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Panóptico habanero: una nueva sección

     Coincidiendo con el aniversario del Centenario de la República, y con el número con el que La Habana Elegante arriba a su V Aniversario en la red cibernética, inauguramos una nueva sección: Panóptico habanero.  La misma estará a cargo del poeta y ensayista Pedro Marqués de Armas, quien reside en La Habana. De esta manera, Marqués de Armas se incorpora al equipo de redacción de La Habana Elegante, lo cual es motivo de orgullo y alegría para todos nosotros.  Esperamos que esta sección resulte particularmente atractiva para aquellos que se interesan en los estudios culturales en América Latina y, de manera especial, en Cuba.  No abundan las posibilidades de consultar textos como los que aquí ofreceremos, y por esta razón la contribución de Marqués de Armas deber ser aún más apreciada.  Además de proporcionar los textos para la sección, nuestro amigo se encargará de presentarlos.  En su primera entrega, Pedro nos ofrece un texto de Israel Castellanos: "La pena de muerte bajo el punto de vista médico."
 
 

     En 1885 José Francisco Arango publica “La pena de muerte”,1  claro antecedente del texto que ahora presentamos: “La pena de muerte bajo el punto de vista médico”,2  escrito por Israel Castellanos en 1916. Entre uno y otro pasan poco más de treinta años, durante los cuales se consolida en Cuba un fuerte discurso positivista que ya había despuntado en la década del setenta cuando médicos, antropólogos y abogados comienzan el empleo de las tesis degeneracionistas (1870) y lombrosianas (1879).3
     Tan pronto España cede su dominio, Juan Guiteras Gener, figura clave de la sanidad cubana en el cambio de siglo, advierte a la futura República sobre los principales problemas a resolver: fiebre amarilla, paludismo, tuberculosis e  histerismo.4 En efecto, la campaña sanitaria realizada durante la intervención modificó sensiblemente los tres primeros problemas - tal vez uno sólo, de orden higiénico biológico -,5 creando así las  condiciones discursivas propicias para una voluntad ordenadora que tendría en los negros, los locos e inmigrantes, sus piezas de ensayo fundamentales. Claro que tras el llamado a la Defensa Social, que convierte a estos grupos, no metafórica, sino políticamente en meros microbios, se ocultaba (y manifestaba) la histeria racista que compartirían (sin distinción de credos) los miembros del entramado jurídico de la nueva Nación. 

Mucho antes de confirmarse su descubrimiento, Carlos J. Finlay anticipaba que una vez resuelto el flagelo de la fiebre -lo que echaría a tierra el fantasma climático -, por fin el país sería habitable para el hombre blanco.6 Sin embargo, el sueño de una razón bio-instrumental no se cumpliría del todo, patético reclamo que todavía en 1926 hace a Ortiz exclamar: “...hagamos contra los criminales lo que hicimos contra los mosquitos: una campaña de saneamiento nacional”.7 Definir la sociedad como un organismo enfermo, cuando no agonizante (lo cual puede rastrearse en Saco y hasta en Pascual Ferrer), fue el paradigma sobre el que operaron todas estas políticas que ya en la República producen, más que simples ordenanzas que apenas rozan la periferia (pues a menudo la burocracia colonial se las tragaba), crudos diseños más efectivos y reclamados. Antes de 1910, por ejemplo, se establecen proyectos para esterilización de dementes y criminales; identificación (física y dactiloscópica) de inmigrantes, y, en general, una creciente produción normativa en todos los campos.

     En 1903 una comitiva elegida Tomás Estrada Palma publica un informe sobre el garrote, aparato garrotepara la ejecución de la pena capital en Cuba, el cual certifica que el mismo se encuentra listo para recibir “una fecunda lluvia de ciencia” y que su mecanismo de producción de muerte es no sólo perfecto, sino “perfectamente horrible”.8  El sueño de pefección instrumental produjo múltiples diseños paranoicos: a la vez que horrendas, invenciones perfectamente risibles. Estos “discursos que dan risa”, para usar el término empleado por Foucault en Los Anormales 9, proliferaron en la cacharrera República y pueden consultarse en revistas y memorias de comienzos del siglo pasado, aunque, en general, asoman bajo diverso énfasis en cualquier tramo de una posible geneaología del “anormal cubano”, desde su emergencia a finales del siglo XVIII hasta nuestros días.

Alguien propone emplear el campo como si se tratara de una máquina de solar que templaría el carácter de niños y adolescentes; un coche ferroviario para traslado de procesados y locos hecho, por otra parte, con la mejor y más profunda madera de la patria; una migración escandinava que inocule sangre roja en el anémico cuerpo de la Nación; y, finalmente (la lista sería interminable y sus aciertos más recientes son del todo conocidos) un Palacio de Homicultura que a manera de inmensa granja asegure el cultivo y selección de una raza cubana pefecta

Estos serían algunos discursos que dan risa, y miedo. Más que pretender una crítica (¡una vez más...!) epistemológica, el propósito de este espacio sería, si se prefiere, “estético”. Hay un plus de horror en el discurso positivista como hay un plus de risa en estos artículos que parodian su propio instrumental. 

Hasta dónde podían llegar aquellos “bombines” que debían definir una Nación es algo que sólo seosario en el Cementerio de Colón puede “mostrar”. Rafael Blanco, pintor y caricaturista todavía muy poco conocido, en un dibujo suyo traza, colgando de un árbol seco (que ha largado ya sus pocas ramas) a un hombre del que sólo se ven sus pies; penden, a modo de frutos, junto a un caballo flaco que raspa la escasa hierba y desde donde parece que éste ha saltado al árbol. No vemos la copa (¿es un pino?), ni el rostro del ahorcado, pero sentimos qué se (nos) ha querido decir cuando al margen leemos por título “Arbol Genealógico”. El mito médico de la degeneración mental (y social) como causa de todos los maleficios, aparece aquí parodiado, y remitido - sutilmente - a aquellos que legitimaran para sí el relato exclusivo de una famila culta, blanca y sana.

Valga por último una mínima observación: entre el artículo de Francisco Arango y el de Israel Castellanos no median diferencias, salvo las que apuntan al ajuste y consolidación de cierta utilería discursiva. Si bien Castellanos señala el frecuente rechazo a la pena capital, se trataba sin duda de un fenómeno secundario; como lo fue también que en 1906 la misma se haya derogado, que durante reclutas cubanos: la formación del Hombre Nuevoel período de gobierno Machado fuese retomada, y que entre uno y otro momento fueran ejecutadas, en pueblos y ciudades de Cuba, sin previo juicio, cientos de personas. Al menos Arango debió encarar la decidida oposición de Eliseo Giberga y de José M. de Céspedes, enemigos no sólo de la pena de muerte, sino críticos tempranos de las ideas de Lombroso. Pero ya en 1916 no hay voces disidentes; todo es “rumor” de periodistas y escritores, mientras la inmensa mayoría de los miembros de la tarima jurídica optan por callar. Por lo menos en este sector, las polémicas no trascienden al espacio público. Todavía en la década del cincuenta algunos sostendrán - además de la persecución de homosexuales - campañas en pro de la esterilización de criminales y locos, y en contra de inmigrantes, iguales a las de comienzos de siglo. 

En el discurso sociopositivista cubano hay líneas de fuerza que no ceden. Bajo los mismos o parecidos presupuestos, y enmascaradas por otras ideologías, estas políticas se extiendieron hasta el final de la República para reincidir, más tarde, en la variante social de un proyecto eugénesico no menos antiguo: el Hombre Nuevo.

Pedro Marqués de Armas, La Habana, febrero 2002.
 
 

Notas

1. Arango, Francisco: “La pena de muerte”. Revista Cubana. T-II (1885) p.5-21.

2. Castellanos, Israel: “La pena de muerte bajo el punto de vista médico”. Vida Nueva, Año VIII (1916), no 1, p. 6-9.

3. El primer texto escrito en Cuba que expresa extensamente las ideas degeneracionistas de Morel aparece este año y fue escrito por Manuel Sabás Castellanos: “¿Existen, además de la locura, otras enfermedades que debieran ser consideradas como impedimentos, por lo menos impedientes del matrimonio?” Habana. Imprenta de Villa, 1870. No obstante, el propio Sabás Castellanos, en París, y Manuel González Echeverría, en París y Nueva York, ya se habían ocupado de Morel en la década anterior. Por su parte, los postulados de Lombroso fueron tempranamente expuestos por José R. Montalvo: “Estudio antropológico de los criminales”. Revista de Cuba. Tomo-VI (1879) p.165-70. 

4. Juan Guiteras: “Los recientes descubrimientos sobre la malaria y el mosquito”. Cuba y América. Vol 4, num, 84, 1900.

5. Se errradicó la fiebre amarilla, el paludismo fue atenuado, y la tuberculosis experimentó - por primera vez en los últmos cincuenta años de rastreo estadístico - alguna modificación.

6. Carlos J. Finlay: “Apología del clima de Cuba”. Gaceta médica de La Habana. Año I, no 2, pp. 1-3, 1878.

7. Fernando Ortiz: Proyecto de código criminal cubano. La Habana, 1926. p. XII.

8. Antonio Barreras Hernández: Estudio médico legal del garrote en Cuba. La Habana, 1927. p. 95.

9. M. Foucault: Los anormales. FCE, 2000.
 
 
 

La pena de muerte bajo el punto de vista médico

por Israel Castellanos

La pena capital entre nosotros va extinguiéndose: no hay un principio -se dice- que justifique su aplicación. Los países americanos, en su mayoría, adoptan, sin detenerse en un examen concienzudo, todos los patrones europeos, sin tener en cuenta nuestra incipiente capacidad política, ni nuestro equilibrio jurídico y social. Una tendencia idólatra, dañosa y mediocre, nos lleva a hacerlo todo como los franceses, como los ingleses, etc. Las concepciones de la cultura europea obtienen entre nosotros una rápida adaptación, sin someterlas al más simple análisis mental. La prostitución reglamentada está suprimiéndose, pues suprimámosla nosotros también. La pena capital está abandonándose, pues abandonémosla nosotros igualmente. Y así es todo: obramos estimulados por la imitación. 

No hace dos años aún, cuando la prensa pedía el indulto de Tirso, un uranista nato, publicamos nuestro trabajo “Selecionando la especie humana”, que fue recogido con acres reproches. La crítica fue dura, y mucho más porque con ella vino la insolencia, partida de amigos entonces muy queridos. J. N. Aramburu, en aquella ocasión memorable, estuvo a mi lado diciéndome en magistral “Baturrillo”: “No ha podido ser más expontánea mi aprobación, ni más sincero mi aplauso a su hermoso trabajo “Seleccionando la especie humana”. Encajaba perfectamente en mis puntos de vista, errados o cuerdos, pensamos lo mismo en este punto y apreciamos de igual modo certos problemas sociológicos. Se sacrifica el bien de los menos en aras de los más, y se suprime, corta, cauteriza y destruye cuanto es nocivo, pernicioso o simplemente inconveniente a la salud nacional”. Más sereno mi espíritu hoy y el de todos, presentamos la pena de muerte bajo el punto de vista médico.

La mayoría de los médicos entienden que la pena capital es un problema filosófico, social, de derecho y que, por lo tanto, corresponde al filósofo, al estadista, al jurisconsulto. Quizás muchos no se expliquen la frase bajo el punto de vista médico. Los médicos, generalmente, olvidan que a ellos corresponde ese aspecto más importante de la criminología: la determinación de la responsabilidad o irresponsabilidad del delincuente. La ley decide, en no pocos casos, de acuerdo con el informe pericial de un médico. Si el médico redime al delicuente por deficiencia orgánica o debilidad mental, aceptando y aprobando él mismo el determinismo de factores biológicos o morbosos, debe también por higiene social preservar al conglomerado honesto y normal de la acción nociva de los incapacitados físicos. La sociedad es un organismo (Worms) y el del hombre tiene su patología (De Lilienfeld). Aceptada esta premisa, en apoyo de nuestras ideas, damos a conocer la opinión de distintos médicos, publicadas en la Revista Voco de Kuracistoj:

El Dr. Lefevre, de Bruselas, escribe: “Así como se está de acuerdo para confesar la utilidad de la Higiene privada, se debe estar de acuerdo en que una Higiene social es en absoluto irremisiblemente necesaria. Los malhechores pueden considerarse como miembros patógenos del organismo social, pues le causan un perjuicio análogo al que dan lugar las enfermedades infecciosas. La sociedad tiene el mismo interés en perseguirles y anularles para evitar el crimen y el contagio del crimen. El daño hecho es suficiente para su destrucción. El asunto no es de venganza, ni de castigo, sino simplemente de eliminar, de precaver, en una palabra, de Higiene social. En Sociología, como en cualquiera otra Ciencia positiva, debe tomarse como guía la razón, no los sentimientos”.

El Dr. Lefevre pone en claro un punto interesantísimo que interpretan mal los partidarios de la supresión de la pena capital. Ellos creen que ésta, actualmente, existe por castigo. Y no es así. Lo que se logra con matar al reo no es aplicarle un castigo, pues como ha notado Pessina, la pena de muerte, estudiándola en el fondo, no es un castigo, prueba de ello es que el delincuente que debería experimentarlo desaparece. No es, por lo tanto, una pena, sino un medio eficacísimo de eliminación, un instrumento poderoso e infalible de mejora humana. “La sociedades humanas - dice Puglia - son organismo que tienden al igual que los organismos individuales, a su conservación, y en virtud de lo cual tienen el derecho contra aquellos elementos que le son perjudiciales o dañinos, cuyo derecho lleva consigo el de eliminar dichos elementos, a fin de hacer posible la propia conservación y el propio perfeccionamiento”. El Dr. Perott, de Halila (Finlandia) expresa: “Hasta que no se haya el medio de mejorar a los criminales, violadores de mujeres, etc., dejemos en todo su vigor la pena de muerte para felicidad de los sanos, los cuales, pueden y deben exigir la posibilidad de gozar una vida tranquila y segura”. El Dr. Fels, de Lwow (Polonia) agrega: “La pena de muerte justa es un beneficio necesario para la humanidad. Deben ser ejecutados no solo los criminales sanos, sino también los degenerados; desgraciadamente la ciencia de hoy quiere considerar a todo criminal como loco y con frecuencia los defensores abusan de esta palabra”.

El médico polaco Zasacki, combatiendo la pena capital, expresa: “Sería necesario eliminar a los individuos que aun cuando inocentes perjudican a la sociedad más que los criminales, esto es, a los tuberculosos, sifilíticos, leprosos, etc., sería también necesario abandonar la Medicina y exterminar a todos los médicos, por auxiliar a todos los individuos enfermizos, pues prolongado su vida contribuyen a que engendren seres debilitados físicamente. De este modo llegaríamos al absurdo.” Zasacki, con una hábil agudeza, desvía el asunto. El criminal es un anormal, un malvado, un perjudicador conciente, blasona de su abyección, mientras que el tuberculoso y el sifilítico luchan diariamente por su redención, por aplastar el mal. Hay sí entre el sifilítico y el criminal un punto de identidad: el perjuicio al conglomerado sano y honesto; pero el uno desea atenuar, vencer, su nocividad, reduciéndola o limitándola a estado latente mientras el otro da rienda suelta a sus pasiones y apetitos. “La vida de un individuo - agrega Zasacki - no es ni puede ser patrimonio de la sociedad, ni puede disponer de ella a su arbitrio, sin voluntad expresa del mismo individuo.” No tenemos derecho sobre la vida de nadie, ya lo dijo Lombroso, y es verídico; no podemos disponer de la exitencia de un semejante, pero si no poseemos el derecho o la necesidad de la defensa y del mejoramiento, tampoco tenemos la facultad de privar o restringir la libertad de un individuo. Si la justicia social peca eliminando al delicuente, igualmente peca al privarle de libertad. El delito es un hecho natural, necesario como el nacimiento, la muerte, la concepción (Lombroso), prueba de ello es su exitencia en el mundo inferior, ya vegetal, ya animal. Allí vemos eliminar a los animales nocivos. A esta ley tan beneficiosa, tan pródiga, daba el gran Darwin el nombre de selección natural. Si la naturaleza resta espontáneamente los elementos perversos de los buenos ¿por qué nosotros en el orden social no podemos imitar esta selección? Si los enfermos o no buenos desaparecen, como todos los anormales ¿por qué nosotros en el orden moral no podemos ejecutar lo que ella realiza en el orden físico? ¿por qué un organismo humano que es inadaptable al ambiente físico desaparece y por qué el que no lo es al moral debe permanecer? ¿no nos enseña la Biología, la ciencia de la vida, que los menos aptos para la vida social son los que sucumben? Sostegamos, por lo tanto, la pena capital como un instrumento de mejora humana, darwinianamente hablando: de selección

Haremos mención de los Drs. Bronislaw, de Polonia; Weis, de Alemania; Huisman, de Bruselas; Jayle, de París; Arcloniu y Duigon, de Cheburgo, para terminar con el Dr. Bos, de Marsella, que con los anteriores sostiene la pena de muerte desde el punto de vista médico. El Dr. Bos boga por la pena de muerte del modo siguiente: “Los que se declaran contra la pena de muerte (y son muchos) son por regla general poetas y hombres impresionables que compadecen a los bribones y sin embargo, no tienen una lágrima para las víctimas. Todos estos filántropos, crueles con los buenos y afables con los malos, guardan toda su compasión para los asesinos. Nada de compasión por las víctimas. Se asemejan a las señoritas de edad avanzada que sacrificarían la felicidad del género humano, por la felicidad de su gato o de su perro favorito. Su gran argumento es que la vida es santa y que la sociedad no tiene derecho a matar. He aquí una gran necedad que se divulga por las calles, como otras sentimantales tonterías admiradas por los necios”.

¿Y por su parte tiene el asesino derecho a matar? No, pero se lo apropia. Pues haga la sociedad lo mismo. Si ella no tiene derecho, aprópiese también ese derecho y haga desaparecer al asesino, como él hizo desaparecer a su víctima. Indudablemente, la vida del hombre es santa, pero santa e intangible es solamente la vida del hombre honrado, del ciudadano útil a la sociedad. Sería una admirable selección práctica eliminar no solamente a los criminales de hoy, sino también a los que estos pudieran engendrar. Las ventajas de la pena de muerte son:

La eficacia: Los criminales no vuelven a cometer actos punibles. No hay recidiva.
La seguridad: De la muerte no escapan como de la prisión.
La rapidez: La operación es asunto de momento.
La economía: Lo cual no es despreciable en estos tiempos de abrumadoras contribuciones.

Cuanto más aprecio y amo al hombre honrado que es útil a la sociedad, tanto más desprecio y aborrezco al malvado, el cual solo es un tormento para aquélla. Toda mi compasión la guardo para los hombres honrados que han caído en la desgracia. Tenemos en la mano un excelente medio de selección para eliminar a los asesinos y no cumpliremos con nuestro deber de hombres sociales, si no lo aplicamos. Tengamos valor para ayudar a la selección natural, eliminando a los elementos que, en lo absoluto, son malos. 

Los médicos que tienen como fin el mejoramiento material y moral de la raza, no querrán seguramente contribuir a su degeneración, adoptando un procedimiento que bajo la apariencia de filantropía, tiende a conservar la semilla de asesinos y a multiplicarlos. Fundamentalmente, deseo protestar contra la acusación de crueldad que los adversarios de la pena de muerte formulan contra los partidarios de ella. No son verdaderamente humanos los que bajo el pretexto de que la vida es santa e intangible no anulan al asesino, sino que le condenan a mísera vida de aislamiento terrible, el cual durará muchos años, y por ende a una pena mil veces más cruel que el breve momento de transición de la vida a la muerte. 

“La pena capital pasa como un rayo, el aislamiento en una celda carcelaria para toda la vida, es un tormento. Es, pues más humano anular rápidamente la existencia; es más humano terminar la vida del despreciable asesino; no son, pues, verdaderos filántropos los adversarios, sino nosotros, los partidarios de la pena de muerte”

Así se ha expresado el Dr. Bos, y con él, nos expresamos nosotros. He ahí, en los párrafos anteriores, después de haber transcurrido casi dos años, mi justificatoria a la joven desolada que lanzó el anatema: ¡Oh, tú, a quien Dios dotó de una pluma hábil y cruel, maldito seas! El defendido, colocado perpetuamente en una celda para su redención, tiene hoy manifestaciones avariosas en el esfinter anal y otras torturas. En esas cosas y otras muchas, comunes a las degeneraciones de nuestra estirpe, debemos pensar, dando eficacia científica a todos los actos de nuestras instituciones, que si no tienen por base el mejoramiento fisico y moral, se agotan y esterilizan en un esfuerzo sin orientación, al que nos lleva la adopción impremeditada de patrones e ideales no aplicables a la deficiente evolución humana. A un verdadero principio de redención nos lleva el sostenimiento de la pena capital, tan eficaz en patología social y de tan brillante perspertiva desde el punto de vista médico y moral.

Tomado de Vida Nueva, Año VIII, 1916, No 1, p 8 -13.
 

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