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Antonio
Maceo y Julián del Casal: una historia cubana del héroe
y el cadáver
a jorge luis sánchez y a pedro marqués de armas
por
Francisco Morán
I En
el parque Maceo del malecón habanero, se yergue el Titán
de bronce con el machete desenvainado y en actitud de ordenar el inicio
de la carga a una caballería fantasma. A sus espaldas, Muy
cerca de La Punta, pero dentro de la ciudad, y a un lado del paseo
más famoso y concurrido de La Habana, el Prado, se levanta
la que fuera mansión de Lucas de los Santos Lamadrid, y donde, el II En 1990, Jorge Luis Sánchez realizó el documental Donde está Casal. El proyecto surgió de su propia búsqueda --algo que llegó a convertirse para él en verdadera obsesión-- de los restos del poeta. Todo ello condujo a un macabro descubrimiento: aunque nunca fueron legalmente exhumados, los restos de Casal no estaban en el panteón de los Rosell-Saurí. Hasta la fecha de hoy, esos restos no han aparecido. El panteón mismo, tal y como lo vemos en el documental, era un basurero en el que se amontonaba todo tipo de desperdicios, desde latas vacías hasta condones usados, como los que pude ver por mí mismo el día que fui con unos trabajadores de la Casa Editora Abril para colocar otra tarja, también de calamina. Hoy no se puede descender al fondo del panteón como hace unos años, porque la verja de hierro que flanquea la entrada está cerrada con una cadena y un candado. Mientras los restos de Maceo duermen el sueño de los héroes, los de Casal se han aventado en otra aventura urbana de la que han participado, sin saberlo acaso, amantes clandestinos. En lugar de preservarnos sus desechos mortales, el panteón sólo ha servido para escaramuzas eróticas y como estercolero. Cuando
se hicieron las exequias del poeta, el 22 de octubre de 1893, el presbítero
Dn. Rafael de los Ángeles Homá, cura párroco de la
Iglesia de Nuestra Sra. de Guadalupe, hizo constar en el certificado de
defunción que había mandado "dar sepultura Ecca" en el Cementerio
de Colón "al cadáver de Dn. Julián del Casal, de veinte
y ocho años de edad de estado soltero", así como que se El nacionalismo no considera a los héroes (la arcilla de su discurso) como cadáveres "naturales", sino como vigilantes vivos de los fundamentos de la nación. Es por ello que, mientras que el cadáver Casal no necesita más legitimación que la de su propia descomposición, al héroe Maceo, si bien no se le embalsama (no hubo tiempo, ni las posibilidades, ni habría habido la voluntad, toda vez que no pudo hacerse con Martí), sí se le escamotea a los agente depedradores de la muerte.3 El examen mismo de sus restos, y la validación antropológica a que se someten, son ya uno de los primeros rituales con que es conjurada la nación. La palabra cadáver desaparece por las exigencias del mito y de la historia: revestido de bronce, se le mantendrá sobre el caballo y con el machete desenvainado. Aún no se ha proclamado, entre bailes y celebraciones, la República, y uno de los primeros gestos de los cubanos es el de recuperar el cuerpo de Maceo. Las mejores hagiografías se escriben sobre los restos del cuerpo. La nación, la patria, )sobre qué podrían asentarse mejor que sobre los relicarios, sobre los huesitos de sus hijos? Sólo que el cuerpo de Maceo -como el de Casal- tiene sus zonas ríspidas, trochas por las que difícilmente podrían abrirse camino las conveniencias de la nación, a menos que la ciencia... La comisión que en 1898 examinó los restos de Antonio Maceo estuvo integrada por José Ramón Montalvo, Carlos de la Torre y Luis Montané. Ante éstos se levantaba un escollo que podía complicar las cosas. Por una parte estaba la condición racial de Maceo (mulato), y como tal, la antropología al uso no lo veía como un un ser especialmente privilegiado, sino como todo lo contrario. Por el otro, estaban los intereses políticos y patrióticos que exigían un certificado de limpieza absoluta. Lo primero que llama la atención aquí es la necesidad, no de reconocer la autenticidad de los restos -puesto que no era de eso de lo que se trataba-, sino de sus propiedades. El estudio parte, pues, de un criterio ostensiblemente racista y, al mismo tiempo, manipulador. La comisión recoge la belleza del cráneo ("por sus líneas, en general", nos dice), y se apresura a reconocer ("como preludio") que Maceo "era mestizo" para luego aclarar que "el cruzamiento del blanco y del negro, crea un grupo ventajoso, cuando la influencia del primero predomina".4 Las dos conclusiones más importantes a que se llega son que "muchos caracteres antropológicos reintegran a Maceo en el tipo negro, -- en particular, las proporciones de los huesos largos del esqueleto", pero que, no obstante ello, "la conformación general de la cabeza" hace que se aproxime, iguale, y aún supere, a la mismísima raza blanca.5 O sea, que Maceo tuvo un cuerpo de negro que (como negro al fin) sirvió a su cabeza, que era de blanco. Las hazañas del cuerpo negro sólo se explican por la excepcional belleza e inteligencia (blancas) de la cabeza. De lo que se trata aquí es del racismo puesto al servicio del discurso nacionalista. Ahora bien, esto tiene otra lectura no menos significativa. Esa perfección y belleza blancas que la comisión asienta sobre los restos de Maceo, no es otra cosa que la autorización científica -tan necesaria en un caso tan "especial"-- para legitimar el bronce en que esos restos van a ser vaciados o, mejor aún, escondidos. III Una de las autoridades que formó parte de la comisión para delimitar las topografías blanca y negra de Antonio Maceo, fue, como se recordará, el doctor Luis Montané, quien, por cierto, juega una rol muy especial en los (des)encuentros de Maceo y Casal. El
15 de enero de 1890, en el salón de actos de la Real Academia
de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de la Habana,
tuvo lugar el Primer Congreso Médico de Cuba. Al mismo asistió
Montané quien leyó una ponencia titulada "La pederastia en
Cuba". Y, representando a La Discusión, también
asistió Casal, cuya crónica "El Congreso Médico" apareció
en el periódico al día siguiente.
Lo primero que debemos subrayar aquí es el carácter descriptivo de la crónica de Casal, en obvia contradicción con el propósito primario de este género periodístico que no es otro que el de informar. Pero la descripción le sirve a Casal para desplegar un fino, eficaz contrapunteo: elogia y ridiculiza, al mismo tiempo, las pretensiones del Congreso Médico. Comienza destacando que "el amor a la ciencia se infiltra lentamente en el seno de nuestra sociedad". El verbo infiltrar, que el discurso médico hizo suyo, (recuérdese lo que Susan Sontag nos dice en Illness as Metaphor) viene de prácticas militares asociadas con lo secreto, es decir, con actividades de espionaje. En este sentido, la ambigüedad con que juega Casal, es obvia: por un lado la ciencia misma es presentada como un germen, como una enfermedad que contamina el organismo social, y, por el otro, se constituye a manera de la foucaultiana mirada panóptica, centralizada, que vigila y espía a los ciudadanos. Desde el margen, Casal revierte el discurso médico que utiliza ese mismo verbo, u otros similares como invasión, para aludir a la pederastia, a la prostitución (o sea, a las enfermedades morales) y a las enfermedades infecciosas como la tuberculosis. Benjamín de Céspedes, por ejemplo, se refiere a la homosexualidad como a "la invasión creciente de la plaga asquerosa".6 La mayor parte de la crónica de Casal se regodea en la descripción del salón de actos y - cosa curiosa -, se detiene a escudriñar a casi todos estos "hombres célebres", a quienes, "acostumbrados a luchar con la muerte", "parecía que ésta les había comunicado su imborrable palidez". Casal comunica un fuerte e inquietante contraste entre lo que considera, por una parte, una "legión heroica de los conquistadores del ideal", y, por la otra "un grupo de ancianos de cabellos blancos", "frentes arrugadas" y "mejillas lívidas".7 Se trata de un fino, pero eficaz despliegue de su habitual ironía. Ello se refuerza aún más hacia el final de la crónica. Al despedirse del lector, afirma que, por su parte, sintió "renacer [su fe] perdida en la medicina". Nótese lo extraño de la construcción. Lo que renace no es la fe, sino la fe perdida. En lugar de decir "la fe que había perdido", lo que nos dice - y con lo que nos deja - es el renacer de una fe perdida. Esta ambigüedad vuelve a subrayarse con la declaración negativa-afirmativa de las últimas líneas: "llegué a pensar que no hay nada más falso que este pensamiento de Moliere: la más extraña de las pretensiones es la del hombre que pretende curar a otro de sus males".8 La negación cede el lugar en el discurso a la afirmación excéptica de Moliere, y la cual -cosa extraña- nos hace recordar aquel cenáculo de hombres, viejos, cansados, y contaminados por la muerte, que había visto Casal. La
ponencia de Montané se caracterizó, en líneas generales,
por el tono altamente homofóbico y discriminativo. En ella
reportaba las conclusiones a las que había arribado luego de estudiar
a 21 "pederastas" que se encontraban en la Cárcel de La Habana.
Los clasificó en aficionados y prostituidos, y de ellos 8 eran blancos,
9 mestizos y 4 negros. Los pederastas que describe Montané
deambulan por los parqués, cafés y teatros. Cuenta
incluso que, "en cierta ocasión, en uno de los corredores de nuestro
principal teatro y durante la representación, [uno de estos pederastas]
es sorprendido [...] besando las partes genitales, descubiertas, de un
joven". Los espacios a que Montané hace referencia - no tenemos
que decirlo - son los mismos que frecuentaba Casal. Eso, para no
hablar de su "gusto desordenado" por "los objetos brillantes" y "los colores
vivos" que nos salen al paso constantemente en su poesía, y en la
del modernismo, y que Montané también señala como
signos de la pederastia.
Resulta
para nosotros, cuando menos simbólico, ver a Montané involucrado,
al mismo tiempo, en el estudio y clasificación de los restos de
Maceo y en la elaboración de un discurso homofóbico, ambos
marcados por el gesto racista y discriminatorio: hacia el negro, el chino
y el homosexual. Pero lo verdaderamente perturbador es que Montané
no es el único caso. Matías Duque, quien fue médico
y se alzó en 1895, y llegó a ser más tarde Secretario
de Sanidad y Beneficencia durante el gobierno de Jose Miguel Gómez,
escribió La prostitución en Cuba, obra que despide
un siniestro espíritu carcelario y en la cual, desde posiciones
positivistas, hace también objeto de sus ataques, además
de a la prostituta, al homosexual. Que haya, además, alternado
su profesión de médico y de burócrata, con la de historiador,
y con la de escritor de libros para las escuelas sobre temas como los símbolos
patrios, Maceo, etc., nos demuestra que los discursos nacionalistas
no se articulan -contrario a lo que podría esperarse- a partir de
estrategias ni de modelos aglutinadores, sino que -por el contrario- tienen
como premisa y fundamento indispensables lo que llamaríamos la alienación
del héroe, su extrañamiento con relación al cadáver
y al enfermo. Dicho en otras palabras, el discurso nacionalista no
traspasa las puertas del cementerio como no sea para exaltar la vida.
Separa al cuerpo movilizado por el deseo (y que, por esta razón,
siempre está amenazado por la contaminación, por la decadencia
y por -- ¿habrá que decirlo?-- la infidelidad) del cuerpo
invulnerable, y hecho en una sola pieza, del héroe. De modo
que sólo hay una manera eficaz de desarticular esas pretensiones
trascendentalistas y, al mismo tiempo, discriminatorias. Ello consistiría
en la práctica sistemática y corrosiva de la seducción.
Ese carácter corrosivo se debe, entre otras cosas, a que la seducción
“nunca es del orden de la naturaleza, sino del artificio – nunca del orden
de la energía, sino del signo y del ritual”, no pertenece al “orden
de la naturaleza, sino del artificio”.9
Puesto que la seducción despliega su estrategia mediante el “signo”
y el “ritual”, resulta difícil desmantelar sus prácticas,
oponerles algún tipo de resistencia. No hay que olvidar que
es el discurso del poder el que busca conjurar al impulso seductor, y no
al revés. A Maceo se le inviste de cualidades broncíneas, Más
que el encuentro personal de Maceo con Casal, me interesan sus (des)encuentros.
La de Maceo es una figura histórica que se mueve (y que sobre todo
es movida, manipulada) en los grandes Notas 1. Ver el excelente artículo "Casal y Maceo en La Habana Elegante", del profesor Oscar Montero, en Encuentro de la cultura cubana, otoño de 1998 (no.10), p. 117-132. Montero afirma que "el peregrinaje agreste de Maceo se opone a la fijeza urbana de Casal", p.117. 2. El único homenaje programado allí fue, precisamente, el que se debió efectuar el 21 de octubre de 1993, fecha prevista para la develación de la tarja, y con motivo de cumplirse el centenario de la muerte del poeta. Tuvo que ser pospuesta para el 7 de noviembre (aniversario del natalicio de Casal), pero tampoco el acto programado llegó a efectuarse. 3. Bryan S. Turner, en The Body & Society, considera que las "prácticas exclusivistas" que rodean al cadáver no se detienen en los rituales de enterramiento, embalsamación, y/o cremación, sino que se evidencian también en los monumentos funerarios, tumbas, fosas, etc., a que aquél es destinado. 4. "El cráneo de A. Maceo (estudio antropológico)". Imprenta Militar (La Habana, 1899) p.4. 5. Ob. cit., p. 16. Nota: los verbos aproxima, iguala, y supera, aparecen en itálica en el original. 6. Dr Benjamín de Céspedes, "La prostitución masculina" en La prostitución en la Ciudad de la Habana, Establecimiento tipográfico O'Reilly, no. 9 (La Habana, 1888), p. 190. 7. Julián del Casal: "El Congreso Médico" en La Discusión, La Habana, jueves 16 de enero de 1890. Reproducido en Julián del Casal. Prosas, Edición del Centenario, (Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963) t.2, p. 28. 8. ob. cit., p. 29. En itálica en el original. 9. Jean Baudrillard, De la seducción (Madrid: Cátedra, 1998), p. 13 |
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