|
Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos.
Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.
Ofrecemos a continuación una muestra de poesía cubana que admite (algunas no sólo lo admiten, sino que lo exigen desde su propio discurso) lecturas homoeróticas y/o lesbianas, gays. No es ésta, desde luego, una "nómina" de poetas gays cubanos. Se da el caso, incluso, de que escritores que no se consideran como tales a sí mismos, están produciendo textos dentro de la órbita gay. Es el caso, por ejemplo, de uno de los más jóvenes y talentosos poetas de la generación de los 80: Rogelio Saunders. Como se diría en buen cubano, ni aquí están todos los que "son", ni "son" todos los que están. Es indudable, no obstante, que el closet del erotismo cubano está hoy más abierto de lo que lo estuvo nunca. Esta breve selección pone de manifiesto que la mayoría de los textos aquí incluídos, puede ser reclamada con legítimo orgullo, no sólo por la literatura cubana, sino por cualquier otra literatura. Y convengamos en que, si de buscar un espacio se trata, en el que al fin lleguemos a re-unir tantos pedazos dispersos, ¿qué mejor espacio (¿cuál más fraternal y cálido) que el del deseo. Mientras ese momento llega, aquí están las voces, angustiadas o jubilosas, pero (y esto es lo que realmente cuenta) audibles, tercas en su voluntad de expresarse a sí mismas en cualquier espacio de la isla, de La Habana a Miami, de Miami a Madrid, de Madrid a El Cairo, Londres, Nueva York, Alejandría, o en cualquier otro sitio a donde hayan ido a extraviarse, pero donde el gusto por la belleza y el deseo han seguido imponiendo su ley.
MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN
Sí, venid a mis brazos, palomitas de hierro;
palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
Qué dolor de caricias agudas.
Sí, venid a morderme la sangre,
a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.
Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
Sí, para que tengáis nido de carne
y semillas de huesos ateridos;
para que hundáis el pico rojo
en el haz de mis músculos.
Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;
a mis manos, que toquen forma imperecedera;
a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas;
a mi boca, que guste las mieles infinitas;
a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
Venid, sí, duros ángeles de fuego,
pequeños querubines de alas tensas.
Sí, venid a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas.
¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio.
¡Ay! punta de coral, águila, lirio
de estremecidos pétalos. Sí. Tengo
para vosotras, flechas, el corazón ardiente,
pulso de anhelo, sienes indefensas.
Venid, que está mi frente
ya limpia de metal para vuestra caricia.
Ya, qué río de tibias agujas celestiales.
Venid. Una tan sólo de vosotras, palomas,
para que anide dentro de mi pecho
y me atraviese el alma con sus alas.
Señor, ya voy, por cauce de saetas.
Sólo una más, y quedaré dormido.
Este largo morir despedazado
cómo me ausenta el dolor. Ya apenas
el pico de estos buitres me lo siento.
Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.
Y miraré con ojos que vencieron las flechas;
y escucharé tu voz con oídos eternos;
y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis;
y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas;
y gustaré tus mieles con los labios del alma.
Ya voy, Señor. ¡Ay! qué sueño de soles,
qué camino de estrellas en mi sueño.
Ya sé que llega mi última paloma...
¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo
hundida en un rincón de las entrañas!
Eugenio Florit
ELEGÍA SIN NOMBRE
But now I think there is no unreturn'd love, the pay
is certain one way or another,
(I moved a certain person ardently and my love
was not return'd,
Yet out of that I have written these songs).
WALT WHITMAN
Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?
Es ésta solamente quien clava mi memoria.
LUIS CERNUDA
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado ligero,
demasiado dios trémulo para mis soledades,
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve
ni sal pulida y dura.)
EI viento henchía sus velas de un vigor invisible,
danzaba olvidadizo, despedido, encontrado
y tú eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente -- fresco niño de olvido --
la sangre me traía noticias de las manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de lejanas
de extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la noche...
Girasol en los sueños: aún no te había visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
con una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.
¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre,
mi lámpara de arcilla!
¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos
y a mi frente clavada por un amor inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recorta las cosas agriamente!
¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,
mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías,
aunque tu cuerpo bello reposara tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,
como empuja a las velas el titánico viento de hombros estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte
y unas manos que pueden más que nosotros mismos:
unas manos que pueden unirnos y arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga:
eran, y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños
tus cabellos endrinos.)
Así anduvimos luego uno al lado del otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo alegre
una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de estatura
y era la primavera inquieta de tu sangre
una música presa en tus quemadas carnes.
Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente,
con esa indiferencia que levanta las cejas.
Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras ágil,
fugas, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes
las uñas avaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las arenas,
que el viento te conduce
como un árbol que crece con musicales hojas.
Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y segura,
con mi barbilla triste en la flor de las manos,
con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las nubes,
en una gran tristeza de remos mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la carne
como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema:
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que de este limo oscuro de lágrimas sin preces,
naces -- dalia de aire -- más desnuda que el mar
más abierta que el cielo:
más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
¿Sabes?
me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...
Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,
inútilmente siempre.
Los pechos de la muerte me alimentan la vida.
Emilio Ballagas
PALABRAS DE PAOLO AL HECHICERO
Ma se a conoscer la prima radice del
nostro amor tu bai cotanto affetto...
Dante, Inferno, C.V.
No hay para nosotros una marcha nupcial,
ni muestran una alianza de oro nuestras manos.
Nosotros reunimos nuestras soledades desautorizadamente,
pero sabemos que Dios tiene una respuesta para todo.
No podemos mirar en derredor para pedir clemencia,
ni hemos de esperar nunca una señal de consuelo.
Con nuestras manos desnudas, manos sin alianzas,
llamaremos directamente a la puerta de Dios,
contemplando en la alta noche ese fulgor de las estrellas
que no preguntan por el cuerpo de quien las mira,
sino que vibran sólo al sentirse golpeadas por un alma,
por un alma que pide socorro contra la hostilidad de los hombres.
No podemos mirar en torno: nadie ha de perdonarnos.
Ninguna mano humana acariciará nuestra extraña herida
(esa herida que Dios mismo tiene que haber hecho).
Sólo podemos tú y yo acompañarnos valerosamente,
y ser yo el castillo donde refugies en la tierra tu soledad,
y ser tú para mí el amparo que halla en medio del bosque
el ciervo sin cesar acosado por el furor de la jauría.
No hay un himno nupcial para nosotros: somos el espejo de la nada.
Pero yo escucho en torno nuestro toda la música del cielo,
y cuando estamos tú y yo ofrecidos en nuestra miseria a Dios,
cuando interrogamos con nuestro sufrimiento al creador de toda herida,
a la luz de todo misterio, a la clave de todo jeroglífico,
nos bendice desde las últimas estrellas la música celeste,
y comprendo que sólo Él puede perdonarnos, porque sólo Él nos ama
y nos comprende, ya que nos ha creado como abismo y misterio,
también para Su gloria.
Gastón Baquero
PALABRAS DE JOVEN
Para Roberto Pérez, en sus veintitrés años
Eternamente joven en su instante,
el joven pasea entre los lirios del camposanto,
y deja oir su tonada.
¡Oh, muertos! Estoy tan lleno de vida,
late en mi corazón, en mi frente.
Esplendo como un sol,
y tengo en la garganta un ruiseñor.
Se dispone a vivir, ¡oh, delicia!
El agua,
que no lava llagas en su piel,
la deja bruñida
como el escudo de Perseo.
Soy el mágico espejo
en que depositan su sueño los amantes.
Cantadme himnos, alabanzas.
Soy un ensimismamiento para los sentidos,
y una fragancia para el alma.
El joven pasa desafiante.
Sol, luna, estrellas.
Yo soy la seducción. Vengan a adorarme.
1978
Virgilio Piñera
E
Este muchacho se acostumbra a pasar.
Aguarda la tarde con ahogo en el pecho,
con la distancia de la noche en el bolsillo.
Él también tiene problemas con su madre.
La ve cerrar las puertas, mutilarle
los miembros, disponer el paraíso.
Este muchacho se acostumbra a pasar.
Lleva su maleta con las cosas del día,
el destino, las pastillas del asma, una llave.
Esta noche la madre lo espera en vano.
Agitará toda la noche los viejos juguetes
frente a la puerta, llamándolo, llamándolo.
La mañana los encuentra separados y diferentes.
El hijo parte: la madre está vencida.
Dadle algo para el camino. Veámosle
pasar nosotros que llevamos también maletas
y olvidamos la llave de nuestras casas.
HAY FUNCIÓN
La noche se abre sobre el cine.
Estamos juntos. Te siento respirar.
Las oleadas últimas de sombra
corrompen las amarras ajenas.
Miramos aturdidos la pantalla,
sé que la miramos en busca del momento
en que la Bestia enseña sus dominios,
y agoniza en la yerba
para mostrar la forma de su amor.
Nos gustaba ese momento, esa frase.
Yo la repetía despacio en tu oído,
un poco inclinado sobre tu carne pálida.
Esa frase, la intensidad del gesto, la mirada
postrera del que sabe que pierde,
se unían a nuestro amor. Nos servíamos
de las cosas ajenas, de lo que otros soñaron,
tal vez, en la butaca de otro cine del mundo.
Te siento respirar, aletear levemente,
buscar en la sombra las pastillas del asma.
«Anoche dormí dos horas, con el pecho
oprimido.»
Y tus manos fulguran y las acaricio calmado,
sin presión, para descubrir el nacimiento
del amor en mi pecho, en la sangre.
La aparición dolorosa del amor, el temeroso
amor, siempre jugando su partida,
siempre en el pavor de perderla.
Crece en mis venas. Parece
que tú entras en mí y yo salgo,
dejo reinar tu presencia oscura
y busco, en la penumbra de la sangre,
pasarme suavemente a tus venas.
El temeroso amor emprende el viaje,
y conoce, por su propia lucidez, el fin.
Tú quedarás indescifrable en la butaca,
tu carne pálida por siempre ajena.
Yo quedaré en mi soledad, apartado,
en mi butaca sombría.
Pero no importa, el amor
juega su perenne partida.
Hablamos de tener ojos
en la punta de los dedos,
ojos que conocieran el color de tu carne,
el cambio de la luz en tu carne, fragmentos
del film, el resplandor de los candelabros
en la casa de la Bestia,
y no estos torpes dedos, que avanzan
sin mirar, percibiéndote apenas.
De pronto se encienden las luces
y queda blanca la pantalla.
Me pierdo solo en la calle.
Antón Arrufat
RUBLIOV, EL MAR, UNA ESCOPETA AL AGUA
A la playa han llegado tres muchachos. Han venido cargados con sus avíos de pesca. Escopetas, arpones, una cámara, un par de patarranas. Ninguna cosa es nueva, a no ser los muchachos mismos que las cargan, que las tiran al agua. Sus gestos al tirarlas son habituales, exactos, vigorosos, de algún modo rebosantes de gracia.
La trusa de un muchacho, del más fino, ofrece desafiante el pesado racimo genital. Otro tiene ojos claros, bajo el arco tendido, perfecto, de las cejas. El tercero, un mulato, luce como fundido en una sola pieza de bronce reluciente.
Ya se tiran al agua, ya se alejan. No sé, no sabré nunca, cuál ha sido la vida que han llevado, qué vida llevarán cuando salgan del agua. Pero el mar y los gestos precisos de la pesca los invisten, en este mediodía, de una inocencia inmemorial.
Pienso, mientras miro alejarse a los muchachos por las olas antiguas, en unos vasos rebosantes de gracia. En ánforas. En cálices. En los tres ángeles de oro que bendicen un cáliz, pintados por Rubliov.
Así pudieron ser esos varones a los que Lot dio albergue. Una carne de bronce, unas cejas como un arco tendido, ofrecidas las frutas del amor. Intocables, lejanos, sin embargo. Protegidos, como por una torre transparente, por la inocencia precisa de los gestos que se hacen junto al mar, arrojando una escopeta al agua.
Félix Lizárraga
Te pareces a las mujeres de Modigliani,
el cuello duro y flexible,
el cuerpo robusto
hecho para hacer sucumbir
a griegos y troyanos,
un rostro que debí poseer hace tanto tiempo
cuando mercaba en las juderías
con afectos y especias.
Rostro que debió acompañarme
la noche en que morí.
Escribo estas palabras
cuando soy un pintor aún desconocido
y mis dedos trazan signos equívocos
que no comprenden las mujeres sórdidas
a las que cambio jirones de mi alma
por pedazos de carne ensangrentada.
Aunque sé que habrá un final distinto
bajo otras aguas pútridas
escribo todo esto
como si fueras la mujer
que se lanzará desde un sexto piso,
como si en realidad
bajo mis pies corriera el Sena.
FIEBRE DE CABALLOS
Cuando te quedas,
Lidia,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser una mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comíerame tus ojos
tus rodillas.
Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo, pienso en mí.
"en tus pechos fundaría ciudades"
No sé
cómo te amaron
los hombres
(si te amaron)
pero yo
en tus pechos
fundaría ciudades.
Cuando te fuiste,
Lidia,
perdí tu olor
como los perros
pierden el rastro.
PARAFRASIS
Henchido el corazón pienso en tu sexo.
Lo cognoscible
lo incognoscible
lo he escuchado a través
de esa marea oscura.
He olvidado las lenguas de los hombres
tantas cosas inútiles.
Sólo a través de ti intuí mi destino,
efímero e incierto.
Como Cayo también sé que voy a morir.
He sido eterna
como las hojas que devora el otoño.
Como Safo yo también puedo decirte
que siento pesados hierros en mi lengua.
Como Alceo que sólo canto al amor,
a la memoria de tu amor.
Pero yo no canto,
yo no tengo otra lengua que esta mudez,
este silencio bárbaro,
esta tristeza donde no caen las hojas.
No hay hojas.
Ni nieve que borre estas pisadas
que de todas maneras ya no recordarás
en el invierno próximo.
Rabí Mattia se sacó los ojos
porque no pudo soportar más
la seducción de una mujer.
Al infierno de su cuerpo ofreciéndose
prefirió el tormento de una noche perpetua.
Cuando Dios, conmovido, quiso devolverle la vista,
le pidió, llorando, que no lo sacase de su ceguera.
Lástima que yo no sea Rabí Mattia
Lástima que haya leído
demasiado tarde esa historia.
Este es el fuego.
Crece con arañazos
ramas
carne sudada
y piernas piernas piernas
que se abren.
Es crudamente tibio.
En las playas de Lesbos
las muchachas dan migajas a las gaviotas.
En la orilla, sus cuerpos enlazados,
conmueven más que todos los crepúsculos.
Yo te amaba y no te dabas cuenta.
Como crece la yerba en la boca de un muerto.
Antes que yo muchos dijeron estas cosas.
Después de mí
otros habrá que las dirán mejores.
Pero cuando tu lengua toca mi lengua
el verbo se hace nulo
se diluye
en esta saliva espesa.
Efímera y eterna eres la mujer del Principio.
Todo empieza de nuevo
y se hace necesario reescribir el Génesis.
Damaris Calderón
SAFO
(a una alumna, a la salida de la escuela)
Tus ojos tienen el brillo de la pasión.
Has estado distraída mientras yo declamaba.
Laura, tu amiga, tuvo que pellizcarte
por debajo de la mesa.
No has oído mis versos, no había otro mundo
que el tuyo.
Cuánto daría por volver a tener tus trece años.
Pero escúchame.
Esas manos no han de ser para el extraño.
Tu piel es demasiado ardiente.
Tu frente, demasiado ancha.
Eres una hija equívoca del viento,
fuerte como esta isla, cerrada y desolada.
Mírame a los ojos, Citere.
Mira mis arrugas y mis cicatrices.
Hoy he jurado que si me amas voy a romper mis versos
y voy a enterrar mi lira con mis manos.
Es en serio, Citere.
A mi edad no puede jugarse con estas cosas.
Yo que creía haberlo visto todo,
no había visto todavía tus ojos y tus manos,
de mis trece años imagen fidelísima.
Un viento áspero y simple nos azota el rostro.
Dentro de unos años en esta isla no quedará nada.
Só1o el fuego es eterno, este fuego
de tus ojos, llama en que quiero arder,
Cruz en que quiero crucificarme.
Qué me importan los eruditos y los premios.
He dado ya lo que tengo, y estoy sola.
Quédate conmigo hoy, Citere.
No vayas a esperar al joven deportista
bajo el manzano.
LA MUERTE DE VIRGILIO
Amé al adolescente.
Lo separé del viento en el que iba,
del mar en el cual era la ola,
la espuma, el ondear sonoro.
Lo amé con el horror del ahora,
con la piedad instantánea del que no comprenderá nunca,
con la sorpresa del nonacimiento.
Amé al adolescente, sí, pero sus ojos
habían detenido al sol en una noche infinita.
Su cuerpo se había arrojado al abismo con el mío
hace un millón de años, en las cavernas de Uría.
Sus dedos de niebla habían tocado la mitad de mi rostro
un instante, y el mundo ya no fue.
Ya no fue ni siquiera la otra mitad de mi rostro,
sino el adiós en la blancura,
en el corazón de la noche.
Fue el resplandor del océano,
la solicitud tranquila del abismo,
el ritmo cantante de la sencillez.
Era el silencio, su voz era el silencio.
Y su nombre, como el silencio, no tenía nombre.
Estaba delante de mí, y yo no lo veía.
Me hablaba desde su aparición, y yo no podía contestarle.
Era la muerte y yo iba cayendo con él, en un caer callado.
Estoy muerto desde entonces.
Estoy frente al espejo desde entonces.
¿Quién me creerá? ¿Quién se atrevería?
Sólo yo sé, só1o yo, sin rostro, sobrevivo,
en este estupor al que llamo pensamiento.
Amé al adolescente. Lo demás,
lo demás no puede describirse.
Rogelio Saunders
DESNUDO FRENTE A LA VENTANA
Aquellos seres cuya hermosura admiramos un día, ¿dónde están?
Luis Cernuda
Hoy te veo otra vez y comprendo que el tiempo eres tú, desnudo frente a la ventana. Has salido a ver cómo amanece y el tiempo es tu cuerpo iluminado. Te toca la misma luz que a otras tantas cosas de este mundo y, sin embargo, hay una diferencia entre el paisaje y tú, entre el árbol y tú, entre el laberinto y tú. Es una diferencia simple: tú eres eterno. Ahora que estás desnudo frente a la ventana, comprendes que te conviertes en lo único perdurable. Veo, por ejemplo, las sombras del patio en donde yo me perdía en busca del tesoro que nunca existió--y si existió yo no tuve el valor para encontrarlo. en ti está el abrazo de mi primer amigo, la oscuridad, el muro tras el que nos perdíamos para besarnos. en ti está la sorpresa, la nostalgia de los países lejanos, la música. Y los primeros libros. En ti todo es grato. No están, en cambio, el miedo y la verguenza. Ni aquella tarde en que pude mirarme en el espejo y descubrir la diferencia entre mi brazo y el brazo de mi padre, entre su paso militar y el mío leve, paso que no se escuchaba. Olvido, al verte, el llanto, la decepción de mi madre. Y olvido la burla y el rencor de los que no me consideran digno de tener una casa con puertas y cristales. Olvido el calabozo al que me llevaron. Hoy te veo otra vez asomarte eterno y desnudo a la ventana. Miro tus ojos y en ellos descubro otros que me justifican; tantas miradas están allí que no podrían nombrarlas: desde los ojos oscuros y cínicos del primero que me despreció, hasta los ojos ciegos de aquella amiga que murió para probar que el amor--aun cuando imposible--nunca es imposible. Tu boca y tu sonrisa me recuerdan las veces que he besado y las que no he besado, al desconocido que se aparece un segundo para dejar una huella que durará siempre. Innumerables cosas pueden depender de cómo des los buenos días, de cómo digas adios. Y debes saber por fin quien te habla. Soy el que te observa escondido tras los cristales de su propia ventana, al que le está prohibida una frase de admiración sobre tus piernas, el que aspira sin demostrarlo el sudor de tus axilas. Y entonces digo tu nombre. Y todo desaparece cuando digo tu nombre que está formado de muchos nombres, de nombres que incluso no sé, de nombres que no han sido ni son, de nombres que serán.
TAN CERCA DEL SIGLO XXI
Como ha ocurrido desde siempre, también nosotros debemos esperar la noche y la ceremonia del sueño y del silencio. Debemos ocultarnos -- que no nos vean, que no nos oigan -- aunque estemos a finales del siglo XX y el siglo próximo amenace con transformarnos en la sociedad más avanzada de las que pueblan el Universo. Esta es una noche de todas las épocas. Entro oculto en tu casa y desciendo hasta el cuarto. Lo he cumplido como cualquier amante de Cnosos. En la calle han quedado los prejuicios, y al confundirme contigo me siento limpio y fuera del tiempo. Estás ahí y yo despierto. Tan cerca del siglo XXI me conmueve tu hermosura y te abrazo y tengo miedo. El silencio de la casa es una civilización que se asoma a la ventana. Nada es distinto en nuestro beso: es el mismo, sencillo y perdurable, del primer hombre que pudo descubrir los labios. Nos desnudamos y estamos en Alejandría o en La Habana. Acaricio tu pecho, recorro con mi boca tus muslos, y alcanzo el mismo gozo de los jóvenes de Umbría. Nada nos diferencia: cuando vamos a unirnos es posible comprobar que el tiempo no ha transcurrido. Ahora conozco el deleite del artista al cincelar el torso, la pelvis y los brazos de su Hermes. El placer eres tú y soy yo, que pertenecemos a todas las épocas, y si me acaricias es el presente, pero también el pasado y el futuro y no puede haber nada condenable. Uno en otro, uno sobre otro en la sábana blanquísima, nos convertimos en la pareja rescatada de la muerte. La eternidad también ha descendido a este sótano húmedo y oscuro.
Abilio Estévez
marina hemingway. 10 pm. flores ácidas
hace ya tiempo que los adolescentes se juegan las
últimas monedas a pesar del peligro
o quizás precisamente por eso.
a esta hora los turistas son divinos
pueden llegar muy lejos
cometer crímenes perfectos!
Alberto Acosta-Pérez
JARDÍN IMPREVISIBLE
1no
Cuerpo de Andrés, tierra de desierto
húmedo su piel, hormigas de sus manos
por mi red, árbol creciendo en mi paisaje
fugaz, astro fijo que llega, visita firme
y tempestuosa, un carapacho es su signo,
espaldas
donde acostarse a llorar arenas blancas
es
su cuerpo: tierra azul de desierto,
bronce abierto a mi sed, luna
llena en mi boca, mientras
no me dice que sí
ni que no.
2os
Boca de Andrés, encuentro
de otros mundos, oasis en medio
de lo incierto, grano dulce sus dientes,
sonrisa leal de serpiente consentida
su lengua. Boca de Andrés: encuentro
en tanto desencuentro,
prolongable.
3res
Sexo de Andrés, goma febril da
mascar, abrazo amigo, un pariente infantil
que tenemos que ir a buscar al aeropuerto,
compañero de juerga y confesiones, afable,
conversador, habano de entrepiernas
donde sentarme a fumar mientras espero.
4tro
Ano de Andrés, su otro
sexo o nacimiento al revés
de mis dos dedos.
Ah, no poder describirlo
por perfecto.
5co
Espalda y nalgas breves de Andrés, el reverso
que se resiste a ser su negativo, extendida
llanura donde acostarme a acariciarle los riscos
de la oreja, con todo el peso de mi ser
como un náufrago
timón en mano viajando por un derrocadero
que me convida a hundirme hasta sacarle
la castaña a su fuego
liberado.
6is
Son sólo estas llamas
lo que me salva, ya ceniza,
de otros fuegos.
La realidad del deseo
Pero aún así, ¿la saciedad no acecha
Todo, el amor y el capricho?
¿A qué culpar de nada a nadie?
Luis Cernuda
De alga, que flota y verde, es el deso.
Cuando el cuerpo abraza, como el alga
cuando encuentra un amante,
Intuye ya el instante en que va a ser rechazado.
Lo presiente.
Lo siente.
Lo hace otra carne en la carne que
Con lenta premura se incorpora.
Toda caricia lleva inevitablemente consigo
La certeza de un término, de una desaparición.
Y sin embargo se entrega,
Pretende una inocencia,
Atestigua un hallazgo.
Allí donde sólo reconoce una fatalidad,
Como el alga
Cuando una mano con asco
Se la arranca y la lanza
A los últimos mares.
Jesús J. Barquet
Fragmento de la novela Oppiano Licario
El primer contraste se hacía visible en la forma en que los dos cuerpos iban logrando su desnudez. Fronesis se quitó la camisa, la puso sobre una silla, cuidando la caída de las mangas. Se sentó después en la cama, para quitarse las medias, después se quitó los calzoncillos, por último la camiseta. Mientras se dirigía a la cama para acostarse, se alzó el esplendor de su cuerpo. Era en su plenitud un adolescente criollo, al andar parecía como si su cuerpo fuese suavemente halado hacia delante y hacia arriba, con la voluptuosidad de un antílope. La primera impresión de él que se nos acercaba no era su boca, ni sus ojos, ni la superficie increíblemente pulimentada de la piel, era su andar, la destreza nada gimnástica ni artificial con que caminaba, sino su gracia de animal fino. Al andar creaba su paisaje, como si se dirigiese a un árbol o extendiese en la madrugada su cuerpo desnudo para beber agua en un río. Su marcha era un extenderse en el aire, no parecía que vencía ninguna resistencia, sino que estaba amigado con todas las variantes de su circunstancia. En ese momento lució toda la estatua de su andar, rápidamente dos o tres pasos tan sólo, caminó hacia la cama, y ya en ella se extendió gozoso, pasando la mano lentamente por la longura de la flaccidez fálica, entornó los ojos y pasó varias veces la mejilla por la almohada, fría en el hilo que la cubría y abullonada en su entraña.
Pero en ningún momento había tomado conciencia de su cuerpo, sus sentidos no lo reconocían, ni veían ni oían, ni levantaban para ofrecérselo en una delectación espejeante. Al recorrer con su mano la vellosidad que rodea al falo, lo había hecho con total indiferencia, lo mismo podía haber recorrido su mano la gracia y la extensión de su garganta, la cola de un gato o una fría repisa. Causaba la impresión de que tenía el cuerpo en la mano, de que lo hacía y lo deshacía, como si a una orden suya se le tornase visible o invisible, se retirase o alcanzase un primer plano. Era difícil para alguien que no fuese un criollo cubano, poseer un esplendor corporal tan logrado y al mismo tiempo una indiferencia radical hacia esos dones. A veces parecía como si desconociese su propia belleza, pero su confianza frente a lo deforme e inacabado, nos daban a comprender que no se sentía instalado en ese bando. Más que desconocer su belleza, su castidad y su puritanismo hacían que, sin necesitarla, la disfrutara como alguien que sin ejecutar su voz no ignora la plenitud de sus registros.
José Lezama Lima
CERNUDA LE ENCARGA SU RETRATO A VELÁZQUEZ
Pinta mi crucifixión y mi martirio,
la esponja con vinagre y el lanzazo
y la línea perfecta de mi brazo
clavada a la belleza y al delirio.
Pinta el juvenil pecho de los lirios,
mi cuerpo reposado en el abrazo
de su cuerpo cumpliéndose en el plazo
de mi transido tiempo. Pinta cirios
sonámbulos, altivos, limpios, duros
en amorosa guerra amanecidos.
Y pinta nuestros cuerpos sobre el lecho,
mi lengua en sus duraznos ya maduros,
felices en la noche sumergidos.
Y a los perseguidores al acecho.
FEDERICO
¡A que traigo del polvo y del tormento
tu honda belleza de varón gitano!
¡A que pongo tu luna de verano
a iluminar el trigo soñoliento!
¡A que traigo otra vez el sacramento
y el perfil de azucena de tus manos!
¡A que me acerco a tu marfil lejano
y le enamoro su sol al pensamiento!
¡A que regreso a todos tus amantes
y pongo a tus verdugos de rodillas!
¡A que viva tu voz, por la aborada
la traigo en un puñado de sangrantes
aceitunas de plata a la mejilla
del sueño asesinado de Granada!
Francisco Morán
VESTIDO DE NOVIA
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt
(Whitman
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste
(de novia
en la oscuridad del ropero
Lorca.
Con qué espejos
con qué ojos
va a mirarse este muchacho de manos azules
con qué sombrilla va a atreverse a cruzar
(el aguacero
y la senda del barco hacia la luna
cómo va a poder
cómo va a poder así vestido de novia
si vacío de senos, está su corazón
si no tiene las uñas pintadas si tiene sólo
(un abanico de libélulas
cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
para saludar a la amiga que le esperó bajo
(el almendro
sin saber que el almendro raptó a su amiga
(le dejó solo-
Ay adónde va a ir así este muchacho
que se sienta a llorar entre las niñas que se
(confunde
adónde podrá ir así tan rubio y azul tan pálido
a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos
(descompuestos
si tiene sólo una mitad de si la otra mitad
(pertenece a la madre
de quién a quién habrá robado ese gesto
(esa veleidad
esos párpados amarillos esa voz que alguna vez
(fue de las sirenas
quién
le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los
(senos conque sueña
quién le compondrá las alas a este mal ángel
(hecho para las burlas
si a sus alas las condenó el viento y gimen
quién quién le va a desvestir sobre qué hierba
(o pañuelo
para abofetearle el, vientre para escupirle
(las piernas
a este muchacho de cabello crecido así vestido
(de novia
Con qué espejos
con qué ojos
va a retocarse las pupilas este muchacho que
(alguna vez quiso llamarse Alicia
que se justifica y echa la culpa a las estrellas
con qué estrellas con qué astros podrá mañana
(adornarse los muslos
con qué alfileres se los va a sostener
con qué pluma va a escribir su confesión ay
(este muchacho
vestido de novia en la oscuridad es amargo y no
(quiere salir, no se atreve
no sabe a cuál de sus musgos escapó la confianza
no sabe quién le acariciará desde algún otro
(parque
quién le va a dar un nombre
con el que pueda venir y acallar a las palomas
matarlas así que paguen sus insultos
con qué espejos ay con qué ojos
va a poder asustarse de si mismo este muchacho
que no ha querido aprender ni un sólo silbido
(para las estudiantes
las estudiantes que ríen él no puede matarlas
así vestido de novia amordazado por los grillos
siempre.del otro lado del puente siempre del otro
(lado del aguacero
siempre en un- teléfono equivocado no sabe
(el número
tampoco él se sabe está perdido en un encaje y
(no tiene tijeras
así vestido de novia como en un pacto hacia
(el amanecer
con qué espejos
con qué ojos.
Norge Espinosa
|