Enrique Ubieta (director de la Cinemateca de Cuba), Omar Valiño (director de Tablas) y Yoss (narrador sin cargo) fueron algunos de los divididos en equipo Verde y equipo Amarillo. “Ninguno debe valer nada en su trabajo”, fue el dictamen general de la Esquina.
     Mucha desconfianza en la literatura (por no hablar de irresueltos conflictos adolescentes) habrá cubierta de la nueva Historia de la Literatura Cubanallevado a ese grupo de intelectuales y de administradores de lo intelectual a un stadium para celebrar la salida del primer volumen de una Historia de la Literatura Cubana (que con papa se la coman) y el relanzamiento (ya que no hay libro suyo nuevo) de un título de ese escritor en el banco de espera que es Ambrosio Fornet.
     Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves dentro del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de piernas de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso nacional con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado tiernos, sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera pensar la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit) con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
     De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del machete del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que recapaciten su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer de la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y Abelardo Estorino y Senel Paz yFina y Bella García Marruz. Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima de la pena de muerte y también firma.
     Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su revista Criterios dedicado a la globalización sea presentado por mayimbes no menos globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano o la más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se entretiene en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer, no tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque aquí ya está pasando. 
     Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con directores en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia, escribiendo jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible, buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso grupo batistiano.
     Que un juego de pelota sirva como protesta pública, signo de rebeldía, se había visto ya hace décadas entre pintores del patio. Ahora puede valer como sello de alianza entre escritores y censores políticos. Sea. Quien coleccione postalitas de peloteros no debe perderse las de Verdes y Amarillos en el número 100 de La Jiribilla.
     Rafael Hernández, director de Temas, ha dispuesto que en la peña de pensamiento que su revista organiza cada mes el tema sea: “Con las bases llenas. El béisbol y la cultura de debate”. La invitación reza así: “se trata de un intercambio de impresiones entre el público asistente y los miembros del panel (dirigentes deportivos, sociólogos, periodistas y escritores) acerca de las características y proyecciones del debate popular sobre la pelota, y en qué sentido puede servir de modelo para el desarrollo de la cultura del debate en Cuba”.
     Lamentablemente, ninguno de los asiduos a la Esquina Caliente a quienes he extendido la invitación piensa asomarse por allí. Porque les huele a encerrona. Y uno de ellos lo ha explicado de este modo: “Intelectuales que piensan mal y prefieren ponerse a jugar pelota. Luego juegan tan mal que empiezan a justificarse con su blablablá”.

     Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
 

La lengua suelta no.7

Feria del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo

Fermín Gabor

     Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y dieron por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le habían descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de Pablo Armando Fernández... unos traguitos más tardesu casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus últimas chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para aquella otra feria el pintor Waldo Saavedra. 
     Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza: crímenes y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta, refleja el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
     De México también llegó Lisandro Otero. Le otorgaron el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le hubiesen devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los desmayos, los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la certidumbre de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera propia, siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al mundo, mejor dotados para los combates que vendrán”.
     Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había sobrellevado una época difícil durante la cual fui relegado a una silenciosa inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un hálito robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá, en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de pensar en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de yagrumas en cada paisaje”. 

     (Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula, nada azteca se le pegó por vivir fuera.) 

     A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos Russell Banks y William Kennedy.  Una investigadora británica autora de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de la CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los más viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas, sirvió en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos años.
     Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más empobrecida, vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes estaba dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio prioridad a su presidente y toda la narrativa de la región pareció concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus recién aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos, presentaron por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera edición o cuarta edición ya). Ningún espía preso y ningún inventor de champú biotecnológico de placenta se quedó sin su librito. La muy insípida literatura nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot, Zola, Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la “Lolita” nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos cuarenta años pues la colección Huracán es asesorada por Ambrosio Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
     De Puerto Rico llegaron los libros de Plaza Mayor, una editorial que dirige la cubana Patricia Gutiérrez Menoyo. Plaza Mayor había estado ya en ediciones anteriores de la feria habanera, había formado parte de la presencia cubana de la isla en la Feria del Libro de Guadalajara. Su directora estaba cujeada en negociaciones con autoridades cubanas, pero está en la naturaleza de esas autoridades sorprender incluso a los muy avisados. 
     Y, para empezar, le prohibieron a un presentador: Antonio José Ponte. Luego, con malevolencia mayor, impidieron que se presentara el libro de Félix Luis Viera que hablaba de lo carcelario revolucionario en los sesenta, de la UMAP. 
     Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los dueños de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida tendría de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de cristal y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y cartas, caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si quería viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de querer volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como quiera que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera el oráculo marista.
     Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues presentar en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser catastrófico no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy, antes fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento. Alguien se ponía a recordar allí el campo de concentración que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía, iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo Armando Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de paso). Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat, Reynaldo González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón, presentes en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la Comparsa de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus cómplices. 
     Terminada la feria, los periódicos de la isla publican cuánto ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La Cabaña tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
     Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández vigila la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo mantenerse en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan la llegada de un camión, del camión de los víveres. Porque le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima estará dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a él. (Carilda es abstemia.)
 

La lengua suelta no. 6

Fornet e hijo reabren El Encanto

Fermín Gabor

     Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años autora de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista siempreviñeta mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma. Maquinadora de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura endiablada Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas más bobas de la reciente literatura cubana.
     Djuna Barnes afirmó alguna vez que los escritores norteamericanos se especializaban en exponer las cosas soportables de un modo insoportable, y que a ella afortunadamente le interesaba lo contrario. Lo escrito por Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos grupos que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a algunos conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica.
     Carente de imaginación como para inventar personajes o situaciones, anda escasa también de viñetafilosofía o moraleja o tesis que le entregue algún sentido a lo que copia. Y, una vez desenvuelto el tamal del chisme en sus novelas o cuentos en clave, queda al lector bien poco de sorpresa. Aunque es cierto que, en país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos miembros de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego). 
     Y es al parecer de un personaje de esta joven narradora, al parlamento de una de sus protagonistas clonadas, al juicio que se acoge Jorge Fornet para dictar frontera final en su antología del cuento cubano del siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México, 2002). “Todo cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud”, afirma una petulante protagonista porteliana y Jorge Fornet parece asumir que quien habla es directamente Ena Lucía Portela, que lo dicho es una especie de manifiesto literario, que ese manifiesto incluye a toda una generación y que esa generación le pide al antologador que es él que los deje fuera del siglo XX, reservados para un mejor siglo venidero.

(Petición apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa, antologadores ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la ventaja de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que Fornet solito explica en su prólogo.) 

     Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina aproximadamente a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el desencanto por la independencia perdida, el asombro por la aparición del amo estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida, el pasmouno... dos... tres... probando... antologando... por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos desencantos como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de encanto y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del Valle. 
     Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y setenta (Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no parecen desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas por el encanto”. 
     No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena parte de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la Revolución” (ya está que acepta hasta la “Novela de la Contrarrevolución” con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la “Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
     Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con arrepentimiento, la relojería pionera asustadalarga de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda estar desencantado en su escritura sin haber producido antes algún ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse desencantado del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos creer que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto recomienda a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo, el bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y Chucherías se enorgullece de contar con tales artículos.)
     Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco antes y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es que la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas cuantitativamente, no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La escasa obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo libro y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente las cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de otros de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus autores para rectificarlas desde los presupuestos.
     Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de su selección a toda una generación de escritores, sino que los regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que también considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se asome a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello. 
     A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el Niño defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-, encontramos esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el destino de la Revolución misma no parecen preocuparles”. 
     Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby está aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó la diversión/Llegó el prusianismo y mandó a parar”. No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta reciente antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban Borrero Echevarría, el primero de los antologados, había visto “la cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la revolución triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni encantados ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y Fornet el Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y vámonos”.
     En un ensayo aparecido en el último número de La Gaceta de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no saber leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal toda narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de Enrique Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?) y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los múltiples asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga más sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto más crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de Cintio Vitier hayan salido músicos. 
     El Fondo de Cultura Económica de México quiso homenajear a la literatura cubana del siglo XXel arte del tasajeo con tres antologías, y seis antologadores (tres residentes en la isla y tres fuera de la isla) se encargaron de menoscabar esa literatura. Dejaron fuera de sus antologías a un montón de escritores que empezaron vida pública a fines de los ochenta, posrevolucionarios o como quiera que se les llame. Sólo un ensayista -Victor Fowler- en la antología de ensayo, sólo dos poetas -Sigfredo Ariel y Damaris Calderón- en la de poesía y ningún cuentista en la de cuento: el peor cancerberismo ha sido cometido por Carlos Espinosa y por Jorge Fornet. Y este último fue quien prestó razones al cuchillo.
 

La lengua suelta no. 5

Museo arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca

Fermín Gabor

     Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias novelas (alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway mientras éste escribía en la barra del Floridita, hubo de aceptarle al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo. Recibió menosprecio por parte de Neruda enLisandro Otero: ya caí en la lengua de ese Fermín Gabor sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che Guevara aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece allí va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa, Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching bag, el Premio Nacional de Literatura 2002
     Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de años de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías habaneras andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge cuatro de sus novelas y también ejemplares de una biobliografía suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha publicado una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel Castro y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara enseguida: “Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida privada al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia oficial, me permite esta licencia”. 
     Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación no va a escaparse. No sólo adulador, sino también chicharrón, guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja de ruta.  “He residido  muchos años fuera de mi país en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta en esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y empezamos a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas que pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos periodísticos los que le dieron tanta ala?
     No hay que darle muchas vueltas al asunto para comprender que en todos esos ámbitos Lisandro Otero ha cumplido con encargos oficiales cubanos: periodista o embajador o lo que fuera. En México, donde según sus palabras, “he ocupado posiciones dirigentes dentro de los medios de comunicación mexicanos y he recibido galardones de mis colegas de la prensa que me enorgullecen”, apostaba desde el diario Excelsior por la continuación del PRI, partido jurásico, en la presidencia mexicana. Y ahora el fracaso electoral priísta y el hundimiento del trasatlántico Excelsior nos lo traen de regreso. 
     Oigámoslo explicar líricamente en La Jiribilla las razones de su vuelta: vuelve para “escuchar el rumor de las olas y acechar en mi jardín el vuelo del colibrí”. (Escuchar rumores del mar y acechar en un jardín parecen las actividades de un espía en plan pijama.) 
     Poco antes del fallo del Premio Nacional de Literatura, las revistas electrónicas culturales habaneras inclinaban a los apostadores hacia otro caballo, daban como favorito a Reynaldo González. Pero el antiguo director de la Cinemateca de Cuba y actual asesor de la presidencia de la UNEAC ha visto ya frustradas sus esperanzas. Al menos por este año...
     González, quien hasta hace poco acostumbraba (en privado) a deslizar comentarios en contra de Abel Prieto, ha sabido esfumar sus prejuicios y se le vio mucho en el séquito ministerial durante la Feria del Libro de Guadalajara. Pero nada en su comportamiento puede resultarnos asombroso si recordamos que, poco después de haber obtenido ese mismo premio que gana Otero y que González pierde, César López, hasta entonces discreto rebelde, se encaramó en tarima por Elián para mascullar uno de sus poemas insoplables. Y si recordamos que Antón Arrufat, premiado también, se apuntó para la fiesta oficial cubana por el Cuatro de Julio y no hace ascos a integrar cuanto séquito oficial quiera incluirlo. 
     El ejemplo de Leónidas Trujillo, alias Chapita (figura también comparable a Isabel Tudor y a Octavio Augusto) guía el comportamiento de estos escritores. La llamada Generación del Cincuenta, que tendría que representar el papel de mayores en nuestro panorama literario, no ha hecho más que componer obras poco estimulantes y rebajarse por una medalla o un gajo de laurel. La arrebatan los diplomas, es generación chapita, y Lisandro Otero, figura señera de ella, ha vuelto a La Habana en busca de su galardón. 
     Ahora que lo tenemos otra vez entre nosotros, debemos preocuparnos por la continuación de vida tan al margen de lo oficial como la suya, y nos toca preguntarnos por qué (es sólo un ejemplo) no le encargan la dirección de La Jiribilla. Aunque quizás habría que pensarlo despaciosamente ahora que vuelve al cubil otra marginal de la vida pública, figura no menos acechadora de olas y de colibríes: nuestra ex-embajadora ante la UNESCO Soledad Cruz.

Bienvenidos a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
 

La lengua suelta no.4

Convocan a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet

por Fermín Gabor

Lukács cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el último número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke. Maestro lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en los cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo Padura lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso por cada libro que no escribía. 
Pulcramente peinado, cuidadoso de la raya del cabello como del filo de sus pantalones, tan tieso deAmbrosio Fornet (cortesía de La Jiribilla) postura como una intitutriz, ducho en la utilización de la pipa (lo cual ciertamente lo aproxima a Forster) y atacado de movimiento de chino de relojería en cuanto algún punto de discusión aparece por el horizonte, Ambrosio Fornet acaba de cumplir setenta años.
En estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros solamente), lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos preguntáramos dónde diablos estará el “A passage to India” de este Forster nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de desmochar parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser totalmente desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de “la Novela de la Revolución”. 
Incapaz o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido el de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y estudia ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela ñángara a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo. (En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier, exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
Es Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos escritores del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo propugnador de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples cederistas convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera largarse del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de signo contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha convertido una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta importadora de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la libra en pie de escritor ido.
Asiduo visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas universidades en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al terciar en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante profesor universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las instituciones cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes norteamericanos a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica. (Universidades yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su parentela: el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de México.)
La literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que Ambrosio Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos setenta años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra haraganería idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del norte no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo. 
Lo mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad cercana. No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos) lo entrega generosamente cuando, después de algún silencio apreciativo y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz Kafka es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente: “Sostengo que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras francesas”. 
Casa de las Américas celebra ahora estos setenta años de labor infatigable con un coloquio internacional sobre la obra de Ambrosio Fornet. Los interesados en participar deberán entregar sus ponencias en blanco antes de que termine el año.
 

La lengua suelta, no. 3

Bajo la peluca de un ministro

Abel Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio

por Fermín Gabor

     Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de Cultura Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada de México ha publicado recientemente. Creo que desde la publicación en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no contábamos con tanto motivo de estupor. 
  El vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras Cubanas la había impreso dos veces en un año, accidente que no le ha ocurrido a nadie que no sea ministro.  Para promover la edición española el autor no había estado solo: lo acompañaban José María Vitier al piano y Francisco López Sacha como presentador.  Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino en las declaraciones ministeriales a la prensa. 
     Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como ministro, o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos dóciles que los del Granma o del Juventud Rebelde con Abel, ¿el vuelo del gato?quienes acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe su fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del escándalo político, es más rollo que película. Guillermo Cabrera Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada más a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de Zoé Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos literarios. (De acuerdo con este último punto, cabría preguntar entonces qué hace en las librerías habaneras ese bodrio último que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --, por mucho premio Poe que haya recibido.)
     Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto inútil autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la Valdés es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista más reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él hacer de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado -sección Carnes- en el caso Padilla. 
     Prieto suelta en esta última entrevista un par de hermosas estupideces en las que nos detendremos. La primera: que en la isla se conoce mejor la obra de los artistas y escritores emigrados que en Miami. La segunda: que "en Estados Unidos una obra crítica, como Fresa y chocolate, jamás se pone en las principales salas comerciales y se convierte en un hecho nacional".
     No hay más que echar un vistazo a las librerías habaneras o provincianas para comprender que nunca se han visto en ellas ediciones de Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas.  Severo Sarduy en un único libro, Lidia Cabrera también en uno sólo (aún cuando sea su obra mayor) resultan ser muy poco conocimiento de la literatura del exilio.  Imposibles también de consultarse en bibliotecas públicas; tales libros pueden alcanzarse, en cambio, en librería de Miami.
     Y, en cuanto a Fresa y Chocolate, si eso es una obra crítica, entonces Mujercitas, de Louise M. Alcott, también lo es.  Y si una nominación al Premio Oscar, que supone previo estreno comercial (Miramax distribuyendo), no es suficiente movimiento de mercado para Abel Prieto, entonces nos toca compadecerlo por las ilusiones que habrá visto frustrarse alrededor de la edición española de su novela.  Pues lo que Agustín Lara ofreció a María Félix en su viaje a Madrid le habrá parecido muy poco al autor de El vuelo del gato.
     "El mercado es un censor mucho más terrible que el peor que haya existido en la época de Stalin", considera Prieto.  Y a seguidas pregunta "¿Qué pasó con la canción de protesta estadounidense de los años 60?".  Pregunta por pregunta: ¿qué pasó con las vidas de los censurados por los censores de Stalin o por Stalin mismo?  Seguramente que desde uno de los múltiples cayos del Archipiélago Gulag añorarían para sí las vidas de esos apiltrafados cantores de protesta. (Asimismo valdría la pena conocer el destino de esas piltrafas cubanas que intentaron remedar la canción protesta norteamericana. Ubi sunt Silvio Rodríguez.)
     Al Ministro le preocupa la absorción comercial de los cantantes de rap norteamericanos, pero no habla de la estrategia de ningunificación que han planeado las instituciones cubanas para los cantantes de rap de por acá. (Absorbidos también, los criollos no tendrán siquiera el consuelo de la plata.) A Abel Prieto le encanta denostar al mercado como si él no mercadeara de lo lindo. (Desmintiendo que todo es arte comercial, Ediciones B cargó con el plomito de su novela.)  "La más grande herejía en el mundo contemporáneo es la Revolución cubana", afirma.  La voz de Cuba es, según él, la más hereje y disidente en el concierto de los países.  Y el papel de escritores y artistas queda entonces muy claro: "la cultura ha sido (...) guardián de esa herejía".  A escritores y artistas corresponde el puesto de esposa fiel de un hombre excéntrico, errático, borrachín y mujeriego.  Hay que dejar la voluntad de disentir a los políticos y toca a artistas y escritores aplaudir las ocurrencias de éstos.  Con la excusa de una política exterior independiente, orgullo de cancillería, el infierno de la aprobación eterna en el interior del país.
     La lectura de una entrevista así despierta enseguida en quien la lee impulsos de entrevistador y quisiéramos preguntar al Ministro por qué no pensar la cultura como herejía de la herejía.  Nos gustaría recordarle a Abel Prieto que, históricamente hablando, la posibilidad de ser hereje en país protestante no suponía vasallaje católico, aunque igualmente prometiera la hoguera. 
     Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes intriga qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con suficientes motivos de esperanza.  Pues dentro de muy poco volverá a ser entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto.  Hasta entonces, compañeros.
 

La lengua suelta, no. 2

La camarilla de los maquilladores

Delegación cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa

por Fermín Gabor

Que la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
Que nos acompañe, pronuncia nuestro Ministro de Cultura.viñeta
Si va Compay Segundo, ¿por qué no iba a ir ella? 
Y que Omara, escondida detrás de una cortinita, le preste su voz.
Que vuelva a hablar por boca de Omara Portuondo. 
Bueno, dice Salvador Bueno.
Que recite "Juegos de agua" como si cantara "Veinte años".
Dulce María con la voz de Omara, imagina Pablo Armando Fernández.
¡Abrazo de la alta cultura con la cultura popular!, Miguel Barnet exclama jubiloso.
¡Patriciado y mulatería!, César López lo acompaña en su júbilo.
"La novia de Lázaro" como si cantara "Lo que me queda por vivir".
Bueno, confirma Bueno.
"Últimos días de una casa" como si fuera "Siempre es 26". 
¡Abrazo de alta burguesía con Revolución!, exclama jubiloso Barnet. 
¡Como en Pepe Rodríguez Feo!, lo secunda César López. 
Dulce, con esa cubanía que le hizo comprender lo justo de lo que estábamos haciendo, recuerda el Ministro.
Pinareño tan amado de todos, consigue entristecerse Miguelito.
¿César, de quién habla Miguel?
Aldo Martínez Malo, una de esas personas que no dejan una obra cuantiosa pero que son defensores secretos de la cultura, sostiene el Ministro. 
Y recuerda Barnet: Fue por Aldo que llegué yo a la vieja. 
Por Aldo la vieja se acercó a la Revolución. 
¡Patriciado rebelde!
Dulce María Loynaz abrió las puertas de la Academia de la Lengua a la literatura de la Revolución, rememora Bueno.
Dulce María Loynaz aceptó el Premio Nacional de Literatura.
Fue el homenaje que la Revolución le hizo. Homenaje de su pueblo, de este pueblo que se había quedado aquí lo mismo que ella.
Dulce María Loynaz aceptó la Orden Carlos Manuel de Céspedes de manos de Fulgencio Batista.
Ese sentido ético muy suyo, ratifica Abel Prieto.
¡Patriciado irredento! ¡Mujer todo carácter!
Dulce María Loynaz giraba con su esposo por la España de Franco. 
Pero no hay prueba alguna de simpatía suya por Pinochet. Fue Borges el de esa simpatía.
¡Borges no va en nuestra delegación!, decide el Ministro. ¡Jorge Luis Borges no va en ésta! Amaury Pérez, César Portillo de la Luz, Vicente Feliú, Isaac Delgado, Leo Brouwer, Silvio Rodríguez, John Lennon...
Brincan al unísono Pablo, César, Miguel. Hasta brinca Salvador.
¡Y John Lennon, sí señor! Yo no voy a admitir reduccionismos. En ningún otro sitio del mundo han sentido este amor por los Beatles que sentimos nosotros. John Lennon y los Beatles forman parte de nuestro proceso desde el 1 de enero de 1959.
¡La cultura cubana es una sola!¡La cultura cubana es universal! 
...John Lennon, Síntesis, Los Papines, la tropa de Buena Vista Social Club quitando a Ry Cooder...
¡Ry Cooder no pinta nada en una delegación de cubanos! ¡Que se vaya por ahí con su guitarrita hawaiana! 
..el Ballet Nacional de Cuba, la orquesta y cuerpo de baile del Cabaret Tropicana, una tabla humana de Espartaquiadas, los Guaracheros de Regla, los Marqueses de Atarés, el Alacrán, los bandos reconciliados de cada una las parrandas y charangas
de la isla... Y, como perla de nuestros avances en la biotecnología, Dulce María Loynaz igual que si estuviera viva.
¡La cultura cubana es eterna!
¡Patriciado tremendo!
Dulce María doblada por Omara. Así que los he convocado para que empiecen a trabajar en el cadáver. Pablo, Miguel, César, Salvador: toca a ustedes devolvernos a nuestra Premio Cervantes de un modo creíble. Les pido sobriedad en el maquillaje, contención en lo que ese rostro exprese y flexibilidad de labios para que luego Omara no tenga que recitar con boca de caimito. 
Pablo Armando Fernández, Miguel Barnet, César López y Salvador Bueno, teñidores de profesión, componedores de batea, tintoreros de tren chino, abortistas de perchero y zurcidores de virgo, trabajan en la memoria de Dulce María Loynaz.
Y en nombre del equipo, César López ha declarado al Granma del 11 de noviembre: "Hemos estado revisando todos los textos de importancia para que esta obra salga lo mejor posible".
 

La lengua suelta, no.1

por Fermín Gabor

Cunde la esperanza entre escritores de la Isla

Delegación de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de Guadalajara

     Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos sesenta escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen café), el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y caderólogas abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero, así y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla. 
     Muy distinto futuro se abre, en cambio, para esos que dicen ser cubanos aunque abandonaron la isla. Presumen de escritores cuando no tienen editorial estatal ni ministerio que los represente y viñetarecibirán la mayor de las sorpresas: cien jóvenes latinoamericanos con entrada gratis en el recinto ferial. Cien muchachones diarios casualmente reunidos en Guadalajara para congreso de la Organización Continental Latino Americana de Estudiantes (OCLAE). (De producirse enfrentamiento o altercado, la delegación oficial cubana tendrá las manos limpias. Tan limpias como las de la policía habanera en cualquier cinco de agosto: de la OCLAE como Contingente Blas Roca...)
     Seiscientos escritores y artistas, cien latinoamericanos dispuestos a la solidaridad,
coreografía del Ballet Nacional de Cuba o del congreso de la OCLAE. Número grande para negociar con los organizadores de la feria mexicana desde posiciones de fuerza, para abusar con el más chiquito. (Mandaron a un tal Fernando Rojas a quitar y poner gente de las mesas. Sacaba a su pariente Rafael Rojas -si acaso son parientes- para meter a Lisandrito Otero.)  Número grande para convertirse de huéspedes en anfitriones, como ha dicho Guillermo Cabrera Infante. 
     Ya algunos descontentos (los que no van) denuncian el alto nivel de artritis y esclerosis de quienes han sido elegidos para representar a la literatura de nuestro país. Pero, si bien es cierto que Cintio Vitier, ganador del Premio Rulfo, cuenta con 81 años, Susana Haug, a quien desde ya le auguramos un premio equivalente en su camino, cuenta con 19. Y el arco que va de una a otro lo cubren escritores de todas las edades y pelajes. 
     Como indican los índices de edad promedio por día ferial, no resulta alarmante el matusalenismo de la delegación oficial cubana. Y a continuación publicamos la edad promedio de la delegación oficial cubana por cada día de feria de la misma manera que algunos periódicos publican los niveles diarios de contaminación ambiental:

Sábado 30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6 años. Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años. Jueves 5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1 años. Domingo 8: 58.8 años.

     (A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de días. Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda Oliver Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal, 60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo ejemplo, domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72. Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González, 62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor Casaus, 58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel, 40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)

     Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las provincias y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del Instituto Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación oficial cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una parte importante de la población radicada en la capital no nació en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de construcción de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia", ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más del 80% de los integrantes de la delegación que viaja a México no ha nacido en la capital. 
     Siguiendo este razonamiento que considera monumento provincial a cualquiera nacido en provincias (sin importar cuántos siglos lleva viviendo en la capital), frente a quienes gritan "¡Más Haug, menos Vitier!" declaramos jóvenes a aquellos que fueron jóvenes alguna vez. Porque haber nacido en Tuinicú tiene el mismo valor inamovible que haber tenido diecinueve años. De este modo, si el 80 % de la delegación oficial cubana está compuesta por escritores de provincia, la totalidad de esa delegación es joven. (Susana Haug no iba a ser una excepción, por mona que sea.) 
     La esperanza cunde entre los escritores de la isla y no nos referimos solamente a quienes por peregrinar a Guadalajara recibirán indulgencias (eterna juventud, fuerzas de tierra natal) sino a los escritores todos de la isla. Porque piensan: "Caramba, si a una feria del libro llevan a tanto músico y hasta deportistas, seguro que los escritores cogeremos cajita cuando vuelvan a nominar cubanos para el Grammy". Por no hablar de unaprobable nominación al Oscar. 
     Lo que los entristece un poco, sin embargo, es que el deporte ofrezca tan pocas oportunidades de gira, ahora que las Olimpiadas ocurren dentro de la isla. "Lástima que no haya Píndaro con visa", se dan pésame los unos a los otros.


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