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Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos. Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.
He aquí una muestra (no hemos pretendido en modo alguno antologar) de la poesía republicana. Nos estamos refiriendo, naturalmente, a textos poéticos producidos durante el período de la república. Junto a algunos que han sido ampliamente reproducidos, el lector encontrará otros que no han corrido la misma suerte. Y basta de hablar, que "la memoria prepara su sorpresa".
SINFONÍA URBANA
2
ANDANTE
Se extingue lentamente la gran polifonía
que urdió la multiforme canción de la mañana,
y escúchase en la vasta quietud del mediodía
como el jadear enorme de la fatiga humana.
Solemnidad profunda, rara melancolía.
La capital se baña de lumbre meridiana,
y un rumor de colmena colosal se diría
que flota en la fecunda serenidad urbana.
Flamear de ropa blanca sobre las azoteas;
los largos pararrayos, las altas chimeneas,
adquieren en la sombra risibles proporciones;
el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes
y traza en las aceras siluetas de balcones
que duermen su modorra sobre los transeuntes.
Rubén Martínez Villena
JULIÁN DEL CASAL
Grave campanero, nocturno mastín funerario
que atisbas el Tránsito al brillo de tu lampadario,
y doblas tus dobles con lento ademán:
dime si la viste, y dime a qué oscura ribera
fué el dulce poeta precito en su marcha postrera,
Cerbero que espías a los que se van.
Aquel heresiarca fué todo de pétalo y cántico;
bardo decadente llevo un dulce nombre romántico;
cantó en loas del bien sonatillas del mal;
loco de tristeza gimió su pesar taciturno,
flamínea en su frente lívida luz de Saturno,
rapsoda del propio relato fatal.
Niño alucinado, previó que se iría temprano,
e indolentemente tendió hacia la sombra su mano,
cual vaso vacío del escanciador.
Murió para el gozo, que artero un callado verdugo
le puso en el vaso, tal como a los magos de Hugo,
perenne brevaje de angustia y rencor.
Le halló la alborada tallando en zafiro el espacio,
lanzando sus hojas marchitas al viento despacio,
puliendo en facetas su desilusión;
fogoso y doliente, con fuego y dolores del trópico,
torvo e intranquilo, debajo de su credo utópico
y con sed de vicios en el corazón.
Mas vino la tarde. Nevaba, y un lírico anhelo
llevóle a otra senda, bajo otro mirífico cielo,
sobre una gran cumbre de Serenidad.
Vio egregias visiones: a Saulo en el santo camino
y al bardo del Lacio, gozando su infausto destino,
con indefinible voluptuosidad.
Y al fin fué la noche. Satán murmuró su trisagio
y dijo el ritual. Baudelaire en monótono adagio
cantó las antífonas turbias del mal;
Volupta fué diosa; Tristeza fué goce y demencia;
fué cuerda quebrada de orgasmo y de luto Juvencia;
Saturno vertía su lumbre letal.
Abrióse una tumba. Cayó como cae una estrella
en el infinito, sin más oblación ni otra huella
que lívida estela de efímera luz.
Divino blasfemo para el que fué odiosa Natura,
no pudo ver en el mago Moriah donde halló sepultura
crecer una flor ni elevarse una cruz.
Grave campanero, nocturno mastín funerario
que atisbas el Tránsito al brillo de tu lampadario,
y doblas tus dobles con lento ademán;
dime si le viste, y dime a qué oscura ribera
fue el dulce poeta precito en su marcha postrera.
Cerbero que espías a los que se van.
José Manuel Poveda
ALEGORÍA DEL SIMBAD
ÍNTIMO
Hace ya largo tiempo que el soñador extraño
partió en su nave a vastas playas desconocidas;
era como un milagro sobre su boca el cántico
florecido en las densas inmensidades líquidas.
Y yo espero -- arúspice trémulo ante el misterio --,
interrogando el grave destino de las cosas,
ver regresar el íntimo Simbad de los ensueños,
la nave henchida de áureas riquezas ideo1ógicas.
Febril en las inmensas gemas de los crepúsculos,
las pupilas, colmadas de promesas magníficas,
tiendo hacia mis internos océanos profundos.
Pero sobre las anchas rutas desconocidas,
a ratos he sentido traerme el viento amargo,
no el canto del que vuelve triunfal de sus conquistas,
sino un clamor de sordas campanas de naufragio.
Regino Pedroso
No lloréis más, delfines
de la fuente ...
No lloréis más, delfines de la fuente
sobre la taza gris de piedra vieja.
No mojéis más del musgo la madeja
oscura, verdinosa y persistente.
Haced de cauda y cauda sonriente
la agraciada corola en que el sol deja
la última gota de su miel bermeja
cuando se acuesta herido en el poniente.
Dejad a los golosos pececillos
apresurar doradas cabriolas
o dibujar efímeros anillos.
Y a las estrellas reflejadas no las
borréis cuando traducen de los grillos
el coro en mudas luminosas violas.
Emilio Ballagas
BALADA DE LOS DOS
ABUELOS
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico,
las de mi blanco.
Africa de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
-- ¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
-- ¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro.
-- ¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Oh costas de cuello virgen,
engañadas de abalorios.
-- ¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
Oh puro sol repujado,
preso en el aro del Trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos...
¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
¿Sangre? Sangre. ~Llanto? Llanto.
Venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros!
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me grita,
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan,
y andan, andan.
Yo los junto.
-- ¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño
bajo las estrellas altas:
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan,
cantan... cantan... cantan...
Nicolás Guillén
LA ENREDADERA
En el áureo esplendor de la mañana,
viendo crecer la enredadera verde,
mi alegría no sabe lo que pierde
y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fuí una vez como ese pozo oscuro,
y fuí como la forma de esa nube,
como ese gajo verde que ahora sube
mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente,
y, en mi claro alborozo matutino,
yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente.
Pero la vida es una cosa vaga,
y el corazón va desconfiando de ella,
como cuando miramos una estrella,
sin saber si se enciende o si se apaga.
Mi corazón, en tránsito de fuego,
ardió de llama en llama, pero en vano,
porque fué un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego.
Y ahora estoy acodado en la ventana,
y mi dolor no sabe lo que pierde
ni mi alegría sabe lo que gana,
viendo crecer la enredadera verde
en el áureo esplendor de la mañana!
José Ángel Buesa
TODO PUEDE VENIR
Todo puede venir por los caminos
que apenas sospechamos.
Todo puede venir de dentro, sin palabras,
o desde fuera, ardiendo
y romperse en nosotros, inesperadamente,
o crecer, como crecen ciertas dichas,
sin que nadie lo escuche.
Y todo puede un día abrirse en nuestras manos
con risueña sorpresa
o con sorpresa amarga, desarmada, desnuda,
con lo triste de quien se ve de pronto
cara a cara a un espejo y no se reconoce
y se mira los ojos y los dedos
y busca su risa inútilmente.
Y es así. Todo puede llegar de la manera
más increíblemente avizorada,
más raramente lejos
y no llegar llegando y no marcharse
cuando ha quedado atrás y se ha perdido.
Y hay, para ese encuentro, que guardar amapolas,
un poco de piel dulce, de durazno o de niño,
limpia para el saludo.
Mirta Aguirre
UNA OSCURA PRADERA
ME CONVIDA
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
José Lezama Lima
SONETO
Marchan en fría fuga de figuras
-- río roto de estatuas y lamentos --
golpeándome el sueña con oscuras
manos de nubes y aguas de tormento.
Tormento sí, ceniza, que asegura
verdad de polvo y heno el fundamento
y entre olvidos de mármol, la hermosura,
lapidada pasión, función del viento.
Undía fuiste mantenida historia,
ofrecida en la espiga armonizada,
torre de música, frutada gloria
de memorables ángeles sesgada.
Mas fuiste, oh forma, forma transitoria,
y hoy sólo eres nieve serenada.
Ángel Gaztelu
SONETOS OSCUROS
I
Viene por ti la oscura, la intratable.
Una risa te ciñe a su dibujo
comenzado en la máscara. El influjo
sobre la ruina así. Gris miserable
en lo que se diluye. Y fin morado
tiñe la arena antigua. Era su lujo
mejor, su despedida. No condujo
el amarillo hueso al coronado
osario navegable. Río entrado
entre sus dedos. Y su cabellera
pasando a ojo al pez vertiginoso.
Y aún más oscuro, menos asomado
en la violenta luz de su gorguera.
Así se hundió en el agua. Era su modo.
II
Su modo oscuro impulsa la demencia.
La morada llovizna allá en la risa.
Tú ordenabas, sabías. La eminencia
siempre morada sobre tu camisa.
Mirada por tus ojos: tú sabías
el golpe que de pronto canoniza.
Obispo o perro, lento se desliza:
nadie sabe qué altar o qué jauría.
Después la testa sobre el terciopelo
pone su melodía en lo que avisa
a la bestia extendida. No desciende
el tiempo de la música, el desvelo
sonoro de la tela. Su camisa
testifica el desastre. Ella comprende.
Virgilio Piñera
SONETO A LAS PALOMAS
DE MI MADRE
A vosotras, palomas, hoy recuerdo
decorando el alero de mi casa.
Componéis el paisaje en que me pierdo
para habitar el tiempo que no pasa.
La más nívea de ustedes se posaba
a cada atardecer sobre un granado
y nevando en lo verde se quedaba
mientras pasase tarde por su lado.
Fuisteis la nieve alada y la ternura.
Lo que ahora. sois, oh nieve desleída,
levísimo recuerdo que procura
rescatar por vosotras mi otra vida,
es el pasado intacto en que perdura
el cielo de mi infancia destruída.
Gastón Baquero
VOY A NOMBRAR
LAS COSAS
Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.
Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.
Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.
Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.
Ni tu estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.
Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan, ya lunes, cabizbajos.
Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarlas de pronto con el alba.
Eliseo Diego
ISLA
Rodeada de mar por todas partes
soy isla asida al tallo de los vientos...
Nadie escucha mi voz si rezo o grito:
Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces,
morder mi cola en signo de Infinito.
Soy tierra desgajada... Hay momentos
en que el agua me ciega o acobarda,
en que el agua es la muerte donde floto...
Pero abierta a mareas y a ciclones,
hinco en el mar raíz de pecho roto.
Crezco del mar y muero de él... Me alzo
¡para volverme en nudos desatados...!
¡Me come un mar batido por las alas
de arcángeles cin cielo, naufragados!
Dulce María Loynaz
CASA MARINA
CASA marina, indiriscente tuve,
sienes tersas para la amiga linfa sigilosa
del aire en la ferviente galería,
su azuleante, vivaz, rizado colmo.
Con pulcro, translúcido redoble los cristales
se abrían festoneados de salinos envíos,
mojados del fresco encaje onírico asestado
por el mar en diálogo brioso.
Inmerso en isla extática y hialina.
Asistíame el recio maderamen
de sobrio azul con su estatura
de reposado nauta,
con tácita afición, mi deudo misterioso.
El componía lo interior, el vuelo
fiel de la luz atesorada
que umbroso tornasol era o ritual
recuento de las joyas de mi estirpe.
Casa cogida por el mar, poblada
de intrépidos tesoros de pausado rielar.
Dones sutiles, sigilosos rielaron en mis labios.
Absorto bebí, comprometido fantasioso oyendo
mi presteza en susurro de latente velamen.
Conchas los días de estable claridad oreada,
dulcemente veteados de próvidos rumores,
ágil trama de iris vibrátiles, llevábanme,
enunciados eran por la amistad del tiempo como un cálido
labio al oído enciende morosas maravillas.
Era el amable, solitario príncipe,
su dorado manto en taciturno oleaje,
era el ocio espaciándose para que yo lanzara
mi respuesta en enfático tejido cabrilleante.
Era mi reino que me aguarda
temblando de incorpórea lozanía,
preso en el timbre incierto de mis manos
conducidas a magra disidencia.
Cristalizado ya su esbelto desamparo,
su tersa llama en urna asordinada
donde sólo el color persiste y aletea,
carne evadida cuándo de mi carne.
Casa marina, reino de sal rielante tuve
y destronado fui mientras dormía.
Octavio Smith
PRIVILEGIO TRISTÍSIMO
Y ARDIENTE
Privilegio tristísimo y ardiente
de estar vivo, de ser sin ilusiones,
fríamente parciales de los dones
oscuros, de las tardes inclementes.
Qué me aferra a los últimos relentes
de mi día, oh amor sin ilusiones,
qué me arrastra a tus lúcidos rincones
con tal fría pasión indiferente.
Amor oscuro y fiero de mí misma,
inhumano y extraño que me hieres
con tu espada profunda y dividida.
Acaba de una vez, que ya hace frío,
y sollózame al fin qué es lo que quieres,
y contesta por Dios, quién soy, qué he sido.
Fina García Marruz
DESNUDO
Su cuerpo resonaba en el espejo
vertebrado en imágenes distantes:
uno y múltiple, espeso, de reflejo
reverso ahora de inmediato antes.
Entraba de anterior huida al dejo
de sí mismo, en retornos palpitantes,
retenido, disperso, al entrecejo
de dos voces, dos ojos, dos instantes.
Toda su ausencia estaba -- en su presencia --
dilatada hasta el próximo asidero
del comienzo inminente de otra ausencia:
rumbo intacto de espacio sin sendero
al inmóvil azar de su querencia,
¡estatua de su cuerpo venidero!
Mariano Brull
MARTIRIO DE
SAN SEBASTIÁN
Si, venid a mis brazos, palomitas de hierro;
palomitas de hierro, a mi vientre desnudo.
Qué dolor de caricias agudas.
Si, venid a morderme la sangre,
a este pecho, a estas piernas, a la ardiente mejilla.
Venid, que ya os recibe el alma entre los labios.
Sí, para que tengáis nido de carne
y semillas de huesos ateridos;
para que hundáis el pico rajo
en el haz de mis músculos.
Venid a mis ojos, que puedan ver la luz;
a mis manos, que toquen forma imperecedera;
a mis oídos, que se abran a las aéreas músicas;
a mi boca, que guste las mieles infinitas;
a mi nariz, para el perfume de las eternas rosas.
Venid, sí, duros ángeles de fuego,
pequeños querubines de alas tensas.
Sí, venid a soltarme las amarras
para lanzarme al viaje sin orillas.
¡Ay! qué acero feliz, qué piadoso martirio.
¡Ay! punta de coral, águila, lirio
de estremecidos pétalos. Si. Tengo
para vosotras, flechas, el corazón ardiente,
pulso de anhelo, sienes indefensas.
Venid, que está mi frente
ya limpia de metal para vuestra caricia.
Ya, qué río de tibias agujas celestiales.
Qué nieves me deslumbran el espíritu.
Venid. Una tan sólo de vosotras, palomas,
para que anide dentro de mi pecho
y me atraviese el alma con sus alas...
Señor, ya voy, por cauce de saetas.
Sólo una más, y quedaré dormido.
Este largo morir despedazado
cómo me ausenta del dolor. Ya apenas
el pico de estos buitres me lo siento.
Qué poco falta ya, Señor, para mirarte.
Y miraré con ojos que vencieron las flechas;
y escucharé tu voz con oídos eternos;
y al olor de tus rosas me estaré como en éxtasis;
y tocaré con manos que nutrieron estas fieras palomas,
y gustaré tus mieles con los labios del alma.
Ya voy, Señor. ¡Ay! qué sueño de soles,
qué camino de estrellas en mi sueño.
Ya sé que llega mi última paloma...
¡Ay! Ya está bien, Señor, que te la llevo
hundida en un rincón de las entrañas!
Eugenio Florit
ESTE RUMOR
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