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Lo que sigue es, quizá, el primer testimonio no sólo de un ambiente gay en la ciudad, sino también el primer testimonio de la repulsa y del escarnio que (en nombre de la salubridad y la defensa de la "patria") se produce entre nosotros, y que publica el Papel Periódico de la Havana en una de sus ediciones. No deja de resultarnos hoy simpático e irónico que, después de todo, el posible autor de este artículo haya preferido mantener su anonimato, nada menos que a través de un acto de travestismo textual. Porque, caso de que haya sido José Agustín Caballero el autor, lo que tiene el lector ante sus ojos es la diatriba histérica de una "señorita" de bien, que es quien, en definitivas, firma el artículo. Esta página pone de manifiesto que la homofobia que siempre ha caracterizado la sociedad cubana está en las bases mismas de su fundación. Quizá sea hoy cuando (esperanzadoramente) esos tabúes comienzan a ceder. Por considerarlo también de interés, incluímos una nota anónima sobre la afeminación de los hombres que apareció en La Habana Elegante. La nota en cuestión se refiere también a una incipiente "masculinización" de la mujer. Le sigue la primera parte (la segunda saldrá en el número próximo) de los fragmentos de la autobiografía de Virgilio Piñera (1912-1978) que aparecieron en la revista UNIÓN en su edición no.10, Año III, Abril-Junio de 1990. No tenemos noticia de que estas memorias hayan sido publicadas nuevamente. Encontrará el lector cáusticas (y siempre sensibles para el que sepa leerlas) observaciones observaciones que hace Piñera sobre sí mismo, sobre su sexualidad, y sobre La Habana. Concluímos con un pasaje de las memorias de Reinaldo Arena. De este modo termina el itinerario del presente número por una ciudad que la poesía, la memoria, las ausencias y los cuerpos han erotizado, haciendo de sus calles y de sus rincones (esquinas, azoteas, cuartos, pasadizos y escaleras) espacios donde ejercitar el aristocrático deporte de la caza.
[Carta critica del hombre muger]
Señores diaristas.
MUY SEÑORES MIOS: IMPULSADO DEL GUSTO CONQUE deseaba oir el último discurso de la hermosa y aguda Señorita, llegué á su Casa, y á poco rato de esperarla yo y los demás Señores concurrentes, apareció manifestando la afabilidad de su semblante, y derramando la misma gracia que la tarde pasada nos dixo: Poco se necesita para conocer á donde va á parar mi discurso, quando su titulo EL HOMBRE MUGER, está indicando que me contraigo a hablar del torpe y abominable vicio de la Afeminación, antiguo BOLERO, ó enfermedad que ha contaminado a una porcion considerable de hombres en nuestro País. No parece sino que mal hallados con el favor que les ha hecho la naturaleza, voluntariamente quieren desposeerse por sus caprichos estravagantes, del privilegio que gozan, haciéndose indignos del honroso titulo de Hombres. A eso pretendo combatir esta tarde, y auque nunca he creido corregirlos por mas que les pongo delante sus puerilidades y ridiculeces, quiero con todo darles una buena zurra por lo que pueda importar.
¿Quien podrá contener la risa quando vé á un hombre barbado gastar la mayor parte de una mañana en peinarse, ataviarse, y, en ver copiada su hermosura en un espejo, qual lo practica la Dama mas presumida? ¿Quien no se asombra de vér que en dengues, delicadezas y melindres, nos den los Señores mios tres y la topada? A la verdad, yo no sé como hay Muger que admita á su trato semejantes avechuchos. Ellos, representan el papel de de Gallos entre las Mugeres, y de Gallinas entre los Hombres, al paso que de estos merecen la compasion, quando de aquellas el desprecio. No tratan de otra cosa que de necedades, muñecás ó titeres, como dixo el Pensador de Madrid; y yo añado, que tendrían un bello acomodo en las sombras chinescas. En hora buena dexen de venir Monos del Petén, á mi no me dá cuidado, como haya Petimetres y Afeminados con quien divertirme. Porque ¿Qué mayor deleite, que vér estos Tirulillos en la calle tan estirados, que como dixo Quevedo, parece que han almorzado asadores, y comido virotes? ¿Unos, pelados hasta mas de media cabeza, como los Indios que vienen de la costa, y otros con dos sarchichones de Genova, por bucles, ó bien dos guatacas formadas del mismo pelo vatidas y empolvadas hasta el extremo de asemejarse á los penros de agua? ¿Que diremos de los tacónes y palilos? No parece sino que van en zancos, tan ajustados y metidos en sus calzones, que yo no se como pueden hincarse en la Iglesia sin que rebienten, y sin que les cueste un sumo trabajo. Lo peor es que no han bastado á contenerlos, ni las satiras, ni las burlas que han hecho de éllos los poetas y escritores públicos de todas las Naciones, ni lo que és mas, las declamaciones fuertes de los zelosos Predicadores en los pulpitos. Por puntos se aumenta el numero de los que quieren hacerse Mugeres en sus trages y acciones con notable detrimento del estado, y con gran dolor de los hombres de juicio, que no pueden remediar tan terrible locura. Aun quando el pudor y la honestidad no les proscribiera la indecencia con que se presentan, la Religion sola bastaria para apartarlos y contenerlos en los limites de la moderacion.
Hay afeminados por otros estilo, y á la verdad los que causan mayor daño. Estos son aquellos que se dedican á vestir las Petrimetras de iguales cascos que ellos, y los Ayos que dirigen sus acciones, mueven sus voluntades, y no darán, paso sin, consultar el feliz ingenio de estas despreciables criaturas, que quando andan llevan en su aire todos los reconcomios, repulgos y cosquillas, que gasta el ídolo que componen y atavía, quando aspira á provocar el apetito. No sin gran fundamento los han llamado Diptongos ó equivocacion de la naturaleza, comun de dos en el gesto, ambiguos en las facciones, Da. Tal con calzones, y Margaritillas sin faldas. Aquí viene bien el cuento de Diogenes, quando siendo preso por unos ladrones lo sacaron á vender á la Plaza donde viendo un hombre igual á los que habemos pintado, llegandosele al oído le dixo, segun escribe Philon. Tu me emito, viro enim opus habere videris.
En diciendo esto soltamos la risa los tertulianos, y admiramos igualmente la discrecion conque no nos quiso dar traducido el pasage, tal vez por respeto á su modestia y honestidad. Ella se sonrrojó algo, y prosiguiendo su discurso dixo: Dios nos libre quando el hombre dá en afeminarse, que vestido de la condicion femenina, es peor que la misma muger, al paso que es un monstruo que espanta, risa que alegra, novedad que admira, y juego que entretiene. Vaya otro cuentecito: Era [¿Hortensio?] tan afeminado en toda su composicion de cuerpo, que se miraba y remiralba a1 espejo como si fuera una filis mundana, grangeando con esta vanidad servir de mofa y entremes al Pueblo Romano. A tanto llegó el donaire, que Lucio Torquato le llamó publicamente DIONISIA, en presencia de todo el Senado. ¿Y quien era esta Señora mía? Una danzadora pública que comunmente las tales sirven en las Ciudades de rameras. ¡Quantas DIONISIAS é INESES Se podían poner en nuestro País también á la vergüenza! Por evitar pues esta afeminacion con que los hombres son infamados donde quiera, les está prohibido por todos derechos, que ni la muger se vista en habito de hombre, ni éste en trage de muger. El que asi lo hace há sospecha de que tiene el corazon como élla, que quiere renunciar su autoridad, y ser como élla liviano.
Si los antiguos no quisieron que fuese uno el mismo trage y ornato de las Matronas honestas, que el de las mugeres disolutas, ¿con quanta mayor razon deberá prohibirse lo que arriba hemos apuntado? Si perdida la joya de la vergüenza, no hay que esperar virtud de la muger; menos se debe esperar y confiar del hombre vendida su libertad por este vicio, pues trueca su suerte con élla, y en todo se torna qual élla és. De modo que su mirar, su andar, su hablar, su reir, su llorar, su tratar y comer, todo, todo huele á vanidad mugeril.
Pregunto ahora. ¿Si se ofreciera defender á la Pátria, que tendriamos que esperar en semejantes Ciudadanos o Narcisillos? ¿Podrá decirse que éstos tienen aliento para tolerar las intemperies de la Guerra? ¿Como han de ser varones fuertes y esforzados, decía Seneca, los que así ostentan su ánimo mujeril y apocado? Desengañemonos, el que se cria con musicas, bayles, regalos y deleites, forzosamente degenera en femeniles costumbres.
¡Infelices criaturas que no habeis llegado á conocer el privilegio y la gloria de ser Hombres, les diría yo, no querrais haceros imbeciles perdiendo la gran prenda de la robustéz, que segun el Padre Feijoó, es la característica en el hombre, y en la que sobrepuja a nuestro sexo. Dexaos de seguir el camino de la locura, pensando en lo adelante en vivir como Hombres, conociendo que no hay hipervoles bastantes que ponderen su dignidad: que sois un compendio admirable y cifra hermosa de todas las criaturas visibles: que el Orbe entero respecto del Hombre, es solo un corto teatro de sus acciones: que no hay Estrella en el Cielo como su buen juicio, ni flor en la tierra como sus castos pensamientos: que nádie le aventaja en lo noble, galan, elevado y precioso. ¿Que fábrica puede inventar el Artifice mas sutil que cotejada con él, no salga vencida y avergonzada á vista de su delicadisima arquitectura? De todo esto careceis hombres poco reflexivos en el punto que os abandonais en brazos de la Afeminacion. Y si aun todavia persistis en seguir una pasión que tanto os envilece, sirva por remate de todo la siguiente
DECIMA
Infeliz Afeminado
Que mereces este nombre,
Porque del caracter de Hombre
Tu mismo te has degradado:
Sigue tu camino errado,
Y juzga como delicia
La mas notoria estulticia;
Pero no te has de montar,
Si te dicen al pasar
Agur mi Doña DIONISIA.
Concluyó su discurso la Señorita, y repitiendole nuestras celebraciones nos despedimos hasta otro dia. Yo llegué á mi Casa puse en limpio la obra que remito a Vms. para que siga a la VIEJA NIÑA si lo merece. Dios guarde á Vms. ms. as.
Havana y Marzo de 91.
B. L. M. á Vms.
El amante del Periódico.
[Atribuido a Caballero por R. Agramonte]
PAPEL PERIODICO DE LA HAVANA. Núm. 29.
10 de Abril de 1791.
Nota de La Habana Elegante: hemos respetado la ortografía y puntuación original.
LOS HOMBRES SE AFEMINAN
A medida que las mujeres masculinizan sus modas, las ropas de los hombres se afeminan cada vez más y con una rapidez que ya produce alarma.
El verano último, en las playas inglesas han hecho furor las fajas de seda de los colores más tiernos, heliotropo, rosa pálido, verde mar sumamente tenue, musgo claro, hoja seca, etc. Y con las fajas tenían que hacer juego en color la ancha cinta del sombrero de paja, la vistosa corbata de grandes dimensiones, la piedra preciosa engarzada en el alfiler y hasta las franjas del finísimo pañuelo de bolsillo.
Hace pocos años ¿qué hombre se hubiera atrevido á ponerse tales colorines sin que se rieran de él?
Al mismo tiempo en Francia se ha iniciado la tendencia á resucitar los encajes que en el siglo pasado adornaban los frentes de las camisas, y no ha faltado gomoso que inicie la idea de llevar en los puños también sus encajes correspondientes: más difícil parece ésto, pero á todo puede llegarse andando el tiempo. Mientras tanto, á las pecheras bordadas siguen ya en París las chorreras, y empiezan éstas a alternar con las puntillas. Y en los fracs, las solapas empiezan a ser de terciopelo.
Lo que se tacha como coquetería y vanidad femenina en las mujeres, recibe en los hombres el benévolo nombre de <<sentimiento artístico.>>
Después de todo, ¿qué mal hay en que los varones se emperegilen y se pongan guapos con sedas de colores tiernos y con encajes y con bordados? De sedas, terciopelo y bordados vestían los hombres durante los siglos en que más se guerreó en Europa y con mayor gloria y valentía.
Hasta los fisiólogos están conformes en que los hombres alegren su vestir. Porque se ha observado que el traje de americana, de tonos animados, principalmente en verano, hace el individuo expansivo y natural; el frac, la levita y los trajes negros parecen reflejar lo sombrío y negro de su color sobre la persona que los lleva y hace á esta más resevada y tiesa. Y he aquí como el traje influye en el carácter del individuo.
Ignoro si deben ser atribuidas a esta teoría las diferencias de humor y la variedad estupenda de aptitudes del emperador Guillermo.
Porque es el caso que el soberano alemán no sólo posee sino que tiene en uso la bicoca de mil trajes entre uniformes militares, navales, de corte y civiles, trajes de calle y sociedad, de caza, de pesca, de sports, de patinar, de trineo, de baño y hasta polares. Con tal variedad se queda tamañito hasta el mismísimo príncipe de Gales, no obstante sus 365 pares de pantalones, un par para cada día del año.
Además de éstos, posee doce docenas de cada una de las prendas que componen la ropa blanca é interior. Amen de cincuenta docena de calcetines y de pañuelos, de seda todos ellos y bordados con las armas imperiales y el monograma del Soberano.
(Anónimo)
VIRGILIO, TAL CUAL
Juzgo ocioso declarar el año de mi nacimiento. Se cita el año de llegada al mundo cuando sé pertenece a un país donde, en el momento en que se nace, algo ocurre -- ya sea en el campo de lo militar, de lo económico, de lo cultural... En tal caso la fecha tendría un sentido. Verbigracia: «Cuando nací en mi patria invadía el Estado tal o era invadida por el Estado más cual; cuando vine al mundo las teorías económicas de mi compatriota X daban la pauta a muchas otras naciones; cuando vine al mundo nuestra literatura dejaba sentir su influencia. Pero no,¡qué curioso! cuando en 1912 (ya ven, pongo la fecha para que no queden con la curiosidad) yo vine al mundo nada de esto ocurría en Cuba. Acabábamos, como quien dice, de salir del estado de colonia e iniciábamos ese triste recorrido del país condenado a ser el enanito irrisorio en el valle de los gigantes... Nosotros nada teníamos que ver con las cien tremendas realidades del momento. Pondré un ejemplo: la guerra de 1914 significó para mi padre una divertida pelea entre franceses y alemanes. Y también un modo de matar el tiempo a falta de otra cosa que exterminar. Papá, en compañía de otros papás, pasaba gran parte del día jurando que los alemanes eran unos vándalos (probablemente nunca se detuvo a pensar en virtud de qué usaba tal calificativo) y que los franceses eran unos ángeles; que Foch era un estratega y Ludendorff un sanguinario. En cuanto a mi madre, a la cabeza de mis tías y de otras parientes, tomaban tan al pie de la letra la inminente caída de París, que veía alemanes hasta en la sopa. Un día qué el cañón Bertha tronó más que de costumbre sobre los techos parisinos se nos prohibió salir a la calle. ¡Temíamos ser bombardeados!
Me había tocado en suerte vivir en una ciudad provinciana, pero esto que no es cosa grave y hasta positiva si se sabe que allá existe una capital en toda la acepción de la palabra, significaba, en el caso nuestro, una tal ausencia de comunicación espiritual y cultural que, a la larga, terininaría por encartonarnos. Vivía, pues, en una ciudad provinciana de una capital provinciana, que, a su vez, formaba parte de seis capitales de provincia provincianas con una capital provinciana de un estado perfectamente provinciano. El sentimiento de la Nada por exceso es menos nocivo que el sentimiento de la Nada por defecto: llegar a la Nada a través de la Cultura, de la Tradición, de la abundancia, del choque de las pasiones, etc. supone una postura vital puesto que la gran mancha dejada por tales actos vitales es indeleble. Es así; que podría decirse de estos agentes que ellos son el «activo» de la Nada. Pero esa Nada, surgida de ella misma, tan física como el nadasol que calentaba a nuestro pueblo de ese entonces, como las nadacasas, el nadaruido, la nadahistoria... nos llevaba ineluctablemente hacia la morfología de la vaca o del lagarto. A esto se llama el «pasivo» de la Nada, y al cual no corresponde «activo» alguno.
Muchas veces me he preguntado por qué los hombres y mujeres que formaban mi pueblo natal, Cárdenas, no se llamaban todos por el mismo nombre. Por ejemplo, Arturo. Arturo se encuentra con Arturo y le cuenta que Arturo llegó con su hijo Arturo y con su hija Arturo, que su mujer Arturo pronto dará a luz un nuevo Arturo, pero que ella no quiere ser asistida por la partera Arturo sino por la otra partera Arturo que es la partera de su cuñado Arturo madre del precioso niño Arturo cuyo padre Arturo trabaja en la fábrica Arturo...
Y por supuesto, mi familia formaba parte del clan Arturo. No bien tuve la edad exigida para que el pensamiento se traduzca en algo que más que soltar la baba y agitar los bracitos, me enteré de tres cosas lo bestante sucias como para no poderme lavar jamás de las mismas. Aprendí que era pobre, que era homosexual y que me gustaba el Arte. Lo primero, porque un buen día nos dijeron que no «se había podido conseguir nada para el almuerzo». Lo segundo, porque también un buen día sentí que una oleada de rubor me cruzaba el rostro al descubrir palpitante bajo el pantalón el abultado sexo de uno de mis numerosos tíos. Lo tercero, porque igualmente un buen día escuché a una prima mía muy gordá que apretando convulsivamente una copa en su mano cantaba el brindis de «Traviata». Para no menoscabar la autoridad de la naturaleza me veo obligado a decir que reaccioné en toda la línea. La molesta sensación del hambre la aplaqué saliendo subrepticiamente a la calle y robándome un plátano de la frutería. En cuanto al sexo, mi reacción fue más elaborada, lo primero que se me ocurrió fue buscar un sitio aislado, pero no bastándome la soledad, busqué el concurso de las tinieblas. Un ciego instinto me avisaba que, habiéndome apoderado de la imagen de mi tío, debería,so pena de perderla, sumirla en el rincón más oscuro de mi ser. Pero como yo era un niño de siete años y no un psicólogo, hice lo que hacen los niños en estos casos: busqué la oscuridad física. La encontré en la carbonera; entonces me puse a revolcarme como un desesperado; desesperado, porque ignorando totalmente dónde ubicar el sexo de mi tío en mi cuerpo, sólo acertaba a hacerme una imagen del tío como encimándose pero sin llegar a posarse en algún punto preciso. Pero ¡Oh poder del centro de gravedad! Ya encontraba el mío pues la mano fue cayendo hacia el centro de mi cuerpo, en donde mi diminuto e informe sexo, grotescamente erecto, solicitaba el acompañamiento de la mano para regalarme la áspera melodía de la masturbación. A los pocos instantes me sácudió un estremecimiento de placer y entonces supe que todo pasaba en el cerebro, pues el tío, como la roja lumbre de un cigarrillo me quemaba y desgarraba la cabeza cual si yo fuera el hígado de otro Prometeo.
Mi primera hambre artística la calmé con ese almibarado engaño que el arte pone bajo los ojos de aquél que se le enfrenta por la primera vez: me refiero al bocado de la imitación. Tal parece que nos dijese: «Aquí me tienes; sólo tendrás que parecérteme y entonces tu angustia será calmada pues otros se querrán parecer a tu demonio...>>--. Pero ¡ay!, cada nuevo ejercicio de imitación nos va alejando su rostro y terminamos pisoteados por sus horrendos cascos.
Me encerré en la alcoba de mi madre y sobre mis ropas de niño eché un peinador; puse una cinta en mi cabeza y una flor de papel al talle. Entonces agarré un búcaro y elevándolo a la altura de mi cara canturreé una y diez veces la poca melodía que se me había pegado del famoso Brindis. El resto del día lo pasé, como se dice, en religioso silencio. ¿Silencio de los mundos o de qué...?
Claro que no podía saber a tan corta edad que el saldo arrojado por esas tres gorgonas: miseria, homosexualismo y arte, era la pavorosa nada. Como no podía representarla en imágenes, la representé sensiblemente : tomé un vaso, y simulando que estaba lleno de liquido, me puse a apurarlo ansiosamente. Mi padre me sorprendió; muy intrigado pregúntóme por qué fingía que estaba bebiendo... Entonces le respondí: que estaba tomando «aire». Se explica muy bien que simbolizara inconscientemente la nada si se tiene presente que la materia que se oponía a mi materia no se podía combatir en campo abierto, sino que la lucha se desarrollaba en el angustioso campo de lo prohibido. No hubiera podido salir a la calle y declarar abiertamente nuestra hambre; infinitamente menos confesar, y lo que es más importante, practicar, mi inversión. En cuanto al problema del arte, no era tan bárbara mi familia como para prohibírmelo, pero como en la niñez el futuro artista no lo es, y en cambio, si es y nada más que pura sensación, sólo atina a abrir una inmensa boca y sufrir las angustias del éxtasis.
Francamente, sigo considerando a La Habana como un sepulcro. Un vasto sepulcro dividido a su vez, en sepulcros más pequeños. Pero aclaro en seguida que tal impresión sepulcral no tiene nada que ver con la arquitectura de la ciudad; tampoco nace dicha impresión de esas típicas sensaciones de aplastamiento propias de las grandes ciudades. La Habana, por el contrario es una ciudad grande pero nunca una gran ciudad. Un aire provinciano se respira todavía en su ámbito y en cuanto a las gentes definen de un plumazo que no son moradores de una imponente urbe en virtud de esa falta de distancia privativa de tales moradores. No, si yo digo que la ciudad me sigue pareciendo un vasto sepulcro se debe pura y simplemente a una contingencia privada y personal:..me refiero a la miseria. Así; como el Via Crucis de la Pasión tiene sus Estaciones, así también tengo yo por la ciudad señaladas mis tumbas, partes de ese vasto sepulcro, y en el correr de los años y tras una vuelta de algunos pasados en el extranjero no he logrado que tal impresión desaparezca, o, al menos, se atenúe. Y si voy a hablar con mayor franqueza, aunque tenga que enfrentarme con el ridículo, declararé que hasta evito cuidadosamente ciertas calles y ciertas casas en las cuales estas marcas de la miseria me hicieron padecer más de lo acostumbrado. Pero aclaro también en seguida que si las evito es precisamente porque ni una pizca de delectación hay en mi alejamiento de ellas. Sencillamente las veo como puentes cortados, fragmentos de mi existencia que en nada me religan ni podrían religarme con mi vida presente. ¿Qué tengo yo que ver, por ejempló, con el Virgilio del año 38, inquilino de un cuarto en la calle de Galiano? Y si fatalmente debo pasar por tal lugar lo observo con la misma indiferencia que todo mi ser asumiría ante el sepulcro de Tutankamen... No podría tener piedad con cadáveres ajenos. Entre estos milenarios también se clasifica el mío de ese año '38.
Decliné una invitación a bailar esa noche y me despedí de mis amigos. Desde Camagüey había escrito a una tía política que viviría en su casa. La había escogido a ella porque a pesar de su pobreza vivía a dos cuadras de la Universidad.
Un camión de bultos postales me tránsportó a La Habana. No tengo que decir que el viaje era gratuito, favor que me hacía un amigo de la infancia y que le agradecí doblemente pues así me ahorraba los cuatro pesos que, con sumo trabajo, había ahorrado para el ticket del ómnibus. Viajar durante catorce horas en un camión, echado entre bultos -- un bulto más-- es algo realmente pintoresco: una inmensa tela embreada cubre por entero la superficie del camión y se ve uno obligado a rodar interminablemente con una tienda de campaña sobre la cabeza. Mi amigo el camionero me improvisó en la parte posterior del camión una suerte de cucheta y, con ayuda de dos tablas suspendió un tanto la lona y así podía ver yo el fugaz paisaje: sabánas o colinas, árboles o palmas y los eternos verdores de nuestros campos. En suma, monotonía y monotonía...
Pero también monotonía dentro de mí. Cumplida ampliamente la mayoría de edad seguía yo practicando a diestra y siniestra la recitación y la masturbación: yo lo recitaba todo desde la prosa hasta los versos y me masturbaba tanto física como mentalmente, esta línea de menor resistencia era una mullida almohada adonde mi cabeza se reclinaba impúdicamente. Expresar los pensamientos ajenos y evadir todo contacto real con el sexo se había convertido para mí en una mecánica cotidiana, matizada por el tantalismo que ponía yo en todos mis actos, si no llegué a chocar con la imbecilidad fue debido a una especie de contra yo que analizaba mis actuaciones, quiero decir que algo me advertía constantemente de la falsedad de mis reacciones y me pinchaba para que saliera del impasse, he ahí por que viajaba yo en un camión. La Habana me curaría del recitador y del masturbador; aprendería esa técnica impostergable que consiste en contar el sueño de nuestra existencia y echándome en los brazos del primer hombre conocería por fin el sexo tal y como yo lo entendía. Tales reflexiones me iba haciendo mientras sus ruedas me alejaban de la provincia, y como quiera que las generalidades llevan a las particularidades, me encontré, de súbito, totalmente erotizado, con el audaz pensamiento de que conmigo viajaban dos hermosos y nobles hombres con los cuales podría poner en práctica mis eróticos ensueños.
Dicho y hecho, aprovecharía la próxima parada del camión en uno de esos descampados que los choferes escogen para escapar un tanto a la angustia del volante y allí sería Troya... Me ayudaría la Naturaleza -- frescas brisas, árboles copados, si es posible, hasta murmurante arroyuelo y el tibio calor del sol entre los ramajes. Y también esa otra Naturaleza, la humanidad, y sobre todo, ésa de los hombres de los cuales, hahía leído que son a tal punto sexuales que desconocen toda discriminación en cuanto a satisfacción sexual se refiere. Sí; todo se conjugaría y esta vez me tocaría a mi ser arrrojado del paraíso. Hasta ese momento yo era una triste presa del Señor y, sin duda, el diablo quería su parte, me abandoné a endiabladas ensoñaciones : ¡Oh, supremo instante en que el ángel me arrojaría hacia el valle de las lágrimas! ¿Y a cuál de los dos mecánicos escogería yo como instrumento de mi liberación? ¿Sólo a uno o a ambos? Yo había también leído, como se lee en las descripciones de viajes famosos, que en casos desesperados la elección puede ser fatal, que es preciso echar mano a cualquier recurso y que pararse en pelillos puede significar la muerte del viajero... Entonces, si no lograba separar a uno del otro, mediante acción rápida, propondría a los dos desempeñar el papel de Adán, y digo Adán y digo paraíso y digo ángel, porque en mi obligado papel de recitador ya me había disparado hacia una suerte de retórica, que, por otra parte, iba anunciando que todo pararía en vanas palabras.
Virgilio Piñera
EL EROTISMO
(fragmento)
A veces nuestras aventuras no terminaban en el objeto deseado. Recuerdo que Tomasito La Goyesca una vez se lanzó, en plena guagua, a la portañuela de un hombre joven muy atractivo. El joven, en realidad, le había hecho varias señas con la mano y se había tocado el sexo, el cual tenía, evidentemente, erecto. Cuando Tomasito se lo agarró, el hombre reaccionó de una manera violenta, le cayó a golpes y le gritó pájaro a él y a todos nosotros, que íbamos a su lado. El chofer abrió las puertas del ómnibus y tuvimos que bajarnos y echar a correr por toda la Plaza de la Revolución, mientras una multitud de hombres y mujeres <<castos>> nos perseguía y nos insultaba. Nos refugiamos en la Biblioteca Nacional, entrando por la puerta de atrás y escondiéndonos en la oficina de María Teresa Freyre de Andrade.
Tomasito tenía la cara hinchada y, ya allí, Hiram Pratt descubrió que tenía una cartera que no le pertenecía. En el estruendo de la batalla había cogido aquella cartera, pensando que era la suya y no lo era; era del hombre que había golpeado a Tomasito, que era nada menos que un oficial del Ministerio del Interior. Tomasito había perdido su identificación y ésta había sido tomada por el hombre erotizado que lo golpeó. A las pocas horas llegó aquel hombre a la Biblioteca buscando enfurecido a Tomasito. Como Tomasito no quiso salir de su escondite, Hiram y yo hablamos con él. Nos dio cita en su casa a las doce de la noche y dijo que, si a esa hora no estábamos allí con su cartera, nos llevaría presos a todos.
A las doce de la noche llegamos temblando los tres a su casa. Aquel joven nos hizo firmar un largo papel en el que hacía constar que le devolvíamos todos sus documentos y él los nuestros. Cuando llegamos a su casa, se estaba bañando y salió desnudo, secándose con una toalla, que después se amarró a la cintura. Mientras nos hacía firmar y leer aquel extraño documento, se tocaba el sexo, que otra vez se levantaba erotizado y, al mismo tiempo nos insultaba llamándonos inmorales. Cuando en su interrogatorio supo que Hiram había estado en la Unión Soviética, le preguntó que cómo era posible que habiendo estado en aquel país fuera maricón. Dijo además que haría lo que fuera posible para que nos expulsaran de la Biblioteca Nacional, y cuando supo que yo era escritor me miró indignado. Pero su sexo seguía cada vez más erecto y, de vez en cuando, se llevaba la mano a él.
Finalmente, nos pidió que nos sentáramos y le contáramos nuestras vidas. La toalla daba cada vez señales más evidentes del erotismo de aquel hombre. Los tres nos mirábamos atónitos, deseosos de extender la mano y tocar aquel bulto promisorio. Como a las cuatro de la mañana salimos de allí y aquel hombre nos despidió con aquel miembro detrás de la toalla; no nos atrevimos a extender la mano y tocar aquella región maravillosa. Pensábamos que podía ser una trampa y que la misma casa podía estar llena de policías para agarrarnos con las manos en la <<masa>> y arrestarnos, pero seguramente no era así; aquel hombre, que nos había perseguido por maricones, lo que quería era que nosotros nos lanzásemos a su sexo y se lo hubiésemos frotado y mamado allí mismo. Tal vez eran aberraciones de todo sistema represivo.
Reinaldo Arenas
Tomado del libro de memorias Antes que anochezca
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