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En mi jardín (no) pastan los héroes: Dossier-Homenaje a Heberto Padilla

Heberto Padilla (foto de juventud)     "El barco ebrio", dedicado a homenajes, a la conmemoración o a la celebración de aniversarios de la cultura cubana y universal, rinde un especial tributo a la memoria y a la obra del poeta Heberto Padilla.  Con ello, La Habana Elegante reafirma su compromiso con los valores más auténticos de la cultura y del espíritu de la isla.  Nuestra gratitud a los amigos Arístides Falcón y Pablo Medina que respondieron a nuestro llamado y enviaron sus colaboraciones y, muy especialmente, a Lourdes Gil, cuya ayuda ha sido indispensable para la realización de este homenaje. 
 
 

Documentos

                                                              I
 

Dictamen del jurado del concurso UNEAC, 1968

     Los miembros del jurado del género Poesía que hemos actuado en el concurso UNEAC de 1968, acordamos unánimente conceder el premio «Julián del Casal» al libro titulado Fuera del juego, de Heberto Padilla. Puesto que ningún otro libro, a nuestro juicio, tuvo méritos suficientes para disputarle el premio al que resultó vencedor, acordamos, además, no otorgar menciones honoríficas.
     Consideramos que, entre los libros que concursaron, Fuera del juego se destaca por su calidad formal y revela la presencia de un poeta en plena posesión de sus recursos expresivos.
     Por otra parte, en lo que respecta al contenido, hallamos en este libro una intensa mirada sobre problemas fundamentales de nuestra época y una actitud crítica ante la historia. Heberto Padilla se enfrenta con vehemencia a los mecanismos que mueven la sociedad contemporánea y su visión del hombre dentro de la historia es dramática y, por lo mismo, agónica (en el sentido que daba Unamuno a esta expresión, es decir, de lucha). Padilla reconoce que, en el seno de los conflictos a que los somete el poeta, el hombre actual tiene que situarse, adoptar una actitud, contraer un compromiso ideológico y vital al mismo tiempo, y en Fuera del juego se sitúa del lado de la Revolución, se compromete con la Revolución y adopta la actitud que es esencial al poeta y al revolucionario; la del inconforme, la del que aspira a más porque su deseo lo lanza más allá de la realidad vigente.
     Aquellos poemas, cuatro o cinco a lo sumo, que fueron objetados, habían sido publicados en prestigiosas revistas cubanas del actual momento revolucionario. Así por ejemplo, el poema En tiempos difíciles había sido publicado en la revista Casa de las Américas, bajo el rótulo «Veinte poemas hablan desde la Revolución», sin que en el momento de su publicación se engendrara ningún comentario desfavorable. Otros poemas habían sido publicados en la revista del Consejo Nacional de Cultura y de la UNEAC así como en revistas extranjeras que muestran un apasionado entusiasmo por nuestra Revolución.
     La fuerza y lo que le da sentido revolucionario a este libro es, precisamente, el hecho de no ser apologético, sino crítico, polémico y estar esencialmente vinculado a la idea de la Revolución como la única solución posible para los problemas que obsesionan a su autor, que son los de la época que nos ha tocado vivir.

J. M. COHEN, CÉSAR CALVO, JOSÉ LEZAMA LIMA, JOSÉ Z. TALLET, MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
 
 
 

                                                           II

Declaración de la UNEAC acerca de los premios otorgados a Heberto Padilla en Poesía y Antón Arrufat en Teatro (fragmentos)*

15 de noviembre de 1968

     El día 28 de octubre de este año se reunieron en sesión conjunta el comité director de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y los jurados extranjeros y nacionales designados por ella en el concurso literario que, como en años anteriores, tuvo lugar en éste. El fin de dicha reunión era el de examinar juntos los premios otorgados a dos obras: en poesía, la titulada "Fuera del juego", de Heberto Padilla, y en teatro, "Los siete contra Tebas", de Antón Arrufat. Ambas ofrecían puntos conflictivos en un orden político, los cuales no habían sido tomados en consideración al dictarse el fallo, según el parecer del comité director de la Unión. Luego de un amplísimo debate, que duró varias horas, en el que cada asistente se expresó con entera independencia, se tomaron los siguientes acuerdos, por unanimidad:

1. Publicar las obras premiadas de Heberto Padilla en poesía y Antón Arrufat en teatro.
2. El comité director insertará una nota en ambos libros expresando su desacuerdo con los mismos por entender que son ideológicamente contrarios a nuestra Revolución.
3. Se incluirán los votos de los jurados sobre las obras discutidas, así como la expresión de las discrepancias mantenidas por algunos de dichos jurados con el comité ejecutivo de la UNEAC.

     En cumplimiento, pues, de lo anterior, el comité director de la UNEAC hace constatar por este medio su total desacuerdo con los premios concedidos a las obras de poesía y teatro que, con sus portada de la edición conmemorativa de Fuera del Juego (Universal, 1998)autores, han sido mencionados al comienzo de este escrito. La dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento de los principios que informan nuestra Revolución, uno de los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados o abiertos como -- y son los más peligrosos -- de aquellos otros que utilizan medios más arteros y sutiles para actuar.
     El IV Concurso Literario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, tuvo lugar en momentos en que alcanzaban en nuestro país singular intensidad ciertos fenómenos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda revolución social profunda. Corrientes de ideas, posiciones y actitudes cuya raíz se nutre siempre de la sociedad abolida por la Revolución, se desarrollaron y crecieron, plegándose sutilmente a los cambios y variaciones que imponía un proceso revolucionario sin acomodamientos ni transigencias.
     El respeto de la revolución cubana por la libertad de expresión, demostrable en los hechos, no puede ser puesto en duda. Y la Unión de Escritores y Artistas, considerando que aquellos fenómenos desaparecerían progresivamente, barridos por un desarrollo económico y social que se reflejaría en la superestructura, autorizó la publicación en sus ediciones de textos literarios cuya ideología, en la superficie o subyacente, andaba a veces muy lejos o se enfrentaba a los fines de nuestra revolución.
     Esa tolerancia que buscaba la unión de todos los creadores literarios y artísticos, fue al parecer interpretada como un signo de debilidad favorable a la intensificación de una lucha cuyo objetivo último no podía ser otro que el intento de socavar la indestructible firmeza ideológica de los revolucionarios.
     En los últimos meses hemos publicado varios libros, en los que en dimensión mayor o menor y por caminos diversos, se perseguía idéntico fin. Era evidente que la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta comienza a ser libertad para la expresión contrarrevolucionaria, estaba siendo considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas, producto siempre del abandono de los principios. Y esta interpretación es inadmisible, ya que nadie ignora, en Cuba o fuera de ella que la característica más profunda y más hermosa de la revolución cubana, es precisamente su respeto y su irrenunciable fidelidad a los principios que son raíz profunda de su vida.
     Como dijimos en dos de los seis géneros literarios concursantes, Poesía y Teatro, la Dirección de la Unión encontró que los premios habían recaído en obras construidas sobre elementos ideológicos francamente opuestos al pensamiento de la Revolución.
     En el caso del libro de poesía, desde su título: "Fuera del juego", juzgado dentro del contexto general de la obra, deja explícita la autoexclusión de su autor de la vida cubana.
     Padilla mantiene en sus páginas una ambigüedad mediante la cual pretende situar, en ocasiones, su discurso en otra latitud. A veces es una dedicatoria a un poeta griego, a veces una alusión a otro país. Gracias a este expediente demasiado burdo cualquier descripción que siga no es aplicable a Cuba, y las comparaciones sólo podrán establecerse en la "conciencia sucia" del que haga los paralelos. Es un recurso utilizado en la lucha revolucionaria que el autor quiere aplicar ahora precisamente contra las fuerzas revolucionarias. Exonerado de sospechas, Padilla puede lanzarse a atacar la revolución amparado en una referencia geográfica. 
     Aparte de la ambigüedad ya mencionada, el autor mantiene dos actitudes básicas: una criticista y otra antihistórica. Su criticismo se ejerce desde un distanciamiento que no es el compromiso activo que caracteriza a los revolucionarios. Este criticismo se ejerce además prescindiendo de todo juicio de valor sobre los objetivos finales de la Revolución y efectuando transposiciones de problemas que no encajan dentro de nuestra realidad. Su antihistoricismo se expresa por medio de la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución.
    En estos textos se realiza una defensa del individualismo frente a las necesidades de una sociedad que construye el futuro y significa una resistencia del hombre a convertirse en combustible social. Cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos quien desmembra al individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana de hoy, el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad. Esta defensa del aislamiento equivale a una resistencia a entregarse en los objetivos comunes, además de ser una defensa de superadas concepciones de la ideología liberal burguesa.
     Sin embargo para el que permanece al margen de la sociedad, fuera del juego, Padilla reserva sus homenajes. Dentro de la concepción general de este libro el que acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna. En la conciencia de Padilla, el revolucionario baila como le piden que sea el baile y asiente incesantemente a todo lo que le ordenan, es el acomodado, el conformista que habla de los milagros que ocurren. Padilla, por otra parte, resucita el viejo temor orteguiano de las "minorías selectas" a ser sobrepasadas por una masividad en creciente desarrollo. Esto tiene, llevado a sus naturales consecuencias, un nombre en la nomenclatura política: fascismo.

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......... Resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre sea encasillada en acusaciones como "el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche", el terror que no puede ocultarse en el viento de la torre Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta "culto en los más oscuros crímenes de Stalin", los cincuenta años que constituyen un "círculo vicioso de lucha y de terror", el millón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera.
     Si en definitiva en el proceso de la revolución soviética se cometieron errores, no es menos cierto que los logros -- no mencionados en "El abedul de hierro" --, son más numerosos, y que resulta francamente chocante que a los revolucionarios bolcheviques, hombres de pureza intachable, verdaderos poetas de la transformación social, se les sitúe con falta de objetividad histórica, irrespetuosidad hacia sus actos y desconsideración de sus sacrificios.
     Sobre los demás poemas y sobre estos mencionados, dejemos el juicio definitivo a la conciencia revolucionaria del lector que sabrá captar qué mensaje se oculta entre tantas sugerencias, alusiones, rodeos, ambigüedades e insinuaciones.
     Igualmente entendemos nuestro deber señalar que estimamos una falta de ética matizada de oportunismo que el autor en un texto publicado hace algunos meses, acusara a la UNEAC con calificativos denigrantes, y que en un breve lapso y sin que mediara una rectificación se sometiera al fallo de un concurso que esta institución convoca.
     También entendemos como una adhesión al enemigo, la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Revolución.
     En última instancia concurren en el autor de este libro todo un conjunto de actitudes, opiniones, comentarios y provocaciones que lo caracterizan y sitúan políticamente en términos acordes a los criterios aquí expresados por la UNEAC, hechos que no eran del conocimiento de todos los jurados y que alargarían innecesariamente este prólogo de ser expuestos aquí.
     En cuanto a la obra de Antón Arrufat, "Los siete contra Tebas", no es preciso ser un lector extremadamente suspicaz, para establecer aproximaciones más o menos sutiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria. Es por esos caminos como se identifica a la "ciudad sitiada" de esta versión de Esquilo con la "isla cautiva" de que hablara John F. Kennedy. Todos los elementos que el imperialismo yanqui quisiera que fuesen realidades cubanas, están en esta obra, desde el pueblo aterrado ante el invasor que se acerca (los mercenarios de Playa Girón estaban convencidos que iban a encontrar ese terror popular abriéndoles todos los caminos), hasta la angustia por la guerra que los habitantes de la ciudad (el Coro), describen como la suma del horror posible, dándonos implícito el pensamiento de que lo mejor sería evitar ese horror de una lucha fratricida, de una guerra entre hermanos. Aquí también hay una realidad fingida: los que abandonan su patria y van a guarecerse en la casa de los enemigos, a conspirar contra ella y prepararse para atacarla, dejan de ser hermanos para convertirse en traidores. Sobre el turbio fondo de un pueblo aterrado,Etéocles y Polinice dialogan a un mismo nivel de fraterna dignidad.
     Ahora bien: ¿a quién o a quiénes sirven estos libros? ¿Sirven a nuestra revolución, calumniada en esa forma, herida a traición por tales medios?
     Evidentemente, no. Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba. Prueba de ello son los comentarios que esta situación está mereciendo de cierta prensa yanqui y europea occidental, y la defensa, abierta unas veces y "entreabierta" otras, que en esa prensa ha comenzado a suscitar. Está "en el juego", no fuera de él, ya lo sabemos, pero es útil repetirlo, es necesario no olvidarlo.
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     En resumen: la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados.
     Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o encubiertos y por nuestros amigos confundidos, como un signo de endurecimiento. Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la Revolución, porque significa su profundización y su fortalecimiento al plantear abiertamente la lucha ideológica.

COMITÉ DIRECTOR DE LA UNIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS DE CUBA

La Habana, 15 de noviembre de 1968
"Año del Guerrilero Heroico"

Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.

* Como puede apreciar el lector, esta declaración está acompañada de algunos comentarios (en negrita) que nos envió nuestra amiga Lengua Lisa. La redacción de La Habana Elegante no se hace responsable de los mismos.
 
 
 

                                                                III

Intervención de Heberto Padilla en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el martes 27 de abril de 1971 (fragmentos)

Padilla, arrestado el 20 de marzo de 1971, fue puesto en libertad el martes 27 de abril en las primeras horas de la madrugada. Esa misma noche, ante una reunión de la UNEAC, pronunció la "autocrítica-confesión" de la que bastan unos fragmentos para tener una idea de las monstruosas presiones que se ejercieron sobre él y, al mismo tiempo, de la ironía con que, en ese mismo momento, desenmascaró los manejos stalinistas de su interrogatorio a que lo sometieron "la Dirección de la Revolución" (véase el artículo de Reinaldo Arenas, reproducido en esta misma página) y los "compañeros" de la Seguridad del Estado.

     Compañeros, desde anoche a las doce y media, más o menos, la Dirección de la Revolución me puso en libertad, me ha dado la oportunidad de dirigirme a mis amigos y compañeros escritores sobre una serie de aspectos a los que seguidamente yo me voy a referir.
     Yo quiero aclarar que esta reunión, que esta conversación, es una solicitud mía. Que esta reunión ustedes saben perfectamente que la Revolución no tiene que imponérsela a nadie. Yo hice un escrito y yo lo presenté a la Dirección de nuestro Gobierno Revolucionario, yo planteé la necesidad de explicar una serie de puntos de vistas míos, de actividades y actitudes mías, delante de ustedes que son mis compañeros, porque creo que la experiencia mía puede tener algún valor, yo diría que un interesante, un ejemplar valor para muchos de mis amigos y de mis compañeros.
     Ustedes saben perfectamente que desde el pasado 20 de marzo yo estaba detenido por la Seguridad del Estado de nuestro país. Estaba detenido por contrarrevolucionario. Por muy grave y por muy impresionante que pueda resultar esta acusación, esa acusación estaba fundamentada por una serie de actividades, por una serie de críticas... Críticas -- que es una palabra a la que quise habituarme en contacto con los compañeros de Seguridad -- no es la palabra que cuadra a mi actitud, sino por una serie de injurias y difamaciones a la Revolución que constituyen y constituirán siempre mi vergüenza frente a esta Revolución. Yo he tenido muchos días para reflexionar, en Seguridad del Estado. Yo quiero decirles a ustedes algunas cosas sobre mi actitud que muchos de ustedes pueden sentirse sorprendidos de oírme no porque muchos de ustedes las ignorasen, sino porque muchos de ustedes pueden creer que sea yo capaz de reconocerlas en público. Es decir, no es tanto el hecho de mis actitudes, de mis actividades, como mi disposición a hablar de ellas lo que puede constituir una sorpresa.
     Yo he cometido muchos errores, errores realmente imperdonables, realmente censurables, realmente incalificables. Y yo me siento verdaderamente ligero, verdaderamente feliz después de toda esta experiencia que he tenido, de poder reiniciar mi vida con el espíritu con que quiero reiniciarla.
     Yo pedí esta reunión, y yo no me cansaré nunca de aclarar que la pedí, porque yo sé que si alguien hay suspicaz es un artista y un escritor. Y no en Cuba solamente, sino en muchos sitios del mundo. Y si he venido a improvisarla y no a escribirla -- y estas noticias no significan absolutamente nada, estas noticias son siempre la cobardía del que cree que va a olvidar un dato --, si he venido a improvisarla es precisamente por la confianza que la Revolución tiene, durante todas las conversaciones que hemos tenido durante estos días pasados, de que yo voy a decir la verdad. Una verdad que realmente me costó trabajo llegar a aceptar -- debo decirlo --, porque yo siempre preferí mis justificaciones, mis evasivas, porque yo siempre encontraba una justificación a una serie de posiciones que realmente dañaban a la Revolución.
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.............. Porque el error de muchos escritores es creerse como un desafecto vulgar, como un contrarrevolucionario eso; no de todos, afortunadamente, porque hay excepciones honrosas que afortunadamente han llevado adelante la posición moral de nuestros escritores, pero sí de muchos, y yo diría que de la mayoría de nuestros escritores y de nuestros artistas.
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     Yo, compañeros, como he dicho antes, he cometido errores imperdonables. Yo he difamado, he injuriado constantemente a la Revolución, con cubanos y extranjeros. Yo he llegado sumamente lejos en mis errores y en mis actividades contrarrevolucionarias -- no se le puede andar con rodeos a las palabras --. Yo, cuando fui a Seguridad, sobre todo tenía la tendencia a tenerle miedo a esa palabra, como si esa palabra no tuviese una carga muy clara y un valor muy específico, ¿no? Es decir, contrarrevolucionario es el hombre que actúa contra la Revolución, que la daña. Y yo actuaba y yo dañaba a la Revolución. A mí me preocupaba más mi importancia intelectual y literaria que la importancia de la Revolución. Y debo decirlo así.
     En el año 1966, cuando yo regresé de Europa a Cuba, yo puedo calificar ese regreso como la marca de mi resentimiento. [..................] Lo primero que yo hice fue atacar a Lisandro. Le dije horrores a Lisandro Otero. ¿Y a quién defendí yo? Yo defendí a Guillermo Cabrera Infante. ¿Y quién era Guillermo Cabrera Infante, que todos nosotros conocemos? [....] Y lo primero que hice fue defender a Guillermito, que es un agente declarado, un enemigo declarado de la Revolución, un agente de la CIA, defenderlo contra Lisandro Otero. Defenderlo ¿por qué? Defenderlo en nombre de valores artísticos. ¿Y qué valores artísticos excelentes y extraordinarios puede aportar la novela de Guillermo Cabrera Infante, Tres Tristes Tigres? ................................
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     A mí me gustaría que Guillermo Cabrera Infante no fuera un contrarrevolucionario, y me gustaría que su talento estuviese al servicio de la Revolución. Pero, como decía Martí, la inteligencia no es lo mejor del hombre. Y si algo yo he comprendido entre los compañeros de Seguridad del Estado, que me han pedido que no hable de ellos porque no es el tema el hablar de ellos sino el hablar de mí, yo he aprendido en la humildad de estos compañeros, en la sencillez, en la sensibilidad, el calor con que realizan su tarea humana y revolucionaria, la diferencia que hay entre un hombre que quiere servir a la Revolución y un hombre preso por los defectos de su carácter y de sus vanidades.
     Yo asumí esas posiciones. Y además, lo que es peor, yo llevé esas posiciones a un terreno a donde yo nunca debí llevar esas posiciones. A un terreno en que esas posiciones no caben: al terreno de la poesía. [..............] Estas posiciones no habían sido nunca asumidas; tomadas, expuestas en la poesía cubana. La poesía cubana del comienzo de la Revolución, la misma que yo hice en etapas breves que la propia Revolución me ha reconocido en mis conversaciones con Seguridad, era una poesía de entusiasmo revolucionario, una poesía ejemplar, una poesía como corresponde al proceso joven de nuestra Revolución. Y yo inauguré -- y esto es una triste prioridad --, yo inauguré el resentimiento, la amargura, el pesimismo, elementos todos que no son más que sinónimos de contrarrevolución en literatura.
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     Y yo he tenido muchos días para discutir estos temas, y los compañeros de Seguridad no son policías elementales; son gente muy inteligente. Mucho más inteligentes que yo; lo reconozco. Y más joven que yo. Cuadros que yo no sé de dónde han sacado, todavía no sé de dónde... Porque muchas veces, me acuerdo que le pregunté a un compañero, no quiero ni mencionarlo, un oficial, le dije: ¿Pero de dónde han sacado ustedes esos cuadros? Y yo estaba afuera, porque tuvieron la gentileza en muchas ocasiones de llevarme a tomar el sol --, y había un grupo de niños, muy pobres, muy simples, muy sencillos, cubanos, y me dijo: "mira, chico, de ahí". Y me dio una respuesta simple, un adverbio de lugar: ahí, chico; de ahí salí yo, y de ahí salimos todos.
     Yo me sentí muy avergonzado, y me sentía todos los días muy avergonzado de aquellas conversaciones sanas que tampoco se podían identificar con las conversaciones enfermizas que eran el tema central de mi vida en los últimos años.
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[...] El problema era que yo he tenido debilidades muy grandes. Porque sin talento político alguno, mis lecturas y mis preocupaciones han sido sobre la política y sobre los problemas políticos. En realidad, no tengo valentía alguna para tomar un fusil e ir a una montaña como han hecho otros hombres. Ahora, para la montaña verbal, para el análisis de la esquina y del cuarto, para eso he tenido un talento inmedible; de eso no hay duda.
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     Estoy bastante cansado porque es que anoche apenas he dormido. Pero yo quiero continuar porque esto, esto vale la pena, aunque no tenga siempre la coherencia que quisiera y la exactitud que deseara. Además, la garganta la tengo mala.[................]
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     Porque yo temo que mañana o pasado mañana, o la semana que viene, o en algún momento determinado se me acerque un amigo escritor y me diga que esta autocrítica no se corresponde con mi temperamento, que esta autocrítica no es sincera. Sin embargo, yo estoy convencido de que muchos de los que yo veo aquí delante de mí mientras yo he estado hablando durante todo este tiempo, se han sentido consternados de cuánto se parecen sus actitudes a mis actitudes, de cuánto se parece mi vida, la vida que he llevado, a la vida que ellos llevan, han venido llevando durante todo este tiempo, de cuánto se parecen mis defectos a los suyos, mis opiniones a las suyas, mis bochornos a los suyos. Yo estoy seguro de que ellos estarán muy preocupados, además, por mi destino durante todo este tiempo, de qué ocurriría conmigo. Y de que al oír estas palabras ahora dichas por mí pensarán que con igual razón la Revolución los hubiera podido detener a ellos. Porque la Revolución no podía seguir tolerando una situación de conspiración venenosa de todos los grupitos de desafectos de las zonas intelectuales y artísticas.
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[.....................] Y si no ha habido más detenciones hasta ahora, si no las ha habido, es por la generosidad de nuestra Revolución. Y si yo estoy aquí libre ahora, si no he sido condenado, si no he sido puesto a disposición de los tribunales militares, es por esa misma generosidad de nuestra Revolución. Porque razones había, razones sobradas había para ponerme a disposición de la Revolución.
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     Y esa era mi vida de que yo me iba nutriendo. Esa era la novela, como me avergüenzo del libro de poemas. Ya yo escribí algunos poemas nuevos en Seguridad del Estado; hasta sobre la primavera he escrito un poema. ¡Cosa increíble, sobre la primavera! Porque era linda, la sentía sonar afuera. [....].
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[..........] Yo sé, por ejemplo... No sé si está aquí, pero me atrevo aquí a mencionar su nombre con todo el respeto que merece su obra, con todo el respeto que merece su conducta en tantos planos, con todo el respeto que me merece su persona; yo sé que puedo mencionar a José Lezama Lima. Lo puedo mencionar por una simple razón: la Revolución Cubana ha sido justa con Lezama, la Revolución Cubana le ha editado a Lezama este año dos libros hermosísimamente impresos.
     Pero los juicios de Lezama no han sido siempre justos con la Revolución Cubana. Y todos estos juicios, compañeros, todas estas actitudes y estas actividades a que yo me refiero, son muy conocidas, y además muy conocidas en todos los sitios, y además muy conocidas en Seguridad del Estado.
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     ¡Seamos soldados! Esa frase que se dice tan comúnmente, ese lugar común que quisiéramos borrar cada vez que escribimos, ¿no? Que seamos soldados de la Revolución, porque los hay. Porque yo los he visto. Esos soldados esforzados, extraordinarios en su tarea, todos los días. ¡Que seamos soldados de nuestra Revolución, y que ocupemos el sitio que la Revolución nos pida!
     Y pensemos, aprendamos la verdad de lo que significa habitar, vivir en una trinchera extraordinaria y ejemplar del mundo contemporáneo. Porque, compañeros, vivir y habitar una trinchera asediada de toda clase de enemigos arteros, no es fácil ni es cómodo, sino difícil. Pero ese es el precio de la libertad, ese es el precio de la soberanía, ese es el precio de la independencia, ¡ese es el precio de la Revolución!
¡Patria o muerte! ¡Venceremos!

Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.
 
 

                                                                   IV

Segunda carta de los intelectuales europeos y latinoamericanos a Fidel Castro

Esta carta también ha recibido amplia difusión. En castellano apareció por primera vez en el diario "Madrid", del 21 de mayo de 1971.

París, mayo 20, 1971

Comandante Fidel Castro
Primer Ministro del Gobierno Cubano

     Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC, en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época stalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas.
     Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución Cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el stalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba.
     El desprecio a la dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino porque cualquier compañero cubano -- campesino, obrero, técnico o intelectual -- pueda ser también víctima de una violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución Cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo.

Firman:

Claribel Alegría, Simone de Beauvoir, Fernando Benítez, Jacques-Laurent Bost, Italo Calvino, José María Castellet, Fernando Claudín, Tamara Deutscher, Roger Dosse, Marguerite Duras, Giulio Einaudi, Hans Magnus Enzensberger, Francisco Fernández Santos, Darwin Flakoll, Jean Michel Fossey, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Ángel González, Adriano González León, André Gortz, José Agustín Goytisolo, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Rodolfo Hinoztrosa, Mervin Jones, Monti Johnstone, Monique Lange, Michel Leiris, Mario Vargas Llosa, Lucio Magri, Joyce Mansour, Daci Maraini, Juan Marse, Dionys Mascolo, Plinio Mendoza, Istvan Meszaris, Ray Miliban, Carlos Monsivais, Marco Antonio Montes de Oca, Alberto Moravia, Maurice Nadau, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, Ricardo Porro, Jean Pronteau, Paul Rebeyrolles, Alain Resnais, José Revueltas, Rossana Rossanda, Vicente Rojo, Claude Roy, Juan Rulfo, Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Jorge Semprún, Jean Shuster, Susan Sontag, Lorenzo Tornabuoni, José Miguel Ullan, José Ángel Valente.

Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.
 
 

                                                               V

Discurso de Fidel Castro (fragmento)*

     Y desde luego, como se acordó por el Congreso, ¿concursitos aquí para venir a hacer el papel de jueces? ¡No! ¡Para hacer el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad! Y para volver a recibir un premio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad, revolucionario de verdad. Eso está claro. Y más claro que el agua. Y las revistas y concursos, no aptos para farsantes. Y tendrán cabida los escritores revolucionarios, esos que desde París ellos desprecian, porque los miran como unos aprendices, como unos pobrecitos y unos infelices que no tienen fama internacional. Y esos señores buscan la fama, aunque sea la peor fama: pero siempre tratan, desde luego, si fuera posible, la mejor.
     Tendrán cabida ahora aquí, y sin contemplación de ninguna clase ni vacilaciones, ni medias tintas, ni paños calientes, tendrán cabida únicamente los revolucionarios.
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     Ahora, esos instrumentos: cuanto libro se publique aquí, cuanto papel se imprima, cuanto espacio dispongamos útil dondequiera, en todos los medios de divulgación, no digo que los vayamos a usar ciento por ciento en la educación. Desgraciadamente, no podemos. [........] Si la educación es atractiva, la cultura forma parte de la educación; las mejores obras culturales, las mejores creaciones artísticas del hombre y de la humanidad forman parte de la educación. Pero todo lo que puedan ser usadas, serán usadas. Y deberán ser cada vez más usadas.

*Discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (30 de abril de 1971).

Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.
 
 
 

                                                                  VI

El caso y el ocaso de Padilla1

Reinaldo Arenas

     Una de las grandezas del pueblo cubano es que se desprende más fácil de la vida que del sentido del humor. Sentido del humor que contiene casi siempre un profundo sentido crítico e irónico.
     El castrismo, con su secuela de represiones, crímenes y escaseces, no ha podido sin embargo, disminuir nuestro sentido del humor. Muy a pesar suyo (del castrismo) el sentido del humor se ha vuelto aún más mordaz; aunque los chistes ahora tengan que decirse en voz apagada y en forma cautelosa. Recuerdo uno de ellos, muy popular en Cuba: Pregunta -- ¿Cuál es el colmo de un dictador? Respuesta --. Matar a un pueblo de hambre y no cobrarle el entierro --.
     Ese sentido del humor -- esa ironía -- es también un arma que han sabido esgrimir (a veces muy sutilmente) los escritores cubanos. Recuerdo el trabajo de Virgilio Piñera publicado en 1969 en la revista UNIÓN, con motivo de la muerte de Witold Gombrowicz; ya que "aunque los escritores cubanos no tenemos derechos, sí tenemos deberes" -- aludiendo irónicamente a la supresión de la propiedad intelectual por Fidel Castro en discurso recientemente pronunciado en Pinar del Río, con motivo de la inauguración de varias cochiqueras.
     Ese astuto sentido de la ironía (y hasta de la burla); esa habilidad para decir entre líneas, fue también un arma que utilizó Heberto Padilla en el momento dramático y caricaturesco de su retractación.
     El 20 de marzo de 1971, el poeta Heberto Padilla (junto con su esposa Belkis Cuza Malé) fue arrestado y conducido a una de las celdas del Departamento de Seguridad del Estado. Estas celdas son unos espacios de dos metros cuadrados, herméticamente cerrados, con un bombillo y una escotilla en la puerta de hierro, por la que a veces suele asomarse el carcelero de turno. En las mismas se aplican diversos grados de tortura que van, desde los golpes hasta el suministro de incesantes baños de vapor y luego baños congelados (las celdas están equipadas para estas y otras eventualidades).
     El propósito de Fidel Castro al enviar a Padilla a este sitio espeluznantemente célebre en toda Cuba, era lograr que el poeta, que había mantenido una actitud crítica ante el sistema, se retractara y quedara de ese modo desmoralizado, tanto ante los jóvenes escritores cubanos que ya comenzaban a admirarlo, como ante las editoriales extranjeras que comenzaban a publicarlo, y ante todos sus lectores. Para lograr esa humillación o retractación se acudió al no por antiguo menos eficaz método inquisitorial, puesto en práctica con tanta pasión por los monjes medievales: la tortura. Por treinta y siete días Padilla fue sometido a sus diferentes grados, entre los que se incluyeron el ingreso en un hospital de dementes, golpes en la cabeza, torturas psicológicas2, amenazas de exterminio o una condena infinita. Al cabo de los treinta y siete días los diligentes oficiales obtuvieron lo pedido por Castro: la flamante retractación firmada por Heberto Padilla, en la cual se contemplaba la mención a sus amigos íntimos, incluyendo, también a Lezama Lima quien había premiado el libro Fuera del juego y a la propia esposa de Padilla.
     El método, que de tan burdo hubiese causado quizás la repugnancia de Torquemada, no podía ser más práctico.
     Castro, pródigo en ignominias y abruptas sorpresas, creó el "caso Padilla" con el propósito de provocar su ocaso, desmoralizándolo y neutralizándolo, aterrorizando de paso al resto de los intelectuales cubanos que tenían las mismas inquietudes. Pero no lo logró. Como en el caso del llamado "Cordón de La Habana"3, como en el caso de la cacareada industrialización nacional, como en el caso de la Zafra de los Diez Millones, como en el caso de las innumerables y delirantes leyes creadas con el fin de adoctrinar y estupidizar a todo el pueblo, además de aterrorizarlo, el tiro le salió por la culata: no fue Heberto Padilla el que quedó manchado ante la Historia, sino el propio Fidel Castro, por haber obligado a un escritor, a un ser humano (a través del chantaje y la tortura) a retractarse públicamente de su propia condición humana, de lo que más profundamente justificaba y enaltecía: su página querida.
     Si el arresto y prisión de Padilla provocó urticaria en los intelectuales del mundo entero, la obligada (y filmada) retractación que tuvo que representar al salir de la celda de Seguridad del Estado, puso al descubierto el verdadero rostro de la tiranía cubana. Sus llagas se abrieron de tal forma que hoy en día sólo los mediocres útiles y los inescrupulosos bien remunerados (entre los que hay que incluir naturalmente a los agentes disfrazados de intelectuales) se atreven a visitar ese cadáver blindado al estilo soviético, que hace muchos años se llamó revolución cubana.
     La astuta ironía de Padilla (su sentido del humor aún en circunstancias tétricas) ayudó a mostrar, a quien tuviese alguna duda, lo aberrante de aquella detractación.
     Fui uno de los cien escritores "invitados" a presenciar la confesión de Padilla aquella noche del 27 de abril, en los salones de la UNEAC. Allí estaban también Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Miguel Barnet, José Yánez, Roberto Fernández Retamar y muchos más. Milicianos armados cuidaban afanosos la puerta de la entrada de la antigua mansión del Vedado, ocupados en constatar que todo el que llegase estuviese en la lista de "invitados". Hombres vestidos de civiles, pero de ademanes y rostros ostensiblemente policiales, preparaban diligentes la función. Allí estaba también Edmundo Desnoes. Se encendieron las luces, las cámaras cinematográficas del Ministerio del Interior comenzaron a funcionar. Padilla representó su Galileo. Sabía que no le quedaba otra alternativa, como en otro tiempo lo supo el Galileo original, como en otro tiempo lo supieron tantos hombres, quienes, mientras las llamas los devoraban, tenían que dar gracias al cielo por ese "bondadoso" acto de purificación... Pero esta vez el espectáculo era además filmado; lo cual de paso nos enseña que el avance de la técnica no tiene por qué disminuir el de la infamia.
     Fue entonces cuando Padilla, en medio de aquella aparatosa confesión filmada y ante numeroso público oficialmente invitado, puso a funcionar su ironía, su hábil sentido del humor, su burla. Entre lágrimas y golpes de pecho dijo "que las numerosas sesiones que había mantenido por espacio de más de un mes con los oficiales del Ministerio del Interior, había aprendido finalmente a admirarlos y a amarlos".4
     Para cualquiera someramente versado en literatura y represión, era evidente que Padilla estaba aludiendo aquí a los numerosos interrogatorios y torturas que había padecido a manos de esos oficiales de la Seguridad del Estado. Y en cuanto a la expresión "admirar y amar", no por azar Padilla la empleaba, sino por tétrica coincidencia. Dicha expresión traía a la memoria el terrible momento final de la obra 1984 de George Orwell, donde el protagonista, luego de haber sido sometido a todo tipo de torturas, luego de haber sido "vaporizado" al igual que lo estaba siendo Heberto Padilla en ese momento, terminaba diciendo que "amaba al Gran Hermano".
     Durante diez años, Padilla, al igual que el Winston de Orwell, vivió vaporizado en Cuba, hasta que en 1980 logra trasladarse a Estados Unidos. Recuerdo sus palabras en el discurso pronunciado en la Universidad Internacional de la Florida en 1980. Allí Padilla dijo, aludiendo a su obligada retractación, que tuvo que hacerla; "porque cuando a un hombre le ponen cuatro ametralladoras y lo amenazan con cortarle las manos si no se retracta, generalmente accede; ya que esas manos son más necesarias para seguir escribiendo".5
     Los que hemos padecido los eficaces métodos implantados, para lograr sus propósitos, por los que en Cuba manejan las ametralladoras, no tenemos nada que objetar a Heberto Padilla; quien debe avergonzarse es el inquisidor, no el confeso; el amo, no el esclavo.
     Lo que resulta realmente inconcebible es que Edmundo Desnoes, para neutralizar la efectividad del mensaje en la poesía de Padilla contra el castrismo anteponga, como introducción a esos poemas, fragmentos de la obligada detractación obtenida por la Seguridad del Estado. Esta "coincidencia" entre el aparato inquisitorial de la Seguridad del Estado cubana y Edmundo Desnoes, no se puede pasar por alto.
     "Hay clichés del desencanto" -- dijo Padilla durante su autocrítica dictada por la policía cubana y vuelta a utilizar por Desnoes --, "y esos clichés yo los he dominado siempre. Aquí hay muchos amigos míos que yo estoy mirando ahora, que lo saben. César Leante6 lo sabe. César sabe que yo he sido un tipo escéptico toda mi vida, que yo siempre me he inspirado en el desencanto".
     La visión desgarrada y real que nos da Heberto Padilla en sus poemas sobre la represión, los crímenes, y el fracaso del castrismo y del comunismo en general. Desnoes (y naturalmente las autoridades cubanas) quieren neutralizarla, presentándonos al poeta como un ente pesimista y escéptico... Al parecer, ante los campos de trabajos forzados, las prisiones repletas, el hambre crónica y los jóvenes ametrallados en el mar, el poeta debe entonar loas optimistas y agradecidas al Estado, que impone tal situación. En este caso, al propio Fidel Castro.
     Si quisiéramos establecer una comparación entre la represión padecida bajo la lamentable tiranía batistiana y la actual, bastaría trazar un paralelo entre la forma burda e ilegal en que fue arrestado y tratado Padilla hasta obtener su retractación, en la cual se llamaba a sí mismo un criminal por el simple hecho de haber escrito un libro de poemas, y la manera en que se llevó a cabo el juicio contral el propio Fidel Castro por haber atacado, minuciosamente armado, al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, donde murieron decenas de hombres. Para demostrar esas diferencias vamos a citar textualmente a un testigo excepcional y jefe del asalto armado, a quien ni siquiera Desnoes ni Fidel Castro podrían poner en tela de juicio. Se trata del mismo Fidel Castro: "A los señores magistrados mi sincera gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas coacciones, no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos habéis sido humanos, y sé que el presidente del tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de cosas reinante, que lo obliga a dictar un fallo injusto".7
     Esas "mezquinas coacciones" que no padeció Fidel Castro en la prisión y que por lo tanto no le impidieron hablar libremente en su defensa, se convirtieron en "el caso Padilla" (dirigido por el mismo Fidel Castro8) no sólo en mezquinas, sino en sórdidas, ineludibles e inhumanas, a tal extremo que Padilla tuvo que aprender a "admirar y amar" a sus carceleros y torturadores.

1 Reinaldo Arenas. Necesidad de libertad. Ed. Kosmos, México, 1986. Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.

2 Véase: Heberto Padilla. En mi jardín pastan los héroes. Argos Vergara Barcelona 1981. 

3 El Cordón de La Habana consistía en un plan que tenía como propósito convertir todos los alrededores de la capital en un gigantesco cafetal, plantado y atendido por toda la población.

4 Heberto Padilla: Confesión publicada en la revista Casa de las Américas La Habana 1971.

5 Estas mismas declaraciones hechas por Padilla acaban de ser publicadas en la revista Interviú (23-29 septiembre) España, 1981.

6 Irónicamente, el mismo César Leante acaba de asilarse en España cuando iba en viaje oficial hacia Bulgaria (Nota en 1982).

7 Fidel Castro: La Historia me absolverá, (de este documento hay ediciones en todos los idiomas). En Cuba se han hecho unas veinticinco ediciones del mismo.

8 Heberto Padilla: prólogo a la novela En mi jardín pastan los héroes.
 
 
 

                                                              VII

La autohumillación de los incrédulos1

Octavio Paz

     Las «confesiones» de Bujarin, Radek y los otros bolcheviques, hace treinta años, produjeron un horror indescriptible. Los procesos de Moscú combinaron a Iván el Terrible con Dostoievski y a Calígula con el Gran Inquisidor: los crímenes de que se acusaron los antiguos compañeros de Lenin eran a un tiempo inmensos y abominables. Tránsito de la historia como pesadilla universal a la historia como chisme literario: las autoacusaciones de Heberto Padilla. Pues supongamos que Padilla dice la verdad y que realmente difamó al régimen cubano en sus charlas con escritores y periodistas extranjeros: ¿la suerte de la Revolución cubana se juega en los cafés de Saint-Germain des Prés y en las salas de redacción de las revistas literarias de Londres y Milán? Stalin obligaba a sus enemigos a declararse culpables de insensatas conspiraciones internacionales, dizque para defender la supervivencia de la URSS; el régimen cubano, para limpiar la reputación de su equipo dirigente; dizque manchada por unos cuantos libros y artículos que ponen en duda su eficacia, obliga a uno de sus escritores a declararse cómplice de abyectos y, al final de cuentos, insignificantes enredos político-literarios...
     No obstante, advierto dos notas en común: una, esa obsesión que consiste en ver la mano del extranjero en el menor gesto de crítica, una obsesión que nosotros los mexicanos conocemos muy bien (basta con recordar el uso inquisitorial que se ha hecho de la frasecita: partidario de las «ideas exóticas»): otra, el perturbador e inquietante tono religioso de las confesiones. Por lo visto, la autodivinización de los jefes exige, como contrapartida, la autohumillación de los incrédulos. Todo esto sería únicamente grotesco si no fuese un síntoma más de que en Cuba ya está en marcha el fatal proceso que convierte al partido revolucionario en casta burocrática y al dirigente en césar. Un proceso universal y que nos hace ver con otros ojos la historia del siglo XX. Nuestro tiempo es el de la peste autoritaria: si Marx hizo la crítica del capitalismo, a nosotros nos hace falta hacer la del Estado y las grandes burocracias contemporáneas, lo mismo las del Este que las del Oeste. Una crítica que los latinoamericanos deberíamos completar con otra de orden histórico y político: la crítica del gobierno de excepción por el hombre excepcional, es decir la crítica del caudillo, esa herencia hispano-árabe.

1 Índice, Madrid, Julio de 1971. Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.
 
 
 

                                                          VIII
 

Sent off the Field
a selection from the poetry of Heberto Padilla translated by J. M. Cohen

Introduction

Heberto Padilla was one of a group of writers who returned to Cuba in the first months of Fidel Castro’s regime, after spending some years abroad. The brunt of the Batista persecutions had fallen on the students and young intellectuals, who had contributed greatly to Fidel’s victory. Batista had closed the universities, arrested, tortured and actually murdered students, and in consequence many had
been forced to earn a living abroad.
     Heberto Padilla, born in 1932, left Cuba at the age of seventeen, having in the previous year published a privately printed volume of poetry. For ten years he and his parents lived in the United States, where he took a variety of jobs, principally in journalism and language-teaching. During this
time, he was able to travel, and undoubtedly his literary taste was formed in these years of exile, which were however broken by short visits to Cuba.
     'They say my culture is English’, he observes of his friends in the poem which begins: ‘My friends should not ask me / to reject my confused images’. In fact his culture was not more English than that of his contemporaries, Roberto Fernández Retamar and Pablo Armando Fernández. The principal reading in their exile was perhaps English but what incited them most to adopt a simple English style was their reaction against the very hermetic and unpolitical poetry flourishing in the fifties in Cuba itself. The poets of the magazine Orígines [sic], a highly talented group who continued to develop and modify their style under the Revolution, gave the island’s few intellectuals a new belief in their own literary tradition. But the younger men reacted against the abstruseness of their elders, in favour of a style based on the reading of many poets, English and American.
     Heberto Padilla’s first principal collection, El Justo Tiempo Humano (the age of human justice) appeared in Havana in 1962. It contains poems written between 1953 and 1961. The earliest (represented in this selection by such pieces as ‘Look where she lies’ and those dedicated to London and Dylan Thomas’s grave), show a poet gradually abandoning the plethoric style and violent imagery of the fifties in favour of an irony, social responsibility and economy of phrase. It is the poetry of a travelled man, with a sense of history and of national and climatic contrasts and a concern with metaphysical reality, conceived in terms of historic change. London to the visiting poet is its successive layers of the past, Hamburg a place of transit.
     This vein of Padilla’s culminates in the sequence ‘The Childhood of William Blake’. The ‘childhood’ of Blake is the childhood of the world, the age of creative innocence, when the crack of an exploding seedbox on a tree outside his window is a signal of destruction and growth, when the ‘inspector of heresies’ is not yet abroad. The poem is a series of superimposed impressions drawn from Blake’s life, his poetry and his engravings. One may read references to the fires of the French Revolution, Blake’s own persecution by the authorities at Felpham, his creative isolation, and be conscious at the same time that the young poet from Cuba is identifying himself with the English poet, prophet and engraver.
     The Blake sequence achieves a magic that Padilla failed to attain in the ‘Retrato de poeta corno duende joven’ (portrait of the poet as a young genius) with its echoes of Dylan Thomas. That poem is not included in this selection.
     Dylan Thomas was an important inhuence on Padilla. But W. H. Auden exerted a far more salutary effect. From him Padilla learnt to use both history and geography as poetic metaphor. He differed from his English master, however, in his Blakeian belief in the poet as prophet.
    El justo tiempo humano ends with a number of poems that accept the Cuban revolution naïvely and perhaps rather crudely. For once the poet casts off his ironic reserve. ‘The age of human justice is at hand’ he proclaims, lifting the phrase from the Italian communist poet Salvatore Quasimodo.
     The early years of the Cuban revolution gave Padilla active employment as one of the editors of the cultural supplement to the chief daily paper Revolución, then as correspondent of the Cuban news agency Prensa Latina, first in London and then in Moscow, and finally as head of an export agency,
Cubetimpex, which sold books and other articles chiefly in the countries of Eastern Europe. From 1960 to 1966 Padilla spent a great deal of time out of Cuba, and in the last four of these years he became familiar with the cultural repression and psychological depredations of Stalinism. His attitude to revolution changed.
    El justo tiempo humano saw revolution as the necessary prelude to an age of justice for humanity. Yet in its outstanding poem, ‘The Childhood of William Blake’, Padilla stands for the poet against the petty agents of society, the ‘inspectors of heresies’. Indeed he seems to have anticipated the moment ten years later when these malign forces were to bring him down. His next collection, Fuera del juego (Sent off the field), contains poems – not the best – in which he still attacks the bourgeois. But even to the gusanos – the ‘worms’ who went into exile – his attitude began to change.‘Children departing’ is sad and humane; the poet takes the side of the ‘humiliated’ whoever they may be; he laments the
dead and tortured for whatever cause they suffered. The clue to this change of heart, to this broadening humanity, is to be found in the poems of the Russian section, particularly in the ‘Song of the Spasskoya Tower’ and the more mysterious ‘Nurses’ Song’, which seems to denote the Shakespearean hero, to reduce heroic drama to a tissue of conspiracy and murder, a prophecy of our own sordid times. The poems of this section show a strong Russian influence. Padilla echoes Blok in his apprehensions of doom, and Pasternak in his joy at life’s unexpected pleasures. Fuera del juego is uneven both in quality and statement. But it is richer than its predecessor, even though it lacks a poem of the sustained excellence of the Blake sequence.
     Padilla returned to Cuba in 1966 to find himself without worthy employment. He translated, taught, interpreted, and consorted much with foreign visitors. The Monday supplement of Revolución had been scrapped; and its chief contributors were reproached with having wasted much public money in a production above the heads of its audience. Cultural advancement was going to persons of political
conviction and to intriguers. Some of the best writers were neglected, even denied publication. Padilla initiated a counter-campaign. He wrote and published a favourable review of a brilliant novel by an author who had defected. This was interpreted as a gesture of support for the author’s counter-revolutionary standpoint. This man had been a leading contributor to the Monday supplement, and by his writing abroad prejudiced the reputations of his former colleagues. Padilla was offered a post as lecturer in Spanish American literature at a French university, but was refused a travel permit. In the autumn of 1968 he submitted Fuera del Juego for the annual Julián del Casal prize for poetry; the reward was to be publication and a journey abroad. I was a member of the jury which judged this prize. Padilla’s book was outstanding among three dozen contestants; and it was plainly recognizable as Padilla’s. The style betrayed the poet behind the pseudonym. From the first moment some very ugly intrigues began. Certain persons in the Ministry of Culture and elsewhere were intent to rob Padilla of the prize. The junior Cuban member of the jury was suddenly dismissed; the young Peruvian poet Cesar Calvo and I, the two foreign members of the jury, protested; the senior Cuban members held firm. One of them, José Lezama Lima, the most famous poet in Cuba, affirmed that the book was not, as its enemies alleged, counter-revolutionary. Padilla was awarded the prize, but his foreign journey was disallowed, and when the book was published, it contained a critical introduction by the ‘inspector of heresies’ himself. Shortly afterwards a scurrilous attack was made on Padilla in the offcial journal of the Cuban army, Verde Olivo, followed by another on the winner of the drama prize for the year, who was accused of being not only a counter-revolutionary but a homosexual. Padilla was characterized as a counter-revolutionary, a vain and perverse critic and a waster of public money. The export agency of which he had been head had been a financial failure.
     In the course of 1969, Padilla’s position became easier. It was necessary to placate foreign opinion – for foreign visitors concerned with the arts, including television teams, inevitably asked to meet him, since he was one of the few Cuban writers known abroad. He was therefore given a lectureship in literature at Havana university, and was fully occupied with this and some literary projects. Meanwhile interest in his poetry increased abroad, and translations were undertaken in various countries. He continued to write the satirical poems dated 1969 and 1970 that form the third section of this book. In letters to foreign friends, however, he assured them that his position was now much improved.
     In March 1971 Heberto Padilla and his wife Belkis Cuza Malé were arrested, together with a French painter who was siezed at the airport. On the Frenchman were found ‘incriminating’ letters from Padilla to friends abroad. Some of Padilla’s letters to myself and other friends were fairly outspoken, but no more so than his poems. He was accused of ‘conspiracy’ against the régime. The conspiracy of Padilla’s enemies had succeeded. Fidel is reported to have said at this juncture that he intended to get rid of the intellectual opposition. A German sociologist had been arrested at the end of 1970 and had obtained his freedom at the cost of signing various documents, the exact nature of which was unknown to him. He had to admit to being an agent of the CIA: a preposterous allegation. The next foreigner to be arrested was the French painter, who like the German was a friend of Padilla’s. Corresponding with Padilla during these months over the details of these translations, I found that letters to and from him went astray; one sent by me to the university where he taught was returned marked ‘Unknown’. The typescript of a novel ‘disappeared’ on its way to London, and Padilla was subsequently made to destroy his only other copy.
     At the end of April Heberto Padilla was released after a month in jail, about which he has been forbidden to speak. In return for his freedom, he signed a lengthy ‘self-criticism’, which he ‘voluntarily’ read before an assembly of the Writers’ Union, a few days later. The text was circulated abroad by the Cuban press agency. The Guardian described it as ‘laughable’: which is too mild a term. Padilla was forced to confess to every kind of counter-revolutionary activity from working for the CIA to writing a bad review of a (very bad) novel by a party dignatory. He was also made to name various friends whom he had in different ways corrupted, thereby broadening the smear and incriminating several other good writers. His humiliation was abject; he had been broken by torture, perhaps psychological rather than physical, and his enemies’ triumph was complete. Telegrams of protest from such foreign friends of Cuba as Jean-Paul Sartre and Alberto Moravia were answered with peremptory requests to these ‘bourgeois intellectuals’ to mind their own business.
     There seems little hope for Padilla’s future writing. He is said to be employed by the State publishing house, probably as a translator. ‘He has decided to be our Pasternak’ said the poet and critic, Roberto Fernández Retamar to me on the occasion of the scandal over the prize. No doubt Padilla became more aggressive in his defence of cultural liberty as the attacks against him increased in vigour and foulness. I feel that he relied too much on his foreign friends, believing that public opinion abroad would in the end protect him. Cultural liberty was under attack in Cuba throughout the sixties, but it seemed to be holding its own. On leaving Havana in 1968, I knew that the situation was desperate. Continued hardships, the result of the Yankee blockade and faulty economic policies, strengthened the hard line faction. I fear that Padilla may not be its last victim.

This book contains a fair selection from El justo tiempo humano, almost the whole of Fuera del juego, and almost all the poems written subsequently, which will probably be published in Spain. I have translated from a copy of the book which includes some textual variations in the poet’s hand-writing.

May 1971

J.M.C.

For the last year Padilla and his wife have lived in a country village, but have occasionally visited-to Havana. The reason for their exile has been ‘to protect them from the attentions of foreign journalists’. They continue to be engaged on literary translations and remain out of touch with their friends abroad.

April 1972

J.M.C.
 
 
 

                                               IX

Más allá de nuestros antagonismos*

Heberto Padilla

Cuando René Vázquez me preguntó en Malmö, hace ahora tres años, si estaba dispuesto a participar Encuentro de Estocolmoen un encuentro de escritores cubanos de dentro y de fuera de la Isla, asentí, por supuesto, aunque entonces no era más que un proyecto que René venía acariciando hacía algún tiempo, aún con vagas posibilidades de realización. Yo admiro su tenacidad para impulsar empresas culturales, desde su obra de creación hasta su intensa labor en los encuentros anuales del Festival Internacional de Poesía de Malmö, que ya son famosos. Debo confesar, no obstante, que nunca pude imaginarme en esta primavera de Estocolmo, reunido con diez escritores cubanos como yo, en el ámbito acogedor del Centro Internacional Olof Palme, que no vaciló en atender el proyecto de René y darle todo el apoyo que lo hizo posible. Tal simpatía y generosidad merecen mi más profundo reconocimiento, porque conozco el espíritu de conciliación y fraternidad que ha demostrado el Centro en todas sus actividades; ahora ha expresado su confianza en que este encuentro pueda desarrollarse en una atmósfera de respeto mutuo.
     Por lo pronto, se ha disipado el rumor de que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba había tratado de impedir la asistencia de cinco de sus miembros por temor a que cualquier manifestación de resentimiento y agresividad dieran al traste con las mejores intenciones del Encuentro. Hasta el momento, a pesar de las pasiones del debate, no ha ocurrido así.
     Hace cinco años nadie hubiera podido imaginarlo. Ni siquiera hace tres, cuando René me hablo del proyecto. Entonces, el gobierno cubano persistía en su condena a cualquier género de distensión y reiteraba el llamado a la unidad monolítica de escritores en torno al Partido y se magnificaban la disciplina y la obediencia. El Partido no aprobaba la más ligera noción de autonomía en la Literatura y el Arte. Me pregunto si el hecho de que cinco de sus miembros hayan sido autorizados por la UNEAC para que participen en este encuentro, convocado por una institución independiente, sugiere un cambio en la política cultural del país. En cualquier caso, nuestro deber sería auspiciarlo, teniendo en cuenta que en treinta y cinco años de revolución ésta es la primera vez que diez escritores cubanos, de dentro y de fuera, somos capaces de reunirnos en el extranjero para algo más que para intercambiar acusaciones y reproches.
     Nos reunimos porque somos conscientes de los momentos críticos que vive nuestra patria y sabemos que ningún antagonismo ideológico está por encima de la crisis nacional. Por supuesto, nosotros sólo podemos abordarla como escritores, no como dirigentes políticos; y, aún así, con la conciencia de los muchos desatinos y errores que no supimos, o no quisimos, señalar a tiempo. Todos y cada uno de nosotros les dimos demasiada aprobación a políticas que condujeron al monolitismo ideológico de que ha hecho gala el gobierno cubano frente al llamado "imperialismo yanqui". Esto le permitió reemplazar el urgente debate sobre nuestros problemas por un conjunto rudimentario de orientaciones que no admitían objeción alguna. Nosotros, Jesús Díaz, Manuel Díaz Martínez, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, Pepe Triana, somos parcialmente responsables, desde nuestra función de escritores, de haber mantenido silencio cuando debimos hablar, de haber aprobado cuando debimos objetar, de haber colaborado en más de una ocasión en la búsqueda de una base teórica que justificase la represión que algunos sufrimos. En mi caso específico, ha sido Abel Prieto, presidente de la UNEAC y miembro del Buró Político del Partido, quien, después de veintitrés años de ocurrida, considera que fue un error que nunca volverá a repetirse en Cuba. Me pregunto: ¿no fue alimentado aquel error por la colaboración de escritores mediocres y resentidos que no perdonaban el triunfo de los demás y se convertían en informantes del Ministerio del Interior? Ese Ministerio fue determinante en la elaboración de la política cultural del país. Sus vetos a personas y obras fueron decisivos. Y para ninguno de nosotros puede ser un secreto que el Departamento que "atendía" la cultura era un nido de resentidos que luchaban por imponerse mediante la delación y la intriga.
     Nosotros fuimos responsables de no haber denunciado abiertamente a estos delincuentes que fomentaban la represión desde el Consejo Nacional de Cultura, sobre todo durante la presidencia de Luis Pavón Tamayo.
     Fueron tiempos en que los mayores aquí presentes, sin exclusiones, fuimos sentados en el banquillo de los acusados, a nombre de una pureza ideológica que nosotros, según ellos, habíamos traicionado.
     Después que hubo amainado la tormenta de los oportunistas, ¿cuántos de nosotros analizamos y expusimos, por lo menos en nuestra organización profesional, las causas y las consecuencias de aquella etapa sombría? Ninguno. De aquel silencio, de aquella indiferencia "objetiva", como dicen los marxistas, somos enteramente responsables. Por supuesto que esa responsabilidad no incluye a los escritores aquí presentes que entonces eran niños: Reina María Rodríguez, Lourdes Gil, Senel Paz y René Vázquez Díaz.
     Admito que no fue aquella una responsabilidad expresa. Miguel Barnet la ha resumido diciendo que todos "fuimos culpables de nuestra inocencia e inocentes de nuestra culpa". Ninguno de nosotros, hace treinta y cinco años, tenía formación teórica. Habíamos aprendido de la generación anterior -- la de Lezama, Vitier, Diego -- el rechazo a la espúrea política del momento, pero la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista fue para nosotros una cruzada moral. El triunfo de la Revolución fue una “vuelta de la antigua esperanza”, la aparición del “justo tiempo humano” con que Roberto Fernández Retamar y yo bautizamos nuestros libros de apoyo al mundo que nacía. No fuimos los únicos partícipes de esta efusión; pronto se sumaron Justo Rodríguez Santos con su Epopeya del Moncada, no mucho tiempo después se sumarían Eliseo Diego, Fina García Marruz y Cintio Vitier, que dedicaron al Che sus poemas más ambiciosos. Mientras tanto, Lezama Lima ocuparía una vicepresidencia en la recién creada UNEAC y sería nombrado miembro del Consejo de Dirección de la revista UNIÓN, al tiempo que organizaba el Departamento Editorial del Consejo Nacional de Cultura. Estábamos demasiado inmersos en nuestra “inocencia” para advertir la subtrama que se estaba tejiendo. Quiero actualizar aquellos momentos porque René, Reina María, Lourdes y Senel no los vivieron y tal vez tengan otras versiones de lo ocurrido.
     Fue el viejo Partido Comunista cubano el encargado de poner en orden nuestras efusiones “liberales”, mediante algunas ingratas pero “necesarias” medidas para localizar a “los intelectuales orgánicos” de la revolución, como poponía Gramsci. Y desde luego, ellos no podían estar entre los “nuevos conversos”, susceptibles de que un día cualquiera se pasaran al campo de “los enemigos de clase”; había que buscarlos en el viejo Partido y en las zonas obreras y campesinas. Un miembro ilustre del Partido, Edith García Buchaca, fue destinada para escribir una especie de Libro Rojo, donde exponía las directrices para lograr una cultura auténticamente revolucionaria.
     En ese ambiente de fiscalización ideológica se produjeron en 1961 las memorables reuniones de la Biblioteca Nacional, entre los escritores y la dirección política encabezada por Fidel Castro y compuesta por Osvaldo Dorticós, Armando Hart, Carlos Rafael Rodríguez y Alfredo Guevara.
     En el banquillo de los acusados estábamos, como siempre, los integrantes del suplemento “Lunes de Revolución”, cuya sentencia de muerte fue dictada esa tarde, conjuntamente con la inauguración de una nueva política que ponía en manos de la burocracia el control absoluto de todas las actividades culturales. El poeta Eugenio Evtushenko, que estuvo a mi lado en las reuniones, me dijo al final: “Así termina la libertad en el mundo comunista, abruptamente y a veces con sangre; siéntanse felices de que en estas reuniones no se hayan manejado órdenes de fusilamiento como ocurrió en la URSS”.
     En el momento en que aplaudimos hasta que casi nos sangraron las manos apoyando la consigna oficial “Dentro de la revolución todo; fuera de la revolución nada”, debimos comprender que estábamos entrando en el ámbito asfixiante que Pasternak nos reveló en su Dr Jivago.
     En vez de ventilar aquel aforismo primario, que remitía a un juez difuso la autoridad para decidir lo que era o no literatura dentro o fuera de la Revolución, lo que hicimos fue soslayar el problema y buscarnos uno de esos puestos de amable confinamiento, en el extranjero o en Cuba, para capear elEncuentro de Estocolmo temporal. Unos se fueron de diplomáticos a Londres y Bruselas; otros se refugiaron en los centros de estudios martianos de nuestras bibliotecas o en la Academia de Ciencias; yo me fui a Moscú. Confieso que todo cuanto necesité aprender del mundo que vi repetirse casi literalmente en Cuba, allí lo aprendí; pero cada vez que intenté comunicar mi experiencia soviética, la interpretaban como prueba de que había menguado mi apoyo a la Revolución. Algunos amigos me dijeron que estaba influido por las conclusiones del XX Congreso del Partido Comunista Soviético, y por las fuertes críticas lanzadas por Palmiro Togliatti al “culto de la personalidad” y “la ilegalidad revolucionaria”. En Cuba, esas críticas apenas tuvieron eco. Stalin continuaba siendo un héroe infalible. Carlos Rafael Rodríguez había advertido que “los estalinistas de hoy son los anticumunistas de ayer”. Lo sorprendente es que este clima ideológico no mermaba la obra creadora de nuestros poetas, novelistas, dramaturgos y ensayistas. Los concursos literarios, los festivales de teatro y cine continuaban recibiendo el subsidio oficial, haciendo hincapié en la creación de una cultura nacional, revolucionaria, que negaba la existencia de los expatriados. A esto contribuían los escritores y artistas extranjeros que sólo apreciaban la obra auspiciada por la revolución; el resto no merecía ser tomado en cuenta. Escritores como Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruíz, Lydia Cabrera y Guillerino Cabrera Infante fueron condenados al ostracismo; los jóvenes, que como Lourdes Gil, fueron llevados por sus padres al extranjero y al cabo de los años mostraban una genuina vocación literaria, no interesaban a nadie. La cultura nacional éramos nosotros, que habíamos permanecido leales a nuestra patria y a nuestro proceso revolucionario. ¿No es cierto que ésta era la situación? ¿Que ésta era nuestra actitud? ¿No es cierto que por todo ello fuimos recompensados con el reconocimiento y la difusión? ¿No es cierto que nuestras obras obtuvieron la difusión internacional que les fue suprimida casi automáticamente a las de Lino Novás Calvo, Gastón Baquero, Lydia Cabrera o Justo Rodríguez Santos?
     A los congresos internacionales de literatura, a los festivales de teatro y cine asistíamos nosotros como integrantes de la delegación de nuestro país; nunca estuvimos solos, el nombre de la revolución cubana fue indefectiblemente añadido a los nuestros. Ella dio vida e impulso a nuestras obras y, aun impugnándola, no podemos dejar de ser sus herederos.
     Todos los que estamos presentes en Estocolmo hemos realizado tareas comunes, hemos formado parte de la instituciones culturales creadas por la revolución; hemos sido premiados en sus concursos y jueces en los más diversos certámenes; hemos publicado en sus editoriales y en sus revistas literarias; en algunas hemos sido directores o miembros de sus consejos de dirección, y si este Encuentro de Estocolmo hubiera tenido lugar hace cinco o seis años, tal vez Jesús Díaz o Manuel Díaz Martínez serían dos invitados procedentes de Cuba y sus ponencias no serían distintas a las de Miguel Barnet o Pablo Armando, y hasta con un celo ideológico mucho más radical que el expuesto por Pablo y Miguel.
     La Historia, amigos míos, no comenzó en el momento en que decidimos dejar de apoyar a los que consideramos principales responsables de la pavorosa crisis actual; la Historia comenzó mucho antes, con otras deserciones de razones tan válidas como las que tuvimos nosotros para optar por el exilio. Lo que ocurre es que ante las grandes catástrofes históricas, y hasta naturales, existen múltiples modos de reaccionar, aunque seamos básicamente los mismos. Unos asumen la paciencia y la fe; otros no pueden reprimir la desesperación y el anatema. Y parece que en todo ocurre así. Anoche Jesús Díaz y yo estuvimos recitando un montón de poemas de Nicolás Guillén, todos de memoria, y fue increíble descubrir cómo la gracia y el ritmo de cada poema se sustraían al “mensaje político” y nos remitía al más oculto origen de sus intuiciones; de modo que el ideólogo más bien sobraba. Hace poco decía Abel Prieto que la revolución no había sabido lidiar con sus herejes. ¿Y por qué los buscan, los localizan? ¿Por qué hasta los crean?
     Yo estoy convencido de que nuestras historias personales tienen más parecidos que diferencias. Lo advertí al oír las emocionantes reflexiones de Senel Paz y Reina María Rodríguez, a quienes acabo de conocer, y los planteamientos de manuel Díaz Martínez y Jesús Díaz, viejos amigos. Y lo mismo me ocurre con las intervenciones de Antón, Pablo y Miguel. ¡Cuánta historia común en todo cuanto dicen! Sin embargo, al oír a Lourdes Gil he tenido una extraña sensación de tristeza. Su infancia, su adolescencia, su juventud, su educación son otras. Su obra se ha hecho en el destierro, se ha publicado en el destierro y, a pesar de los reconocidos valores que la han traído a este encuentro, todavía no ha sido publicado ni un solo texto suyo en Cuba. Y es el caso de René y de por lo menos veinte jóvenes escritores cubanos, notables todos, que continúan siendo víctimas de la política excluyente que desde hace más de treinta años ha practicado Cuba. Se trata de una falsa e injusta escisión que todos debemos contribuir a que desaparezca, si de verdad queremos empezar a rectificar injusticias y errores.
     El punto fundamental de la agenda se refiere a la bipolaridad de h cultura cubana. Está demostrado en inuuestras conversaciones que ninguno de nosotros tiene la más ligera duda de que la literatura cubana es la misma para cualquier cubano, no importa el país donde resida. Si la condición de exiliado fuese excluyente, ni Heredia ni Martí serían cubanos; pero es indudable que la exclusión de los artistas que viven en el extranjero ha sido norma de las instituciones culturales de nuestra patria. Ojalá que esta práctica sea abandonada radicalmente.
     La libertad de expresión constituye uno de los principios del trabajo del escritor. Sin ella no puede realizarse ninguna obra y es un hecho innegable que hasta ahora no ha existido en Cuba esa libertad. Los comunistas han debatido largamente el significado de esa palabra; más que debatirla han forcejeado con ella cuerpo a cuerpo. A Lenin no le gustaba. Lo veía como una trampa que el enemigo de clase utilizaría contra los trabajadores en momentos críticos en que el Partido no podía complacer las justas necesidades del pueblo. Una de las principales acusaciones contra Bujarin fue la de haber fomentado la oposición en tiempos de crisis, cuando es fácil confundir a las masas.
     Marx establecía una clara distinción entre las libertades reales y las formales; las que otorga la emancipación de las alienaciones de la clase obrera y las que sólo se ocupan del conjunto de críticas y opiniones características del mundo burgués. Él apoyaba las primeras, convencido de que el ser humano que tenga asegurado el pan, la educación y la salud es más libre que la criatura forzada a una competencia salvaje en que “el hombre es el lobo del hombre”.
     La vida, con la experiencia histórica del socialismo real, ha demostrado que esas ideas no eran más que una aberración moral de la lógica o una profecía alimentada por el mundo burgués donde nació y creció el viejo alemán.
     Fidel Castro nunca ha sido partidario de las libertades formales, espacio natural de la literatura y el arte. A menos que lo considere absolutamente inevitable, siempre será enemigo del ejercicio espontáneo de la libertad. También lo es del humor y las caricaturas, que son la vertiente satírica de la libertad. Lo primero que desapareció del periodismo nacional fueron las tiras cómicas políticas que Fidel identificó como la forma más corrosiva del “relajo” cubano. Y lo mismo ocurrió con la larga tradición de la caricatura. Desaparecieron. En Cuba nunca se ha publicado una caricatura de Fidel Castro.
     ¿Estará dispuesto el gobierno cubano a permitir el ejercicio de la libertad de expresión, cuya falta es en parte responsable de la crisis?
     Si en la Unión Soviética surgió del propio seno del Partido la negación del sistema que sólo condujo a la represión, la miseria y la destrucción de la vida civil y sus instituciones democráticas, ¿será Cuba capaz de condenar las rémoras acumuladas durante más de treinta años de gobierno centralizado y autoritario, desde el propio Partido, con la colaboración de la cúpula dirigente? Hasta hoy no hay señales de que pueda ocurrir. La despenalización del dólar, la creación de empresas mixtas con capital extranjero, la tolerancia con que se observan la prostitución y el mercado negro, aparecen más bien como fórmulas emergentes de contención social, no como expresiones de la libertad. La que necesitamos nosotros es la que hizo posible “Alicia en el pueblo de Maravilla”, de Jesús Díaz, y “Fresa y chocolate” de Senel Paz y Tomás Gutiérrez Alea. En el extranjero, irónicamente, se las considera ejemplo de la libertad intelectual de Cuba. Sabemos que ninguna de ellas cuenta con respaldo oficial y que, en vista de las dificultades que tuvo la filmación de “Alicia”, los realizadores de “Fresa” la ofrecieron como un hecho consumado que la dirección política no tuvo más remedio que admitir. El éxito alcanzado por esta película ha sido más útil para la imagen de la revolución cubana que todas las alabanzas de los reportajes cinematográficos de Santiago Alvarez. He oído decir que Fidel Castro, personalmente, ha tenido que reconocerlo. Hace falta que ese reconocimiento se extienda a todas las iniciativas, plásticas y teatrales, poéticas y de ficción. Corresponde a los creadores plantear esta necesidad como exigencia. Los viejos países socialistas, con Rusia a la cabeza, no han sucumbido a la hegemonía de ninguna gran potencia. Ninguno ha corrido el peligro de perecer como nación; todos ejercen sus libertades ahiertamente y sin miedo. Y, para que esto se produjera, no tuvieron que llegar sus exiliados a poner orden en la vida doméstica; más bien quedaron en el umbral sin que lo hayan traspuesto ni intenten trasponerlo.
     Los que estamos familiarizados con los cambios en Rusia y la Europa del Este, nos preguntamos por qué ha de seguir Cuba adscrita a un modelo que sus propios creadores han condenado como inservible. A veces se nos dice que la Revolución cubana no puede renunciar a los principios marxistas y mucho menos traicionarlos, con lo cual se otorga a las ciencias sociales un carácter teológico que Marx no previó. Si los principios de la revolución cubana son la independencia y la justicia social, bien podría estudiar el modelo sueco que ha conjugado, como ningún otro país del mundo, la independencia económica y la más completa justicia social. Ahora bien, como ha expresado René en varios artículos, debemos ser cautelosos cuando se habla de EL CAMBIO, total y brutal, que en el antiguo mundo comunista ha creado orfandad y desastre (en el primer año de EL CAMBIO, el 3 y% de la población rusa cayó por debajo del mínimo existencial, el sistema de salud pública está en estado de disgregación y la mortalidad infantil fue en 1990 de 17.4 por 1000 nacidos vivos, en el 92 de 18.1 y el año pasado de 20.1 I% – ¡un aumento del 12% en sólo tres años! (Datos del profesor Stefan Hedlund, Universidad de Uppsala, citados por René). Lo que debemos preconizar para nuestro país son los cambios paulatinos: no el comunismo primario, no el neoliberalismo criminal, sino el equilibrio de una socialdemocracia como la sueca. ¿Será posible esto en una Cuba futura?
     No somos nosotros los más capaces para juzgar modelos políticos y económicos; de ellos, lo que importa es que mantengan sus libertades como los suecos mantienen las suyas al hablar, al escribir y al elegir democráticamente sus dirigentes políticos. Como escritores, no podemos admitir la falta de libertad de expresión, aunque algunos aduzcan que ella debilitaría la unidad nacional; de hecho, se trata de una unidad quebrada. Si esa unidad fuese un hecho, la crisis cubana no habría alcanzado las peligrosas dimensiones que hoy tiene. La más ligera reflexión nos dice que la libertad es la aliada natural de la independencia, que temerle constituye el éxito de los despotismos.
     Lamentablemente, el rechazo de Fidel a la libertad sigue representando un serio inconveniente para el país y, por supuesto, para nuestro trabajo. Me acuerdo de sus declaraciones al regreso de uno de sus primeros viajes a Moscú. Elogió al periódico “Pravda” por ofrecer en sólo cuatro páginas la información necesaria y los enfoques imprescindibles del Partido. Al cabo de los años, “Granma” adoptó el estilo soviético y nuestro periodismo quedó reducido a la función subalterna que hoy ejerce. Es muy difícil, como vemos que hoy está ocurriendo en Rusia, restablecer el equilibrio de la sociedad civil después de viejas y acendradas deformaciones; en Cuba, a los treinta y cinco años de censura, retomar aquel equilibrio será un trabajo de titanes. Y habrá que emprenderlo, no obstante, si de verdad queremos buscarle soluciones a la crisis de mayor gravedad de nuestra historia. Como ha dicho Miguel Barnet, ella pone en peligro la existencia misma de la nación cubana.
     Lo creo. Si las dificultades, aumentadas por el embargo inflexible del gobierno norteamericano, logran producir un estallido social que desate la violencia y el caos, la intervención de Estados Unidos será un hecho inmediato y aunque encuentre la resistencia que encontró en Somalia, nadie podrá evitar el baño de sangre. Mucho menos la revancha nutrida por treinta y cinco años de espera.
     Y este será el fin de la nación cubana. El sentimiento de que nuestra nación vive amenazada no es nuevo. Lo señaló Martí a fines del siglo pasado cuando aún Cuba no había obtenido su independencia de España. Lo señaló Enrique Varona en su ensayo “El imperialismo a la luz de la sociología” y en la entrevista que le hizo la Revista de Avance a comienzos de siglo; y lo señaló igualmente Cintio Vitier en la última lección de su curso sobre Lo cubano en la poesía donde afirma que los cubanos “somos víctimas de la más sutilmente corruptora influencia que haya sufrido jamás el mundo occidental, y digo esto no porque le atribuya una malignidad específica, sino porque lo propio del ingenuo ‘american way of life’ es desustanciar desde la raíz los valores y esencias de todo lo que toca. Sin duda también en cualquier momento futuro podremos estar expuestos a la desaparición como Estado aunque sea en apariencia soberano”. Cuba ha contado con la fuerte solidaridad internacional que ha condenado el embargo norteamericano, pero sobre la base de que el país abra un espacio político a la oposición interna. España, sobre todo, ha llevado su apoyo hasta límites increíbles. Fidel ha escuchado sistemáticamente sus recomendaciones e invitó a Carlos Solchaga, ex ministro de economía y uno de los hombres de confianza de Felipe González, a que estudiara la situación cubana y ofreciera sus fórmulas para superar la crisis. Como era de esperarse, las proposiciones de Solchaga lo primero que cuestionaron fue la existencia misma del sistema político; es decir, propuso la plena libertad de las actividades económicas sin interferencia estatal. Al mismo tiempo, Felipe González pedía una apertura que permitiera el pluralismo de los partidos políticos. Hasta ahora, ninguna presión ha apartado a Fidel de su repudio “a las libertades burguesas” ni de su obstinación en afirmar que la verdadera democracia reside en un partido único, de unidad nacional, “frente al enemigo imperialista”.
     La penalización del adversario, aún cuando se refugie en organizaciones de derechos humanos, no ha cesado. Cuba no admite la oposición interna. Gustavo Arcos Bergnes, Elizardo Sánchez, Payá Sardiñas, son considerados enemigos del socialismo y colaboradores “objetivos” del imperialismo norteamericano. Esa intolerancia nos pone a todos en peligro. Habrá un momento en que el país acuda a formas más extremas y habrá un gigantesco estallido de rebelión. Lenin previó estas situaciones y recomendaba una mano de hierro para aplastarlas, como hicieron los chinos en la Plaza Tianamen. “Hay pueblos enteros reaccionarios y en estos casos hay que agarrar al alma por las alas y actuar” – le dijo a Gorki en una oportunidad.
     Si Lenin pensaba de esa forma, ¿cómo esperar que Fidel Castro, que se lo sabe al dedillo, pueda pensar de modo diferente? Con media Rusia ocupada por el ejército alemán, el Lenin radical mostraba un rostro de aquiescencia. Pactó con Alemania antes de que la firma de la paz fuera “más onerosa”; pactó también con la realidad económica cuando la colectivización puso en peligro “el poder soviético” en la hambruna que empezó a diezmar la población rusa; podía ser un realista implacable que obedecía las leyes de la oferta y la demanda; podía reconocer y hasta auspiciar “la libertad de agrupamiento” en el seno del Partido: de hecho un modo de legitimar grupos que pudieron convertirse en partidos; podía ser cualquier cosa porque Lenin no era el leninista ortodoxo que a Fidel Castro le gustaría ser.
     Como en el “Motín de Caine” este es el capitán que conduce nuestra isla estancada. Nosotros no somos más que meros tripulantes escindidos entre la desesperación y la esperanza. Ninguna solución está al alcance de nuestras manos. Algún acuerdo, a pesar de nuestras discrepancias, podremos lograr. Por lo pronto, cuando salimos de esta habitación donde se han mezclado lágrimas e insultos, sonreímos a todos y también sonreímos entre nosotros mismos.
     Aquellos que vigilan atentamente la hora en que el fracaso de nuestra reunión se produzca, aún están al acecho. Los que confían en nuestra capacidad para que este diálogo sea el primero en el esfuerzo por tratar de salir de la crisis actual y hacer que la nación cubana permanezca, estarán simplemente en espera de nuestras conclusiones. Ojalá que no los defraudemos.

Muchas gracias.

* Intervención de Heberto Padilla en el Encuentro de Estocolmo (25-28 de mayo de 1994), el cual fue iniciativa de René Váquez y fue auspiciado por el Centro Internacional Olof Palme. Agradecemos a Lourdes Gil el envío del mismo, así como del artículo que, sobre el encuentro -y a raíz de los ataques desatados por un sector del exilio en Miami-, publicó Padilla en El Nuevo Herald. 
 
 
 

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Nuestro encuentro en Estocolmo

Heberto Padilla

     Cada día se hace más difícil opinar sobre la crisis cubana, o lo hacen más difícil los que se creen profesionales de su desgracia y no toleran a los intrusos que actúan sin consultar al gremio. En Miami ya han comenzado los ataques a la Conferencia de Estocolmo, convocada por el Centro Internacional Olof Palme para discutir la bipolaridad de la cultura cubana. La prensa ha ofrecido una amplia información sobre el encuentro y sus participantes, y yo mismo he escrito dos artículos, en el último de los cuales me referí a la violenta polémica con que comenzaron las discusiones. Como era de esperar en el caso de Cuba, la política irrumpió y se impuso hasta el final de los debates.
     La lectura de las ponencias y sus discusiones fueron a puerta cerrada, y el encuentro terminó con preguntas del público asistente y una rueda de prensa donde participaron todos los periodistas que quisieron.
     No estaban allí Radio ni Tele Martí; tampocolos corresponsales de los periódicos y las numerosas emisoras de Miami, que optaron por condenar el encuentro de Estocolmo como una manipulación del gobierno cubano. La mayoría de las opiniones coincidió en condenar un encuentro donde pudieron coincidir, sin matarse entre sí, escritores cubanos residentes en la isla y seis en el exilio. Esto les pareció demasiado sospechoso. Era posible estrechar la mano y dialogar con agentes de la policía de Castro"? No, imposible, a menos que fuesen redomados "colaboracionistas". ¿Así de simple?
     Es el lenguaje de la guerra fría que aún prevalece en ciertos grupos de exiliados "intransigentes con la tiranía de Castro" y, por lo mismo, con los "colaboracionistas" dispuestos a respaldar cualquiera de sus manipulaciones. Exactamente igual, según ellos, al encuentro celebrado en La Habana recientemente sobre la "emigración". Pero, ¿se trataba de la misma cosa? Claro que no.

Exclusivamente escritores

     El encuentro de Estocolmo se produjo exclusivamente entre escritores, fue convocado por un centro internacional de Suecia, cuyos organizadores determinaron los nombres de los asistentes, con una agenda referida a la bipolaridad de la cultura cubana, abierta igualmente a otros problemas nacionales, ni Cuba, ni los organismos oficiales de la isla, tuvieron nada que ver en esto. Ni siquiera la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. De modo que sí se debatió la crítica situación de los presos cubanos, a lo que, por ejemplo, se refirió crudamente Manuel Díaz Martínez en su ponencia y en su intervención pública; la penalización del adversario político, a que me referí yo, la apelación de Jesús Díaz a que se produzcan cambios que no se supediten únicamente al levantamiento del embargo. No obstante, hubo concenso en que el embargo impuesto a Cuba durante más de 30 años ha quitado razones a los defensores de la democracia. Expusimos, pues, nuestra oposición al embargo, que yo personalmente considero desafortunado, pues a quien más mella es al pueblo de Cuba.
     Estos, y otros planteamientos, pudieron ser oídos por nuestros corresponsales en la conferencia de prensa de Estocolmo, pero es más fácil condenar que oír y reflexionar.
     Por principio, no admito la exigencia represiva de que no se puede utilizar "la tribuna del enemigo", ni "bajar la guardia" ante sus maniobras, porque conozco ese lenguaje desde Cuba. No lo acepto. Me parece absurdo.
     Precisamente ayer, un viejo amigo me recriminaba desde Puerto Rico, que no tomase yo en cuenta el carácter político de cada una de mis actuaciones y opiniones. Esto significa que me he salido una vez más del juego. De hecho, debo agradecerle que intente protegerme de la jauría que puede devorarme. En realidad no me importa. Cuando a uno le han arrebatado su patria y tiene que andar como un híbrido sobre la faz del planeta, no importa la histeria de los que odian por odiar.
     Quiero buscar y encontrar un espacio de discusión; sí, de discusión. No me reuní con enemigos viscerales sino con escritores, tan atrapados como el pueblo de Cuba, en la erosión de nuestra época. Tal vez por eso hasta el enemigo más recalcitrante pueda ser "culpable de su inocencia tanto como inocente de su culpa", como dijese Miguel Barnet en el encuentro. A pesar de que esta reunión estuvo a punto de romperse en más de una ocasión, sus resultados fueron positivos. Nuestro propósito fue el de apoyar las corrientes más sanas del debate nacional. Queríamos y queremos ver el resultado de esta conferencia. Por eso, para que no se confundieran nuestras muestras de esperanzada cordialidad, decidimos no asistir al cóctel que nos ofreció la embajada cubana a todos los presentes, sin ninguna excepción.

La más trágica hora

     Lo más importante era la posibilidad de este encuentro sobre Cuba, un país que como dijo en su ponencia Lourdes Gil, está "actualmente varado en la más trágica hora de su historia; el que conocieron sus primeros moradores y se disputaron hace un siglo los próceres cubanos, los colonizadores ibéricos y los expansionistas yanquis... El que vio el triunfo de la revolución y su fracaso; el de Girón, las incursiones por el África, el éxodo del Mariel y los balseros. El de La Habana como ruinas de Pompeya. El país como llaga en el pensamiento de los desterrados, los de hoy y los del XIX... ¿Cuál es la Cuba que conoce cada uno de nosotros? ¿Y de qué Cuba hemos venido a hablar? ¿Qué es Cuba ahora; qué su literatura desbordándose en la lejanía?".
     Lourdes Gil fue totalmente educada en Estados Unidos, con muy fuertes raíces cubanas. Hoy es una joven y brillante poeta escritora, pero salió de Cuba en el grupo de niños enviados a Norteamérica durante la operación Pedro Pan. Ella es la hermosa respuesta que ha dado la historia a quienes quisieron arrancarla de Cuba.
     Y Lourdes Gil, como el resto de los que asistimos a este encuentro de escritores en Estocolmo, ha tocado el punto crucial. ¿Qué es Cuba? Para mí, actualmente, una mezcla de sueño y pesadilla.

El Nuevo Herald, sábado 4 de junio de 1994
 
 
 

Testimonios
 

 Heberto Padilla o "la encarnación del diálogo": entrevista a Lourdes Gil

Francisco Morán: Heberto Padilla fue uno de los escritores cubanos mas controvertidos de los últimos tiempos. La polémica Otero-Cabrera Infante, el llamado “caso Padilla” -suscitado a continuación de la premiación y publicación de “Fuera del juego” --, así como la polémica desatada por su participación en el encuentro de Estocolmo (si bien esto último sucedió también con José Triana), hicieron de Padilla un escritor para el que cualquier cosa era posible, excepto -irónicamente-- salirse del juego. ¿Qué marcas dejó todo esto en Heberto? ¿Conversaron alguna vez sobre todos y cada uno de estos asuntos? ¿Salió de todo esto alguna clase de auto-análisis y de análisis de los demás? Te lo pregunto porque la imagen de un Padilla enmascarado, camuflageado, ha sido muy persistente, tanto dentro como fuera de Cuba. ¿Cómo se veía a sí mismo e --insisto-- cómo veía a sus “jueces”? ¿Estaba arrepentido de algo?

Loudes Gil: Es una pregunta de muchas facetas. Sobre la polémica en El caimán barbudo, sí, nos enfrascamos bastante en el tema cuando reuníamos el material para la edición conmemorativa de “Fuera del juego”. A mí me interesaban dos aspectos claves de la época que mencionas. El primero lo basaba en lo que me habían contado Pepe y Chantal Triana hacía tiempo: que Heberto no tenía pensado presentar el manuscrito de “Fuera del juego” al concurso, y que la decisión de hacerlo tenía otro origen. Yo quería saber qué había sucedido realmente. El segundo aspecto se remitía al acto mismo de participar en el concurso. Me había parecido siempre un gesto de provocación calculada. Y aunque nadie pudo predecir los extremos de brutalidad represiva en que culminaría todo, un hombre inteligente como Heberto era capaz de comprender el riesgo e imaginar que las consecuencias no tardarían, ni serían benévolas. 
     Pero si lo que me había asegurado Pepe Triana era cierto, introducía entonces un elemento nuevo, invisible, que modificaba el sentido de lo que Heberto había hecho. Y que explicaba, al menos en parte, por qué no había estado preparado mentalmente para las repercusiones que tuvo y tiene todavía el desafío con que se impuso el libro en el certamen. Sobre todo si tomas en cuenta que Heberto, al hablarme de esto, admitía que, con el tiempo, había llegado a entender que  “podía haber hecho las cosas de otro modo”, aunque -y aquí contesto otra de tus preguntas-- no estaba  arrepentido. Imaginarás las horas que dedicamos a ventilar todo esto.
     Heberto y yo conversábamos mucho. Como quizás sepas, nos conocimos al día siguiente de su Lourdes Gil y Heberto Padillallegada a Nueva York, hace más de veinte años. Pero en Estocolmo el acoso y la vigilancia nos hizo gravitar instintivamente hacia una solidaridad. Desde ese momento nuestras relaciones entrarían en una nueva fase y se desarrollarían en torno a dos focos, como la elipse: la imantación -fisica, afectiva, intelectual- y la palabra. Por eso lo que más extraño tras su muerte son nuestras conversaciones y el contacto físico. Durante los primeros años juntos predominó lo pasional, como en cualquier unión amorosa; es la etapa en que lo romántico y lo erótico trazan su dibujo. Pero piensa que su enfermedad tenía, por fuerza, que transformar la relación, a medida que la salud de Heberto se deterioraba. La ecuación entre la pasión y la palabra perdió paulatinamente su equilibrio, y la exaltación fue suplantada por otros atributos del amor, como el cariño y la ternura. La comunicación verbal pasó a ocupar el sitio principal. Hablábamos de todo: de libros, política, filosofía, literatura. Había un trasfondo muy rico, muy abundante, en nuestras conversaciones.
     La imagen “camuflajeada” de Heberto que mencionas es un tema muy complejo. El disfraz persiste tras su muerte porque se alimenta de diversas fuentes, no todas políticas. Es una simplificación adjudicar al gobierno cubano la sola responsabilidad de la deformación de su carácter y el menoscabo de su obra. En estos treinta y tres años se han sumado a la campaña otras voces, otros intereses. Pongo por ejemplo “El color del verano” de Arenas. Y tú, como yo, tienes que haber escuchado grandes desaciertos de las personas más disímiles. La desinformación en torno a Heberto ha calado tan hondo que la gente ya no se detiene a analizar lo que oye o lee sobre él, por muy contradictorio o ilógico que parezca. La prueba la tienes en las absurdas fabricaciones que publicó el Herald tras su muerte y que se difunden sin cuestionamiento. ¿Quién, que conociera de veras a Heberto, que nos haya tratado de cerca, podría creer que pasó tres meses en Texas antes de ir a Alabama, por ejemplo? Nuestros amigos se ríen porque les parece pueril, descabellado. Y sería motivo de risa bajo otras circunstancias, pero no cuando forma parte de un montaje que encubre eventos bochornosos y crueles, que fueron muy dolorosos para él. La verdad saldrá a relucir. Los cubanos hemos vivido tantos engaños a través de nuestra historia que los olfateamos con refinada habilidad. 
     En mi opinión, la campaña más insidiosa contra Heberto ha sido la que desvirtúa su pensamiento político. Reaccionamos ante las declaraciones de Abel Prieto en el ABC o a las de Retamar en Canarias, pero en ellas se ponen las cartas sobre la mesa. Sin embargo, un comentario hecho a la ligera y en apariencia inofensivo resulta mucho más pernicioso, como cuando Miguel Barnet llama a Heberto “un ser contradictorio”. Esa es precisamente la imagen que se ha proyectado y sobre la que no se reflexiona. El que lee a Heberto con detenimiento y rigor, o quienes tuvieron la oportunidad de hablar con él día a día, de escucharlo desarrollar ideas, recorrer zonas de la historia o la cultura, saben que su pensamiento filosófico, político o estético poseía la más absoluta coherencia. Podías estar en desacuerdo, pero no desechar su dialéctica ni sus conocimientos. Creo que el tiempo esclarecerá sus ideas. 

Francisco Morán: Reina María Rodríguez había hecho numerosas gestiones para que se le permitiera visitar Cuba. ¿Era este el deseo de Heberto? Si así era, ¿a que crees que obedecía? ¿Era la nostalgia? Te pregunto esto a propósito de lo que, recientemente, el ministro de Cultura Abel Prieto expresara en Madrid: que “ya no era un enemigo de Cuba [Heberto Padilla], era un hombre enfermo y triste”. Esa escueta caracterización apunta a problemas medulares: uno es que, si bien ya no lo era, Padilla había sido “un enemigo de Cuba”. Lo otro es que muestra a un Heberto “enfermo y triste”, o sea, vencido. ¿Cuál es tu opinión acerca de todo esto? Y si no abuso de tu paciencia, ¿estás de acuerdo en que -siguiendo a Abel Prieto- Heberto no llegó a ir a Cuba porque “murió antes”, porque “faltó tiempo”?
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Loudes Gil: Desde que nos conoció en Estocolmo, Reina María expresó su deseo de que fuéramos a Cuba. Hace siete años de esto, y en aquellos momentos se discutía la obra de Baquero, de Sarduy, de García Vega y de otros escritores exiliados en los congresos de literatura en La Habana. Reina estimaba que era el clima propicio, ya que la obra poética de Heberto posterior a “Fuera del juego” no se conocía (ni se conoce todavía) en Cuba. Nos pidió que visitáramos su azotea sin caracter oficial, para leer poesía. Pero Heberto sabía que su presencia en Cuba no podía ser anónima, y que sería utilizada como otra jugada política.
     Por su parte, Abel Prieto -que ya entonces presidía la UNEAC- desde hacía dos o tres años le enviaba mensajes a Heberto a través de periodistas y escritores, cubanos y extranjeros, que salían y entraban de la isla. Quería invitarlo a la Unión de Escritores, a una especie de ceremonia de “restitución” que cerrara el caso Padilla. Heberto tomaba esos recados con gran ironía; conocía demasiado bien el circo que podía montarse a costa suya. Los mensajes cesaron a partir del V Pleno del Comité Central del Partido en marzo del 96, donde se condenó la relativa apertura cultural y académica y se renaudaron el control y la rigidez anteriores. 
     Hace un año Reina pasó por Nueva York y volvió a planetarnos la visita a su azotea. Heberto le dijo que iniciara las gestiones. Pero no lo hizo porque quisiera ir. Independientemente de Reina, por quien sentía una gran simpatía, Heberto estaba convencido de que en Cuba ya no había interés en que él regresara. Especialmente después de su prólogo a la edición conmemorativa de “Fuera del juego”, donde reiteraba muy claramente su posición, treinta años después del “caso”, y daba respuesta a ciertos comentarios de Abel Prieto. Con ese sentido del humor que nunca perdió, veía las gestiones del viaje como una comprobación. “No van a dar ningún permiso, ya verás,” me decía, “eso no lo decide Abel Prieto”. 
     Heberto no fue nunca “un enemigo de Cuba”. La frase es producto de la manipulación del lenguaje que intenta confundir al país con una ideología, como ya se ha dicho. Heberto era enemigo del régimen --que no es sinónimo de la nación--, pero jamas de un país que amaba y que nunca dejó de preocuparle. En cuanto a tu pregunta sobre la nostalgia, Heberto era el ser menos dado a la nostalgia que puedas imaginar. Creo que esto lo confirma su poesía. Asociar el termino “nostalgia” a Heberto es como endilgarle el de “triste”. Lo que demuestra Abel Prieto es que no lo conocía. Porque Abel Prieto no sólo cumple la función de “distribuidor” de la imagen deformada de Heberto, sino que posiblemente sea “consumidor” de la misma y hasta se la crea. Pero, ¿puede tacharse de “vencido” a un hombre que se sobrepone a la muerte en más de una ocasión, que continúa viajando, aún convalesciente, dicta conferencias, da lecturas de poesia, recibe premios, escribe y trabaja hasta el final? 
     Te recuerdo que Heberto viajo desde New jersey a la Feria del Libro de Miami, un mes después de su ataque al corazón. Allí leyó y firmó ejemplares de su libro. Ese panel se filmó y podemos verlo cuando dice: “Parece que Dios ha querido que yo viva por algún propósito. Aún no sé cuál es, pero debe haber algo que me queda por hacer”. No son las palabras de un hombre triste o vencido. 

Francisco Morán: La siguiente pregunta tiene que ver también con los comentarios de Abel Prieto, pero ello se debe a que involucra la significación misma de la obra de Heberto. Abel no duda en reclamar ese legado: “Pero lo esencial es que su poesía nos pertenece, hoy se puede leer en Cuba y el caso Padilla quedará como algo coyuntural”. El reclamo que nos que hace separa el caso político (lo considera “coyuntural”) del libro que originó ese caso. ¿Crees que es posible hacer eso? ¿Por qué? 

Lourdes Gil: La obra literaria de Heberto --“caso” incluido -- ya que es intrínseco a la misma- forma parte de nuestra herencia cultural y de nuestra historia. Como son parte de la literatura cubana la obra de Baquero, de Sarduy, de Arenas. Que un escritor cubano muera fuera de Cuba no es nada nuevo en la historia del país --Heredia, Villaverde, Juana Borrero. El legado cultural nada tiene que ver con la ideología del momento, aunque esta se mantenga por más de cuarenta años. Tampoco está sujeto el patrimonio cultural de la nación a las declaraciones de un funcionario político. El primer gobierno de la República, mediatizada o no, no creyó necesario señalar que la obra de Heredia o la de Villaverde “nos pertenecían”. Desde el poder se puede condenar a un escritor, pero lo que no se puede es contener, dirigir o amordazar el curso natural de las expresiones culturales de un pueblo. Dudo mucho de que se publiquen ahora en Cuba “La mala memoria” o “En mi jardin pastan los héroes”, a pesar de que “nos pertenecen”. 

Francisco Morán: Vas a disculpar mis idas y venidas, pero quisiera que esta entrevista sea lo más aclaratoria posible y contribuya -hasta donde sea posible- a comprender la complejidad, las debilidades y las desgarraduras del poeta mayúsculo que fue (que es) Heberto Padilla. Y no creo que sea justo ventilar aquí los criterios de la cultura official cubana sin tener en cuenta, al mismo tiempo, la relación de Padilla con -digámoslo así- cierto sector del exilio cubano. Esto nos lleva otra vez al encuentro de Estocolmo. ¿Es cierto que, a su regreso, Padilla fue objeto de ataques y hasta de amenazas por asistir a ese encuentro y firmar la declaración que pedía se levantara el embargo a Cuba? Si esto es cierto, ¿cómo reaccionó Heberto? ¿Hubo alguna respuesta suya en este sentido? Aparte de esto, ¿cómo fue su relación con la comunidad de escritores y de exiliados, en general, desde que salió de Cuba?

Lourdes Gil: Si nos preguntaras a cada uno de los escritores exiliados que participamos en esa conferencia (Jesús Díaz, Pepe Triana, Manolo Díaz Martinez y yo), te contaríamos anécdotas personales de como fuimos atacados y amenazados individualmente. Todos recibimos llamadas, algunas anónimas. Y el ataque vino de ambas orillas, ya que la conferencia fue criticada tanto en La Habana como en Miami. A pesar de su significado histórico y de la trascendencia de los planteamientos, únicamente fue bien recibida en Europa. En Nueva York se organizó una charla donde participaríamos Pepe, Heberto y yo, y a la que asistirían más de cien personas irritadas y “en pie de guerra”. En La Gaceta de Cuba se publicaron varios artículos que desvirtuaron el significado del encuentro, pero no tengo noticia de que en La Habana se celebrara un debate como el de Nueva York. Tampoco en Miami.
     Es cierto que Heberto fue el más perjudicado de todos y la conferencia le costó su trabajo en el Miami-Dade College. Pero su entorno difería del nuestro: era el único que vivía en Miami y eso lo hacía más accesible; el único con una columna semanal en el Herald, lo que le hacía entrar a un nivel más popular. Además, en 1994 muchos exiliados ignoraban quiénes eran Díaz Martínez y Jesús Díaz. Ya sabes que el vínculo entre el escritor y la comunidad exiliada es muy pobre, que la literatura no posee arraigo alguno en el pueblo, como lo tuvo en otro momento. Pero Heberto reaccionó con la naturalidad de siempre, como reaccionaba ante incidentes similares. No era el primer trabajo que perdía por razones políticas. Claro que le disgustaba, pero estaba acostumbrado a que le saliera el “poema peligroso” por alguna parte. 
     Heberto era incondicional para sus amigos y separaba la política de la amistad. Mantenía relaciones con gentes de muy diversas ideologías. La lista de los amigos escritores es larga y no podría mencionar a todos. Se comunicaba por teléfono con los que veía con menos frecuencia, como Franqui o Cabrera Infante, a quien llamó a Londres para felicitarlo cuando le otorgaron el Premio Cervantes. Cesar Leante nos visitó en Nueva York y nos escribíamos con Nivaria Tejera con regularidad. Heberto sentía un respeto y una admiración especial por Benítez Rojo, como escritor y como persona. Estuvimos unos días con él y su mujer en Amherst, en el 96, y nos veíamos cuando venía a Nueva York. El punto de reunión solía ser la casa de Miguel Ángel Sánchez en Long Island, donde se preparaban unas comidas que duraban buena parte del día y de la noche. Pasamos muchos fines de semana allí, y nos quedábamos a dormir. A veces estaban Hilda y Antonio, otras Jesús Díaz y sus hijos, González Echevarría, Norberto Fuentes, Alberto Batista. De la generación más joven, Heberto consideraba a Enrique Patterson el más brillante, pero fue más amigo de Pablo Medina y de Vicente Echerri.

Francisco Morán: ¿Qué puedes decirme de su actividad literaria? ¿Escribía menos? ¿Algún libro en proyecto?

Lourdes Gil: Sí, tenía varios proyectos empezados y dejó manuscritos de novelas, ensayos, sus memorias y poemas sueltos. Aunque guardabamos copias, algunos desaparecieron durante las tristes maniobras familiares de este verano. Ya en Alabama, Heberto me dijo que pensaba le habían destruido determinadas cosas. Pero lo más prudente es no ahondar en el tema por el momento, debido a los reclamos legales de la familia y a la caótica fragmentación de su patrimonio literario. Ya habrá tiempo de poner en orden lo que se logre salvar y darlo a conocer. Es deplorable que se hayan incumplido sus deseos y los arreglos que dejó al respecto. A juzgar por las cartas que me escribió  este verano, y lo que me contó cuando llego a Auburn, Heberto ya sabía que podía ocurrir cualquier cosa. 
Afortunadamente, antes de morir había firmado el contrato editorial para la publicación de un capítulo de sus memorias de exilio y podrá leerse muy pronto, en español y en inglés. Pero sí, escribió menos estos últimos años, aunque en realidad lo que la gente echó de menos fue su labor periodística, no su obra literaria. Heberto abandonó el periodismo desde antes de enfermarse y eso lo liberó enormemente, porque le robaba tiempo a lo que de veras quería escribir. Si analizas, verás que en los doce primeros años de su exilio su labor literaria consiste en “La mala memoria”, siete poemas en “Un puente, una casa de piedra” y uno o dos en ”Hombre junto al mar” (que en inglés lleva el título de “Legacies”). Como sabemos, ese libro y la novela fueron escritos en Cuba, aunque se publicaran fuera.

Francisco Morán: ¿Crees que la última hospitalización de Heberto antes de su muerte llegó a preocuparlo? ¿Lo notaste deprimido?

Lourdes Gil: Hay que trasladarse más hacia atrás para llegar ahí, porque los cambios comenzaron antes. Cuando Heberto sufrió dos infartos seguidos en febrero de 1997 tuvo que jubilarse y llevar una vida más regimentada. Nuestra economía recibió un duro golpe, porque Heberto no contaba con ninguna pensión de retiro, sólo el Seguro Social. Acudió a algunos amigos para que lo situaran o recomendaran en algún trabajo, pero quizás porque lo vieron enfermo, o porque no se percataron nunca de la cruda realidad económica que teníamos, nada se materializó. Para contrarrestar las dificultades llevamos una vida muy activa, social e intelectualmente. Eso lo motivaba a viajar, ver gente, preparar charlas, lecturas de poesía, conferencias que, además, generaban una entrada. 
     Su ataque al corazón se produjo casi dos años después, y estuvo clínicamente muerto durante más de dos minutos. Incluso tuvo una de esas experiencias de la muerte que tanto sobrecoge a los que la sobreviven. En los días que siguieron hubo que someterlo a diversas técnicas de urgencia muy delicadas, que ya no recuerdo como se llamaban. Fue muy traumático, pues sobre mí recaía la responsabilidad de firmar las innumerables planillas otorgando el permiso de intervención, en el hospital, y más tarde en el centro de terapia de rehabilitación, pues no había nadie más presente para hacerlo. Su hermana Martha me brindó un extraordinario apoyo y llamaba desde Miami hasta dos veces al día. Pero fuera de tres amigos que estuvieron presentes y corrían a ayudarnos cuando lo necesitábamos, Heberto no tuvo a más nadie. Afortunadamente, mucho antes me había firmado un poder, autorizándome a decidir en su nombre cualquier cuestión médica o económica.
     Pasó los seis primeros meses del 99 semi-inválido, con una peligrosa llaga en un talón, producida por la diabetes. Sobrellevó muy bien su estado, pero el tratamiento para la curación de la herida debía hacerse tres veces al día, con una visita semanal al hospital y tuve que dejar de trabajar para ocuparme de todo. La situacion economica se torno aún más crítica y para Heberto era una preocupación constante. Le apenaba, además, que yo llevara el peso de todo. Por otra parte, el desinterés de su famila, que al principio él trato de soslayar, fue adquiriendo matices de guerra fría y se le hizo intolerable. Prefiero no adentrarme en la histeria colectiva que su divorcio desató y sólo aludo a ello por el sufrimiento innecesario que Heberto tuvo que soportar en sus últimos meses. 
     Su enfermedad nos hizo vivir momentos de gran tensión. Recuerdo, por ejemplo, lo sucedido a nuestro regreso de Los Ángeles en abril pasado, cuando le otorgaron el premio La palma espinada. A Heberto le sobrevino una súbita falta de aire y casi se desploma. La azafata trajo un tanque de oxígeno y el piloto tuvo que avisar al aeropuerto y desviar el aterrizaje a otra pista. Por fin lo sacaron en camilla del avión. 
     Vivíamos así, de susto en susto, pero tratábamos de llevar una vida normal. Fue una decisión que tomamos aún estando él en el hospital, ya que la otra alternativa consistía en sentarse en un sillón a esperar la muerte. El cardiólogo me había dicho, cuando le consulté sobre el riesgo de viajar a Miami para la Feria del Libro, que lo mismo podía morir al día siguiente que en diez años. El cirujano que lo examinó en Miami no nos aconsejó una operacion, pues el riesgo a su vida era mayor que las probabilidades de una mejoría. Fue un milagro que pudiera vivir dos años más, con la severa obstrucción de las arterias y la desoxigenación paulatina que sufría. 

Francisco Morán: ¿Cuál fue la última vez que estuviste junto a él? ¿Cuál era su estado de ánimo y de salud en aquellos momentos? ¿Alguna anécdota?

Lourdes Gil: Heberto y yo no nos veíamos desde hacía dos meses. Fue un verano funesto, de muchos problemas, de intrigas familiares y de malentendidos. Pero en junio, aún no sabíamos lo que se tramaba. Ese mes paricipamos en el ciclo de conferencias sobre literatura cubana que organizó el Centro Cultural Cubano de Nueva York y lo disfrutamos mucho. Abarcaba cuatro viernes consecutivos y el programa incluía, además de a nosotros dos, a Benítez Rojo, Mayra Montero, González Echevarría, Arístides Falcón, Antonio Cao y varios amigos muy queridos. Ya en julio debíamos desplazarnos a Alabama a alquilar el apartamento, pues las clases comenzaban en agosto. El viaje se aplazó, mayormente por razones económicas. Su hermano Gilberto iba a prestarle el dinero para establecerse en Auburn, tal y como lo había hecho el verano anterior, cuando Heberto recibió la cátedra de profesor eminente creada por Elena Diaz-Verson de Amos y se trasladó a Columbus University, en Georgia. Pero a Gilberto se le presentó una operación de un día para otro y Heberto viajó a la Florida a verlo. Ya en Miami recibió una llamada con la noticia de que su hijo había tenido un accidente en Texas y su vida peligraba. Muy asustado, Heberto salió apresuradamente para allá. 
     Poco antes, yo había recibido otra llamada en la que se me comunicaba que no volvería a ver a Heberto nunca más. La persona que llamó me dijo que lo había “negociado con los orishas”. ¡Qué puedo decirte! En ese tono de telenovela de cuarta categoría debíamos movernos. En fin, Heberto me envió dos cartas desde Texas, explicándome que todo había sido un engaño. Lo del accidente era cierto, pero había encontrado a su hijo ileso. Se paso junto a él los días que faltaban para el 20 de
agosto, fecha en que comenzaría el curso en Auburn. Tengo que aclarar que nuestra comunicacion había quedado interrumpida desde Miami. Y quizás pueda sorprender a quienes no vivieron con nosotros los acontecimientos de estos últimos años, que no pudiéramos usar el teléfono. Era notorio para nuestras amistades que en las casas de los hijos de Heberto nos grababan las conversaciones y nos abrían las cartas. Pero nuestros intermediarios para esos trances residían en Miami, no en Texas. Heberto debía llamarme desde teléfonos públicos, y no siempre había una cabina cerca, ni
disponía de automóvil. Incluso, después que murió me enteré por Tony Madrigal, el jefe de departamento en que trabajó Heberto en Auburn University, que también a él lo llamaba desde teléfonos públicos desde Texas. 
     Hasta que no estuvo en Auburn no hablamos con libertad. Entonces hilvanamos las intrigas, los engaños, las llamadas telefónicas. Lo que más lo perturbaba era que en el maletín con que llegó a Alabama no aparecían, ni sus libros, ni los manuscritos de sus novelas, ni las fotos de nosotros dos que siempre llevaba consigo. Me pidió más fotografías, copias de los manuscritos. Me cuesta hablar de todo esto. Fue espantoso. Lloramos, juramos que no permitiríamos que volviera a pasar. Acordamos mantener en secreto nuestras relaciones hasta que se calmaran las cosas. Puede parecerte muy melodrámatico todo esto, pero la oposición a nuestra relación fue más que una simple hostilidad. Tomó formas muy concretas y agresivas de hostigamiento. 
     Sé que murió tranquilo. No porque Pepe Escarpenter me contara que lo encontró con una expresión plácida, como si estuviera dormido; sin contracciones de dolor en el cuerpo. Lo sé porque sin imaginarnos que sería la última, sostuvimos una conversación muy tierna y muy cálida esa mañana a las once, hora de Alabama, las doce del día para mí. Y moriría poco después, según los cálculos del forense.

Francisco Morán: Si me lo permites, quisiera terminar esta entrevista con una nota más personal, más íntima. ¿Cuál es la imagen que te queda de Heberto? ¿Que es lo que más llegaste a admirar en él? ¿Qué era lo que no te gustaba o rechazabas de él? ¿Qué opinas acerca del significado de su obra poética?

Lourdes Gil: Es pronto para que descifremos e interpretemos el significado de su obra poética, o 
para contextualizarla en la historia de la poesía cubana. Puede tomar una generación. Los cubanos estamos inmersos en nuestra inmediatez, en nuestra miopía, en nuestras pesadillas. Más que a cualquier otro poeta cubano, a Heberto lo juzgamos desde la emotividad. Esto nos nubla la racionalidad, bloquea la objetividad y el rigor necesarios para una critica literaria justa. 
     El proceso de aceptación de su muerte ha sido muy largo; mis amigos me decían que estaba en estado de shock: “Tú todavía no te has dado cuenta”, me repetían. Y es que me faltó la comprobación visual del fin. Trato de recordar los momentos felices, la etapa de mayor ilusión, los ratos de intimidad, los sitios donde nos divertimos. La vida nos concedió un plazo muy corto, muy tardío, pero lo vivimos intensamente y hacia adentro, hacia el desarrollo de esa experiencia interior y profunda que te hace tocar lo trascendente. La exterioridad y la algarabía no nos interesaban, la repelíamos; era un terreno agotado para ambos, desde antes de estar juntos. 
     Admiro tantas cosas de Heberto. Era desprendido hasta la exageración, noble en sus afectos, sin las envidias que corroen a tantos escritores que conocemos. Tenía una infinita capacidad para perdonar y olvidar las torpezas de otros. Y Dios sabe bien que fueron muchas las injurias que recibió. También es digno de admiración como dejó la bebida cuando vino a vivir conmigo. Comenzó un tratamiento con el Dr. Lino Bernabé Fernández, que continuó después. Le tomó tiempo porque había mucho que procesar, pero lo logró. 
     En el orden intelectual no hace falta decir lo que es del dominio de todos; era sencillamente extraordinario. Conversar con él a diario era un placer insustituible. En eso me deja un vacío enorme; he perdido el “I and Thou” de Martin Buber, la encarnación del diálogo. 
 
 
 

Padilla y yo

Pablo Medina

     El día en que conocí a Heberto Padilla era frío pero sin nieve, típico de ese clima metálico invernal que tanto le agradaba.  Al tocar a la puerta de la casa de Princeton donde se acababan de mudar él y Belkis con su hijo Ernesto, pude oír el ladrido infernal de un par de perros, y detrás de los perros las voces de un hombre y una mujer que intentaban callarlos sin que les hicieran el más mínimo caso.  Nunca he sido amante de los animales y todo ese ruido me desalentó de tal manera que poco me faltó para que diera la vuelta y me retirara. 
     Cuando al fin se abrió la puerta apareció el poeta.  Era mucho más corpulento de lo que imaginaba y su figura dominaba el marco, evitando así una entrada fácil a la casa, hábito creado, según me contó en otra ocasión, durante sus tiempos difíciles en Cuba cuando la Seguridad del Estado los investigaba y no todos eran bienvenidos a su casa.  Las pocas fotos que había visto de él mostraban un hombre más bien delgado y altivo.  Recuerdo en particular una en que fumaba un puro pantagruélico con la actitud más bien de un magnate industrial que de joven poeta en ascendencia.  Eran fotos de su juventud, cuando el mundo se le abría por delante como se le abre a todos los poetas de gran talento.
     Me presenté y él me invitó a pasar.  Ya los perros habían sido encerrados en un cuarto trasero y con seguro alivio entré a la sala, donde Belkis nos sirvió café y los tres nos sentamos a conversar.  Fue así que comenzó nuestra amistad, una amistad que duró hasta su muerte.  A Heberto le agradó que yo escribiera en inglés.  Era el lenguaje de Blake y de Eliot, dijo, digno para la poesía, y entonces se lanzó a recitar el comienzo de The Love Song of J. Alfred Prufrock, de Eliot que me demostró un profundo conocimiento de la lengua inglesa y de su literatura.  Yo le respondí con su propio poema Los poetas cubanos ya no sueñan y se sorprendió que yo, poeta criado en Estados Unidos, lo supiera de memoria.  En otra ocasión se conmovió visiblemente cuando le entregué copia de una antología de sus poemas en inglés, que se había editado en la Universidad de Georgetown diez años atrás, a raíz del “caso Padilla”, y que contenía varias de mis traducciones. 
     Desde la década de los sesenta los jóvenes poetas exiliados lo leíamos, por la fuerza de su poesía y el espíritu que en ella se manifestaba.  Le dije una vez, quizás enfranquecido por unos cuantos vasos de vodka, que él había sido nuestro maestro ausente.  Su poesía nos llegaba a retazos, pero nos llegaba, y cuando Heberto fue atacado por el régimen castrista una y otra vez, vimos en su experiencia un espejo que reflejaba una versión tergiversada y absurda de la nuestra.  Heberto nos mostró que a ambos lados de la historia está la cultura, y que el hilo que nos une, que más que hilo es una soga indestructible por estar hecha de materia espiritual, es la poesía, que permanece viva tanto en la isla como fuera de ella.  Por mucho que Fidel Castro hubiera intentado destruir a Heberto, lo que a fin de cuentas perduraría no era su persona herida-- ¿a quién no lo hiere la vida?-- sino su obra, y contra eso el tirano no pudo.  El caso Padilla fue una de las pocas derrotas que sufrió Fidel no sólo en el campo cultural, sino además en el político, donde dolió mucho más.  La única arma de Heberto fue la honda de la poesía.
     Con el tiempo Heberto y yo compartimos mucho, además del café y el vodka, su bebida preferida, y con el tiempo la política, esa dama que se cree demasiado importante, demasiado bella, se fue descascarando.  Lo que quedó al centro de nuestras conversaciones --pura esencia-- fue  nuestra isla y nuestra literatura.
 
 

A Heberto en mi buena memoria

Arístides Falcón Paradí

     Hablar de un amigo es muy difícil, sobretodo cuando ya se ha ido. Duele mucho el que ya no esté aunque siempre permanezca. Y hablar de la amistad sin duda por ser un enigma podría resultar imposible describirla. La única certeza, terrible certeza, es la ausencia del amigo. A estas alturas, sólo nos queda el recuerdo y esa ausencia insustituible.  Llenos de esa ausencia dialogan el silencio de la perdida con el otro silencio del recuerdo. Así por momentos rehacemos, grata epifanía, el recuerdo como quien reencarna la cotidianidad ida y los asombros nombrados que permanecen. Ambos vigilia de una otredad dada que sigue perteneciendo. Ambos son la poesía, la fiesta del 
poeta. El poeta vive en lo nombrado. En última instancia, lo nombrado es lo que lo salva y nos salva. 
     Por nuestra parte, aquel acto desesperado de rehacer también es poético; espera en el fondo encarnar la ausencia, sueño imposible de otro sueño imposible. Un tiento en la sombra es ese ritual de rehacer. Tienta la sombra. La cotidianidad ida, que es la parte de la historia, y el asombro, que es la parte de las cosas nombradas, se recuperan a través de nombrarlas, y el jamás y el siempre germinan, restablecen el puente. Delgadísimo puente de nombres y cosas  comunes: Lourdes, María, Pablo, Miguel Ángel..., lo humano, el buen vino, mi testarudez vegetariana, la poesía, la literatura, su palabra (era el poeta) cotidiana encarnaba exacta y lúcida como pocas. 
     Conocí a Heberto, el amigo, sólo hace unos cuantos años. Siempre parecen muy pocos, aunque muy pocos, persisten siempre. Al otro, al poeta, ¿quién de mi generación, la del "hombre nuevo", y diga interesarse por su tiempo y la poesía no conocía hace ya mucho al poeta execrado? ¿Quién de mi generación no tuvo, y de las actuales no tiene, allá que leer clandestinamente su poesía? Porque para el horror basta un ojo de asombro, como testifica su poesía la cual no podrán manipular los inquisidores del poder y su cultura del terror.
     Yo hablo del amigo. Distingo aquí del hombre del poeta, ya dirán que ambos son una misma cosa. En una página de La mala memoria él mismo expresa que el escritor deja sus incesantes máscaras; la otra, para mí la del hombre, es una sola máscara, la persona. Dos cosas fundamentales recuerdo de él su deseo de vivir y, ya de alguna manera lo mencioné, su elocutio. La primera, su deseo de vivir viene de una aptitud de no dejarse reducir por los embates de la vida y las claudicaciones de lo mezquino y la mediocridad. La otra, su diálogo, su palabra era culminación y síntesis.
 
 

Encuentro de Heberto y Lourdes en tiempos de guerra

Hubo en él una esperanza fija,
en ella un manantial de asombros.
Hubo en él un regocijo, una certeza,
en ella una agustiosa espera.
Bajo tanto anhelo se borró el invierno.
Vino él con el asombro,
ella, con el cielo.
En tiempos de guerra
la distancia se hizo estrecha.
Luego la nieve volvió a cubrir el árbol 
con su esfera.
Sólo ella sentía que era inútil.
Sólo él pensaba que era un sueño.

Iraida Iturralde

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