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                                                   Taller del desmontaje*
 

Lorenzo García Vega

                                     

                                                                 X X X

Fue un carrito de helados, con su musiquita, por supuesto. También un pozo.
Fue una tarde muy machucada, con un verde amarillo.
Tarde con sustancia de verde amarillo.
El carrito con su musiquita, pasando.
Habría que lograr ser tan, tan artificial, que uno pudiera zodiacalizar el rincón de un reparto.
También un pozo, repito.Pues si no se entiende que lo que acabo de enumerar tenía relación con un pozo, no se entendería nada.
Un pozo.

                                                  X X X

Y un carrito de helados, su música, comenzando el asunto. Se puede creer que, por ejemplo, el  Nouveau Roman no sólo no  necesita tener  un buen comienzo, sino que tampoco necesita tener ninguna clase de comienzo. Pero las cosas no son tan sencillas. Todo necesita tener un comienzo, por muy malo que sea éste; así que, por lo tanto, el Nouveau Roman también lo necesita, sea como sea ese comienzo.

                                                   X X X

Un maestro de enseñanza primaria tiene un patio, lleno de cotorras. Un patio lleno de troncos, de residuos. Ahí tiene su vivienda. Hay un tronco de árbol seco que es como la sugerencia del fragmento de un castillo que se disecó. Y, además, todos los troncos secos, juntos, llegan a sugerir  un castillo de troncos. Eso tiene un color de miel vieja, petrificada. Eso recuerda una vieja redecilla que usaban las mujeres en  la década del 30. Se vuelve, se pasea, se cambia, y todo termina, al final, con la impresión de que sólo hay un castillo. Hay como telarañas. Se pasea, y todo es un mundo de telarañas, de muñecas viejas que parecen telarañas, de telarañas que acaban siendo -sugiriendo- como la textura de muñecas viejas. El suelo está lleno de hojas disecadas..
Claro que, eso sí, un comienzo no necesita ser, rigurosamente, un verdadero comienzo. Un comienzo puede ser, eso sí, un comienzo que no comience nunca. O, dicho de otra manera, un comienzo puede ser tan sin comienzo, que hasta toda la novela consista en ser ese comienzo que nunca acaba de comenzar. Esto, por supuesto, es lo primero que hay que tener en cuenta.
Comenzar, entonces, pero estando consciente de que, quizás, el comienzo se pierde continuamente.   .
. Uno está en lo amarillo-sol (también verde machucado con amarillo) de un patio, y recorre una misma distancia, una y otra vez, contándose (inventándose) una historia que puede ser la del maestro que se enreda con la telaraña de su patio. Enredarse en la telaraña del patio implica traer el pasado al presente, implica traer viejos objetos, viejas fotografías. Pero ¿cómo se vive el pasado que se guarda y se repasa como si fuera  una colección de objetos? ¿Se vive como un presente?

                                                          X  X  X 

Así que vendría a ser como un autista que se inventa cuentos. El autista vive en una Playa Albina, frente a un canal. Él, el autista, se inventa historias. Él ha visto una  pareja de presuntos hippies que llegaron de New Jersey. Es la pareja que se enamoró de una simplona estatua de yeso, colocada en un garden.

                                                    X  X  X

. Recuerdo la búsqueda de la colchoneta, en pleno mediodía. Por supuesto, ya no la busco. La colchoneta, y el sueño de  las filas de casas amarillas pintadas por un loco, pertenecen  a otro texto. A un texto que viví, pero que ya no vivo. Pues ahora he entrado en un texto post-modernista. Ahora sí tengo que deconstruirlo todo. Y al hacerlo así, al fragmentar hasta lo último, aparecen los ángeles, sobre la calle. Me explico: antes había estado el doctor Fantasma, pero Fantasma era, todavía, un solo centro, y con ello todo yo, y todo el mundo que me rodeaba, se fantasmalizaba en un foco. Ahora no, ahora el Centro se ha fragmentado, se ha perdido y, con ello, puedo ver ángeles sobre la calle, pero esto no significa que ese mundo de ángeles se me convierta en un sólo foco. No, no, es otra cosa: hay ángeles, pero está también la zona de la colchoneta perdida (la colchoneta se perdió, pero queda su zona), y está la zona del carrito de helados, y está una zona donde queda un rostro, y otros, y otros focos.
Trataré de hacerme entender.

                                                                     2

Me siento confundido con respecto a lo que pueda expresar. Muy confundido. Quiero expresarme como un principiante del postmodernismo, y de inmediato me aturdo.
Doy vueltas, y vueltas, y sigo aturdido.
Entonces sueño, con un fotomontaje.
Entonces, parodiando al fotomontaje, yo abro un Sumario.
La cosa sería  así:
SUMARIO- Entrada en la Clasificación. / Antecedentes en mi vida./ El rizoma. / Una pareja que se encuentra con una estatua de yeso. / La manera conque me he debatido con las cajitas. / La manera conque  me he debatido con el kaleidoscopio. / El Diccionario, los aforismos, y los sueños. / Las coordenadas entre la luz neón y un patio en Jagüey Grande. / O cómo Duchamp se relaciona con los supermercados. / De la Suite para la espera a lo Zen descubierto en España: o cómo, para ser postmodernista, hay que empezar por ser modernista.

Entrada en la Clasificación.- Se trata de una especial necesidad que, desde hace un buen tiempo, se me ha ido imponiendo más y más: la necesidad del Inventario. Llegar, ver y, de inmediato, requerir la libreta de apuntes para ir consignando, minuciosamente, todos los detalles de eso que pueda tener frente a mí.
Inventariar, pues, como si se estuviera anotando, libreta en mano en un supermercado, las etiquetas  de todas las latas que, alineadas, se exhiben en los enormes estantes (¡qué gran placer puede ser esto!). Inventariar latas, pero además, inventariar toda la vida, tal como si ésta también estuviese compuesta por latas.
Todo etiquetado, todo registrado. Todo, idéntico, puesto uno al lado del otro. Todo, sucesivamente, en filas.
Las imágenes, por supuesto, pueden irrumpir. Las imágenes, por supuesto, no se quedan inmóviles, giran..
Pero, después que irrumpen las imágenes, entonces, ineluctablemente, también vendría su clasificación, su inventario.
Habrá que inventariarlo todo, entonces. Y ya esto también lo había pensado Duchamp: "Que todo el texto sea un catálogo", así nos dijo. Sí,  esto fue lo que nos dijo Duchamp.

Antecedentes en mi vida.- Toda mi vida he estado rondando alrededor de los inventarios, de los catálogos, y de las clasificaciones. No me cabe duda. Que esto ha sido así, no me cabe duda. Catálogos  Pero debo matizar esto que acabo de decir. Debo dividirlo en etapas, debo matizarlo. No puedo lanzar, como de sopetón, esto de que toda mi vida he estado rondando alrededor de los catálogos.
Así es. Debo decir que he estado rondando..., pero inmediatamente debo matizar.
Hubo una etapa, una etapa que constituyó la mayor parte de mi vida, y en la cual, desde el principio, estuve metido en una actividad que sin saberlo, sin ningún género de duda no dejaba de ser un ordenamiento. Sin duda, un ordenamiento. Cuando muy niño, por ejemplo, por supuesto que me entusiasmé con los juguetes. Mis juguetes eran mis imágenes: jugaba con ellos, dormía con ellos, y continuamente los llevaba a todas partes. No me desprendía de ellos, no. Pero sucedía que, a los pocos días de tenerlos, entonces cogía un hacha y los rompía. Rompía todos mis juguetes, y me obsesionaba (¡qué poca edad tenía!) con todas las piezas rodando por el suelo: cuerdas, patas de soldados de plomo, ramajes de tiras doradas, cabezas de muñecos, etc.
Me obsesionaba.
Pero entonces (y aquí viene la cosa), inmediatamente después de romper los juguetes, me venía el delirio de acumular sus pedacitos, para así disponerlos. ¡Qué no se quedara ni un sólo pedacito!, eso era el asunto. Metía en sobrecitos, por lo tanto, a las cabezas de muñeco, a las cuerdas, a las patas de soldado, ¡qué sé yo!, con el sólo objeto de inventariar todo eso. ¡Se quiere cosa más rara! Rompía, para después poder inventariar. Fue muy raro eso, pero fue. Y como ya dije, fue el principio de esa etapa que se llevó la mayor parte de mi vida, y en la cual, sin que supiera bien lo que hacía, y mucho menos sin que supiera denominar lo que hacía, me dedicaba a hacer, sin saberlo,  lo que ya ahora puedo comprender que era una catalogación. 
Fue muy extraño, entonces: desde mi infancia me dediqué a ..., sin que tuviese la más mínima idea de lo que estaba haciendo. Fue, pudiéramos decir, la larga etapa de mi vida, con infancia incluida, donde me dediqué a los catálogos, sin saber que estaba dedicado a los catálogos. 

El rizoma.- El rizoma, eso es de lo que hablaron  Deleuze y Guattari. Ellos dijeron que la estructura del pensamiento estaba dominada por el delirio arborescente, por el delirio con las raíces.
Yo también me he pasado la vida con todo eso, que ahora me parece espantoso, y que consistía en buscarse las raíces. Buscarse las raíces, o rascarse el ombligo; pasarse la vida en eso.
 
Pues yo me pasé la vida con las obsesiones con una cuchillita de afeitar, y con el psiquiatra, y con el Edipo, y con la búsqueda del árbol conque me podría identificar.
Me pasé la vida y ya desde el principio, en mi juventud, escribí mi libro sobre mi infancia, las Espirales del cuje, donde traté de describirme como si fuera desde lo arbóreo. Muchos años en eso, pues.
Pero después, al comenzar a escribir mis como memorias- El oficio de perder -, mi búsqueda, sin que yo lo supiera conscientemente, se dirigió no hacia las raíces, sino hacia el Laberinto. Incluso llegué a pensar en otro posible título para el libro que estaba escribiendo: el título sería No mueras sin Laberinto.
El deseo, dijeron Deleuze y Guattari, no estaba en  las raíces, en el complejo de Edipo, sino que estaba horizontalmente creado.
Creado horizontalmente, creado en el Laberinto, me fui diciendo yo, mientras fui escribiendo El oficio de perder. Me fui diciendo, y fui buscando un Laberinto - No mueras sin Laberinto - durante todo el tiempo en que estuve escribiendo mi libro; pero nunca hasta ahora, hasta el momento en que  terminé el libro, y en que después que lo terminé me tuve que someter a cuatro bypasses, supe que, contrario a toda persecución de las raíces, de lo que se trataba era de la búsqueda del rizoma, o sea, se trataba de eso que no es una raíz como la que busqué en mi libro de juventud Espirales del cuje, sino que se trataba de una red de raíces, ninguna de las cuales llegaba a ser el Centro.
Así que ya no me interesa el Centro, ya sé que no existe mi Centro. Y no está mal saber eso que, después de haber escrito mi libro, he llegado a saber. Nunca es tarde si la dicha es buena. 

Una pareja que se encuentra con una estatua de yeso.- Son Bonifacio y Sol Montero, la pareja que llegada de New Jersey, se ha encontrado con una mediocrísima estatua de yeso en un Kindergarten de esta Playa Albina.
Esta es una novela a medias, una novela sin centro y, por ello, una novela interminable. Es una novela que uno siempre la está comenzando, o es una novela que, desde el principio - con la estatua de yeso -, siempre está sin parar, continuando en lo mismo. La fea, mediocrísima, insignificante estatua de yeso, no se sabe ni que función puede haber llenado en el patio del feo Kindergarten.
El estuco, del italiano stucco, es, según el Diccionario, "Masa de yeso y cola: el estuco adquiere fácilmente gran brillo. // Pasta de cal y mármol pulverizado con que se cubren las paredes interiores de las casas".
Una insignificante estatua la del Kindergarten, insignificante estatua con insignificante historia -si es que tiene alguna historia-, pero vista desde el comienzo, si es que la novela tiene algún comienzo, por la pareja, Bonifacio y Sol, procedente de New Jersey.
El Angel de estuco, rostro del  arte barroco, ha servido también, al postmodernista Baudrillard,  como máximo ejemplo para sus tesis.
Y la novela comienza, si es que la novela comienza, con Bonifacio y Sol que, apenas después de bajarse del bus que los trae de New Jersey, se precipitan hacia el lugar donde estaba la estatua de yeso (y esto, este pedazo de texto, ¿delirantemente no lo podemos comparar con aquel texto en que Martí, nos dice que, acabado de llegar a Caracas, y sin quitarse el polvo del viajero, se precipitó hacia la estatua de Bolívar?) para así, pegados a la cerquita que rodeaba al parque de los niños, quedar en éxtasis ante el susodicho estuco de medio pelo.
Por lo que desde el comienzo, si es que la novela tiene comienzo, la mirada de Bonifacio y Sol resbala por entre un cochinito plástico de color violeta, y por entre un Pato Donald de azul desleído por las lluvias, y por un estuco de Micky Mouse, también colocado en una fuente de estuco.
La mirada de Bonifacio y Sol resbala, pero siempre para, al final, quedar colocada sobre el Angel de estuco, o sea, sobre la estatua de yeso del Kindergarten.
Y en el comienzo mismo de la novela (si es, repito, que esta novela tiene un comienzo), cuando Bonifacio y Sol quedan en éxtasis ante la estatua del Angel de yeso, el Autor nos da unos detalles interesantes sobre la vida de esta pareja. Datos por los cuales sabemos, entre otras cosas, que ella y él, Sol y Bonifacio, se habían conocido en la Iglesia Científica Cristiana de María Baker Glover Eddy, ya que ellos pertenecieron a esa congregación religiosa.
Pero, sobre todo, en esta novela del Angel de yeso, hay que tener en cuenta esta cita que dice así:
"De la comparación sistemática entre principio y final, Roland Barthes extrae un método de análisis estructural de una novela: "Establecer, en primer lugar, los dos conjuntos límite, inicial y terminal, después explorar por qué vías, mediante qué transformaciones, qué movilizaciones, el segundo se acerca al primero o se separa de él: hace falta, en suma, definir el paso de un equilibrio a otro, atravesar la "caja negra" .
O sea que, de acuerdo con lo dicho por Roland Barthes, y que el Autor pretende seguir al pie de la letra, el Capítulo 1 trae la condición científico cristiana de la pareja llegada de New Jersey, así como relata de inmediato la manera en que esta pareja se convierte en adoradora del Angel de estuco. Pero entonces, después, el Capítulo 2 ofrecerá  la reproducción de lo dicho en las últimas páginas de la novela (últimas páginas de la novela, todavía no escritas, por supuesto), y esto así para que, en los restantes capítulos, el Lector se vaya enterando de las vías por las cuales la reproducción exacta de las últimas páginas de la novela, insertas en el Capítulo 2, se llegan a aproximar a lo dicho en el Capítulo 1. Pero ¿se podrá entender esto que estoy diciendo? ¿Podré encontrar la caja negra?
La manera conque me he debatido con las cajitas.- Mi largo discurso con las cajitas. La cosa, sencillamente, podría resumirse así: he paseado, durante tiempos y tiempos, en busca de un argumento. Recorría, por ejemplo, una calle, y allí me encontraba y soñaba con una colchoneta tirada en un solar yermo, o con la memoria que me sobrevenía de un cuadro pintado por un loco, cuadro donde había cuatro idénticas filas llenas, cada una de ellas, con idénticas casas amarillas. Una colchoneta tirada, o el sueño de unas casas amarillas pintadas por un loco. Yo he querido, durante un buen trozo de tiempo, encontrar el relato de esa colchoneta o de esas casas pintadas.Yo he querido, durante un buen tiempo, encontrar el posible propósito narrativo de todo eso.
O yo he querido que una novela descubriese el narrativo Centro de esa pareja compuesta por dos  antiguos congregantes de la Iglesia Científica Cristiana, y que llegaban desde New Jersey para caer en éxtasis ante una estatua de yeso. Yo le daba vueltas (me he pasado, increíblemente, buena parte de mis últimos años haciendo eso) a esa presencia que tenía que encontrar, a esa presencia que, aunque escondida, tenía que estar en la colchoneta tirada, o en el absurdo hecho de ese Bonifacio y Sol pegados a la cerca de un Kindergarten. Eso, me decía, tiene que tener un centro.   
Yo daba vueltas, pero no encontraba, diríamos, el sentido del relato: no encontraba el Centro, ni la presencia, ni el propósito, ni nada que me pudiera conducir a una novela.
Yo daba vueltas, hasta que, sin poder encontrar el Centro, yo empecé a soñar la reducción de las imágenes a dimensión de pequeños objetos, y a soñar, después, que estos pequeños objetos pudiesen entrar en cajitas. Pero ¿qué me podía resolver ese sueño con las cajitas?, ¿cómo yo podía sustituir la búsqueda de un Centro que no encontraba, con el delirio en que reduciría las imágenes hasta meterlas en cajitas? O sea, ¿qué relación podría haber entre una novela a la cual no le acababa de encontrar el Centro, con un mundo pequeño donde primarían las pequeñas muñecas y los soldaditos de plomo?
Pues bien, debatiéndome con esas preguntas, recuerdo que entonces me encontré con El libro del Hombre Perfecto del místico persa Nasafi, y en él con estas palabras: "El mundo entero es como una cajita llena de todo tipo de cosas. Nadie se da cuenta de sí mismo ni de esa cajita , excepto el Hombre Perfecto, para quien nada permanece oculto en el Molk o mundo de los fenómenos, en el Malakut o mundo de las Almas o en el Jabarut o mundo de las Inteligencias querubínicas".
Me encontré, pues, con las palabras del místico persa, y confieso que en aquel momento del encuentro me sentí, de cierta manera, tocado por esa posible iluminación por la cual el mundo entero  podría ser una cajita.
Me sentí, repito, tocado, pero como en aquel momento no había llegado al punto de concebir el desmontaje postmodernista, no pude acabar de aclarar mi situación con respecto a las cajitas.
Eso, las cajitas, ¿qué solución podría traer? Yo me sentía tentado por el seductor susurro conque las cajitas se me acercaban. Me sentía tentado por el proceso de yuxtaposición que quizá ellas me podrían ofrecer. Así que me decía que quizá todo consistiera en una cuestión de escala, y en considerar lo que cualquier pequeña pieza, una vez puesta en la debida relación, pudiera tener en potencia.
Podrían llegar a ser las cajitas, me decía, como lo que Roger Caillois dijo, cuando habló de los amigos de las piedras en la China antigua: "Es cuestión de escala. Toda piedra es montaña en potencia. Los iniciados pasan fácilmente de una dimensión a otra (...). Los Inmortales saben crear sitios y penetrar en ellos. Les basta dibujar, pintar: surge entonces una montaña". Y, así, me decía, y me repetía, lo que podría pasar con las cajitas, si al final yo llegaba a entender.

La manera conque me he debatido con el kaleidoscopio.- Hace muchos años, incontables años, que me obsesiona el kaleidoscopio. Por ejemplo, describiría una fotografía. Describiría la pose del fotografiado, la escena, los objetos que pudiera haber en esa foto. Relataría la circunstancia que rodeaba al fotografiado. Reseñaría lo que se dijo en el momento de fotografiar; así como trataría de encontrar el relato de que esa fotografía era la expresión. Y entonces pensaba que, si llegara a alcanzar todo eso, entonces la foto se llegaría a poder identificar con los diversos focos de una escena de kaleidoscopio. 
O también he pensado que, frente a una historia de la cual sólo se conservan fragmentos, ya que el olvido habría hecho su parte, podría limitarme a triturar sólo un suceso, o a triturar sólo un episodio. Entonces, una vez lograda la trituración, el proceso consistiría en lo siguiente: los fragmentos se convertirían en figuritas, en reducidas piezas, y esto entremezclado con el olvido que, ya vuelto cúmulo de vacíos, se expresaría como pequeñas y abstractas formas plásticas, cubiertas con el color. Y, así, ¿no sería esto como escena de kaleidoscopio.?
También, dándole vueltas y vueltas a la construcción de un kaleidoscopio, he comprendido esto, dicho por Perls, F: "Tú crees estar ante una ventana, pero estás ante un espejo".
O hasta cayendo en la psicoterapia (¡delirante que soy!), me he encontrado con el kaleidoscopio, cuando he consultado El hombre doliente de Viktor E. Frankl: "El conocimiento humano se interpreta según el modelo del kaleidoscopio cuando el hombre, en el marco de la imagen que el kalidoscopismo se hace de su conocimiento, aparece como alguien que se limita a "diseñar " su "mundo", es decir, como alguien que en todos sus "diseños de mundo " se expresa siempre a sí mismo , y a través de ese "mundo" se ve sólo a sí mismo, al diseñador". / "En el kaleidoscopio se hace visible una imagen u otra según las piedrecitas multicolores que se lancen..."  El kaleidoscopio, entonces, como se ve, participa hasta con el hombre doliente. Por lo que también, en las páginas de El oficio de perder, mientras tratando de construir el Laberinto, me proponía, continuamente, como tarea, muchas veces indisolublemente unida a esa construcción, el levantar un kaleidoscopio.
¿Qué ha significado para mí eso del kaleidoscopio?

En un principio, hace muchos años, cuando escribí mis primeros libros, el kalidoscopismo fue el intento de expresar lo que estaba muy unido a mi infancia. Era lo bonito, infantil y tierno de algunos recuerdos, a los que intenté expresar como si fueran conjuntos de pedacitos de colores.

Después, cuando cada vez más me fui aferrando al collage (el collage es la expresión que más amo) , me encontré que éste también podía ser móvil, y que quizá tuviera como un centro que se perdía continuamente, y que este centro, continuamente perdido, podía continuamente ser sustituido por otro centro. ¡Se quiere cosa más sabrosa!

¡Era el clic lo que había descubierto! El darle a la visión un clic, como si tuviera un aparatico en la mano, y entonces lograr que apareciera otra visión. Por ejemplo, podía aparecer Bonifacio y Sol, la pareja de trasnochados hippies, alucinándose bajo un sol de noventa grados, mientras contemplaban al Angel de estuco, pero yo podía, utilizando el clic, cambiarlos de lugar, en su escena de cristalitos de colores, y esto hasta el punto de que, entre tantas cosas que se pueden lograr, cambiara la temperatura caliginosa del Kindergarten por el frío de un día invernal en la Iglesia Científica Cristiana de New Jersey.

Me iba acercando más  y más, pues, a una plena conciencia del kaleidoscopio (esto lo iba comprobando a medida que iba escribiendo mi libro El oficio de perder): primero los cristalitos del recuerdo; después el collage; por último, lo móvil del clic donde, entre tantas cosas, el Angel de estuco podía pasar del verano de un lugar al invierno de otro lugar.

Pero no fue hasta ahora, unos meses después de haber terminado El oficio de perder, que habiéndome internado de nuevo en Derrida, me vino la iluminación de lo que durante todos mis últimos años  yo he estado buscando en el kaleidoscopio.
¡Era el continuo descentramiento lo que yo he estado buscando con el kaleidoscopio, aunque no lo he  sabido hasta ahora, cuando he terminado mi libro!
Y me pregunto ¿el kaleidoscopio que tanto me ha gustado, pero que hasta ahora no he acabado de encontrarle el juego, no será mi manera de deconstruir? O sea, lo que también me pregunto, ahora que he comenzado a leer a Derrida, es si no lo habré estado leyendo , sin saberlo, desde hace un buen trozo de tiempo.

El Diccionario, los aforismos, y los sueños.-También lo que me  obsede, y me  seguirá obsediendo: el Diccionario, los aforismos, los sueños. Diccionario para así, en riguroso orden alfabético, ir disecando la palabra de su sentido habitual e inyectarle, entonces, el sentido procedente del más peregrino de los centros. Es decir, cada palabra liberada de sus relaciones habituales para que así pueda ser vista desde su no-centro más periférico y, con ello, entregue peregrinas imágenes, inusitadas asociaciones, nuevos relatos.O también como que, en este Diccionario, las palabras fueran descritas en función de una posible sin-razón. O los aforismos, también, deben contribuir a la deconstrucción. Deben contribuir a la destrucción del Centro. Así que aforismos no para centrar, sino para descentrar y de esa manera, con ello, trayendo también el kaleidoscopio. Por ejemplo, he aquí una muestra de esa clase de aforismos, tal como yo los concibo: "Si me volviera loco me gustaría gritar: ¡Gerundio cervical a la vista!"
O los sueños. Después que acabé de escribir a Vilis, menos me interesa el posible sueño que pudiera encontrarse en los sueños.¿Qué quiero decir? Quiero decir que el batirme con los sueños, durante el tiempo que estuve por las calles de Vilis, fue también uno de los factores que me convirtió en un postmodernista. ¡Salí de Vilis buscándole el rizoma a lo onírico, o lo que es lo mismo, desconstruyendo los sueños. ¡Pura superficie!, entonces, es con lo que me he encontrado.  He terminado viendo a los sueños como pura superficie, y como para que ellos sirvan a quitarle el Centro a todo lo que tenemos enfrente

Las coordenadas entre la luz neón y un patio en Jagüey Grande- Había un patio en Jagüey Grande, cuando yo era niño. Era de noche, y habían traído un cocodrilo muerto, de la ciénaga de Zapata. ¿El cocodrilo estaba ensangrentado, en el medio del patio? No recuerdo ya casi nada, yo apenas tenía unos  años de vida. Sólo me queda, de todo aquello, la luz, ¿luz de unos faroles, luz de unas bujías? No lo puedo recordar, pero sí sé que aquella luz fue la protomateria de un tipo de luz que iba a encontrar después, y que ha sido la luz neón.
¿Cómo esto?
La luz neón no estaba en los años de aquel patio de Jagüey en que estaba -o sueño que estaba- el cocodrilo muerto, pero eso sí, aquella luz de aquel patio no me cabe duda de que era el antecedente de esa luz neón que más tarde, y sobre todo en mi adolescencia , yo iba a descubrir.
¿Qué cómo explico esto? Esto , diría Deleuze, no es explicable arborescentemente. No hay ninguna verticalidad. Hay un rizoma. Yo me meto por la luz de un patio donde hay un cocodrilo muerto y seguro que hay una bombilla de luz neón en un cuarto de mi adolescencia. Pero explicarlo, eso sí, no es buscar ningún Centro. No hay Centro que valga. Una vez con la luz neón, o con el cocodrilo muerto, sólo cuento con el rizoma para ver como puedo establecer una coordenada. No hay otra salida.

O cómo Duchamp se relaciona con los supermercados.- Para llegar a ser consciente de esta relación tuvo que derramarse un buen chorrito de años. Años de paseos, años de aislamiento, por la Playa Albina. Ya he dicho, y vuelto a decir, como todos los días me dirigía hacia un solar yermo adonde había una colchoneta. Fue un tiempo de iconos, de alucinación con objetos perdidos. Y ahí también fue, en ese tiempo, cuando empecé a soñar con las luces de los supermercados. Al principio, por supuesto, no tomé conciencia, del todo, de lo que esta atracción por las luces podía significar, pero después mi atracción como que se me hizo consciente, como que se intelectualizó, y así pude, estableciendo  relaciones, llegar hasta la catalogación. "Que todo el texto sea un catálogo", repito que dijo Duchamp. ¡El texto un catálogo!, esto fue lo que entendí, esto fue a lo que llegué. Y esto, convertido en mi nueva manera, consciente, de mirar las cosas, fue la que me hizo entrever ese Centro descentrado de lo postmodernista: una nueva estructura.
(Me había, entonces, enamorado de los supermercados (por años he estado trabajando como bag boy), me enamoré de un color verde, y de un color amarillo, resplandecientes en la noche de un Centro Comercial.O sea, es que casi puedo decir que ya sólo me interesan esos anuncios lumínicos, esos anuncios que se han ido incorporando a la noche hasta el punto de que ésta, ya, no es el techo nocturno que nos cubre, sino un telón grande que sirve para hacerle el juego a la quincallería (simulacro ) de la iluminación).
Una nueva estructura en que un Angel anuncia una venta especial de latas, pero eso no es sólo para que, por muy peregrino que sea, sólo sea esto: un ángel dedicado a la propaganda, sino para indicar que, ahora, lo que el Angel anuncia con la trompeta está, indisolublemente, unido al destino de las latas, a la catalogación. ¿Me pueden entender lo que voy diciendo?
(Y yo, cuando deseo describir algo, me atengo a este consejo de Escher: "Quien desea describir algo inexistente tiene que seguir ciertas reglas. Estas reglas son, más o menos, las mismas que para los cuentos de hadas).
Y hago esta pregunta porque, si el lenguaje de lo postmodernista (dicen que también se puede decir PoSTmOdENista) es extremadamente difícil, imagínense lo que pueda ser en boca de un ignorante. como yo.

De la Suite para la espera a lo Zen descubierto en España :o cómo, para ser postmodernista, hay que empezar por ser modernista.- Para ser Postmodernista había que empezar por ser modernista. Así que pasé por un proceso que quizá ha tenido tres partes.
La primera parte consistió en entrar en el modernismo, en la vanguardia, a los veinte años. A los veinte años yo escribí La Suite para la espera, y ahí me encontré conque, sobre todo, lo que yo quería expresar era la superposición. Superposición, yuxtaposición, el delirio de colocar, unas junto a otras, capas y capas de todo lo que se pudiera encontrar. Así que, sobre todo, he sido moderno a través de la mezcla. Durante toda mi vida, me he alucinado con el hecho de poder unirlo todo. Así que tuve, en esta primera parte del proceso, experiencias increíbles. Conocí, por ejemplo, que había habido tiempo en que las camas de bronce se pintaban con el color azul, o con el color rosado. Esto, saber esto, me impresionó muchísimo. Pero no me bastaba con esto, con el juego imaginativo que esta noticia podía traerme, sino que, de inmediato, como siempre me sucede, me sobrevenía el demonio de la superposición. Quería más... Y, como cuando se busca una cosa la cosa se encuentra, me encontraba con lo que me ofrecía un verso de Virgilio Piñera: "Sobre un león inmensamente hermoso / una guajira hila su tristeza". ¡Tremendo! , de inmediato me ponía a superponer. ¿Cómo fue eso? Pues bien, me hice un grabado mental donde el demonio de la superposición, o sea un grabado mental en que, superpuestos, estaban la cama de bronce, el león, y la guajira triste. Esto fue, pues, lo que siempre me ocurrió durante la primera parte del proceso, pero esto tenía sus riesgos. ¿A qué tipo de riesgos me refiero? Pues bien, a cosas como éstas: a veces la superposición podía conducirme hacia el relato, pero a un relato de cosas tan desemejantes, que el resultado era, cuando lo intentaba, como caer en el casi disparate, o en una manera de discurso autista. Y esto, por supuesto, me llevaba hacia una completa depresión.Pero después de la primera parte del proceso vino, como es natural que así suceda, la segunda parte del proceso.
¿En qué consistió esa segunda parte? Pues en el encuentro con el Zen, en un tiempo en que salí de mi país, y llegué a España. ¡Encuentro con el Zen.! Desde el principio, entonces, me entré por aquello dicho por Hui-Neng, aquello de que ninguna cosa es. "Desde el principio ninguna cosa es", decía Hui-Neng, y esto me facilitó el poder rechazar los ídolos. Me fijé, pues, al rechazo de los ídolos. Sin embargo, durante años la cosa no ha estado resuelta, pues me sucedía lo siguiente: mi pasión por la superposición, adquirida durante la primera parte de mi proceso, implicaba a la vez la necesidad de acumular objetos, pero a esto, superposición y acumulación de objetos, como se puede ver a primera vista, no sabía de que manera lo podría  ensamblar con ese Vacío Zen donde ninguna cosa es. Y así fue la cosa, y así pasaron años.
Pero he aquí que, después de un buen tiempo, me llegó la tercera parte del Proceso y, con ello, he podido acercarme a la síntesis. La cosa ha consistido en lo siguiente: vine a dar con el rizoma de Deleuze y Guattari, mientras yo estaba tratando de construir un Laberinto, en el libro El oficio de perder que acabo de terminar.
Construir un laberinto, eso fue lo que me propuse en el libro y, desde ahí, al terminarlo -curioso el asunto-, acabé comprendiendo que esto no era otra cosa que el rizoma de Deleuze: o sea, comprendí que en vez de buscar una raíz central, la cuestión del Laberinto tenía que proyectarse en una búsqueda de toda una red, mezcla, de raíces. Cada nudo, entonces, encontrándose a través de un impensado enredo, con cualquier otro nudo. ¡Aquí está el asunto!, me dije. Y ya con ello, me sobrevino la síntesis (o, más bien, la búsqueda de la síntesis) en que ahora consiste la tercera parte de mi Proceso: o sea, una nueva búsqueda, postmodernista, que me permitirá amarrar, a través del rizoma, el ninguna cosa es de Hui-Neng (¿o el tampoco-tampoco de Austin Norman Spare?) con la obsesiva acumulación de objetos que toda superposición conlleva. Veremos como pueda seguir explicando esto.   

                                                          *(de mi libro inédito Taller del desmontaje).

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