Julián
del Casal: su "misteriosa cola de pez"
Notas acerca
de una sorprendente co-incidencia
para armando valdés,
en cualquier café de París
por
Francisco Morán
Georgetown
University
para
armando valdés
I
La influencia que los cuadros del pintor simbolista francés Gustave
Moreau ejercieran -- a través de la novela A Rebours, de
Joris K. Huysmans -- en la obra poética de Casal, es algo tan estudiado
y discutido, que no debe extrañarnos que el ensayo de José
Lezama Lima sobre el poeta cubano comience abordando, justamente, el problema
de las influencias. En efecto, no sólo se han subrayado hasta
el cansancio las influencias de Baudelaire y de Moreau en Casal, sino que
no pocas veces - para no decir que casi siempre -- las críticas
más acerbas que se le han hecho, han tenido que ver con acusaciones
de galicismo mental, cuando no de exotismo.1
Por esta razón, uno de los epicentros
fundamentales de la lectura lezamania de Casal insiste es la necesidad
de revertir el viaje de las influencias. Y esto es así hasta el
punto de que, en su conocida "Oda a Julián del Casal", Lezama rectifica
el viaje de la crítica al emprenderlo en sentido contrario: "Las
formas en que utilizaste tus disfraces, / hubieran logrado influenciar
a Baudelaire" (1992 314), le dice. Más aún: "Ninguna
estrofa de Baudelaire / puede igualar el sonido de tu tos alegre"(317).
Esto no significa que Lezama creyera a Casal superior a Baudelaire como
poeta, sino que considera que la afirmación de la inferioridad de
Casal con relación a Baudelaire - o de su superioridad con relación
a León Dierx, a quien sin embargo imita -- es de "escaso valor simbólico"
(1988 182).
Siguiendo el análisis de Lezama quisiera detenerme -- aún
cuando ello pueda llevarnos algún tiempo -- en la estrategia crítica
que, consecuentemente, nos sugiere. Curiosamente, esas sugerencias
apenas han sido desempolvadas, tomadas en cuenta, revisadas por la crítica
latinoamericanista, quizá por desconfianza hacia un camino que hace
énfasis en la poesía. Lezama comienza señalando
que "nuestra historia poética" ha luchado "contra dos enemigos".
El primero de ellos sería la visión provinciana -- "rastrera"
la llama -- que "se solaza con cualquier fragmento, por interesado desconocimiento
de la esencial verdadera fuente". Ese desconocimiento de la fuente
del texto americano, es decir, de su problemático origen, sólo
estaría interesado en la autenticidad, y especificidad de
lo americano. El segundo enemigo avanza en dirección
opuesta. Se trata -- nos dice Lezama -- de la actitud "pesarosa de
antítesis, enamorada de las grandes teorías, de vastos puntos
de vista" que -- y lo que sigue es sumamente importante -- "ha visto en
lo nuestro poético o una camisa rellena de paja o un bulto de arena
donde cualquier esgrima puede ensayarse". Allí donde la crítica
ofrece un "regalado desdén" frente a la insuficiencia del texto
americano -- con relación al modelo europeo --, Lezama nos convoca
a "buscar otro acercamiento", otro camino2
que exige "entrecerrar los ojos", una mirada diferente. Adviértase
que esa mirada funciona en y desde un peculiar sentido de la distancia
que busca, a un tiempo, el alejamiento de y el encarnizamiento3
en su objeto. Una mirada así exige fijeza, de ahí la
metáfora de la "cacería inmóvil"(1988 181).
Lo que inmoviliza, y al mismo tiempo pone en movimiento la mirada, es la
pasión del cazador que vigila, con la respiración en vilo,
el momento del disparo. Insistente, el ojo provoca la dilatación,
las herviduras del texto. Aquí, "creador, creado, desaparecen
fundidos" en una especie de -- nos dice Lezama -- "doctrina de la participación".
Llegados a este punto, toma cuerpo la intención descolonizadora:
"Una
cultura asimilada o desasimilada por otra no es una comodidad, nadie la
ha regalado, sino un hecho doloroso, igualmente creador, creado"(182).
Para
ilustrar mejor estas reflexiones, Lezama alude al libro de contabilidad
en que el padre de Casal -- ex-condueño de los ingenios "Guamuticas"
y "Panchita" -- llevaba las estadísticas de producción de
las cajas de azúcar, así como de la manutención de
los esclavos. Cuando sobreviene la ruina y esos libros se vuelven
inútiles, Casal toma uno de ellos y -- sobre las páginas
que ahora registran una economía destruída, un vacío
que, a su vez, es también el testimonio de un "lleno" -- el sufrimiento
mismo del esclavo -- comienza a pegar sobre ellas poemas y recortes de
periódicos sobre los temas y asuntos más variados.
Esta falta de discriminación, de jerarquización estética,
lleva a Casal a interesarse lo mismo en Rimbaud4
que en el cubano Joaquín Lorenzo Luaces, de quien escoge su soneto
"Erígone". Pero Lezama comprende ese interés a partir
del "parnasianismo inocente de los sonetos de Luaces". De este modo,
hay un hilo que une el gusto de Casal por "la pintura histórica
y Los trofeos con Luaces, y esto, a su vez, nos dice Lezama, permite
"rehallar el hilo de la tradición".
No obstante, "la rugosidad mate y el hielo frito de Luaces dista mucho
[...], de aquellos otros sonetos de Casal, con más misteriosa cola
de pez y una voluptuosidad más universal y exquisita". cuando
Lezama desplaza el problema de las "influencias", y lo sitúa, no
ya en el análisis de un texto, sino en el proceso total de la formación
del escritor -- es decir, en la biografía -- se adelanta a la sugerencia
de Harold Bloom de considerar el "ciclo de vida del poeta como poeta"(16)
(el énfasis es mío). Pero en esta red de fluencias y con-fluencias,
lo verdaderamente importante es la relación dialéctica, agónica
-- recuérdese que Lezama había hablado de dolor --, y no
obstante productiva, entre la sed y el agua -- a la que "concurren animales
diferentes, de distinto peso, pero unidos, intensificados en un impulso
por romper con su inmovilidad, el cristal, la red también"(183).
Al postular este movimiento crítico, basado en la memoria, y que
Lezama llama "potencia de razonamiento reminiscente" en tanto "supone una
materia hostil, una resistencia"(183), se llega entonces a lo que la crítica
debe evitar a toda costa, esto es, a acogerse:
"a
un desteñido complejo inferior, que se derivaría de meras
comprobaciones, influencias o prioridades, convirtiendo miserablemente
a los epígonos americanos, en meros testimonios de ajenos nacimientos"(184).
Tal
"complejo inferior" ha hecho que caigamos:
"en
lo cuantitativo de las influencias, superficial delicia de nuestros críticos,
que prescinden del misterio del eco"(185).
Lo que está en juego aquí, lo que se reivindica es, pues,
"el misterio del eco". El "eco" ya no es mera copia -- buena o mala
-- de una voz "originaria"; su "misterio" reside en la intensidad con que
convoca y recibe otros ecos. Ése es, repetimos, su "misterio"
y su "originalidad". Como afirma Bloom, "las influencias poéticas
no tienen por qué hacer que los poetas se vuelvan menos originales,
ya que frecuentemente los vuelven más originales, aun cuando no
necesariamente mejores"(13 14). Porque el ser "buen" o "mal" poeta
no depende de lo recibido, sino de lo procesado, de lo que ese difícil
y doloroso proceso de producción nos regala. Y eso es algo
que depende de las propias facultades, de la afinación interna del
proceso de producción. Después de todo, los llamados
poetas "fuertes" no hacen otra cosa que "malas interpretaciones mutuas"
(13). Ahora bien, hay un punto básico -- y definitorio desde
el punto de vista epistemológico -- en que Lezama se separa de Bloom.
Éste considera todavía la existencia de un "Origen" -- Shakespeare
-- que no participa de la "angustia de la influencia", porque pertenece
"a la era de los gigantes de antes del diluvio"(19). Shakespeare
es más que un poeta "fuerte": es "el" poeta fuerte5.
Contrario a lo que sostiene Bloom, Lezama setencia con su terca voz asmática:
"Si alguien nos recuerda que nuestros estilos / están ya recordados"(1992
147), le diremos "que la primera flauta se hizo de una rama robada"(150).
II
Cuando Casal escribió su poema "El poeta y la sirena"(1881), no
había entrado en contacto con la obra de Gustave Moreau puesto que
la novela A Rebours no aparece hasta 1884. La descripción
del cuadro "Salomé", de Moreau, que aparece en la novela, fue --
como ya se sabe -- el disparador del interés de Casal por la obra
del pintor, y con quien llegó a mantener correspondencia.
Curiosamente, el título del poema de Casal adelanta el de una de
las obras de Moreau: "La sirène et le poète" (1895).
Más de diez años separan al poema de Casal de la pintura
de Moreau. Esperanza Figueroa, que fue -- hasta donde sabemos --
la primera en observar esa coincidencia, apunta:
"....
faltaban muchos años para que el poeta cubano conociera las obras
del pintor francés Gustave Moreau, que inspiraría los preciosos
sonetos de Mi Museo Ideal en 1892. Un año después
de la muerte de Casal la fábrica de Gobelinos de Francia contrató
a Moreau para que dibujara los cartones de un tapiz denominado El poeta
y la sirena. Prueba rotunda de que Casal era un legítimo y
avanzado intérprete de las corrientes artísticas de su tiempo,
un escritor cosmopolita que podía predecir y adelantarse a las fórmulas
expresivas del arte nuevo"(26).
Basarnos en la simple coincidencia de los títulos para hacer de
Casal un profeta o un vidente "de las corrientes artísticas de su
tiempo", es, quizá, llevar las cosas demasiado lejos. Lo más
importante es que este poema esboza una atmósfera típica
de las de Moureau, y que fueron también -- no hay que olvidarlo
-- del modern style y del modernismo. En "El poeta y la sirena"
encontramos el territorio fronterizo entre agua y tierra, tan caro a la
pupila simbolista de Moreau: "En la margen de un lago bullicioso / Alza
el poeta su inspirado acento". Discurso marginal, producido, enunciado
en "la margen", en la peligrosa intersección de la tierra y el agua.
Allí donde el agua se enloda, se ensucia, y donde la consistencia
de la tierra se vuelve precaria. Margen que anuncia el fango, la
suciedad y la contaminación. Y, también, la disolución
de las fronteras: de lo puro y de lo impuro, de lo masculino y de lo femenino,
de la tierra y del agua, de la superficie y del fondo. Eso explica,
por ejemplo, que el poema comienza teniendo al crepúsculo -- borroso
y ambiguo -- por marco:
Coronada de vivos resplandores
Luce
la tarde en el azul del cielo,
Va
tendiendo la noche su ancho velo
Y
en el Ocaso se sepulta el Sol.
El paisaje velado, casi siempre circundado de rocas, en el que los elementos
parecen confundirse en una sutil transparencia; el ambiente mitológico,
pagano, todo esto que es una constante en el arte de Moreau, está
ya sugerido en el poema de Casal. Debemos recordar que la vegetación
se enreda y -- literalmente -- cuelga en sus cuadros. Los colores
de la vegetación y de la noche -- o de la tarde -- se con-funden
y crean la sensación de que lo que estamos viendo es un cuerpo único
en constante mutación: la mujer en hombre, en noche, en árbol,
en joya, en columna, en ruina. Pero pudiéramos tomar cualquiera
de estos elementos y construir una cadena semejante, porque en la pintura
de Moreau el verdadero valor simbólico, más que en un cuerpo,
o en los cuerpos, parece estar en las misteriosas correspondencias que
se dan entre los elementos del cuadro. En esta dirección iba
también Casal, en 1881, cuando probablemente aún no había
escuchado el nombre de Moreau6.
Tenemos dos versiones de la obra de Moreau. En ambas resulta significativo
la horrible mirada de la
mujer-sirena, su gesto imperativo, en contraste con la languidez y ensoñación
del poeta. En el poema de Casal hallamos una similar lectura. La
mujer, trasmutada en "sirena" -- ella misma un ambiguo producto: ni mujer
ni pez -- intenta "seducir" al poeta y lo invita a sus "palacios de perlas
y corales". Aunque ya en la tercera estrofa del poema se nos dice
que "alza un poeta su inspirado acento", en realidad esa voz es marginada:
la que escuchamos es la de la "sirena", o sea, la voz de la seducción.
Pero sucede que en este canje constante, y dilusión de identidades,
la "seducción" no llama a las voluptuosidades de la caricia, ni
a la cópula carnal, sino a la muerte y a la destrucción.
"El poeta y la sirena" es la escenificación de un impulso suicida.
Este "impulso" se nos muestra en un desdoblamiento del self: poeta-sirena.
Recordemos que, como la sirena, también el poeta produce "un seductor
cantar"; y que, como la sirena, también
el poeta es mitad pez y mitad mujer; y que, como ella, puede habitar las
profundidades marinas de la muerte, y también en las superficies
urbanas de los bazares y las tiendas. La "sirena" -- como también
intuye Moreau -- es una máscara de ese self que, escuchando
la seducción destructiva de su propio canto, intenta exorcizarlo
allí donde único le es dado hacerlo: en los precarios márgenes
de la tierra; allí donde su propia imagen, al reflejarse en las
veleidosas aguas del deseo, muestra una peligrosa cola de sirena.
Ya Lezama nos había hablado de la "misteriosa cola de pez" de los
sonetos de Casal. Él es, en verdad, el "poeta" y la "sirena".
Casal no se adelanta a Moreau, porque todo esto, y más, ya estaba
en la pintura que nuestro poeta no conocía. Pero tampoco es
cierto que Casal haya tomado nada prestado del pintor francés.
Casal se interesa en él porque descubre que tenía algo que
era tan "suyo" como del propio Casal. Lo que hace Casal es un simple
trabajo de recuperación; le reclama a Moreau lo suyo. Con esto,
desde luego, no pretendemos negar el don, el regalo que para él
significó el arte de Moreau: don, regalo, pero también restitución
en ese espacio donde, como decía Lezama, "creador" y "creado" se
confunden. Sobre todo porque cada creador -- sin excepción
-- es la creación de sí mismo, y de otro. No hay gigantes
de "antes del diluvio" que hayan escapado a ese complejo intercambio de
regalos y de violencia.
El
poeta y la sirena
A
mi buen amigo Carlos Noreña
Coronada de vivos resplandores
Luce
la tarde en el azul del cielo,
Va
tendiendo la noche su ancho velo
Y
en el Ocaso se sepulta el Sol.
Su
veste de esmeraldas pliega el césped,
Su
cáliz las galanas florecillas,
Y
truecan las celestes nubecillas
En
armiño su bello tornasol.
La nacarada estrella de la tarde
Su
Iuz, vertiendo, plácida y serena,
Semeja
una purísima azucena
Sobre
un manto de grana y de zafir,
Como
virgen que oculta sus hechizos
Bajo
el cendal flotante de una nube,
Así
la Luna, majestuosa sube,
Bañada
de alabastro hacia el cenit.
En un océano de plateadas luces
Flotan
el monte, el valle y la pradera,
Y
esparce la brillante primavera
De
sus flores la esencia virginal.
En
la margen de un lago bullicioso
Alza
un poeta su inspirado acento,
Que
se pierde en las ráfagas del viento,
O
del lago en el límpido cristal.
Surge de entre las ondas azuladas
Una
deidad risueña y misteriosa,
De
frescos labios de color de rosa
Y
un seno de marfil, encantador.
Su
lúcido cabello de azabache
Rueda
sobre sus hombros de alabastro,
Tienen
sus ojos el fulgor de un astro
Y
el fuego centelleante del amor.
Su breve pie de nacarado esmalte
Cubren
sandalias de zafir hermoso,
Orna
con cintas de color azul
Lleva
en sus manos una lira de oro
Con
cuerdas de diamante decorada,
Y
el eco seductor de su trovada
Vuela
a las nubes del celeste tul.
El genio misterioso de la noche
Las
estrellas de mágicos fulgores,
Los
silfos bellos y lucientes flores
En
torno suyo se les ve girar.
Tendida
entre la espuma cristalina,
Con
halagüeña inspiración secreta,
Dirige
el melancólico poeta
Este
armonioso y seductor cantar:
– Tú creas en la noche fantásticas visiones
Radiantes
de pureza, de gloria y de esplendor,
Pero
tus gratos sueños se alejan y evaporan
Dejándote
tan sólo recuerdos de dolor.
Aquí bajo esta espuma de armónicos rumores
Habito
yo un palacio de perlas y coral;
Mi
lecho forman rosas del valle más ameno,
De
fúlgidos colores, de esencia virginal.
Las sílfides y ondinas que moran en el lago
Me
cantan en la noche, sublime trovador,
Y
a su argentino acento y al rayo de la Luna,
Apuro
deleitosa la esencia del amor.
Suspende esos cantares al céfiro del valle
Que
juega entre los lirios del plácido jardín,
O
a la gentil violeta, o a la doncella pura
De
Labios sonrosados y aliento de jazmín.
La vida tiene encantos, poeta de los sueños;
La
gloria sólo ofrece martirios y dolor:
¡Oh!,
ven a mis palacios de perlas y corales
Para
apurar beodos la esencia del amor.–
.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
–
¡Cesa: le dijo, un eco de los montes
Con
voz de trueno asolador, profundo;
–
Tú simbolizas el error del mundo
Y
el poeta la luz de la verdad.
Despareció
la maga entre la espuma
Exánime,
sin vida y sin aliento;
Alzó
el poeta su inspirado acento
Y
el eco resonó en la eternidad.
Notas
1
Podemos citar numerosos ejemplos, pero aquí sólo queremos
mencionar la observación de Rubén Darío en el sentido
de que Casal "en nuestras letras españolas, es un ser exótico",
añadiendo que éste había nacido "allí, en las
Antillas, como Leconte de Lisle en la isla de Borbón y la emperatriz
Josefina en la Martinica", concluyendo que "¡[l]a casualidad tiene
sus ocurrencias". Carta a Enrique Hernández Miyares, publicada
en La Habana Elegante el 17 de junio de 1894. Reproducido
en el libro de José María Monner Sans: Julián del
Casal y el modernismo hispanoamericano. Resulta, cuando menos sorprendente,
ver a Darío separando hábilmente a Casal de "nuestras letras
españolas". El nicaragüense sabía muy bien qué
se traía entre manos. El adjetivo "españolas" -- llamado
a tiempo, e inteligentemente combinado con el pronombre separador "nuestras"--
contribuye a marginar a Casal del ámbito americano.
2
El ensayo de Lezama, incluido en Analecta del Reloj, 1941, es interesante
porque adelanta, de alguna manera, un reclamo que comenzó siendo
político y se ha desplazado al de la crítica literaria: el
imperativo de encontrar una tercera vía, o un tercer espacio.
3
Uso "encarnizamiento" en el sentido de en-carnar, hacerse carne, con-fundirse
con su objeto.
4
Según Lezama, en el libro "hay un fragmento de Rimbaud". Tuve
la oportunidad, en varias de las sucesivas visitas que hice a casa de Carmen
Peláez -- sobrina del poeta y guardiana de sus pertenencias, o de
lo que nos queda de ellas -- de revisar ese libro. Busqué
ansiosamente ese "fragmento", pero nunca lo vi. En cambio, si vi
el soneto de Luaces. Esto, desde luego, no significa que Lezama lo
haya inventado. Vi el libro unas décadas después de
que lo viera Lezama, y es muy posible que ya le faltaran páginas.
Recuerdo que el deterioro que ya exhibía era verdaderamente notable.
5
Bloom también sostiene la preeminencia absoluta de Shakespeare en
El
canon occidental.
6
Por una carta suya, sabemos que Casal había incluso pensado en estudiar
pintura: "Cuando descanse, me entregaré a la pintura", le dice en
1891 a Esteban Borrero en una carta donde le habla de sus planes futuros.
Prosas III. Edición del Centenario. La Habana: Consejo
Nacional de Cultura, 1964. p. 86.
Obras
citadas
Bloom,
Harold. La angustia de las influencias. Caracas: Monte
Ávila, 1991.
Casal,
Julián del. "Cartas a don Esteban Borrero Echeverría".
Prosas III. Edición del Centenario. La
Habana: Consejo Nacional de Cultura, 1964.
Casal,
Julián del. "El poeta y la sirena". Poesías
completas y pequeños poemas en prosa en orden cronológico.
Edic. crítica de Esperanza Figueroa. Miami: Universal, 1993.
Lezama
Lima, José. "Julián del Casal". Confluencias.
La Habana: Letras Cubanas, 1988.
________________
"Oda a Julián del Casal". Poesía. Madrid:
Cátedra, 1992.
________________
"Pensamientos en La Habana". Idem.
Monner
Sans, José María. "Julián del Casal". Julián
del Casal y el modernismo hispanoamericano. México: Colegio
de México, 1952.
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