Poemas
de Félix Lizárraga y una receta del abuelo de Marguerite
Yourcenar
por
Antonio José Ponte
Hace
unos veinte años, cuando la narrativa publicada dentro de Cuba
parecía
totalmente ocupada por motivos épicos y por candorosa vida
estudiantil
en internados, cuando toda la ficción parecía pertenecer
a milicianos invencibles y a jóvenes estudiantes dispuestos a
volverse
milicianos, Félix Lizárraga había descubierto por
su propia cuenta lo fantástico, terminaba de escribir algunos de
los cuentos más puramente fantásticos de la década
de los ochenta en Cuba.
Puramente fantásticos por liberados de toda coartada para
ejercer
lo fantástico. Pues en la Cuba de la época se aceptaba lo
descabellado solamente si venía justificado por una
utopía,
si podía rotularse como ciencia-ficción. (Del mismo modo
que la literatura policial advertía acerca de la infalibilidad
de
una policía revolucionaria, la ciencia-ficción preparaba
el camino hacia un futuro donde la ingeniería genética y
la robótica no serían más que tentativas de la
búsqueda
guevarista-alquímica del hombre nuevo.)
Fue por esos años que Félix Lizárraga se
atrevió
a introducir al Diablo en una sala de lectura de la Biblioteca
Nacional,
en La Habana. (Las aguas del abismo, en el volumen Nuevos
cuentistascubanos,
Siruela,
Madrid, 2000). Demonios o magos que solamente aparecían en
textos
colindantes con la literatura infantil, fueron sacados de ese limbo por
Félix Lizárraga para cumplir la intersección (a la
Mann, a la Bulgákov) de la fantasía más estricta
con
la realidad más estricta. Y éste obtuvo, de un ejercicio
de geometría así, el puñado de historias
antológicas
que luego no ha querido recoger en libro.
Iba a dar a conocer, más tarde, sus primeros poemas, sonetos tan
distantes de la poesía cubana al uso como lo estaban sus cuentos
de la narrativa que se publicaba. Recogería esos sonetos en un
breve
libro: Busca del Unicornio (Cuadernos La Puerta de Papel,
Centro Provincial del Libro y la Literatura, La Habana, 1991).
Era época, dada la escasez de papel en la isla, de libros muy
breves.
La generalidad de los poetas aprovechaba el espacio de pocas
páginas
que las plaquettes brindaban para inscribir apresuradamente sus
desolaciones,
sus inconformidades. Félix Lizárraga, en cambio,
ofrecía
a sus lectores las desolaciones del unicornio, las de quien custodia el
Grial, y las de aquellos capaces de sentarse a la mesa del Rey
Arturo.
Regresaba, con sus sonetos, a lo fantástico. Tal vez ésa
haya sido su manera de escapar de lo común, su manera de ser
único
y raro. Lo cierto es que ningún otro poeta de su
generación
(con la excepción tal vez de algunas pocas piezas de Sigfredo
Ariel)
se atrevía a meterse en la cárcel del soneto, de las
formas
fijas. Y, atendido o no por sus colegas, Félix Lizárraga
tenía la ventaja de ser el único en su campo.
También
contaba, en equilibrio, con una dificultad, la de haber sido antecedido
por Jorge Luis Borges. Y si una acusación podía hacerse a
sus piezas de cuidada factura eran los ecos, las salidas borgesianas.
Al soneto se va, en medio de tanto versolibrismo, para ejercer el
pensamiento.
Para sentir el llamado que la forma hace al pensamiento, la
obligación
a algunas ideas que un ritmo y una música disponen. No
sólo
por cumplir con la caída de una determinada sílaba final
que es la rima, ni con la exigencia métrica de cantidades
estrictas
de partículas que suenen, sino para obligarse a razonar. Se
procura
el soneto del mismo modo que los lógicos antiguos
perseguían
el silogismo, como máquina de pensar.
Tales máquinas de pensar tienen, sin embargo, el inconveniente
de
arrastrar un repertorio más o menos automático. Y resulta
difícil ejercer el soneto y salvarse de la rosa. Borges le
metió
laberintos y espejos y espadas y tigres a esa máquina, la
reventó
muchas veces de tanto repertoriar sus posibilidades, ironizó
sobre
ella. Y ejerció lo fantástico y lo libresco del soneto de
un modo inolvidable, como sólo lo ha hecho él en
español
después de Quevedo. Escapar de Borges escribiendo sonetos
resulta
misión difícil.
Sus sonetos más memorables son aquellos en los que nos espera un
asomo de confesión, una nota íntima. Pueden abundar en
tigres
y en espejos, pero su autor nos pega el esquinazo de la nota personal
cuando
menos lo esperamos. Y es de esa sorpresa que saca su mayor fuerza. Sin
embargo, ¿podría haber escrito un verso como el que
inicia
Escrito
en el crepúsculo de Félix Lizárraga: “Y las
sombras
son largas, son qué largas”? ¿Habría practicado
Borges
ese estiramiento nocturno? ¿Podía habérsele
ocurrido,
sin conocer medio tan vigilado como el cubano, la idea para un soneto
como
Elogio
del Espía? De ningún modo habría adoptado la
burla
total, la chusmería, el Liebestod de Lizárraga.
Los poemas más recientes de éste, muchos de los que
agrupa
en A la manera de Arcimboldo (Colección Baralanube,
Editions
Deleatur, Angers, 1999) y los que aún no ha recogido en
libro,
se apartan cada vez más de Borges con la lección de
Borges
aprendida. Lección de ironía, consciencia de que un
adarme
de lo íntimo es lo que vuelve conmovedor al poema. De que
verdaderamente
inolvidable es el instante en que una figura mitológica se cruza
con lo común a mitologizar: el tropiezo, en la sala de una
biblioteca,
del lector con el Diablo.
Félix Lizárraga ha ejercido también, aunque
más
cautamente, el poema en verso libre y el poema en prosa. En la
selección
de poemas hecha por su autor que sigue a estas palabras aparecen dos
hermosas
muestras de poema en prosa: Rubliov, el mar, una escopeta al agua
y Por el camino de La Fe. Personalmente, en la amistad,
siempre
estoy esperando de Felix Lizárraga más de su
mitología
personal, más sonetos y poemas suyos. Siempre espero a encontrar
reunidos en un volumen los cuentos suyos que conozco, y espero por los
cuentos, las novelas que vendrán.
En uno de los tres tomos de memorias de Marguerite Yourcenar, él
halló la recomendación de un abuelo de ésta,
recomendación
relativa a las fiestas. Es aprovechable por los tímidos y
consiste
en beber un poco antes de llegar a la celebración, llegar a
ésta
achispado ya, traer fiesta a la fiesta.
No estoy seguro de que en la vida personal Félix
Lizárraga
continúe ateniéndose a esa receta. La última
fiesta
a la que fuimos juntos, en Miami, tuvo como único preparativo el
comprar cervezas. (Por otra parte, su timidez tuvo que haberse disipado
con los tintes coloridos que él aplica a su pelo.) En lo
literario,
sin embargo, creo que aún se atiene a la receta del abuelo de la
Yourcenar. Y creo que para la poesía cubana actual resulta una
felicidad
poder contar con alguien que llega a la fiesta como llega él.
La
Habana, julio de 2001
De
Busca
del Unicornio:
BUSCA
DEL UNICORNIO (V)
El
unicornio triste se mira en la corriente:
--
Ah, si hallara a la virgen con su espejo de plata
Y
su regazo intacto; la soledad me mata.
Ah
la muerte en su abrazo, la muerte al fin clemente
Que
me dará el olvido de no ser más que un ente
De
fábula y de sueño. La alegría escarlata
De
las rosas que como, las hojas de oro y plata
Del
bosque relumbrante que me sigue, y la fuente
De
agua de vida que mana donde yo estoy;
Todo
lo diera a cambio de un poco de esa muerte
Que
gozan los humanos. Pero terca es mi suerte.
Mi
tiempo es sin memoria, mis días siempre son hoy;
No
veré más que el bosque y el agua de la vida.
Feliz
el hombre: muere y recuerda y olvida.
LA
MONTAÑA MÁGICA, V, 9
Deja
su velo a un lado la Afrodita de Cnido,
Se
abre como una concha que a la vez es la perla,
Y
la Venus de Reynolds retoza con Cupido
Y
muestra un pezoncillo de rosa madreperla.
Leve
como la espuma, navega entre las algas
Esta
de Boticelli, y aquella del Tiziano
Se
reclina en la doble lujuria de sus nalgas
Mirándose
en un límpido espejo veneciano.
Juega
a cubririse alguna, o finge que nos deja
Atisbarla
en su baño, tal vez, o en su reposo,
Y
esconde una sonrisa detrás de un claroscuro.
Su
belleza es un puro cristal que nos refleja
El
deseo más profundo en su misterio y gozo,
Agua
de luz que mana del pozo más obscuro.
ELOGIO
DEL ESPÍA
En
la mesa de al lado está el espía.
Es
en vano callar. De alguna forma
Espiará
tu silencio todavía.
Leerá
lo que no dices en la horma
Única
de tu nuca o de tu mano.
En
tu mirada como en tu silueta
Acecha
que aparezca tu secreta
Cifra
o fulgor. Es apenas humano.
Si
bebe o come como tú, si ama,
Es
porque quiere penetrar la extraña
Fórmula
de tu vida y de tu amor.
Como
la mariposa hacia la llama,
Avanza,
avanzas, se urde la maraña
Del
otro, el mismo, nadie, el escritor.
De
A
la manera de Arcimboldo:
LUNA
EN EL AGUA
Rayuela, 7
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche,
Dijo
alguien una vez, y pienso que esa noche,
Al
escribir sus versos, se sentía exactamente
Como
me siento ahora. Sus versos y mis versos
Tienen
el mismo aire de adiós a todo esto.
Me
he sentado en un lago, a la orilla de un lago,
Y
he mirado la luna tendida sobre el agua.
(La
luna reflejada, pensaba, es la del cielo.)
He
tocado esa luna con mis dedos de insomnio,
Con
mis dedos de ciego, de maestro alfarero,
Mis
dedos de suicida: he tocado la luna
De
tu cuerpo en la sombra, tu cuerpo tan liviano
Que
no siento su peso. Las aguas del abismo
Reflejaban
mi rostro secreto, y engañado
Pensé
que era tu rostro el rostro que miraba
En
las aguas del hondo espejo de la luna.
El
perfil de tus pechos es una media luna,
Luna
llena en la mano: rosa del plenilunio
Es
tu pezón pequeño, tu pezón opalino.
Quisiera
hundirme en ti, hundirme nuevamente
En
tus aguas de azogue, de temblor, de crepúsculo.
He
tocado la luna de tu cuerpo en la sombra
Creyendo
que tocaba la luna verdadera.
(La
luna reflejada, pensaba, es la que riela
En
las aguas del cielo; el cielo, ese otro abismo.)
Me
engañaba el reflejo de mi rostro secreto.
La
puerta de tu vientre se abre sobre la nada.
POR
EL CAMINO DE LA FE
Un
modesto poblado, La Fe. Existe. Una mañana, en
bicicleta.
Un mogote, una loma asomada, caprichosa, redonda, en medio del camino.
El camino le da la vuelta, luego. Pedaleamos, mientras tanto,
hacia
la loma que va creciendo, alternando texturas vegetales y de piedra
desnuda.
A
la manera de los paisajes de Arcimboldo, parece que toda aquella
complicación
de follajes suntuosamente festoneados, de yerbales translúcidos,
de peñascos veteados en matices de gris, va a resolverse,
súbita,
en las líneas de un rostro. Cuando el rostro está a
punto de formarse, la loma queda atrás.
Por
el camino de La Fe, a la manera de Arcimboldo, una loma parece decidida
a mostrarnos un rostro, y no lo muestra, o tal vez nos lo muestra y no
lo distinguimos.
De
Los
panes y los peces:
MEA
CULPA, FELIX CULPA
Yo,
ni más vil ni menos vil que nadie,
Me
declaro culpable. Ciertamente
Soy
el secreto, el único culpable
Del
llanto de aquel niño en la ventana,
De
la imperfecta rosa que no nace,
De
la lluvia plomiza en este invierno.
He
de pagar el precio de la culpa
Que
arrastro desde siempre como un fardo,
Como
se arrastra a nuestros pies la sombra.
Como
una dura losa de sepulcro
Al
centro de mi ombligo encadenada.
He
de pagar el precio de mi culpa.
He
de aceptar el cáliz, la cicuta,
He
de colgar del árbol nueve noches,
He
de arrancarme un ojo que ha pecado.
He
de arder en el fuego jubiloso.
He
de nacer de nuevo.
RUBLIOV,
EL MAR, UNA ESCOPETA AL AGUA
A
la playa han llegado tres muchachos. Han venido cargados con sus
avíos de pesca. Escopetas, arpones, una cámara, un
par de patarranas. Ninguna cosa es nueva, a no ser los muchachos
mismos que las cargan, que las tiran al agua. Sus gestos al
tirarlas
son habituales, exactos, vigorosos, de algún modo rebosantes de
gracia.
La
trusa de un muchacho, del más fino, ofrece desafiante el pesado
racimo genital. Otro tiene ojos claros, bajo el arco tendido,
perfecto,
de las cejas. El tercero, un mulato, luce como fundido en una
sola
pieza de bronce reluciente.
Ya
se tiran al agua, ya se alejan. No sé, no sabré
nunca,
cuál ha sido la vida que han llevado, qué vida
llevarán
cuando salgan del agua. Pero el mar y los gestos precisos de la
pesca
los invisten, en este mediodía, de una inocencia
inmemorial.
Pienso,
mientras miro alejarse a los muchachos por las olas antiguas, en unos
vasos
rebosantes de gracia. En ánforas. En
cálices.
En los tres ángeles de oro que bendicen un cáliz,
pintados
por Rubliov.
Así
pudieron ser esos varones a los que Lot dio albergue. Una carne
de
bronce, unas cejas como un arco tendido, ofrecidas las frutas del
amor.
Intocables, lejanos, sin embargo. Protegidos, como por una torre
transparente, por la inocencia precisa de los gestos que se hacen junto
al mar, arrojando una escopeta al agua.
Poemas
no recogidos en libro:
ESCRITO
EN EL CREPÚSCULO
Y
las sombras son largas, son qué largas,
Tendidas
a secar en el crepúsculo,
Y
como el té se van volviendo amargas
Igualando
lo inmenso y lo minúsculo.
El
oro en sombra ya la luz disuelve.
(Kagé
en nipón significa ambas cosas,
Oscuridad
y luz.) La noche vuelve.
Apenas
su perfume son las rosas.
Como
cada momento que nos toca,
Cada
placer y cada desconsuelo,
Es
fugaz el crepúsculo y eterno.
Y
acaba el oro, y comienza la loca
Danza
de las estrellas por el cielo,
Y
alza la luna su mudable cuerno.
LIEBESTOD
Perdonen
si no canto en alemán,
Porque
una situación tan elevada
No
se da su lugar si no es cantada
En
una lengua fina, y con champán.
Yo
soy Isolda: Isolda Valdés.
Muero
de amor porque a Tristán González
Le
han dao tres puñalás, y se le sales
La
sangre toda, y ha estirado el piés.
¡Se
me ha muerto mi macho, Dios bendito!
¡Ay,
llévame contigo, papacito!
Sin
ti tengo fatiga y tengo frío.
Por
ti dejé yo al bueno de tu tío.
¡Arayé!
¡Qué dolor! ¡Qué desespero!
Ay
que me muero, papi, que me muero.
TOMORROW
AND TOMORROW
Macbeth, V, 4.
Mañana,
y mañana, ay, y mañana,
Y
de nuevo mañana persiguiendo
Otro
mañana, y otro, y sigo viendo
Un
mañana, un mañana, y un mañana.
En
vano espero desde mi ventana
Mirar
que el bosque venga ya subiendo;
Quiero
morir, peor aún sigo viviendo;
Quiere
perder mi brazo, y siempre gana.
La
vida es sólo un cuento de camino
Lleno
de estruendo y furia y blablablá
Que
narra un tonto y nada significa,
Una
sombra que pasa, y es la mímica
De
un actor que recita y que se irá:
Estar
atado a ella es mi destino.
Sad-ismo
o la triste pureza de los escribanos erotómanos
por
Germán Guerra
El ojo insaciable del lector se convierte en pura metáfora,
tropología
del silencio, a la hora de hablar de lectores de poesía.
El
proceso/ciclo de la creación poética —escritor, libro,
lector;
relación
que
desde los prismas de la postmodernidad sería explicada por medio
de la interacción entre el objeto u obra de arte y el mercado—
ha
degenerado en un fenómeno de autofagia poética.
Nosotros,
poetas, nos leemos y nos devoramos a nosotros mismos, nos cantamos y
contamos,
nos celebramos y nos publicamos a nosotros mismos; los viejos bardos
que
rodaban de pueblo en pueblo diciéndonos cantares ya se han
muerto
también en la memoria para que sigamos hoy, a pierna suelta,
alimentando
los silencios que sostienen y engordan la mafia francmasónica
del
electrónico reptil llamado e-mail. Nosotros, poetas, que
no
vendemos porque la poesía no es filmable, seguiremos sin rostro
frente a nuestros lectores naturales mientras ellos (los lectores)
seguirán
sudando sus emociones con los siempre renovados versos de
Bécquer,
Buesa y Neruda; nada más
fortificante
y feliz que el “Puedo escribir los versos más tristes esta
noche”.
En el número 10 de la revista Encuentro de la Cultura Cubana,
allá por el otoño de 1998, Antonio José Ponte nos
entregó una breve reseña donde comentaba los dos primeros
libros que el poeta Néstor Díaz de Villegas había
dado a la imprenta y al insaciable ojo del lector.
Los dos libros en cuestión, cuelgan en sus portadas los
enigmáticos
títulos de Vicio de Miami y Anarquía en
Disneylandia.
Citar unas palabras de aquel Ponte del siglo pasado nos pondrá
con
nuevos pulmones en el camino de la reflexión y el abismamiento
sobre
estos sádicos sonetos que hoy ocupan otra entrega de La
Habana
Elegante. Nos dijo entonces Ponte:
Es tan raro encontrar un buen sonetista, extrañísimo
venir
a encontrárselo en Miami.(...) El soneto es una forma
teológica.
Se hace preciso alzar, con cada uno, un dios a quien ofrendarlo.
Un dios, un concepto.(...) Que esta ciudad, la maldición y
la alegría de vivir en ella, pueda ser expresada en sonetos,
resulta
sorprendente. Aunque tal vez sea necesario lo estricto de una
forma
para expresar un caos,(...) Quien hizo estos sonetos parece haber
cruzado el sexo comprado, la droga..., y se habrá
inmiscuido.
Dejar que la novelería del lector imagine sus antros
personales.
Una demonología literaria cubana tiene que contar a
Néstor
Díaz de Villegas entre los suyos (Capítulo de
endemoniados
geométricos, con capacidad para pensar el soneto). Como
antes
Casal y luego Sarduy, (...) trae una modernidad, nuevas confusiones al
soneto escrito en Cuba, Miami o La Habana.
Luego del vicio y la anarquía, el poeta volvió a su
andadura
con la fuerza de un ciclón que regresa (un viejo comunista de mi
pueblo, amigo de la casa, me mostró un día su
papelería
y entre los tesoros más preciados descubrí una
página
de un Granma de los 60 con un mapa marcando el recorrido del
ciclón
Flora y una nota al pie definiendo que el regreso del meteoro
había
sido una maniobra de la CIA), dos nuevos libros se sumarían a su
bibliografía para ponerlo definitivamente entre los pocos
elegidos,
elegidos y diseccionados por algunos críticos que han quemado
sus
horas de sueño para descubrir y nombrar a “los escritores
malditos
de Miami”. A ese sueño perdido por los críticos
(¿Sueño
de crítico perdido?) debería agregársele —sin
tonos
de refutación, sobre todo porque
los
nombres, los sufrimientos y los suicidios son reales, y poniendo a un
lado
las tautologías de la definición— el hecho de que todo
proyecto
real de escritura termina hurgando en las calamidades y oscuridades del
hombre, y que por tanto es natural ese regodeo con las maldiciones
todas,
las del alma y las de la sangre. Como nota final a este
párrafo
ciclónico, un verso de Félix Lizárraga: “La
dicha no se escribe, nos basta con danzarla”.
Los dos últimos libros cuelgan en sus portadas los
enigmáticos
títulos de Héroes y Confesiones del
estrangulador
de Flagler Street. En el libro de los héroes el verso
logra escapar de las jaulas de la métrica para que el poeta nos
pueda contar, con voz pausada, sobre las jaulas de la historia, nuestra
más reciente historia. Desde sus propias experiencias del
presidio político a la edad de 18 años, Néstor nos
regala una galería de fantasmagóricos retratos de
victimas
y victimarios, nos pone en el oído y en el pecho a la Cuba
telúrica
que nos duele hondo, en lo nublado de este tiempo y nos alerta de
futuros.
El estrangulador, en una nueva versión de Jack pero esta vez
finisecular
y sagüesero, violó y destripó a ocho putas de calle
ocho hasta que la eficiencia policial rompió la cadena de
muertes
cuando la novena puta pudo gritar auxilios y socorros y fue escuchada
por
un borracho del amanecer. El poeta, que en esos días
también
había sido asaltado por una fiebre de creación,
desaparecía
largas horas nocturnas y regresaba sin coartada y sin testigos de
viaje,
mientras seguían apareciendo putas desolladas sobre los contenes
de la espera. El libro que resultó de esa época de
parto y donde Díaz de Villegas vuelve a empuñar las armas
de doblegar la métrica para darnos diamantes de
palabras,
puede figurar en la primera página de la demonología
pontiana,
y más allá de clasificaciones temáticas,
quedarán
unos excelentes sonetos, textos de obligada lectura para todo hacedor
de
esta literatura cubana e hispanoamericana que habitamos.
A finales del pasado año, creo que fue un lunes de noviembre,
nos
cruzamos tempranas llamadas telefónicas al aparecer en la prensa
local el nombre del estrangulador, se anunciaba el inicio y final de un
juicio sentencioso y en nosotros el alivio de no tener que cargar otra
sospecha.
Hoy deambulamos Por el camino de Sade, otro poemario hinchado
de
sonetos que todavía no ha sido golpeado por la imprenta, pero
que
enseña un par de uñas y un colmillo en estas
páginas
electrónicas. Oficio, oficio y perfección formal
para
venir a decirnos todo lo que pensamos sin tener la lengua y el coraje
de
ponerlo en blanco y negro: magníficas clavadas por el culo,
viejos
pajeros, dramaturgos, tetas embarradas de sangre y de saliva, toda
revolución
y la pinga de un obrero. Sade es el pretexto y el camino para que
el poeta vuelva a llenar la tendedera de demonios y nos recuerde que la
santidad es pura utopía, para demostrarnos el poder erotizante
de
ciertos endecasílabos bien hilvanados sobre las heridas abiertas
del tiempo que habitamos.
No alcanzan, no encuentro los halagos ni la palabra precisa que pueda
definir,
como un disparo, a este hombre sereno como el pan que comparten los
amigos
mientras escribe sobre la piel de otro demonio, y hago silencio y
develo
su lengua.
Abandonar
Miami fue como irme definitivamente
por
Carlos Espinosa Domínguez, Miami
Con la publicación, en 1997, de Vicio de Miami,
Néstor
Díaz de Villegas inició una recreación
poética
de esta ciudad tan vilipendiada en la que él, sin embargo,
encontraba
“suficiente encanto
como para ocupar el resto de mis días cantándola”. Vino
después
Confesiones
del estrangulador de Flagler Street (1998), sin dudas su mejor
poemario,
en el que la vida de un balsero se entrecruza con la de una prostituta
norteamericana a la que termina asesinando salvajemente. Díaz de
Villegas se aparta del Miami más folclórico y
turístico
y se sumerge en su lado más marginal y sórdido, en unos
círculos
infernales que hasta entonces nadie había explorado. Con su
poesía,
la literatura escrita fuera de la Isla, que a menudo peca de demasiado
apacible y monótona, recibió una frescura, un desparpajo
y un tono trasgresor que, tras la muerte de Reinaldo Arenas, se echaba
de menos. Mas he aquí que hace varios meses, para sorpresa de
muchos,
Néstor Díaz de Villegas abandonó Miami y se
radicó
en Los Ángeles. ¿Supone eso que una etapa de su labor
creativa
ha concluido y comienza otra nueva? Demos la palabra al propio escritor
para que nos comente las razones del cambio.
Con tu cambio de domicilio a Los Ángeles, has dejado a Miami sin
uno de sus mejores cronistas. ¿Echas de menos a la ciudad a la
que
has dedicado tantos poemas?
Viví veintiún años en Miami. Me establecí
en
esa ciudad fluvial en 1979, luego de pasar cinco años en las
prisión
de Ariza. El Altísimo, ¡bendito sea su nombre!, me
permitió
sobrevivir a la Revolución y a la Plaga y me ofreció
allí
un albergue donde escribir mis libros. Conocí otra Miami –la del
Parque de las Palomas y la de “Trece Botones”– que nada tiene que ver
con
ésta de hoy. Después de tantos años de ser una
presencia
en sus calles me reconocen lo mismo en Vietnam que en Ponce de
León.
Con el paso del tiempo hasta llegué a disfrutar de cierta
celebridad
de pacotilla entre los delincuentes y entre los diletantes por igual.
Ya
era hora de move on. Abandonar Miami fue como irme definitivamente de
Cuba.
En cuanto a Los Ángeles, ¿crees que será capaz de
inspirarte como antes lo hizo Miami? ¿Qué rasgos
diferencian
a ambas ciudades?
Los Ángeles es una ciudad melancólica. Miami tiene la
energía
neurálgica del crack. Cuando me proyectaba hacia el oeste en el
ómnibus de Grayhound, hicimos una escala técnica en el
Valle
de los molinos de viento. En el televisorcito de una cantina
desértica
estaban pasando ese episodio de I Love Lucy en el que Ricky
Ricardo
canta California here I come. Entendí que California era
la tierra de Amadís de Gaula, que penetraba un territorio
sagrado
para la literatura y para el cinemascope. Ya tenía el tema de mi
próximo libro.
Recuerdo que poco antes de irte a Los Ángeles te referiste con
mucho
entusiasmo a un libro sobre el Marqués de Sade que acababas de
terminar.
¿Quieres hablarme acerca de ese libro?
Donatien Alphonse François, Marquis de Sade, fue el gran poeta
de
la Revolución y el dramaturgo más importante
después
de Calderón y Shakespeare. El bardo dijo: Life's but a tale
told
by an idiot, pero el divino Marqués encarnó a ese
idiota
y lo representó en un manicomio napoleónico.
Sufrió
en la Bastilla una condena igual que la de Segismundo. Se me
ocurrió
entonces que Sade era el personaje idóneo para construir una
secuencia
de sonetos donde pudiera retomar mis temas favoritos: la
Revolución,
el libertinaje, el relajo con orden, el gran teatro del mundo, el
eterno
retorno de lo mismo.
Y una última pregunta: ¿en qué proyecto literario
trabajas en la actualidad?
Actualmente escribo una noveleta: Café Neuralgia.
Encuentro,
23 de julio del 2001
El
marqués de Flagler
1
Un
bardo de pelucas empolvadas,
un
sabio que no tiene quien le escriba,
se
tira en el camastro, bocarriba,
y
sueña con magníficas clavadas.
Lo
viene a despertar la comitiva
de
doctores y locos. Vienen hadas
madrinas
con las tetas embarradas
de
sangre, de alcanfor y de saliva.
La
gran Revolución lo ha traicionado.
La
misma Libertad que el libertino
soñó,
fornicadora del Estado,
lo
acusa de Burlón y de Asesino
y
lo hace proclamar lo que ha callado:
la
República atroz de su destino.
2
Meticulosamente
construido,
casi
por un milagro de la Ciencia,
el
Château de Sillìng es la paciencia
hecha
torre en la roca y hecha nido.
Un
castillo enclavado en la conciencia
–y
escalar es, tal vez, acto fallido,
un
descenso a las cumbres del olvido–
donde
no llega chusma o diligencia.
El
Duque ya quemó todos los puentes
y
el mulo busca ahora un precipicio
donde
ensayar precisos accidentes.
¡Oh
puta, Libertad, madre del vicio!
Tus
frígidos, fanáticos valientes,
¿qué
saben del poder del artificio?
3
El
Arte es el peor degenerado:
y
en los planos creados en la mente
hay
un ritmo interior. El inconsciente
inspecciona
el recinto decorado.
Escenógrafo
tan inteligente
visualiza
el peligro del pecado
y
lo encierra en un circo diseñado
con
verdadero espíritu docente.
El
que sufre: no es un enamorado
y
tampoco es un dios precisamente;
es
el mismo Teatro insuficiente
que
se viste de honor, horrorizado.
Y
el que inflinge dolor: no es nada menos
que
el autor de versículos obscenos.
4
El
Teatro es un sitio peligroso,
prostituye
a la vida y la duplica:
la
madera es un truco de formica,
los
espejos de un vidrio nebuloso.
No
se sabe quién es el que fornica,
¿la
mujer, los espejos o el esposo?
La
pared, ¿es letrina o calabozo?
Y
la puerta, ¿destina o comunica?
Los
actores: apenas un esbozo
contra
el telón que el cielo falsifica.
Y
la trama al revés se identifica
¿con
qué demiurgo todocaprichoso?
¿O
es un viejo pajero el taumaturgo
escondido
en la piel del dramaturgo?
5
En
la lengua un harén y en los capullos
–prepucios
deshojados a deshora–
una
gota de miel que se demora
abocada
a dramáticos embullos.
Con
la misma ansiedad que conmemora
su
début teatral –y hacerlos suyos
no
le basta– los mete en mil barullos:
pero
nunca ha gozado más que ahora.
La
lengua en su prisión “entre comillas”
–la
misma que por fin lo ha liberado–
no
espera ya de utópicas Bastillas
la
Libertad, ni el Verbo equivocado.
¿Se
pueden comparar las maravillas
de
Mirabeau a un culo destronado?
6
Si
ya el padre de Sade es el profeta
del
Marqués que vendrá, las Tullerías
en
el Jardín de impuras fantasías,
nos
deja ver su erótica silueta.
Jardín
de maricones y de espías,
aquí
viene a buscar quien se la meta
el
soldado, el actor y el proxeneta:
aparecen,
por fin, los policías.
En
el acta final irrepetibles
palabras
y sinuosas alusiones
al
miembro en sus sinónimos posibles
tratan
de complicar bajas pasiones
en
las que, a todas luces, más terribles,
son
vanas (muy humanas) ilusiones.
7
El
buscón de la calle Trocadero
sale
al Prado a fletear en guayabera:
si
el divino Marqués no lo escribiera
se
podría olvidar, como un bolero.
En
la antigua Ciudad, como cualquiera
que
aspire a un despotismo duradero,
se
ríe con la chusma, prisionero
él
mismo de la edad que destruyera.
Toda
revolución comienza en cero.
La
vida criminal es siempre austera.
Admira
el fanatismo, desde afuera.
Suspira
ante la pinga de un obrero.
Ni
el encuentro casual, ni el sincretismo:
¡el
eterno retorno de lo mismo!
8
“…Entonces,
me cogían por el culo”.
Sade
quiso dejar bien claro esto:
que
es un placer buscado y deshonesto,
no
sin cierto tortuoso disimulo.
Tiene
que estar el círculo dispuesto
y,
en la medida del pecado, nulo.
Por
refrán popular trocado en mulo
aquel
que pudo ser, por fin, depuesto.
Encuentra
el miembro varonil su casa
entrando
a la gandinga deseada:
el
eslabón perdido de la raza.
Está
la situación justificada
cuando
el miedo, simétrico, rebasa
las
mil prohibiciones de la Nada.
9
En
la raíz del árbol Reyes magos
y
en las ramas doradas los sonetos
de
Petrarca y de Laura –vericuetos
de
la sangre, heráldicos amagos–
lo
harán sentir impulsos obsoletos
hacia
una edad de eunucos y de esclavos:
tan
ridículos son decimoctavos
sobrinos
como góticos biznietos.
Escondido
en los vicios de la prosa
hay
un sabor a cosas consabidas
que
descubre su antigüedad dudosa.
Será
de antepasados, de otras vidas,
–condenado
a investirse en una diosa–
que
heredara el blasón y las heridas.
10
El
vicio anuncia las revoluciones,
se
deja ver en la pederastía,
vulgar
preludio de otra sinfonía
heroica:
tales son sus condiciones
preliminares.
Tal es la agonía
de
un mundo que desmiente sus ficciones
para
buscar, despierto, sensaciones
dolorosas
que antes no sentía.
Toda
ciudad conserva en sus rincones
la
marca de esa antigua rebeldía,
la
prueba de que ya la conocía
antes
de arder en cívicas pasiones.
Así
por el camino de Sodoma
el
mismo caminante llega a Roma.
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