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     En su homenaje a Pablo Neruda con motivo de su Centenario, La Habana Elegante ofrece a sus lectores la versión íntegra de la carta de los cubanos y la valoración que de la misma hizo el propio Neruda en sus memorias Confieso que he vivido. Ese pasaje lleva igualmente por título: La carta de los cubanos. También, en la página La azotea de Reina incluimos una selección de poemas del poeta chileno.
     Los homenajes a Pablo Neruda que han tenido lugar, aunque muchas veces recogieron memorias y recuerdos (por ejemplo, la evocación de la visita del poeta a La Habana que, en sucesivas entregas, publicó Angel Augier en el Granma) también evidenciaron, paradójicamente, una pérdida de la memoria histórica. Dado el tiempo transcurrido desde lo que Neruda mismo llamó en sus memorias "La carta de los cubanos", ¿por qué no volver, reexaminar ese momento, y reconocer -- cuando menos -- el craso error político y humano que significaron esas líneas, sin lugar a dudas infames? En lugar de eso, se ha recurrido a la política del avestruz: los sesenta no han sido prácticamente mencionados. Es como si nunca hubiera pasado nada. Así, por ejemplo, véase la edición no.160 (29 mayo -- 4 de junio) de La Jiribilla. En "Un recuerdo de Neruda en La Habana", la escritura de Cintio Vitier se nos escabulle por entre los parques habaneros para, en síntesis, no decir nada: "En los álamos y framboyanes de los parques de La Habana que Fina, Bella, Eliseo y yo paseábamos hasta el golpe de la mayor espuma y el más íntimo infinito, entronizada estaba su palabra hirviente ya, y helándose ya, para entrar en el territorio de Residencia en la tierra, el único continente creado por los escombros del mundo."
     El único escritor que entra directamente en las memorias de Neruda -- Confieso que he vivido -- es el holguinero Manuel García Verdecia, y basta leer el título de su artículo "Confieso que he vivido: fuego y sombra de una poética" para comprender que su única intención era, otra vez, escamotearnos esas memorias. Al igual que Vitier -- pero con menos gracias, por supuesto -- Verdecia nos lleva a unas "memorias" donde todo es verde, lleno de arbolitos: "Al examinar estas confesiones en busca de elementos que propicien una mejor comprensión de la poesía de Neruda notamos la tenaz preponderancia del entorno natural. La naturaleza es una presencia inclusiva, dinámica, inteligente, a lo largo de su vida. No puede ser casual que las memorias arranquen por el bosque chileno."
     Sólo nos encontramos una mención a la carta espinosa y la hace, no un escritor del patio, sino "de afuera": Claude Couffon (escritor francés). Al respecto, dice Couffon:

En nuestras conversaciones algunos temas, como el de Cuba, se repetían con una obsesionante intensidad. En junio de l966 había viajado a los Estados Unidos como invitado de honor al Congreso del Pen Club Internacional, reuniéndose allí con Arthur Miller, Ernesto Sabato, Victoria Ocampo y Carlos Fuentes.  A su regreso a Chile, tuvo conocimiento de la carta abierta, ampliamente difundida, en la cual los escritores cubanos le reprochaban su viaje acusándolo de sumisión a los Estados Unidos y de traición. Cinco años más tarde continuaba sin comprender lo que él consideraba un nauseabundo “montón de injurias”  hacia un amigo que desde sus comienzos había saludado y defendido la Revolución cubana. Tal vez se trataba de un error o de una desviación del comunismo internacional en crisis. Pero  la herida era profunda. Le hacía sufrir dolorosamente y sangró hasta el final.

    Resulta, entonces, inexplicable -- a la luz de la obsesión de Neruda -- la rapidez y comodidad con que Retamar parece dar por zanjado el asunto de la carta. Así, en su artículo "Carlos Fuentes: mentiras, ocultamientos, ¿deseo?", expresa:

Entre los textos provocados por los recientes acontecimientos en Cuba (textos lúcidos unos, equivocados o calumniosos otros), leí con desagrado, pero sin sorpresa, como ejemplo arquetípico de estos últimos, "Infidelidades", de Carlos Fuentes, aparecido a principios de abril en el periódico mexicano Reforma. Allí el prolífico escritor menciona lo que considera su relación personal con la revolución de Cuba y, después de más dislates que aciertos, concluye con gran originalidad, tras felicitar a Saramago por "pintar su raya", añadiendo: "Esta es la mía: contra Bush y contra Castro". Poco antes, había asegurado que mantiene la línea que se impuso desde que, en 1966, quien escribe este artículo (al que pretendió injuriar), "para hacer olvidar su pasado derechista", denunció a Pablo Neruda y a él "por asistir a un Congreso del PEN Club internacional" realizado en los Estados Unidos. Alude a la carta abierta que un cuantioso número de escritores cubanos enviamos al gran poeta Pablo Neruda y fue publicada originalmente el 31 de julio de 1966 en el periódico habanero Granma. Casi cuarenta años después, no puede juzgarse esa carta, tan poco leída hoy (donde se dice con claridad: "No se nos ocurriría censurar mecánicamente tu participación en el Congreso del Pen Club, del que podían derivarse conclusiones positivas; ni siquiera tu visita a los Estados Unidos, porque también de esa visita podían derivarse resultados positivos para dichas causas"), al margen de las discusiones políticas que entonces existían en el seno de la izquierda latinoamericana y de los cambios ocurridos desde aquella fecha. Es lo que, por ejemplo, ha hecho Volodia Teitelboim, con la autoridad que le dan su honradez, su militancia política, que fue la de Neruda, y su amistad fraternal con él. Fuentes, en cambio, permanece atado a las posiciones que mantenía en 1966, sobre las que volveré.

    No voy a detenerme en la supuesta solidez de ese "nosotros" que, según el testimonio de Neruda, parece haber sido fabricado y tramado desde arriba. Contrario a lo que dice Retamar, "cuarenta años después" sí se puede -- y aún se debe -- juzgar esa carta. ¿No obsesionó a Neruda esa acusación injusta, prácticamente hasta el instante mismo de su muerte? Y si la carta casi no se lee hoy, ¿a qué se debe esto? Además, ¿por qué Retamar escoge citar -- de una carta apenas leída hoy -- un par de líneas que -- resulta obvio -- no convencieron a Neruda, ni pueden convencer a nadie que sea un lector medianamente inteligente? Significativamente, al mencionar la "izquierda latinoamericana", Retamar sólo habla de "discusiones políticas" y vagamente de "
los cambios ocurridos desde aquella fecha". El comentario de Retamar, su maniobra camaleónica, no hace sino justificar el juicio de Neruda.
     Al recordar a Neruda, La Habana Elegante reproduce, íntegramente -- y a fin de que pueda ser leída hoy más ampliamente de lo que quisiera Retamar -- el texto de la carta que los escritores y artistas cubanos le enviaron a Neruda en 1966, y el pasaje de Confieso que he vivido en que Neruda comenta lo sucedido. Completamos esta entrega con selecciones de Macchu Picchu en la página La azotea de Reina (dedicada también al poeta chileno).

La Redacción


Carta de los escritores y artistas cubanos a Pablo Neruda

La Habana, 25 de julio de 1966

Año de la Solidaridad

Compañero Pablo :

Creemos deber nuestro darte a conocer la inquietud que ha causado en Cuba el uso que nuestros enemigos han hecho de recientes actividades tuyas. Insistiremos también en determinados aspectos de la política norteamericana que debemos combatir, para lo cual necesitamos contar con tu colaboración de gran poeta y revolucionario.

No se nos ocurriría censurar mecánicamente tu participación en el Congreso del Pen Club, del que podían derivarse conclusiones positivas; ni siquiera tu visita a los Estados Unidos, porque también de esa visita podían derivarse resultados positivos para nuestras causas. Pero ¿ha sido así? Antes de responder, convendría interrogarse sobre las razones que pueden haber movido a los Estados Unidos, tras veinte años de rechazo, a concederte visa. Algunos afirman que ello se debe a que se ha iniciado el fin de la llamada «Guerra fría». Sin embargo, ¿en qué otro momento de estos años, desde la guerra de Corea, un país socialista ha estado recibiendo la agresión física sistemática que padece hoy Viet-Nam? Los últimos golpes de Estado organizados con participación norteamericana en Indonesia, Ghana, Nigeria, Brasil, Argentina, ¿son la prueba de que hemos entrado en un período de armoniosa convivencia en el planeta? Nadie con decoro puede sostener este criterio. Si a pesar de esa situación los Estados Unidos otorgan ahora visas a determinados izquierdistas, ello tiene, pues, otras explicaciones: en unos casos, porque tales izquierdistas han dejado de serlo, y se han convertido, por el contrario, en diligentes colaboradores de la política norteamericana; en otros, en que sí se trata de hombres de izquierda (como es el caso tuyo, y el de algunos participantes más del congreso), porque los Estados Unidos esperan obtener beneficios de su presencia: por ejemplo, hacer creer, con ella, que la tensión ha aflojado; hacer olvidar los crímenes que perpetran en los tres continentes subdesarrollados (y los que están planeando cometer, como en Cuba); y sobre todo, neutralizar la oposición creciente a su política entre estudiantes e intelectuales no sólo latinoamericanos, sino de su propio país. Jean Paul Sartre rechazó, hace algún tiempo, una invitación a visitar los Estados Unidos, para impedir ser utilizado, y dar además una forma concreta a su repudio a la agresión norteamericana a Viet Nam. Aunque sabemos de tus declaraciones políticamente justas y de otras actividades positivas tuyas, existen razones para creer, Pablo, que eso es lo que ha querido hacerse, y se ha hecho, con tu reciente visita a Estados Unidos: utilizarla en favor de su política.

En ese órgano de propaganda imperialista que es Life en Español (título que es toda una definición: un verdadero programa), su colaborador Carlos Fuentes, cuya firma nos ha sorprendido allí, reseña el congreso a que asististe, bajo el título: «EL PEN: entierro de la guerra fría en literatura» (Agosto 1, 1966). Una de las figuras más destacadas de ese supuesto entierro, se dice, eres tú. De paso, nos enteramos también, gracias a ese artículo, de que la mesa redonda del grupo latinoamericano fue presidida por Emir Rodríuez Monegal, a quien Fuentes llama impertérrito «U Thant de la literatura hispanoamericana» y a quien con igual chatura metafórica, pero con más precisión, cabría llamar «Quisling de la literatura hispanoamericana». Como sabes, a Rodríguez Monegal le ha encomendado dirigir su nueva revista en español (después de fallecido Cuadernos) el Congreso por la libertad de la cultura, organismo financiado por la CIA, según informó el propio New York Times (edición internacional, 28 de abril de 1966).

Es inaceptable que entonemos loas a una supuesta coexistencia pacífica y hablemos del fin de la guerra fría en cualquier campo, en el mismo momento en que tropas norteamericanas, que acaban de agredir al Congo y a Santo Domingo, atacan salvajemente a Viet Nam y se preparan para hacerlo de nuevo en Cuba (directamente a través de sus cipayos latinoainericanos). Para nosotros, los latinoamericanos ; para nosotros, los hombres del tercer mundo, el camino hacia la verdadera coexistencia y la verdadera liquidación de la guerra (fría y caliente), pasa por las luchas de liberación nacional, pasa por las guerrillas, no por la imposible conciliación. Como la condición primera para coexistir es existir, la única coexistencia pacífica en la que podemos creer es la integral, de que habló en El Cairo el presidente Dorticós: la que garantizara no sólo que no cayeran bombas en New York y Moscú, sino tampoco en Hanoi ni en La Habana; la que permitiera la absoluta liberación de todos nuestros pueblos, los más pobres y numerosos de la tierra. «Aspiramos», como ha dicho Fidel, «a un mundo donde la igualdad de derechos prevalezca lo mismo para los grandes que para los pequeños». No somos demócratas cristianos, no somos reformistas, no somos avestruces. Somos revolucionarios. Creemos, con la Segunda Declaración de La Habana, que «el deber de un revolucionario es hacer la revolución», y que cumpliendo ese deber, y sólo así, nos será dable existir – y coexistir –, dar fin a todas las guerras.

No basta con denunciar verbalmente las agresiones más obvias: no basta con deplorar, por ejemplo, la criminal guerra de Viet Nam: ésta es sólo una forma, particularmente horrible, de la política yanqui. Otros pasos, previos, la han hecho posible. Hay que negarse también a respaldar esos pasos; y, llegado el caso, apoyar a quienes, frente a la violencia opresora, desencadenan la violencia revolucionaria.

La prueba de que los imperialistas norteamericanos entienden que tu viaje les ha sido ampliamente favorable, es el júbilo manifestado en torno a la visita por voceros norteamericanos como Life en Español y La Voz de los Estados Unidos de América. Si ellos sospecharan que tú habías servido con tu visita a la causa de los pueblos, ¿se hubieran regocijado igualmente? Por eso nos preocupa que hayan podido utilizarte de este modo. Que algunos calculadores se presten a ese papel, mediante prebendas directas o indirectas, es entristecedor, pero nada más. Pero que tú, grande de veras en la profunda y original tarea literaria, y grande en la postura política; que un hombre insospechable de cortejar tales prebendas, pueda ser utilizado para esos fines, lo creemos más que entristecedor: lo creemos grave, y consideramos nuestro deber de compañeros el señalártelo.

Pero si tu visita a los Estados Unidos fue utilizada en ese sentido, aunque cabría haber obtenido con ella otros resultados, ¿qué interpretación positiva puede dársele a tu aceptación de una condecoración impuesta por el gobierno peruano, y tu cordial almuerzo con el presidente Belaúnde?

¿Qué habrías pensado tú, Pablo, del escritor de nuestra América, de la figura política de nuestra América, que se hubiera prestado a que Gabriel González Videla lo condecorara, y que departiera cordialmente con él, mientras tú estabas en el exilio? ¿Hubieras creído que ello fortalecía los nexos entre Chile y el país de ese escritor? ¿Le hubieras concedido a Gabriel González Videla el honor de representar a Chile, mientras tú, por ser auténtico representante de tu pueblo, estabas desterrado? Por eso no te costará trabajo imaginar lo que en estos momentos piensan y sienten no sólo los desterrados, sino los guerrilleros que, en las montañas del Perú, luchan valientemente por la liberación de su país; los numerosos presos políticos que, por pensar como aquéllos, yacen en cárceles peruanas – algunos, como Héctor Béjar, muriendo lentamente; los que viven bajo la amenaza de la pena de muerte impuesta en su tierra a los que auxilien a los nuevos libertadores; los seguidores de Javier Heraud, Luis de la Puente, Guillermo Lobatón, cuya sangre se ha sumado a la de los mártires que tú cantaste en grandiosos poemas. ¿Aceptarán ellos que el gobierno de Belaúnde, al imponerte la medalla (a sugerencia de la organización que sea), ha podido hacerlo a nombre del Perú? No son esos gobernantes, con quienes almorzaste amigablemente, sino ellos, quienes ostentan la verdadera representación de Perú. Así como a Chile la representan los mineros asesinados, Recabarren, el Neruda que en el destierro nos dio el admirable Canto General, los grandes líderes populares de ese gran pueblo tuyo, y no González Videla y Freí. Este último ha sido escogido por los yanquis como cabeza del reformismo (hasta le dejan mantener relaciones con la URSS), del mismo modo que los gorilas del Brasil, y últimamente de Argentina son cabeza del militarismo: pero unos y otros, con distintos métodos, tienen un mismo fin: frenar o aplastar la lucha de liberación. No son Perú y Chile quienes fortalecen sus vínculos gracias a esos actos tuyos, sino Belaúnde y Frei: el imperialismo yanqui.

Porque es evidente, Pablo, que quienes se benefician con estas últimas actividades tuyas, no son los revolucionarios latinoamericanos; ni tampoco los negros norteamericanos, por ejemplo: sino quienes propugnan la más singular coexistencia, a espaldas de las masas de desposeídos, a espaldas de los luchadores. Es una coexistencia que se reserva para la pequeña burguesía reformista, los que quieren marxismo sin revolución, y los intelectuales y escritores latinoamericanos, negados hasta ahora, humillados, desconocidos y estafados. Los imperialistas han ideado una nueva manera de comprar esa materia prima de nuestro continente que es el intelectual. Transportada espléndidamente a los Estados Unidos, es devuelta a nuestros pueblos en forma de «intelectual-que-cree-en-la-revolución-hecha-con-la-buena-voluntad y-el-estímulo-del-State Department». La situación real de su país no ha cambiado: lo que ha cambiado es la ubicación del intelectual en la sociedad, o más bien su ubicación con respecto a la metrópoli.

Existe en América Latina un estado de violencia permanente que se manifiesta en constantes gorilazos, el más reciente de los cuales es el de Argentina, represión en Guatemala y Perú, carnicería sistemática en Colombia, masacre de manifestaciones obreras en Chile, «suicidios» de dirigentes guerrilleros en Venezuela, intervención armada en Santo Domingo, constante estado de amenaza a Cuba.

El intelectual latinoamericano regresa a su tierra y declara engolando la voz: «Ha comenzado la etapa de la coexistencia»... ¡No! Lo que ha comenzado es la etapa de la violencia, social y literaria, entre los pueblos y el imperio.

El pueblo sigue hambriento, asfixiado, aspirando a una igualdad social, a una educación, a un bienestar material y a una dignidad que no le dará ninguna declaración en Life. Se puede ir a Nueva York, desde luego, a Washington si es necesario, pero a luchar, a plantear las cosas en nuestros propios términos, porque ésta es nuestra hora y no podemos de ninguna manera renunciar a ella; no hablamos en nombre de un país ni de un círculo literario, hablamos en nombre de todos los pueblos de nuestra América, de todos los pueblos hambreados y humillados del mundo, en nombre de las dos terceras partes de la humaniclad. La «nueva izquierda» la «coexistencia literaria» – términos que inventan ahora los imperialistas y reformistas para sus propios intereses, como antes inventaron el de guerra fría para sus campañas de guerra no declarada contra las fuerzas del progreso – son nuevos instrumentos de dominación cíe nuestros pueblos.

De la misma manera que la Alianza para el Progreso no es más que el intento de neutralizar la revolución latinoamericana, la «nueva política cultural» de Estados Unidos hacia América Latina no es más que una forma de neutralizar a nuestros estudiantes, profesionales, escritores y artistas en nuestras luchas de liberación. Robert Kennedy lo admitió claramente en su discurso televisado el 12 de mayo pasado : «Se aproxima una revolución (en América Latina)... Se trata de una revolución que vendrá, querámoslo o no. Podemos afectar su carácter, pero no podemos alterar su condición de inevitable». ¿Qué lugar van a tomar nuestros estudiantes, profesionales, escritores y artistas en esa revolución cuya inevitabilidad subraya incluso el propio Kennedy? ¿El lugar de freno, de retaguardia acobardada y sumisa? ¿Está eso en la línea de Martí y Mariátegui, Mella y Ponce, Vallejo y Neruda? Kennedy propone, como primer «contra-veneno» a esa revolución, a la revolución real y revolucionaria – y citamos textualmente – : «El intercambio de intelectuales y estudiantes entre los Estados Unidos y América Latina».

Es un evidente programa de castración, que ha comenzado ya a realizarse. Pero ese «veneno» nuestro, esa violencia, es una violencia sagrada: tiene una justificación de siglos, la reclaman millones de muertos, de condenados y de desesperados, la amparan la furia y la esperanza de tres continentes; han sabido encarnarla entre nosotros Tupac Amaru y Toussaint Louverture, Bolívar y San Martín, O’Higgins y Sucre, Juárez y Maceo, Zapata y Sandino, Fidel Castro y Che Guevara, Camilo Torres y Fabricio Ojeda, Turcios y los numerosos guerrilleros esparcidos por América cuyos nombres aún no conocemos.

Queremos la revolución total: la que dé el poder al pueblo; la que modifique la estructura económica de nuestros países; la que los haga políticamente soberanos, la que signifique instrucción, alimento y justicia para todos; la que restaure nuestro orgullo de indios, negros y mestizos; la que se exprese en una cultura antiacadémica y perpetuamente inquieta: para realizar esa revolución total, contamos con nuestros mejores hombres de pensamiento y creación, desde México en el norte hasta Chile y Argentina en el sur.

Después de la Revolución cubana, los Estados Unidos comprenden que no se enfrentan a un continente de «latinos» ni de infrahombres: que se enfrentan a un continente que reclama su lugar con violencia y para ahora, como sus propios negros, los negros norteamericanos.  Después de la Revolución cubana, los Estados Unidos, de la misma manera que «descubrieron» que a nuestro continente le hacía falta la reforma agraria, «descubrieron» también que teníamos una literatura de verdad.  El último paso a ese descubrimiento lo han dado al proponer comprar (o al menos, neutralizar) a nuestros intelectuales, para que nuestros pueblos se queden, una vez más, sin voz.  Y ya eso no se trata de servirse de personajes desacreditados, como Arciniegas y compañía.  Quemaron a los liberales-conservadores, a los reaccionarios, a los agentes de la primera hornada.  Ahora tienen que hablar en términos de «izquierda» con hombres de «izquierda», porque si no fuera así no serían escuchados más que por los peores círculos reaccionarios.  Están a la búsqueda de quienes, pretendiendo hablar a nombre nuestro, presenten la revolución y la violencia como cosa de mal gusto.  Y encuentran, pagando su precio, a esos sensatos, a esos colaboracionistas, a esos traidores.

Nuestra misión, Pablo, no puede ser, de ninguna manera, prestarnos a hacerles el juego, sino desenmascararlos y atacarlos.

Tenemos que declarar en todo el continente un estado de alerta: alerta contra la nueva penetración imperialista en el campo de la cultura, contra los planes «Camelot», contra las becas que convierten a nuestros estudiantes en asalariados o simples agentes del imperialismo, contra ciertas tenebrosas «ayudas» a nuestras universidades, contra los ropajes que asuma el Congreso por la libertad de la cultura, contra revistas pagadas por la CIA, contra la conversión de nuestros escritores en simios de salón y comparsas de coloquios yanquis, contra las traducciones que, si pueden garantizar un lugar en los catálogos de las grandes editoriales, no puedan garantizar un lugar en la historia de nuestros pueblos ni en la historia de la humanidad.

Algunos de nosotros compartimos contigo los años hermosos y ásperos de España, otros, aprendimos en tus páginas cómo la mejor poesía puede servir a las mejores causas. Todos admiramos tu obra grande, orgullo de nuestra América.  Necesitamos saberte inequívocamente a nuestro lado en esta larga batalla que no concluirá sino con la liberación definitiva, con lo que nuestro Che Guevara llamó «la victoria siempre». Fraternalmente;

Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Juan Marinello Félix Pita Rodríguez, Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero, Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet, José Antonio Portuondo, Alfredo Guevara, Onelio Jorge Cardoso, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Samuel Feijoo, Pablo Armando Fernández, Heberto Padilla, Fayad Jamis, Jaime Sarusky, José Soler Puig, Dora Alonso, Regino Pedroso, José Zacarías Tallet, Angel Augier, Carlos Felipe, Abelardo Estorino, José Triana, Mirta Aguirre, Miguel Barnet, Jesús Díaz, Nicolás Dorr, César Leante, Antón Arrufat, Graziella Pogolotti, Rine Leal, José R. Brene, José Rodríguez Feo, Humberto Arenal, Salvador Bueno, Roberto Branly, Luis Suardíaz, César López, Raúl Aparicio, Euclides Vázquez Candela, Luis Marré, Ezequiel Vieta, Rafael Suárez Solís, Loló de la Torriente, Gumersindo Martínez Amengual, Aldo Menéndez, David Fernández, Manuel Díaz Martínez, Armando Álvarez Bravo, Renée Méndez Capote, Jesús Abascal, Gustavo Eguren, Víctor Agostini, Jesús Orta (Naborí), Francisco de Oraá, Noel Navarro, Oscar Hurtado, José Lorenzo Fuentes, Reynaldo González, Joaquín Santana, José Manuel Otero, Rafael Alcides Pérez, Alcides Iznaga, Mariano Rodríguez Herrera.

Martha Rojas, José Manuel Valdés Rodríguez, Ernesto García Alzola, Manuel Moreno Fraginals, Nancy Morejón, Santiago Alvarez, Fausto Canel, Roberto Fandiño, Miguel Fleitas, Jorge Fraga, Manuel Octavio Gómez, Sara Gómez, Sergio Giral, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Nicolás Guillén Landrián, Manuel Herrera, José Antonio Jorge, Luis López, José Massip, Eduardo Manet, Raúl Molina, Manuel Pérez, Rogelio París, Enrique Pineda Barnet, Rosina Pérez, Alberto Roldán, Alejandro Saderman, Humberto Solás, Miguel Torres, Harry Tanner, Oscar Valdés, Héctor Veitía, Pastor Vega, Santiago Villafuerte.

Juan Blanco, Gilberto Valdés, Manuel Duchesne, Edgardo Martín, Leo Brower, Nilo Rodríguez, Carlos Fariñas, Pablo Ruiz Castellanos, José Ardévol, Harold Gramatges, Ivette Hernández, César Pérez Sentenat, Zenaida Manfugás, Félix Guerrero, Pura Ortiz, Isaac Nicola, Jesús Ortega, Fabio Landa, Arturo Bonachea.

Mariano Rodríguez, Tomás Oliva, Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Carmelo González, Servando Cabrera Moreno, Sandú Darié, Lesbia Vent Dumois, Eduardo Abela Alonso, Umberto Peña, Salvador Corratgé, José Rosabal, Antonio Díaz Peláez, Rostgaard, Morante, Guerrero, Carruana, Félix Beltrán, Chago, Enrique Moret, Luis Alonso, Adigio Benítez, Orlando Yanes, Frémez, Marta Arjona, José Luis Posada, Nuez. *

* Esta carta abierta, suscrita por un grupo de intelectuales se publicó el domingo 31 de julio de 1966 en el periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. De inmediato recibió adhesiones de numerosos escritores y artistas de Cuba. Se publican las dadas a conocer hasta el 4 de agosto.

Tomado de: Revista Casa de las Américas, Año VI, sept-oct 1966
 

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