jagüey (dibujo de Samuel Hazard)    En La Loma del Ángel seguramente hará evocar tanto la novela Cecilia Valdés como a su creador, el novelista cubano Cirilo Villaverde. Será éste, pues, el espacio dedicado a la narrativa y a los estudios, crítica y artículos acerca de obras y autores destacados de este género. 
     En esta ocasión presentamos, en exclusiva para nuestros lectores, uno de los cuentos del libro En el foso del parque, y con el cual Jorge Miralles ganó el premio de cuento del concurso UNEAC del presente año 2000.  Siete cuentos integran el libro de Jorge: "La Ballena", "La Planta de Dragones", "Ojo mágico", "Fotos de boda", "En el foso del parque", "Sabatha Twitchie" y "Tren de lavado".  El jurado estuvo integrado por Eliseo Altunaga, Jesús Cabrera y Enrique Cirules.  Jorge nació en La Habana en 1967 y tiene otro libro (todavía inédito) de relatos y foto (Un buick en La Habana) hecho en colaboración con Reina María Rodríguez y el fotógrafo Adalberto Roque.
 
 
Jorge Miralles y Reina María Rodríguez en ParísSobre su libro, comenta Jorge: "Siempre tuve una intención, quería dar un sentido de extrañeza sobre la ciudad. Convertir a sus personajes en extranjeros -en fantasmas- de su propia realidad. Ese sentimiento de intentar asir lo real -como una posibilidad y vivirla a plenitud- es el drama interior de los personajes en cada una de las historias del libro.  Siempre el deseo, o la libertad les son negados como sentimientos vivos de una individualidad, de una diferencia. El delirio en que viven e imaginan sus vidas es el único resquicio -a la sobrevivencia, al hambre, y al amor-, pero esa misma contradicción entre el mundo real y el otro -el imaginado-, terminan infaliblemente con su negación, o con la muerte. Ese es el "fatum" de una ciudad cerrada, y, a un mismo tiempo, abierta como vidriera al mundo."

     La Habana Elegante completa esta entrega especial con dos autores que han sido tan des-conocidos hasta ahora como Jorge: nos referimos a Rolando Davidson y a Lisette Alfaya.  De ambos, presentamos a nuestros inquietos lectores una selección de viñetas, con la esperanza de que las lean con el mismo gusto y amor con que lo hicimos nosotros. 
     Rolando Davidson nació en La Habana en 1965.  Hizo su servicio militar en Angola.  Luego, 4 semestres de Periodismo en la Universidad de LaRolando DavidsonHabana, y un año en Ciencias de Comunicaciones de los Medios 
Audiovisuales en el Instituto Superior de Arte.  Desde 1993 reside en Alemania, en la ciudad de Stuttgart, en cuyo Museo de Arte trabaja actualmente.  Nos dice que no sabe "si vale la pena incluir que [está] buscando un editor interesado en [su] primer poemario He ahí la balanza.
Por nuestra parte, le deseamos a Rolando que encuentre pronto ese editor.
     En cuanto a Lisette Alfaya, nació también en La Habana en 1969.
Trabaja en el Financial Times, European subscriptions.  Realizó Estudios  latinoamaricanos en la Universidad de Middlesex, Londres, así como de    Ingienería Eléctrica en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (Odessa, URSS), pero no los completó.  Reside en Londres desde 1994.
 

La Ballena

                                por Jorge Miralles

                para Ricardo Pérez

Gyotaku

“En el vientre de la ballena, en el mío,
una sensación de inmensidad vacía.
No traigo peces muertos, no he comido las frutas del fondo preferidas.
No he digerido más que el árido color de los corales.
Comida cortante, polvo de hueso, cartílago que hiere.
Me paseo sin profundidad y con vértigo
respiro agitada o pausada, siempre artificial
esperando una mano blanca que acaricie mi lomo plateado.
¡Si una ola volviera a mecerme contra los arrecifes!, luego
vendré a morir. Seré despellejada y repartida
como carne cualquiera entre la gente...”
R. M. R. (fragmento)

     Un tufillo rondaba por Boca de Jaruco al norte de La Habana.  Era la noche de los Santos Inocentes, y las aguas del trópico atraían cuanto animal se perdía por entre la corriente del golfo.  Corriente era justo lo que De codos en el malecónnecesitaba aquel apartado pueblo de las afueras de la ciudad.  Desde hacía varios meses había quedado aislado por lo intrincado del paraje.  Y sólo de vez en cuando -una vez por semana-, suministraban luz y se podía encender el televisor.  Pues de otro modo, las noticias siempre llegarían con retraso. Acaparado por unos pocos, luego de leerse, el periódico terminaba en las manos de algún lector que apostando a un viejo mito -y ayudado a correr de boca en boca-, querría ganar para sí solo la última noticia.  Pero la tan ambicionada como incierta mancha de petróleo no era aquella noticia que el periodista creía ubicar con el rumor de la gente ni con la insistencia del ingeniero dentro de la página ajada de unos planos de perforación.  Ambos buscaban con la misma obsesión una cruz imaginaria sobre la costa.  Pero como decía mi abuela: “el arrecife y la página tienen en común sus dientes de perro”.  Después lo revendían para oficiar en aquello que llamaban excusado, que no es otra cosa que un hueco en el fondo de la casa adonde van a parar todos los desechos.  La otra manera de estar informado era a través de la televisión pero, al igual que la radio, ésta dependía del poder de la señal.  Eran años difíciles que fueron bautizados con el nombre de “período especial”, y aunque ésta no fuera una villa de silencio -nada más lejano del rumoreo constante de los vecinos de Jaruco-, por momentos, el apagón la volvía tan silenciosa como el más recóndito de aquellos pueblos del oriente del país, adonde no llegaba ni la radio ni tampoco la televisión. Gracias, una vez más, a la débil llama de un mechero, la gente podía alumbrar las calles y los caminos que, poco a poco, se estrechaban en oscuros pasillos hasta prolongarse en un laberinto que parecía tener la boca de un lobo y los dientes de perro. 
-¡Un suicidio! -gritó Yolanda desde el fondo de la casa.
     Todos salimos corriendo para ver qué pasaba, y cuando encontramos a la vieja jadeando encima del hueco que había para la salida de los excrementos, no supimos qué hacer.  Tío Alberto tomó la iniciativa y la agarró por las nalgas enjutas y a rastras la llevamos hasta su cuarto. 
     -Mierda, está toda embarrada de mierda -dijo, y le alcancé una funda de almohada que casi a tientas encontré sobre la cama.  No había terminado de limpiarse las manos cuando, de repente, la luz iluminó aquella masa blanca y arrugada como si fuese una ballena moribunda en medio de un témpano de hielo. 
     -No es nada grave... -repetía Alberto, que había notado mi presencia y trataba de no atemorizarme.  Pero la vieja dio otra sacudida y se movió igual que un pez fuera del agua.  Parecía que iba a morir y, entonces, mi tío, mandó a buscar los espejuelos que seguramente había abandonado en el baño.
     Cuando regresé la abuela estaba tiesa y fría en medio de aquella sábana blanca.  Le cerré los ojos y le entregué los espejuelos a mi tío, que todavía insistía en frotarle los pies con un poco de alcohol.
     -Está muerta, tío.
     -No, es sólo un desmayo.  Perdió el conocimiento.  ¡Dame el alcohol!, Dame alcohol... -y, lentamente, dejó de repetir aquellas palabras que parecieron acompañar un movimiento mecánico, y lejos de acercarnos a la realidad, nos dejaba indefensos frente al vacío frío de la muerte.  Mientras las lágrimas ahogaban su voz, el olor a muerto -hasta ese momento imperceptible- comenzó a inundar el cuarto, y ni la mierda ni el alcohol que se impregnaban por todos lados, impidieron que aquel aroma que expedía mi abuela, hubiese trastornado algo que todavía no sabría cómo explicar. Miré consternado a mi tío y, sin siquiera atreverme a preguntar, dijo:
     -Creo que está muerta, Ismael. 
     Yolanda extendió una sábana sobre la abuela.  Traté de ayudarla, pero me dijo que saliera del cuarto y que mejor acompañara a mi tío. 
     No supe cómo ni cuándo mi rostro le reveló aquella incertidumbre. Pensé que el olor al principio estaba relacionado con la peste, pero luego el reflejo incondicional del olfato me hizo dudar.  Asco y hediondez a primera vista no tienen mucho que ver, y aunque sea injusto, no pude dejar de reaccionar ante aquel olor e imaginar, a un mismo tiempo, a mi abuela embarrada de mierda.  Ella que siempre tuvo horror de morir sucia.  Todavía recuerdo cuando era un niño, cómo le lavaba la ropa a mi abuelo y ponía las cazuelas tan brillantes que nunca sentí cuán pobre éramos.  Las frotaba con ceniza hasta blanquear el metal y luego las colgaba sobre la cerca del patio hasta que sol brillara en ellas. 
     Una vez mi abuela me sorprendió jugando con los destellos rutilantes que se proyectaban sobre el muro del fondo de la casa, y me pronosticó El Wakefield, por Adam, Victor Edouard Charles (1868-1935) o su hno. Edouardque algún día sería como mi abuelo: Capitán de barco.  No quería creerle, porque no quería que me pasara lo que a él: desaparecía antes de que terminara la noche y no regresaba sino con ella, hasta un día en que nunca más regresó.  Desde entonces, he pensado que mi abuelo anda todas las noches alumbrándose con el mechero que siempre llevaba para pescar. Cada vez que veo una luz centellear en el oscuro horizonte, siento el peligro del mar.  Desde que él desapareció ella no tuvo otra pasión.  Mi abuela dejó de ser limpia y se sentó en un sillón del portal.  Era como si su espíritu la poseyera aún después de muerto.  Iracunda y silenciosa devoraba los libros que hablaran de aventuras marinas: pescadores o náufragos; buhoneros o piratas, todo lo que oliera a mar era su obsesión, hasta el punto que ya no había manera de entrarla en razones y la dimos por loca.
Mi tío trabajaba en el hotel de Jaruco, al igual que Yolanda, su esposa; y yo, me había marchado cuando empecé la carrera de ingeniero en La Habana y no los venía a visitar desde las últimas vacaciones hacía ya algunos años.  Pero mis padres insistían en que pronto me graduaría de ingeniero y que, a pesar de que mi abuela siempre quiso que yo fuera un capitán de barco, debería hacer un tiempo y pasar por allá para acompañarla un poco, pues en cualquier momento podría morir.  Ella alegaba que mi tío Alberto y su mujer estaban con mucho trabajo y apenas se ocupaban de ella, que si no fuera por Ofelia -su vecina-, la casa se hubiera venido abajo.  En fin, que aproveché las prácticas de estudio que trataban sobre un proyecto de nuevos pozos en el litoral norte de La Habana, y como había pensado pasar este fin de año con ellos, llegué en el momento justo.
     -Ismael, tú sabes que no hay mucho que inventar.  Yo le he dicho a mi hermano que no puedo más... La comida no alcanza y la que resolvemos de contrabando, la guardamos en el congelador de la vecina para ponerla fuera de su alcance.  Pero ayer llegamos tarde y tuvimos que guardar las diez libras de pescado aquí, cortaron la luz y parece que el agua que destiló es tan fuerte que la ha puesto muy mal.  Este fin de semana en el hotel tampoco habrá corriente y nos quedaremos sin comer.  Los restos que dejaron ayer los turistas fue el plato de nochebuena.  Ahora no sé qué voy hacer.  Yo creo que no he visto pescado más caro que éste en toda mi vida...
     Mi tío alternaba las palabras con el llanto y ese nerviosismo lo hacía hablar con desenfreno.  Se justificaba como si yo lo culpara por el deterioro de la casa.  Llegó a decirme que él nunca fue el preferido de los hermanos, que el viejo y la vieja siempre quisieron más a mi padre y un motón más de suposiciones.  Hasta que, desesperado por el olor tan desagradable que salía del cuarto hacia el portal, le grité:
     -Alberto, ¿no sientes ese olor rancio que llega desde dentro?  ¡Eso es a mierda!, o la abuela se está pudriendo.
     Ambos salimos corriendo para el cuarto, pero el apagón nos sorprendió cuando cruzábamos el pasillo.  Sólo alcancé a ver a Yolanda con una toalla envuelta que le tapaba la boca y en el momento en que nos hizo una seña auxiliadora, se desmayó.
     -A buena hora, -dijo Alberto- súbela en la butaca de la esquina, y cógeme aquella botella que esta encima de la mesa de noche. -  Cuando me aproximé le di con el pie a la pata de la mesa y lo poco que quedaba del alcohol se derramó.  Mi tío agarró la vela que estaba en la gaveta y con un fósforo le dio luz a la cera.  Destapó la cabeza y, sorprendidos, vimos cómo el calor de la luz formaba en su cara extraños dibujos.
     -El Tonel de Heidelburgh -dije como si las palabras se me escaparán de la boca y leyera aquel nombre marcado en su piel.
     -¿Cómo? -preguntó Alberto que pretendía deletrear en aquella palabra la orden de servicio de algún turista alemán.
     -El Tonel del cachalote, ...Hei-del-burgh, lo recuerdo de niño, cuando ella me leía Moby Dick, ese libro dónde se habla de unos extraños dibujos que llevan en la superficie los barriles.  Según cuenta la historia, es el mejor vino del Rhin, así como el cachalote guarda en su cabeza el más preciado líquido, el esperma de la ballena.
     Mi tío seguía sin comprender, y no obstante, inmediatamente, asoció mis palabras al libro de cabecera de mi abuela, haló la gaveta, buscó la página subrayada y leyó sin que le temblara la voz:
     “...el del cachalote contiene la flor y nata de sus olivares: la valiosa espermaceti en su estado más puro, límpido y odorífero que no se encuentra sin mezcla en ninguna otra región del cuerpo.  Perfectamente líquida en vida del animal, esta substancia preciosa, apenas expuesta al aire después de su muerte, comienza a condensarse de inmediato en hermosos brotes cristalinos, como cuando la primera escarcha, fina y delicada, se empieza a concentrar en la superficie del agua.”
     Cerró el libro y se sentó al pie de la cama. Miró a través de la luz temblorosa de la vela y dijo:
     -Te das cuenta, ¿sabes lo que esto significa?...
     Corrió el mantel y me acercó su navaja, el único recuerdo que el abuelo le había dejado.  Era una de esas cuchillas que se ven en la revistas y que los pescadores se peleaban por tener.  En uno de sus viajes a la ciudad, el abuelo conoció a un marino, un viejo lobo de mar que le había contado sobre la pesca de las ballenas.  Ese marino había cruzado el Atlántico en un ballenero, y mi abuelo, que conocía entonces muy poco de esa vida, le propuso enrolarse con él.  El marino, que sólo recalaba en el puerto por unas horas, sacó del empeine su navaja y se la puso entre las manos. 
     -“Te pondré a prueba -le dijo, y señalando un extremo del barco, agregó- ¿Ves aquel bulto sobre la popa, debajo de la lona?  Dentro de él hay un pez en el que está escondido el corazón de Jonás.  Ve y arráncaselo con esta navaja.  Primero córtale el cuello; luego, descuera cuidadosamente cada tramo del lomo, reserva para el final la cabeza sin que se derrame una gota de esperma.  Siempre de arriba hacia abajo como si fueras el mismísimo rey de los mares.  Debajo de la aleta dorsal encontrarás una zona que llaman el intestino.  Ten mucho cuidado, es ámbar gris, una sustancia que sólo el cachalote produce en su estado natural, algo muy valioso que no puedes perder.  Ni siquiera los perfumistas han inventado semejante fijador.  Los turcos lo usan para cocinar y lo llevan a la Meca con el mismo fin que se lleva incienso a San Pedro en Roma.”
     Mientras iba cortando cada tramo de sus miembros endurecidos, la sangre salpicaba a borbotones como si aquella piel curtida por los años, aún guardara su calor debajo del cuero.  Las entrañas regurgitaban pero la navaja se hundía con su proa firme y avanzaba filosa como si cobrara fuerza de un mástil; entraba más y más hasta mancharnos las manos y al aproximarnos al corazón, dijo mi tío: 
     -Ya está, ahora sólo falta cortar aquí y echarlo en esta bolsa.  Son tiempos en que la sal hace milagros.
     Limpié la navaja contra el doblez del mantel y como nos quedaba un rato para conversar mientras estaba listo el café, cortó algunas rodajas de pan viejo y las puso sobre la mesa.  Con la última migaja terminó la charla y sirvió el café.  Los platos relucían de tal modo que sus destellos nos incitaron a buscar el mar. 
     El mar cuando llega esta época del año después de un norte bravo se hace más bondadoso y uno puede aproximarse a la costa y encontrar objetos inimaginables, despojos del fondo atrapados en el arrecife y peces muertos como ofrenda por cada pescador.  Ninguna imagen será tan desoladora y misteriosa.  Atrapado entre los dientes de perro ha quedado parte del botín: la tracción fatal entre el pez y el anzuelo ha dejado de ganar peso y en pago, todos sus secretos son devueltos.
     -Debajo de aquel mangle está la cruz. -señaló mi tío desbrozando el camino al colocar el mechero sobre una piedra agujereada por la sal.  Luego embarró la tea de petróleo y saludó al padre en nombre de toda la familia.  Me pidió que le dijera algo sobre mí.  Hablé de la carrera de ingeniero en perforación que recién terminaba.  Luego sacó el corazón de la bolsa y lo enterró.  Estuvimos toda la noche sentados frente al mar oyendo el sonido de las olas que empinaban sus crestas hasta morir en la costa.  Mi tío contaba historias que desconocía sobre mi padre, de cuando él era un niño y el viejo lo sacaba a pescar.  Eran historias muy raras sobre la pesca de las ballenas.  Un día, me trajo a este lugar, marcó una cruz en el diente de perro y me pidió que si alguna vez nos faltara podía encontrar enterrado algo así como un talismán -hizo una pausa para entregarme la navaja y recuperando el aliento, continuó-: somos una estirpe de hombres errantes. Tu padre no quiere comprender y cree que puede escapar a las fuerzas del destino, pero tú ya no podrás.  Tú debes emigrar tras ellas.  No tienes tierra sino mar.  Ese horizonte oscuro es nuestro único y seguro origen. 
     Después de escuchar aquellas palabras sentí que estaba varado en aquel lugar.  Ellos nunca más volvieron juntos, sentados él y mi padre, antes esta cruz de madera, -como ahora lo hacíamos nosotros- rogaban para que el mar les devolviera sus restos.
     Tomé una lata de cerveza desgastada por los bordes y comencé a llenarla con cuanto allí había: fragmentos de una botella ámbar, de coral, de hueso de pescado y otros desperdicios hasta rebosarla.  La puse al pie de la cruz y nos despedimos, una vez que le dije, con la mirada perdida en algún confín del oscuro horizonte:
     -Bajaría hasta el fondo, pero debo tener paciencia y no hundir mi barco. Mientras pueda buscaré otro rumbo, no me estrellaré en tierra firme, porque invocaré con tu nombre a los vientos y echaré de las jarcias y las velas como un buen capitán.  ¡Respóndeme maldito viejo!  Acaso no ves que no sé navegar -pero las olas en su ir y venir ahogaban impasibles mis sollozos y el viento que aligeraba mis lagrimas hasta secarlas nunca dejaron saber a mi tío, si lo que yo quería era llorar o reír. 
     De regreso a la casa por el camino de La Boca, nos tropezamos con mucha gente que comentaban la noticia acerca de una ballena jorobada que había aparecido muerta.  Los pescadores se pasaban como hormigas la voz de una punta a la otra del pueblo y como ellas, también cargaban en sus jolongos los restos del pez muerto.  Mi tío me pidió que no le contara nada de lo sucedido a Yolanda, dejando entrever, que eso era un asunto de hombres.  Un pacto entre pescadores, como él lo llamó. 
     Cuando nos acercamos a la casa vimos a La viuda que avanzaba muy agitada. 
     -¿Se enteraron?
     -Sí -respondió mi tío, y me adelantó una seña cómplice con la mano, mientras balanceaba el paquete donde llevábamos a la abuela.  Aquí adentro tengo parte del lomo, Ofelia. 
     -Me han dicho que lo que hay allá abajo, en la costa, es un peje gordo.
     -¡Ballena, carne de ballena! 
     -Pero en esta zona no es frecuente ver ese tipo de pez.  ¡Por Dios!, yo nunca he vendido de eso.  A lo mejor va y nos trae mala suerte.
     -Bueno, no es para tanto Ofelia, la gente lo que quiere es comer.  Deja la superstición a un lado y ponte para el negocio que esto es en grande -sacó un trozo del congelador y poniéndolo sobre la mesa, le dijo-: está curada de un modo especial.  Seguro no la comiste así.
     -Ya ni me acuerdo, hace tanto tiempo que no pruebo la carne..., y menos la de la ballena.  ¿Pero tú cómo conoces de eso?
     -No, claro que no.  Nunca antes la había comido, pero ya sabes que mis padres sabían mucho sobre las ballenas.  Además hoy fuimos de los primeros y ya vez -mi tío le acercó una vasija rebosante de esperma y ella, después de olerlo dijo:
     -Sí, eso es sangre de Ballena.
     -Ámbar gris, -repuso mi tío-.  Te aseguro que si la vendes así tendrás de cliente de por vida a todo este pueblo.  Es un condimento afrodisiaco para las comidas.  Te voy a dar un pedazo, pruébalo y luego dime que tal sabe. 
-Alberto, ya te dije que no vendo ni como ballena.  La comí hace muchos años cuando todavía tu eras un niño y tu padre le regaló un pedazo que trajo del barco a mi marido.  Al otro día, los sorprendió un norte a dos millas de la costa, y murieron ahogados.  ¡Hay por los fuegos San Telmo que Dios nos proteja allá arriba! -y diciendo esto con una mano en la cabeza, metió con la otra un paquete en su jaba.
     Aquel mismo día, mientras un grupo de pescadores corría el rumor de que una ballena había aparecido moribunda en la costa, Ofelia y mi tío -adelantándose a la noticia que no demoraría mucho en llegar a La Boca- vendían los paquetes de carne que luego de ser curada con ámbar gris, pasaban de puerta en puerta, ayudados por las manos invisibles de La viuda. 
     Pronto comenzó a correr el tufillo.  El aroma que salía de una casa entraba en otra, ayudados por el viento, los pedazos de mi abuela fueron devorados con suma rapidez.  El hambre y la curiosidad hacían migas del período especial.  Sólo cuando el periódico, la radio y la televisión hicieron un paréntesis en las noticias políticas para dar a conocer la presencia de tan exótico pez en las aguas del litoral, los pobladores de Jaruco -aún risueños- confundían su paladar entre el jugo y la sal que provenía de esta carne. 
En la villa de Jaruco se llegó a creer que sanaba a los enfermos, y más de uno, le adjudico propiedades mágicas.  Hasta el bar del pueblo cambió de nombre y fue bautizado con el de “Potemkín”. 
     Si la intrepidez de un fotógrafo no hubiese bastado para captar desde el otro lado de la bahía, con el muro del Malecón al fondo y la cola hundiéndose en el agua de este acorazado, les seguro que entonces, los gritos que se escucharon aquella noche en el bar habrían arrebatado para siempre los titulares a la noticia. 
     -¡Un Potemkín! ¡Dos Potemkím!...-ordenaban a voces en el bar aquellos pescadores que jamás habían visto la película del afamado director ruso.
     No cabía dudas, de que el maravilloso caldo de ballena aumentaba la virilidad en los hombres y aviva un raro fuego interior en las mujeres.
La llegada de tan extraño pez puso en alarma a las autoridades.  No era frecuente que las ballenas recalaran en el litoral norte.  Tal vez por eso, la noticia de “¡Un suicidio!...” fue tan alarmante cuando apareció al día siguiente a toda página, con la foto.  Dado su estado de putrefacción hubiera podido desatar una pandemia -según diagnosticaron los especialistas, algo después-, pero todavía el hecho era demasiado reciente para que fuera investigado.  El caso no paró hasta que La viuda fue llevada a juicio como la principal culpable.  ¿Pero a quién se encerraba tras las rejas, como responsable del crimen?  Desde entonces, el caso ha seguido abierto.
     Hoy, dos años más tarde, he vuelto al pueblo.  Mi tío me ha pedido con insistencia que ya es tiempo de bajar a la costa y consultar con el abuelo. Pronto el viento del norte cambiará el rumbo de las corrientes y las aguas calientes del golfo se llevarán sus restos. “...es hora de que termine todo esto -me ha dicho-, y que recojas lo que él nos ha dejado allí...”
     La noche, a pesar de que parece por momentos hundirse en el mar, despunta en una estrella y aclara el camino.  El murmullo de las olas y el sabor a sal es cada vez más fuerte, pero entre tanto, levanto la vista por encima de mis hombros y creo sentir cerca unos pasos como si fuese él quien  lentamente me llevara hasta la cruz.
     -Es inocente Sr., La viuda es inocente -dije de manera enfática ante el juez.  La ballena al llegar a la Boca cumplió nuestro designio.  Sin lugar a dudas, nosotros fuimos los únicos culpables, porque la abuela siempre pensó que la llegada de ese animal sería su fin.  Al matarla, ella tenía que ser repartida “como carne cualquiera entre la gente” y eso hicimos, para cumplir con su palabra: “Solamente así -decía ella-, respetando la memoria del abuelo, un pueblo de pescadores puede sobrevivir, si la gente se entrega a Dios, él se apiada de "más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda".  El hambre trajo el peor de los males, señor juez, sin distinguir a derecha ni a izquierda.  Y por eso la abuela quiso que cumpliéramos con nuestro destino.
     -¡Aquí está su corazón!, ¡esta es la prueba! -y mi tío sacó de aquel bulto, apretado con hilos de nylón, otro cubierto por capas de periódicos con las fotos y la noticia del día del crimen de La Ballena.  Claro, nadie quiso entonces creernos, ¡cómo iban a creer en una piedra!  El corazón se había vuelto una piedra de coral, donde estaban incrustados sus restos y en el que aún se podían ver, entre las hojas secas, manchas de sangre.
 

Viñetas de Rolando Davidson

El pintor

galeónUna gota amarilla de rocío, sobre una amarilla flor, bajo los rayos del sol amarillo... Desde la ventana que enmarca la vida hasta el lienzo de apremiante blancura; desde mis ojos deslumbrados hasta mi ávido corazón ...  ¿Qué infinitud de prismas insidiosos ha de atrevesar aquella gota para readquirir su rubio esplendor en el lienzo virgen?
 

Por sobrarle tiempo

lo fue regalando y, cuando vino a ver, se quedó sin ninguno. Viéndose ante La Muerte, suplicó: - Si no días u horas, concédeme al menos unos minutos, para despedirme de la vida en paz. La Muerte comprensiva lo miró, y le dijo: tendrás todo el tiempo que desees: el infinito tiempo de la muerte. 
 

Voy marchando

en la formación. No hay modo de salirse de ella. Las uniformes filas parecen infinitas en todas direcciones. Esperanza no me queda ninguna, solo un incierto consuelo: la posibilidad de que cada vez que cambio bruscamente de fila, algún soldado, al borde del tiempo, vaya a parar, de carambola, a la eternidad.
 

El duelo

Atlasentre el optimista y el pesimista culminó, como era de esperar, con la victoria del primero, quien se había presentado con paso firme, trayendo consigo, tal papalote, un límpido cielo azul, que dispersó las negras nubes creadas por los presentimientos de su adversario, quien lo esperaba con los brazos caidos, el sable entre las piernas, cabizbajo; quien luego del duelo, muerto ya, en similar postura, vió marcharse al vencedor con un brillo extraño en los ojos: también él había vencido.
 

Tiempo

Camino penetrando la pared de aire del futuro, con una esperanza bastante escéptica y cada vez más ambigua, divisando a lo lejos, en medio de la bruma, las parpadeantes lucecitas de lo que habrá de acontecer, que pronto se apagarán para unirse a las sombras que crecen a mi espalda.
 

Después de la lluvia

joven cubanoLlovió largo rato; hasta que quedé teñido de azul. Asustado de mi nuevo color, pero con una inexplicable esperanza, corrí hacia el sol, que resurgía entre las nubes. El sol contempló impasible mi color y mi gesto implorante y, corriendo una cortina de nubes ante si, se desentendió de mi sufrimiento. Un hombre que pasaba se detuvo entre asustado y sorprendido.
 -¡Santo Dios! -exclamó-  ¿Acaso has caido del cielo, muchacho, que tienes su color?
Ya no pude contenerme; prorrumpí en desesperado llanto. Otros hombres y mujeres fueron acercándose y me rodearon. El sufrimiento iba abandonando mi corazón en forma de azules lágrimas, pero hubo de volver definitivamente cuando una mujer, a modo de explicación a otra que recién llegaba, dijo así, en tono compasivo, no exento de veneración:
 -Es un ángel que llora porque ha caido del cielo.
 
 

Viñetas de Lisette Alfaya
 

El baño

¿Te diste el baño como te dije? Claro, ya sé que con lo'espacioso' que eres podrás sólo sentarte. En cambio yo puedo meterme en la mía de los pies a la cabeza, abrir las piernas, arquear el tronco etc. Bueno, a pesar de todo alguna ventaja tenia que tener yo, ¿no? Estuve estudiando la posibilidad de usar la bañera contigo, y después de unos minutos con la mente y el
cuerpo 'recalentados', las caderas se me fueron al baño de casa donde todo es mucho más espacioso.
En realidad, en Cuba la gente suele ducharse mucho por el calor. Así quedibujo de Ramón Alejandro no usaba la bañera con frecuencia, al menos no la de mi baño, aunque sí que bajaba de vez de cuando al cuarto de baño de abajo, el que en casa le llamábamos "el baño de mami". Mi madre siempre ha sido un poco maniática con la limpieza y luego había que dejárselo todo impecable...Pues allí me fui, después de ver que entre ecuaciones y empujones no resolví meterte en la bañera de este flat de cartón.
Este baño nunca ha tenido mucha luz. La lámpara del techo siempre tiene problemas. El tocador tiene 12 bombillas, las que mi madre nunca nos dejaba usar por el gasto de electricidad, pero nos dejaba encender en las noches uno de los tubos que rodean el botiquín, esos que antiguamente eran de neón. Para serte honesta, pocas veces logré ver realmente los dibujos de los azulejos catalanes que forraban las paredes del piso hasta el techo, o los picaportes de los armarios llenos de espejos. He abierto la ventana de encima de la bañera pero la luz aún no es suficiente... 
Entonces pensé en algunas velas, eso velas. No puede haber peligro de incendio siempre que estemos cerca del agua.
¡¡¡Coño!!! Aquí no queda un puto candelabro o palmatoria, se vendieron porque eran de plata. ¡Ah!, ya lo tengo, botellas vacías. Podemos poner las velas en botellas vacías. Ya está. Ahora te puedo ver la interesante protuberancia que como una consonante fricativa crece con pequeños y extraños sonidos dentro de mi boca.
Tengo muchas ganas, y temo que a esto se le acaben las pilas y me quede con dolor de cabeza toda la noche.
No puedo darme ese lujo, tiene que ser rápido. Me he sentado en el borde del segundo escalón y el nivel del agua me queda justo debajo del clítoris. Con las rodillas puestas en el segundo escalón me alzas las piernas, me levantas un poco el tronco hasta dejarme caer sobre tu superficie engrandecida. Tienes que parar, doy un pequeño salto casi un movimiento brusco... quiero que sea así, es que a veces me gusta mucho más por detrás... Me cruje la piel mientras me toco donde más siento y después de unos minutos el orificio deja de hacer resistencia. Yo sólo te veo salir y entrar; todo se me ha llenado de luces, se me ha ido la cabeza hacia atrás y en un grito de desesperación se me desploma el cuerpo de ganas.
Ahora te sientas en mi escalón y trato de meterme en la boca todo lo que hay entre tus piernas. El miembro se ha puesto muy duro y late hasta llenarme las cuerdas bocales con el brebaje blanco...
Ahora te dejo y debo recordar que se me han terminado las baterías esta noche...
2 besos, tu Lisette 
 

Guayaba

Me gustó hablar contigo hoy, te oías como muy ‘a punto’. Parece que a ti el cansancio te pone bien. Yo tuve un día largo. A medio día una cita en otra
agencia, esta vez el test fue todo dictado e incluía problemas simples de aritmética, igual me llamarán cuando tengan algo más al centro de Londres. No puedo viajar 3 horas por día, eso te lo he dicho antes. Luego me fui al sex shop, el sueño de hace dos días me sugirió otra clase de artefactos. Esta vez fui a una shop diferente, pequeña y por fatalidad estaba llena de tíos. Me di cuenta justo cuando había bajado las escaleras; miré a mi al rededor y no había una sola felina.
Claro que puede ser difícil esta situación en una habitación de 5 x 4 (metros), pero yo tengo mucha ‘tabla’ así que fui a ‘lo mío’ sin importarme quien pudiera o no mirarme. Pagué y me fui tan pronto pude. El sueño fue contigo, creo que era la cocina de casa, no esta sino mi casa de Cuba, aunque en el sueño no estaba consciente de ello recordando ahora todo era
muy parecido.
dibujo de Ramón AlejandroEs una habitación de unos 25 metros cuadrados, el techo queda a casi 5 metros de altura, tiene ventanas rectangulares y una puerta de dos hojas
que da al patio, la que en mi sueño estaba abierta. La mesa de madera dura esta justo en el centro rodeada por 4 sillas y una banqueta. El resto de los muebles hacen una L que termina en un corredor pequeño que conduce al comedor. A un costado de la puerta un refrigerador antiguo color amarillo canario.
Yo trataba de enseñarte como se hace un pastel de guayaba. Salí al patio por las frutas con una tinaja llena de agua y después de cortarlas le añadí el
azúcar tomando la proporción de un  libro de mi abuela y ajustando la cantidad exacta en la balanza. Observabas sentado con un brazo sobre un paquete de harina. De pronto me vi sentada sobre la mesa con las piernas
abiertas, mientras metías las manos debajo de mi vestido y te quedabas con mi calzón entre los dientes.
A mi izquierda una fuente mediana estaba llena de mermelada y justo como lo había imaginado fuiste llenándome el cuerpo y abriéndome los botones del vestido hasta que este quedó como un mantel. Igual que se rellena una torta llenaste todos mis huecos del meloso ungüento, el que luego extraías con la lengua, las manos y todas tus protuberancias. No tengo una idea muy clara de cuando te desnudaste, pero te recuerdo encima de mí lleno de mermelada hasta los ojos con las piernas abiertas y yo con la boca llena
de tus dos bolas tan rojas como dos cerezas.
Te pusiste de pie y me halaste hacia ti por los tobillos hasta que media espalda quedo colgando de la mesa. Me pusiste las piernas sobre dos sillas y después en tus hombros. Me separaste con las manos las dos tapas y me fuiste entrando por detrás, mientras manipulabas un pequeño ‘vibrador’ por el primero de mis huecos y yo me tocaba  el clítoris suave aunque
desesperadamente, y grité y todas las ganas salieron de mí como un chorro de mermelada, casi el mismo chorro que me cayera en la boca mientras yacía de rodillas con la cabeza recostada  a la mesa.
 

La vaca

Con mi cansancio habitual estaba sumergida en la  lista, bueno en la problemática lista de las  suscripciones españolas. Casi cayéndome del  sueño  que me proporcionara un bocadillo frío de M&S oigo sonar el teléfono. Era la línea directa y la llamada venía del switchboard en Southwark Bridge.

Lisette speaking. May I help you?
Do you speak Spanish?
 — Yes, I do.
 — Fluently?
 — Yes.
 — That's great. I got somebody on the line but I cannot understand a word of what he’s trying to tell me. Can you help?
 — Of course.
 — Cheers....

Imaginé que alguien buscaba algún dato sobre un artículo publicado o ese tipo de cosas que ya me han pasado antes. Pero para mi sorpresa un catalán algo más que eufórico fue quien de repente apareció del otro lado de la financiera línea.

 — Financial Times. Buenas Tardes.
 — Oye, que voz más bonita tienes- dijo el tal en un tono muy jocoso-. Te llamo de Barcelona.
 — Buenas tardes. En que puedo ayudarte.
 — ...em, es que estábamos en una fiesta del pueblo ayer, tú sabes - decía mientras su voz esperaba de mí una sugerencia a su relato-. 
 — Aja. - le dije mientras se hizo un segundo de silencio-.
 — Bueno, que nada. Estábamos en la fiesta y un amigo vino con una botella de Champaña y al destapar el corcho se ha 'pillao' la vaca.
 — Perdón. ¿Qué es lo que se ha 'pillao'?- le dije con el más absoluto asombro-.
 — Pues, mi vaca.
 — Me explicas otra vez, porque hijo no te entiendo. A ver, ¿qué es lo que le ha 'pasao' a la vaca?
 — Que el corcho le ha abierto un agujero en la cabeza y la ha 'matao'.
 — ¿Tu vaca?.¿Qué la ha 'matao' un corcho de Champaña? Perdona, pero es que esto es el Financial Times. ¿Qué tiene que ver esta historia con....?
 — Es que pensamos que sería bueno contactar algunos periódicos famosos y tratar de vender la noticia. Ya lo hicimos en Francia y con algunos periódicos locales.
 — Bueno Pues, lo único que puedo hacer por ti es pasar la noticia con tus datos a la oficina editorial. Te doy un número de fax +44 207...
 — No, a mí dame tu móvil guapetona.
 — ¿Qué? ¿Mi qué...- le dije llena de confusión-.
 — ¡Tu móvil guapa!
 — No tengo móvil.
 — Oye, pero como trabajando en el Financial Times no tienes móvil. Vamos guapa, dame el número.
 — Que te dije que no tengo.

En este punto pensé: ¿será esto cierto? ¿Me está pasando a mí o es una especie de ilusión? ¿¡Qué coño dice este!? y ¿qué tengo yo que ver con su puñetera vaca. Ya quería colgar, pero por esas cosas raras le dije:

 — Mira, te doy mi número directo y tú llámame después que pases el fax, vale?
 — Vale, guapetona. A ver, dame el número
 — 44 para Inglaterra, 0207 873 40000.
 — Vale, te llamo después que pase el fax.

Colgué el teléfono y me entró un ataque de risa. Estas cosas sólo pueden pasarme a mí. Con la intención de ponerme on make busy e ir a tomarme
un café, hago un giro en mi silla. Cuando siento que Tam, una inglesa que ha pasado una buena temporada en Mallorca, dice en un español bastante tímido.

 — ¡Ah! ¿Quieres hablar con Lisette? Espera, que te la paso.

Ahora me sonaba otra vez el puto teléfono. ¿Quién podía ser a la 1:30 de la tarde? Seguro que Inma, de la distribuidora de Madrid. Nada, que otra vez  se le ha hecho un berenjenal la start/stop list. O tal vez un tal Mr. Bolodrino, que sólo hace quejarse y hablar mal de España y de la distribución en Madrid, uno que llama al menos una vez por semana.

 — Financial Times, good afternoon. Lisette speaking. Can I help you?
 — ¿Qué?, ¿qué?...- dijo la voz del muy imbécil-. ¿Eres tú la de hace un rato?
 — Sí. Y tú eres él de la vaca.
 — Sí, somos los de la vaca.

Entonces hubo un eco raro seguido por unas voces en el background. Esto ya me olía feo. Hum, esto está muy extraño, pensé. Pero mi obstinado interlocutor no me dio tiempo de pensar que todo había sido una broma de 'mal gusto' de un grupo de ociosos que no tendrían mucho que hacer durante la siesta.

 — ¡Felicidades! Te llamamos de radio 4 de Barcelona. Has entretenido a 36 millones de españoles. ¿Cómo te llamas? Por el acento sabemos que eres cubana.

No lo podía creer. Esto sí que es un absurdo, ¡y que me pase a mí! ¡Qué ironía! ¿Es que no pudieron escoger a cualquier otro?...

 — Me llamo Lisette.
 — ¿Cómo? ¿Elisa?
 — Dios mío, Lisette... ele, i latina, ese, e, doble te, e. Lisette
 — Aquí estamos, y queremos decirte que lo has hecho muy bien.

Entonces se oían aplausos y voces: ¡Sí!, ¡sí!, ¡muy bien que lo ha hecho!, ¡muy bien!.... ¿Cómo era esto posible? Nada más que me dio por reírme. Como podrás imaginar, esto sí que es algo inesperado para cualquiera, y más un viernes a esa hora.

 — ¿Nos puedes decir que hace una cubana en Inglaterra?
 — Estoy aquí como estaría en cualquier otro sitio.
 — Ah! Te has 'molestao'
 — No, no estoy precisamente molesta, pero sí confundida.
 — ¿Hace cuanto tiempo que estás allí?
 — 7 años.
 — Vaya.......Bueno, te paso con el de la vaca. Muchas gracias y hasta luego.
 — Oye guapa, que ya no estamos en el aire. ¿Me das tu móvil?
 — Oye, pero ¿es que tú eres así de insistente siempre?
 — Pues, hombre, no veas tú lo insistente que soy.
 — Que no tengo móvil te he dicho.
 — Vale, pues te llamo a este otro número.
 — Te tengo que dejar. Todo ha sido muy divertido, pero estoy algo ocupada. Hasta luego.
 — Hasta luego.

Dos besos

Pensé que ya te habías olvidado del asunto pero ya que preguntas es mi misión, nada italiana por cierto, el revelarte la razón de este 'binomio perfecto'. La teoría que te voy a revelar es fruto de mi razonamiento profundo, aunque he de admitir que su esencia se halla en hechos y eventos físicamente constatados.
La sociología moderna, querido Antonio, ha sacado a la luz la peculiar dibujo de Ramón Alejandrodefinición de que los varones de nuestra especie son fundamentalmente bicéfalos. La vieja palabra griega sugiere a la interpretación que dicho animal es poseedor de dos cabezas.¿ No estarás en desacuerdo?
Lo terrible del asunto es que se haya mal interpretado el papel de dichos órganos por tantísimo tiempo. Tú, como cualquier otro varón eres poseedor de dos cabezas. ¿Cierto? Una pequeña condenada a la oscuridad casi
total que piensa día y noche en la felicidad del prójimo; y otra grandota y peluda que no hace más que imaginarse sandeces.
Como buena cristiana, siempre trato de reconocer el verdadero valor de las cosas, sobre todo de aquellas que están confinadas al anonimato perpetuo. Esa cabezota grade, pretenciosa y altanera en toda su luz se ha llevado por años todos los besos y elogios que de una manera u otra te han pertenecido. Nadie nunca se acordó de reconocer el apremiante esfuerzo de esa 'pequeña criatura' que tanto placer has visto dar alguna que otra vez. Por eso querido Antonio, sin temor a ofenderte porque sabes que estoy en lo justo, he decidido enviarte 2 besos cada vez. Sé que en realidad es muy poco para esta pequeña de tan estoicos sacrificios dos mis electrónicos
besos, pero al menos ya tienes idea de que tal reconocimiento publico es posible. Es la 1:07 y mañana me espera un día bien largo.
Cuídate y como siempre 2 besos. Lisette