Ésta página está dedicada a la poesía cubana. En la azotea de Reina María Rodríguez (en Ánimas no.455 esq. San Nicolás, en Centro Habana) nos reuníamos frecuentemente sus amigos. Lo mismo si había o no había té, o si algún invitado extranjero nos llevaba ron y algunas galleticas, allí, casi como atraídos por el centro gravitacional de la poesía, comenzábamos las tertulias habituales. Lecturas de poesía, la discusión de algún proyecto como lo fue durante un tiempo el de la Casa de poesía, o el del homenaje a Julián del Casal por el centenario de su muerte, constituían la razón de ser de aquellos encuentros. La azotea de Reina, como pronto comenzamos a llamarla, nos acogía a todos.
Vivíamos en catacumbas individuales que la azotea conectaba con la catacumba mayor: la ciudad. Como quiera que la azotea no pudo recibir--como hubiésemos querido--a amigos como Gastón Baquero o Juan Clemente Zenea, y puesto que algunos de nosotros ya hemos dejado de subir aquellas escaleras y de animar ese espacio que--sin dudas--habría fascinado a Casal, hemos querido crear esta azotea otra, fuera de las murallas, pero dentro de la ciudad, y al que libremente podrán concurrir todos los poetas cubanos. La sombra de los gatos de Reina seguirá rondando peligrosamente la cocina. Mientras, los que van a leer esta noche han comenzado a repartir sus textos, finamente impresos por Ánimas Ediciones.
Esta noche la azotea está de fiesta. Vamos a escuchar a nuestras poetisas (no a todas, desde luego, porque ello sería imposible). Se hacen, pues, visibles los bucles de la Avellaneda, su frente despejada. Y el ceño atormentado de Juana, que habría espantado a los origenistas. Y el sosiego de Fina, que pasa escurridizo por entre las vigas más pobres de la ciudad. Se hacen visibles ausencias y destierros, presencias y, --desde luego-- los afanes de la "chusma diligente". Una vez más, la azotea se anima con el ajetreo de los que llegan y de los que se van. Se anima, incluso, con algún que otro dedo que, sobre el labio, avisa, aconseja, ordena silencio. Y con la orden desesperada de Tula: "pronto, remero, bate la espuma..."
DOS POEMAS
I
Ni país, ni destino,
ni memoria. Monedas
al aire donde, a veces,
es cara. Otra cruz.
La cruz de Cristo
al azar.
E1 azar de Sísifo
en nuestras manos.
II
En otras palabras, el mes próximo
será invierno en Atlanta, Miami,
North Carolina, Washington,
Chicago, California.
Todo es lo de siempre.
Ningún sitio puede nombrar
la sustancia de otra tierra.
País alguno puede hacer que recobremos
ese fondo sin el que estamos tan vacíos.
Rita Martín
MUSEO
Para Sylvia Plath
Encontrar la aguja en el pajar
en la unión de las alas
en el paisaje aéreo.
Los refranes son las palabras prótesis,
las palabras museo,
las del oro-rótulos-de-vida.
Voy de visita al polen,
al polen polvo de mí:
con hojalata sellaron el cristal
y es con hojalata que termina el árbol
sus ramas colgadura de animales,
lanza finísima, alfileres o agujas
-- según peso y tamaño --
caen al centro mecánico
que les dará el vuelo.
Parece una estampida
y es golpe de cuajo;
Silencio en la sala interior
(toráxica)
de los admiradores.
En el Museo de Ciencias Naturales,
al centro del pajar
donde el duro-blando huevo.
USURAS DEL LENGUAJE
Tiene los hombros muy cansados de evitar el vapor de luz, el arco de la vieja lámpara sobre su mesa. Pero los efectos han sido inmejorables: apostura, edad, facciones, ideas en ardua corrección! Horas en las que todo el trabajo parece conducirle hacia el reposo: Los bien ungidos callos comestibles. Masas de aire en frascos de carbono, inevitable y denso como una columna (y esta, a su vez, la muleta arqueológica) Y los bancos de arena, excelente alquiler para los aledados extranjeros!, con lentitud hacia el mismísimo fondo. Miel, no importa qué corteza la almacene, su nombre es conocido, su proceso va del trasiego al sueño. Ninguna palabra nueva, ningún amor (Tendría que componer este lenguaje, como un mercader que evita paradojas de mala gana compraría lo que vende)
Noches en las que todo trabajo debiera conducirle a la serenidad: Cuando la lámpara cierra el arco de luz y las mariposas alborotan, chocan entre si se pegan a la piel, rotan su caída como los precios rotan, y la piel aguarda, se pudre, cambia muchas veces de estampado, de valor, muchas veces el dibujo de alas antes de hacerse el comercio. Violentas y tardías, para salir al mundo agotan la abertura solar.
Alessandra Molina
LA PESCA EN EL MAR
¡Mirad!, ya la tarde fenece...
la noche en el cielo
despliega su velo
propicio al amor.
La playa desierta parece;
las olas serenas
salpican apenas
su dique de arenas,
con blando rumor.
Del líquido seno la luna
su pálida frente
allá en occidente
comienza a elevar.
No hay nube que vele importuna
sus tibios reflejos,
que miro de lejos
mecerse en espejos
del trémulo mar.
¡Corramos!... ¡Quién llega primero!
ya miro la lancha...
mi pecho se ensancha,
se alegra mi faz.
¡Ya escucho la voz del nauclero,
que el lino despliega
y al soplo lo entrega
del aura que juega,
girando fugaz!
¡Partamos! La plácida hora
llegó de la pesca,
y al alma refresca
la bruma del mar.
¡Partamos, que arrecia sonora
la voz indecisa
del agua, y la brisa
comienza de prisa
la flámula a hinchar!
¡Pronto, remero!
¡Bate la espuma!
¡Rompe la bruma!
¡Parte veloz!
¡Vuele la barca!
¡Dobla la fuerza!
¡Canta, y esfuerza
brazos y voz!
Un himno alcemos
jamás oído,
del remo al ruido,
del viento al son,
y vuele en alas
del libre ambiente
la voz ardiente
del corazón.
Yo a un marino le debo la vida,
y por patria le debo al azar
una perla -- en un golfo nacida --
al bramar
sin cesar
de la mar.
Me enajena al lucir de la luna
con mi bien estas olas surcar,
y no encuentro delicia ninguna
como amar
y cantar
en el mar.
Los suspiros de amor anhelantes
¿quién, ¡oh, amigos!, querrá sofocar,
si es tan grato a los pechos amantes
a la par.
suspirar
en el mar?
¿No sentís que se encumbra la mente
esa bóveda inmensa al mirar?
hay un goce profundo y ardiente
en pensar
y admirar
en el mar.
Ni un recuerdo del mundo aquí llegue
nuestra paz deliciosa a turbar;
libre el alma al deleite se entregue
de olvidar
y gozar
en el mar.
¡Presto todos!... ¡Las redes se tiendan!
¡Muy pesadas las hemos de alzar!
¡Presto todos, los cantos suspendan,
y callar
y pescar
en el mar!
AL PARTIR
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!... La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...
¡El ancla se alza... El buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela!
Gertrudis Gómez de Avellaneda
APOLO
Marmóreo, altivo, refulgente y bello,
corona de su rostro la dulzura,
cayendo en torno de su frente pura
en ondulados rizos el cabello.
Al enlazar mis brazos a su cuello
y al estrechar su espléndida hermosura,
anhelante de dicha y de ventura
la blanca frente con mis labios sello.
Contra su pecho inmóvil, apretada,
adoré su belleza indiferente,
y al quererla animar desesperada,
llevada por mi amante desvarío,
dejé mil besos de ternura ardiente
allí apagados sobre el mármol frío.
ÚLTIMA RIMA
Yo he soñado en mis lúgubres noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
con un beso de amor imposible
sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Yo no quiero el deleite que enerva,
el deleite jadeante que abrasa,
y me causan hastío infinito
los labios sensuales que besan y manchan.
¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible!
Mi novio soñado de dulce mirada,
cuando tú con tus labios me beses
bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Dame el beso soñado en mis noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
que me deje una estrella en los labios
y un tenue perfume de nardo en el alma.
Juana Borrero
CAE LA TARDE
En el colegio siempre era de tarde.
Tarde era el oro gris de la mañana.
La lectura del libro se doraba
también del pensamiento de la tarde.
Ahora que el tiempo hacia otras hojas arde
redescubro su tinta poderosa,
las triviales nociones prestigiosas,
su austera voz que llega ya muy tarde.
Qué justeza y dulzura me ha traído
decir estas palabras «cae la tarde»
y su vieja ternura despaciosa.
¡Cae la tarde sobre lo que se ha ido,
cae la tarde sobre la antigua tarde
de la lluvia, el silencio, las baldosas!
PRIVILEGIO TRISTÍSIMO Y ARDIENTE
Privilegio tristísimo y ardiente
de estar vivo, de ser sin ilusiones,
fríamente parciales de los dones
oscuros, de las tardes inclementes.
Qué me aferra a los últimos relentes
de mi día, oh amor sin ilusiones,
qué me arrastra a tus lúcidos rincones
con tal fría pasión indiferente.
Amor oscuro y fiero de mí misma,
inhumano y extraño que me hieres
con tu espada profunda y dividida.
Acaba de una vez, que ya hace frío,
y sollózame al fin qué es lo que quieres,
y contesta por Dios, quién soy, qué he sido.
Fina García Marruz
LA VUELTA AL BOSQUE
«Vuelves por fin, ¡oh dulce desterrada!,
con tu lira y tus sueños,
y la fuente plateada
con bullicioso júbilo te nombra,
y te besan los céfiros risueños
bajo mi undoso pabellón de sombra.»
Así, al verme, dulcísimo gemía
el bosque de mis dichas confidente;
¡oh bosque! ¡oh bosque!, sollocé sombría,
mira esta mustia frente,
y el triste acento dolorido sella,
siglos de llanto ardiente
y oscuridad de muerte traigo en ella.
Mira esta mano pura
¡ay! que ayer ostentó, resplandeciendo,
el cáliz del amor y la ventura,
hoy viene sobre el seno comprimiendo
una herida mortal... ¡Bosque querido!
¡tétricas hojas! ¡lago solitario!
¡estrella que en el cielo oscurecido
rutilas como un cirio funerario!
¡lúgubres brisas y desierta alfombra,
alzad eterno y funeral gemido,
que el mirto de mi amor estremecido
cerró su flor y se cubrió de sombra!
Sobre la frente pálida y querida
que el genio coronaba esplendoroso,
y la virtud con su inefable calma,
sobre la frente ¡oh Dios! del dulce esposo,
ídolo de mi alma,
y altar de humanidad y de dulzura,
alzó la muerte oscura
la pavorosa noche de sus alas;
y cual la tierna alondra que en su vuelo
atraviesan las balas
y expirante y herida
baja, bañada en sangre desde el cielo,
y queda yerta y rígida en el suelo
con el ala extendida,
así mi corazón de espanto frío
quedó al golpe ¡Dios mío!
que mi vida cubrió de eterno duelo.
Cuando volvió a la luz el alma inerte,
la tierra, la montaña, el mar, el cielo,
no eran más que el sudario de la muerte.
¡Oh bosque! ¡oh caro bosque! todavía
de este dolor la tempestad sombría
ruge en mi corazón estremecido,
y gira el pensamiento desolado
como un astro eclipsado
entre tinieblas lóbregas perdido.
Y aquí estoy otra vez... ¡oh qué tristeza
me rompe el corazón...! Sola y errante
vago en tu melancólica maleza,
por todas partes con dolor tendiendo
el mirar vacilante;
ya me detengo trémula, sintiendo
el próximo rumor de un paso amante;
ora hago palpitante
ademán de silencio a bosque y prado,
para escuchar temblando y sin aliento,
un eco conocido que ha pasado
en las alas del viento;
ora ¡oh Dios! de la luna entristecida
a los rayos tranquilos,
miro cruzar su idolatrada sombra
por detrás de los tilos:
y la llamo y la busco estremecida
entre el ramaje umbrío,
en el terso cristal de la laguna,
bajo las ramas del abeto escaso,
mas en parte ninguna
hallo señal ni huella de su paso.
¡Triste y gimiente río
que los pies de estos árboles plateas!
¿por qué no retuviste
y en tus urnas de hielo no esculpiste
su fugitiva imagen? ¡Aura triste
que entre las hojas tu querella exhalas!
¿por qué no aprisionastes en tus alas
el eco tanto tiempo no escuchado
de su adorada voz? ¡Oh bosque amado!
¡oh gemebundo bosque! ya no pidas
sonrisas a estos labios sin colores
que con dolor agito:
pues no pueden nacer hojas y flores
sobre un tallo marchito.
Que ya en el mundo, mis inciertos ojos
sólo ven un sepulcro que engalana
flor macilenta con cerrado broche,
y allí me encuentran pálida y de hinojos
las lágrimas de luz de la mañana
y los insomnes astros de la noche.
Otras veces aquí ¡cuán diferente
vagué en su cariñosa compañía!
El arroyo luciente
como un velo de luz se estremecía
sobre la yerba humedecida y grata,
allá el movible mar desenvolvía
encajes brillantísimos de plata,
y tembladoras, pálidas y bellas
en el éter azul asemejaban
abiertos lirios de oro las estrellas.
Él con mi mano entre su mano pura
bajo flores que alegres sonreían,
me hablaba de sus sueños de ternura,
mientras con movimiento dulce y blando,
las copas de los álamos gemían
nuestras unidas frentes sombreando.
¡Oh vida de mi vida! ¡oh caro esposo!
¡amante, tierno, incomparable amigo!
¿dónde, dónde está el mundo
de luz y amor que respiré contigo?
¿dónde están ! ay! aquellas
noches de encanto y de placer profundo
en que estudié contigo las estrellas,
o escuchamos los trinos
de las tórtolas bellas
que cerraban las alas en los pinos?
¿Y nuestras dulces confidencias puras
en estas rocas áridas sentados?
¿dónde están nuestras íntimas lecturas
sobre la misma página inclinados?
¿nuestra plática tierna
al eco triste de la mar en calma?
¿y dónde la dulcísima y eterna
comunión de tu alma y de mi alma?
¡Lágrima de dolor abrasadora
que corres por mi pálida mejilla!
ya no hay flores ni aromas en el suelo,
ya el ruiseñor no llora,
ya la luna no brilla,
y en la desierta lividez del cielo
se borraron los astros y la aurora.
Que ya todo pasó, pasó ¡Dios mío!
para jamás volver; ¿adónde ¡oh cielo!
adónde iré sin él, por el vacío
de esta noche sin fin? ¡Fúnebre bosque!
hoy todo es muerte para mí en la tierra,
en la llanura con inmenso duelo
se elevan los cipreses desolados
como espectros umbríos,
las brumas en la frente de la sierra
crespones son que pasan enlutados,
van en las nubes féretros sombríos,
el mar gimiendo azota la ribera,
con sollozo de muerte el viento zumba,
y es, ante mí, la creación entera
la gigantesca sombra de una tumba.
Luisa Pérez de Zambrana
AL ALMENDARES
Este río de nombre musical
llega a mi corazón por un camino
de arterias tibias y temblor de diástoles...
Él no tiene horizontes de Amazonas
ni misterio de Nilos, pero acaso
ninguno le mejore el cielo limpio
ni la finura de su pie y su talle.
Suelto en la tierra azul... Con las estrellas
pastando en los potreros de la Noche...
¡Qué verde luz de los cocuyos hiende
y qué ondular de los cañaverales!
O bajo el sol pulposo de las siestas,
amodorrado entre los juncos gráciles,
se lame los jacintos de la orilla
y se cuaja en almíbares de oro...
¡Un vuelo de sinsontes encendidos
le traza el dulce nombre de Almendares!
Su color, entre pálido y moreno:
-- Color de las mujeres tropicales...--
Su rumbo entre ligero y entre lánguido...
Rumbo de libre pájaro en el aire.
Le bebe al campo el sol de madrugada,
le ciñe a la ciudad brazo de amante.
¡Cómo se yergue en la espiral de vientos
del cubano ciclón...! ¡Cómo se dobla
bajo la curva de los Puentes Grandes...!
Yo no diré qué mano me lo arranca,
ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que él sea el más hermoso...
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
PREMONICIÓN
Alguien exprimió un zumo
de fruta negra en mi alma:
Quedé amarga y sombría
como niebla y retama.
Nadie toque mi pan,
nadie beba mi agua...
Dejadme sola todos.
Presiento que una cosa ancha y obscura
y desolada viene sobre mí
como la noche sobre la llanura...
Enero 1924
Dulce María Loynaz
-- al menos, así lo veía a contra luz--
Para Fernando García
he prendido sobre la foto una tachuela roja.
-sobre la foto famosa y legendaria-
el ectoplasma de lo que ha sido,
lo que se ve en el papel es tan seguro
como lo que se toca. la fotografía
tiene algo que ver con la resurrección.
-quizás ya estaba allí
en lo real en el pasado
con aquel que veo ahora en el retrato.
los bizantinos decían que la imagen de Cristo
en el sudario de Turín no estaba hecha
por la mano del hombre.
e deportado ese real hacia el pasado;
he prendido sobre la foto una tachuela roja.
a través de esa imagen (en la pared, en la foto)
somos otra vez contemporáneos.
la reserva del cuerpo en el aire de un rostro,
esa anímula, tal como él mismo,
aquel a quien veo ahora en el retrato
algo moral, algo frío.
era a finales de siglo y no había escapatoria.
la cúpula había caído, la utopía
de una bóveda inmensa sujeta a mi cabeza,
había caído.
el Cristo negro de la Iglesia del Cristo
-al menos, así lo veía a contra luz-
reflejando su alma en pleno mediodía.
podía aún fotografiar al Cristo aquel;
tener esa resignación casual
para recuperar la fe.
también volver los ojos para mirar las hojas amarillas,
el fantasma de árbol del Parque Central,
su fuente seca.
(y tú que me exiges todavía alguna fe).
mi amigo era el hijo supuesto o real.
traía los poemas en el bolsillo
del pantalón escolar.
siempre fue un muchacho poco común
al que no pude amar
porque tal vez, lo amé. la madre (su madre),
fue su amante (mental?)
y es a lo que más le temen.
qué importa si alguna vez se conocieron
en un plano más real.
en la casa frente al Malecón, tenía aquel
viejo libro de Neruda dedicado por él.
no conozco su letra, ni tampoco la certeza.
no se si algo pueda volver a ser real.
su hijo era mi amigo,
entre la curva azul y amarilla del mar.
lo que se ve en el papel es tan seguro
como lo que se toca. (aprieto la tachuela roja,
el clic del disparador... lo que se ve no es
la llama de la pólvora, sino el minúsculo relámpago
de una foto).
el hijo, (su hijo) vive en una casa amarilla
frente al Malecón -nadie lo sabe, él tampoco lo sabe-
es poeta y carpintero.
desde niño le ponían una boina
para que nadie le robara la ilusión de ser,
algún día, como él.
algo en la cuenca del ojo, cierta irritación;
algo en el silencio y en la voluntad
se le parece. entre la curva azul
y amarilla del mar.
-dicen que aparecieron en la llanura
y que no estaba hecha por la mano del hombre --
quizás ya estaba allí, esperándonos.
la verosimilitud de la existencia es lo que importa,
pura arqueología de la foto, de la razón.
(y tú que me exiges todavía alguna fe)
el Cristo negro de la Isla del Cristo sigue intocable,
a pesar de la falsificación que han hecho
de su carne en la restauración;
la amante sigue intocable
y asiste a los homenajes en los aniversarios;
(su hijo), mi amigo, el poeta, el carpintero de Malecón,
pisa con sus sandalias cuarteadas
las calles de La Habana;
los bares donde venden un ron barato a granel
y vive en una casa amarilla
entre la curva azul y oscurecida del mar.
qué importancia tiene haber vivido
por más de quince años tan cerca del espíritu de aquel,
de su rasgo más puro, de su ilusión genética,
debajo de la sombra corrompida
del árbol único del verano treinta años después?
si él ha muerto, si él también va a morir?
no me atrevo a poner la foto legendaria sobre la pared.
un simple clic del disparador, una tachuela roja
y los granos de plata que germinan
(su inmortalidad)
anuncian que la foto también ha sido atacada
por la luz; que la foto también morirá
por la humedad del mar, la duración;
el contacto, la devoción, la obsesión
fatal de repetir tantas veces que seríamos como él.
en fin, por el miedo a la resurrección,
porque a la resurrección toca también la muerte.
sólo me queda saber que se fue, que se es
la amante imaginaria de un hombre imaginario
(laberíntico)
la amiga real del poeta de Malecón,
con el deseo insuficiente del ojo que captó
su muerte literal, fotografiando cosas
para ahuyentarlas del espíritu después;
al encontrarse allí, en lo real en el pasado
en lo que ha sido
por haber sido hecha para ser como él;
en la muerte real de un pasado imaginario
-en la muerte imaginaria de un pasado real-
donde no existe esta fábula, ni la importancia
o la impotencia de esta fábula,
sin el derecho a develarla
(un poema nos da el derecho a ser ilegítimos en algo más
que su trascendencia y su corruptibilidad).
un simple clic del disparador
y la historia regresa como una protesta de amor
(Michelet)
pero vacía y seca. como la fuente del Parque Central
o el fantasma de hojas caídas que fuera su árbol protector.
ha sido atrapada por la luz (la historia, la verdad)
la que fue o quiso ser como él,
la amistad del que será no será jamás su hijo,
la mujer que lo amó desde su casa abierta,
anónima, en la página cerrada de Malecón;
debajo de la sombra del clic del disparador
abierto muchas veces
en los ojos insistentes del muchacho
cuya almendra oscurecida
aprendió a mirar
y a callar
como elegido.
(y tú me exiges todavía alguna fe?)
CATCH AND RELEASE
para Frank León
coger y dejar sin que el anzuelo penetre
detener un momento al pez entre los dedos.
acariciar es demasiado gesto
y poseer, un crimen.
Yo diría tocar de un modo diferente.
que podría ser áspero al contacto de la primera vez
sin apartar la espina que provoca la escama.
(la escama es la mentira).
tiempo de lo perdido andaba buscando yo
un límite del tacto.
he visto peces que naufragan como hombres
conchas deshechas
y la mala palabra del animal que agota su intención entre los dedos.
he dicho escama
para no decir ausencia del deseo
de tocar aquellas cosas
trascendentes.
Reina María Rodríguez
Vocación de Antinoo
Vuelve a saltar, Antinoo.
Cumple tu vocación:
destrozar en las rocas
el perenne misterio de la carne.
La belleza es un mito
que habrá que deshacer
tarde o temprano.
Lo mismo da que enturbies
las orillas del Tiber.
Las orillas del Nilo.
Las orillas del Ganges.
Lo mismo da
que rompas con tu salto
el débil equilibrio del profeta
que se bebió el licor
por cobardía.
Y predijo en silencio
la pureza del salto.
Todo era adivinanza.
¿Después del salto, qué?
¿Quién pudo descifrar
el lenguaje del cuerpo
que trazó su parábola?
Del punto de partida
al punto de llegar
contra las piedras
cabe la eternidad.
El cuerpo va dictando
mensajes al vacío
con la luz apuntando
a la cabeza.
Vuelve a saltar, Antinoo.
Punzada es la piedad
que da el nombrarte.
Todos saltan contigo
por la inercia
de nuestra torpe raza.
Es siempre
el mismo salto
hacia lo mismo. Así
saltamos todos.
Cuando un hombre
se estrella
todos quedamos rotos.
Meditación de Orfeo
Ya no esperaba el canto.
Ni la urgencia del canto.
Ni la nota precisa
que abriera la garganta
en un rictus de luz.
Ya no esperaba el canto.
Ya no esperaba.
No acredité la hermosa
vibración del sonido.
Turbio. Sin corazón
acallé la llamada
y hasta después del alba
negué la voz.
Me dispuse dormido.
Desterré la palabra
porque ya no era exacta.
Hundí sobre la sien
el dedo trovador meditabundo.
El de buscar las tensiones
del arpa que al cantar
la verdad sólo dijera.
Me dediqué en silencio al abandono.
A medir pulso a pulso
los rumores del miedo.
Ese animal feroz sin melodía.
Amasaba los pájaros
dudosos del extremo
acusando en las cuerdas
los golpes de tanta eternidad.
Así pasaba el tiempo de los tiempos.
Al límite quizás de la sorpresa.
Colérico. Violento.
Roto de ingravidez en las alturas.
¿A quién alzar la voz?
¿Qué firmamento espera
la invocación fatal
de una guirnalda?
¿A quién he de enviar
las delicadas notas
que hieren e iluminan?
Mi soledad
se aviva en la certeza
donde ahogo el misterio.
Sobre el papel del mundo
se firman los acuerdos
de una nueva caída.
Esa visión de paz
me desordena.
Si he de cantar de sombras
meditando en lo oscuro
habré inventado el pórtico
donde el silencio y yo
juegan a deslumbrarse.
María Elena Cruz Varela
HUESOS FUERTES
El viento entra
por los huesos
una flauta
una cañería de desagüe.
"Podrían tocar
toda la noche
y pedir
durante tres generaciones.
Si se les mira
de cerca
no están hechos
para el trabajo
y ostentan su miseria
en carteles escritos
en lengua ajena".
Los rumanos
de los campos
de concentración
(y los otros)
escaparon
en vagones establos
falsificaron
pasaportes
caminaron
fueron devueltos
en las fronteras
limítrofes
del Este.
Lo intentaron de nuevo
(nos suicidaremos en masa).
Algunos
lo lograron
y llegaron
al Sur
(o a la muerte).
EL QUELTEHUE
para Elvira Hernández
El pájaro que entró no saldrá
ni por el hueco de la sien.
Perdió las alas.
No saldrá.
No metamorfosis.
No Ovidio.
El pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran una vasta circulación
no turba mi sueño.
El queltehue
cuyos huevos empollan en la cabeza del hombre.
La cabeza se inclina con frondosidad.
Toda la podredumbre alcanza su cocción.
El frailecillo susurró:
"No os dejéis tentar por la letra".
Un insecto devorando un clásico
no turba mi sueño, oh no,
ni el pensamiento de lo que América sería.
Damaris Calderón
CARA CORTADA
A veces sonrío en unos centímetros de película vieja.
Gasto celuloide.
Para los amigos mi novia y mi madre
mi mejor perfil.
Los perros y los narcos enfurecen.
Entre lavatorios y crematorios
entre oreja y oreja
los maquillistas saben.
La policía no.
Cuando mi lado vendible se desliza
fuera de la pantalla
intercambiamos roles.
A veces me paseo por unos centímetros de película vieja
Y no sé si disimulo
o es real esta alegría
de que la canallada al fin
tenga mi rostro.
EXILIO
Dicen que en Livonia nadie cierra los párpados,
y que la nieve es ámbar, y que por nombrarla se pierde
todo. Sin saber cómo se quita de entre los restos lo nevado,
una región y luego una mujer ya se perdieron.
Pero mi ámbar es más fuerte que el ámbar de Livonia.
María Elena Hernández Caballero
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