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Rendimos un modesto tributo a la
memoria del desaparecido escritor cubano Guillermo Cabrera Infante
insertando en esta página un artículo que nos hiciera
llegar Enrique del Risco y Enrisco. El homenaje a Cabrera Infante se
completa con selecciones de La Habana
para un infante difunto, las cuales podrá encontrar el
lector en la sección La ronda.
Finalmente, La más verbosa ofrece una entrevista a Edmundo Desnoes realizada por el profesor Denis Berenschot. No hay consuelo, Guillermo Enrique Del Risco y Enrisco No nos engañemos. No hay consuelo. Para la muerte de Cabrera Infante no lo hay. Aunque su edad bordeaba eso que engañosamente llaman “esperanza de vida”, tanto en el país en el que nació ![]() Pero consuelo no ha faltado. Entretenemos el dolor, la frustración, diciéndonos que su Habana es más real que el país que gobierna su archienemigo, que recordaremos más sus construcciones verbales que las destrucciones reales de los otros, o podemos pisotear el lugar común y decir que su patria son las palabras. Sin embargo tanto truco, tanta alquimia con el dolor no hace sino más abundante y visible el vacío que nos dejó. Esos engaños pertenecen a otro mayor, el de la patria, que con el país secuestrado a mayor gloria de un hombre y su poder, se hace más difusa e irreal que lo que suele ser habitualmente. Afuera de la isla que hace mucho tiempo dejó de ser nuestra nos inventamos una Cuba astral que encubre su lejanía y su deterioro físicos para imaginárnosla con una belleza plena en algún sitio más allá o más acá de su árido presente. La gran ironía es que esa Cuba a todas luces irreal nunca se nos hace más tangible que en medio de dolores como este con el que lidiamos hoy, ![]() Pero Cabrera Infante no era sólo patrimonio de los exiliados nostálgicos de una Habana perdida en el tiempo y la lejanía. No tenemos más que recordar aquel lector de Cabrera Infante que fuimos en la isla. Con nuestros amigos recorríamos La Habana semiderruida del 94 con la otra Habana, la del Infante difunto, en la mano, tratando de compaginar aquellas paredes cariadas de nuestra realidad con la luminosa decadencia que emanaba de los sitios que nombraba el libro. Sentíamos lo que suponemos que sentiría aquél niño del cuadro de Dalí mientras levantaba la piel del mar: un íntimo y total deslumbramiento. Aprendíamos a comprender todo el esplendor que había encerrado en aquellas ruinas precoces. No para todos los cubanos Cabrera Infante cumplía esta función. Para las autoridades, Cabrera Infante en el exilio fue “El hombre que jodía demasiado”, el Anticastro, el fuego y el juego (de ![]() Pero más complicado lo tenían los miembros del seleccionado nacional de literatura cubana, esos que acaparan premios nacionales, homenajes y viajes con los gastos pagos. Un desliz en las declaraciones y en lo adelante el pasaporte sólo les serviría para abanicarse en la sala de su casa. No es difícil imaginarse la llamada de Miguel Barnet a su Comandante solicitando instrucciones: -Hola Comandante, lo llamo por lo de la muerte de Cabrera Infante. -¿Quién? Ah, sí... el periodista ese que estaba con nosotros al principio y nos traicionó… Yo ![]() -Ze murió ayer Comandante. -Eso le pasa por traidor, Miguelito. Me dejan y mira lo que les pasa… -Yo lo llamaba porque la prenza eztá llamando por la muerte de él y no ze me ocurre qué podría dezirlez… -Pues les dices que negamos categóricamente toda responsabilidad en la muerte de ese sujeto. Que nuestros enemigos siempre están tratando de mancillar nuestra revolución pero bajo ningún concepto vamos a tolerar esa calumnia… -Comandante, murió de muerte natural. -Ah, claro. Es que ya ni me acordaba si yo había hecho algún comentario sobre él, y tú sabes como son mis muchachos: se toman al pie de la letra cualquier cosa que digo. Pero entonces, si se murió de muerte natural ¿para qué los periodistas andan preguntando tanto? ![]() -Eso está bien, eso es un premio muy prestigioso y tengo entendido que tiene una buena dotación en metálico. ¿A qué institución lo donó, Miguelito? A las escuelas de arte o a las milicias… -Bueno Comandante… -Sí, ya sé… él era el traidor. Yo te digo Miguelito, hay que trabajar más para que esa gente no se pierda. Ustedes mismos, los escritores, pudieron convencerlo de que se diera una vuelta por acá… todavía tenía tiempo para reformarse y darnos su aporte. ¿Qué edad tenía cuando se murió? -Zetentaizeiz, creo. -Mira eso, un muchacho todavía. Pero claro, como está la salud pública por ahí y seguro que no se cuidaba. Así cualquier cosa puede pasar. Miguelito, yo sé que ustedes los escritores son medio bohemios así que saca experiencia de este caso y cuídate. -Zí Comandante, yo me cuido. Zi por eso mismo lo eztoy llamando… -Eso está bien porque necesitamos de gente como tú por muchos años. No nos gustaría que te nos fueras pronto. Bueno, Miguelito voy a dejarte que tengo que cerrar la cámara hiperbárica. Es que aquí adentro el teléfono no tiene cobertura. -Pero Comandante ¿qué le digo a loz periodiztaz? Comandante… Podemos imaginarnos la confusión que reinaría en ese momento en la mente de Miguel Barnet. Habrá repasado la conversación con el máximo líder un centenar de veces y cuando por fin lo entrevistaron los periodistas dijo: “Aunque por razones políticas descalificó a todos los intelectuales que vivimos en la Isla, para mí fue un gran artista, atormentado y contradictorio, que sin embargo le dio a Cuba su tercer Premio Cervantes”. Por su parte, uno de esos escritores a los que les dan el premio nacional de literatura a condición de que dejen en paz a los lectores declaró que Cabrera ![]() ![]() Al comienzo hablabábamos de las trampas en las que incurrimos para conjurar el dolor de una pérdida semejante. Este mismo texto no ha sido más que otro banal ejercicio de las tácticas a las que aludimos, adobadas si acaso con un poco de humor, cuya más evidente disculpa es que fue un condimento que casi nunca faltó en la obra de Cabrera Infante. Somos conscientes de que todas estas palabras no sirven más que para confirmar la certeza inicial. No hay consuelo, Guillermo. |
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