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Su orquesta, llamada La
Concha de Oro, fue la más popular en los salones habaneros de
comienzos del XIX. Compuso danzas de sabor criollo, dedicadas, casi
siempre, a personajes de la aristocracia insular. Compuso una opereta:
Congojas
matrimoniales. Se vio complicado en la famosa Conspiración de
la Escalera y fue expulsado de la Isla por el gobierno de O'Donnell.
Regresó en 1848 y fue encarcelado por incumplimiento de condena;
dos años más tarde quedó en libertad. En 1864
recorrió la Isla, ofreciendo conciertos con sus dos hijos.
Llegó a la vejez pobre ciego y abandonado. Se conoce una melodía
suya dedicada al general Concha, impresa en 1854. Escribió
algunos versos. Su hijo, Claudio José Domingo Brindis de Salas,
fue un genial violinista, de renombre mundial.
Rita Montaner nació en Guanabacoa, La Habana, el 20 de agosto
de 1900 y murió el 17 de abril de 1958. Estudió piano
en el Conservatorio Peyrellade, obteniendo medalla de oro con sólo
13 años de edad. En 1922 canta por primera vez en la radio,
y en 1927 debuta en la zarzuela Niña Rita. Un año
más tarde viaja a París y se presenta en el Olimpia y en
el Palace. En 1929 se presenta en el espectáculo de Josephine
Baker. Regresa a Cuba en 1930 y marcha, al año siguiente,
a Estados Unidos, contratada por Al Jonson para cantar en su Wonder
Bar. En 1948 fila María la O y en 1949 inicia una
temporada con Bola de Nieve, en el cabaret Mulgoba, pasando luego a Tropicana
donde actúa por nueve años. Filma, en 1954, La Única.
Hace en el teatro Hubert de Blanck, La médium,
de Menotti.
Información tomada del Diccionario de la música cubana,
De Helio Orovio. (La Habana: Letras Cubanas, 1992)
Reproducimos el dossier dedicado a Rita Montaner por La Gaceta
de Cuba (septiembre-octubre del 2000).
Rita Montaner, la risa de
Cuba
Confieso
profesar hacia ella un fervor, una simpatía, que rara vez he visto
repetidos en mis contemporáneos. Los que, como yo, se aproximan
ya a la treintena, casi nunca se prodigan en elogios hacia su persona.
Lo han dicho incluso sus admiradores: el tiempo no ha sido noble con cierta
parte de esa leyenda imborrable que se llama Rita Montaner. Acaso por ello
fue la sorpresa mi primera respuesta a la solicitud de La Gaceta de
Cuba, de coordinar estas páginas alrededor del centenario de
una mujer cuya fama grandiosa sigue mezclando, a tanto tiempo ya de su
muerte, las anécdotas vivísimas que dan fe de su calidad
como intérprete y las fábulas que ponen en duda su ecuanimidad
y diplomacia ante los enemigos que tuvo. Hablar de Rita Montaner es, en
esta Isla, hablar de una pasión.
En estos testimonios salen a la luz las palabras
que los maestros Gilberto Valdés y Gonzalo Roig desgranaron sobre
ella ante Octavio Cortázar, en un remoto 1963. Por ese tiempo, el
cineasta preparaba un documental nunca filmado sobre la Montaner, y en
esas cintas grabadas con una vieja Ampex, ese par de músicos excepcionales
reveló cuánto de amor, admiración y recelo seguía
provocándoles aquella intérprete fabulosa . Esas palabras,
finalmente rescatadas, junto a las de Bola de Nieve publicadas en 1992*,
conforman un mosaico sobre el cual sigue alzándose la figura agitada
e inquietante de quien atravesó, gracias a su ductilidad, la mayor
parte de los géneros y medios que la cultura nacional y extranjera
puso a su alcance.
Sería imposible sostener este homenaje a la Montaner sin recurrir
a firmas que han defendido el culto particular que ella nos merece. Por
eso están aquí fragmentos de ese texto ejemplar que es Clave
por Rita Montaner, de Miguel Barnet; en ese espléndido análisis,
devenido ya texto medular para la comprensión de lo que ha dejado
Rita entre nosotros, el nombre de la artista sigue creciéndose.
Junto a esos testimonios de quienes la vieron
ascender y morir, está el de Ramón Fajardo Estrada. Los que,
pese a todo, y aun sabiendo del nada dócil carácter de Rita,
seguimos admirándola, tendremos que agradecer infinitamente a este
periodista en cuyas manos pudo reorganizarse el amplio y valioso archivo
de la Montaner. Galardonado en 1997 con el Premio Casa de las
Américas, y luego con el Premio de la Crítica,
el volumen de Fajardo, una de las investigaciones más sólidas
sobre una figura paradigmática de nuestra cultura, ha conseguido
devolver a nuestros días los nombres de cientos de artistas e instituciones
semiolvidadas, engastadas sobre un amplio perfil de la artista que le sirve
de eje, a la cual mira con respeto y objetividad desmitificadora.
"Yo no incluiría a Rita Montaner [...]
entre las voces cubanas, sino entre las risas cubanas", ha dicho Fina García-Marruz
en la página excepcional que dedica a la dueña imbatible
de "El manisero" y "Mamá Inés". "Porque Rita tenía
la voz mejor toda en la risa -insiste la poeta-, risa que no era ya, como
en tanta otra seguidora de más y menos tierra, volcán del
cuerpo que echa afuera, a sacudidas rotas, las entrañas vaciadas,
sino risa que se atrevía más allá de la sonrisa, sabiduría
del alma, sólo para hacerla participar de los goces de lo inmediato
y calentarlo con su sol humano, risa entre carnal de mediadora, lisa y
brillante peonía de gracia."
Tal vez persistiendo en el don natural de
esa risa tan suya, la primera estrofa de la canción que Portillo
de la Luz le dedicara y que estrenaran ante ella Las D´Aida (gracia
infinita la de Omara, Haydée, Elena y Moraima en la mano rigurosa
de Aida Diestro), hace también de la risa cubana de la Montaner
una especie de talismán: "Cantaste y el mundo contigo cantó,/
reíste y el mundo contigo rió,/ ¡no vayas a llorar,
Rita Montaner!" A esa risa indomable e inacallable quiere dedicar La
Gaceta estas páginas, porque en ella la mujer que acumuló
sobre sí un mito de gestos y cantos esenciales para esta Isla, sigue
habitándola y habitándonos. No sé, lo repito, por
qué esta revista reparó en mí para organizar este
conjunto de textos. Lo cierto es que, más allá de la coincidencia
de que la célebre cantante y el humilde poeta que soy tengamos por
lazo común a la misma santa patrona, volver a hablar sobre ella
ha sido un placer que no hubiera querido robarme, y en el cual van esclarecidos
los agradecimientos que a los autores y entrevistados aquí presentes
me unen desde ahora. Junto a ellos, Sigfredo Ariel, Margarita Urquiola,
Abel González Melo, Miguel Lastra y algunos más, cediéndome
una foto, un dato, alguna dirección, han resultado también
imprescindibles para que este centenario tenga en mí, y en los lectores,
el color irrepetible que fue Rita Montaner.
Norge Espinosa Mendoza
*"Bola y Rita: la memoria, la música y el amor", entrevista de
Octavio Cortázar a Bola de Nieve, La Gaceta de Cuba, julio-agosto
de 1992.
Entrevista a Gilberto Valdés
¿Usted no sabe quién
es Rita Montaner?
Octavio Cortázar
¿Cuándo fue la primera vez que usted vio a Rita?
Yo la había visto de lejos en las clases
de música, pero no la conocía. Cuando escribí "Bembé",
se la di a una muchacha llamada Raquel Domínguez, que la estrenó,
y entonces apareció ella, que me salió a buscar y así,
sin conocerme, me partió pa'rriba y me insultó... La verdad
fue que me dijo: "¿Usted no sabe quién es Rita Montaner?"
Yo le dije que sí y me contestó: "Y entonces ¿cómo
no me dio esa canción a mí?" Ése encuentro fue en
una casa de música que se llamaba La Viuda de Carrera, que
estaba en Prado al lado del café El Senado, que ya no existe.
Imagínese... uno que estaba haciendo sus pininos se cree que como
ella era una artista famosa no lo iba a tomar en consideración,
pero ella oyó la música, le gustó, la cantó
y después hizo una gran creación, y un repertorio de música
mía combinada con la que ella tenía de Neno Grenet, Lecuona,
Moisés y algunos autores más. Tenía, por ejemplo "Quirino
con su tres", de Grenet, "La trompetilla", de Moisés, "Siboney",
de Lecuona... una colección de números.
El primer concierto de su vida lo hizo después
de un viaje a Buenos Aires. A su regreso la situación en los teatros
no era buena, y ella decidió dar un concierto de esa clase de repertorio;
porque ya las cosas mías eran de concierto, con piano... que nunca
antes lo había hecho. Así que con Rafelito Betancourt como
pianista, aquí en La Comedia, dio ese concierto y salió una
gran cosa, interesante, porque la música cubana en concierto no
se usaba, como quien dice... (No te voy a decir que yo sea un precursor,
porque antes lo habían hecho Anckerman, Lecuona y otra gente).
Rita tenía una faceta como cantante
clásica, y después fue inclinándose, poco a poco,
más a lo popular, hasta encontrarlo a usted. Y ya ella se afianza
en lo negro de nuestra música más o menos en los años
36 y 37, cuando empiezan ustedes a colaborar.
Por ahí mismo, sí. Entonces Rita
se dedicó a la música cubana de este ambiente. Y después
Rita cambió también, porque yo me acuerdo de que se quejaba
de que la música mía le dañaba la garganta, por las
expresiones un poco bozalonas de los negros, como había que hacerlas
no tan agudas le rompían la garganta incluso las notas graves. Por
ejemplo, "Baró", le rajaba la garganta, según me decía,
cuando quería hacer el negro viejo, o el negro joven y la negrita
con la garganta, sacando maravillas. Era una gran fanática de la
interpretación, dice que estuvo estudiando mi música seis
meses antes de estrenarla. Y bueno, había veces que Rita me cocinaba
para irse aprendiendo las cosas conmigo, pero seis meses sin parar, era
la persona más estudiosa que yo he conocido en ese estilo de música
cubana, y también muy buena pianista. Estudiaba la música
cubana de varios autores y tenía sus predilectos, tocaba a Debussy
y a Beethoven en los momentos de descanso. Era una mujer muy instruida,
una gran pianista y de un gran refinamiento.
¿Usted me puede precisar la fecha del
primer concierto que da ella de su música, de los estrenos de Rita,
y los lugares en que interpretó su música o por lo menos
las veces que la interpretó, en esa etapa del 35 al 38?
El primer concierto de mi música lo
da en el Principal de la Comedia, creo que allí cantó
"Bembé", "Baró" y otra cosa que se llamaba "Pascua", que
después yo la cambié. No sé, yo soy muy descuidado...
En su opinión, ¿qué es
lo que hace a Rita dedicarse a ese tipo de música popular, particularmente
ese tipo de música que usted compuso, haciendo inclusive dejación
de sus facultades físicas, porque usted lo está diciendo:
le afectaba la garganta?, ¿qué es lo que usted considera
que hace ir a Rita hacia ese género, en dejación del otro
estilo cuando ella pudo perfectamente ser una cantante internacional de
gran renombre, siendo una persona de muy buena voz y un gran conocimiento?
Es que Rita era extremadamente patriota y la
voz de Cuba era lo que más valía en el mundo para ella. Vamos
a suponer, ella no cambiaba el "Quirino con su tres" por una sonata de
Beethoven. Aparte de que ella le tenía mucho amor al tipo interpretativo.
Aquí nadie hacía lo que hacía ella. Rita podía
cantar desde una voz de contralto a una voz de soprano ligera. Rita tenía
tres octavas, ¡fácil! Y además, el fanatismo que tenía
ella por ser una gran cosa para Cuba, y luego le encantaba el aplauso,
le encantaba el público y al mismo tiempo le tenía pánico.
Rita temblaba en todos los momentos de una actuación, y ya ve que
era muy consagrada y muy querida pero le horrorizaba la exhibición.
Desde luego, no era nada más que cuando le pusieran las luces, porque
desde que pisaba las tablas era otra persona, se transformaba completamente.
Rita era cantante de romanzas clásicas, lieders alemanes y cosas
de ésas, y fue entonces que la trajeron aquí, al Regina.
¿Te acuerdas del Regina, un teatro que estaba aquí en Galiano?
Entonces se hizo una obra que se llamaba Niña Rita y ahí
debutó ella como intérprete. Fue ahí que se reveló
su gran vis cómica, porque Rita tenía mucho sabor de comedia,
y ella explotó esa personalidad, se dio cuenta de que podía
ser cantante de cualquier estilo y haciendo bien las cosas no importaba
una cosa como la otra. Lo que pasa es que era un experimento grande y difícil.
De todas las cantantes cubanas que hicieron la mulata en los teatros, ninguna
tuvo las cualidades histriónicas ni artísticas de Rita, ni
la potencia en la voz que ella desempeñaba en su papel. Rita era
un fenómeno, como Benny, y nunca más aquí ha habido
un Benny tampoco. Son gente que nacen para sobresalir. Que aparezca un
Benny o una Rita va a dar mucho trabajo.
¿Cuál de los dos usted cree que
fue superior como artista?
Son dos cosas distintas. Benny no era un artista
de teatro, Benny era un cantante de orquesta. Él era un artista
natural pero nada más representaba su propio papel, porque Benny
vivía su emoción, vivía a Benny Moré como lo
sentía con toda su bohemia y toda su gracia, pero no pertenecía
a ninguna compañía teatral ni nada. Benny tenía su
personalidad artística en su trabajo como director de orquesta:
él se ponía delante y lo distraía a usted sin cantar,
tenía mucha gracia. Desde luego que hacía veinte mil maromas
y cosas muy cómicas, pero cuando cantaba era un problema eso, porque
la voz de Benny era maravillosa, y lo mismo cantaba segundo que falsete,
que primo... Otra cosa en hombre parecida a la de Rita, la diferencia es
que Rita sí tenía educación musical y Benny no, pero
no le hacía falta porque tenía una intuición bárbara.
De ahí las distintas personalidades.
¿Usted recuerda alguna anécdota
de Rita, en particular?
Hay muchas anécdotas de Rita. Tenía
un genio de todos los demonios. Yo creo que de todos los compositores cubanos
el único al que respetó siempre fue a mí. Una vez
se puso un poquito caprichosa y no quería trabajar en un concierto
porque había alguien que a ella no le gustaba y el programa estaba
ya hecho. Y el día antes del concierto, me dijo que ella no cantaba
y yo traje a otra artista...
¿Eso fue la vez que le envió
una carta a usted diciéndole que no cantaba?
Sí, ¿quién le contó
eso?
El hijo de ella, el Curro.
Sí, me mandó una carta, yo no
sé cuál era el problema que había. No sé si
era porque Roig y yo trabajamos juntos, y ella estaba disgustada con Roig.
Creo que era algo de eso...
Es una carta muy buena, dice cosas respecto
a ella misma, muy interesantes: "yo siempre he sido negra, toda mi vida"...
Yo me acuerdo. La carta la leyó el alcalde
de La Habana, Mendieta. Yo se la enseñé. Yo no sé
quien de los que me rodeaban a mí le caía mal a ella, entonces
mandó la carta que era muy decente, y yo fui a verla, hablé
con ella y decididamente siguió con que no. A ese concierto yo traje
a Hortensia Coalla que no quería cantar mi música porque
tenía que decir cosas a la manera de los negros y le daba mucho
trabajo. Figúrate, ella siendo mulata no quería decir, por
ejemplo, Lo negro etán de fieta... Quería ser más
blanca que nadie, tenía delirio de blanca, pero se convenció
y cantó "Tambó" y no recuerdo cuál otra. Pero al concierto
vino Rita y se sentó al lado del alcalde. Y ahí también
estaba, sentado junto al alcalde, Adolfo Salazar, un crítico español
que había venido a impartir unas conferencias sobre Caturla, Roldán
y yo. Y Rita atrás se pone: "ahora verán cómo se canta
eso". Y yo con la orquesta por allá y Rita cantando desde el público.
Hasta que el alcalde le dijo: "Señora, si usted no se comporta...
la mando a sacar de aquí". Y Rita le dijo: "Me quito el zapato y
le entro a taconazos a usted, a éste y a María Santísima..."
Pero eso no es todo, antes de comenzar fueron a verme las gentes de los
coros que tocaban los tambores y tuve que echarles una arenga espantosa;
y cuando Rita se fue los negros empiezan a no querer trabajar porque decían
que ella les había echado pimienta de guinea para que se fajaran.
Era verdad que se las había echado. Ésas eran las maldades
que me hacía Rita, pero prácticamente nunca tuvimos ni un
sí ni un no. A veces Rita me cocinaba, cuando había un número
nuevo. Ella quería que yo escribiera cosas cómicas y yo no
iba por ésa. Entonces me hacía ir a su casa y me decía
cualquier tópico: que si vi, que si yo... Pero no le hacía
caso. Cocinaba muy bien, hacía unos plátanos maduros y un
arroz con pollo, unos bistés empanizados, y una pila de cosas más.
Bueno, Curro te habrá contado ...
Ah, una vez yo le hice una maldad a Rita,
yo no sé por qué le hice esa diablura... No recuerdo cuál
fue el problema que el día que yo tenía un concierto para
un francés que vino, André de Maison, miembro de la sociedad
francesa de investigaciones..., yo decido no traer a Rita al concierto.
Entonces preparé un hombre a la carrera, a Alfredito Valdés,
para que cantara lo que iba a cantar ella, y cuando se aparece Rita al
ensayo general le digo: "tú no cantas" y era un concierto donde
ella no cobraba. Y muy tranquila me dice: "Primera vez que a mí
me botan de un concierto donde no cobro". Quizás fue por esa acción
que me mandó la carta. Pero no me dijo ninguna barbaridad ni me
guardó rencor. Nunca corrió la sangre.
Gilberto, ¿usted se acuerda de un concierto
que se dio por los años 40, al que usted contribuyó con su
música, una velada creo que del Partido Socialista Popular donde
Rita cantó números suyos?
Sí, cómo no, todas las canciones
las cantaba Rita. Yo hice un concierto en la Polar, y uno en la Tropical.
Ésa fue una anécdota que nos
contó Paco Alfonso. Nos dijo que él había ido a casa
de Rita para convencerla de trabajar en aquel concierto, y le traía
una pieza suya, y Rita le dijo: "Dame acá, que eso yo lo conozco".
Y la tocó de memoria, aunque Paco no supo decirme qué pieza
fue.
No sé cuál sería, porque
Rita conocía todo mi repertorio. Ahora, hubo un concierto que nosotros
sí hicimos y que lo organizó el Partido Socialista en el
que no cantó Rita, porque yo andaba serio con ella y entonces yo
no la llevé a un concierto grande que se hizo en el año 1942,
que se llamó Cero Hitler. Pero con el Partido Socialista hice otros
actos y ella cantó en muchos de ellos. De esos conciertos míos
salió el periódico Hoy y la Cadena Mil Diez.
El primer concierto que nosotros hicimos fue una cosa despampanante, y
casualmente fue con Rita. Lo malo era que Rita tenía que ser siempre
la única intérprete, y si se iban a cantar diez números
los cantaba ella. Y lo único que quizás te permitía
era que un hombre cantara una pieza o dos, porque mujeres no se podía.
En primer lugar, las mujeres no podían alternar con ella porque
se las comía, y como ella nadie interpretaba el género mío
en todas las extensiones: lo mismo daba que fuera el negro viejo que la
negra vieja, que cualquier cosa. Rita era múltiple en ese sentido.
¿Cuándo fue la última
vez que usted vio a Rita?
Yo vi a Rita por última vez en el año
57. Yo estaba en España y vine a Cuba a ver a mi familia, pues llevaba
nueve años sin venir y vine de casualidad porque estaba grabando
en Madrid e iba hacia París, cuando un grupo de cubanos, que Pumarejo
trajo de distintos países, me embullaron a volver. Como me pagaban
el pasaje, acepté, y cuando me fueron a presentar en el Estadio
del Cerro, Rita fue conmigo. Cuando fuimos al Estadio me tuve que separar
de la comitiva y sentarme aparte con ella, porque Rita y Pumarejo no se
trataban. Pero entonces todo el mundo vino a saludarla, y Pumarejo vino,
la saludó y le dio un abrazo. Imagínate que Pumarejo empezó
con Rita, en los primeros programas que hizo Rita en la radio. Pumarejo
era el locutor y hasta cantaba tangos y todo... ¿Y no viste a Bola...?
Sí, sí lo vi.
Bola era pianista mío, yo tenía
una orquesta en el cabaret La Verbena y Bola, que tenía 14
o 15 años era mi pianista...
De ahí lo fue a sacar Rita precisamente.
Para llevarlo a una velada que se dio cuando Charlie Chase llegó
a La Habana...
Entonces él me pidió permiso
y me dijo que estaba acompañando a Rita. Bola se me escapaba para
acompañarla, entonces yo tenía que tocar el piano y yo nunca
he sido pianista, me tenía que quedar haciendo cun-chin
cun-chin cun-chin, hasta que Bola volvía y a veces ni volvía.
Casualmente, Bola y Rafelito Betancourt estrenaron "Tambó" en un
concierto de Lecuona, en el Auditorium, la primera vez que se oyó
"Tambó". Ah, espérate, y lo cantó Rita, porque yo
empecé a enseñárselo a Bola mientras lo estaba escribiendo,
en el año 35, lo menos. Yo le hice un arreglo a dos pianos a Bola
y a Rafelito y cuando Rita cantó aquello se cayó el teatro,
fue algo apotéosico. Después Rita estrenó en otro
concierto "Sangre africana", pero fue distinto. Rita estrenó muchas
cosas ella sola, con piano. La fecha del primer concierto en el anfiteatro
fue el año 37, según recuerdo.
¿Ése fue el concierto del problema?
No, eso fue después, eso de Salazar
y el alcalde fue alrededor del año 39. En época de carnaval,
casi siempre yo hacía cuatro conciertos allí, y después
hacía muchos en radio y televisión. Lo primero que hizo Rita
fue trabajar conmigo en la radio, en la Cadena Azul, de los cigarros
Trinidad y Hermanos; yo hacía un programa con Rita los lunes. La
primera vez que mi música se dio por radio fue en la COCO, y la
cantó Rita, eso fue en el año 36. Rita cantó "Bembé"
en 1932, antes de caer Machado, después estrenó "Tambó",
quizás en el 35, que fue cuando yo empecé a calentar. ¿El
concierto de Lecuona? Yo no tengo la fecha esa, quizás alguien de
la familia de Lecuona te lo pueda informar. Bola debe tener el programa
de ese concierto y Rafelito Betancourt. Yo no me acuerdo de más
nada, si vas a ver a Gonzalo Roig te va a hacer más anécdotas
que yo. Porque él empezó al principio de la vida de Rita,
y yo diez o quince años después.
Sí ... Mañana vamos a entrevistar a Gonzalo Roig.
Rita canta
con manillas
de oro
Rita come
guayabas
maduras
Rita galopa
en una nube
de agua..
Rita Aurelia,
transparente,
insomne,
golpeando
inaugurando
la eternidad,
lo imposible.
La canción
sencilla, nacional, vuela y canta...
Rita, colérica,
golpea el paño
de la noche
con una mano
de fuego.
Entrevista a Gonzalo Roig
Nadie ha podido imitarla
Octavio Cortázar
¿Maestro, ¿podría decirnos
cómo conoció a Rita Montaner?
Yo conocí a Rita haciendo obra en teatro,
porque ya ella había sido un suceso. Quien me la presentó
fue el maestro Eduardo Sánchez de Fuentes. Yo le dije: "Maestro,
¿ ya que tiene tantas relaciones, tantas amistades, por qué
usted no organiza unos conciertos de nuestra música"? (Porque no
sé si sabe que la sociedad habanera ha creído siempre un
delito cantar una canción cubana, no así en las épocas
anteriores en que las cubanas cantaban sus canciones, sino esta sociedad
de la República). "Yo he visto cosas admirables en México,
le decía, he visto frente al monumento de Juárez miles de
niños cantando la canción mexicana, ¿por qué
aquí no cantan"? Y él me respondió: "Chico, vamos
a estudiarlo". Entonces él hizo ese tipo de espectáculo,
desde luego, con traje de calle y ahí es donde Rita Montaner se
presenta por primera vez ante el público, y fue un verdadero suceso.
Ya estaba casada con el doctor Alberto Fernández, y era además
muy buena pianista, así que se acompañó ella sola
en muchas cosas, y salió una verdadera revelación. Recuerdo
que la primera vez que ella cantó, interpretó un tema de
Sánchez de Fuentes que se llamaba "Por tus ojos", y en el mismo
programa, "Funeral", de Lecuona; y te digo que fue el éxito más
grande que yo conozco de presentación como debut en el teatro. Después
ella actuó en el estreno de una zarzuela, Niña Rita,
y más tarde volvió al teatro con nosotros, en el Martí,
pero ésa era ya otra Rita, ya era Rita un poco... indisciplinada,
pero con gran éxito. Yo tengo la partitura de la canción
de cuna de Cecilia Valdés, que luego que ella la cantó,
yo mismo escribí abajo: "a la más grande intérprete
de esta canción". Eso nunca lo supo, nunca se enteró de esa
dedicatoria...
Maestro, ¿y por qué existía
en esa sociedad, a principios de la República, un sentimiento en
contra de la canción y de la música nacionales?
Yo creo que era un prejuicio tonto, por una
parte. Por la otra, puede ser que se tuviera alguna razón. La época
aquella que podríamos llamar "La Habana de noche" hacía que
los muchachos de la sociedad habanera repitieran después en sus
casas, o se les fuera allí, una serie de canciones de los trovadores
del café y de la calle, y muchas no eran dignas, para ser cantadas
en sociedad. Eso, por una parte, y por otra ese eterno complejo de la Malinche
que nos ha cercado toda la vida, ese desdén por las cosas nuestras,
ese no estimar lo nuestro. Y el caso es que la sociedad habanera no cantaba
canciones cubanas, era muy raro, digamos, una mujer como María Cervantes,
que entonces hacía una vida social muy intensa, sentada al piano
y cantando sus guajiras, sus canciones. El resto de la sociedad habanera
no las cantaba.
¿Y por qué usted considera que
perteneciendo Rita a esa sociedad que repudiaba nuestra música,
se integra a ella?
Ella era hija del doctor Domingo Montaner,
que yo conocí. Él le dio una esmeradísima educación:
la puso a aprender idiomas, francés, italiano e inglés, fue
muy buena pianista. Pero como usted sabrá, aún cuando ella
pudo haber sido una artista integrada totalmente a todas las capas sociales,
Rita se desvió. A veces yo me pongo a pensar; ¿qué
pretendió Domingo, su padre? Quizás que un hombre de su categoría
moral, que no supo hacer dinero, que no engañó, que repartió
mucha medicina gratis y preparó a su hija para profesora de piano,
de solfeo, traductora... fuera el esposo de su hija. Y cumplió con
ese sagrado deber, casándola con Alberto Fernández, que era
un hombre de honor, inteligente, con un gran prestigio en la adjudicatura,
en el foro, atendido por jueces y magistrados, y fallece. Y, sin embargo,
la vida de Rita demuestra que estaba en total antagonismo con aquellos
propósitos del padre. Supongamos un fracaso matrimonial: Rita hubiera
entrado de lleno en el mundo del arte, pero el lugar si artísticamente
fue un ascenso, personalmente acabó en un descenso. Si ella hubiera
conservado su personalidad paralelamente a aquel ascenso, nosotros no hubiéramos
tenido a Rita Montaner en Cuba, porque si Josephine Baker fue la sensación
en Francia, Rita la hubiera sido triple, por la calidad de su arte, por
la figura de mujer, por su belleza exótica. Entonces nosotros no
la hubiéramos podido gozar... Pero, en fin, llegó un momento
en que se hizo intratable...
¿En qué época se puede
enmarcar esa transición?
Después que ella hace un viaje a París,
en el 29. Entonces es cuando Rita cambia, después va a México
y es ahí que tiene aquel horrible altercado con Toña La Negra.
Y en 1930 se va a los Estados Unidos... Ella a mí me quería
mucho, pero era temible, y esos arranques le costaron la salida de la empresa
del Teatro Martí, donde por poco desnuda al tenor, Arturo
Midas, un gran muchacho, haciendo el dúo de María La O,
en el tercer cuadro. Y por poco lo desviste, cosas de loca.... El dúo
ese es amoroso, pero lleno de dramaticidad, donde ella le reclama un amor
engañado, y empezó por quitarle la corbata, el saco, y acabó
rompiéndole la camisa.
¿Pero lo hizo debido a su temperamento?
No, no... A Rita la pierde una cantidad de
amiguitos y amiguitas que entendían que todas esas cosas eran sus
genialidades. Y cuando se le llamaba: "Rita, no hagas eso"; nos respondía:
"Ah, ustedes con su vida antigua". Y si le insistías: "No es cuestión
de vida antigua ni nada por el estilo, eso te perjudica ante las empresas
por un carácter sin disciplina, sin respeto a nada"...; Volvía
con lo mismo: "Bueno, yo hago lo que me da la gana". Y todos esos amiguitos
y amiguitas decían: "Rita es genial, ¿viste lo que hizo"?
Eso para mí fue un momento de locura. Incluso he llegado a pensar
si el cáncer que la devoró no le destruyó algún
centro nervioso y produjo aquel cambio tan extraordinario en su carácter.
¿Y ese problema no partiría de
su realidad racial?
Pudiera ser, pero mira, Alberto Fernández
era mulato también, y sin embargo tenía un prestigio dentro
del foro. Y por frustración amorosa tampoco. Y es que ella vivió
en una sociedad, pero con cierta reserva, ella estaba bien instalada en
la sociedad, no en la aristocracia, sino en una capa social media muy bien
instalada.
Rita tenía que repudiar a esa gente
que discriminaba a su madre y a ella misma. Las niñeras que tuvo
en Guanabacoa eran dos negras igual que su madre, la relación entre
ellas es un acercarse a su propia realidad a través de los conflictos
que ella afrontaba en ese medio discriminador, por lo cual no podía
sentirse bien. Y cuando se le presentó la primera oportunidad con
respecto al teatro, rompió con todo.
El teatro le dio la oportunidad de evadirse
de esa traba. En cuanto tuvo una brecha así, quizás se desorbitó,
no le quedó una brida de aquellos frenos. Yo recuerdo una vez, sin
haber pisado todavía el teatro, cuando llenaba los conciertos de
Eduardo Sánchez de Fuentes que le procuraba relaciones con todo
el pueblo, con el hermano que era senador, gente conceptuada como gente
bien, ella cantó algo que alborotó al teatro y yo, que dirigía
todo aquello, subí al camerino y Rita me dijo: "¿Qué
le parece la sociedad, eh? Tiene razón Guillén". Cuando aquello
estaba el lío del Sóngoro Cosongo, aquello de "cuando yo
llamo todos responden por mí". Y sin embargo Rita no tuvo quejas
de esa sociedad, a Rita se le ha dado un cheque por mil pesos por ir al
Tennis
Club a cantar.
Sí tuvo quejas, Maestro. Hablando con
Violeta Vergara, Rita le contó que siendo muy joven, durante una
velada junto al marido, estaba cantando y empezaron a reírse y a
burlarse de ella, a molestarla, y dice que fue la primera vez que soltó
un coño. Era una forma de vengarse de esa sociedad que la repudió
en principio. El matrimonio con Estévez, hombre de la alta sociedad
habanera, fue para demostrarle su poder a la familia de él que la
repudiaba. O sea, que hay algo de complejo racial en todo esto.
Ella siempre fue una rebelde, a ella no le
gustaba aquella vida. Y Alberto nunca se conformó con aquel estallido
de Rita. Posteriormente viene el divorcio.
¿Usted cree que si ella hubiese continuado
su carrera por esa otra línea de concierto, con sus condiciones
histriónicas, con ese tipo de repertorio, habría llegado
a ser una artista de grandes éxitos?
Oh, sí, cómo no, pero no en esa
vida que llevaba. Tenía una gran cultura musical, ella obtuvo, fíjate,
uno de los tres premios de ese Conservatorio, que era de gran calidad.
Rita hubiera sido una gran recitalista. La ópera, ...su resistencia
vocal no la hubiera podido resistir, hubiera sido una artista de vida muy
breve en eso. En el recital sí, porque ella además de hablar
bien otros idiomas tenía un concepto cabal de cada autor que interpretaba.
Yo pudiera asegurar que más de un compositor le debe a la interpretación
de Rita Montaner el posterior respeto inspirado.
Yo creo que uno de ellos es Gilberto Valdés.
Gilberto es uno de ellos, su "Sangre africana"
no tendrá en la vida quien se la interprete como Rita Montaner.
Porque, además, el aporte que ella hacía, cuando estrenaba
una obra o una canción quedaba -como dicen en Italia-, como cosa
facultativa para los posteriores. Es decir, que los propios autores respetaban
aquella creación que ella hacía sobre la propia creación
que era la obra. Bien sea un ritardando, un calderón, una expresión
que el compositor la pensaba violenta y ella, al contrario. Tal y como
por ejemplo ha pasado con esta grandiosa cancionetista nuestra, Esther
Borja, que hubo canciones que en su voz fueron totalmente distintas a como
las concibieron sus autores, pero que con ella han ganado extraordinariamente.
Ésa fue también una facultad de Rita Montaner.
Usted ha sacado un buen ejemplo con Esther
Borja, una mujer con una rica trayectoria, sin tener una variación
aún.
Exactamente. Esther es una gran artista nuestra.
En Cuba la figura de Esther en la canción es lo que España
se honró en reconocer a Raquel Meller, México en su Toña
La Negra, los Estados Unidos en aquel Al Jolson, la Argentina en la Quiroga,
sólo que los cubanos nunca, nunca -el complejo de la Malinche del
cual yo hablaba- nunca hemos querido decir: nos descubrimos ante esta figura
extraordinaria que se llama Esther Borja. Es más, en mi opinión
tiene hasta el mayor elogio que puede merecer un artista en su vida: nadie
ha querido imitarla, no por no querer sino por no poder.
Haciendo un análisis entre ellas dos,
¿por qué usted cree que Rita logró esa gran popularidad
que le faltó a Esther Borja?
Por la personalidad de Rita, por su temperamento,
sus interpretaciones, lo polifacética, que eso no lo tiene Esther
Borja. A Esther Borja usted no puede sacarla de la canción romántica,
pero Rita hacía eso mismo y además interpretaba lo negro
como pocas han podido interpretarlo, y lo interpretaba en alemán,
en español, cualquier cosa que usted le diera. Y eso la comunicó
directamente con las grandes masas. Cuando ella cantaba esas cosas folclóricas
negras estaba en presencia de uno de sus ancestros.
¿Cuál es el proceso de transformación
necesario para que una mujer de esa extracción social, con esa educación
musical, ese talento, sufra un cambio en su personalidad tan radical que
la lleve a ese estado, y a interpretar esos cantos negroides tan difíciles
con la calidad con que ella los interpretaba?
Usted sabe que Guanabacoa, como Regla, es cuna
de los santeros y la otra de los ñáñigos; no tiene
la primera un solo habitante que no posea una ligera idea, aunque sea somerísima,
de los cantos de la santería, como hay individuos en Regla que sin
ser ñáñigos hablan abakuá con cualquiera. La
casa de Rita era muy frecuentada desde niños por Bola de Nieve,
por la mamá de éste, que conocía muy bien los cantos
de santería. Y todo eso aparte de lo ancestral de Rita Montaner,
que no tiene nada particular que entre las cosas que ella haya escuchado
en su cuna pudieran ser esos cantos. En una artista de la capacidad interpretativa
de Rita Montaner a mí me parece fácil que eso florezca y
que llegue a tener un dominio perfecto de eso. Ella me estrenó una
obra, "Lamento negroide", y al interpretarlo me dice: "Maestro, esto yo
lo he oído de otra manera, en Guanabacoa se canta con este ritmo".
Y yo le dije: "Ven acá, Rita, ¿y te parece de un mérito
grande esa interpretación"? "Bueno, Maestro", me responde, "sí,
yo le oí esto a un hombre de ochenta años y lo que yo le
puedo decir de los cantos religiosos es que son litúrgicos". "Y
cómo", le insisto, "yo tomé esto de oírlo al lado
de mi casa, y del barrio del Manglar, tan antiguo como puede serlo el tuyo,
allá en Guanabacoa, ¿cómo se produce esta mezcla,
todo esto"? "Bueno", respondió, "de eso a mí me han hablado
muchas personas: Sánchez de Fuentes entre otros, buscando datos
y yo tampoco he podido explicárselos". Pero ante lo que ella me
dijo me fui a otro barrio muy antiguo y muy habanero y muy negro, que es
el de Jesús María, y me encontré que eso mismo ahí
lo cantan de otra manera, y hasta con las letras cambiadas. "Maestro",
me sugirió ella, "yo lo voy a llevar a tal ritual que va haber y
efectivamente, escúchelo ahí". Lo cierto es que por aquella
cosa de Rita Montaner y cultivar yo esos géneros, me he metido en
infinidad de ritos, logias ñáñigas, africanas puras,
congas, estuve estudiando, hasta a Güira de Macurijes he ido, y lo
he comprobado: nada es uniforme. Lo contrario del sur de los Estados Unidos,
que usted oye una música negra en Tennessee y oye lo mismo en las
algodoneras del Mississipi. Nosotros aquí no. Me han llegado a asegurar
que hasta los ñáñigos, que eran los que más
conservaban la pureza en su liturgia, ya no se comportan así.
¿De alguna otra forma se reflejaban
en Rita los problemas raciales, el complejo de ser mestiza?
Sí, cómo no, pero no hablaba
nunca de eso ni molestaba a nadie por esa causa. Ella ridiculizaba, hacía
imitaciones... Yo le decía: "cuando ya tú no tengas belleza
ni voz, cuando no se te pueda llevar a un teatro ni para exhibirte en un
sillón, tú tendrás una larga vida artística
en tus imitaciones". En esas imitaciones era donde yo le veía una
válvula de escape a Rita, cuando imitaba con una gracia extraordinaria
a una cantante rubia de la época. También imitaba a Hortensia
de Castroverde, era una tremenda mimetista. Y cuando cantaba la pobre Hortensia
Coalla, Rita se iba a la primera luneta, pagaba su asiento y decía:
"Hoy vengo a ver aquí a la diva esta", en voz bien alta.
Sí, Rita sentía lo negro. Yo
fui uno de los pocos hombres respetados por Rita. Tanto es así,
que cuando ella vio a Agustín Rodríguez y salió del
cuarto, me dijo: "Maestro, yo tengo eso que tiene Agustín". "Ay,
Rita, no seas loca", le digo. Y efectivamente, lo tuvo. Lo de ella fue
un cáncer. Recuerdo que nosotros tuvimos un pequeño altercado,
y le dije: "Chica, si no me tratas más yo te lo voy a agradecer;
me da pena porque yo respeté mucho a tu padre". Y también
me acuerdo que dos o tres días antes de morir yo fui a verla y me
preguntó por mi niña, que era chiquita y ahora tiene 13 años.
Lo que quería decir tenía que escribirlo en una pizarrita,
la pobre, y me escribió esto: "Estoy arrepentida de todo lo que
he hecho". Quizás sea vanidad personal, pero yo creo que aquella
criatura, sabedora de la amistad que yo le tenía a su padre quiso
justificar su último momento conmigo. Entonces se le dio aquel gran
homenaje por televisión, y yo fui, y al otro día vino Rodney
a darme las gracias en nombre de Rita, porque yo ya había estado
atacado por aquel amago cardíaco, y hasta decían que me iba
a morir y ella me vio, y quiso que vinieran a darme las gracias personalmente.
Yo, precisamente, llevaba a mi niña conmigo, y ella adoraba a la
niña. Rita ha tenido una trayectoria tan zigzagueante que sería
cuestión de ir escribiendo en un diario las distintas épocas,
y las distintas facetas de su personalidad. Ella merecía un estudio
sobre su personalidad, porque es tan disímil en períodos
tan estrechos... Llevaba ella no sé cuántos cabildos metidos
en el cuerpo. Lo que sí le puedo decir es que Cuba no sabe aún
quién era Rita Montaner.
El árbol
de hojas
de cobre
en el amanecer
del verano
es un reflejo
de Rita
Rita escapa
de la lechuza
y el amaranto
Rita se hunde,
lenta,
desperezada,
en las márgenes
del Almendares...
Rita
vigila
en la cúpula
del tamarindo
Rita
se sobresalta
frente
a un horizonte
de piedra...
Entrevista a Ramón Fajardo Estrada
Los ojos de la Montaner
Norge Espinosa Mendoza
He subido las escaleras de este edificio de
la Vieja Habana cargando conmigo un grueso ejemplar. Marcado por el uso,
con páginas señaladas para recordar una que otra fecha, Rita
Montaner, Testimonio de una época (Premio Casa de las Américas,
1997), va a ser en esta tarde de marzo no sólo un libro que he leído
con detenimiento sino, además, la contraseña que de algún
modo me permitirá dialogar con su autor. Debo confesar que detesto
las entrevistas, que siempre me aterra el dejar fuera de ese diálogo
con un desconocido -el Otro es siempre un desconocido-, temas de interés
mayor, que se nos escapan. Sin embargo, de vez en vez, movido por asuntos
o personajes que en mi propia vida han resultado definitorios, me he visto
en el curioso papel de quien interroga. Uno de esos personajes ha sido
el nombre y el eco, en nuestra cultura, de Rita Montaner. No habiéndola
conocido, reconozco no poder aproximarme a ella de modo mejor que el que
este mismo libro me permite. Me vengaré de ese diálogo que
no tuve dialogando entonces con quien, entre nosotros, parece saber de
ella casi como nadie.
El apartamento de Ramón Fajardo Estrada
(Bayamo, 1951) es pequeño, y gracias a su altura, permite ver desde
el balcón los puntos más resabidos de esa antigua zona de
la capital. Tan pequeño es, que no escapa al visitante el hecho
de que quien lo habita es, sin dudas, un hombre acostumbrado al manejo
de datos, pequeñas o grandes historias que desde la cultura también
hacen la historia. En uno de los muros de este apartamento donde el periodista
de Radio Habana Cuba tantas veces premiado por la excelencia de
sus programas se ha instalado desde no hace mucho, cuelga un ramillete
de pensamientos dibujado por la propia Rita Montaner. Mirando esas flores,
sosteniendo el libro que Ramón me dedicará cuando termine
nuestra conversación, me decido entonces a la primera pregunta.
Ramón, en el principio de un libro como
éste hay siempre una primera imagen de la figura a quien se le dedican
tantas páginas. Una primera imagen de ese artista, o de ese simple
ser humano, que aparece en nuestra memoria acaso de modo impredecible,
o traído por los diálogos que padres o familiares han trazado
alrededor de su personalidad. Me gustaría saber, en tu caso, cuándo
y cómo alcanzas esa primera imagen de Rita Montaner, y cómo,
más allá de ella, se vincula el nombre de esta intérprete
a tu carrera, al punto de que decidas dedicarle todo un libro.
Te diré que la primera imagen que yo
tengo de la Montaner es en mi casa natal de Bayamo, revisando una colección
de Bohemias muy antiguas, por supuesto anteriores al año '59, y
en ellas aparece esa primera famosa edición de Bohemia del
'58 que se hizo a raíz del fallecimiento de Rita. Tendría
yo unos siete u ocho años tal vez. Y había en esa edición
una foto central, la famosa foto de Armand donde aparece Rita con un abrigo
blanco y un pañuelo anudado al cuello, y nunca se me ha olvidado
la fuerza que tenían los ojos de la Montaner en esa foto, una foto
muy sugerente, de esa mirada tan profunda que tuvo ella. Ésa fue
mi primera visión de Rita, pero debo decirte que me impactó.
Por supuesto, pasó el tiempo y, como todo cubano, tuve la referencia,
muy normal, como la puede tener cualquier persona de este pueblo, de que
Rita había sido una excelente cantante, una gran artista, pero hasta
ahí no más. Y ya con esa actitud te puedo decir que en 1978
tuve que hacer una sustitución de un colega que tenía en
Radio Habana Cuba, que se llamó Orlando Castellanos, un importante
periodista. Él va a la Unión Soviética y yo me quedo
haciendo su programa Formalmente informal. Coincidía esa salida
de Castellanos con un aniversario de la Montaner; debe de haber sido el
de su fallecimiento porque no se me olvida que el programa salió
en el mes de abril. Y bueno, yo preparé un Formalmente... dedicado
a la Montaner en ese contexto y entrevisté, lo recuerdo bien, a
la Fornés, a Alejandro Lugo, a Parmenia Silva, a Eduardo Robreño,
quizás alguien más que ahora no soy capaz de recordar. Aquellas
entrevistas fueron como el detonante para que aquella personalidad me empezara
a interesar. De ese programa radial surgió mi interés por
seguir haciendo entrevistas sobre la Montaner, en una época en la
que aún contábamos con una serie de personalidades y de personas
que estuvieron a su lado, muchas de las cuales están ahora en ese
libro y fuimos perdiendo durante el proceso de su creación. No se
me olvidarán nunca el maestro Rodrigo Prats, Olga de Blanck, María
Cervantes; toda una serie de gentes que yo tuve la suerte de poder entrevistar
para esta obra. Como te explico, esos testimonios me parecieron cautivadores,
me pareció interesante lo que ellos planteaban sobre las luchas,
las inquietudes, de esta mujer.
Llegar a los datos necesarios sobre determinadas
figuras a veces depende del azar y no sólo de la rigurosa labor
que pueda uno desplegar en las bibliotecas, pues los archivos personales
no siempre se nos abren fácilmente. En tu caso, ¿cuán
fácil te fue llegar al contacto con los familiares de ella y desde
ahí ahondar en sus archivos?
Si tú supieras, en eso tuve mucha suerte,
porque recuerdo que llego al hijo de Rita, Alberto Fernández Montaner,
al que le decían el Curro, por una compañera de trabajo que
yo tenía en Radio Habana Cuba. Ellos eran vecinos y es ella quien
me lleva a conocerlo. Cuando le digo mi nombre, ese hombre me dice: "Tú
eres el hijo de Fulano...", y le respondo que sí, y entonces me
dio un abrazo fortísimo, que me dejó desconcertado. Y me
explica "tu padre y tus tíos vivían al fondo de mi casa,
en los años treintaipico, y eran las personas con quien mi hermano
y yo siempre estábamos jugando, y cuando nos desaparecíamos,
donde nos iba a buscar mi madre era a la casa de tu abuela. Y entonces
quedó una relación un tanto familiar con tu padre y tus tíos,
y por eso te he dado este abrazo, y me da mucha alegría que te hayas
interesado en hacer este trabajo sobre mi madre." A partir de ese momento,
gracias a la suerte de este contacto familiar preestablecido que yo ignoraba,
él tuvo la generosidad de facilitarme todo lo que quedaba en esa
casa. Ya no quedaba tanto, porque como tú sabes, Aldo Martínez
Malo, en Pinar del Río, tiene una parte considerable de las fotos,
partituras y correspondencia de Rita. Pero entre lo que quedaba, el Curro
supo seleccionarme lo mejor que había, lo puso en mis manos y, sobre
todo, me dio la recomendación de que no dejara de ir a Camagüey,
donde entonces vivía Javier Calderón, que fue el tercer esposo
de la Montaner durante doce años y, además, la acompañó
en giras que fueron muy importantes.
Y entonces, no dudaste en ir a Camagüey...
Efectivamente, fui a entrevistar al doctor
Calderón, quien me dio un testimonio muy exhaustivo que fue importante
para ese libro. También Javier se portó excelentemente, me
dio algunas fotografías, algún programa que él conservaba.
Luego yo hice un segundo viaje, verificamos muchas cosas de ese testimonio,
y le agregamos otras. Después me encontré también
con la nieta que Rita crió, Rita Fernández Sánchez,
que fue hasta su muerte, ocurrida hace unos meses, más que amiga
casi una hermana, y ella me ayudó mucho en todo lo que podía
ir consiguiendo. Estaba además Carmen Sánchez Calderón,
la primera nuera que tuvo Rita, una mujer que con mucho cariño me
acogió en su casa y me dio algunas cosas que tenía. Siempre
tendré que estar muy agradecido a personas que guardaban cosas que
habían sido propiedad de Rita y con las que se fue volviendo a conformar
su archivo original que se desintegró. Para volverlo a organizar
me costó mucho tiempo, fue un trabajo de mucha dedicación.
Lo que ella tenía en originales de los grandes compositores cubanos
dedicados a ella era una cosa voluminosa, descomunal. Yo conservo muchas
partituras con dedicatorias que hay que sentarse a leerlas, porque te das
cuenta de lo que significó esa mujer para esos compositores; hay
que analizar las frases que ellos ponían para calificarla, y es
curioso que hay una coincidencia en que lo hagan, siempre, como la más
grande intérprete que ellos pudieron tener.
Ramón, para armar esta clase de libros
(tan raros entre nosotros como abundantes en los mercados extranjeros)
levantados sobre grandes personalidades, resulta imprescindible que el
autor se disponga a enfrentarse al mito que esas mismas personalidades
ya son, para prolongar el culto que los rodea o desmitificarlos. ¿Cuán
complejo, o no, te resultó el enfrentarte a ese mito tremendo que
se llama Rita Montaner?
Es cierto que hay algo de lo que uno siempre
debe partir: el mito. Pero, ¿qué sustentaba el mito? Porque
existen muchas personas que se frenan un poco al usar el calificativo mito
al escuchar esas grabaciones. Sin embargo, hay que partir de un proceso
-y esto, además, a mí me costó aprender a escuchar
a Rita. Grabaciones hechas en la década del 20 y el 30; hay algunas
hechas en los años 40, pero las fundamentales son esas primeras...
Las grabaciones de la Columbia...
Sí, para la Columbia y también
para la Víctor. Y hay unas placas muy interesantes que eran
de transmisiones radiales que se hacían en vivo y se iban grabando.
¿Con esa voz, se podía ser un mito? Esa interrogante tuve
que hacérmela, oyendo esa voz que a veces puede ser estridente.
Tuve que sentarme a escuchar mucho a Rita, y ver en cine todo lo que tuve
a mi alcance. En cine hay algunas cosas mejor grabadas, en Romance de
El Palmar, aunque el sonido es pésimo -puedes tomar como
ejemplo a la Santana, que también tiene una voz lindísima
que ahí sale distorsionada por completo. O sea, que las grabaciones
son nada más que un punto de referencia. Sin embargo, si te pones
a escuchar detenidamente esas grabaciones, sí te puedes dar cuenta
de algo: el sentido de la versatilidad que tuvo para cantar de una forma
totalmente distinta un "Ay, Mamá Inés", un "Canto siboney"...
Hay muchas Ritas al cantar, y esa versatilidad, que fue lo que la hizo
grandiosa, está ahí, en esas grabaciones. Permiten escuchar
cómo ella cantaba desde una rumba hampona como "Vacúnala",
de Moisés Simons, hasta, en una placa, una grabación de "Mi
vida eres tú", de Lecuona, una partitura que requiere de cierto
carácter interpretativo y de un registro de soprano. Lograba hacer
cambios dentro de un mismo programa, estructurarlos partiendo desde un
tango congo como "Siboney", e irlo llevando por canciones del ámbito
latinoamericano como el "Júrame", de María Greever, hacer
una página afrocubana que exige un gran virtuosismo como puede ser
"Bembé" de Gilberto Valdés, y hasta podía incluir
una romanza de ópera. Eso lo pueden hacer muy pocos cantantes.
Hay algo muy interesante en el modo en que ella fue despojando esa
canción que se interpretaba en un sentido tan lírico hasta
darle un sentido popular. Ahí está, como dijo Carpentier,
su gran mérito: cómo ella supo sacrificar toda su formación
académica para la ópera en aras de la cultura popular. Y
es la voz que se escucha al inaugurarse la radio en Cuba, y la primera
cantante femenina que inaugura el teatro lírico cubano de envergadura,
en 1927, una figura clave en el Teatro Martí durante el proceso
de consolidación de la música lírica criolla entre
el año 32 y 35, en la temporada que conducían los maestros
Roig y Prats. Ella nada más que hace la parte final de esa temporada,
pero siempre me decía Prats que fue fundamental la presencia de
Rita, cómo ella le dio su categoría definitiva a la interpretación
de todas esas mulatas célebres al hacer Cecilia Valdés,
María
la O, María Belén Chacón...
Creó un paradigma...
Creó un paradigma. Porque además,
por su formación musical era capaz de llamar al propio Lecuona y
decirle: "yo quiero o pienso que esto se puede hacer en esta frase mejor
así", y a veces -como me contaba Prats- ella cantaba un dúo
y de momento le incorporaba un sollozo o un calderón, y ya eso tenía
que quedar, porque lograba un efecto tan dramático en el público
que había que integrarlo a la partitura original. Las demás
cantantes, incluso, seguían esa pauta que ella había establecido.
Te digo que lo más curioso para mí es comprobar cómo
esta mujer se incorpora a todo lo que artísticamente puede considerarse
un momento de esplendor. Piensa, te insisto, en el cine. Ya en la segunda
película hablada que se hace en Cuba, Sucedió en La Habana,
aparece ella, y no siempre bien pagada. Lo hacía porque quería
sumarse a esos empeños artísticos. Y también me asombró
cómo Rita fue avanzando por todos los géneros y estilos de
la música popular cubana, cómo fue capaz de cantar desde
las páginas tradicionales de la trova hasta lo que estaba en su
apogeo en los años 50, el mambo, pasando por el filin, porque también
cantó obras de José Antonio Méndez, de Yáñez
y Gómez. En fin, estuvo vinculada en todo momento a lo que desde
el punto de vista musical iba constituyendo una especie de vanguardia.
Y cómo un compositor de la envergadura de Ernesto Lecuona le entregó
las canciones más difíciles que hizo, que son las canciones
sobre textos de Juana de Ibarbourou. Eso no se lo iba a hacer Lecuona a
una intérprete que tuviera una voz en tela de juicio. Prats también
me aclaró eso, de manera muy justa, diciéndome que no todo
está en la voz. Era el sentido creativo que tuvo ella de asumir
cada partitura, ese estudio tan grande que hizo de cada obra musical que
interpretó o que estrenó. Ahí estuvo realmente su
mérito, porque cantantes de mayor extensión vocal sabemos
que hubo, pero entre todas ellas se impuso a lo largo del tiempo la Montaner
por su sentido creativo, cosa que después asimiló muy bien
Bola de Nieve. Y hoy creo que ese calificativo de mito estaba realmente
bien aplicado. Pienso que cuando Guillén la nombró Rita de
Cuba, fue muy justo, y lo hizo en 1942, cuando a la Montaner le quedaba
tanto por hacer.
Hablando de juicios sobre su obra y su personalidad,
no escapa a nadie el hecho de que Rita tuvo un carácter difícil,
y que su leyenda a este respecto es quizás más fuerte, en
algunos sectores, que el respeto y la memoria que se merece como artista.
Que fue hasta mala persona, se ha dicho, lo cual, sin embargo, contrasta
con los elogios que, como artista, nadie le puede regatear. Háblame
acerca de lo que pudo significar esa leyenda oscura en tu investigación,
y cómo pudiste convencer a tus entrevistados para que dieran una
imagen de ella sin dejarse llevar por los prejuicios.
Fue un trabajo de sentarme a hablar previamente
con las personas que entrevistaba y, sobre todo, suplicarles que dieran
una versión fidedigna. Por supuesto, en esa conversación
previa que a veces uno tiene con el entrevistado, esta persona te narra
situaciones que tal vez considera que no se debieran publicar, y hubo momentos
de diálogos muy profundos para convencer a la gente de que nos dijeran
esas cosas. Como sabes, en el libro hay criterios un poco fuertes sobre
su personalidad. Yo grabé, porque, lógicamente, no todos
los testimonios estaban a la mano, casi un centenar de testimonios sobre
la Montaner, y sí te diré que, como has afirmado, todos coinciden
en su grandeza artística y no así en la cuestión de
su humanidad. Yo, que estuve muy ligado a su hijo Alberto, a su nieta Rita
y a unas cuantas personas más que la conocieron, te puedo decir
que la visión que tienen todas ellas es la de una mujer que supo
tener una cualidad muy difícil de encontrar en el medio artístico,
y una virtud muy grande en un ser humano: decir la verdad de frente, mirándote
a los ojos. Me decía María de los Ángeles Santana,
con quien trabajo ahora en un libro digamos similar, que a la Montaner
era muy difícil sostenerle la mirada, porque era tan profunda que
era como si te estuviera sacando el alma. Dice: "con esos ojos así,
con sus ojeras y ese color oscuro que tenía alrededor de sus ojos,
era impactante cuando esa mujercita te miraba profundamente". Y esa condición
le trajo muchos problemas. Nunca conoció las medias tintas, por
lo que personas muy allegadas a ella me han contado. Ella, que fue una
mujer criada en cuna selecta, tuvo que sufrir una transformación
muy brusca en su personalidad para poderse mantener invicta al enfrentar
el material humano tan complejo del mundo teatral, donde había mucho,
y no exento de envidia. A veces es más fácil quedar bien
con una frase elegante, con un lenguaje diplomático, pero nunca
conoció eso, siempre fue un poco cáustica al dar una opinión
sincera. Lo mismo, si consideraba que había un mérito y alguien
a quien reconocerle un valor, era capaz de hacerlo. Con el artista mediocre
fue despiadada. Podía oír cantar a una y decirle: "mira,
mi'jita, yo lo que te aconsejo es que te vayas por ahí a buscar
una colocación de doméstica o algo así" o: "¿y
tú eres artista? Si mi criada canta mejor que tú". Un juicio
de esa clase proveniente de una personalidad de ese tipo deja siempre una
nota amarga. Sus relaciones en el medio artístico fueron por eso
muy controvertidas. El testimonio que se manejó, por ejemplo, de
Bola de Nieve y fue publicado en La Gaceta..., es la versión que
él da; pero hay que analizar -y creo que pude exponer todos los
hechos en el libro- lo que significó para la Montaner, que es quien
lleva a Bola a México pagando ella todos los gastos, verse traicionada
en un momento álgido de su vida -y fue muy álgido, estaban
los mexicanos haciéndole aquella guerra sórdida, acusándola
de haber ofendido los sentimientos nacionalistas y casi queriéndola
linchar en aquel país-, y Bola se le pasó para el lado contrario,
para quedarse a salvo. Fue un gesto de ingratitud que ella nunca le perdonó.
Pero ese testimonio que él da a unos años de muerta Rita,
él nunca lo hubiera podido dar estando ella con vida. Ella fue una
mujer que supo defender muy bien su prestigio y tenía, pienso yo,
todo su derecho. Estaba poseída además por los conflictos
raciales, tuvo que vencer todos aquellos ataques que se hicieron contra
su condición de mestiza, porque a pesar de que la burguesía
cubana la mimó como artista, también en cierto sentido era
discriminada. Una mujer de su cultura podía darse cuenta de cómo
era discriminado el negro, el mulato. Fue también muy desprendida,
en el aspecto material. Y sufrió mucho la ingratitud de artistas
a los que ayudó y después se consideraban incluso mejores
que ella. Porque eran figuras de un éxito efímero, pero es
que ella fue estrella desde que debutó hasta que murió. Como
decía Germán Pinelli: "Aun muriéndose fue estrella".
Imagino que sostener esa objetividad a la hora
de manejar fuentes y elementos que por primera vez salían a la luz
implique, en ese hecho mismo, una gran responsabilidad que, como periodista,
no ha de serte extraña. Se dice, sin embargo, que determinados pasajes
indican en ti una suerte de devoción hacia la Montaner que pueden,
justamente, definir este volumen como la obra de un devoto, en tanto la
mirada hacia ella es siempre una mirada que resalta, antes que lo negativo
de su carácter, lo positivo de su ser y su legado.
La palabra devoto yo no la considero aplicable
en este caso. Cuando hay esa devoción se omiten determinados juicios
que ahí están, y de ser un devoto no hubiera dejado esos
elementos que pueden, digamos, conspirar contra un mito lleno de candor.
Pienso que el libro es una visión bastante justa de lo que fue la
mujer, una visión bastante integral de ella como artista. Ni fui
fan de Rita Montaner, porque no la traté, ni me unía a ella
ningún tipo de vínculo personal. Pero sí está
tratada su figura con el respeto que merece como presencia fundamental
del arte cubano. Ella fue capaz, en determinado momento, de sentarse al
lado de Gonzalo Roig y de revisarle su "Lamento negroide" y decirle cómo
era la pronunciación exacta de muchos términos africanos
que él incluye en esa obra. Ella poseía una cultura y era,
además, músico de rigurosa formación académica.
No en balde Lecuona la consideraba una pianista "de línea" y en
muchos conciertos la invitaba a tocar a cuatro manos con él. Según
muchos, estaba pianísticamente a la altura de Lecuona; e incluso
Javier Calderón me dijo que ella debió dedicarse más
al piano que al canto; pero, bueno, el canto le proporcionaba, parece,
más placer. Pienso, precisamente, que fue en La Médium donde
ella puso de manifiesto la sólida cultura musical que poseía,
porque nunca, a pesar de estar interpretando lo más popular que
se creaba en el país, dejó de estudiar la culta. Y piensa
cómo fue capaz, cuando se le entregó esa partitura, según
contaba Olga de Blanck, de cogerla y empezar a tocarla a primera vista.
La crítica de la época llegó a calificar su madame
Flora como "La resurrección de una cantante". Y solamente estaba
dando a conocer una faceta de su vida opacada por esas otras Ritas que
quizás un medio artístico comercial impuso en los años
50. No olvidemos que aunque ella fue una mujer que siempre tuvo contratos
muy ventajosos, tenía que mantener una familia. La década
de los años 50 es una época caracterizada por un demérito
de la calidad artística, en los programas televisivos, en los shows.
Hay como un abaratamiento de todo, y es por eso que pienso que ella tuvo
que hacer transacciones con programas que no se ajustaban a su verdadera
personalidad. Pero tuvo que asumirlo porque, ya te digo, ella fue el soporte,
el horcón que sostuvo a su familia y hasta a gente que no era su
familia a las que siempre tendió una mano. Y en La Médium
pienso que ella hizo una especie de colofón muy interesante. Volvió
a resurgir toda aquella mujer que había tenido una formación
en la música operística, clásica, y eso lógicamente
tuvo que haberla hecho sentir muy bien, porque esa fue la preparación
que había tenido y que después el destino y los imperativos
de la vida la llevaron a hacer una serie de reajustes en lo que realmente
hubiera querido ser. Tú la escuchas en la interpretación
del lied "Rosas y violetas", de José Maury, y te das cuenta de que
ahí hay un talento increíble para el género operístico.
Pero también, cuando escuchas su "Manisero", te das cuenta de que
nadie ha podido cantarlo como ella: esa forma de rajar la voz, esos graves
que logra, nadie ha podido alcanzarlos. Y lo mismo te digo del "Siboney".
Y de lo que contaba Prats cuando ella cantaba los Motivos de
son, de Nicolás Guillén; o cuando le cantó a Roig
su "Lamento negroide", dejándolo deslumbrado, o a Lecuona las canciones
con los textos de la Ibarbourou. O cuando cantó la Cecilia Valdés.
Roig, que era un poco parco para poner notas en las partituras, le puso
al original notas muy lindas. Fue un caso especial, irrepetible, porque
este país ha tenido también cantantes excelentes, pero lo
que Rita hizo fue tan bien estudiado y tan bien creado, que es un caso
único. Cuba perdió una gran cantante de ópera, pero
ganó una formidable intérprete popular. Por eso te digo que
en el libro hay mucho respeto hacia lo que ella hizo. Claro, uno va admirando
a una personalidad que ha sido capaz de transitar por tantos géneros
y medios. Pero devoción, ya lo que entendemos por devoción,
me parece que la palabra se escapa un poco de lo que yo pretendía
hacer con la obra. Por eso te digo que el término exacto que cabe
ahí es respeto. Respeto hacia un mito de la cultura cubana.
Rita sacude
su rebelión
contra el tedio,
contra la nada
Rita Aurelia Montaner
y Facenda
se cubre
de velámenes
y sale
de nuevo
a afinar
su flauta
de madera
sobre la raza
viva
de su pueblo.
Clave por Rita Montaner
(fragmentos)
Miguel Barnet
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