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“Aruña,
aruña”
Reina María Rodríguez “Se apretaba al cuello una bufanda color ratón” bajo la cual presentimos a Olmo: una cabeza de nariz turca, un pelo rizado, el cuerpo alargándose (con asonancias) y algunas palabras (no más de cien) escritas con la mano izquierda. “Olmo asegura que en vidas anteriores había sido un ratón” –dice en “Moscas volaron de su cabeza”. Era su karma. Rolando Sánchez Mejías convertido en Olmo (el otro, el doble, alter ego suyo), a quien nos presenta en Historias de Olmo publicado por la editorial Siruela, donde habla sobre la impotencia del escritor. Y, en los cuentos que nos hace de este personaje aparece con humor, ligereza e ironía, su “querer pensar” que lo hace repetir: “que no puede…”: su impotencia. Se topa Olmo con un escritor “que se jacta de no escribir”. Sabe que el defecto viene de atrás, que “ningún hijo tiene el poder de las palabras”. Es la herencia a quien culpa. Por eso practica en La Habana Vieja y luego, en Barcelona, “una escritura lenta, húmeda, parsimoniosa, como un ceremonial de escribano matancero”. (De, “Olmo responde la carta de un lector desde la oficina de redacción”). Vive Olmo con “la esperanza de un cuento”; con la esperanza de una sustancia que está en Shakespeare, en Nietzsche, en Hölderlin, “Fui a Pátmos, investido de Hölderlin”, dice en “Olmo cuenta su viaje a Pátmos”. Y sueña con adoptar posiciones radicales: “Hemingway escribía de pie” y declara con orgullo en “Similia similibus carantur”: “hago literatura moderna”. Alguien le aconsejó, durante un viaje en tren, que escribiera como si viajara. Y eso hizo. Entonces, otro escritor muy querido por él le aconsejó: “escribe como si rasparas”. Era Thomas Bernhard, de quien Rolando Sánchez Mejías había leído, en los tiempos de la mayor escasez en La Habana, todo. O ¡casi todo! Historias de Olmo es un libro apuntalado sobre ese recorrido y raspado, con observaciones sobre la escritura junto con pedazos de biografía y su vida presente junto a un lago, donde avergonzado, escribe “Avergonzado”, y donde supo del ritmo, de la rutina, de la reiteración con los que se construye, “un bunker de lenguaje”: otro lago. Pero en ese lago, “Olmo no había escrito una palabra”, por lo que sentenció: “Señores, los lagos no son propicios para escribir”. Si “Olmo no puede escribir. Su mano se ha quedado estática sobre el papel, y no puede escribir.”(De, “Consérvate igualmente y estate ahí”), entonces, ¿qué hará? Solo levitar. Pero, cuando se dedicaba a levitar engordó y “ahora hace como si escribiera”. Los cuentos de Historias de Olmo, agrupan peripecias, dificultades, tormentos de un escritor que intenta serlo a toda costa, donde R S M se aparta de su poética (“Derivas”, “Escrituras”, “Cálculo de lindes”) para entrar a tajazos en el texto haciendo “como si escribiera” con una lógica implacable y donde también levita, demostrándonos que el dolor del protagonista es proporcional a su incapacidad para entrar en la ficción, agarrándose al tema en sí (que es su gran tema) y el de otros escritores que han hecho de esta imposibilidad su lujo y su escritura: aruñando. Entre frases ingeniosas, breves, rápidas, que se fugan de la retórica (al no pretender lirismo alguno), solo con argumentos e ideas que buscan un sentido: cajas cerradas con espacios reducidos, apretados, como cuadros de pequeño formato, reconstruye un diálogo con él mismo y su imposibilidad, contra toda pretensión de un espacio mayor o infinito: “sabía dios lo que hacía el tiempo con las tazas de té”. “No solo descascararlas…” Entre pinceladas comunes, con irreverencia, Olmo se enfrenta al texto, a dios o al delator: “un delator honrado”, se dijo. Buscando la realidad y la profundidad por los bordes de la cosa (escritores, poderes, fuerzas); caminando sobre el dibujo de una línea zigzageante, un límite peligroso, un filo que provoca y reta, “a mí no me aterran los espacios infinitos”, dice, frase donde halla un propósito ( o “Borderline”) que contrarresta con su limitación, con la “escasez” de sucesos, de medios, y hasta de palabras, y andando, línea tras línea, “como un acromegálico que mira la lejanía” persiguiéndola y “haciéndose el bobo”, como dice el refrán, mientras observa cada imagen delgada, lúcida, que conforman al final, las páginas y los días. Imágenes como cristales salidos de los hábitos de un autor de una raza que quiere y duda; que busca que inteligencia e ingeniosidad sean su carne, su traje. Una carne limpia, transparente, bajo un traje que finge no querer aquel otro espacio infinito que obvia, pero que reclama con un mohín de desprecio: “nadie se topa un huevo colorao en nido de gallinas azules” o echando una “siestecita” .(De, “Siestecita”). 19 de enero 2008 Selecciones de Historias de Olmo Rolando Sánchez Mejías Olmo no puede pensar Olmo llega sobresaltado y dice que no puede pensar. Que le han echado una brujería en la puerta de la casa -“¡una gallina muerta con un lacito rojo amarrado a una pata, oh!”- y que no puede pensar. Nadie sabe qué hacer con Olmo que se sostiene la cabeza con las manos y repite todo el tiempo lo mismo: que no puede pensar. Estado medio Olmo se despertó y vio que le faltaban los pies. Se había acostado leyendo La Metamorfosis y ahí tenía: le faltaban los pies. Sus pies, sus pies grandes, talla 45. Pies de siete leguas. Con ellos se había aventurado “en las regiones más bajas de la muerte”. Ahora viviría en ese “estado medio” que tanto temía. Vendría su vecina Adela con un pudín de pan. Vendría Lalo con su gato asqueroso. Vendría Tonino con un libro de Santo Tomás. Todos a preguntarle por lo mismo: por sus pies. Comiéndose el pudín Olmo diría que los había perdido en la guerra. Eso, se los había llevado un negrito bosquimano. O un serbio. Pero el gato asqueroso de Lalo iría a por sus pies. Un gato olfatea enseguida “en las regiones más bajas de la muerte” e iría a por sus pies. Los traería de vuelta y le diría a Olmo: “He aquí tus pies”. Entonces Lalo le diría a Olmo: “Acompáñame al mercado”. Y Olmo, poniéndose los pies y saltando de la cama, le diría: “¡Te acompaño al mercado!” Y bajo la luz del sol serían uno, uno solo: él, Lalo y el gato. Musiquita Para Olmo sólo existían dos posibilidades. Ser un cabecita “hueca” o un cabecita “musicalizada”. Decía: --Las mujeres aman a los tontos y a los músicos. Mi primera mujer me dejó por un músico. Me dijo: Te dejo porque eres un cabecita hueca. No sabía lo que decía. En realidad, soy un cabecita 'musicalizada'. En mi cabecita musicalizada suena el mundo de un modo peculiar. Nada rimbombante. Nada a la altura del trombón. Eso sí: notas sueltas. Mi madre me decía: Me gustaría saber lo que estás pensando. Hubiera sido mejor preguntar: Me gustaría saber lo que estás bailando. Una vez me dijo: Me gustaría saber lo que estás escribiendo. Le dije: Musiquita. Y creo que me entendió. Hasta que la delación te alcance Tonino le secretea a Olmo que en la Habana ya no se sabía quién era o no delator. Todos los delatores no tienen porqué ser gorditos, de pelo grasiento y olor a cebolla. Pero el delator del cual hablamos sí era gordito, de pelo grasiento y olor a cebolla, además de ser un poquito jorobado. Se sentó frente a Olmo y le dijo: --Te voy a delatar. Olmo amaba la rectitud en la gente. Y la transparencia de alma en la gente. Y la resolución en los ojos de la gente. “Un delator honrado”, se dijo Olmo con las pupilas húmedas. Y lo abrazó, lo abrazó como no abrazaba a nadie hacía muchísimo tiempo. Olmo responde la carta de un lector desde la Oficina de la Redacción ¿La oficina? 4 metros x 4 metros, querido lector. Por la ventana entra un cono de luz que la ilumina. Hay un jarrón con flores. Me acodo en mi mesa, cada mañana, y escribo, escribo para usted. De mi mano izquierda le hablaré otro día, hoy sólo nos ocuparemos de la derecha. ¿Mi mano derecha? Una mano retozona, a punto, siempre, de alguna travesura, pero que sabe, querido lector, qué cosa es el trabajo, el laborioso gotear de la existencia. El señor Sarriá -aprovecho para presentarle a mi compañero de oficina, que se ocupa de la sección catalana-, por las mañanas me dice desde su mesa: --Tiene usted mano de molusco, de molusco cubensis, señor Olmo. Tiene razón. Practico, por las mañanas, una escritura lenta, húmeda, parsimoniosa como un ceremonial de escribano matancero. Esto de 9 a 2, pues de 4 a 7... ¡Qué locura! ¡Cómo patina mi mano sobre el papel! ¡Cómo deseo de 4 a 7 épater le bourgeois! Sarriá tiene que atajarme cuando mi mano se desboca: --¡Deu meu, pare usted su molusquito, señor Olmo! Y me muestra, como ejemplo, su mano, una mano ejemplar, que en ningún momento del día pierde el tino. Le prometo, querido lector, que algún día le contaré acerca de mi mano izquierda. Con ella escribo, para lectores como usted, mis cuentos zurdos. Léase bien: zurdos, no kurdos. (No es lo mismo, como sabe usted, un soldado raso que un soldado ruso.) Por otra parte, ni el señor Sarriá, ni yo, ni posiblemente usted, querido lector, hemos visto, en nuestras pobres vidas, un kurdo. De haber espacio en la redacción lo habríamos colocado, al kurdo, junto a la ventana, con las flores, bajo el cono de luz, y yo le comentaría al señor Sarriá mientras nos damos una escapadita a tomar café: -- ¿Te fijaste cómo escriben los kurdos? Príncipe de Dinamarca Esto iba a ser un cuento pero Olmo duerme. Y con Olmo dormido es imposible que haya cuento. Para que haya cuento... Olmo abriría un ojo. Luego el otro. O los dos, los dos juntos. Y tendríamos, qué duda cabe, la esperanza de un cuento. Pero si no abre los ojos.... si no abre los ojos entonces sólo tendríamos algo así como el cuento “La muerte de Olmo”. Que además de ser un título pretencioso, el propio Olmo quedaría horrorizado con la idea. ¿Por qué? Porque no todo el mundo es el padre de Hamlet. No todo el mundo, después de recibir veneno por la oreja, tiene el coraje de aparecérsele a su hijo. -Yo no podría –diría Olmo meneando la cabeza -. No estoy hecho de la sólida sustancia de los personajes de Shakespeare. Charles Lamb, en su cuento “Hamlet, príncipe de Dinamarca”, cuenta que había frío y el aire era más áspero que de costumbre y en medio de tales circunstancias a Hamlet se le apareció el padre * Luego Hamlet teje su venganza. La teje en silencio y un sordo y terrible rumor – el fantasma del padre, argumentan innumerables críticos- recorre la obra de punta a cabo. Y tanto insiste el fantasma del padre en sus apariciones, que logra penetrar en el aposento donde Hamlet, con emotivas palabras, trata de convencer a su madre de la horrible perfidia de ella. Hamlet está aterrado y el fantasma le explica que viene a recordarle la promesa de venganza. La madre, al ver que su hijo conversa con alguien a quien ella no ve ni oye, se alarma, atribuyendo tal conducta al desorden que imperaba en la cabeza de su hijo. Visto desde el ángulo de la madre –“¿Qué madre no conoce bien a su hijo?”, diría Olmo tratando de ubicar sus saltos de cama-, razón no le faltaba. No así Lamb, que explica que Hamlet había sido un príncipe gentil y bondadoso, muy amado por sus nobles y singulares méritos, y de no haber muerto –concluye Lamb su relato- habría dado a Dinamarca un rey íntegro y majestuoso. * Horacio, el amigo de Hamlet, asegura que el espectro aparecía justamente a las doce de la noche. Horacio y Marcelo quisieron disuadir al joven príncipe de marchar tras él, pues temían que pudiera ser un espíritu maligno capaz de arrastrarle hasta el vecino mar o a algún pavoroso acantilado. (Lamb). Siestecita --A mi me hubiera gustado profundizar en la mecánica cuántica -dijo el padre de Olmo arreglando la llanta de una bicicleta-. Y en el espíritu de la Ilustración. Tralalí. --Y a mi ir a París. Y cantar en la Scala -dijo la madre en su bata blanca-. Tralalá. --Man muss gefährlich leben -dijo Vilo ensalivando la punta de un zapato-. Cada uno a su Salomé. A su metafísica del corazón. A su sombrero de jipi-japa. --Nadie cría un gallo para tuerto. Ni un niño para tonto -dijo Eulalia dándole a Olmo el biberón vacío-. Y nadie se topa un huevo colorao en nido de gallinas azules. Similia Similibus Curantur Tonino no soportaba que Marilope estuviera enamorada de Olmo y fue a ver a un brujo. El brujo le dijo que enterrara una prenda íntima de Marilope debajo de una ceiba y que luego le cortara la cabeza a un gato negro y echara la sangre en las raíces de la ceiba y dijera unas palabras secretas. Tonino eligió una prenda íntima de Marilope y de paso (envidiaba secretamente a Olmo) un cuento corto de Olmo. Enterró la prenda y el cuento debajo de una ceiba y aprovechó que pasaba un gato negro y le cortó la cabeza y echó la sangre en las raíces de la ceiba y dijo las palabras secretas. Después Marilope se puso flaca y fea y el Estado la envió a estudiar Economía Política a Moscú y allí se casó con el taquillero del teatro Bolshoi y tuvo tres hijos muy gordos, pero esta historia no vale la pena contarla aquí. Respecto a Olmo, empezó a encadenar las frases a como diera lugar sustrayendo nombres y situaciones de manuales de latín, botánica y cultura popular. Olmo declaraba con orgullo: “Hago literatura moderna”. Pero los directores de revistas le reprochaban: “Olmo, ¿por qué distorsionas la literatura nacional?” Olmo fue castigado a vender flores junto a Lalo y a Tonino en la Habana Vieja. A Lalo lo habían castigado por vago y a Tonino por brujero. El gato asqueroso de Lalo los seguía a todas partes y no podían vender ni una flor. Lalo decía: “Tenemos un chino atrás”. Pero la historia del chino tampoco vale la pena contarla aquí. Plata Una vez Olmo se mató y no sintió nada en especial. Eso sí, llegó a un bosquecito donde había dos hombres y un cerdo. Los hombres estaban sentados en unas piedras. Uno de los hombres acariciaba al cerdo. Viendo llegar a Olmo, el hombre que acariciaba al cerdo le guiñó un ojo al otro: -Largo largo tieso tieso con el fruto en el pescuezo. Cantó el hombre. El cerdo y los hombres, excepto por el color, no tenían nada en especial. El cerdo, por ejemplo, era rojo, como si se hubiera tragado el sol, o como si hubiera comido mucho tomate, lo mismo que los hombres. Las nubes también eran rojas, altas como flamboyanes, o bajas, gordas y pesadas, dependiendo de las circunstancias. Olmo hubiera querido medir la distancia entre los árboles pero eran muchos árboles y no sabía por dónde empezar. Tampoco tenía zapatos, los había dejado en alguna parte, qué podía hacer sin zapatos. Olmo y los dos hombres se pusieron a conversar. Hablaban y fumaban, más o menos animadamente, según las circunstancias. El cerdo siguió siendo rojo hasta el anochecer, lo mismo que los hombres, incluyendo a Olmo, que ya se había puesto rojo como si se hubiera tragado el sol, o como si hubiera comido mucho tomate. Pero cuando cayó la noche el cerdo se puso de plata, igual que las nubes, y que los árboles, y que los tres hombres, que siguieron conversando, conversando y fumando, más o menos animadamente, de acuerdo a las circunstancias. Cálculo de lindes: hacia las mutaciones Ricardo Alberto Pérez Cálculo de lindes es un territorio, lugar donde se almacenan o agolpan poemas escritos durante una década (1986-1996); o más bien pulsiones de un hombre llamado Rolando Sánchez Mejías. Para entrar en dicha parcela hay que vencer un obstáculo, una máquina nombrada virginal, criatura dotada de la crueldad de la geometría y espinas fruto de antiguos roces con la realidad. Nada en este autor es casual, todo colabora con la desgarradora historia que quiere contar, o fingir una mente que astutamente ha tratado de organizar su discurso a partir de situarse fuera de foco, en la garita donde la virtual felicidad se distorsiona. Digamos que entrar aquí en un ”Punto Muerto” es entrar en una experiencia de resistencia, en la crónica de un reino que ha apostado su destino a la inmovilidad; así veremos como la poesía se construye con múltiples elementos de una pobreza esencial que van de un cementerio de provincia a las patéticas banderitas que hondean en el campus de un pabellón. Es una escritura que arranca polemizando desde su propio cuerpo con casi todo el pasado de la poesía nacional construida bajo presupuestos demasiados previsibles. Y habría que hacerse una pregunta: ¿Qué tipo de afecto contiene esta experiencia para otorgarle una validez en su función de relectura de una condición lírica? Tal vez se trate del ascenso a una nueva dimensión de lo lírico, un intento de desacralizar míticas estancias del ajetreo insular, colocar las angustias y los festines en la normalidad de su espontaneo transcurrir, despojándolos de la grandilocuencia tan favorable a la tarima política. Atravesar este relieve es someterse a la ardua crónica que desnuda al árbol, para en sucesivos cortes ir mostrando los rellenos que no son más que síntomas que explican la condición del desastre; el momento cruel donde se arruinan las cosas y solo queda su fría, y hueca prolongación. Por esos huecos entra, a veces, el ojo de Sánchez Mejías, su sorprendente condición de ironizar la situación extrema, y de pronto ponerla en el centro de una rebelión lúdica. Se mueve con astucia del cementerio al suicidio, del suicidio a la locura, y de esta a la serenidad de un jardín Zen. En ese movimiento zigzagueante también aparece la añoranza por un destino político, aunque sea por un disfraz civil que te permita sentirte confortable. Lo cierto es que esta escritura es generada por las ausencias y las privaciones capaces de provocar toda una revuelta dentro de comportamiento del lenguaje tal como ocurre en el texto “N”, que para algunos que interpretan la literatura con astucia puede dividir la Poesía Cubana en un antes, y un después de ese arrogante ejercicio de libertad. Las tierras de Cálculo de Lindes usan fertilizantes orgánicos, materia descompuesta, el cuerpo de Z, que se pudre liberado de su locura, la brevedad de las ratas atomizadas por el exceso de luz, también aquella cosa rusa, o más bien soviética que nos dio la sensación de habitar en la prosperidad, y sólo era una siesta en medio de la extensa pesadilla. En estos cuartones de signos donde Sánchez Mejías pastó casi siempre con su asma nocturna, llama la atención la cuestión del registro esa capacidad de contener toda una serie de acontecimientos bajo la misma vibración torácica, con ella este escritor retaba a esos seres que dicen llamarse insulares a intentar nuevas ficciones para comunicar las riquezas de una realidad atípica, en donde la muerte no es la experiencia central, sino como el bien dice, lo es “la moribundia”, algo así como el efecto que causa en los polluelos el veneno confeccionado para animales sin huesos. Por ese camino, podemos llegar a pensar que nos hemos sentidos invertebrados, cuchillo de doble filo que incrementa la fantasía y resta la movilidad. Hay un puente entre las estancias íntimas, historias recortadas por necesidad estética del discurso y la dimensión de Historia, con esa mayúscula, que siempre parece estar espiando detrás de cada minimalismo, en mi opinión es momento consagratorio para este tipo de escritura, momento en que la lucidez se diluye y pasa a formar parte del cuerpo de la imagen. Cálculo de Lindes es una experiencia que te somete a descreer de exceso de armonía, del exceso de fe, y sobre todo de aquella felicidad construida sobre la base del estereotipado asentimiento de las cabezas. Estoy casi convencido, que la poesía atrapada en las páginas de este libro de Sánchez Mejías, que sabiamente publicó la editorial Aldus, en el otoño del año 2000, democratizó definitivamente la gestión del acto poético en nuestro contexto, sobre todo porque la propuesta de este autor no se manifestó de manera aislada o dispersa, sino en la compacta disposición que convida a meditar sobre las mutaciones. 9 Poemas Rolando Sánchez Mejías Intervenciones Ya habías muerto, mucho antes, de transhumanamiento o en desacuerdo con el Vasto Poder del Lenguaje, muerto, es decir, vivo en la dimensión donde el tiempo de la muerte obstruye el movimiento de la vida. Y esto lo sabías frente a un sol meridional: las manos en los bolsillos, la corteza dura de tu rostro y la realeza de otros rostros modificando el horizonte. El tiempo olía a cebolla: un crudo vaivén o deshojarse de películas absortas, rápidas y completivas como el muñón que arma la presta mano médica. Pero la cebolla (que es la Realidad!) desmultiplicaba sus planos. Entonces todo desde un principio tuvo esa fatal ausencia de armonía. Pero no es sólo esto, no. Si fuera sólo esto sería menos complicado y El Advenimiento (la intervención del ser o de cualquier otro trasunto como la escritura) quedaría por fin en Completud. Hay más cosas: bajo un cielo convexo y frío (cielo de post-tiempo) henos allí avanzando, no ligados por el Lenguaje, apenas por el lamento (la taigá, el lamento culpable de la matria*, lobos, etc.). Sí. Mucho menos de lo que pensabas: la zona obscura y tibia de la lengua (que incluye la Lengua) latiendo oportuna, completamente, el cigoto en la cavidad central del Tiempo, puro imaginario de terciopelo, leve y grave allí, al alcance de la mano, diestra o siniestra, en el letargo de silencio todavía interior aunque casi suprahistórico (como el movimiento de las partículas de un terrón de azúcar sobre la mesa). También junto al fuego: en la dilapidación de cigarros y saliva, la frente proyectando a la orilla del mar un perfil salvaje, la utopía entre ceja y ceja, entre muslo y muslo el roce con la luna y entrevisto de golpe el Sentido: la pasión, la fuente donde manan, una a una, las palabras. Qué metafísico, aún, para nuestras sólidas esperanzas históricas **. Pero no es sólo esto. Ni en el deslizarse de la muerte a ras de asfalto mientras la cámara no tomaba en consideración los escasos segundos en que se produjo el vaciamiento, el segamiento de la vita: la incompletud plenaria de un pecho que rechina su corazón contra un mundo todavía cálido......................................... .......................................................................................... .......................................................................................... ¿Y qué nos sucedía de este lado? ¿También el Suceso? ¿La Intervención de la Otra Parte? ¿O sólo el fantasma del Eventum? Aquí. Más allá del como. Absortos. Como si la Historia de súbito: [ ] ¿Qué hay de todo esto si no un rostro en el vacío? ¿Qué hay de todo esto si no un rastro en la nieve? ¿Un trazo sobre el asfalto de escritura trágica? ¿Muy visceral todavía, muy dentro afuera todavía? Y por si fuera poco el Sol * interviniendo en la rigidez de tus pómulos intrahistóricos aún! (1993) * Hijo mío, yo que fui sólo vida / te he dado el amor de la muerte. / Naciera de la prehistoria la suerte / que por la furia de la masa enfurecida / sacude la cumplida historia. (Balada de la madre de Stalin) ** El hambre, aún, es metafísica. Ayer, en la carnicería, hacíamos cola para el pollo. Esta vez fue un pollo traído de Guerlesquin, cuya novedad eran las gruesas capas de grasa. Los viejos observaban el pollo de Guerlesquin con la suspicacia helada y ávida de quien no excluye a Guerlesquin en la percepción y sí las novedosas capas de grasa del pollo de Guerlesquin. Aunque, de algún modo, ellos sabían (¿sentido común que proporciona la Historia?). *** Termino de escribir este poema en la mañana. Por la ventana entra el sol. La escritura, hasta ahora casi ininteligible, va adquiriendo un vigor especial con la luz. «¡El sol también es histórico!», me digo en un rapto. Pabellones I La enferma se pasea como un pájaro devastado. Es pequeña, voraz y su labio superior, en un esfuerzo esquizoconvexo y final, se ha constituido en pico sucio. Por otra parte (muestra el médico con paciencia): «esos ojitos de rata». Tampoco el director (de formación brechtiana) deja de asombrarse: «Perturba la disciplina con sus simulacros. De vez en vez logra levantar vuelo. Claro que lo haría simplemente de un pabellón a otro. Pero comoquiera, representa un problema para la Institución». Pabellones VI Hoy hemos recibido a P. en los pabellones. Su locura parece provenir de nuestros campos, modestos y soleados. P. tiene la mirada inmóvil y económica de una rata, forjada en la vanidad de una “pobreza digna” y las contemplaciones de un cementerio sobrio, que brilla en las tardes como una taza de cal. P. ha intentado muerte-por-soga en dos ocasiones: la cuerda, dos veces, cedió ante el cuello díscolo de un pavo o de un hombre demasiado rígido. Jardín Zen de Kyoto Sólo un poco de grava inerte quizá sirva para explicar (al fin como metáfora vana) que la dignidad del mundo consiste en conservar para sí cualquier inclemencia de ruina. El monje cortésmente inclinado quizá también explique con los dibujos del rastrillo que no existe el ardor, solamente el limpio espacio que antecede a la ruina. Alrededor del jardín en movimiento nulo de irrealidad o poesía pernoctan en un aire civil de turistas y curiosos sílabas de sutras, pájaros que estallan sus pechos contra sonidos de gong. Todo envuelto en el halo de la historia como en celofán tardío. El lugar ha sido cercado: breves muros y arboledas suspenden la certeza en teatro de hielo. La cabeza rapada del monje conserva la naturaleza de la grava y de un tiempo circular, levemente azul: cráneo de papel o libro muerto absorbe el sentido que puede venir de afuera. En la disposición de las grandes piedras (con esfuerzo pueden ser vistas como azarosos dados de dioses en quietud proverbial) tampoco hay ardor. Sólo un resto de cálida confianza que el sol deposita en su parodia de retorno sin fin. La muerte (siempre de algún modo poderosa) podría situarnos abruptamente dentro y nos daría, tal vez, la ilusión del ardor. Como mimos, entonces, trataríamos de concertar desde el cuerpo acabado el ninguna parte donde hay ardor alguno en el corazón secreto que podría brindar el jardín. Pero hay algo de helada costumbre en el jardín y en el ojo que observa. Es posible que sea el vacío (¿por fin el vacío?) o la ciega intimidad con que cada cosa responde a su llamado de muerte. Y esto se desdibuja con cierta pasión en los trazos del rastrillo, junto a las pobres huellas del monje, entre inadvertidas cenizas de cigarros y otras insignificancias que a fin de cuentas en medio del jardín parecen caídas del cielo. Problemas del lenguaje Yo que tú no hubiera esperado tanto. Esperabas que yo fuera a la cita donde hablarías de la palabra dolor. De allá para acá (el tiempo corre, querida, el tiempo es un puerco veloz que cruza el bosque de la vida!) han pasado muchas cosas. Entre ellas la lectura de Proust. (Si me vieras. Soy más cínico más gordo y camino medio lelo como una retrospectiva de la muerte.) Yo que tú no hubiera esperado tanto y me hubiera ido con aquel que te decía con una saludable economía de lenguaje: cásate conmigo. (Ahora me esperas. Y yo no sabría decirte nada y tú sólo sabrías hablar y hablar de la palabra dolor) Cuando supe que el lenguaje era una escalera para subir a las cosas (uno está arriba y no sabe cómo bajar uno está arriba y se las arregla solo) decidí no verte más. *
* *
Nadie posee una lengua secreta. Ni los hopi ni los dogones. Nadie posee una infinita reserva de juegos de lenguaje (¡corta es la vida y el tiempo es un puerco!). Voy a preguntarte la función del color blanco en nuestras vidas. A ver si nos entendemos. Heimat (a José Lezama Lima) No se vio ningún tártaro partir la línea occipital del horizonte. Ni un bárbaro de aquellos jalando con sogas de yute jabatos de peso mediano. Ni tocando trompeta. En el bosque. A nadie. Ahora Lingua Mater sustenta y amortaja, su boca húmeda y esponjosa prodigándonos afectos para- sintácticos y hasta locales. In situ: se sigue bailando con o sin zampoña y se escribe bellamente aún al compás de y va escabulléndose (va cayendo el telón) uno con la bípeda y/o loca velocidad que va dictando el estado de las cosas. Un registro de vozes tan amplio quién te lo iba a quitar, menos que menos a escribir, por ti, por los demás, padre mío que nadas como un tonel en la corriente brumosa de las palabras. Ahora, rema. Es decir parte y tápate las gordas orejas y rema, rumbo al poniente. (No escuches viejo chillar en el canal que corta el mar dichas ratas de agua dulce). Silva Me gustaría saber, de ti, el parloteo de tu lengua, que sangra, ves, si se la muerde. La pericia obscena de tu lingua franca que mana de la empresa (oh) del corazón. No hay lengua secreta (te lo dije) ni sacra, a no ser que te quejes bajito, como muge la vaca a la arboleda, perdida ya. Que se perdió todo, sí, es verdad, se lo llevó el viento todo, va siendo la hora de borrar. Así nadie salva, ni silba a nadie, en ese silencio en que te arden tanto las orejas, de escuchar. Cuando clamor se oiga dondequiera (tú que escuchabas, oh, en la espesura) y no se oiga ni una trompeta ni nada de nada, nunca más. Abstracto En la habitación hay un cuadro de dos metros de largo. No está bien pintado. Quizás fue hecho con apresuramiento (alguien tenía que irse, o llegar, o el pintor era sencillamente mediocre). No sé cómo se llama ese verde, abstracto que con un poco de blanco (también abstracto) que viene de la ventana (del cuadro) hacen de la pintura una posible "reflexión sobre el verde". O del blanco. ¿Se puede reflexionar sobre el blanco? Estoy sentado del lado de acá, pensando, no totalmente en el cuadro, porque tengo una parte de la cabeza puesta en el cuadro y otra (otras) en un lugar o varios a la vez. En uno de los lugares me espera una mujer. Me está mirando con su pobreza de verde oro en los ojos (la piel pálida, la de mi esposa, como tu piel). Me dice: "¿Por qué no regresas? Yo te enseño el camino." ¡Tantos años y no encontré el camino! Verde abstracto y blanco abstracto, el pintor dejó correr un poco la pintura, o raspó, raspó después para que los muebles -una lavadora, un estante para enseres de cocina, un micro (sobre rueditas) sobre otro estante- chuparan un poquito de la sustancia que corría, como leche -abstracta- desde la ventana. Yo sigo pensando, pero ahora mis ojos están puestos en otra cosa. Se ha ido acumulando… En realidad no hay dolor, no puede haber dolor detrás del dolor. Detrás del dolor no hay nada, dicen los monjes budistas. ¿Y detrás de la nada? No hay nada, dice el sentido común. Se ha ido acumulando. No me está pasando a mi. A mi me está pasando otra cosa que no entiendo ni entiendes. No me está pasando a mi, ni a ti, ni a nadie. Detrás de la nada no hay nada. O hay todo, depende. A mi me está pasando otra cosa. Ven, te le voy a decir. Se ha ido acumulando. |
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