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Sobre
su libro, comenta Jorge: "Siempre tuve una intención, quería
dar un sentido de extrañeza sobre la ciudad. Convertir a sus personajes
en extranjeros -en fantasmas- de su propia realidad. Ese sentimiento de
intentar asir lo real -como una posibilidad y vivirla a plenitud- es el
drama interior de los personajes en cada una de las historias del libro.
Siempre el deseo, o la libertad les son negados como sentimientos vivos
de una individualidad, de una diferencia. El delirio en que viven e imaginan
sus vidas es el único resquicio -a la sobrevivencia, al hambre,
y al amor-, pero esa misma contradicción entre el mundo real y el
otro -el imaginado-, terminan infaliblemente con su negación, o
con la muerte. Ese es el "fatum" de una ciudad cerrada, y, a un mismo tiempo,
abierta como vidriera al mundo."
La Habana Elegante
completa esta entrega especial con dos autores que han sido tan des-conocidos
hasta ahora como Jorge: nos referimos a Rolando Davidson y a Lisette Alfaya.
De ambos, presentamos a nuestros inquietos lectores una selección
de viñetas, con la esperanza de que las lean con el mismo gusto
y amor con que lo hicimos nosotros.
Rolando Davidson nació
en La Habana en 1965. Hizo su servicio militar en Angola. Luego,
4 semestres de Periodismo en la Universidad de LaHabana,
y un año en Ciencias de Comunicaciones de los Medios
Audiovisuales en el Instituto Superior de
Arte. Desde 1993 reside en Alemania, en la ciudad de Stuttgart,
en cuyo Museo de Arte trabaja actualmente. Nos dice que no sabe "si
vale la pena incluir que [está] buscando un editor interesado en
[su] primer poemario He ahí la balanza.
Por nuestra parte, le deseamos a Rolando que
encuentre pronto ese editor.
En cuanto a Lisette
Alfaya, nació también en La Habana en 1969.
Trabaja en el Financial Times, European subscriptions. Realizó
Estudios latinoamaricanos en la Universidad de Middlesex,
Londres, así como de Ingienería Eléctrica
en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría
(Odessa, URSS), pero no los completó. Reside en Londres desde
1994.
La Ballena
por Jorge Miralles
para Ricardo Pérez
Gyotaku
“En el vientre de la ballena, en el mío,
una sensación de inmensidad vacía.
No traigo peces muertos, no he comido las frutas del fondo preferidas.
No he digerido más que el árido color de los corales.
Comida cortante, polvo de hueso, cartílago que hiere.
Me paseo sin profundidad y con vértigo
respiro agitada o pausada, siempre artificial
esperando una mano blanca que acaricie mi lomo plateado.
¡Si una ola volviera a mecerme contra los arrecifes!, luego
vendré a morir. Seré despellejada y repartida
como carne cualquiera entre la gente...”
R. M. R. (fragmento)
Un tufillo
rondaba por Boca de Jaruco al norte de La Habana. Era la noche de
los Santos Inocentes, y las aguas del trópico atraían cuanto
animal se perdía por entre la corriente del golfo. Corriente
era justo lo que necesitaba
aquel apartado pueblo de las afueras de la ciudad. Desde hacía
varios meses había quedado aislado por lo intrincado del paraje.
Y sólo de vez en cuando -una vez por semana-, suministraban luz
y se podía encender el televisor. Pues de otro modo, las noticias
siempre llegarían con retraso. Acaparado por unos pocos, luego de
leerse, el periódico terminaba en las manos de algún lector
que apostando a un viejo mito -y ayudado a correr de boca en boca-, querría
ganar para sí solo la última noticia. Pero la tan ambicionada
como incierta mancha de petróleo no era aquella noticia que el periodista
creía ubicar con el rumor de la gente ni con la insistencia del
ingeniero dentro de la página ajada de unos planos de perforación.
Ambos buscaban con la misma obsesión una cruz imaginaria sobre la
costa. Pero como decía mi abuela: “el arrecife y la página
tienen en común sus dientes de perro”. Después lo revendían
para oficiar en aquello que llamaban excusado, que no es otra cosa que
un hueco en el fondo de la casa adonde van a parar todos los desechos.
La otra manera de estar informado era a través de la televisión
pero, al igual que la radio, ésta dependía del poder de la
señal. Eran años difíciles que fueron bautizados
con el nombre de “período especial”, y aunque ésta no fuera
una villa de silencio -nada más lejano del rumoreo constante de
los vecinos de Jaruco-, por momentos, el apagón la volvía
tan silenciosa como el más recóndito de aquellos pueblos
del oriente del país, adonde no llegaba ni la radio ni tampoco la
televisión. Gracias, una vez más, a la débil llama
de un mechero, la gente podía alumbrar las calles y los caminos
que, poco a poco, se estrechaban en oscuros pasillos hasta prolongarse
en un laberinto que parecía tener la boca de un lobo y los dientes
de perro.
-¡Un suicidio! -gritó Yolanda desde el fondo de la casa.
Todos salimos corriendo para ver qué
pasaba, y cuando encontramos a la vieja jadeando encima del hueco que había
para la salida de los excrementos, no supimos qué hacer. Tío
Alberto tomó la iniciativa y la agarró por las nalgas enjutas
y a rastras la llevamos hasta su cuarto.
-Mierda, está toda embarrada de mierda
-dijo, y le alcancé una funda de almohada que casi a tientas encontré
sobre la cama. No había terminado de limpiarse las manos cuando,
de repente, la luz iluminó aquella masa blanca y arrugada como si
fuese una ballena moribunda en medio de un témpano de hielo.
-No es nada grave... -repetía Alberto,
que había notado mi presencia y trataba de no atemorizarme.
Pero la vieja dio otra sacudida y se movió igual que un pez fuera
del agua. Parecía que iba a morir y, entonces, mi tío,
mandó a buscar los espejuelos que seguramente había abandonado
en el baño.
Cuando regresé la abuela estaba tiesa
y fría en medio de aquella sábana blanca. Le cerré
los ojos y le entregué los espejuelos a mi tío, que todavía
insistía en frotarle los pies con un poco de alcohol.
-Está muerta, tío.
-No, es sólo un desmayo. Perdió
el conocimiento. ¡Dame el alcohol!, Dame alcohol... -y, lentamente,
dejó de repetir aquellas palabras que parecieron acompañar
un movimiento mecánico, y lejos de acercarnos a la realidad, nos
dejaba indefensos frente al vacío frío de la muerte.
Mientras las lágrimas ahogaban su voz, el olor a muerto -hasta ese
momento imperceptible- comenzó a inundar el cuarto, y ni la mierda
ni el alcohol que se impregnaban por todos lados, impidieron que aquel
aroma que expedía mi abuela, hubiese trastornado algo que todavía
no sabría cómo explicar. Miré consternado a mi tío
y, sin siquiera atreverme a preguntar, dijo:
-Creo que está muerta, Ismael.
Yolanda extendió una sábana
sobre la abuela. Traté de ayudarla, pero me dijo que saliera
del cuarto y que mejor acompañara a mi tío.
No supe cómo ni cuándo mi rostro
le reveló aquella incertidumbre. Pensé que el olor al principio
estaba relacionado con la peste, pero luego el reflejo incondicional del
olfato me hizo dudar. Asco y hediondez a primera vista no tienen
mucho que ver, y aunque sea injusto, no pude dejar de reaccionar ante aquel
olor e imaginar, a un mismo tiempo, a mi abuela embarrada de mierda.
Ella que siempre tuvo horror de morir sucia. Todavía recuerdo
cuando era un niño, cómo le lavaba la ropa a mi abuelo y
ponía las cazuelas tan brillantes que nunca sentí cuán
pobre éramos. Las frotaba con ceniza hasta blanquear el metal
y luego las colgaba sobre la cerca del patio hasta que sol brillara en
ellas.
Una vez mi abuela me sorprendió jugando
con los destellos rutilantes que se proyectaban sobre el muro del fondo
de la casa, y me pronosticó que
algún día sería como mi abuelo: Capitán de
barco. No quería creerle, porque no quería que me pasara
lo que a él: desaparecía antes de que terminara la noche
y no regresaba sino con ella, hasta un día en que nunca más
regresó. Desde entonces, he pensado que mi abuelo anda todas
las noches alumbrándose con el mechero que siempre llevaba para
pescar. Cada vez que veo una luz centellear en el oscuro horizonte, siento
el peligro del mar. Desde que él desapareció ella no
tuvo otra pasión. Mi abuela dejó de ser limpia y se
sentó en un sillón del portal. Era como si su espíritu
la poseyera aún después de muerto. Iracunda y silenciosa
devoraba los libros que hablaran de aventuras marinas: pescadores o náufragos;
buhoneros o piratas, todo lo que oliera a mar era su obsesión, hasta
el punto que ya no había manera de entrarla en razones y la dimos
por loca.
Mi tío trabajaba en el hotel de Jaruco, al igual que Yolanda,
su esposa; y yo, me había marchado cuando empecé la carrera
de ingeniero en La Habana y no los venía a visitar desde las últimas
vacaciones hacía ya algunos años. Pero mis padres insistían
en que pronto me graduaría de ingeniero y que, a pesar de que mi
abuela siempre quiso que yo fuera un capitán de barco, debería
hacer un tiempo y pasar por allá para acompañarla un poco,
pues en cualquier momento podría morir. Ella alegaba que mi
tío Alberto y su mujer estaban con mucho trabajo y apenas se ocupaban
de ella, que si no fuera por Ofelia -su vecina-, la casa se hubiera venido
abajo. En fin, que aproveché las prácticas de estudio
que trataban sobre un proyecto de nuevos pozos en el litoral norte de La
Habana, y como había pensado pasar este fin de año con ellos,
llegué en el momento justo.
-Ismael, tú sabes que no hay mucho
que inventar. Yo le he dicho a mi hermano que no puedo más...
La comida no alcanza y la que resolvemos de contrabando, la guardamos en
el congelador de la vecina para ponerla fuera de su alcance. Pero
ayer llegamos tarde y tuvimos que guardar las diez libras de pescado aquí,
cortaron la luz y parece que el agua que destiló es tan fuerte que
la ha puesto muy mal. Este fin de semana en el hotel tampoco habrá
corriente y nos quedaremos sin comer. Los restos que dejaron ayer
los turistas fue el plato de nochebuena. Ahora no sé qué
voy hacer. Yo creo que no he visto pescado más caro que éste
en toda mi vida...
Mi tío alternaba las palabras con el
llanto y ese nerviosismo lo hacía hablar con desenfreno. Se
justificaba como si yo lo culpara por el deterioro de la casa. Llegó
a decirme que él nunca fue el preferido de los hermanos, que el
viejo y la vieja siempre quisieron más a mi padre y un motón
más de suposiciones. Hasta que, desesperado por el olor tan
desagradable que salía del cuarto hacia el portal, le grité:
-Alberto, ¿no sientes ese olor rancio
que llega desde dentro? ¡Eso es a mierda!, o la abuela se está
pudriendo.
Ambos salimos corriendo para el cuarto, pero
el apagón nos sorprendió cuando cruzábamos el pasillo.
Sólo alcancé a ver a Yolanda con una toalla envuelta que
le tapaba la boca y en el momento en que nos hizo una seña auxiliadora,
se desmayó.
-A buena hora, -dijo Alberto- súbela
en la butaca de la esquina, y cógeme aquella botella que esta encima
de la mesa de noche. - Cuando me aproximé le di con el pie
a la pata de la mesa y lo poco que quedaba del alcohol se derramó.
Mi tío agarró la vela que estaba en la gaveta y con un fósforo
le dio luz a la cera. Destapó la cabeza y, sorprendidos, vimos
cómo el calor de la luz formaba en su cara extraños dibujos.
-El Tonel de Heidelburgh -dije como si las
palabras se me escaparán de la boca y leyera aquel nombre marcado
en su piel.
-¿Cómo? -preguntó Alberto
que pretendía deletrear en aquella palabra la orden de servicio
de algún turista alemán.
-El Tonel del cachalote, ...Hei-del-burgh,
lo recuerdo de niño, cuando ella me leía Moby Dick,
ese libro dónde se habla de unos extraños dibujos que llevan
en la superficie los barriles. Según cuenta la historia, es
el mejor vino del Rhin, así como el cachalote guarda en su cabeza
el más preciado líquido, el esperma de la ballena.
Mi tío seguía sin comprender,
y no obstante, inmediatamente, asoció mis palabras al libro de cabecera
de mi abuela, haló la gaveta, buscó la página subrayada
y leyó sin que le temblara la voz:
“...el del cachalote contiene la flor y nata
de sus olivares: la valiosa espermaceti en su estado más puro, límpido
y odorífero que no se encuentra sin mezcla en ninguna otra región
del cuerpo. Perfectamente líquida en vida del animal, esta
substancia preciosa, apenas expuesta al aire después de su muerte,
comienza a condensarse de inmediato en hermosos brotes cristalinos, como
cuando la primera escarcha, fina y delicada, se empieza a concentrar en
la superficie del agua.”
Cerró el libro y se sentó al
pie de la cama. Miró a través de la luz temblorosa de la
vela y dijo:
-Te das cuenta, ¿sabes lo que esto
significa?...
Corrió el mantel y me acercó
su navaja, el único recuerdo que el abuelo le había dejado.
Era una de esas cuchillas que se ven en la revistas y que los pescadores
se peleaban por tener. En uno de sus viajes a la ciudad, el abuelo
conoció a un marino, un viejo lobo de mar que le había contado
sobre la pesca de las ballenas. Ese marino había cruzado el
Atlántico en un ballenero, y mi abuelo, que conocía entonces
muy poco de esa vida, le propuso enrolarse con él. El marino,
que sólo recalaba en el puerto por unas horas, sacó del empeine
su navaja y se la puso entre las manos.
-“Te pondré a prueba -le dijo, y señalando
un extremo del barco, agregó- ¿Ves aquel bulto sobre la popa,
debajo de la lona? Dentro de él hay un pez en el que está
escondido el corazón de Jonás. Ve y arráncaselo
con esta navaja. Primero córtale el cuello; luego, descuera
cuidadosamente cada tramo del lomo, reserva para el final la cabeza sin
que se derrame una gota de esperma. Siempre de arriba hacia abajo
como si fueras el mismísimo rey de los mares. Debajo de la
aleta dorsal encontrarás una zona que llaman el intestino.
Ten mucho cuidado, es ámbar gris, una sustancia que sólo
el cachalote produce en su estado natural, algo muy valioso que no puedes
perder. Ni siquiera los perfumistas han inventado semejante fijador.
Los turcos lo usan para cocinar y lo llevan a la Meca con el mismo fin
que se lleva incienso a San Pedro en Roma.”
Mientras iba cortando cada tramo de sus miembros
endurecidos, la sangre salpicaba a borbotones como si aquella piel curtida
por los años, aún guardara su calor debajo del cuero.
Las entrañas regurgitaban pero la navaja se hundía con su
proa firme y avanzaba filosa como si cobrara fuerza de un mástil;
entraba más y más hasta mancharnos las manos y al aproximarnos
al corazón, dijo mi tío:
-Ya está, ahora sólo falta cortar
aquí y echarlo en esta bolsa. Son tiempos en que la sal hace
milagros.
Limpié la navaja contra el doblez del
mantel y como nos quedaba un rato para conversar mientras estaba listo
el café, cortó algunas rodajas de pan viejo y las puso sobre
la mesa. Con la última migaja terminó la charla y sirvió
el café. Los platos relucían de tal modo que sus destellos
nos incitaron a buscar el mar.
El mar cuando llega esta época del
año después de un norte bravo se hace más bondadoso
y uno puede aproximarse a la costa y encontrar objetos inimaginables, despojos
del fondo atrapados en el arrecife y peces muertos como ofrenda por cada
pescador. Ninguna imagen será tan desoladora y misteriosa.
Atrapado entre los dientes de perro ha quedado parte del botín:
la tracción fatal entre el pez y el anzuelo ha dejado de ganar peso
y en pago, todos sus secretos son devueltos.
-Debajo de aquel mangle está la cruz.
-señaló mi tío desbrozando el camino al colocar el
mechero sobre una piedra agujereada por la sal. Luego embarró
la tea de petróleo y saludó al padre en nombre de toda la
familia. Me pidió que le dijera algo sobre mí.
Hablé de la carrera de ingeniero en perforación que recién
terminaba. Luego sacó el corazón de la bolsa y lo enterró.
Estuvimos toda la noche sentados frente al mar oyendo el sonido de las
olas que empinaban sus crestas hasta morir en la costa. Mi tío
contaba historias que desconocía sobre mi padre, de cuando él
era un niño y el viejo lo sacaba a pescar. Eran historias
muy raras sobre la pesca de las ballenas. Un día, me trajo
a este lugar, marcó una cruz en el diente de perro y me pidió
que si alguna vez nos faltara podía encontrar enterrado algo así
como un talismán -hizo una pausa para entregarme la navaja y recuperando
el aliento, continuó-: somos una estirpe de hombres errantes. Tu
padre no quiere comprender y cree que puede escapar a las fuerzas del destino,
pero tú ya no podrás. Tú debes emigrar tras
ellas. No tienes tierra sino mar. Ese horizonte oscuro es nuestro
único y seguro origen.
Después de escuchar aquellas palabras
sentí que estaba varado en aquel lugar. Ellos nunca más
volvieron juntos, sentados él y mi padre, antes esta cruz de madera,
-como ahora lo hacíamos nosotros- rogaban para que el mar les devolviera
sus restos.
Tomé una lata de cerveza desgastada
por los bordes y comencé a llenarla con cuanto allí había:
fragmentos de una botella ámbar, de coral, de hueso de pescado y
otros desperdicios hasta rebosarla. La puse al pie de la cruz y nos
despedimos, una vez que le dije, con la mirada perdida en algún
confín del oscuro horizonte:
-Bajaría hasta el fondo, pero debo
tener paciencia y no hundir mi barco. Mientras pueda buscaré otro
rumbo, no me estrellaré en tierra firme, porque invocaré
con tu nombre a los vientos y echaré de las jarcias y las velas
como un buen capitán. ¡Respóndeme maldito viejo!
Acaso no ves que no sé navegar -pero las olas en su ir y venir ahogaban
impasibles mis sollozos y el viento que aligeraba mis lagrimas hasta secarlas
nunca dejaron saber a mi tío, si lo que yo quería era llorar
o reír.
De regreso a la casa por el camino de La Boca,
nos tropezamos con mucha gente que comentaban la noticia acerca de una
ballena jorobada que había aparecido muerta. Los pescadores
se pasaban como hormigas la voz de una punta a la otra del pueblo y como
ellas, también cargaban en sus jolongos los restos del pez muerto.
Mi tío me pidió que no le contara nada de lo sucedido a Yolanda,
dejando entrever, que eso era un asunto de hombres. Un pacto entre
pescadores, como él lo llamó.
Cuando nos acercamos a la casa vimos a La
viuda que avanzaba muy agitada.
-¿Se enteraron?
-Sí -respondió mi tío,
y me adelantó una seña cómplice con la mano, mientras
balanceaba el paquete donde llevábamos a la abuela. Aquí
adentro tengo parte del lomo, Ofelia.
-Me han dicho que lo que hay allá abajo,
en la costa, es un peje gordo.
-¡Ballena, carne de ballena!
-Pero en esta zona no es frecuente ver ese
tipo de pez. ¡Por Dios!, yo nunca he vendido de eso.
A lo mejor va y nos trae mala suerte.
-Bueno, no es para tanto Ofelia, la gente
lo que quiere es comer. Deja la superstición a un lado y ponte
para el negocio que esto es en grande -sacó un trozo del congelador
y poniéndolo sobre la mesa, le dijo-: está curada de un modo
especial. Seguro no la comiste así.
-Ya ni me acuerdo, hace tanto tiempo que no
pruebo la carne..., y menos la de la ballena. ¿Pero tú
cómo conoces de eso?
-No, claro que no. Nunca antes la había
comido, pero ya sabes que mis padres sabían mucho sobre las ballenas.
Además hoy fuimos de los primeros y ya vez -mi tío le acercó
una vasija rebosante de esperma y ella, después de olerlo dijo:
-Sí, eso es sangre de Ballena.
-Ámbar gris, -repuso mi tío-.
Te aseguro que si la vendes así tendrás de cliente de por
vida a todo este pueblo. Es un condimento afrodisiaco para las comidas.
Te voy a dar un pedazo, pruébalo y luego dime que tal sabe.
-Alberto, ya te dije que no vendo ni como ballena. La comí
hace muchos años cuando todavía tu eras un niño y
tu padre le regaló un pedazo que trajo del barco a mi marido.
Al otro día, los sorprendió un norte a dos millas de la costa,
y murieron ahogados. ¡Hay por los fuegos San Telmo que Dios
nos proteja allá arriba! -y diciendo esto con una mano en la cabeza,
metió con la otra un paquete en su jaba.
Aquel mismo día, mientras un grupo
de pescadores corría el rumor de que una ballena había aparecido
moribunda en la costa, Ofelia y mi tío -adelantándose a la
noticia que no demoraría mucho en llegar a La Boca- vendían
los paquetes de carne que luego de ser curada con ámbar gris, pasaban
de puerta en puerta, ayudados por las manos invisibles de La viuda.
Pronto comenzó a correr el tufillo.
El aroma que salía de una casa entraba en otra, ayudados por el
viento, los pedazos de mi abuela fueron devorados con suma rapidez.
El hambre y la curiosidad hacían migas del período especial.
Sólo cuando el periódico, la radio y la televisión
hicieron un paréntesis en las noticias políticas para dar
a conocer la presencia de tan exótico pez en las aguas del litoral,
los pobladores de Jaruco -aún risueños- confundían
su paladar entre el jugo y la sal que provenía de esta carne.
En la villa de Jaruco se llegó a creer que sanaba a los enfermos,
y más de uno, le adjudico propiedades mágicas. Hasta
el bar del pueblo cambió de nombre y fue bautizado con el de “Potemkín”.
Si la intrepidez de un fotógrafo no
hubiese bastado para captar desde el otro lado de la bahía, con
el muro del Malecón al fondo y la cola hundiéndose en el
agua de este acorazado, les seguro que entonces, los gritos que se escucharon
aquella noche en el bar habrían arrebatado para siempre los titulares
a la noticia.
-¡Un Potemkín! ¡Dos Potemkím!...-ordenaban
a voces en el bar aquellos pescadores que jamás habían visto
la película del afamado director ruso.
No cabía dudas, de que el maravilloso
caldo de ballena aumentaba la virilidad en los hombres y aviva un raro
fuego interior en las mujeres.
La llegada de tan extraño pez puso en alarma a las autoridades.
No era frecuente que las ballenas recalaran en el litoral norte.
Tal vez por eso, la noticia de “¡Un suicidio!...” fue tan alarmante
cuando apareció al día siguiente a toda página, con
la foto. Dado su estado de putrefacción hubiera podido desatar
una pandemia -según diagnosticaron los especialistas, algo después-,
pero todavía el hecho era demasiado reciente para que fuera investigado.
El caso no paró hasta que La viuda fue llevada a juicio como la
principal culpable. ¿Pero a quién se encerraba tras
las rejas, como responsable del crimen? Desde entonces, el caso ha
seguido abierto.
Hoy, dos años más tarde, he
vuelto al pueblo. Mi tío me ha pedido con insistencia que
ya es tiempo de bajar a la costa y consultar con el abuelo. Pronto el viento
del norte cambiará el rumbo de las corrientes y las aguas calientes
del golfo se llevarán sus restos. “...es hora de que termine todo
esto -me ha dicho-, y que recojas lo que él nos ha dejado allí...”
La noche, a pesar de que parece por momentos
hundirse en el mar, despunta en una estrella y aclara el camino.
El murmullo de las olas y el sabor a sal es cada vez más fuerte,
pero entre tanto, levanto la vista por encima de mis hombros y creo sentir
cerca unos pasos como si fuese él quien lentamente me llevara
hasta la cruz.
-Es inocente Sr., La viuda es inocente -dije
de manera enfática ante el juez. La ballena al llegar a la
Boca cumplió nuestro designio. Sin lugar a dudas, nosotros
fuimos los únicos culpables, porque la abuela siempre pensó
que la llegada de ese animal sería su fin. Al matarla, ella
tenía que ser repartida “como carne cualquiera entre la gente” y
eso hicimos, para cumplir con su palabra: “Solamente así -decía
ella-, respetando la memoria del abuelo, un pueblo de pescadores puede
sobrevivir, si la gente se entrega a Dios, él se apiada de "más
de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda".
El hambre trajo el peor de los males, señor juez, sin distinguir
a derecha ni a izquierda. Y por eso la abuela quiso que cumpliéramos
con nuestro destino.
-¡Aquí está su corazón!,
¡esta es la prueba! -y mi tío sacó de aquel bulto,
apretado con hilos de nylón, otro cubierto por capas de periódicos
con las fotos y la noticia del día del crimen de La Ballena.
Claro, nadie quiso entonces creernos, ¡cómo iban a creer en
una piedra! El corazón se había vuelto una piedra de
coral, donde estaban incrustados sus restos y en el que aún se podían
ver, entre las hojas secas, manchas de sangre.
Viñetas de Rolando
Davidson
El pintor
Una
gota amarilla de rocío, sobre una amarilla flor, bajo los rayos
del sol amarillo... Desde la ventana que enmarca la vida hasta el lienzo
de apremiante blancura; desde mis ojos deslumbrados hasta mi ávido
corazón ... ¿Qué infinitud de prismas insidiosos
ha de atrevesar aquella gota para readquirir su rubio esplendor en el lienzo
virgen?
Por sobrarle tiempo
lo fue regalando y, cuando vino a ver, se quedó sin ninguno.
Viéndose ante La Muerte, suplicó: - Si no días u horas,
concédeme al menos unos minutos, para despedirme de la vida en paz.
La Muerte comprensiva lo miró, y le dijo: tendrás todo el
tiempo que desees: el infinito tiempo de la muerte.
Voy marchando
en la formación. No hay modo de salirse de ella. Las uniformes
filas parecen infinitas en todas direcciones. Esperanza no me queda ninguna,
solo un incierto consuelo: la posibilidad de que cada vez que cambio bruscamente
de fila, algún soldado, al borde del tiempo, vaya a parar, de carambola,
a la eternidad.
El duelo
entre
el optimista y el pesimista culminó, como era de esperar, con la
victoria del primero, quien se había presentado con paso firme,
trayendo consigo, tal papalote, un límpido cielo azul, que dispersó
las negras nubes creadas por los presentimientos de su adversario, quien
lo esperaba con los brazos caidos, el sable entre las piernas, cabizbajo;
quien luego del duelo, muerto ya, en similar postura, vió marcharse
al vencedor con un brillo extraño en los ojos: también él
había vencido.
Tiempo
Camino penetrando la pared de aire del futuro, con una esperanza bastante
escéptica y cada vez más ambigua, divisando a lo lejos, en
medio de la bruma, las parpadeantes lucecitas de lo que habrá de
acontecer, que pronto se apagarán para unirse a las sombras que
crecen a mi espalda.
Después de la lluvia
Llovió
largo rato; hasta que quedé teñido de azul. Asustado de mi
nuevo color, pero con una inexplicable esperanza, corrí hacia el
sol, que resurgía entre las nubes. El sol contempló impasible
mi color y mi gesto implorante y, corriendo una cortina de nubes ante si,
se desentendió de mi sufrimiento. Un hombre que pasaba se detuvo
entre asustado y sorprendido.
-¡Santo Dios! -exclamó- ¿Acaso has
caido del cielo, muchacho, que tienes su color?
Ya no pude contenerme; prorrumpí en desesperado llanto. Otros
hombres y mujeres fueron acercándose y me rodearon. El sufrimiento
iba abandonando mi corazón en forma de azules lágrimas, pero
hubo de volver definitivamente cuando una mujer, a modo de explicación
a otra que recién llegaba, dijo así, en tono compasivo, no
exento de veneración:
-Es un ángel que llora porque ha caido del cielo.
Viñetas de Lisette
Alfaya
El baño
¿Te diste el baño como te dije? Claro, ya sé que
con lo'espacioso' que eres podrás sólo sentarte. En cambio
yo puedo meterme en la mía de los pies a la cabeza, abrir las piernas,
arquear el tronco etc. Bueno, a pesar de todo alguna ventaja tenia que
tener yo, ¿no? Estuve estudiando la posibilidad de usar la bañera
contigo, y después de unos minutos con la mente y el
cuerpo 'recalentados', las caderas se me fueron al baño de casa
donde todo es mucho más espacioso.
En realidad, en Cuba la gente suele ducharse mucho por el calor. Así
que
no usaba la bañera con frecuencia, al menos no la de mi baño,
aunque sí que bajaba de vez de cuando al cuarto de baño de
abajo, el que en casa le llamábamos "el baño de mami". Mi
madre siempre ha sido un poco maniática con la limpieza y luego
había que dejárselo todo impecable...Pues allí me
fui, después de ver que entre ecuaciones y empujones no resolví
meterte en la bañera de este flat de cartón.
Este baño nunca ha tenido mucha luz. La lámpara del techo
siempre tiene problemas. El tocador tiene 12 bombillas, las que mi madre
nunca nos dejaba usar por el gasto de electricidad, pero nos dejaba encender
en las noches uno de los tubos que rodean el botiquín, esos que
antiguamente eran de neón. Para serte honesta, pocas veces logré
ver realmente los dibujos de los azulejos catalanes que forraban las paredes
del piso hasta el techo, o los picaportes de los armarios llenos de espejos.
He abierto la ventana de encima de la bañera pero la luz aún
no es suficiente...
Entonces pensé en algunas velas, eso velas. No puede haber peligro
de incendio siempre que estemos cerca del agua.
¡¡¡Coño!!! Aquí no queda un puto candelabro
o palmatoria, se vendieron porque eran de plata. ¡Ah!, ya lo tengo,
botellas vacías. Podemos poner las velas en botellas vacías.
Ya está. Ahora te puedo ver la interesante protuberancia que como
una consonante fricativa crece con pequeños y extraños sonidos
dentro de mi boca.
Tengo muchas ganas, y temo que a esto se le acaben las pilas y me quede
con dolor de cabeza toda la noche.
No puedo darme ese lujo, tiene que ser rápido. Me he sentado
en el borde del segundo escalón y el nivel del agua me queda justo
debajo del clítoris. Con las rodillas puestas en el segundo escalón
me alzas las piernas, me levantas un poco el tronco hasta dejarme caer
sobre tu superficie engrandecida. Tienes que parar, doy un pequeño
salto casi un movimiento brusco... quiero que sea así, es que a
veces me gusta mucho más por detrás... Me cruje la piel mientras
me toco donde más siento y después de unos minutos el orificio
deja de hacer resistencia. Yo sólo te veo salir y entrar; todo se
me ha llenado de luces, se me ha ido la cabeza hacia atrás y en
un grito de desesperación se me desploma el cuerpo de ganas.
Ahora te sientas en mi escalón y trato de meterme en la boca
todo lo que hay entre tus piernas. El miembro se ha puesto muy duro y late
hasta llenarme las cuerdas bocales con el brebaje blanco...
Ahora te dejo y debo recordar que se me han terminado las baterías
esta noche...
2 besos, tu Lisette
Guayaba
Me gustó hablar contigo hoy, te oías como muy ‘a punto’.
Parece que a ti el cansancio te pone bien. Yo tuve un día largo.
A medio día una cita en otra
agencia, esta vez el test fue todo dictado e incluía problemas
simples de aritmética, igual me llamarán cuando tengan algo
más al centro de Londres. No puedo viajar 3 horas por día,
eso te lo he dicho antes. Luego me fui al sex shop, el sueño
de hace dos días me sugirió otra clase de artefactos. Esta
vez fui a una shop diferente, pequeña y por fatalidad estaba
llena de tíos. Me di cuenta justo cuando había bajado las
escaleras; miré a mi al rededor y no había una sola felina.
Claro que puede ser difícil esta situación en una habitación
de 5 x 4 (metros), pero yo tengo mucha ‘tabla’ así que fui a ‘lo
mío’ sin importarme quien pudiera o no mirarme. Pagué y me
fui tan pronto pude. El sueño fue contigo, creo que era la cocina
de casa, no esta sino mi casa de Cuba, aunque en el sueño no estaba
consciente de ello recordando ahora todo era
muy parecido.
Es
una habitación de unos 25 metros cuadrados, el techo queda a casi
5 metros de altura, tiene ventanas rectangulares y una puerta de dos hojas
que da al patio, la que en mi sueño estaba abierta. La mesa
de madera dura esta justo en el centro rodeada por 4 sillas y una banqueta.
El resto de los muebles hacen una L que termina en un corredor pequeño
que conduce al comedor. A un costado de la puerta un refrigerador antiguo
color amarillo canario.
Yo trataba de enseñarte como se hace un pastel de guayaba. Salí
al patio por las frutas con una tinaja llena de agua y después de
cortarlas le añadí el
azúcar tomando la proporción de un libro de mi
abuela y ajustando la cantidad exacta en la balanza. Observabas sentado
con un brazo sobre un paquete de harina. De pronto me vi sentada sobre
la mesa con las piernas
abiertas, mientras metías las manos debajo de mi vestido y te
quedabas con mi calzón entre los dientes.
A mi izquierda una fuente mediana estaba llena de mermelada y justo
como lo había imaginado fuiste llenándome el cuerpo y abriéndome
los botones del vestido hasta que este quedó como un mantel. Igual
que se rellena una torta llenaste todos mis huecos del meloso ungüento,
el que luego extraías con la lengua, las manos y todas tus protuberancias.
No tengo una idea muy clara de cuando te desnudaste, pero te recuerdo encima
de mí lleno de mermelada hasta los ojos con las piernas abiertas
y yo con la boca llena
de tus dos bolas tan rojas como dos cerezas.
Te pusiste de pie y me halaste hacia ti por los tobillos hasta que
media espalda quedo colgando de la mesa. Me pusiste las piernas sobre dos
sillas y después en tus hombros. Me separaste con las manos las
dos tapas y me fuiste entrando por detrás, mientras manipulabas
un pequeño ‘vibrador’ por el primero de mis huecos y yo me tocaba
el clítoris suave aunque
desesperadamente, y grité y todas las ganas salieron de mí
como un chorro de mermelada, casi el mismo chorro que me cayera en la boca
mientras yacía de rodillas con la cabeza recostada a la mesa.
La vaca
Con mi cansancio habitual estaba sumergida en la lista, bueno
en la problemática lista de las suscripciones españolas.
Casi cayéndome del sueño que me proporcionara
un bocadillo frío de M&S oigo sonar el teléfono.
Era la línea directa y la llamada venía del switchboard
en Southwark Bridge.
Lisette speaking. May I help you?
Do you speak Spanish?
— Yes, I do.
— Fluently?
— Yes.
— That's great. I got somebody on the line but I cannot understand
a word of what he’s trying to tell me. Can you help?
— Of course.
— Cheers....
Imaginé que alguien buscaba algún dato sobre un artículo
publicado o ese tipo de cosas que ya me han pasado antes. Pero para mi
sorpresa un catalán algo más que eufórico fue quien
de repente apareció del otro lado de la financiera línea.
— Financial Times. Buenas Tardes.
— Oye, que voz más bonita tienes- dijo el tal en un tono
muy jocoso-. Te llamo de Barcelona.
— Buenas tardes. En que puedo ayudarte.
— ...em, es que estábamos en una fiesta del pueblo ayer,
tú sabes - decía mientras su voz esperaba de mí una
sugerencia a su relato-.
— Aja. - le dije mientras se hizo un segundo de silencio-.
— Bueno, que nada. Estábamos en la fiesta y un amigo vino
con una botella de Champaña y al destapar el corcho se ha 'pillao'
la vaca.
— Perdón. ¿Qué es lo que se ha 'pillao'?-
le dije con el más absoluto asombro-.
— Pues, mi vaca.
— Me explicas otra vez, porque hijo no te entiendo. A ver, ¿qué
es lo que le ha 'pasao' a la vaca?
— Que el corcho le ha abierto un agujero en la cabeza y la ha
'matao'.
— ¿Tu vaca?.¿Qué la ha 'matao' un corcho
de Champaña? Perdona, pero es que esto es el Financial Times.
¿Qué tiene que ver esta historia con....?
— Es que pensamos que sería bueno contactar algunos periódicos
famosos y tratar de vender la noticia. Ya lo hicimos en Francia y con algunos
periódicos locales.
— Bueno Pues, lo único que puedo hacer por ti es pasar
la noticia con tus datos a la oficina editorial. Te doy un número
de fax +44 207...
— No, a mí dame tu móvil guapetona.
— ¿Qué? ¿Mi qué...- le dije llena
de confusión-.
— ¡Tu móvil guapa!
— No tengo móvil.
— Oye, pero como trabajando en el Financial Times no tienes
móvil. Vamos guapa, dame el número.
— Que te dije que no tengo.
En este punto pensé: ¿será esto cierto? ¿Me
está pasando a mí o es una especie de ilusión? ¿¡Qué
coño dice este!? y ¿qué tengo yo que ver con su puñetera
vaca. Ya quería colgar, pero por esas cosas raras le dije:
— Mira, te doy mi número directo y tú llámame
después que pases el fax, vale?
— Vale, guapetona. A ver, dame el número
— 44 para Inglaterra, 0207 873 40000.
— Vale, te llamo después que pase el fax.
Colgué el teléfono y me entró un ataque de risa.
Estas cosas sólo pueden pasarme a mí. Con la intención
de ponerme on make busy e ir a tomarme
un café, hago un giro en mi silla. Cuando siento que Tam, una
inglesa que ha pasado una buena temporada en Mallorca, dice en un español
bastante tímido.
— ¡Ah! ¿Quieres hablar con Lisette? Espera, que te
la paso.
Ahora me sonaba otra vez el puto teléfono. ¿Quién
podía ser a la 1:30 de la tarde? Seguro que Inma, de la distribuidora
de Madrid. Nada, que otra vez se le ha hecho un berenjenal la start/stop
list. O tal vez un tal Mr. Bolodrino, que sólo hace quejarse
y hablar mal de España y de la distribución en Madrid, uno
que llama al menos una vez por semana.
— Financial Times, good afternoon. Lisette speaking. Can I help
you?
— ¿Qué?, ¿qué?...- dijo la voz del
muy imbécil-. ¿Eres tú la de hace un rato?
— Sí. Y tú eres él de la vaca.
— Sí, somos los de la vaca.
Entonces hubo un eco raro seguido por unas voces en el background.
Esto ya me olía feo. Hum, esto está muy extraño, pensé.
Pero mi obstinado interlocutor no me dio tiempo de pensar que todo había
sido una broma de 'mal gusto' de un grupo de ociosos que no tendrían
mucho que hacer durante la siesta.
— ¡Felicidades! Te llamamos de radio 4 de Barcelona. Has
entretenido a 36 millones de españoles. ¿Cómo te llamas?
Por el acento sabemos que eres cubana.
No lo podía creer. Esto sí que es un absurdo, ¡y
que me pase a mí! ¡Qué ironía! ¿Es que
no pudieron escoger a cualquier otro?...
— Me llamo Lisette.
— ¿Cómo? ¿Elisa?
— Dios mío, Lisette... ele, i latina, ese, e, doble te,
e. Lisette
— Aquí estamos, y queremos decirte que lo has hecho muy
bien.
Entonces se oían aplausos y voces: ¡Sí!, ¡sí!,
¡muy bien que lo ha hecho!, ¡muy bien!.... ¿Cómo
era esto posible? Nada más que me dio por reírme. Como podrás
imaginar, esto sí que es algo inesperado para cualquiera, y más
un viernes a esa hora.
— ¿Nos puedes decir que hace una cubana en Inglaterra?
— Estoy aquí como estaría en cualquier otro sitio.
— Ah! Te has 'molestao'
— No, no estoy precisamente molesta, pero sí confundida.
— ¿Hace cuanto tiempo que estás allí?
— 7 años.
— Vaya.......Bueno, te paso con el de la vaca. Muchas gracias
y hasta luego.
— Oye guapa, que ya no estamos en el aire. ¿Me das tu
móvil?
— Oye, pero ¿es que tú eres así de insistente
siempre?
— Pues, hombre, no veas tú lo insistente que soy.
— Que no tengo móvil te he dicho.
— Vale, pues te llamo a este otro número.
— Te tengo que dejar. Todo ha sido muy divertido, pero estoy
algo ocupada. Hasta luego.
— Hasta luego.
Dos besos
Pensé que ya te habías olvidado del asunto pero ya que
preguntas es mi misión, nada italiana por cierto, el revelarte la
razón de este 'binomio perfecto'. La teoría que te voy a
revelar es fruto de mi razonamiento profundo, aunque he de admitir que
su esencia se halla en hechos y eventos físicamente constatados.
La sociología moderna, querido Antonio, ha sacado a la luz la
peculiar definición
de que los varones de nuestra especie son fundamentalmente bicéfalos.
La vieja palabra griega sugiere a la interpretación que dicho animal
es poseedor de dos cabezas.¿ No estarás en desacuerdo?
Lo terrible del asunto es que se haya mal interpretado el papel de
dichos órganos por tantísimo tiempo. Tú, como cualquier
otro varón eres poseedor de dos cabezas. ¿Cierto? Una pequeña
condenada a la oscuridad casi
total que piensa día y noche en la felicidad del prójimo;
y otra grandota y peluda que no hace más que imaginarse sandeces.
Como buena cristiana, siempre trato de reconocer el verdadero valor
de las cosas, sobre todo de aquellas que están confinadas al anonimato
perpetuo. Esa cabezota grade, pretenciosa y altanera en toda su luz se
ha llevado por años todos los besos y elogios que de una manera
u otra te han pertenecido. Nadie nunca se acordó de reconocer el
apremiante esfuerzo de esa 'pequeña criatura' que tanto placer has
visto dar alguna que otra vez. Por eso querido Antonio, sin temor a ofenderte
porque sabes que estoy en lo justo, he decidido enviarte 2 besos cada vez.
Sé que en realidad es muy poco para esta pequeña de tan estoicos
sacrificios dos mis electrónicos
besos, pero al menos ya tienes idea de que tal reconocimiento publico
es posible. Es la 1:07 y mañana me espera un día bien largo.
Cuídate y como siempre 2 besos. Lisette
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