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							 Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos.  
								 
								
									  
								Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.  
								
								  
								
								Ofrecemos a continuación una muestra de poesía cubana que admite (algunas no sólo lo admiten, sino que lo exigen desde su propio discurso) lecturas homoeróticas y/o lesbianas, gays.  No es ésta, desde luego, una "nómina" de poetas gays cubanos.  Se da el caso, incluso, de que escritores que no se consideran como tales a sí mismos, están produciendo textos dentro de la órbita gay.  Es el caso, por ejemplo, de uno de los más jóvenes y talentosos poetas de la generación de los 80: Rogelio Saunders.  Como se diría en buen cubano, ni aquí están todos los que "son", ni "son" todos los que están.  Es indudable, no obstante, que el closet del erotismo cubano está hoy más abierto de lo que lo estuvo nunca.  Esta breve selección pone de manifiesto que la mayoría de los textos aquí incluídos, puede ser reclamada con legítimo orgullo, no sólo por la literatura cubana, sino por cualquier otra literatura.  Y convengamos en que, si de buscar un espacio se trata, en el que al fin lleguemos a re-unir tantos pedazos dispersos, ¿qué mejor espacio (¿cuál más fraternal y cálido) que el del deseo.  Mientras ese momento llega, aquí están las voces, angustiadas o jubilosas, pero (y esto es lo que realmente cuenta) audibles, tercas en su voluntad de expresarse a sí mismas en cualquier espacio de la isla, de La Habana a Miami, de Miami a Madrid, de Madrid a El Cairo, Londres, Nueva York, Alejandría, o en cualquier otro sitio a donde hayan ido a extraviarse, pero donde el gusto por la belleza y el deseo han seguido imponiendo su ley.  
								  
								  
								MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN  
								Sí, venid a mis brazos, palomitas de hierro;  
								palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.  
								Qué dolor de caricias agudas.  
								Sí, venid a morderme la sangre,  
								a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.  
								Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.  
								Sí, para que tengáis nido de carne  
								y semillas de huesos ateridos;  
								para que hundáis el pico rojo  
								en el haz de mis músculos.  
								Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;  
								a mis manos, que toquen forma imperecedera;  
								a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas;  
								a mi boca, que guste las mieles infinitas;  
								a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.  
								Venid, sí, duros ángeles de fuego,    
								pequeños querubines de alas tensas.  
								Sí, venid a soltarme las amarras  
								para lanzarme al viaje sin orillas.  
								¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio.  
								¡Ay! punta de coral, águila, lirio  
								de estremecidos pétalos. Sí. Tengo  
								para vosotras, flechas, el corazón ardiente,  
								pulso de anhelo, sienes indefensas.  
								Venid, que está mi frente  
								ya limpia de metal para vuestra caricia.  
								Ya, qué río de tibias agujas celestiales.  
								Venid. Una tan sólo de vosotras, palomas,  
								para que anide dentro de mi pecho  
								y me atraviese el alma con sus alas.  
								Señor, ya voy, por cauce de saetas.  
								Sólo una más, y quedaré dormido.  
								Este largo morir despedazado  
								cómo me ausenta el dolor. Ya apenas  
								el pico de estos buitres me lo siento.  
								Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.  
								Y miraré con ojos que vencieron las flechas;  
								y escucharé tu voz con oídos eternos;  
								y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis;  
								y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas;  
								y gustaré tus mieles con los labios del alma.  
								Ya voy, Señor. ¡Ay! qué sueño de soles,  
								qué camino de estrellas en mi sueño.  
								Ya sé que llega mi última paloma...  
								¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo  
								hundida en un rincón de las entrañas!  
								Eugenio Florit  
								  
								ELEGÍA SIN NOMBRE  
								But now I think there is no unreturn'd love, the pay   
								is certain one way or another,  
								(I moved a certain person ardently and my love  
								was not return'd,  
								Yet out of that I have written these songs).  
								WALT WHITMAN  
								Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?  
								Es ésta solamente quien clava mi memoria.  
								LUIS CERNUDA  
								Descalza arena y mar desnudo.  
								Mar desnudo, impaciente, mirándose en el cielo.  
								El cielo continuándose a sí mismo,  
								persiguiendo su azul sin encontrarlo  
								nunca definitivo, destilado.  
								Yo andaba por la arena demasiado ligero,  
								demasiado dios trémulo para mis soledades,  
								hijo del esperanto de todas las gargantas,  
								pródigo de miradas blancas, sin vuelo fijo.  
								Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes  
								y tornaban las olas a embestir a la orilla.  
								(Tanta batalla blanca de espumas desatadas  
								era para cuajar en una sola concha, sin imagen de nieve  
								                                     ni sal pulida y dura.)  
								EI viento henchía sus velas de un vigor invisible,  
								danzaba olvidadizo, despedido, encontrado  
								y tú eras tú.  
								Yo aún no te había visto.  
								Hijo de mi presente -- fresco niño de olvido --  
								la sangre me traía noticias de las manos.  
								Sabía dividir la vida de mi cuerpo como el canto en estrofas:  
								cabeza libre, hombros,    
								pecho,  
								muslos y piernas estrenadas.  
								Por dentro me iba una tristeza de lejanas  
								de extraviadas palomas,  
								de perdidas palabras más allá del silencio,  
								hechas de alas en polvo de mariposas  
								y de rosas cenizas ausentes de la noche...  
								Girasol en los sueños: aún no te había visto.  
								Imán. Clavel vivido en detenido gesto.  
								Tú no eras tú.  
								Yo andaba, andaba, andaba  
								en un andar en andas más frágil que yo mismo,  
								con una ingravidez transparente y dormida  
								suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...  
								Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,  
								mi sombra se caía rota, inútil y magra;  
								como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado,  
								como un perro de sombras  
								tan pobre que ni un perro de sombras le ladraba.  
								¡Ya es mucho siempre siempre, ya es demasiado siempre,  
								mi lámpara de arcilla!  
								¡Ya es mucho parecerme a mis pálidas manos  
								y a mi frente clavada por un amor inmenso,  
								frutecido de nombres, sin identificarse  
								con la luz que recorta las cosas agriamente!  
								¡Ya es mucho unir los labios para que no se escape  
								y huya y se desvanezca  
								mi secreto de carne, mi secreto de lágrimas,  
								mi beso entrecortado!  
								Iba yo. Tú venías,  
								aunque tu cuerpo bello reposara tendido.  
								Tú avanzabas, amor, te empujaba el destino,  
								como empuja a las velas el titánico viento de hombros estremecidos.  
								Te empujaban la vida, y la tierra, y la muerte  
								y unas manos que pueden más que nosotros mismos:  
								unas manos que pueden unirnos y arrancarnos  
								y frotar nuestros ojos con el zumo de anémonas...  
								La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga:  
								eran, y nada más, yo te digo que eran  
								en el preciso instante de ser.  
								Porque antes de que el sol terminara su escena  
								y la noche moviera su tramoya de sombras,  
								te vi al fin frente a frente,  
								seda y acero cables nos tendió la mirada.  
								(Mis dedos sin moverse repasaban en sueños  
								tus cabellos endrinos.)  
								Así anduvimos luego uno al lado del otro,  
								y pude descubrir que era tu cuerpo alegre  
								una cosa que crece como una llamarada que desafía al viento,  
								mástil, columna, torre, en ritmo de estatura  
								y era la primavera inquieta de tu sangre  
								una música presa en tus quemadas carnes.  
								Luz de soles remotos,  
								perdidos en la noche morada de los siglos,  
								venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,  
								rasgados levemente,  
								con esa indiferencia que levanta las cejas.  
								Nadabas,  
								yo quería amarte con un pecho  
								parecido al del agua; que atravesaras ágil,  
								fugas, sin fatigarte. Tenías y aún las tienes  
								las uñas avaladas,  
								metal casi cristal en la garganta  
								que da su timbre fresco sin quebrarse.  
								Sé que ya la paz no es mía:  
								te trajeron las olas  
								que venían ¿de dónde? que son inquietas siempre;  
								que te vas ya por ellas o sobre las arenas,  
								que el viento te conduce  
								como un árbol que crece con musicales hojas.  
								Sé que vives y alientas  
								con un alma distinta cada vez que respiras.  
								Y yo con mi alma única, invariable y segura,  
								con mi barbilla triste en la flor de las manos,  
								con un libro entreabierto sobre las piernas quietas,  
								te estoy queriendo más,  
								te estoy amando en sombras,  
								en una gran tristeza caída de las nubes,  
								en una gran tristeza de remos mutilados,  
								de carbón y cenizas sobre alas derrotadas...  
								Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías  
								que ya no puedo más con tu belleza dentro,  
								que hiere mis entrañas y me rasga la carne  
								como anzuelo que hiere la mejilla por dentro.  
								Yo te doy a la vida entera del poema:  
								No me avergüenzo de mi gran fracaso,  
								que de este limo oscuro de lágrimas sin preces,  
								naces -- dalia de aire -- más desnuda que el mar  
								más abierta que el cielo:  
								más eterna que ese destino que empujaba tu presencia a la mía,  
								mi dolor a tu gozo.  
								                       ¿Sabes?  
								me iré mañana, me perderé bogando  
								en un barco de sombras,  
								entre moradas olas y cantos marineros,  
								bajo un silencio cósmico, grave y fosforescente...  
								Y entre mis labios tristes se mecerá tu nombre  
								que no me servirá para llamarte  
								y lo pronuncio siempre para endulzar mi sangre,  
								canción inútil siempre, inútil, siempre inútil,  
								inútilmente siempre.  
								Los  pechos  de  la  muerte  me alimentan  la vida.  
								Emilio Ballagas  
								  
								PALABRAS DE PAOLO AL HECHICERO  
								  
								
									
										Ma se a conoscer  la prima  radice del   
										nostro amor tu bai cotanto affetto...  
										                       Dante, Inferno, C.V. 
									 
								 
								
									   
								No hay para nosotros una marcha nupcial,  
								ni muestran una alianza de oro nuestras manos.  
								Nosotros reunimos nuestras soledades desautorizadamente,  
								pero sabemos que Dios tiene una respuesta para todo.  
								No podemos mirar en derredor para pedir clemencia,  
								ni hemos de esperar nunca una señal de consuelo.  
								Con nuestras manos desnudas, manos sin alianzas,  
								llamaremos directamente a la puerta de Dios,  
								contemplando en la alta noche ese fulgor de las estrellas  
								que no preguntan por el cuerpo de quien las mira,  
								sino que vibran sólo al sentirse golpeadas por un alma,  
								por un alma que pide socorro contra la hostilidad de los hombres.  
								No podemos mirar en torno: nadie ha de perdonarnos.  
								Ninguna mano humana acariciará nuestra extraña herida  
								(esa herida que Dios mismo tiene que haber hecho).  
								Sólo podemos tú y yo acompañarnos valerosamente,  
								y ser yo el castillo donde refugies en la tierra tu soledad,  
								y ser tú para mí el amparo que halla en medio del bosque  
								el ciervo sin cesar acosado por el furor de la jauría.  
								No hay un himno nupcial para nosotros: somos el espejo de la nada.  
								Pero yo escucho en torno nuestro toda la música del cielo,  
								y cuando estamos tú y yo ofrecidos en nuestra miseria a Dios,  
								cuando interrogamos con nuestro sufrimiento al creador de toda herida,  
								a la luz de todo misterio, a la clave de todo jeroglífico,  
								nos bendice desde las últimas estrellas la música celeste,  
								y comprendo que sólo Él puede perdonarnos, porque sólo Él nos ama  
								y nos comprende, ya que nos ha creado como abismo y misterio,  
								                                               también para Su gloria.  
								  
								Gastón Baquero  
								  
								  
								PALABRAS DE JOVEN  
								                   Para Roberto Pérez, en sus veintitrés años  
								Eternamente joven en su instante,  
								el joven pasea entre los lirios del camposanto,  
								y deja oir su tonada.  
								¡Oh, muertos!  Estoy tan lleno de vida,  
								late en mi corazón, en mi frente.  
								Esplendo como un sol,  
								y tengo en la garganta un ruiseñor.  
								Se dispone a vivir, ¡oh, delicia!  
								El agua,  
								que no lava llagas en su piel,  
								la deja bruñida  
								como el escudo de Perseo.  
								Soy el mágico espejo  
								en que depositan su sueño los amantes.  
								Cantadme himnos, alabanzas.  
								Soy un ensimismamiento para los sentidos,  
								y una fragancia para el alma.  
								El joven pasa desafiante.  
								Sol, luna, estrellas.  
								Yo soy la seducción.  Vengan a adorarme.  
								1978  
								                         Virgilio Piñera  
								  
								E  
								Este muchacho se acostumbra a pasar.  
								Aguarda la tarde con ahogo en el pecho,  
								con la distancia de la noche en el bolsillo.  
								Él también tiene problemas con su madre.  
								La ve cerrar las puertas, mutilarle  
								los miembros, disponer el paraíso.  
								Este muchacho se acostumbra a pasar.  
								Lleva su maleta con las cosas del día,  
								el destino, las pastillas del asma, una llave.  
								Esta noche la madre lo espera en vano.  
								Agitará toda la noche los viejos juguetes  
								frente a la puerta, llamándolo, llamándolo.  
								La mañana los encuentra separados y diferentes.  
								El hijo parte: la madre está vencida.  
								Dadle algo para el camino. Veámosle  
								pasar nosotros que llevamos también maletas  
								y olvidamos la llave de nuestras casas.  
								  
								HAY FUNCIÓN  
								La noche se abre sobre el cine.  
								Estamos juntos. Te siento respirar.  
								Las oleadas últimas de sombra  
								corrompen las amarras ajenas.  
								Miramos aturdidos la pantalla,  
								sé que la miramos en busca del momento  
								en que la Bestia enseña sus dominios,  
								y agoniza en la yerba  
								para mostrar la forma de su amor.  
								Nos gustaba ese momento, esa frase.  
								Yo la repetía despacio en tu oído,  
								un poco inclinado sobre tu carne pálida.  
								Esa frase, la intensidad del gesto, la mirada  
								postrera del que sabe que pierde,  
								se unían a nuestro amor. Nos servíamos  
								de las cosas ajenas, de lo que otros soñaron,  
								tal vez, en la butaca de otro cine del mundo.  
								Te siento respirar, aletear levemente,  
								buscar en la sombra las pastillas del asma.  
								«Anoche dormí dos horas, con el pecho  
								         oprimido.»  
								Y tus manos fulguran y las acaricio calmado,  
								sin presión, para descubrir el nacimiento  
								del amor en mi pecho, en la sangre.  
								La aparición dolorosa del amor, el temeroso  
								amor, siempre jugando su partida,  
								siempre en el pavor de perderla.  
								Crece en mis venas. Parece  
								que tú entras en mí y yo salgo,  
								dejo reinar tu presencia oscura  
								y busco, en la penumbra de la sangre,  
								pasarme suavemente a tus venas.  
								El temeroso amor emprende el viaje,  
								y conoce, por su propia lucidez, el fin.  
								Tú quedarás indescifrable en la butaca,  
								tu carne pálida por siempre ajena.  
								Yo quedaré en mi soledad, apartado,  
								en mi butaca sombría.  
								Pero no importa, el amor  
								juega su perenne partida.  
								Hablamos de tener ojos  
								en la punta de los dedos,  
								ojos que conocieran el color de tu carne,  
								el cambio de la luz en tu carne, fragmentos  
								del film, el resplandor de los candelabros  
								en la casa de la Bestia,  
								y no estos torpes dedos, que avanzan  
								sin mirar, percibiéndote apenas.  
								De pronto se encienden las luces  
								y queda blanca la pantalla.  
								Me pierdo solo en la calle.  
								Antón Arrufat  
								  
								RUBLIOV, EL MAR, UNA ESCOPETA AL AGUA   
								A la playa han llegado tres muchachos.  Han venido cargados con sus avíos de pesca.  Escopetas, arpones, una cámara, un par de patarranas.  Ninguna cosa es nueva, a no ser los muchachos mismos que las cargan, que las tiran al agua.  Sus gestos al tirarlas son habituales, exactos, vigorosos, de algún modo rebosantes de gracia.  
								La trusa de un muchacho, del más fino, ofrece desafiante el pesado racimo genital.  Otro tiene ojos claros, bajo el arco tendido, perfecto, de las cejas.  El tercero, un mulato, luce como fundido en una sola pieza de bronce reluciente.  
								Ya se tiran al agua, ya se alejan.  No sé, no sabré nunca, cuál ha sido la vida que han llevado, qué vida llevarán cuando salgan del agua.  Pero el mar y los gestos precisos de la pesca los invisten, en este mediodía, de una inocencia inmemorial.  
								Pienso, mientras miro alejarse a los muchachos por las olas antiguas, en unos vasos rebosantes de gracia.  En ánforas.  En cálices.  En los tres ángeles de oro que bendicen un cáliz, pintados por Rubliov.  
								Así pudieron ser esos varones a los que Lot dio albergue.  Una carne de bronce, unas cejas como un arco tendido, ofrecidas las frutas del amor. Intocables, lejanos, sin embargo.  Protegidos, como por una torre transparente, por la inocencia precisa de los gestos que se hacen junto al mar, arrojando una escopeta al agua.  
								Félix Lizárraga  
								  
								Te pareces a las mujeres de Modigliani,  
								  
								
									  
								el cuello duro y flexible,  
								el cuerpo robusto  
								hecho para hacer sucumbir  
								a griegos y troyanos,  
								un rostro que debí poseer hace tanto tiempo  
								cuando mercaba en las juderías  
								con afectos y especias.  
								Rostro que debió acompañarme  
								la noche en que morí.  
								Escribo estas palabras  
								cuando soy un pintor aún desconocido  
								 y mis dedos trazan signos equívocos  
								que no comprenden las mujeres sórdidas  
								a las que cambio jirones de mi alma  
								por pedazos de carne ensangrentada.  
								Aunque sé que habrá un final distinto  
								bajo otras aguas pútridas  
								escribo todo esto  
								como si fueras la mujer  
								que se lanzará desde un sexto piso,  
								como si en realidad  
								bajo mis pies corriera el Sena.  
								FIEBRE DE CABALLOS   
								Cuando te quedas,  
								Lidia,  
								más desnuda que estas paredes  
								yo siento miedo  
								de ser una mujer.  
								Tengo feroces dientes carniceros.  
								Comíerame tus ojos  
								tus rodillas.  
								Cuando veo un sauce que se agita  
								no me acuerdo de Safo, pienso en mí.  
								"en tus pechos fundaría ciudades"  
								No sé  
								cómo te amaron  
								los hombres  
								(si te amaron)  
								pero yo  
								en tus pechos  
								fundaría ciudades.  
								Cuando te fuiste,  
								Lidia,  
								perdí tu olor  
								como los perros  
								pierden el rastro.  
								PARAFRASIS  
								Henchido el corazón pienso en tu sexo.  
								Lo cognoscible  
								lo incognoscible  
								lo he escuchado a través  
								 de esa marea oscura.  
								He olvidado las lenguas de los hombres  
								tantas cosas inútiles.  
								Sólo a través de ti intuí mi destino,  
								efímero e incierto.  
								Como Cayo también sé que voy a morir.  
								He sido eterna  
								como las hojas que devora el otoño.  
								Como Safo yo también puedo decirte  
								que siento pesados hierros en mi lengua.  
								Como Alceo que sólo canto al amor,  
								a la memoria de tu amor.  
								Pero yo no canto,  
								yo no tengo otra lengua que esta mudez,  
								este silencio bárbaro,  
								esta tristeza donde no caen las hojas.  
								No hay hojas.  
								Ni nieve que borre estas pisadas  
								que de todas maneras ya no recordarás  
								en el invierno próximo.  
								Rabí Mattia se sacó los ojos  
								porque no pudo soportar más  
								la seducción de una mujer.  
								Al infierno de su cuerpo ofreciéndose  
								prefirió el tormento de una noche perpetua.  
								Cuando Dios, conmovido, quiso devolverle la vista,  
								le pidió, llorando, que no lo sacase de su ceguera.  
								Lástima que yo no sea Rabí Mattia  
								Lástima que haya leído  
								demasiado tarde esa historia.  
								Este es el fuego.  
								Crece con arañazos  
								ramas  
								carne sudada  
								y piernas piernas piernas  
								que se abren.  
								Es crudamente tibio.  
								En las playas de Lesbos  
								las muchachas dan migajas a las gaviotas.  
								En la orilla, sus cuerpos enlazados,  
								conmueven más que todos los crepúsculos.  
								Yo te amaba y no te dabas cuenta.  
								Como crece la yerba en la boca de un muerto.  
								Antes que yo muchos dijeron estas cosas.  
								Después de mí  
								otros habrá que las dirán mejores.  
								Pero cuando tu lengua toca mi lengua  
								el verbo se hace nulo  
								se diluye  
								en esta saliva espesa.  
								Efímera y eterna eres la mujer del Principio.  
								Todo empieza de nuevo  
								y se hace necesario reescribir el Génesis.  
								Damaris Calderón  
								  
								SAFO  
								(a una alumna, a la salida de la escuela)  
								  
								
									  
								Tus ojos tienen el brillo de la pasión.  
								Has estado distraída mientras yo declamaba.  
								Laura, tu amiga, tuvo que pellizcarte  
								    por debajo de la mesa.  
								No has oído mis versos, no había otro mundo  
								    que el tuyo.  
								Cuánto daría por volver a tener tus trece años.  
								Pero escúchame.  
								Esas manos no han de ser para el extraño.  
								Tu piel es demasiado ardiente.  
								Tu frente, demasiado ancha.  
								Eres una hija equívoca del viento,  
								fuerte como esta isla, cerrada y desolada.  
								Mírame a los ojos, Citere.  
								Mira mis arrugas y mis cicatrices.  
								Hoy he jurado que si me amas voy a romper mis versos  
								y voy a enterrar mi lira con mis manos.  
								Es en serio, Citere.  
								A mi edad no puede jugarse con estas cosas.  
								Yo que creía haberlo visto todo,  
								no había visto todavía tus ojos y tus manos,  
								de mis trece años imagen fidelísima.  
								Un viento áspero y simple nos azota el rostro.  
								Dentro de unos años en esta isla no quedará nada.  
								Só1o el fuego es eterno, este fuego  
								de tus ojos, llama en que quiero arder,  
								Cruz en que quiero crucificarme.  
								Qué me importan los eruditos y los premios.  
								He dado ya lo que tengo, y estoy sola.  
								Quédate conmigo hoy, Citere.  
								No vayas a esperar al joven deportista  
								bajo el manzano.  
								  
								LA MUERTE DE VIRGILIO  
								Amé al adolescente.  
								Lo separé del viento en el que iba,  
								del mar en el cual era la ola,  
								la espuma, el ondear sonoro.  
								Lo amé con el horror del ahora,  
								con la piedad instantánea del que no comprenderá nunca,  
								con la sorpresa del nonacimiento.  
								Amé al adolescente, sí, pero sus ojos  
								habían detenido al sol en una noche infinita.  
								Su cuerpo se había arrojado al abismo con el mío  
								hace un millón de años, en las cavernas de Uría.  
								Sus dedos de niebla habían tocado la mitad de mi rostro  
								un instante, y el mundo ya no fue.  
								Ya no fue ni siquiera la otra mitad de mi rostro,  
								sino el adiós en la blancura,  
								en el corazón de la noche.  
								Fue el resplandor del océano,  
								la solicitud tranquila del abismo,  
								el ritmo cantante de la sencillez.  
								Era el silencio, su voz era el silencio.  
								Y su nombre, como el silencio, no tenía nombre.  
								Estaba delante de mí, y yo no lo veía.  
								Me hablaba desde su aparición, y yo no podía contestarle.  
								Era la muerte y yo iba cayendo con él, en un caer callado.  
								Estoy muerto desde entonces.  
								Estoy frente al espejo desde entonces.  
								¿Quién me creerá? ¿Quién se atrevería?  
								Sólo yo sé, só1o yo, sin rostro, sobrevivo,  
								en este estupor al que llamo pensamiento.  
								Amé al adolescente. Lo demás,  
								lo demás no puede describirse.  
								Rogelio Saunders  
								  
								DESNUDO FRENTE A LA VENTANA  
								               Aquellos seres cuya hermosura admiramos un día, ¿dónde   están?  
								                                                                Luis Cernuda  
								  
								     Hoy te veo otra vez y comprendo que el tiempo eres tú, desnudo frente a la ventana.  Has salido a ver cómo amanece y el tiempo es tu cuerpo iluminado.  Te toca la misma luz que a otras tantas cosas de este mundo y, sin embargo, hay una diferencia entre el paisaje y tú, entre el árbol y tú, entre el laberinto y tú.  Es una diferencia simple: tú eres eterno.  Ahora que estás desnudo frente a la ventana, comprendes que te conviertes en lo único perdurable.  Veo, por ejemplo, las sombras del patio en donde yo me perdía en busca del tesoro que nunca existió--y si existió yo no tuve el valor para  encontrarlo.  en ti está el abrazo de mi primer amigo, la oscuridad, el muro tras el que nos perdíamos para besarnos.  en ti está la sorpresa, la nostalgia de los países lejanos, la música.  Y los primeros libros.  En ti todo es grato.  No están, en cambio, el miedo y la verguenza.  Ni aquella tarde en que pude mirarme en el espejo y descubrir la diferencia entre mi brazo y el brazo de mi padre, entre su paso militar y el mío leve, paso que no se escuchaba.  Olvido, al verte, el llanto, la decepción de mi madre.  Y olvido la burla y el rencor de los que no me consideran digno de tener una casa con puertas y cristales.  Olvido el calabozo al que me llevaron.  Hoy te veo otra vez asomarte eterno y desnudo a la ventana.  Miro tus ojos y en ellos descubro otros que me justifican; tantas miradas están allí que no podrían nombrarlas: desde los ojos oscuros y cínicos del primero que me despreció, hasta los ojos ciegos de aquella amiga que murió para probar que el amor--aun cuando imposible--nunca es imposible.  Tu boca y tu sonrisa me recuerdan las veces que he besado y las que no he besado, al desconocido que se aparece un segundo para dejar una huella que durará siempre.  Innumerables cosas pueden depender de cómo des los buenos días, de cómo digas adios.  Y debes saber por fin quien te habla.  Soy el que te observa escondido tras los cristales de su propia ventana, al que le está prohibida una frase de admiración sobre tus piernas, el que aspira sin demostrarlo el sudor de tus axilas.  Y entonces digo tu nombre.  Y todo desaparece cuando digo tu nombre que está formado de muchos nombres, de nombres que incluso no sé, de nombres que no han sido ni son, de nombres que serán.  
								  
								TAN CERCA DEL SIGLO XXI  
								     Como ha ocurrido desde siempre, también nosotros debemos esperar la noche y la ceremonia del sueño y del silencio.  Debemos ocultarnos -- que no nos vean, que no nos oigan --  aunque estemos a finales del siglo XX y el siglo próximo amenace con transformarnos en la sociedad más avanzada de las que pueblan el Universo.  Esta es una noche de todas las épocas. Entro oculto en tu casa y desciendo hasta el cuarto.  Lo he cumplido como cualquier amante de Cnosos.  En la calle han quedado los prejuicios, y al confundirme contigo me siento limpio y fuera del tiempo.  Estás ahí y yo despierto.  Tan cerca del siglo XXI me conmueve tu hermosura y te abrazo y tengo miedo.  El silencio de la casa es una civilización que se asoma a la ventana.  Nada es distinto en nuestro beso: es el mismo, sencillo y perdurable, del primer hombre que pudo descubrir los labios.  Nos desnudamos y estamos en Alejandría o en La Habana.  Acaricio tu pecho,  recorro con mi boca tus muslos, y alcanzo el mismo gozo de los jóvenes de Umbría.  Nada nos diferencia: cuando vamos a unirnos es posible comprobar que el tiempo no ha transcurrido.  Ahora  conozco el deleite del artista al cincelar el torso, la pelvis y los brazos de su Hermes.  El placer  eres tú y soy yo, que pertenecemos a todas las épocas, y si me acaricias es el presente, pero también el pasado y el futuro y no puede haber nada condenable. Uno en otro, uno sobre otro en la sábana blanquísima, nos convertimos en la pareja rescatada de la muerte. La eternidad también ha descendido a este sótano húmedo y oscuro.  
								Abilio Estévez  
								  
								marina hemingway. 10 pm. flores ácidas  
								hace ya tiempo que los adolescentes se juegan las  
								últimas monedas a pesar del peligro  
								o quizás precisamente por eso.  
								a esta hora los turistas son divinos  
								pueden llegar muy lejos  
								cometer crímenes perfectos!  
								Alberto Acosta-Pérez  
								  
								  
								JARDÍN IMPREVISIBLE  
								1no  
								Cuerpo de Andrés, tierra de desierto  
								húmedo su piel, hormigas de sus manos  
								por mi red, árbol creciendo en mi paisaje  
								fugaz, astro fijo que llega, visita firme  
								y tempestuosa, un carapacho es su signo,  
								         espaldas  
								donde acostarse a llorar arenas blancas  
								         es  
								su cuerpo: tierra azul de desierto,  
								bronce abierto a mi sed, luna  
								llena en mi boca, mientras  
								no me dice que sí  
								ni que no.  
								2os  
								Boca de Andrés, encuentro  
								de otros mundos, oasis en medio  
								de lo incierto, grano dulce sus dientes,  
								sonrisa leal de serpiente consentida  
								su lengua. Boca de Andrés: encuentro  
								en tanto desencuentro,  
								                         prolongable.  
								  
								3res  
								Sexo de Andrés, goma febril da  
								mascar, abrazo amigo, un pariente infantil  
								que tenemos que ir a buscar al aeropuerto,  
								compañero de juerga y confesiones, afable,  
								conversador, habano de entrepiernas  
								donde sentarme a fumar mientras espero.  
								4tro  
								Ano de Andrés, su otro  
								sexo o nacimiento al revés  
								de mis dos dedos.  
								Ah, no poder describirlo  
								por perfecto.  
								5co  
								Espalda y nalgas breves de Andrés, el reverso  
								que se resiste a ser su negativo, extendida  
								llanura donde acostarme a acariciarle los riscos  
								de la oreja, con todo el peso de mi ser  
								     como un náufrago  
								timón en mano viajando por un derrocadero  
								que me convida a hundirme hasta sacarle  
								la castaña a su fuego  
								                           liberado.  
								  
								6is  
								Son sólo estas llamas  
								lo que me salva, ya ceniza,  
								de otros fuegos.  
								  
								La realidad del deseo  
								
									Pero aún así, ¿la saciedad no acecha  
									Todo, el amor y el capricho?  
									¿A qué culpar de nada a nadie? 
									                      Luis Cernuda 
								 
								De alga, que flota y verde, es el deso.  
								Cuando el cuerpo abraza, como el alga  
								cuando encuentra un amante,  
								Intuye ya el instante en que va a ser rechazado.  
								Lo presiente.  
								Lo siente.  
								Lo hace otra carne en la carne que  
								Con lenta premura se incorpora.  
								Toda caricia lleva inevitablemente consigo  
								La certeza de un término, de una desaparición.  
								Y sin embargo se entrega,  
								Pretende una inocencia,  
								Atestigua un hallazgo.  
								Allí donde sólo reconoce una fatalidad,  
								Como el alga  
								Cuando una mano con asco  
								Se la arranca y la lanza  
								A los últimos mares. 
								 Jesús J. Barquet  
								  
								Fragmento de la novela Oppiano Licario  
								     El primer contraste se hacía visible en la forma en que los dos cuerpos iban logrando su desnudez.  Fronesis se quitó la camisa, la puso sobre una silla, cuidando la caída de las mangas.  Se sentó después en la cama, para quitarse las medias, después se quitó los calzoncillos, por último la camiseta. Mientras se dirigía a la cama para acostarse, se alzó el esplendor de su cuerpo.  Era en su plenitud un adolescente criollo, al andar parecía como si su cuerpo fuese suavemente halado hacia delante y hacia arriba, con la voluptuosidad de un antílope.  La primera impresión de él que se nos acercaba no era su boca, ni sus ojos, ni la superficie increíblemente pulimentada de la piel, era su andar, la destreza nada gimnástica ni artificial con que caminaba, sino su gracia de animal fino.  Al andar creaba su paisaje, como si se dirigiese a un árbol o extendiese en la madrugada su  cuerpo desnudo para beber agua en un río.  Su marcha era un extenderse en el aire, no parecía que vencía ninguna resistencia, sino que estaba amigado con todas las variantes de su circunstancia.  En ese momento lució toda la estatua de su andar, rápidamente dos o tres pasos tan sólo, caminó  hacia la cama, y ya en ella se extendió gozoso, pasando la mano lentamente por la longura de la  flaccidez fálica, entornó los ojos y pasó varias veces la mejilla por la almohada, fría en el hilo que la cubría y abullonada en su entraña.  
								     Pero en ningún momento había tomado conciencia de su cuerpo, sus sentidos no lo  reconocían, ni veían ni oían, ni levantaban para ofrecérselo en una delectación espejeante.  Al  recorrer con su mano la vellosidad que rodea al falo, lo había hecho con total indiferencia, lo mismo podía haber recorrido su mano la gracia y la extensión de su garganta, la cola de un gato o  una fría repisa.  Causaba la impresión de que tenía el cuerpo en la mano, de que lo hacía y lo deshacía, como si a una orden suya se le tornase visible o invisible, se retirase o alcanzase un  primer plano.  Era difícil para alguien que no fuese un criollo cubano, poseer un esplendor corporal tan logrado y al mismo tiempo una indiferencia radical hacia esos dones.  A veces parecía  como si desconociese su propia belleza, pero su confianza frente a lo deforme e inacabado, nos daban a comprender que no se sentía instalado en ese bando. Más que desconocer su belleza, su castidad y su puritanismo hacían que, sin necesitarla, la disfrutara como alguien que sin ejecutar su voz no ignora la plenitud de sus registros.  
								  
								José Lezama Lima  
								  
								CERNUDA LE ENCARGA SU RETRATO A VELÁZQUEZ  
								Pinta mi crucifixión y mi martirio,  
								la esponja con vinagre y el lanzazo  
								y la línea perfecta de mi brazo  
								clavada a la belleza y al delirio.  
								Pinta el juvenil pecho de los lirios,  
								mi cuerpo reposado en el abrazo  
								de su cuerpo cumpliéndose en el plazo  
								de mi transido tiempo. Pinta cirios  
								sonámbulos, altivos, limpios, duros  
								en amorosa guerra amanecidos.  
								Y pinta nuestros cuerpos sobre el lecho,  
								mi lengua en sus duraznos ya maduros,  
								felices en la noche sumergidos.  
								Y a los perseguidores al acecho.  
								  
								FEDERICO  
								¡A que traigo del polvo y del tormento  
								tu honda belleza de varón gitano!  
								¡A que pongo tu luna de verano  
								a iluminar el trigo soñoliento!  
								¡A que traigo otra vez el sacramento  
								y el perfil de azucena de tus manos!  
								¡A que me acerco a tu marfil lejano  
								y le enamoro su sol al pensamiento!  
								¡A que regreso a todos tus amantes  
								y pongo a tus verdugos de rodillas!  
								¡A que viva tu voz, por la aborada  
								la traigo en un puñado de sangrantes  
								aceitunas de plata a la mejilla  
								del sueño asesinado de Granada!  
								  
								Francisco Morán  
								  
								VESTIDO DE NOVIA  
								  
								
									
										Por eso no levanto mi voz, viejo Walt  
										                         (Whitman  
										contra el niño que escribe  
										nombre de niña en su almohada,  
										ni contra el muchacho que se viste  
										                        (de novia  
										en la oscuridad del ropero 
										Lorca. 
									 
								 
								Con qué espejos  
								con qué ojos  
								va a mirarse este muchacho de manos azules  
								con qué sombrilla va a atreverse a cruzar  
								     (el aguacero  
								y la senda del barco hacia la luna  
								                                      cómo va a poder  
								cómo va a poder así vestido de novia  
								si vacío de senos, está su corazón  
								si no tiene las uñas pintadas si tiene sólo  
								     (un abanico de libélulas  
								cómo va a poder abrir la puerta sin afectación  
								para saludar a la amiga que le esperó bajo  
								     (el almendro  
								sin saber que el almendro raptó a su amiga  
								    (le dejó solo-  
								Ay adónde va a ir así este muchacho  
								que se sienta a llorar entre las niñas que se  
								     (confunde  
								adónde podrá ir así tan rubio y azul tan pálido  
								a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos  
								     (descompuestos  
								si tiene sólo una mitad de si la otra mitad  
								     (pertenece a la madre  
								de quién a quién habrá robado ese gesto  
								     (esa veleidad  
								esos párpados amarillos esa voz que alguna vez  
								     (fue de las sirenas  
								quién  
								le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los  
								     (senos conque sueña  
								quién le compondrá las alas a este mal ángel  
								     (hecho para las burlas  
								si a sus alas las condenó el viento y gimen  
								quién quién le va a desvestir sobre qué hierba  
								     (o pañuelo  
								para abofetearle el, vientre para escupirle  
								     (las piernas  
								a este muchacho de cabello crecido así vestido  
								     (de novia 
								 Con qué espejos  
								con qué ojos  
								va a retocarse las pupilas este muchacho que  
								     (alguna vez quiso llamarse Alicia  
								que se justifica y echa la culpa a las estrellas  
								con qué estrellas con qué astros podrá mañana  
								     (adornarse los muslos  
								con qué alfileres se los va a sostener  
								con qué pluma va a escribir su confesión ay  
								     (este muchacho  
								vestido de novia en la oscuridad es amargo y no  
								     (quiere salir, no se atreve  
								no sabe a cuál de sus musgos escapó la confianza  
								no sabe quién le acariciará desde algún otro  
								    (parque  
								quién le va a dar un nombre  
								con el que pueda venir y acallar a las palomas  
								matarlas así que paguen sus insultos  
								con qué espejos ay con qué ojos  
								va a poder asustarse de si mismo este muchacho  
								que no ha querido aprender ni un sólo silbido  
								    (para las estudiantes  
								las estudiantes que ríen él no puede matarlas  
								así vestido de novia amordazado por los grillos  
								siempre.del otro lado del puente siempre del otro  
								    (lado del aguacero  
								siempre en un- teléfono equivocado no sabe  
								    (el número  
								tampoco él se sabe está perdido en un encaje y  
								    (no tiene tijeras  
								así vestido de novia como en un pacto hacia  
								    (el amanecer  
								con qué espejos  
								con qué ojos.  
								Norge Espinosa  
								
									  
								
									  
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