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Historia
de una pelea cubana contra los demonios* Fernando Ortiz Capítulo I SUMARIO: Una guerra libertadora. ¿Dónde se dieron los más valientes cubanos? Derrota de más de 800 000 demonios. ¿Sevilla y Cuba están cerca de los infiernos? Carecen de información las ”almas en pena". La estantigua de la Isabela. La llorona de Remedios. Nuestro ignorancia del mundo infernal. ¿Había demonios? Su figura. ¿Eran negros? Queremos narrar una guerra que hace siglos sufrieron los cubanos. Es muy desconocida. No ![]() Si se preguntara qué región o pueblo de Cuba puede gloriarse de contar en su historia con los vecinos más valerosos, habría mucha indecisión en dar una respuesta. Algunos se inclinan a creer que donde en Cuba se han dado ciudadanos de más sostenida entereza cívica ha sido en la vetusta villa de San Juan de los Remedios del Cayo. Dícese que el 3 de mayo de 1514, un intrépido y desaforado conquistador español, Vasco Porcallo de Figueroa, muy enriquecido con encomiendas de indios en las villas de Trinidad, Sancti Spíritus y Camagüey, fue fundador de Remedios, según las Crónicas de López de Velasco (1571). Sirvióle de base al palafítico pueblo indio de Carahate, construido sobre horcones en el fondeadero de ![]() Remedios tardó en prosperar como poblado, sufriendo la general penuria y decadencia de los tempranos poblamientos de Cuba, que fueron abandonándose por los conquistadores cuando se' sintieron atraídos por las fabulosas riquezas de Tierra Firme. Luego, a lo largo de más de un siglo, ya como San Juan de los Remedios del Cayo va aumentando muy lentamente en población y riqueza, hasta que ya en la segunda mitad del quinientos (entre -1571 y 1577), cuenta con villazgo, en terrenos segregado de Sancti Spíritus, y haciendas pecuarias y bucaneras. Y la distinguen, con sus tratos y agresividades, así los piratas y filibusteros como los energúmenos y demonios, y, con su resistencia, sus vecinos y alcaldes. Valientes los hubo y hay en toda Cuba. ¡Cierto! ¿Valientes por su patriotismo? Todas las regiónes cubanas han dado su puñado de héroes a la patria. ¡En Cuba se sabe morir! ¿Valientes por su valor en las ciencias, las letras o las artes? No hay comarca cubana que no haya ofrecido brillantes destellos a la estrella nacional. ¿Valientes por su digna actitud ante los trabajos de la vida y de sus congojas? En toda Cuba se ha sufrido con fortaleza de ánimo y todavía se sabe sufrir. Y, además, a juzgar por observaciones propias y exclamaciones ajenas, reflejadas por las metáforas del folklore, no parece arriesgado afirmar que en toda población cubana es fácil encontrarse por lo menos con un “valiente tipo”, con algún “valiente bribón” y hasta con muchos “valientes sinvergüenzas”, amén de baladrones altaneros y ridículos, simuladores de toda valentía. Estas fueron y son experiencias cotidianas. También en la villa de Remedios se dieron valientes patriotas, intelectuales y bregadores de la vida y, de cuando en cuando, alguno que otro pillastre de muy connotado valimiento. Pero allí hubo también vecinos tan excepcionalmente corajudos y empecinados por la justicia que ganaron victorias contra los adversarios más numerosos y peores. En toda Cuba se dieron valientes que una y otra vez vencieron a los enemigos de la patria; a los peligros de la incultura y a los sinsabores de la vida; pero en parte alguna de Cuba como en Remedios hubo vecinos que derrotaron tan a brazo partido a los más astutos, perversos y tenaces enemigos del género humano. Los remedianos vencieron “al enemigo malo”, al mismísimo demonio. ¡Vade retro! Fue una guerra por las libertades, larga y porfiada, en la cual se dieron episodios tan trágicos como el incendio de una ciudad y la intervención de lo sobrenatural, representado, entre otros, por personajes tan eminentes como el Santísimo Sacramento y el Malditísimo Lucifer. Cuando la guerra decisiva de la independencia de Cuba, hubo en 1896, una refriega entre mambises y colonialistas que la historia recuerda como la batalla del Purgatorio. Fue ésta bien poca cosa, comparada con aquélla que, junto a una Boca de los Infiernos, ciertos cubanos de fines del siglo xvi sostuvieron a la vez contra muchas legiones de demonios, aliadas de un arrogante inquisidor y apoyadas por un rey poderosísimo en la cristiandad, que sin saberlo estaba de su mala parte. Esto hay que pensarlo así no por fábula folklórica ni leyenda popular, ni por inferencia precipitada, ![]() Una de las bases ideológicas de aquella ruda controversia que se desarrolló en Remedios fue la creencia en la positiva existencia material del infierno, no sólo como reclusorio de la penitenciaría ultramundana, para la condena perpetua de los grandes pecadores, sino para fortaleza y alcázar de los demonios. La idea de los infiernos no era nueva, ni en Cuba ni en el Viejo Mundo; pues nació en las antiguas civilizaciones. En estas Indias debió de ser don Cristóbal Colón quien trajo consigo la ![]() La brega de los remedianos con los demonios fue capaz de imponer pavura al más tibio creyente; así por su duración, pues tardó lustros en desarrollarse, como por la cantidad de demonios que entraron en la liza y por la virulencia de tales agresores. Millares de legiones diabólicas salieron de los infiernos para atrincherarse en las carnes remedianas y más de 800 000 diablos fueron humillados y devueltos muy cornigachos a su reino tenebroso. Y jamás se les vio más pertinaces ni enfurecidos de tal manera que los clérigos exorcistas “se veían negros” para obtener que aquéllos salieran bufanda de los cuerpos de los remedianos, empeñados en resistirlos. De viejo se dice que en los países cálidos los diablos son más tentadores y tienen más insidiosas armas que en las tierras invernizas, para causar la eterna perdición de los hombres... y de las mujeres. Refiere santa Teresa de Jesús, muy sabedora de esas tretas diabólicas, que nunca se vio más tentada por los demonios y más temerosa entre ellos que cuando vivió en Sevilla. “No sé si la misma clima de la tierra, que he oído decir los demonios tienen más mano allí para tentar, que se ![]() Pudo ello deberse, también, al mal ambiente de la urbe sevillana, que estaba corrompido por la resaca de la pobredumbre que movían consigo las aventuras, los tratos y las riquezas de Indias, de cuyo mundo fue Sevilla el emporio, la Babilonia, como decían. Por esto exclamaba el Diablo Cojuelo: “No quiero que dejemos a Sevilla... me hallo en este lugar muy bien, porque alcanzan a él las conciencias de Indias”. Para el diablillo, “el mejor juro de heredad del infierno” eran las Indias, porque éstas no podían dejar de ser campo fertilísimo para aquél, por lo mal que los que iban allá solían cumplir con sus conciencias.7 Según escribió por aquellos tiempos Mateo Alemán, en su pícaro Guzmán de Alfarache8 en Sevilla andaba “sobrada la conciencia” porque los que en ella se embarcaban para ir a Indias no se llevaban sus conciencias consigo, “que los más de ellos, como si fuera de tanto peso y calume que se hubiera de hundir el navío con ellas, así las dejan en sus casas o a sus huéspedes, que las guarden hasta la vuelta”, y aún añadía que era cosa dificultosa que quienes así dejaban sus conciencias luego las recobrasen al regresar, pues “tampoco se les da por ellas mucho y si allá se quedan, menos”. Si las tentaciones de la monja Teresa de Cepeda se ocasionaron por “la calor” (factor climático) o por la conciencia (factor social), de todos modos, tal como en Sevilla ocurre también por Cuba y sus tierras vecinas, donde se sufren en demasía las calentazones infernales que hacen bullir los espíritus y los arrastran con exceso al desvarío y a la delincuenci.a. Por algo la vida en Cuba ha sido siempre tan endiablada como sabrosa. Pero, en cuanto a los demonios de Remedios, el caso fue más grave y en definitiva más ennoblecedor para su vecinos; pues, además de la pecaminosa calefacción tropical, de suyo sofocante, la tropa satánica allí era avituallada de malignidades y proveída de ardorosas tentaciones, ![]() Ha sido ya olvidada en Cuba esta localización geográfica de una de las porterías que tiene el infierno por el lado de este mundo y hoy se ignora del todo dónde está o estuvo la güira famosa. Acaso una expedición espeleológica o arqueológica, como esas que buscan restos prehistóricos o indios en los cueveríos, averigüe un día dónde está por las güiras de Remedios ese salidero o sumidero de los infiernos y, entrándose por él, vaya en expedición investigadora, de caverna en caverna, hasta dar con los profundísimos antros del Cancerbero y nos reporte luego un informe objetivo de la cultura preadánica y hasta premundana, que debe de ser característica del averno y gue aquí ignoramos en realidad, pues no nos bastan para definirla las referencias de soñadores, enajenados y bribones; ni las visiones geniales de Virgilio, Dante, Milton, Quevedo y otros poetas; ni siquiera las leyendas de san Balandrán. Ni, mucho menos en cuanto a la especial cultura “subgüirense” del inframundo remediano, son de provecho alguno los parvos detalles que daban en sus lamentaciones las “ánimas en pena”, que a ratos solían retornar a este mundo, anunciando su arribo con arrastre de cadenas y lúgubres gemidos, y a veces con cadavéricas comparsas, como las estantiguas o güestias del norte de España. Ninguna aparición macabra se recordó tanto en estas islas antillanas como las que “ponía los pelas de punta” a los españoles cuando, tras del segundo viaje de Colón y mucho tiempo después, la presenciaron horrorizados cerca de las ruinas de La Isabela. He aquí la narración del clérigo fray ![]() También había habido aparecidos por Remedios. Como recuerda todavía el folklore remediano: Hubo un tiempo en que salía en Remedios “La Gritona” y en consternación la zona de la lengua ponía. Una cadena se oía... Pero La Gritona o La Llorona era el fantasma en tribulación de una mujer que fue asesinada llevando un hijito en el vientre y volvía a este mundo, “con toda su alma”, en busca de su niño perdido, dejando por un tiempo las penas de ultratumba para sufrir esas grandes congojas terrenas de las madres vivas, que martirizan como los dolores sobrehumanos de un “más allá”. Y La Llorona ![]() En los archivos eclesiásticos y en las tradiciones folklóricas se conservan casos de seres humanos que habían muerto y abandonado este mundo y no obstante fueron resucitados por favores celestiales; es decir habían retornado al “más acá” a continuar su vida terrena. Son, por ejemplo, casos muy interesantes de turismo ultramundano, con viaje de ida y vuelta hecho por milagro, aquellos más de 60 muertos que fueron redivivos por la intercesión del famoso Santo Sudario de Cristo que se veneraba en Cadouin (Francia); no obstante ser éste falso, según después de siglos reconoció la iglesia. Como afirma monseñor I. Barbier de Montault: “Hay dos santos sudarios de nombradía, entre una multitud de ellos. Los de Turin (antes en la Santa Capilla de Chambery) y el de Besanzon”.10 Pero, en los referidos casos de regresos post mortem, sus protagonistas nada sabían directamente de los antros infernales ni purgatorios, por no haberlos visitado ni visto siquiera. Había que acudir a testigos personales que con plena conciencia pudieran dar cuenta de aquéllos. Y los teólogos contaban con autoridades que referían experiencias testimoniales y las presentaban como apodícticas. ¡Magister dixit! Algunos otros casos señaló L. J. Berenger-Ferraud,11 tomados del Martirologio de Simón Martín. Un hombre que había pagado su deuda sin recoger el documento correspondiente, murió y su acreedor quiso cobrar de nuevo a su viuda, ante lo cual san Donato de Nicomedia resucitó al pagador unos momentos para que atestiguara contra el estafador. San Macario resucitó a un muerto para que atestiguara la inocencia de un infeliz acusado por un asesinato. San Estanislao de Cracovia hizo igual milagro para probar la compraventa de unos terrenos a un difunto, cuyos herederos la negaban. También se distinguieron las devociones marianas en esos milagros de revivencias. Así en una de Las Cantigas (número 14) de Alfonso X el Sabio se refiere que san Pedro, invocado por el alma de un monje muerto, su devoto pero con la carga de una vida muy depravada, trató de favorecerlo, y no habiendo podido obtener el apoyo de otros santos, apeló a la virgen y esta intercesión logró de Dios el retorno del alma al cuerpo, que así pudo revivir para tener otra oportunidad de salvarse. Otros casos milagrosos más, hasta unos 30, constan registrados en Las Cantigas, por los cuales la virgen devolvió la vida a sendos pecadores muertos. ![]() Decía el tan agudo satírico como celoso moralista don Francisco de Quevedo, ser cosa averiguada que no se sabe nada y que todos son ignorantes. Y aún esto no se sabe de cierto; que a saberse, ya se supiera algo. Si así ocurre con todas las cosas, nada en definitiva hemos de saber y poder decir nosotros de los infiernos y de su gente, que son entre las cosas y seres más profundos, invisibles y escondizos. Verdad es que el sabio Quevedo excluye de ese saber que nada sabe a los teólogos, filósofos y juristas; pero hoy día no se está muy seguro de que tales pensadores en sus pesquisas hayan pasado más allá de cierta relatividad más o menos aproximativa a la que son capaces los demás ingenios, y aún se cree que en materias tan extrahumanas como las del Otro Mundo nada pueden las mentes de los hombres del mundo de aquende que divagar sobre ellas por obra de fantasía, poetizando el Gran Misterio. Parece, pues, aconsejable que nadie se meta en averiguar si son verdad los infiernos, da están, cómo son y quiénes los habitan, pues todo será trabajo metaforizador, quizás bello pero de seguro vano. ¡Arcano metafísico! Sin embargo, la historia nos ha recordado sujetos que se dicen salidos del infierno y muy atestiguados y reconocidos por sesudos pensadores, de los más influyentes por sus credos en el incesante devenir de la cultura humana, y no parece prudente despreciarlos como meras supercherías, sin dedicarles alguna labor de glosa interpretativa. De todos modos, los aludidos acontecimientos históricos de Remedios, en los cuales colaboraron lo humano y lo sobrehumano, merecen perpetua recordación. Así lo decía el obispo de Cuba don Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, y así es verdad, por las enseñanzas derivadas de aquellos episodios de valentía cívica y como ejemplo a las generaciones presentes y futuras, que se dicen estar destinadas también a luchar contra todos los demonios. Tratemos de referir y glosar la historia, esperando que un día la lleven a la novela, y otro cualquiera a la cinematografía y a la televisión. Esta historia gira alrededor del demonio, que es su personaje focal, o son los demonios quienes pululan en redor de aquélla. Sin Lucifer no habría una tal historia. Por lo tanto, lo primordial será tratar de dichos seres malignos, antes que de los mismos infiernos. Quizás, díganlos los teólogos, podría haber diablos sin infiernos, pero no estos antros penales sin aquellos espíritus siempre malos y malditos. Por eso debemos iniciar nuestra investigación trabando conocimiento con el diablo. ¿Hay en verdad demonios? La mayor parte de la humanidad los niega, aún en aquélla que cree en misteriosas potencias sobrenaturales entrometidas en la vida terrenal de los mortales. Pero por siglos en países católicos se corrió gravísimo riesgo de muerte por negar su existencia. “Teológicamente hablando, dice Pennethorne Hughes:13 el diablo fue por primera vez definido en el Concilio de Toledo del año 447.” El demonio no fue inventado por los cristianos. “El concepto metafísico de un espíritu personal movido por permanentes malas intenciones es muy antiguo, más aún que la hipótesis platónica de los demonios aéreos. De Pitágoras se supuso que hablaba con un águila. La idea fue acogida por los primeros cristianos.” En un antiguo Etiópico libro de santos ya encontramos a los entes diabólicos personales, como también son de esa época los personales ángeles guardianes; unos y otros como personificaciones del concepto dualista de la naturaleza humana, que trata de triunfar en una constante dialéctica del mal y el bien. La realidad experimental, el poder, la accesibilidad, los prodigios, las apariciones, el trato y cooperación del demonio eran tan innegables para el ortodoxo como la creencia en Dios, la Trinidad y los santos. Y acaso pueda pensarse que en aquel entonces el demonio fue con frecuencia el personaje más importante en la vida cotidiana. Refiriéndose a la creencia general en la España del siglo XIX, el de nuestra historieta, dice el ortodoxo duque de Maura: “la interpretación vernácula de la fe cristiana (salvo en la exigua minoría docta) reemplazó con frecuencia el amor, y aun el santo temor de Dios, por el miedo al demonio y se valió de la atrición como sucedánea normal de la contrición”.14 La figura física del demonio cristiano se formó con el tiempo. Con recuerdos de los dioses paganos, del egipcio Set, del asirio Ahrimán, del griego Plutón, del hebreo Satán, del indostánico ![]() La más constante característica anatómica del demonio, aparte de su configuración cabruna, era la de ser negro de pellejo, a lo cual contribuyeron varias causas. Ante todo, la negrura siempre fue característica del infierno. El padre Las Casas da la lógica explicación: “Así como a los dioses del infierno se ofrecían animales negros, y esto era porque la color negra significaba tristeza, y por consiguiente lo malo; ofrecían animales blancos, porque lo blanco es color alegre y por consiguiente bueno y significa lo bueno; y porque los infiernos son oscuros, como estén debajo de la tierra, y los cielos claros y resplandecientes”.15 Como ha observado Maura, “el cerdo, en siendo negro, servía ocasionalmente, como el perro, el gato y el gallo de ese mismo sombrío color, para fortuita envoltura carnal del Angel Malo”.16 Ya los Padres de la iglesia representaban al diablo como un etiópico y así se aparecía con ![]() Los negros, según entonces se decía, eran de raza despreciable, descendientes de Cam y de Canaán, sobre los cuales pesaba la bíblica maldición del patriarca Noé, en la cual se basaban algunos teólogos, falsos exégetas del génesis, para justificar la esclavitud de los negros y hasta la de los indios, unos y otros “gente de color” predestinados al yugo de los blancos cristianos. Además, se atribuía a Cam y sus descendientes ser los primeros que, ignoraron a Dios, según tradición que recogieron y propagaron Lactancio, san Agustín, Beroso, y Josefo; y esa prioridad en el ateísmo o, mejor di.cho, en el pseudoteismo, no podía ser sino cosa del mismo Enemigo Malo, inspiración de él y su obra principalísima. De esto a decir que Cam fue un demonio había poco trecho. La oscura piel de indios y negros evocaba la chamusquina del fuego infernal, según decían. Por otra parte, había muchos documentos para demostrar que el demonio gustaba de aparecerse ![]() Por el siglo XVII, en España y sus Indias, el demonio popularmente se le decía Mandinga, nombre de cierta etnia o nación africana cuyos hijos abundaron en España y América en el siglo XVI; y en algunos países americanos todavía se estila ese epíteto folklórico. En la España del siglo XVI también se le llamaba Guineo y Mozambique, nombres africanos que pasaron a América en el XVII, según Ildefonso Pereda Valdés,19 Juan Calalú (vocablo de África) se le dice en Puerto Rico. Y por Carrampempe, corrupción de dos voces congas, se le conocía en el Perú, según Ricardo Palma. Además era común llamar a los diablos los “Príncipes de la Guinea Infernal”, aludiendo a ser el infierno, como la Guinea, patria de negros habitantes.20 “Infernales Ethiopes” llamaba el jesuita padre F. Santalla a los demonios. Y por negros tuvieron Quevedo y otros literatos metidos en teologías. En Indias estaba bien sabido que los espíritus de las tinieblas con frecuencia eran negros, en sus figuras visibles.21 Una vez vióse a una figura gigantesca caminar por agua y cieno sin mojarse como por suelo enjuto, y luego levantar enormes pesos con fuerza sobrehumana. “No podía ser sino algún demonio, dice Mendieta, pues que siendo ángel no aparecería en figura de negro.” Y un caso hubo de cierto mancebo tlascalteca que, ya muerto o por tal tenido, vio arrebatado su espíritu a los infiernos por unos negros, que eran los demonios; pero al invocar el favor de santa María, fue aquél devuelto a su cuerpo; y una vez revivido éste contó su visión como testimonio del averno, de sus tormentos y de sus negrazos espantosos. Todo esto no impedía que los pintores en sus cuadros y los farsantes en sus comedias a veces representasen al diablo, con fines de arte decorativo, con otros colores, sobre todo el rojo, que es el del fuego. ![]() ![]() *Tomado de: Fernando Ortiz. Historia de una pelea cubana contra los demonios. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1975. 29 - 41. Notas 1. Dr. José Andrés Martínez Fortún y Foyo, Anales y efemérides de San Juan de los Remedios y su Jurisprudencia, t. I, 1945, p. 10; Luis F. del Moral, Historia de Sancti Spiritus, Zaza del Medio, 1958, p. 63. 2. Luis F. del Moral. ob. cit., p. 122. 3. P. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, t. I, ed. 1947, p. 274. 4. Santa Teresa de Jesús, Libro de las fundaciones, cap. XXV. 5. P. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, t. I, ed. 1947, p. 81. 6. Rodiginio, Celio, Lecciones antiguas, libro 18, cap. 22. 7. Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, tranco VIII. 8. Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, t. III, ed. de Madrid, 1928, p. 217. 9. P. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, t. I, p. 264. 10. Monseñor I. Barbier de Montault, Traité d’iconographie Chrétiénne, t. II, París, 1890, p, 149. 11. Simón Martín, Martirologio, Superstitions et survivances, París, 1896, p. 386. 12. San Antonio María Claret, Camino recto y seguro para llegar al cielo, ed. de Winterberg, s.a., p. 499. 13. Witch Craft, The Witch God, 1952, p. 91. 14. Duque de Maura, Supersticiones de los siglos XVI y XVII y hechizos de Carlos II, Madrid, s.a., p. 62. 15. P. Bartolomé de las Casas “Apologética Historia de las Indias”, contenido en Historiadores de Indias, t. II. M. Serrano y Sanz, Madrid Bailly – Bailliére, 1909. 16. Duque de Maura, ob. cit., p. 106. 17. Maximilian Rudwin, The Devil in Legend and Literatare, Chicago, 1931, p. 311. 18. P. Ribadeneira, S. J., La leyenda de oro para cada día del año. Vida de todos los santos, que venera la iglesia. Revisada por los P. P. de la compañía de Jesús. Aprobada por Pantaleón Monserrat y Navarro, Barcelona, 1865, día 15 de octubre. 19. Ildefonso Pereda Valdés, El rancho, Montevideo, 1957, p. 43. 20. Luis Vélez de Guevara, ob. cit. 21. Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, 1870, p. 392. 22. P. Niceto Alonso Perujo, Diccionario de ciencias eclesiásticas, t. III, p. 552. |
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