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Rendimos un modesto tributo a la
memoria del desaparecido escritor cubano Guillermo Cabrera Infante
insertando en esta página un artículo que nos hiciera
llegar Enrique del Risco y Enrisco. El homenaje a Cabrera Infante se
completa con selecciones de La Habana
para un infante difunto, las cuales podrá encontrar el
lector en la sección La ronda.
Finalmente, La más verbosa ofrece una entrevista a Edmundo Desnoes realizada por el profesor Denis Berenschot. No hay consuelo, Guillermo Enrique Del Risco y Enrisco No nos engañemos. No hay consuelo. Para la muerte de Cabrera Infante no lo hay. Aunque su edad bordeaba eso que engañosamente llaman “esperanza de vida”, tanto en el país en el que nació o en el que murió, a todos los que lo quisimos su muerte se nos antojó insoportablemente precoz. No podía ser de otra forma sabiendo que en cada una de las líneas que escribió en los últimos cuarenta años alentaba el deseo del regreso a su Habana, regreso que nunca se cumplió. Y no un regreso cualquiera porque sólo tendría justificación y sentido, es decir, realidad, cuando desaparecieran las circunstancias, es decir, la realidad, que lo obligaron a marcharse. Y su muerte significa entre otras cosas la desconsoladora certeza de que el regreso a ese lugar donde nunca hemos estado ya será sin él. Pero consuelo no ha faltado. Entretenemos el dolor, la frustración, diciéndonos que su Habana es más real que el país que gobierna su archienemigo, que recordaremos más sus construcciones verbales que las destrucciones reales de los otros, o podemos pisotear el lugar común y decir que su patria son las palabras. Sin embargo tanto truco, tanta alquimia con el dolor no hace sino más abundante y visible el vacío que nos dejó. Esos engaños pertenecen a otro mayor, el de la patria, que con el país secuestrado a mayor gloria de un hombre y su poder, se hace más difusa e irreal que lo que suele ser habitualmente. Afuera de la isla que hace mucho tiempo dejó de ser nuestra nos inventamos una Cuba astral que encubre su lejanía y su deterioro físicos para imaginárnosla con una belleza plena en algún sitio más allá o más acá de su árido presente. La gran ironía es que esa Cuba a todas luces irreal nunca se nos hace más tangible que en medio de dolores como este con el que lidiamos hoy, cuando un trozo de ella se nos muere en el cuerpo de una Celia Cruz o de un Cabrera Infante. Y citarlos juntos obedece a mucho más que a la relativa cercanía cronológica de sus muertes. Mucho se habla de ese especial amor de Cabrera Infante por La Habana, de su laboriosa edificación del mito de la ciudad que adoptó como propia. Menos se habla de su reinvención de la cultura cubana, de su radical subversión de una visión aristocrática de lo nacional que nunca concebiría que, por ejemplo, héroes, escritores y músicos populares compartieran el mismo pedestal. En cambio en la obra de Cabrera Infante conviven la cita poética y patriótica, la alusión cinematográfica, y el desvarío etílico con similar dignidad. Nada cubano le era ajeno, ni siquiera esa parte de lo cubano que con extrañeza llamamos “el mundo”. Pocas veces hubo un cubano más cosmopolita y un cosmopolita tan cubano. En su obra la patria se hace leve y por una vez, un sitio que incita a vivir en él más que a morir por él. Y si se muere por ella es por la posibilidad de algún día hacerla habitable incluso para poetas o borrachos. Suena irónico decir todo esto de quien renunció a vivir en su país más de la mitad de una vida razonablemente larga aunque menos irónico parecerá si nos sirve para medir la magnitud de su renuncia. Pero Cabrera Infante no era sólo patrimonio de los exiliados nostálgicos de una Habana perdida en el tiempo y la lejanía. No tenemos más que recordar aquel lector de Cabrera Infante que fuimos en la isla. Con nuestros amigos recorríamos La Habana semiderruida del 94 con la otra Habana, la del Infante difunto, en la mano, tratando de compaginar aquellas paredes cariadas de nuestra realidad con la luminosa decadencia que emanaba de los sitios que nombraba el libro. Sentíamos lo que suponemos que sentiría aquél niño del cuadro de Dalí mientras levantaba la piel del mar: un íntimo y total deslumbramiento. Aprendíamos a comprender todo el esplendor que había encerrado en aquellas ruinas precoces. No para todos los cubanos Cabrera Infante cumplía esta función. Para las autoridades, Cabrera Infante en el exilio fue “El hombre que jodía demasiado”, el Anticastro, el fuego y el juego (de palabras) que no cesa. Es lógico y previsible el silencio oficial que ha rodeado a su muerte, silencio que en el fondo suena a regocijo ante el fin de su más incesante y prestigioso contradictor. A nivel oficioso el regocijo se ha convertido en generosidad post mortem. Así incluso Lisandro Otero, antiguo mandarín cultural del castrismo y hoy una especie de fidelista por cuenta propia, decidió por esta vez controlar un poco su viejo rencor por el Infante al fin difunto. Así que si, mientras aún vivía, había llegado a decir entre otras cosas que Cabrera Infante no había “logrado comprender que su acumulación verbosa y deshumanizada no es verdadera literatura”, ahora Otero ha condescendido en decir que Cuba ha perdido con Infante a “uno de sus más ingeniosos, imaginativos y talentosos escritores”. Es sabido que la muerte mejora a la gente una vez que nos podemos librar de su más o menos incómoda presencia. Lo que desconocíamos era que tuviera efectos tan dramáticos en la literatura algo que, al fin y al cabo, no suele ir a la tumba con su autor. Quizás Lisandro haya cambiado de opinión con la esperanza de que algo parecido pase con sus libros pero nos preguntamos ¿Cuántas veces tendrá que morir Lisandro Otero para que sea considerado uno de nuestros más talentosos escritores? Sólo de pensar en hacer los cálculos da vértigo. Pero más complicado lo tenían los miembros del seleccionado nacional de literatura cubana, esos que acaparan premios nacionales, homenajes y viajes con los gastos pagos. Un desliz en las declaraciones y en lo adelante el pasaporte sólo les serviría para abanicarse en la sala de su casa. No es difícil imaginarse la llamada de Miguel Barnet a su Comandante solicitando instrucciones: -Hola Comandante, lo llamo por lo de la muerte de Cabrera Infante. -¿Quién? Ah, sí... el periodista ese que estaba con nosotros al principio y nos traicionó… Yo pensaba que se había muerto hace años. Por mí era como si se hubiera muerto… -Ze murió ayer Comandante. -Eso le pasa por traidor, Miguelito. Me dejan y mira lo que les pasa… -Yo lo llamaba porque la prenza eztá llamando por la muerte de él y no ze me ocurre qué podría dezirlez… -Pues les dices que negamos categóricamente toda responsabilidad en la muerte de ese sujeto. Que nuestros enemigos siempre están tratando de mancillar nuestra revolución pero bajo ningún concepto vamos a tolerar esa calumnia… -Comandante, murió de muerte natural. -Ah, claro. Es que ya ni me acordaba si yo había hecho algún comentario sobre él, y tú sabes como son mis muchachos: se toman al pie de la letra cualquier cosa que digo. Pero entonces, si se murió de muerte natural ¿para qué los periodistas andan preguntando tanto? -Ez que como ganó el premio Zervantez hace unoz añoz. -Eso está bien, eso es un premio muy prestigioso y tengo entendido que tiene una buena dotación en metálico. ¿A qué institución lo donó, Miguelito? A las escuelas de arte o a las milicias… -Bueno Comandante… -Sí, ya sé… él era el traidor. Yo te digo Miguelito, hay que trabajar más para que esa gente no se pierda. Ustedes mismos, los escritores, pudieron convencerlo de que se diera una vuelta por acá… todavía tenía tiempo para reformarse y darnos su aporte. ¿Qué edad tenía cuando se murió? -Zetentaizeiz, creo. -Mira eso, un muchacho todavía. Pero claro, como está la salud pública por ahí y seguro que no se cuidaba. Así cualquier cosa puede pasar. Miguelito, yo sé que ustedes los escritores son medio bohemios así que saca experiencia de este caso y cuídate. -Zí Comandante, yo me cuido. Zi por eso mismo lo eztoy llamando… -Eso está bien porque necesitamos de gente como tú por muchos años. No nos gustaría que te nos fueras pronto. Bueno, Miguelito voy a dejarte que tengo que cerrar la cámara hiperbárica. Es que aquí adentro el teléfono no tiene cobertura. -Pero Comandante ¿qué le digo a loz periodiztaz? Comandante… Podemos imaginarnos la confusión que reinaría en ese momento en la mente de Miguel Barnet. Habrá repasado la conversación con el máximo líder un centenar de veces y cuando por fin lo entrevistaron los periodistas dijo: “Aunque por razones políticas descalificó a todos los intelectuales que vivimos en la Isla, para mí fue un gran artista, atormentado y contradictorio, que sin embargo le dio a Cuba su tercer Premio Cervantes”. Por su parte, uno de esos escritores a los que les dan el premio nacional de literatura a condición de que dejen en paz a los lectores declaró que Cabrera Infante “Fue uno de los más grandes escritores de este país” pero que estaba “demasiado comprometido contra Cuba”. Que recordemos Cabrera Infante nunca escribió contra Cuba. De hecho ni siquiera lo hizo contra Ciego de Ávila o Caimito o alguno de esos pueblos feos que quizás merecerían su rencor estético. Quizás el entrevistado padece ese transtorno, por lo demás difundido más allá de los premios nacionales de literatura, de confundir a Cuba con el Comandante. Y si Cuba es lo mismo que el Comandante y Cabrera Infante “le dio a Cuba su tercer Premio Cervantes” no hay más remedio que concluir que nuestros premios nacionales asumen que Infante le dio el Cervantes al Comandante, afirmación que, tendrán que concordar con nosotros, no está mal como estribillo de un reggaeton. Y de ahí no falta nada para afirmar que el pujante y creativo exilio cubano es uno de los más grandes logros de la Revolución. ¿Y quién se atrevería a discutir que Cuba cuenta con uno de los más nutridos y extensos exilios del planeta? ¿Quién se atrevería a regatearle al Comandante su aporte decisivo en ello? Bueno a veces lo escritores exiliados no son del todo comprensivos con la generosidad del Comandante y como este no tiene apuro espera a que se mueran para publicarlos en la isla. Pero si a Cabrera Infante no se le ha publicado, según declaran ahora los funcionarios en la isla, es por expresa voluntad del autor. Y hay que creerles porque si algo ha caracterizado a las autoridades cubanas es complacer los deseos de los que les llevan la contraria. Sin ir más lejos ahí están los periodistas, bibliotecarios y disidentes que con sus actividades no hacían más que pedir a gritos que los encerraran: no los decepcionaron. Y hay que agradecer tanta comprensión. El Comandante inaugurando una escultura en bronce de Guillermo Cabrera Infante sentado al lado de John Lennon (otro que en su época seguramente pidió que lo prohibieran en Cuba) es más de lo que el escritor podría aguantar, incluso después de muerto. Agradezcamos que le conserven en su país el estatus de seguir clandestinamente vivo. Al comienzo hablabábamos de las trampas en las que incurrimos para conjurar el dolor de una pérdida semejante. Este mismo texto no ha sido más que otro banal ejercicio de las tácticas a las que aludimos, adobadas si acaso con un poco de humor, cuya más evidente disculpa es que fue un condimento que casi nunca faltó en la obra de Cabrera Infante. Somos conscientes de que todas estas palabras no sirven más que para confirmar la certeza inicial. No hay consuelo, Guillermo. |
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