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JULIÁN DEL CASAL: LOS ELOGIOS Y LAS TRISTEZAS
Uno de los capítulos en torno a la obra de Casal que está por escribir es el de la repercusión que su obra tuvo en la literatura hispanoamericana. Testimonios de esa repercusión es, por ejemplo, el medallón que José Martí publica en Patria, Nueva York, el 31 de octubre de 1893 (en feliz coincidencia con el homenaje póstumo de La Habana Elegante a Casal) y donde, entre otras cosas, afirma: "Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los elogios y las tristezas". Debe tenerse en cuenta que los poetas modernistas hispanoamericanos, tanto como los parnasianos y simbolistas franceses, los escritores rusos, ingleses, chinos y norteamericanos, fueron acogidos en las páginas de La Habana Elegante. El periódico habanero mantenía un canje constante con muchos periódicos hispanoamericanos. A menudo se olvida este trasiego literario (y necesariamente nutridor) y se intenta fijar la estética modernista con paralizantes etiquetas como evasiva, esteticista, y afrancesada. Existió entre los modernistas una clara conciencia (o por lo menos un afán) de modernidad que los acercó entre sí (me atrevería a decir) en la misma medida que los acercaba a Verlaine o a Baudelaire.
Está por descubrirse el Casal que leyó Hispanoamérica, pero no nos cabe la menor duda de que a su debido tiempo (y no necesariamente después de su muerte) se oyeron "los elogios". Las "tristezas" --desde luego-- tenían que venir después. Aquí sólo queremos ofrecer estos dos testimonios de lo que estamos afirmando. Se trata de los poemas Ce que j'aime, del poeta cubano-francés Edouard Cornelius Price, La visión blanca, del venezolano Gonzalo Picón Febres, y Auroral, del panameño Darío Herrera (1869-1914). El poema de Price aparece reproducido en Julián del Casal y el modernismo hispanoamericano por José María Monner Sans (El Colegio de México: México, D.F., 1952, p.243) quien nos recuerda que Price había nacido en La Habana en 1870 y que, al igual que su compatriota Ramón de Armas, escribió casi siempre en francés. Casal dedicó su Gruta del ensueño (Nieve) a Price. El soneto que éste, a su vez, dedica a Casal es una réplica al muy conocido Mis amores del poeta de Hojas al viento. En cuanto a La visión blanca y Auroral, ambos aparecieron (dedicados a Casal) en la primera página de La Habana Elegante. El primero de estos poemas lo encontramos en la edición del 18 de junio de 1893, y el segundo, en la del 2 de julio del mismo año. De los poemas que aquí ofrecemos, vamos a comentar brevemente el que nos parece más interesante: el de Picón Febres.
Gonzalo Picón Febres (1860-1918) fue un destacado novelista, poeta y crítico venezolano. Entre sus novelas figuran: El sargento Felipe, Flor y Fidelia. Su poema La visión blanca contiene todos los lugares comunes de la estética modernista (el oro, la porcelana, la pedrería, en fin, la joyería con que el modernismo revistió y enmascaró las sensaciones que el nuevo espacio urbano vino a exacerbar), pero también es un ejemplo de las complejas profundidades que plantea la pretendida frivolidad finisecular de estos escritores, llamados a menudo y, con desprecio, decadentes.
El título del poema de Febres nos remite (o parece remitirnos) al misterio romántico. Una lectura cuidadosa, sin embargo, nos lleva en una dirección diferente. La visión no es importante en sí misma, sino como encubrimiento de otra cosa. El texto nos lleva al mundo del voyeur, o sea, el de la modernidad. La ciudad y la proliferación de las instituciones económicas de la ciudad (la tienda, el almacén, el teatro, las galerías, los estudios de fotografía) crean la ansiedad del voyeur: la necesidad de apartar el producto que se ofrece a los ojos para ver lo que está detrás. Detrás de lo que vemos siempre hay otra cosa. O, si no, es el placer de observar cómodamente al otro, inmovilizado por la foto, retenido por el marco del cuadro. Es así que, para llegar a la visión blanca (que es ya un algo que oculta un secreto), hay que pasar entre "encajes de nieblas color de oro". Nieblas, encajes. La niebla se vuelve lencería. Curiosamente, según el DRAE, "lencería" designa: "1. f. Conjunto de lienzos de distintos géneros, o tráfico que se hace con ellos. 2. Tienda de lienzos. 3. Lugar de una población en que hay varias de estas tiendas. 4. Lugar donde en ciertos establecimientos, como colegios, hospitales, etc., se guarda la ropa blanca.
5. Ropa interior femenina y tienda en donde se vende".
La tienda, la ropa interior femenina. La lencería se identifica, pues, con espacios cerrados que estimulan y cierran el paso del deseo. Espacios que dejan ver y ocultan al mismo tiempo; que reclaman, llaman, acosan el ojo. Y es ésta, justamente, la atmósfera que construye el poema de Febres. Penetramos entre los encajes sólo para que, de "improviso", aparezca "vaporosa, risueña, casta, divina" la visión blanca. Ese no dejarse ver del todo es consustancial a la estrategia del deseo. La "castidad", también. El templo llama a la profanación. Lo "vaporoso" de esa castidad subraya su condición femenina: la lencería suele ser vaporosa, transparente, insinuante.
La visión blanca viste "cendal de gasa como la espuma" y al "través de la gasa muestran sus formas / Redondeces que brillan como la nácar, / Virginales contornos de estatua griega / Y sutil transparencia de porcelana". El "cendal de gasa" no está ahí para cubrir, sino para mostrar las "formas". Es lo único que no es dado adivinar entre tanta "gasa": formas, redondeces, contornos. El ojo del sujeto no quiere que veamos, sino que busquemos, que sigamos al suyo. El lector es, entonces, un voyeur que disfruta del placer de fisgonear a otro voyeur, mientras lee en la comodidad de su casa. La complicidad que se establece entre lo mirado y los que miran (el poeta, el lector, el profesor y los estudiantes que comentan el texto) le confieren al poema de Febres una perturbadora modernidad, un misterio inagotable: la poesía se acerca a mirar también. No es ya lo contemplado, sino lo que contempla. No es lo enmascarado, sino lo que enmascara. Veamos una de las estrofas más interesantes en este sentido:
Blancas pomas de nieve fingen sus pechos,
En cuyas cimas vierten dulce fragancia
Dos capullos ardientes como la aurora,
Dos divinas lisonjas de la mañana.
Lo primero que nos llama la atención es el fingimiento de los pechos. ¿Y qué fingen? Fingen "pomas". Una vez más nos encontramos con una palabra de múltiples resonancias e implicaciones. Volvamos al DRAE: "1. f. Fruta de árbol. 2. Manzana, fruto. 3. Casta de manzana pequeña y chata, de color verdoso y de buen gusto. 4. Vaso en que se queman perfumes. 5. Pomo para perfumes y cajita en que se lleva. 6. Especie de bola elaborada con varios ingredientes, por lo común odoríferos". La simple asociación de los senos de la mujer con la manzana asocia, a su vez, el espacio de la gracia y el de la caída. Por si ello fuera poco, a nivel inconsciente, --pero no con menor fuerza-- el deseo se vincula al acto antropofágico. Al mismo tiempo, los senos pueden ser el receptáculo donde han sido guardados los perfumes enloquecedores, los que pueden arrastrar a la desmesura. Una sola palabra enmascara muchos significados diferentes. No importa si todos ellos eran o no familiares al poeta. Basta con que lo sean para nosotros, sus lectores de hoy.
Ahora bien, resulta que los senos (en tanto fingen) no son realmente pomas, sino montañas, puesto que culminan en cimas. Montañas cuya cualidad es la flor: los pezones son "dos capullos ardientes". Habría que preguntarse qué es lo que está haciendo realmente el lenguaje. Cubrir, recubrir, descubrir y volver a cubrir. Cada des-cubrimiento es, en verdad, otro re-cubrimiento, otro enmascaramiento. El poema progresa borrándose y re-escribiéndose a sí mismo, incesantemente. La visión blanca no es siquiera "blanca". Cambia de forma y de color, o, mejor, finge forma y color. El poeta (y nosotros arrastrados por él) levanta un velo, pero la forma que descubre es sólo la de otro velo. La excelencia del poema estriba justamente en la caza de una forma que no se rinde nunca, que está siempre en otra parte. Lo encontramos en lo mejor de la poesía modernista. Cuando le llegue su turno, José Lezama Lima se dirigirá a su vez, a su "visión blanca": ¡Ah, que tú escapes....
Ce que j'aime
J'aime la nacre, les émaux, les marbres blancs,
les gemmes dans les feux de l'or qui les enchâsse,
l'infini du ciel pur et la mystique châsse,
les regards de la lune et le vol des milans.
J'aime aussi la chanson des pâtres nonchalants,
plus que l'appel du cor des grands seigneurs en chasse,
et les oiseaux d'été que la froidure chasse,
et le rythme des vers aux sublimes élans.
J'aime à voir les blés blonds sous le soleil torride,
le miroir de l'étang que bleuit et se ride,
et les boeufs dans les prés errer paisiblement.
Mais j'aime plus encor la chaste adolescente
qui meurt, ayant perdu ses rêves et l'amant,
dans l'éclat virginal de sa chair innocente.
Edouard Cornelius Price
LA VISIÓN BLANCA
Entre encajes de nieblas color de oro
Y explosiones de lumbre color de grana,
Vaporosa, risueña, casta, divina,
De improviso aparece la visión blanca.
Viste cendal de gasa como la espuma,
Diamantinos fulgores son sus miradas,
Y el cabello desciende cual negra tromba
Por la rósea blancura de sus espaldas.
Sobre finos brocados sus pies caminan
Con majestad expléndida y soberana,
Y en sus mantos espiran frescos perfumes
Dos triunfales manojos de rosas blancas.
Al través de la gasa muestran sus formas
Redondeces que brillan como la nácar,
Virginales contornos de estatua griega
Y sutil transparencia de porcelana.
Cual radiantes joyeles de pedrería
En torno suyo giran en ronda alada,
Mariposas purpúreas como rubíes
Y libélulas verdes como esmeraldas.
Blancas pomas de nieve fingen sus pechos,
En cuyas cimas vierten dulces fragancias
Dos capullos ardientes como la aurora,
Dos divinas lisonjas de la mañana.
Regio nimbo de estrellas arde en su frente,
Puras son sus mejillas como alboradas,
Y con tibios fulgores color de luna
Ilumina los cielos por donde pasa.
De los limbos del sueño surge lumbrosa
Casi todas las noches la imagen blanca;
Ilusión inefable que nunca muere
En los senos recónditos de mi alma.
Oloroso joyero de perlas finas
Es su límpida boca, de donde manan
Remembranzas queridas que siempre ríen
Y promesas de dicha que nunca acaban.
Al mirarla mis ojos, todos los sueños
Voltejean, murmuran, brillan y saltan,
Como chispas de oro sobre mi frente,
Como besos de lumbre sobre mi alma.
Su corazón me llama con impaciencia
Y es triste su sonrisa como una lágrima;
Pero en sus ojos arden eternamente
Los risueños fulgores de la esperanza.
¡Oh imborrable recuerdo de horas felices,
Oh consuelo sublime de horas amargas,
Vuelve, vuelve a arrullarme todas las noches
Con la música ardiente de tus palabras!
Caracas, 1893. Gonzalo Picón Febres
AURORAL
Por el azur sedoso del firmamento
La princesa Alba extiende sus gasas rojas;
El amante de Cloris, con blando acento,
Canta sus melopeas entre las hojas.
En la floresta virgen, donde derrama
Mayo sus verdes galas y ricas gemas
Vístense de bermejo brotes y grama,
En perfumes estallan las frescas yemas.
Las palomas las ansias de sus amores
Avivan con melifluos currucuqueos;
Hacen vibrar el aire los ruiseñores
Con la mágica gama de sus gorjeos.
Brotan de los boscajes suaves efluvios,
A los rosales vuelan locos enjambres;
Y sus liales alas los silfos rubios
Recaman con el oro de los estambres.
En los lagos azules las tersas linfas
Toman coloraciones de tono rosa;
De la flotante niebla se hacen las ninfas
Castos velos de púrpura vaporosa.
Y mientras en su flauta modula á solas
Pan sus alegres himnos, de ritmo llenos,
Y fascinates, lúbricas farandolas
Bailan fáunos y sátiros y silenos.
Los éteres se inflaman, el firmamento
La mañana ilumina con su victoria,
Y del azur de oriente surge, opulento,
El dios Sol en su ígnea, radiante gloria.
Panamá, 1893 Darío Herrera.
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