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Se
soltó la lengua
Dada la aceptación que tuvieron las primeras entregas de La lengua suelta entre nuestros lectores, La Habana Elegante ha decidido concederle a Fermín Gabor un espacio propio donde pueda seguir soltando la lengua. A partir del presente número invitamos a nuestros lectores a visitar periódicamente La lengua suelta, puesto que su actualización no dependerá de la salida del próximo número de L.H.E, sino de los envíos de Fermín Gabor. La Redacción Aviso a
nuestros lectores: Hemos incluido, a continuación
de la entrega no.18 de La lengua suelta, el texto Anónimos, de Arturo Arango a
que Fermín Gabor hace referencia. De esta manera nuestros
amigos disfrutarán más el envío de Gabor.
Además, La Gaceta de Cuba
no podrá objetar nuestro sentido de la más elemental
justicia. En cuanto a nosotros, bueno, no les exigiremos peras al olmo.
La
Habana Elegante La
caja está cerrada (y
con el muerto adentro) Pues sí, las milquinientas maraquitas convertibles fueron a dar al bolsillo de Antón Arrufat, quien recordó cuán amigos habían sido él y Cortázar (debió ser en la época en que Arrufat dirigía la revista Casa de las Américas, porque luego Julio empezó a padecer de una curiosa amnesia electiva). Y ahora, tantos años después, aquel premio con su nombre... El laureado confesó a la prensa que algunas de sus amistades creyentes en la vida ultraterrena le aseguraban que era un gesto de Cortázar, un saludo con la mano desde el tren de Fin de juego. Arrufat, que apenas ha cultivado lo fantástico en su narrativa, se mostró como un sabio administrador de credulidades. Porque después que uno acepta que puedan existir amigos suyos, se hace fácil creer en un Más Allá intercomunicativo. De cara a la prensa, el nuevo Premio Cortázar se inventó unos amiguetes y, de paso, resolvió con ironía el asunto de sus creencias personales. Esos amigos inflables (también la amistad cuenta con juguetes sexuales) recibieron la culpa de pensar lo que pudiera pasar por ridículo. Y de ese mismo jueguito está lleno su cuento premiado, El envés de la trama. El título parece una mala traducción de El revés de la trama de Graham Greene y lo que se cuenta huele a Henry James, a una de esas solemnidades donde un primerizo se acerca a un escritor venerado. Pero lo que en el narrador inglés (o estadounidense, según se prefiera) queda como solemne, en el cuentista habanero (o santiaguero, según se prefiera) resulta solemnemente ridículo. Por James habla un muy sólido agente de pompas fúnebres; por Arrufat, el Doctor Chappotín, dueño de La última noche que pasé contigo, funeraria de San Nicolás del Peladero. Los hechos que cuenta El envés de la trama suceden en La Habana de nuestros días donde circulan varias monedas y hay casas de cambio. Un joven ha publicado su reseña de la última novela de un viejo escritor, al joven lo apasiona la obra de éste, llega a entrevistarlo, y en esa entrevista el viejo escritor le suelta una perlita de sabiduría para que vaya tirando en la larga y árida vida literaria. ¿Ya? Ya. ¿Eso es todo? Y con menos se hace una comida. Hipólito Mora (desde que vivió en Tebas, a Arrufat le chiflan los nombres griegos y es de agradecer que a éste no le haya puesto Moira de apellido) anda retirado del mundanal ruido, es un Salinger habanero. El joven protagonista, al que un amigo apoda Tertuliano el Apologético, lo ha visto alguna vez salir de las librerías o sentado en el Parque de las Misiones. Sin atreverse a hablarle. Quien haya leído acerca del acercamiento temeroso de las hermanas García Marruz a José Lezama Lima podrá hacerse una idea. Pero lo que parece candoroso en el comportamiento de dos muchachas de los años cuarenta es, sesenta años después, Tertuliano frente a Hipólito, la picuencia arrancapescuezos. O al menos así logra comunicarlo un prosista de la talla de Antón Arrufat. En descargo del joven protagonista habría que considerar lo imponente que luce el Magister Mora “vistiendo su guayabera (...) como la armadura de una tropical Edad Media”. Y está, para causar más aturdimiento, la calidad de su último libro publicado, de su obra toda: “como una piedra más, su reciente obra se unía –armoniosamente- a la hermosa catedral enigmática que su genio y su voluntad habían edificado”. ¿No corta el hálito ese hombre enfundado en una armadura y fabricante de una catedral? Dos viejos carcamales se alzan en el camino del joven a quien apodan Tertuliano: la poetisa Ana Morales (qué alivio un nombre común) y el buscado Mora. Si el segundo viste una armadura, la primera lleva un traje de los años veinte. Pero lo más raro no es su vestimenta, sino el ambiente en que se desarrolla su tertulia (juegos florales, la llama el autor). Pasa trabajo el protagonista para atravesar “la exclusividad masónica que rodeaba las reuniones de la poeta”, y se presenta allí sólo para conseguir el número telefónico de Hipólito Mora. (En un mundo medieval cuesta averiguar un teléfono. A esa antigüedad podrá achacarse la imprecisión verbal al lidiar con aparatos modernos: para oír los mensajes se “abría el contestador automático”.) Sentada la gente de la tertulia en sillas arrimadas a las paredes, procédese a apagar todas las luces y a encenderse un reflector azul. A esa luz llega el primer poeta de la noche y, terminada su lectura, se apaga el reflector, oscuridad total, y vuelve a encenderse el haz azul para que el próximo invitado lea. ¿Cómo no va a prestarse a florituras un ambiente tan exquisitamente planeado? (Así habrían sido las tertulias de Arrufat de llamarse Dulce María Loynaz o Reina María Rodríguez.) “Abandonó la idea como un exordio sin completar”, puede leerse. O esto otro: “Él no era un simple invitado, era el ángel guardián que el poeta espera antes de morir”. Una convicción no menos alta que la de las voces que narran en las radionovelas le permite escribir: “Si la vida no fuera tan turbia. Una fracción de su naturaleza respondía a estos estímulos y aún estaba hipnotizado por la presencia de la Morales”. O lanzarse desde el más alto trampolín a la piscina filosófica sin agua: “Un tiempo sin espacio, completamente interior...” Luego de algunos escarceos con la poetisa momia y de una erección a la que se presta atención minuciosa (¡una erección puede ser tan moderna como un contestador automático!), llega el clímax, el encuentro entre Hipólito y Tertuliano. Este último se afila los colmillos: “Los inexplorados enigmas que lo inquietaban en la escritura de Hipólito Mora y en su vida personal, requerían de las páginas de un libro exhaustivo”. (Antón Arrufat recurre al enigma y a lo enigmático para abrirnos el apetito por ese encuentro. Y no hay que ser un bicho hermeneuta para comprender que él se cree cosas: ha de verse a sí mismo en el papel del Magister Mora, y deseará para sí la atención de una tierna criaturita que lo reseñe y le construya mausoleo.) El escritor buscado a lo largo de todo el cuento calza tanto coturno como la poeta de las tertulias. La vida literaria consiste en una sucesión de ademanes operáticos, y el joven Tertuliano va de Eleonora Duse a Sarah Bernhardt: “Hipólito Mora se hallaba reclinado en una especie de diván color morado desvaído que le recordó el color de los labios de la poeta, estiradas las piernas sobre el mueble y semejante a la de un antiguo busto romano, erguida la cabeza completamente rapada, ancho el cuello y acusado el perfil que sobresalía de la penumbra en la que se encontraba”. A espaldas suyas resplandece la luz del atardecer en un ventanal. Los muebles son de laca negra con incrustaciones de marfil. Brillan lámparas rojas y jarrones azules, y pueden encontrarse, por aquí y por allá, abanicos de papel y preciosas dagas. Para completar el cuadro, Catana pare un amante chino que responde al nombre de Li. Ay, una de las mayores dificultades de la televisión cubana actual estriba en convencernos de que la casa en la que viven los ricos de la telenovela es realmente una mansión... Tampoco logra situar personajes en el extranjero con cierta verosimilitud... Tales son, al parecer, los límites del audiovisual ñángara. De modo no muy distinto, El envés de la trama declara los límites de la imaginación del compañero Arrufat. La visita a un escritor que él nos vende como eminencia termina siendo tan picúa como la tertulia que antes ridiculizara. No importa los esfuerzos que haga por diferenciar una de otra, lo ridículo y lo sublime no encuentran en su escritura diferencia de registro. Y si, tal como se afirmaba en la tertulia, la vida era turbia, para el decisivo encuentro entre Hipólito y Tertuliano el autor ha guardado esta otra definición: “Así de pegajosa es la vida”. Me temo que Henry James se reservaba algún tesorito, al menos una chispita de brillantes, para ocasiones como éstas. Coreografiado por Arrufat, el hierático Hipólito Mora juguetea con una daga que tiene menos filo que sus parlamentos, y lo que entrega al joven es fricandel de bagazo enriquecido con soya. Más tarde, para conseguir algo que suene como un final, a Hipólito Mora no le queda otro remedio que estirar la pata más de lo que la estiraba en su diván color labios de poeta. Mucha de la actual ficción cubana suele regodearse en la miserabilia. Arrufat, a diferencia, pinta como un cronista social la vida selecta. La revista donde el protagonista publica su reseña es la mejor revista literaria habanera, una guayabera es impoluta, el té verde que beben es regalo del Agregado Cultural de Japón, las tertulias no por ridículas dejan de ser exclusivas, y léase cuánto preparativo se gasta el Tertuliano para asistir a una: “Se afeitó y se bañö con lentitud ritual. Lustró los zapatos y se vistió su [sic] mejor ropa: una camisa blanca hecha a mano en la India, un pantalón de lino puro”. (En medio de tanto despliegue de estilo de vida, siente uno la tentación de preguntar si Mora y Morales firmaron las últimas cartas públicas oficiales que signara Arrufat. ¿Viajaron a Caracas? ¿Mora es ya Premio Nacional de Literatura o hace alianzas para serlo? Ninguna de estas presiones parecen existir en la vida literaria habanera de El envés de la trama.) A la ficción cubana que circula por la acera del sol la llaman, con relativa impropiedad, realismo sucio. Antón Arrufat, que no se suda y camina por la acera de la sombra, ha escrito con El envés de la trama una pieza de realismo chichí, bomboncito de flema. Con este último cuento suyo demuestra ser tan chichí como los ambientadores de la televisión cubana al emprenderla con gente rica o países extranjeros. Y no es que él sea el único chichí. Su generación podría ser llamada Generación Chichí. Provincianos y pobretes de origen, muchos de ellos han cumplido sus sueños clasistas gracias a la revolu. Así, el que no colecciona chinerías, colecciona abanicos, se acoge a un ceceo de hidalgo español, alardea de una bañadera de mármol negro o no escribe poema que no transcurre en sitio bien lejano... Diplomáticos retirados, cuidan entre todos la entrada de la Academia de la Lengua o del Premio Nacional de Literatura pues éstos son sus Country Club y su Club de Rotarios. Es de suponer que cualquiera de ellos que intentase escribir la figura de un maestro no se habría apartado mucho de la fumanchunesca descripción propinada por Arrufat. Cercanos en sus juventudes a los grandes de la cultura cubana del siglo XX, cuando les toca imaginarse en el papel de maestros caen en la chochera del más reciente Premio Cortázar: empolvan pelucas dieciochescas o se disfrazan de mandarines. (Espérese por el cuento donde Miguelito Barnet explicita su asombro ante un travesti habanero que leyó su Canción de Rachel. Historia chichí donde un travesti chichí lee un libro chichí y se encuentra con el chichí que lo escribió, ha poco fue paladeada por quienes asistieron al Centro Cultural Dulce María Loynaz.) Creo que los amigos de Antón Arrufat, si es que existen de veras y de veras creen en una vida después de la vida, no supieron interpretar el gesto de Cortázar. No era un saludo, no. Lo que decía el autor de Rayuela con su mano era más bien: “¡Borra, borra! ¡Tacha, tacha!”. O avisaba al jurado de lo que les va a caer encima el año próximo. Porque, corrida ya la especie, enterados de que en el Premio Iberoamericano de Cuento los muertos concursan y ganan, gente como Manuel Cofiño y Noel Navarro (entre otros) empiezan a revisar esperanzadamente sus inéditos. La
lengua suelta no. 25 Carilda escribe con Garcilaso y Cervantes no va al taller del chino Heras Fermin GaborLa casa tenía toda la pinta de Donnafugata, la mansión patrimonial de los Salina. O mejor: de las ruinas de Santa Margherita di Belice, que sirvieron a Lampedusa para imaginar la mansión de los Salina. Se asemejaba, por tanto, a la locación que eligiera Antonioni para filmar la fiesta de La Aventura. En versión más reducida, eso sí, habanera del Vedado. Sobrellevaba la decadencia sureña de tantos caserones en las novelas de Faulkner. Era (para acabar de una vez) idéntica a Tara cuando Scarlett O’Hara se vio obligada a desmontar las cortinas para hacerse un vestido. En la esquina del jardín se alzaba una estatua femenina descabezada, el cuerpo de mármol decorado con líquenes. Y la vieja propietaria hacía juego con aquella mujer guillotinada, hasta el punto que parecían hermanas gemelas. Lo cual no quiere decir que hubiese perdido la cabeza. Pues hasta su fallecimiento conservó la mente en buen orden, y se mantuvo ágil para ironías y maledicencias. Fue, hasta el final, una buena lanzadora de cuchillos en el circo de la literatura cubana. No más estiró la pata, sin hijos tal como dejó el mundo, la mansión pasó a formar parte del patrimonio estatal. Y ya se le pronosticaban las peores sorpresas cuando, con la ayuda económica de la Junta de Andalucía, el lugar se puso de estreno: hasta la muñeca cogió cabeza en el reparto. Limpiaron de escombros la fuente del jardín, desenrollaron alfombras de césped, dispusieron aquí y allá farolitos, pintaron de blanco impecable y, en el friso de la fachada, en caligrafía dorada, estamparon la firma de la antigua dueña: Dulce María Loynaz. De manera que la casa, sede actual del Centro Dulce María Loynaz, perdió su autenticidad de ruina para ganar el aspecto de un cheque falso. Con esa firma en lo alto de la fachada, uno la tomaría por sede de algún banco español. O por un nuevo hotel: el Melia Loynaz. Bobería todo comparado con lo que adentro se cocina. (A quien dirige el sitio, ni lo voy a mencionar, deseoso como parece hasta de publicidad negativa, mendicante de fama.) Espacio de variadas peñas y tertulias, allí fue donde Lisandro Otero ofreció primicias de su novela Charada, otro intento (el anterior fue Bolero) de aruñarle La Habana prerrevolucionaria a su rival de siempre William Cabrera Infante. Y, ya que hablo de peñas y tertulias, aprovecho la ocasión para felicitar a los programadores culturales habaneros por revitalizar esa costumbre de reunir público alrededor de un escritor y de su obra. Las tertulias literarias han vuelto gloriosamente a La Habana. Así, Basilia Papastamatiu conduce una llamada Aire de Luz, César López la suya, lezamianamente titulada Cantidades rosadas de ventanas, y Marilyn Bobes una cuyo nombre no recuerdo. Voces indiscutibles de la literatura cubana (la una por el acento porteño que todavía porta, el otro por su habitual ronquera, la tercera por la fañosidad de su registro), maldita la gracia que tienen los tres para conducir, ya no una tertulia, sino un sencillo trozo de conversación. Desabridísimos como personas e imposibles como escritores, ¿por que recibieron ellos la tarea de animar a los lectores? Pero volvamos a la mansión Loynaz donde, según testimonio de diversas fuentes, Lisandro Otero ha cogido la manía de meterse en la cochera cada vez que puede. Él y un grupo de vejetes entre quienes se cita a Salvador Bueno, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, César López, Miguel Barnet y Reynaldo González. El asunto llegaría a resultar intrigante si acaso el guarda de la puerta no estuviera avisado de que cuentan con autorización: son la Academia Cubana de la Lengua, que Otero preside. Tal como se habrá visto por los nombres anteriores, la institución es mayoreada por la Generación del Cincuenta. Perfecto que así sea pues toda criatura precisa de un rincón donde sentirse algo importante. ¿Y qué mejor vergel que una academia para quienes se han agotado en antologías, revistas, volúmenes, séquitos, lauros, sin ser tenidos suficientemente en cuenta? Luego de haber poseído revistas y consulados, y luego de perderlos, la Academia de la Lengua significa para ellos el otorgamiento de un marquesado. Y allí pueden sentirse maestros sin tener que presentar el aval de unos discípulos. (Al respecto, la Generación del Cincuenta no tiene ni donde amarrar la chiva.) Defender la lengua común con España ha de serles motivo de orgullo puesto que, después de haberse engañado juvenilmente con la idea de que traían la literatura norteamericana y otras literaturas a unas letras cubanas demasiado hispanófilas, se ve claro que lo de ellos es el cocidito madrileño. Como ejemplo, hay que oírlos hablar de los tan sobrevalorados poetas españoles de la Generación del 27. Resulta entonces cosa fácil descubrir con qué rolos mentales fijan sus peinados: se toman a ellos mismos por los poetas del 27 para posicionarse frente a esa Generación del 98 que es el grupo Orígenes. Para nada es casual que hayan montado una lavandería (“Limpia, fija y da esplendor” sostiene como divisa la Academia de la Lengua Española) en la cochera de Dulce María Loynaz. Esa misma institución fue refugio de la poetisa, su única maltrecha conexión con la vida pública durante las décadas en que estuvo silenciada, cuando una academia del español no merecía respeto alguno a las autoridades cubanas, empeñadas en la lingua franca del CAME. Y de lejos viene la amistosería de los académicos del Cincuenta con la dueña. Dulce María Loynaz ha sido para ellos una alternativa a Fina García Marruz (antes que reconocer los valores literarios de la monja origenista, soplarse la poesía a la Tagore de la otra), o le han ido en sus apuestas a Carilda Oliver Labra (la ninfómana de provincias antes que la monja de Orígenes.) Y, como la Loynaz fue presidenta de la academia, ahora han hecho a Carilda miembro correspondiente. (Antón Arrufat se quedó fuera. Mayoría de bolas negras en la votación, pese a que él se creía adentro ya y alardeaba del discurso que le dispararía al resto de los académicos, una de esas empalagoserías suyas acerca de la memoria y la temporalidad.) No otro que Miguel Barnet hizo el elogio de la nueva académica. Escuchen como la describió: "un viento aciclonado abrió las puertas de la poesía neorromántica cubana. Carilda recibía la flor de oro de la poesía y un duende travieso se asomaba a nuestra literatura para quedar semioculto entre los enrejados matanceros y los puentes que conducen a las cuatro esquinas del mundo". ¿Verdad que es lindo? Así hablan los académicos cuando se ponen poéticos. “Arquera del amor erótico”, llamó Barnet a esa vieja Diana. "Si hay en Cuba un solo poeta que haya vivido en carne y espíritu la poesía, ese poeta es sin duda, Carilda Oliver Labra." ¿Verdad que resulta impresionante? Así hablan los académicos cuando se ponen sesudos. Y ahora, a aguantarse de la silla: "Cargada de ultimátum, de pólvora, de rímel verde, contemporánea, lela, tramposa hasta el éxtasis, como una balada, neurótica, metiendo sueños en una alcancía, novia de los cuchillos, ninfa del trauma, jugando a no perder la luz en el último tute, Carilda ha estado escribiendo sus poemas sin importarle el reconocimiento o los juicios eruditos.” Según Barnet, Carilda Oliver Labra es el mejor sonetista cubano, junto a Eugenio Florit. (Así habla un académico cuando lleva décadas sin merendarse una composición de catorce líneas.) En el ardor de su discurso, el entrevistador de Esteban Montejo afirmó que los sonetos carildeanos son dignos de Boscán o de Garcilaso. Pero dejemos en tan alto punto a la gente de la Academia Cubana de la Lengua y echemos una ojeada a otra de nuestras importantes instituciones culturales. ¡Visitemos el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso que con tanto desvelo dirige Eduardo Heras León, llamado cariñosamente El Chino! Ningún momento mejor para caer por allí que durante la recepción de José Saramago. Como es sabido, el Premio Nobel portugués había anunciado que se bajaba del camello de la revolu, que no aguantaba más. Sin embargo, caminó un poco a solas, se le pasó el sofoco, y no tardó en volver a encaramarse. E invitado por el Ministerio de Cultura, visitó en La Habana diversos centros educacionales como la Universidad de Ciencias Informáticas y la Escuela Latinoamericana de Medicina. Discurseó ante profesores y estudiantes en el Aula Magna de la Colina Universitaria, a su disposición pusieron la sala más espaciosa de Casa de las Américas. Y firmó numerosos ejemplares de la edición cubana de su novela El Evangelio según Jesucristo. “¡Qué gran aventura literaria!”, exclamó el presentador de ocasión, Omar Valiño. “Una de las más grandes jamás emprendidas en la historia de la literatura.” (Carilda escribe los sonetos de Garcilaso, y Saramago, que se cae de convencional, es uno de los más grandes aventureros literarios. Hay que ver cómo la falta de lectura está acabando con el personal...) Difícilmente pueda hallarse en la actualidad un escritor de renombre con tanta debilidad por lo pedagógico como Pepito Saramago. Su prosa se desvive por adoctrinar, y él planea concluir su carrera de novelista como fabricante de fábulas morales. Muy adecuado entonces que lo pasearan por centros estudiantiles, mientras hacían tiempo a la espera de alguna señal de Palacio. (Terminó por no ser recibido, según parece.) Aunque todo tiene su límite, y ese colmo fue alcanzado en la visita que hiciera Saramago al Taller de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Para empezar, arribó en medio de un apagón, gesto que no entendió como homenaje a su Ensayo sobre la ceguera. Tampoco contaban allí con agua corriente y, sin embargo, cincuenta jóvenes promesas esperaban por la palabra del maestro. Cincuenta jóvenes promesas y el Chino Heras, promesa no menor. Tomó éste la palabra y se puso a explicar en que consistía el trabajo que intentaban desde hacía ocho años: jóvenes bien seleccionados estudiaban concienzudamente las más novedosas técnicas narrativas. (Pío time para adivinar cuál podrá ser el alcance de tales estudios. Los televidentes que hace unos años siguieron el curso de apreciación de la narrativa dictado por Eduardo Heras León, recordarán su dictamen acerca de las novelas de Virginia Woolf. “En ellas no pasa nada”, afirmó, y es que el Chino echa de menos algún miliciano en las páginas de la inglesa. Algún obrero de avanzada.) Como guía de pioneros de la escritura, Heras León ocupó el tiempo del ilustre visitante en la enumeración de los premios obtenidos por gente de su taller. Y Saramago lo dejó que hablara bastante para, al final, echarle encima este jarro de agua fría: “Pues yo no conozco las técnicas narrativas”, dijo. Nerviosa risa del Chino y expectación entre sus estudiantes. “Ni quiero conocerlas”, sentenció. ¡Pasmante que el maestro declarara que no existía lección! ¿Habráse visto un viejo comunista que no crea en las virtudes de los talleres literarios? “Ni Shakespeare ni Cervantes ni Dostoievski asistieron a esta clase de talleres”, refunfuñó. Y, claro está, los pupilos del Chino no iban a aceptar que un Premio Nobel viniese a sopapearlos. De modo que le salieron al paso. Notificaron al visitante que, en caso de haber existido talleres como aquél en los países y épocas de esos señores, ahora podríamos contar con más Cervantes, más Shakespeares, más Dostoievskis. Pero ni aún así se mostró complacido el portugués. ¿Qué pretendían esos mocosos? ¿Adocenar al genio? La sesión ya estaba perdida a esas alturas. “¡Lo bien que me habría venido la bendición de Saramago!”, se dolía el Chino para sus adentros. Uno de los estudiantes, al salir de la recepción, fue quien dio la nota definitiva: “¿Y quién pinga se cree el viejo mamerto ése?”, preguntó. Para (viendo que ninguno de sus acompañantes respondía) agregar: “Él tampoco es Cervantes.”
¡Pero qué precioso poeta quinceañero! Contemplando un áIbum de fotos de Alberto Edel Morales Fermin GaborMe han estado llegando últimamente mensajitos de Dulce María Loynaz y de Alberto Edel Morales. O más exactamente: del Centro Cultural “Dulce María Loynaz” y de su director, Alberto Edel Morales. ¿De dónde salió éste? Si, como aseguran sus críticos amigos, pertenece a lo más granado de la generación poética de los noventa, ¿por qué no lo encuentro en las tantas antologías que desde entonces se han venido publicando? Confieso que lo único suyo que he leído es un poema dedicado a la bandera que él endilgó a una larga lista de correos junto a la explicación de cómo pudo perpetrarlo. Fue (he de reconocerlo) como recibir un correo electrónico de Edgard Allan Poe donde se juntaran El cuervo y La filosofía de la composición. ¿Y qué cuenta la filosofía de Alberto Edel Morales? La cosa es más o menos como sigue: cogitando luego de extensa jornada laboral, Morales cayó en la cuenta de que ningún poeta de su generación había escrito un poema a la bandera. (Podrá creerse que un pensamiento así es digno de un resentido, de quien siempre se ha visto postergado y busca madrugar a los que le tienen cogida la delantera.) Reparó Alberto Edel Morales en la falta de poema al banderín cubiche y, al bajarse del camello que lo llevaba a Bahía, percibió el hueco, el bache, la oportunidad de cuele, el filo, el jamón de muslo y blúmer que la jeva Patria le mostraba. Y se dijo a sí mismo: “¡métele mulato, que ahora te toca a tí bailar!”. Fue en Bahía, al bajarse de un camello, mirando el cielo del atardecer, que un poeta de la talla de Alberto Edel Morales encontró su camino de Damasco. Ya no más ser considerado un burócrata, ahora sí que enseñaría credenciales de poeta. ¡Iban a ver los descreídos! Y, ¿en qué sitio publicar ese poema suyo sino en La Jiribilla, donde acogen a los peores cuentos y a las canciones insufribles de los jóvenes trovadores? Publicado allí el poema y, todavía insatisfecho con lo que él consideraba escasa publicidad, Alberto Edel Morales la emprendió entonces con una lista que sumaba lo mismo amigos íntimos que conocidos de vista, desconocidos totales y gente incapaz de leer una línea en español. Del poema, ¿qué decir? ¿Recuerdan aquellos pitazos de cafetera que daba Cintio Vitier al principio de la Revolu cuando, como pastorcito de Fátima o de Lourdes, aseguraba haber visto el verdadero rostro de la Patria? (Por esos mismos años, Lezama Lima juraba que, en el piso del patio, gracias a una tirada de yaquis, unos niños vieron el rostro de su padre muerto. ¡Cómo estaba el caleidoscopio de los poetas de Orígenes!) Bueno, pues lo que era ya retórico e inverosímil en Vitier, resulta peorsísimo en Alberto Edel Morales. El bisoñé de Fantomas luce menos postizo que el poema de marras. Desde Encuentro en la Red, Pablo de Cuba Soria (y luego hay gente que no acepta los seudónimos...) se ocupó del poema como un rottweiler se ocupa del brazo de un niño. (Para tratos delicados con ese bracito, para lamiditas, pueden verse los textos de Basilia Papastamatiu, Virgilio López Lemus y Roberto Manzano aparecidos en el sitio Cubaliteraria.) Pero volvamos al flamante director del Centro Cultural “Dulce María Loynaz”. Hastiado de no aparecer en las antologías, de dar lecturas públicas para cuatro gatos (cuatro gatos en comparación con los cuatro gatos que reúne toda lectura de poemas), harto del ninguneo al que fuera sometido, el poeta Morales se nos revela como gerente de su propia obra, como relaciones públicas de su talento. Prepara una lectura de poemas y, 1er paso, manda a todo el mundo invitación. No una, sino varias. Bombardea con esa misma invitación varios días seguidos: 2do, 3er y 4to paso. Así procura despertar remordimientos en quienes no pensaban asistir, ablandar convicciones, poner en remojo almas. ¡Que no parezca una simple lectura lo que se va a celebrar, sino toda una jornada donde su voz se extienda! Al fin y al cabo, quien canta a la bandera termina por querer comerse la isla. 5to paso: celebrada la lectura, Alberto Edel Morales procede al envío de imágenes. Fotos del bardo y de su público. Dulces recordatorios para quienes compartieron con él tan sublime momento y, para el resto, pinchantes testimonios de cuánto se perdieron. Allá van las demasiadas fotos que ambiciona una quinceañera: con tiara, con mitones, pegándose a un espejo, encima de un coche, al borde de una fuente, en un jardín florido... Uno mira esas imágenes y juraría que Luis Alberto Casanova podría soltar de un momento a otro: “Alberto Edel Morales, ahora que has arribado a tus quince primaveras, las ilusiones se abren para ti y la vida te sonríe...” Pero es acto seguido que viene lo bueno, pues la gente empieza a responder a los envíos, y toca responder (6to paso) a las respuestas. Arriban mensajes tan heterogéneos como la lista de direcciones. Algunos, con tal de no arriesgar opinión sobre los textos escuchados, comentan lo bien que el poeta quedó en las fotos (el rostro de Alberto Edel Morales mereció ya un affiche en una edición de la Feria Internacional del Libro que él vicedirigía con todo su cuerpo). Otros declaran lo bien ganado de su posición dentro de la historia de la poesía cubana: after Bonifacio Byrne, him. Vienen entre esos mensajes las décimas que amigos entrañables como Waldo Leyva (tronco de poeta) y Alexis Díaz Pimienta (otro tronco de poeta) mandan disculpándose por no haber asistido. Y al leer esos poemas de ocasión, al degustarlos, Alberto Edel Morales comprende que los ecos de su lectura no pueden terminar así, y que es su deber como escritor y como funcionario implementar un 7mo paso: zumbarle las décimas a quienes ya recibieron fotos e invitaciones. ¿Qué importa lo agotado que estén sus corresponsales ni el número de computadoras atoradas por sus voluminosos envíos? Ahí les va más, ¡para que aprendan a ponerlo en las antologías! Después, una notica en Granma o Juventud Rebelde saluda el feliz hecho de su lectura pública, y la notica da pie para un 8vo paso, nuevo envío. Papastamatiu, López Lemus y Manzano le prestan atención de críticos, y él forma con esas reseñas un lindo ramillete que le mete por los ojos (9no paso) a su público. La cosa (para resumir) puede seguir infinitamente. Ya a estas alturas Alberto Edel Morales es el Google de la poesía cubana, un buscador que sólo encuentra su nombre. Narcisista electrónico, lo lindo del caso es que cada una de las etapas de esta estrategia de autopublicidad es cometida en horario laboral, bajo sueldo de funcionario, atascando el servidor de un ministerio, desde una computadora con chapilla de medio básico, encendido el aire acondicionado de su despacho de director, utilizando para ello el trabajo de una secretaria... ¿Están al tanto de lo anterior sus superiores? ¿Campaña tan terrorista como mediática cuenta con el visto bueno de los jefes? ¿O es que arriba han concertado la aparición de nueva especie de escritor oficialista, un cambio de portaestardante en la comparsa de “El Alacrán”? Aprovechando el caso Elián, Alexis Díaz Pimienta, escritor de la misma generación a la cual pertenece Alberto Edel Morales, llegó a la televisión desde el anonimato. Lo cuenta él mismo en entrevista publicada en La Jiribilla: “A mí no me consideraban como escritor, ni siquiera como intelectual. Yo no existía a pesar de los premios que obtuve. El poeta menos antologado de mi generación soy yo”. Y luego: “¿Qué ha pasado? Que de momento del anonimato y el silencio, he salido no a la voz sino, a ¡la Voz! Con mayúscula, a las tribunas abiertas, a un espacio tan estigmatizante como la televisión”. Teresa Melo, poeta de esa misma generación, entendió que su camino pasaba por recorrer la isla de punta a cabo metida en una caravana oficial de poetas a la que llamaron “Estrella de Cuba” y relacionaron con José María Heredia. (Consiguió mucho menos televisión que Díaz Pimienta, hay que decirlo. Pero a su regreso varias publicaciones le han rendido honores de clásico vivo.) Y Alberto Edel Morales, que participó en los actos públicos de la campaña elianesca y viajó en la misma caravana poética que Teresa Melo, comprendió que la solución no estaba ya en berrear por un niño o patear la isla en pleno. Así que la emprendió con la bandera. Se envolvió en ella, y no resulta trabajoso aventurar a dónde apuntan sus maquinaciones: no parará hasta que Dulce María Loynaz dirija el Centro Cultural “Alberto Edel Morales”.
GCI:
La escena del crimen Poco antes de entrar de lleno en el Libro de los Muertos, Guillermo Cabrera Infante tuvo a bien ocuparse de las auras cubanas. Miraba a la isla desde su exilio londinense y veía tiñosas. O mejor dicho, las tiñosas nativas se le acercaban: Roberto Fernández Retamar afirmaba en una entrevista que, no más muriese GCI, editarían su obra en La Habana. El director de Casa de las Américas aparecía en pantalla como una de esas tiñosas posadas en un poste a la espera del festín. (Cum grano salis: no hay que creer a GCI a pies juntillas. Aunque tampoco Fernández Retamar parece incapaz de aguardar en su poste.) Sabido es que muchas veces el cubano de Londres aludió a la prohibición que pesaba sobre su obra dentro de Cuba. GCI gustaba de afirmar cuán leído era en la isla, pese a todo. Y cifraba la cotización de sus libros en un número variable de latas de leche condensada. Tres, seis o diez latas ofrecían a cambio de libro suyo. En La Habana existía gente que prefería deleitarse con la descripción de La Estrella antes que darse un atracón de "fanguito". Acaecida la muerte de GCI, muchos de sus amigos trataron acerca de la censura. Y tanta insistencia en ese punto obligó a Daniel Fernández, director de la editorial "Letras Cubanas", a salirle al paso a los comentarios. En carta al director de El País, aseguró que las editoriales habaneras sí que intentaron publicar títulos del escritor exiliado, que llegaron a utilizar "la intermediación de algunos escritores que lo conocían y que viajaban a Londres por diversos motivos", y que fue GCI quien se mostró reacio a publicar en Cuba sus libros. De parecida diplomacia se había servido Roberto Fernández Retamar a la hora de conseguir los derechos de publicación de Jorge Luis Borges, y en su prólogo a la antología borgesiana (Casa de las Américas, La Habana, 1988) cuenta la visita que hiciera al cubil del reaccionario monstruo ciego. Fue en una tarde húmeda de septiembre en Buenos Aires y "la prensa había estado publicando con insistencia noticias sobre una supuesta enfermedad que aquejaba a Borges". ¿Qué mejor ocasión para una tiñosa? La Kodama le salió al teléfono y Fernández Retamar comenzó a madurarla con la recitación de algunos versos de Borges. Gracias a su memoria, a su labia y a esa voz engolada que Dios le dio, no tardó mucho en procurarse la cita y, ya en escena, tendió a la japonesa y al ciego el número que la revista dirigida por él dedicaba a Córtazar. Ahí mismo empezó a darle coba al viejo diciéndole que lo veía en la eternidad, y fluyeron más piropos por el estilo. Retamar sacó crédito de haber leído a Borges cuando pocos lo leían, antes de la fama. Y sólo después de un introito bien trabajado confesó su deseo de publicarle antología en Cuba. Esa tarde Borges también fue invitado a visitar La Habana (Fernández Retamar lo cuenta muy deprisa y, aunque ese gato no está en Scholem, a través del tiempo lo adivino), a lo que el cieguito maravilloso contestó que no sentía especial predilección por el comunismo aunque éste fuese doblado al idioma de Quevedo. Hasta aquí Buenos Aires, vámonos a Londres. Me pregunto quiénes habrán sido los intermediarios de la isla ante GCI. Y aventuro dos nombres: Senel Paz y Antón Arrufat, a los que en adelante llamaré agente Niñoaquél y agente Pequeñacosa. Tengo por cierto que el primero y su esposa, la documentalista Rebeca Chávez, visitaron en Londres a GCI y a Miriam Gómez. Recién estrenado el filme Fresa y chocolate, eran tiempos en que la estrella del joven escritor parecía en ascenso y GCI, que acostumbraba a no abrirle la puerta a residentes en la isla caribeña, hizo por esa vez una excepción. (Como tantos espectadores, debió leer en clave esperanzadora la historia que contaba el filme de Tomás Gutiérrez Alea.) La verdad es que, dejando fuera toda arisquez y engrifamiento, hasta Miriam Gómez se bajó con un postre casero, y hubo amistosería y larga conversada. ¿Fue entonces que el agente Niñoaquél ofreció a GCI publicar novela suya en La Habana? Con bastante probabilidad. E igual debió haber sucedido con el otro visitante. Todo lector de Mea Cuba sabe que el agente Pequeñacosa sale muy bien parado en esas páginas. Y con el mismo aplomo logra atravesar el Juicio Final en que consisten los últimos libros de Reinaldo Arenas. Al parecer, ninguno de los dos escritores exiliados pillaron a Pequeñacosa en su avatar de firmante de cartas contra colegas (su firma, una de las primeras en condenar a su amigo Manuel Díaz Martínez y a otros nueve escritores, ha aparecido luego en distintas cartas oficiales de repudio). Ni Arenas ni GCI percibieron al Pequeñacosa entregado a la cortesanía, integrante de séquitos, tracatán de ministros, dialogante con Chávez en Caracas. Tanto Niñoaquél como Pequeñacosa (y algún otro suplicante que se me escape) recogieron en Londres la misma contestación que Octavio Paz brindara, a mediados de los noventa, a una invitación a Casa de las Américas hecha por Roberto Fernández Retamar. El cablegrama, llegado desde México al despacho del director de Casa, contenía una sola sílaba, suerte de poema concretista: "NO". Nunca habló públicamente GCI de sus encuentros con emisarios caribes (al menos hasta donde sé), y tampoco se refirió a las peticiones que éstos le trajeran. Siguió, en cambio, atascado en su historia del trueque de leche condensada por libros. Y no dejó de considerar a sus libros bajo censura política. Si su Habana estaba fija en los finales de los cincuenta e inicios de los sesenta, su antiñangarismo también permanecía datado. ¿Por qué no contó lo de su negativa a ser publicado? En los últimos años (preciso es reconocerlo) los manejos de la cultura han sufrido cambios dentro de la isla. La caída del Muro de Berlín ha brindado impulso indudable a la cría artificial del manjuarí, y ya las editoriales estatales (no hay otras en Cuba) pueden aventurarse a publicar a un autor como GCI para hacer de tales ediciones trofeos deportivos o de guerra. El nacionalismo revolucionario pretende hablar en nombre de Cuba con toda la boca, con la boca llena. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las obras donde se produzcan", ha dicho el ministro de cultura Abel Prieto. Y luego abre nueva cancha en "Coppelia" al declarar: "Tenemos una línea de publicación de emigrados". Síguelo con moscatel, crema de vie y almendra... En la misiva del director de "Letras Cubanas" al director de El País se buscará en vano referencia a la censura anterior. Puesto que GCI no parece prohibido en la actualidad, nunca antes lo estuvo, y quien afirme lo contrario habla desde el encono y el resentimiento. La censura, que hace un tiempo abarcaba nombres, ha aprendido a hacer distinciones dentro de las obras. ¿Para qué tachar en pleno la obra de GCI cuando dos de sus mayores libros se ocupan de la Cuba prerrevolu y resultan perfectamente publicables? Lo que anteriormente fungía como censura, es ahora labor de antologadores. Frente a lo impublicable se enarbolan escrúpulos netamente literarios, como puede comprobarse en la entrevista que Abel Prieto ofreciera al diario argentino "Página12": "yo quería publicar Tres tristes tigres y La Habana para un Infante difunto, que son a mi juicio las que valen la pena de su obra". (Quien se encarga de decidir qué se publica parece ser el propio ministro, y las prohibiciones se embarajan con coartadas estéticas: qué vale o no la pena.) Ese mismo Daniel Fernández que alardea de haber querido publicar a GCI dentro de Cuba intentó hace dos años publicar al exiliado Lorenzo García Vega. Toda su poesía le pidió, pues la publicarían de inmediato. Facilitarían los trámites para que el autor asistiera a la presentación habanera de su libro, lo pondrían en contacto con sus lectores verdaderos. Empero, pronto se hicieron feas las cosas para tal edición, ya que autor y editor mostraban desacuerdo. García Vega comentó a Fernández que prefería reaparecer en Cuba con otro libro suyo, Los años de Orígenes. Y al viejo exiliado le cayó arriba la negativa venida desde La Habana. ¡Niek, niek, niek! Con gusto le publicarían el tal volumen pero, ¿cómo iban a sentirse los ancianitos Fina García Marruz y Cintio Vitier, seres de la más granada intelectualidad revolu, al ver publicado dentro de la isla páginas que los pone a ambos de vuelta y media? El editor siguió insistiendo en tomo de poesía, hacía lo posible para que no brotara lo peor suyo. No quería dar lugar al censor que lleva adentro, y acompañaba su petición de poemario con los retorcijones de un hombre-lobo que ve llenarse la luna. Al final no quedó otro remedio: Lorenzo García Vega resultaba imposible de publicar en Cuba. Con él no había posibilidad de diálogo y alguna vez, gracias al director de Letras Cubanas, podremos enterarnos de que fue el propio García Vega quien prohibió en su país natal la publicación de sus libros. (No hay que ser un psiquiatra soviético para darse cuenta de que Lorenzo García Vega padece de autocensura.) Tantos años de pelea debieron hacer perseverar a GCI en afirmaciones que eran ya (dado la nueva política cultural isleña) pura retórica. El cubano de Londres se repitió, envejeció en su polémica, abusó de la anécdota de la leche condensada. Y perdió oportunidad de denunciar las triquiñuelas de siempre bajo nuevo ropaje, el jueguito que le llevaron a Inglaterra los agentes Niñoaquél y Pequeñacosa. (GCI no supo, a diferencia de éste último, adaptarse a los nuevos tiempos: Pequeñacosa cuenta ya con olla arrocera.) El autor de Mea Cuba prefirió abonar la idea de que un libro suyo en manos de muchos lectores podía crear alguna conmoción política. Se aferró a esa leyenda de heroísmo intelectual. Y, como tantas de las que escribiera, se trataba de una exageración. No exenta de alguna base, of course. De lo contrario, las tiñosas cubanas no se desvelarían como antologadoras. Hasta aquí el examen del cadáver. Siguen algunas preguntas a las auras. ¿Por qué, pese a no constar causa pendiente contra él, pese a no estar prohibida su obra, prensa y televisión y radio de la isla callaron el deceso de GCI? (Únicamente La Jiribilla, de cara al exterior, brindó espacio a un periodista de Rebelión que lo juzgó renegador de su país, y a Lisandro Otero, quien ha envidiado a GCI desde chiquito.) Y para concluir, una pregunta alejada del caso en cuestión. Si tampoco se encuentra bajo prohibición el trabajo de la escritora estadounidense Susan Sontag, ¿por qué fue silenciada en Cuba la noticia de su fallecimiento? ¿Es que tampoco ella quiso ser publicada por Daniel García? "¡No valen la pena!", parece ser la nueva excusa habanera mientras arden los libros.
De la balsa al barco negrero: apuntes para una historia cubana de la navegación forzada Fermin GaborYa que en Cuba los escritores negros no pueden tener revista propia (tampoco los homosexuales, los albinos o cualesquiera que intenten agruparse voluntariamente), a los editores de esa publicación de todos que es La Gaceta de Cuba se les ha ocurrido dedicar su último número al tema de la raza, del racismo, de la negritud o como quieran ustedes rotularlo. Con este fin invitaron a un editor negro, lo dejaron creerse a cargo de la empresa y antes de que culminara su trabajo le impusieron capataz: una nota preliminar avisa que Arturo Arango, jefe de redacción de la revista, ojizarco y rubiancucho, “acompaña” a Roberto Zurbano en “la etapa final del trabajo”. Nación, raza y cultura, noticia la portada. Sólo el primero de esos términos es inicializado con mayúscula, al segundo el diseñador decidió invertirle una letra. “Nación, reza y cultura”, podría decir entonces la portada. Y, acusado de portar identificación dudosa, Raza o Reza viaja en el asiento trasero de un carro fiana. Va apretado entre dos policías, Nación y Cultura. Quien hojee el más reciente número de La Gaceta dará con obra de poetas negros (ningún poema de Nancy Morejón, lo cual agradecemos no ya a Arango y Zurbano, sino a Arango y Parreño), cuentos y fragmentos de novelas de narradores negros, y un homenaje al dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa (hermosa su entrevista llena de nombres novelescos: Sixta Armenteros, Petronila Oxamendi). Pero me atrevo a suponer que son las reflexiones acerca de ser negro en Cuba hoy las que el lector procurará con mayor curiosidad. A juicio de varios contribuyentes, mucho cambiaron las condiciones de vida de la población negra cubana a partir de 1959. Refiriéndose a la Revolu, Eugenio Hernández Espinosa habla de “un proceso como el nuestro, cuya esencia es la vanguardia del pensamiento contemporáneo”. Lázara Menéndez reconoce: “Resulta indiscutible que el ser negro por opción política ha sido una alternativa para la población cubana desde 1959...” Y en la página final Roberto Zurbano se refiere a “los esfuerzos emancipatorios de nuestro proyecto social”. No sé qué entenderá Hernández Espinosa por vanguardia, pensamiento, contemporaneidad o esencia. Ni alcanzo a comprender qué significa alternativa en Menéndez y emancipación en Zurbano. Pero, ¿acaso me había creído yo que iban a dejar entrar negros en La Gaceta sin que éstos pagasen peaje? Claro que en algún momento estaban abocados a escribir acerca de la fiesta innombrable, de la sabrosura misma que es Cuba. Las comparsas del Alacrán y las Bolleras hacen sus evoluciones frente a la tribuna con tal de no ser acusadas de apalencamiento. Mejor fijarse entonces en cómo esos mismos autores dejan caer aquí y allá, como quien no quiere la cosa, sus alcayatas perfumadas. Ved cómo soplan sus polvos y con disimulo esparcen los granos de pimienta que armarán salación y fajatiña. Así, Lázara Menéndez afirma que de “algunos textos y de los criterios científicos y sociales que se emiten en diferentes ocasiones” es posible extraer los siguientes indicadores actuales para los negros cubanos: “viven en las peores condiciones habitacionales y su ubicación es en áreas deprimidas y populares; reciben menos remesas; tienen menos acceso a los sectores emergentes; son pocos los negros en las universidades y pocos los estudiantes negros en el Instituto Preuniversitario “Lenin”; son menos aceptados como vecinos y amigos; sus ingresos dependen de sus esfuerzos personales más que de un salario”. O se lee en texto de Alejandro de la Fuente: “En estas condiciones ya no es posible afirmar, como se hacía hace unos años, que el racismo es una herencia colonial inerte, un rezago del pasado en vías de desaparición. La experiencia de los últimos diez o doce años demuestra que se trata de un fenómeno vivo y floreciente entre nosotros. Ahora falta que podamos tener un debate nacional serio sobre el tema...” (Se le acabó el mambo fácil a la Nancy Morejón. Basta ya de escribir poemas de esclava, de testimoniar por su bisabuela, de hablar por la criadita. Si de verdad quiere dárselas de negra que salga de Roble de olor y se hip-hopice, que dedique un pensamiento a quienes la policía acosa con peticiones de documentación.) Este número de La Gaceta de Cuba descree del debate tal como ha sido llevado hasta ahora. “La reflexión se empantana en pequeños salones semivacíos, entre raptos emocionales y verdades a medio camino, que son escamoteadas –casi chantajeadas- por la tensión que produce lanzar el tema al ruedo público”, Roberto Zurbano dixit. Y es que a cada intento de reflexión termina por apoderarse del micrófono el compañero encargado de poner límites, agrimensor de las discusiones. Leáse en este rol al maestro Fernando Martínez Heredia: “Al cabo de media vida, saco al menos dos lecciones: una, la solución de todo gran problema social siempre es mucho más compleja de lo que uno cree; la otra, tenemos que trabajar y luchar siempre, aquí y sólo aquí, en esta tierra nuestra, la que hoy es lo que hemos sido capaces de lograr que sea, y sólo será lo que nosotros la obliguemos a llegar a ser”. Aspirante a la longevidad como él mismo se supone, ¡a qué grandes abismos pensamentales se abocará Martínez Heredia en otros sesenta y seis años de sostenida cogitación! Entretanto, pasemos al meollo: buenas como estaban las cosas para los niches cubanos after 1959, ¿cómo es que alcanzan hoy tan pésimo cariz? Triunfó la Revoltosa, el mulato Guillén escribió su poema-declaración donde las playas son de todos y cualquiera en Cuba puede disponer de pieza de hotel y, sin más, Revoltosa mediante, los negros tienen hoy prohibido acercarse a las habitaciones aireacondicionadas, impedido el paso a los vestíbulos de hotel. En cambio, las disposiciones oficiales sí que permiten a los blancos nativos entrar a esas habitaciones (siempre que sea en figura de camarero del room service o botones o mucama.) Y hace tan sólo unas semanas un salón de artes plásticas celebrado en La Habana expuso un video de José Toirac donde el poema de Guillén era recitado en lenguaje para sordomudos. ¿Qué pasó? ¿Cuál han sido las razones para tales cambios? Al menos dos de los ensayistas convocados, Lázara Ménendez y Alejandro de la Fuente, coinciden en señalar el poco acceso de la población negra a las remesas de dólares del exilio. (De la Fuente cita una causa más: la discriminación racial en los empleadores de la industria turística.) Así pues, los burgueses vencidos hilan la desdicha de los negros en la isla, todavía consiguen dictar prohibiciones para la gente de color... Los salidos forzosamente en balsas tienen a menos ayudar a los tataranietos de aquéllos que llegaron al país también forzosamente... Con razonamiento semejante podría achacarse la decadencia del Imperio Español a los árabes y judíos echados de la península. O tal vez se trata de un rodeo mediante el cual unos autores imposibilitados de hablar claro denuncian la política económica del gobierno cubano. Cualquiera que sea el motivo de la causalidad apuntada, no hace más que seguir al pie de la letra la lección segunda enunciada por Fernando Martínez Heredia: “trabajar y luchar siempre, aquí y sólo aquí”. Pues la voluntad de tornillo (o de avioneta cayendo en barreno) apreciable en la frase anterior exige el vertimiento de culpas fuera del territorio nacional. Después de media vida dedicada al pensamiento incesante, el maestro Martínez Heredia recomienda la receta mejor para encarar nuestras dificultades: se toma el problema más lindo y más gordo, y se le deja a disposición de la corriente del Golfo. La suya es filosofía resumible en juego de niños: a la pregunta por una candelita, el índice ha de apuntar lo más lejos posible, mientras se afirma haber fumado por allá. De manera que todo problema a debatir pueda remitirse genealógicamente hasta el embargo norteamericano. O bloqueo, para hablar en ñángara. Si es preciso definir las causas del racismo imperante en Cuba, culpad de ello a la gusanera. Son morralla, son escoria, son subnegros, son apátridas. La culpa del totí la tiene el gusano. Creo imaginar el orgullo que sentirán los editores de La Gaceta de Cuba, cumplida ya su maniobra de escurrir el bulto del que debían ocuparse. Y calculo que no estará lejos número o dossier de esa revista dedicado a razonar la falta de altruismo que el exilio cubano muestra hacia los negros de la isla. Lo cual me hace temblar, pues bastante tarea pendiente tengo ya con el par de lecciones de Martínez Heredia para que venga otro maestro a endilgarme las suyas. Y hablo, of course, de ese infatigable Summer Welles entre la isla y el exilio que responde al nombre de Ambrosio Fornet. ¡Solavaya!, grito al búho de Minerva.
¡Vámonos
con Noam Chomsky! Era la semana de receso escolar, todas las fieras estaban libres de colegio y decidieron poner en asedio a la fortaleza de La Cabaña. Aquéllo (había que verlo) era la Cruzada de los Niños. Indudablemente resultó bien calculada la coincidencia de la pausa pedagógica con la celebración de la feria del libro en La Habana, pues cualquier anfitrión sabe que cuando flaquea una fiesta lo mejor es invitar a las hormigas. Y es que este año (edición decimocuarta de la feria) se echaba a ver la falta de dulces y de saladitos. Sobraba el ron peleón, si por ese alcohol entendemos la profusión de libros de una sola tendencia de pensamiento político, que deja en quien lo bebe resaca bien difícil de tratar. Febrero es el mes de los mejores cielos en La Habana, y es también el mes de los libros. Millones de ejemplares y centenares de títulos se ponen a volar en el cielo de febrero (abundan los papalotes empinados desde los fosos de la fortaleza), y es preciso entonces aprovechar la ocasión. Pasa con los libros lo mismo que con el pescado del tercer grupo o las almohadillas sanitarias para doncellas: cuando aparecen hay que correr a comprar. Porque luego sobrevendrá la sequía hasta el próximo febrero, y ni siquiera con dinero enviado desde Miami podrá hallarse en La Habana título que valga una lectura. Salvo febrero de feria, las librerías cubanas viven el año en tiempo muerto. Pero no vaya a creerse que el mes de gracia produce mucha azúcar. Literariamente hablando, en la feria puede hallarse su clásico (Machado de Assis, reeditado), su extranjero contemporáneo (Juan Madrid o Thiago de Mello, dos infumables), los isleños de obligación, y algún que otro exiliado que vuelve por unos días, para congraciarse con las autoridades en la mayoría de los casos. The rest, ojalá que silencio, hace el mayor volumen de las publicaciones y corresponde a títulos que podrían tomarse por transcripciones de las mesas redondas de cada tarde en televisión. Noam Chomsky se asombró en una jornada de esta feria de que, acompañándole en su recorrido altas figuras del gobierno cubano, el grupo no se viera obligado a portar guardaespaldas. Según él, un jerarca taíno podía pasearse en confianza, sin miedos ni problemas, entre el público lector que abarrotaba el sitio. “Que te crees tú éso, viejito”, pensó la niña de ocho años que compraba un libro de colorear a unos pasos del intelectual estadounidense. Mirdalia Valdés Albarrán es, desde hace un par de años, la mejor agente infantil de la policía secreta cubana. Sin saberlo él, Noam Chomsky (Old Man and the Sea para los encargados de esa operación) se encontraba rodeado por muy jóvenes segurosos. Sindo Valcárcel Rabí, pionero de nueve años, hacía como que empinaba una chiringa. Laritza Jardines Román, once años de edad y ya teniente, sorbía una Najita mientras cuidaba a la mayimbería. Y el agente Javier Emeraldo Montes de Oca (Tigre Juan como nombre de guerra) pasaba por padre de Arisdalys Vega Arán, chivatica estudiante de tercer grado. Crítico de la política estadounidense y (tal vez) buen conocedor de ella, al tratar de problemas mundiales Noam Chomsky ha dado muestras de lo corto de su entendimiento. Recuérdese si no cómo, a fines de los setenta, él desmintió las primeras noticias dadas por The New York Times acerca de las masacres en Kampuchea. Puras invenciones de ese diario, afirmaba, groseras maquinaciones anticomunistas. Todo para que luego le cayeran arriba (en documental y en fotografías) pirámides de calaveras y restos humanos fabricados por el régimen de Pol Pot. Sin guardaespaldas se paseaba la española Belén Gopegui. Con melena a la Sontag (pero sólo, ay, la melena), viajó a La Habana para la presentación de la edición cubana de su novela El lado frío de la almohada, publicada con prólogo (aquí al que no le dan guardaespaldas le imponen prologuista) del actual presidente del Instituto Cubano del Libro, quien ha dado en esas páginas su primera batalla como escritor. Otro que pudo estrenarse literariamente fue el cantautor Amaury Pérez Vidal, hijo de la finada Consuelito Vidal y durante buen tiempo director artístico de las tribunas abiertas antimperialistas. (Pérez Vidal ha escrito algunas de las líneas más enigmáticas de la música cubana. Como éstas: “Porque un amigo / es un amigo / hasta tanto no te muestre lo contrario”.) Volvió de su puesto de embajadora cubana ante la UNESCO Soledad Cruz. Con poemario, eh. (Para quien no la conozca, Soledad Cruz fue, desde las páginas del diario Juventud Rebelde, la Pedro de la Hoz de los ochenta, igual que éste empecinada en meter jocico lo mismo en un concierto de la Sinfónica, en la telenovela de turno, en el estreno fílmico o en un libro.) (Para quien la tenga ya por conocida, vaya perla de su estancia parisina: deseosa de demostrar su intimidad con Beethoven, en el intermedio de un concierto la embajadora Cruz confesó a embajadores de otros países que la música del sordo tenía en ella la facultad de pararle los pelos... del pubis.) A esta edición de la feria, dedicada a Brasil, las editoriales brasileñas trajeron libros espléndidos. En generoso gesto, los donaron a instituciones cubanas. No vendieron ni un ejemplar y ahora esos volúmenes formarán parte del decorado por el que se pasea el director de la Biblioteca Nacional, doctor Eliades Acosta. U otro sesudo director, Roberto Fernández Retamar. (Su último título, Cuba defendida, se mosqueaba de lo lindo en los estantes de La Cabaña.) Editores de varias nacionalidades ofertaron muy poca obra de interés. Recorridas todas las celdas de la vetusta fortaleza, a uno le entraban ganas de variarle la palabra a Noam Chomsky para asombrarse de que, con dinero en los bosillos, pudiera dejarse atrás y sin compra alguna feria tan visitada, tan magnífica y tan grande. “Pues será el próximo febrero”, me consoló un amigo que salía, como yo, decepcionado. Pero, ¿es que no sabía él a quiénes dedicarían la del 2006? “Como país, a Venezuela”, le informé. “¿Y a cuál autor del patio?”, preguntó ya con voz temblorosa. “Ángel Augier. Nancy Morejón.” Cada uno de esos nombres sonó como un martillazo en el ataúd de la literatura. “Oye”, se interesó de pronto, “¿tú compraste el libro de cuentos de Amaury Pérez Vidal?” Le respondí que no. “Yo tampoco.” Con muestras de gran desasosiego, me pidió que volviéramos atrás. “¿Otra vez a la feria?” “Es que, ¿tú sabes?, pensándolo bien, habría que ver, a lo mejor no son tan malos los cuentos de ese tipo.” La
lengua suelta no. 20 Donde
Monseñor suspira por el Teatro Shanghai “Los que ya han visto la actual puesta en escena habanera de La loca de Chaillot, ¿acaso no repararon en las evidentes analogías entre muchas de las fotografías de las prisiones irakíes y las escenas de sexo pretendidamente ‘cómicas a lo postmoderno’ que vimos sobre la escena del Teatro Trianón?” La pregunta, valiente despropósito, se la hace Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en un reciente número de la revista católica habanera Palabra Nueva a propósito de la puesta de Carlos Díaz y la compañía El Público. Los escrúpulos que siente todo padre católico frente a lo sexual permiten forzar esa comparación entre gente torturada a punta de pistola y actores que representan. (Ya se sabe que los curas oyen las emisiones del Mal en banda ancha.) A juzgar por las enumeraciones de su reseña, Monseñor Céspedes ha sido un habitual del teatro cubano a lo largo de décadas. Es capaz de recordar la visita a La Habana de Louis Jouvet (“hasta podría aventurar el nombre de la compañera de la Universidad que me acompañaba esa noche en el teatro”), un Camus por Adolfo de Luis, la Mariana Pineda de Roberto Blanco, y diversas puestas de los hermanos Revuelta, Berta Martínez, Carucha Camejo, Victor Varela... Nuestro prelado declara además la amistad que lo une a Carlos Díaz, cuyo trabajo conoce desde las primeras obras. “Se nos reveló a todos como un director talentoso y sumamente prometedor”, recuerda. “Sin embargo, poco a poco lo hemos visto derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras propias de la antiestética de la Postmodernidad.” Así, no fueron de su agrado las versiones que hiciera Díaz del Calígula de Camus y de La Celestina. Y, si entonces prefirió callar, ahora dedica catorce páginas a criticar su disgusto tercero. Porque “a la malignidad de la antiestética postmoderna”, tales puestas suman travestismo y pornografía. No vaya a pensarse que el ensotanado crítico niega de plano las virtudes dramáticas de un actor metido en traje femenino. Su reseña cita como salvedades al Cherubino mozartiano o al Octavian de El Caballero de la Rosa. Tampoco Monseñor ve con malos ojos alguna desnudez, siempre que ésta tenga utilidad dentro de la obra. Critica, en cambio, “la grosería gestual” y el “desnudo insolente” no integrados en la trama, gratuitos. Llega, al respecto, a especificaciones que un maestro de escena debería no perder de vista: frente a esos hombres y mujeres revolcados por el suelo “haciendo vida sexual, no al modo humano, sino al de los perritos y los gatitos en celo”, defiende la posición del misionero. A juicio de Monseñor la pornografía pertenece al ámbito de las proposiciones éticamente incontestables, junto a la mentira, la antropofagia y los sacrificios humanos. Por tanto, Carlos Díaz ha fabricado con la obra de Jean Giraudoux algo próximo al canibalismo y la crucifixión. Contrario al crítico de marras (aunque sin su bagaje como espectador de teatro), pienso que los desnudos sí que encontraban justificación en Calígula y en La Celestina. Porque la decadencia del emperador y la zurcidera de himen, ambos, ameritaban apeñuncamientos de gaticos y perritos, de perritos con gaticos y viceversa. Claro está, correspondía al director esfuminar esas acrobacias a favor del diálogo. Y es en este punto donde falla Carlos Díaz. Cuando, lleno de intuiciones para enfrentar lo coreográfico, parece descreer de la palabra. Entonces no se fía de lo que pueda alcanzarse en una conversación, y por ello fue un fracaso estrepitoso el Chéjov que intentara, ya que los aspavientos habaneros están en las antípodas del maestro ruso. Creo que las últimas puestas de El Público no hacen más que mostrar la degradación a que han llegado en la actualidad cubana los discursos, sea cual sea el tema que traten. Las palabras suenan como teque, muela, didactismo, retórica, y se vuelve imprescindible llenar la escena con acontecimiento más rotundo que el más rotundo diálogo. ¿Qué mejor pretexto entonces que un cuerpo lo más crudito posible o un enigma sexual de difícil desentrañamiento? De poco valen en caso así las excelencias del texto dramático: será tirado a mondongo. Toda la vigilancia del director se concentrará en lo coreográfico y olvidará lo que los actores dicen y el modo en que lo sueltan. Más allá de las objeciones monseñoriales, considero que la exhibición porque sí de un par de nalgas estropea por ser enfásis espurio, pero en su lugar podría aparecer un elefante y no dejaría de obtenerse igual efecto. Absorto el público ante el señuelo falso, los parlamentos se le fugan. Así pues, esa pornografía resulta criticable no por lo que enseña, sino por lo que disimula y oculta. Y casi siempre que el escenario es recorrido por un cuerpo desnudo en algún otro rincón cometen fechorías con el texto. Sodomizan al texto en postura de gatitos o perritos. Le vuelan el cartucho, le dan tafia. Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal termina su crítica con el recuerdo (no sabemos si personal) de los espectáculos pornográficos del desaparecido teatro Shanghai. “Pero aquello podía ser divertido”, sopesa, “y nadie se lo tomaba en serio, mientras que las obras de El Público sí se toman en serio y hasta reciben subvenciones de instituciones extranjeras”. Disgustado por lo que contemplara en una función, más que soltar su ira pide que suelten a los perros. (No en balde alude a las atrocidades del ejército de ocupación estadounidense y a subvenciones extranjeras.) Concluye su extensa reseña con este llamado a las autoridades políticas cubanas: “Me gustaría mucho que los responsables culturales del País abran bien los ojos y, sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.” (Uno lee la frase y, ¡pá su escopeta!, quiere estar lo más lejos posible de la amistad de ese cura. Solavaya, porque si trata así a su amigo Carlos Díaz, qué no deparará a desconocido o enemigo.) Falto de Inquisición que se haga cargo, Monseñor procura compinchería en iglesia más vigente, y llama al brazo seglar que persigue. De poco valen sus precauciones acerca del ánimo y la conciencia oficial que deberán reinar en esta nueva cruzada: a un dragón no se le piden gentilezas. Y, dada la candidez de quien supone en Cuba entorno humano que no dependa de las autoridades, cabría encargarle al sastre de El Público traje adecuado para Monseñor Céspedes: la sotana con babero. Podría suponerse que su poca experiencia como reseñista no le deja ver claro la misión de la crítica de arte. Que es influir en el artista en discusión y en el público interesado, no clamar por los políticos. (Metidos en el juego crítico y criticado, cualquier llamado a figura mayor que monitoree, ha de considerarse como chivatería.) Que quepan en las páginas de una revista católica melindrosidades frente al sexo resulta perfectamente comprensible. Sorprende, en cambio, que desde ellas se pida más intervención del estado en la cultura, con todo lo que esa intervención supone y ha supuesto. ¿O acaso Monseñor Céspedes procura que sus fieles, los asistentes al “Trianón” y la compañía de actores sean invitados a picnic en un campamento militar de apoyo a la producción? (Cuidadito, que el tiro al travesti no tarda en considerar dentro de sus blancos a cualquiera con sotana.) En verdad, en verdad os digo que los caminos del Señor son indescifrables. ¡Oh, pobres pecadores, imaginad entonces los de uno de sus ministros en la tierra! ¡Y más aún: imaginad que ese ministro mora en Cuba y atraviesa este valle de lágrimas hasta arribar al seno de Abraham! Soy incapaz de calibrar cuán bien escuchado pueda ser Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en el reino de los cielos; menos aún alcanzo a suponer cuánto lo oyen en el Consejo Nacional de las Artes Escénicas o el Ministerio de Cultura. Pero lo cierto es que, poco después de la publicación de su reseña, por azar o castigo de Dios o del Estado, la vieja maquinaria de aire acondicionado del “Trianon” decidió rendir viaje, cantó el manisero. Reunidos por este motivo funcionarios sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, dictaron sentencia definitiva: abocados a sustitución obligatoria del equipo, uno nuevo saldría extremadamente caro, ya imposible. Se hacía inevitable el cierre de la sala. De lo contrario, el desnudo cundiría también en el lunetario del “Trianón”. Se acabó pues La loca de Chaillot y no hay que ser un Rubiera para pronosticar lo que sigue. De empeñarse suficientemente los burócratas, La Habana perderá un teatro más y quizás también una de sus mayores compañías teatrales. El infatigable Carlos Díaz perderá su ritmo de trabajo. De ocurrir todo esto, me gustaría dejar claro que entre los enterradores hubo un cura. La
lengua suelta no. 19 ¡GOOOOOL
de Leonardo Padura! Fermin Gabor Mario Conde, el investigador protagonista de las novelas de Leonardo Padura, lo tiene siempre fácil. A diferencia de otros detectives, él no opera a contracorriente, no opera solo. Multitud de chivatones de comités de defensa lo esperan para prestarle ayuda. Hasta los niños de la guardia pioneril le entregan pistas. Y el teniente Conde no tiene más que entrevistarse con las autoridades políticas de la cuadra donde fue cometido crimen o desfalco para que los misterios comiencen a aclararse. Conde tiene también de parte suya a todo el cuerpo de polícias del país. Y, a la vista de esta correlación de fuerzas, lo que asombra en esas novelas no es que el problema llegue a ser resuelto, sino que haya existido alguna vez. Porque guardias pioneriles y cederistas, autoridades de las cuadras y pululantes uniformados deberían negarle espacio a la delincuencia. E igual que Tom Cruise en Minority Report, en lugar de investigar el crimen (cosa fácil) el teniente Conde debería evitar que éste se cometiera. Su existencia es, me temo, aburrida. Si no fuera por algunos achaques de salud (de no conservar las gabardinas de otros se hereda la úlcera estomacal y el mal sabor de los amaneceres), Mario Conde tendría bien poco de qué ocuparse. Suerte que, con el fin de prestar alguna tensión, de vez en cuando lo asalta una punzada estomacal o el recuerdo de algún viejo amor. Ulceroso y sentimental, el resto es pan comido. Pone en su trabajo el mismo esfuerzo de una secretaria al rellenar planilla, pues las novelas policiales de Leonardo Padura son mortalmente burocráticas. Nada de la chispa que prendiera el caballero Auguste Dupin parece brincar en las grises dependencias donde el teniente Conde ejecuta sus ritos. Guiada la investigación por un manual de pasos rigurosamente estipulados, auxiliada por legos que dan el chivatazo y la pista y hasta el grito de ataja, no existe improvisación, no hay jazz alguno. El discurso del método ha sido acuñado por los superiores y hasta los delincuentes se mueven como burócratas. No consiguen asaltar a Conde las sorpresas que asaltaban a un Marlowe o a un Spade (Dupin no salía de sus habitaciones): nadie le pegará con la culata de un revólver hasta hacerle perder la consciencia y meter blanco o hueco en la ilación de hechos que llevaba. Y es una lástima que tampoco se brinde algo de pugna entre departamentos, de competencia entre investigadores, de malas relaciones entre jefes y subordinados o, más cenagoso el caso, ciertas corrupciones de la policía. Nada de eso. Un cuerpo honesto de investigadores entre los que se cuenta el teniente Mario Conde realiza su trabajo limpiamente, sin chanchullos ni envidieta. Viven entre ellos en armonía preestablecida. Mientras tanto, el autor de esos libros sí que lidia con el azar y el destino: gracias a una entrevista ofrecida por él al Diario Vasco podemos asomarnos a su verdadera historia policial, la inescrita. Que es también la historia policial de todos los que escriben en la isla, traten o no sus libros de delitos y crímenes. Nunca antes (que sepamos) se había hecho público el contrato imperante entre escritores y autoridades políticas en Cuba, secreto mayor de los literatos isleños. Nunca antes escritor residente en la isla, y por tanto expuesto su trabajo a censura oficial, había declarado cuánto sacrificaba para ver publicados sus libros. Editado en una de las más importantes casas españolas, traducido a varios idiomas y publicado (con esos mismos títulos) dentro de su país, Leonardo Padura es un autor de éxito. Algunas autoridades de la isla no ven con buenos ojos sus libros, reconoce. Pero la censura oficial no ha cambiado ni una sola palabra en sus textos, y cuatro de sus seis novelas han sido elegidas como libros del año en La Habana. Lograr milagro así en un panorama donde según él mismo los escritores incómodos resultan marginados, presupone un muy delicado planeamiento. Es necesario adelantarse al censor y borrar, no las huellas del escenario del crimen, sino el crimen mismo. (Tal vez por ello sus novelas resultan soporíferas: el único crimen lo ha cometido el autor: asesinato por autocensura.) Padura confiesa imponerse determinados límites a la hora de ejercer la crítica social y justifica sus maniobras con un ejemplo deportivo: en un partido lo importante es colar gol. Es preciso, pues, ajustarse a las reglas del juego, "tratar de burlar las defensas, ser habilidoso para poder buscar la mejor posición desde la cual tirar y anotar el gol que vale". (Me gustaría, sin alejarnos de lo deportivo, transformar el ejemplo en otra clase de juego. En este otro fútbol que propongo hay también que ajustarse a las reglas, sólo que éstas no han sido estipuladas por autoridades políticas, sino por autoridades literarias, incluido el propio creador.) Padura juega en relativa conformidad el fútbol de los comisarios. Para él no existe otro juego, ni resulta posible discutir las reglas de ése. "La vida en Cuba, a pesar de todas las dificultades, es mejor en muchos sentidos de lo que pudo haber sido en otras épocas", sostiene. Vive, pues, en la mejor de las Cubas posibles. Lástima que en su entrevista no nos aclare cuáles son esos "muchos sentidos". "Yo no me imagino viviendo fuera de Cuba", afirma. Tiene "una relación sanguínea, ni siquiera intelectual" con su casa, su barrio, su país de nacimiento. Y se muestra capaz, con tal de conservarla, de malversar su relación con el trabajo. Vistas así las cosas, podrá considerársele morador privilegiado, vecino intachable, hijo emérito de Mantilla, cubano cien por ciento. Todo menos escritor con vergüenza. Más aún cuando leemos esta otra razón para no marcharse al exilio: "mi literatura surge de esa relación que tengo con la realidad cubana. En Cuba, la literatura tiene todavía esa función social, esa capacidad de influir y actuar sobre los demás". Varias son las hipótesis que despierta la frase anterior. ¿Cuál es esa relación insustituible que tiene Leonardo Padura con la realidad cubana? ¿La de verlo todo o casi todo para callar mucho? ¿Sus trabajos de premeditación donde calcula cada detenimiento del comisario de turno y tacha para no complicarse la vida (o anotar un gol, tal como él considera)? Si no se larga a vivir al extranjero es debido al influjo que consigue sobre sus lectores, a su incidencia en la sociedad civil cubana, a la agitación social despertada por sus libros. ¡Alardes de inválido! Lo único que consiguen esas novelas suyas es extender entre la gente el miedo a la autoridad, contagiar a los lectores el temor de quien escribe (si mi escaso italiano no me falla, Paúra significa miedo). Menos policiales que de horror, la sombra del censor y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de autocastigo. Siente, según la entrevista aparecida en el Diario Vasco, el orgullo enorme de que sus obras puedan leerse ahora dentro de Cuba. Apostador de poca monta, sacrifica la duración de su obra por ese triunfalismo del presente. Prefiere jugar el fútbol de los mandamases a practicar la ética del escritor. No es el único, que conste. Pero ha sido el primero en declarar las leyes de un juego que comparte con tantísima gente. Y las cosas, luego de esta entrevista suya, no van a ser las mismas. Ahora cualquier reunión intelectual puede tomarse por peña de tahúres. Lo era ya desde antes, pero entonces el truco se mantenía encubierto. La
lengua suelta no. 18 Qué
raro que me llame Federico Fermin
Gabor Algo menos repugnantes que los virus informáticos, críticas literarias y de costumbres gremiales llegan a las pantallas de nuestras computadoras bajo nombres falsos. Creo, opuestamente a Arango, que rara vez sin nombre. Por lo que su artículo debió llamarse Seudónimos. (El seudónimo tiene linaje literario y el anónimo tradición de chantaje.) Pero más allá de la inconveniencia del título, resulta muy loable su empeño de juntar señales e intentar extraer de ellas alguna moraleja. Lástima, empero, que a ese intento no lo acompañe una recta inteligencia. Lástima que la flecha se le pierda en el camino al blanco. Y no podía ocurrir de otro modo cuando parte de presupuesto tan falso como el suyo: las polémicas literarias anidan gustosamente en las revistas de la isla. Y no podía ser menos cuando empuja al lector hacia causalidades descabelladas: tales mensajes encapuchados promueven el chisme de pasillo y restan ímpetu a lo que pudiera convertirse en crítica publicada. (Si tal como asegura él los mensajitos constituyen una moda reciente, el chisme de pasillo es anterior a la fundición de los cimientos de la casona de 17 y H). Sin embargo, lo más falso de Anónimos es el aire de apoliticismo que el autor aparenta. (Que la política salte luego a la yugular de muchas de sus oraciones resultaba esperable, pues ya se sabe cuán incivil puede ser el comportamiento de lo reprimido siempre que retorna.) Arturo Arango conocía de antemano lo político del asunto. Según palabras suyas, en esas críticas de nombres encubiertos “se descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su simpatía con la revolución”. Para pensamiento como el suyo la política “es un campo dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego literario”. Y pretende luego citar con propiedad a Barthes y a Foucault, para que no nos quepa duda de que en su vida ha leído a esos monsiús. Pues una sola incursión por obras de esos franceses le habría enseñado que las reglas son las mismas para el juego político y el literario. (¿Por qué en sus palabras la política es campo y la literatura juego? ¿Por lo minado del primero?). Arturo Arango no quiere que se le vea como censor de lo que estudia. Incluso en varios puntos admite alguna simpatía por lo que los mensajes X traen, y es plausible entender su perorata como la del voyeur que abjura públicamente de la pornografía. (Lo imagino empedernido lector de chanchullos y asiduo comentarista de pasillo.) Pero que no venga a engañarnos su aire modosito: Anónimos resulta una cerrada defensa de las instituciones gubernamentales cubanas. Declara para ello la libertad de movimientos existente dentro de las publicaciones de la isla y arremete con disimulo contra quienes las evitan y emprenden alternancias. Arango se adelanta en unos meses a medidas estatales que ya han sido pronosticadas para fines de año: la batalla contra los trabajadores por cuenta propia. Anónimos carga contra el cuentapropismo de la crítica literaria. Procura meter toda forma de vida en el corral del Estado, para que cada niek suene definitivo, inapelable. Para volver a los poderes ommnímodos de los setenta. Su autor desaprueba la batalla plantada por un seudónimo ya que resulta una pérdida de tiempo para la polémica. ¿De qué modo responder a una ficción, a una fantasmagoría?, pregunta. Y cita en su artículo a dos de esas ficciones: Leopoldo Ávila y Fermín Gabor. Confiesa que lo elusivo de esta clase de criaturas puede verse bien en el caso del primero, que escapó sin que nadie contestara a sus ataques. Es en este punto donde las carcajadas de José Antonio Portuondo o quienquiera que haya sido Leopoldo Ávila desmienten el remedo de posibilidad histórica con que intenta embutirnos Arturo Arango. Pues incluso desprovisto de seudónimo Portuondo (o quienquiera que haya sido) hubiese resultado inexpugnable. Publicadas sus columnas en la revista Verde Olivo tenía a su favor la flotilla de tanques del Ejército Central. Por no hablar de un carné del partido. ¿Luis Pavón y Joaquín G. Santana son seudónimos? Tal vez Arturo Arango deba, aunque sin meterse en política, aclararnos por qué este par de veros nominales va a marcharse sin cocotazo suyo o de otros. Ha de explicarnos también la inmunidad en la que tanta vaca sagrada circula indostánicamente a la intemperie, sin seudónimos. (¿La condición de vaca sagrada no protege mejor que un nombrete?). Confieso mi disgusto al verme citado en compañía de Leopoldo Ávila. Y, sin pretender develar por ahora mi identidad (algún día lo haré del mismo modo en que Dustin Hoffman se despoja de su peluca en Tootsie), puedo asegurar a mis lectores que me asiste muchísimo menos poder que al finadito Portuondo. Ninguno de los que fustigo dejará de tener edición o empleo debido a mis palabras, ni se le abrirá causa policial. Compruebo que del mismo modo en que Arturo Arango quiere hacernos creer que ha leído a Barthes y a Foucault, simula no saber la diferencia entre Verde Olivo y La Habana Elegante, Laurenti Beria y un pobre bicitaxista. Me acusa, a mí y a otros, de intolerante. Pero, ¿por qué buena razón dejar de atacar a un mazo de escritores oficialistas que ya cuentan en revistas y periódicos y noticieros y editoriales y oficinas con suficiente aplauso y vitoreo? ¿Hay que sumarse al coro de quienes los celebran? ¿Hay que callarse la boca o sudar fiebre por los pasillos roñosos donde circula el chisme? ¿Ser tolerante con la intolerancia política y la mediocridad literaria de quienes protagonizan la escena cultural cubana? Ya por el tobogán de las preguntas, ¿quién es verdaderamente Arturo Arango? Compartiré con mis lectores la mejor de mis hipótesis: hace unos años era el muy joven director de Casa, revista continental. Roberto Fernández Retamar era su jefe. Un buen día, con ganas de divertirse, de burlar la mediocridad de un periodista llamado Luis Sexto, el joven director confabulóse con algunos de sus subordinados y escondieron los rasgos del mediocre periodista bajo disfraces de payaso. Sacaron un número de la revista con retratos burlados de Luis Sexto. Lo escolar de la broma no tiene para mí reproche alguno (¿acaso aquí no las cometo igual?), sí lo insignificante de su elección. ¿Por qué en lugar de un idiota con nombre de rey no ocuparse de muñecón más alto? ¿Por qué no el jefe Retamar, por ejemplo? ¡En lugar de pieza mayor, bajarse con un periodista que nadie recuerda ya! Ubi sunt Ludovicus Sextus. No tardó mucho el burlado en reconocer bajo los payasescos rasgos los rasgos propios de su jeta, y exigió reparaciones a la ofensa, visitó a las autoridades pertinentes, hizo de la venganza punto de honra. Levantado el escándalo, el joven director de la revista Casa se mostró incapaz de reconocer su participación. Se engurruñó, escondióse, aclaró al jefe Retamar su desconocimiento de una jugarreta armada por subordinados suyos a sus espaldas. Pero aumentaron un poco la presión atmósferica y el joven director acabó por reconocer su parte en el complot. Lloró en la oficina del jefe (en la antesala, ya que no lo recibían) peticiones de misericordia. Haría lo que fuera necesario para recuperar la confianza traicionada por él. Se iba a Solentiname de monaguillo de Ernesto Cardenal, bordaría trajes típicos para Rigoberta Menchú. Y ahora ese lacrimoso que obrara encubiertamente, que dejara en la estacada a los suyos y mintiera a su propio jefe, es quien llama cobarde y amoral a todo el que se acoja a seudónimo o anonimato. Reencarnado desde hace años como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, asegura que no cometerá el pecado de la descalificación fácil: “evito escribir la palabra ‘cobardía’”. (Seguramente le traería recuerdos personales, remordimientos.) No estoy seguro de quién es Arturo arango, quizás nunca llegue a saberlo con certeza y él quede como enigma igual que Leopoldo Ávila. Pero, sea quien sea, al final de su artículo deja escrita esta recomendación: "No creo que haya que perseguir estos anónimos". Y ojalá que esta no sea una invitación solapada a las fuerzas de ataque. Porque más peligroso que quien se esconde detrás de un seudónimo es quien pone seudónimos a cada una de sus palabras. Anónimos / Arturo Arango El fenómeno ha comenzado a expandirse y aunque limitado, al menos hasta hoy, a las computadoras de aquellos que podemos conectarnos a la red (a alguna zona, ya sea mínima, de la red), ha ocupado por momentos la atención del campo intelectual cubano: cada cierto tiempo, enviados desde cuentas de correos a todas luces apócrifas o tomados de revistas digitales elaboradas fuera de la Isla, llegan a decenas, quizás cientos de buzones electrónicos textos que pretenden la crítica (literaria, pero no sólo) amparados en el anonimato. Y es, justamente, esa expansión lo que provoca este Punto: La lengua suelta no. 17 Dos Gacetas y muchísima polémica (pero no dentro de ellas) Fermin Gabor
Tengo
en mi mesa los dos últimos números de La
Gaceta y, por lo que arrojan ambos acerca de la crítica
literaria, por lo
de preceptiva que tienen, han de ser lectura obligatoria para todo el
que
busque estrenar opinión en las revistas de la isla o publique ya
en ellas. Es
preciso leerlas como se lee un manual de costumbres, una guía de
etiqueta, un
tratado ético. Especialmente dos de sus artículos: uno
debido a la pluma de
Eliades Acosta Matos, otro a la de Arturo Arango.
En familia, en verano (obra en un acto) Fermin Gabor
-¡Chico, no digas esas cosas
delante de los
niños!
-Se le habrá olvidado que su
mujer fue batistiana.
-¡Salgo yo primero!
-Siguen sobre la tierra a la espera de
premios. La lengua suelta no. 15 Hacia un perfil definitivo del hombre Apuntes para un retrato robot de la Generación del Cincuenta Fermin Gabor
La cabeza enfundada en unas pamelas negras de ala corta que la asemejan
a San Juan Bosco, Carilda Oliver Labra atraviesa la isla porque le han
dedicado la Feria del Libro de este año. Se presta, a su
edad venerable, a recitar poemas de furor sexual. (Le quitan la
temática
del repellamiento chupachúvico
y quedaría muy poco de su obra poética.)
@
Cada año La Habana dedica la Feria del Libro a un
país
invitado y a un escritor diz que de relieve
(Carilda Oliver Labra en este caso), y lo que sigue a éstos en
jerarquía
es el Premio Nacional de Literatura, flamante como un
carro
del año. @
Novedades varias hacen peregrinar a Antón Arrufat en la comitiva
ministerial que recorre el país de feria en feria: la
aparición
de una antología de Gertrudis Gómez de Avellaneda que
hiciera
y una obra de teatro de las suyas. @
Como en esas telenovelas venezolanas donde los personajes se quedan
ciegos
de buenas a primeras, la conversión en masa de un puñado
de viejos escritores en innegables escritores oficialistas parece obra
de un guionista desesperado. (A esos viejos, ¿qué les
echaron
en el café con leche? ¿Qué jalapa los ha puesto a
cagar de tal modo?) La lengua suelta no. 14 Almas llaneras Fermin Gabor
Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la
leyenda
del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la
estatua,
se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos otros
artículos de exportación certificados por el CAME
tenían
que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa
de
las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy
Morejón
(Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos
suyos
que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en
número
dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve
patio
simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la
puerta
abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca
más.
/ Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener
una
quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra
época”?) La lengua suelta no. 13 Botella
lanzada a La Jungla Fermin Gabor
Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección
de
escritores de la UNEAC tantearon el camino
hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un
modo
hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha
sección
el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso
a Internet, y fueron cruelmente despachados. "¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar a los más viejos.
(Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de
escritores
bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63:
peine
contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión
Chalatenango
o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores
en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía,
nunca
más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier
novedad.
Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo
índice
promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6
libros
al año.) Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran dos o tres. Y jóvenes. "Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba un viceministro. "Que les den un premio literario", proponía un segundo viceministro. "Una beca de creación." Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura Nacional cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el micrófono, y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José Lezama Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a quien se adentrara en la red de redes. "Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se tratara de una falla del sistema.
Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a
todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron
dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestión
de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin
embargo,
aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de
conocimientos.
Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas
no preparadas para ello. Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa sentenciara. "¡Imposible!", dictaminó el ministro. Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la viverología. ¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de guachipupa color rubí con attachment de pan con timba cárnica. ¿Qué inquietud podría compararse con la de no coger cajita? ¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo! ¡Pan de panes! Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa perteneciente a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo. Levantada la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se apretaron en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o tres trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar entonces que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en cavilación sobre ese asunto?
La noticia la trae el diario que a diario Granma en su
edición
del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala
de
navegación con veinte computadoras. "Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos Martí. Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan al facismo norteamericano. "Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de tal sitio. Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la sala se abre para: 1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras de proclamar la verdad sobre Cuba 2) tener acceso a conocimientos más universales 3) promover la cultura El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del país y llegará también a provincias. ¡Trece hurras guajiros, uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de la Juventud.
La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha
sido
bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido
inaugurada,
pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su
tarjeta
y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una
silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de
hermosa
madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse
allí
por mucho rato. Acceso denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer intento. Acceso denegado, responde a una petición segunda. Y así, ídem de ídem. Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como una seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos de la isla patinaje artístico sobre hielo. Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de valor que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido) de la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que, borracho por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al primer humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera ñángara. En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo. Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las autoridades culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H, Vedado, La Habana.
Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue
íntegra,
una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza:
"¡Internautas
de todos los países del mundo, uníos!". La lengua suelta no. 12 Detenidos Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal de reses Fermin Gabor
Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en
canciones
pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las
memorias
mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría reconozco
haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis
Báez: Junto
a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández. !!! Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy íntimo. Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis sentimientos, mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.” !!!
Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
!!!
Luis Báez: “¿Cuál es su definición de
moralidad?” !!! Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.” !!!
Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del
crítico?” !!!
Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968
hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece
años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados
Unidos
luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me
permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a
invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
[Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la administración colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno de sus nombres aparece en la entrevista.] !!!
Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba
de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con
Bubu?” !!! Luis
Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su
cumpleaños
70.” !!!
Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo
“José
Martí” y el Premio Internacional de Periodismo
“José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra
secreta
de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones
con Juan Marinello, Secreto de generales yMiami,
donde el tiempo se detuvo. La lengua suelta no. 11 Para un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes) Fermin Gabor Eduardo
Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina,
uruguayo,
compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas,
decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos,
poner
su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin
antes
escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana
donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como
compensación,
firmaría otro documento que denunciaba la posible
invasión
norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak. @
Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como Acero
y A fuego limpio, sobrino
político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el
Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses
Norteamericanos
para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía
así cincuenta
mil dólares que le ofrecía una universidad de
Kentucky.
Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el
compañero Heras se proponía enseñar a
escribir socialrealísticamente
a un grupo de estudiantes norteamericanos. @
Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla.
(incluimos una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa para fugarse de la Isla más fermosa) @
Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga La
fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio
Rómulo
Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina
del
Ministro de Cultura
para chivatearse a sí mismo como premiado. @
“¿Qué tiene en especial este día que he despertado
con deseos de escribir?”, se preguntaba
Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo. @
“Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro.
Salpicaba
la pantalla de palabras en cada uno
de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las
estrellas
en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le
gritaban
en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas,
niño?”. @ En obligación de su mandato como presidente de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su chófer) tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”.
Un rato más tarde el compañero López Sacha
regresaba
a su oficina sin la firma de López César, unas veces
compañero
y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este
último,
refiriéndose a los años de castigo gubernamental que
sufriera
unas décadas antes. @
En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras
Cubanas,
2002), el compañero López Sacha, haciéndose el
postmodernillo,
publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La
Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el
ingenio
La Demajagua”: A Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
@
Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los
primerísimos
firmantes del “Mensaje desde La
Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es
católico
y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes,
durante
las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus
creencias.
La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier
obstáculo.
En los años cincuenta defendió su autonomía de
trabajo
frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento
de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse. @
Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de
su
antiguo auto de dirigente.
El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de
la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba
internacional”
y director del departamento de cultura del Comité Central.
@
Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los
escritores
de la Unión de Idem y Artistas de
Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara
de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos,
llamadas
telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos.
La lengua suelta no. 10 Donde Rosita Fornés explica la punzada del guajiro Fermin Gabor
Hace unos años, enterado de que Emilio Ichikawa había
decidido
quedarse en el exilio (ya habían salido de Cuba Osvaldo
Sánchez,
Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Malanga y su puesto de viandas),
el doctor en Ciencias sobre el Arte Rufo Caballero,
anunció
que en la isla solamente quedaba un pensador de la cultura y ese era
él.
Conductor de un programa de televisión, habitualísimo de
las revistas nacionales y encargado de la sección de
misceláneas
de "Revolución y Cultura", en adelante se vería obligado
a cubrir todos los frentes, a tratar cualquiera de las formas en que el
Espíritu quisiera manifestarse. Y desde entonces RC baja su
metatranca
en todos los apeaderos de la Cultura. Pero lo que lo ha hecho de veras
único en nuestro pensamiento cultural son esos toques
autobiográficos
que él coloca en sus análisis, no importa de cuál
tema traten éstos. La lengua suelta no. 9 En fila india, pelados que dan grima Fermin Gabor
Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola
cosa.
Y el sábado comienza (al menos
para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla.
Porque
algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de
días
sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que
lleva
ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias
instituciones
gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
La lengua suelta no. 8 Hablando de pelota en la Esquina Caliente Fermin Gabor
Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la
espontaneidad
se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros
emplazamientos)
para discutir de béisbol, de pelota. Es el único
parlamento
cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La
bibliografía
pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y
allí
puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión
voceada
a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado,
guapería
en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del
Apóstol
Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente
altura
de su pedestal. Para que oiga.
Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
La lengua suelta no.7 Feria del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo” Fermín Gabor
Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y
dieron
por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le
habían
descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de su
casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo
reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus
últimas
chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para
aquella
otra feria el pintor Waldo Saavedra. (Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula, nada azteca se le pegó por vivir fuera.)
A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos
Russell
Banks y William Kennedy. Una investigadora británica
autora
de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de
la
CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los
más
viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas,
sirvió
en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos
años. La lengua suelta no. 6 Fornet e hijo reabren El Encanto Fermín Gabor
Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años
autora
de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a
las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista
siempre
mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma.
Maquinadora
de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con
frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le
cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de
inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura
endiablada
Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas
más
bobas de la reciente literatura cubana. (Petición apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa, antologadores ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la ventaja de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que Fornet solito explica en su prólogo.)
Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina
aproximadamente
a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el
desencanto
por la independencia perdida, el asombro por la aparición del
amo
estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida,
el pasmo
por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos
desencantos
como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de
encanto
y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del
Valle. La lengua suelta no. 5 Museo arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca Fermín Gabor
Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias
novelas
(alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos
con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway
mientras
éste escribía en la barra del Floridita, hubo de
aceptarle
al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo.
Recibió menosprecio por parte de Neruda en
sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che
Guevara
aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece
allí
va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa,
Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching
bag, el Premio Nacional de Literatura 2002.
Bienvenidos
a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
La lengua suelta no.4 Convocan a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet por Fermín Gabor Lukács
cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el
último
número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke.
Maestro
lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en
los
cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo
Padura
lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso
por
cada libro que no escribía. La lengua suelta, no. 3 Bajo la peluca de un ministro Abel Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio por Fermín Gabor
Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de
Cultura
Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada
de México ha publicado recientemente. Creo que desde la
publicación
en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro
dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no
contábamos
con tanto motivo de estupor. La lengua suelta, no. 2 La camarilla de los maquilladores Delegación cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa por Fermín Gabor Que
la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
La lengua suelta, no.1 por Fermín Gabor Cunde la esperanza entre escritores de la Isla Delegación de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de Guadalajara
Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos
sesenta
escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen
café),
el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y
caderólogas
abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les
robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero,
así
y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla.
Sábado 30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6 años. Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años. Jueves 5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1 años. Domingo 8: 58.8 años. (A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de días. Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda Oliver Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal, 60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo ejemplo, domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72. Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González, 62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor Casaus, 58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel, 40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)
Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las
provincias
y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del
Instituto
Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación
oficial
cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una
parte importante de la población radicada en la capital no
nació
en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de
construcción
de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia",
ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más
del
80% de los integrantes de la delegación que viaja a
México
no ha nacido en la capital. |
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