Cada 15 de noviembre, hacia la medianoche, los habaneros van al
Templete
para festejar un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad.
Al llegar al Templete, dan tres vueltas a la ceiba y piden un deseo.
Ahora
tú tienes la oportunidad de hacer lo mismo. Habaneros por
voluntad,
por derecho de nacimiento, o por cualquier otra razón, ha
llegado
el momento de reafirmar nuestra fe en la ciudad, nuestra
determinación
de disputársela a los huracanes de la historia, y de fundarla
otra
vez donde quiera que la noche nos sorprenda.
La Habana Elegante -- que ha hecho ya
una
tradición de esta
peregrinación virtual -- abre las puertas de su Templete para
que
todos juntos festejemos el 485 Aniversario de la Fundación de La
Habana. A partir de este año dedicaremos nuestro Templete a las
calles de la ciudad, a sus edificios más famosos, a los hechos
que le dieron renombre, a sus costumbres.
Teatro Principal
Cuando se detiene el viagero en
presencia de la estraña fachada del teatro principal de la
Habana no podría ciertamente figurarse que se hallaba en frente
de un edificio en que se rinde culto a las bellas artes. Tan
estraordinaria arquitectura le da un semblante especial que pueden ver
nuestros lectores en la adjunta lámina. El Teatro se encuentra
en el estremo de la llamada Alameda de Paula que, dando con el Hospital
de S. Francisco de Paula con el un cabo, liga el placer y el llanto el
juego con el dolor, los chistes de Moreto y de Breton con los ayes de
los moribundos, la vida con la muerte. ¡Y cuán exacto
está el retrato del mundo en este contraste! Ancha y limpia,
accesible es la vía que conduce del un estremo hasta el otro:
así resvala ligera la existencia en los diversos instantes de
una vida tan variada por los encontrados acontecimientos.
El teatro principal no ofrece este contraste
único; su severa y desgraciada construcción
cuyo conjunto
le da bastante semejanza con un buque con la quilla al cielo, nos trae
a la memoria que ese lugar frecuentado hoy por la gente de tono, por la aristocracia
de sangre y de dinero fue el humilde albergue de un hombre que
vivía con el sudor de su frente y lo que es ahora un teatro
fué antes un Molinillo.
Las escrituras antiguas todavía designan con el nombre del Molinillo la localidad que hoy
ocupa el teatro en la calle que cruza del
convento de nuestro padre y Sr. S. Francisco hasta la hospitalidad de
mugeres enfermas, como decían los devotos escribanos y
habitantes de la Habana.
La primera vez que nos habla la historia de un
teatro en Cuba también encontramos otro contraste pues vemos
como empresaria á la Casa de
recojidas. Las mujeres reclusas eran interesadas de esta manera
en los progresos del teatro y no faltaria algun anciano de balandran de
saraza, senda peluca y patriarcales costumbres que viese también
al teatro fomentando la casa de reclusas.
Trataban de fundar una casa de Recojidas en la
Habana y entendiase en ello habiendo destinado el gobierno 1500 pesos
anuales para su sostenimiento de las temporalidades embargadas a los
individuos de la compañía de Jesus. Faltaban los medios
no solo de concluir la fábrica, sino de dar estabilidad al
instituto y entónces fue que el marques de la Torre, de
feliz
recordacion para los habaneros, propuso á los habitantes de la
Habana la idea de construir un coliseo cuya propiedad fuese de la casa
de Reclusas y el cual se edificase con prestaciones de los vecinos por
via de anticipacion ú ofrenda gratuita. Los vecinos eligieron el
segundo estremo y habiéndose reunido 3289 pesos se
comenzó la obra que se entregó concluida, solemnemente en
1776 á D. Luis Peñalver director de la casa, en nombre
del marques de la Torre y pueblo de la Habana.
La espresion del proyecto del marques de la Torre
en los finos términos de su discurso honra tanto al ilustre gefe
como al pueblo á que se dirigia. No es de este lugar su
insercion y solo á nuestro objeto cumple el saber que antes de
esto se hacian las comedias
en una casa particular. Tambien se ejecutaron algunas en el campo de
Marte á las cuatro de la tarde alumbrados nuestros padres por la
lámpara del universo, por el sol que vale ciertamente por todas
las luces del teatro inclusas la del teatro Fenice de Venecia.
En los tiempos más cercanos a nosotros, del
marques de Someruelos, se elevó el teatro al estado de poderse
citar como digno de un pueblo rico y culto: verdad es que no podemos
compararle con la Scala de Milan, San Cárlos de Nápoles
ni otros por este órden; pero es bastante su amplitud para que
pueda figurar entre los mas estensos de segundo órden. Se halla
pintado con gusto en lo interior y en la parte superior del escenario
se leen las siguientes palabras:
"Instruye y amonesta deleytando"
Hoy es propiedad del Ayuntamiento de la
Habana el edificio. Estuvo alquilado por un empresario que abonaba 250
ps. mensuales por él. Despues una sociedad de individuos de la
nobleza se propuso ocurrir á su conservacion reparándole
en los términos correspondientes y por esta razon y los
considerables gastos que tuvieron que hacer se les concedió el
uso del edificio por cinco años renunciando el ayuntamiento la
pension. Mas advirtióse la necesidad de construir una pared
costosa y se aumentó el plazo á siete años. En la
actualidad don Francisco Marty es el empresario y ha sucedido á
la sociedad en sus derechos y acciones. El teatro está cargado
con la pension mensual de 20 pesos á favor de la casa de S. Juan
Nepomuceno de las Recojidas. En este teatro se dan las funciones de
ópera con especialidad y es fama que la asistencia del concurso
es siempre mas escojida. El producto de las funciones de ópera
varia por las circunstancias naturales en este género de
especulaciones. En la época en que tenía el teatro un
empresario particular la noche que tuvo mas producto fue de 700 pesos
de entrada y 400 pesos de abono.
No sabemos si en el dia serán mayores
los proventos: creemos que no porque los costos de la conduccion de una
compañía de Italia, y otros han exigido el aumento de
precio en localidades y entradas y esto disminuye el concurso,
produciendo una pérdida de consideracion en la temporada.
No siempre resuena el melodioso acento de
Italia en el teatro principal, ni se reduce á variarle con los
lindos versos de Breton de los Herreros y plegarias del Trovador: su
techumbre ha vibrado con la algazara de las máscaras, las bromas
de los disfraces, el torbellino de desencadenada alegría.
Cuando no se habían vulgarizado los
bailes de disfraces entre nosotros recuerdo que asistí á
uno en este local. Yo estaba entónces en el calor de la edad
primera, acababa de soltar un periódico en que había
publicado unos versos á la nueva era que Cristina abrió
á España, en aquel dia ninguna idea melancólica
cruzaba por mi frente cuvierta con antigua y dorada armadura, bromeaba
con mis amigos.... para colmo de felicidad la que es hoy mi esposa
apareció ante mi, pude hablarle sin ser conocido y estaba
satisfecho. -- ¡Pero cual instable es la dicha! Cuando
penetré en el salon del baile busqué á un amigo
á quien habia citado el dia anterior, cuando penetré en
el salon del baile.... eran las doce de la noche, busqué al
poeta que habia cantado con migo los himnos de ventura que nos
inspiraba la época de las mejores sociales de España,
cuando cansado de buscar á mi amigo me sente al lado de un
conocido, tambien poeta y hoy difunto, y le pregunté por el que
buscaba esclamó. -- "Tu amigo: ha muerto... hoy á las
cuatro de la tarde." Alcé la vicera del casco que cubria mi
cara, mis ojos brotaron lágrimas copiosas y aquel baile me
pareció el infierno. Efectivamente Cintio habia sido arrebatado
por el colera.
¡Ah! esta impresion que abre ahora
mismo mi alma al sentimiento se ha deslizado de mi pluma porque
está harto fija en mi corazon! los que teneis un alma no
embotada con los golpes del desencanto disculpareis que el pobre
escritor tenga el placer de llorar el recuerdo de un amigo porque es el
único que puede tener en su memoria.
Brillaba hermosa la luna en un cielo que no
puede ser ni aun comparado con otro alguno, azul, sereno, cubano en
fin: recorrian los disfraces la estensa alameda y yo me confundia con
todos los grupos y me dejaba arrastrar de todas las oleadas hasta que
el Ave-María me
reuniese con mi compañero de baile que á la sazon bailaba
con una linda compañera agenos a mis cuitas.
¡Oh! si mi alma hubiera podido ser
suceptible de contemplar por el lado ridiculo los objetos en aquellos
instantes, yo hubiera recojido observaciones interesantes; pero yo no
veia mas que disipasion en la alameda, oia la orquesta del teatro y
fijaba mis ojos en el hospital de Paula.
En donde se une la alameda á la muralla
que abraza el hospital y entre aquella y este, existia entónces
un edificio de madera en que se espendian bebidas y refrescos, se
jugaba al dominó y villar, y se respiraba el aire de la tarde
bajo verdes enramadas que salpicaban perennes flores amarillas.
Allí me detuve sentado en un banco de madera y creia que estaria
tranquilo; pero á poco rato una comparsa de fingidos marineros
armados de botellas y guitarras y acompañados de varias mozas
situaron cerca de mí sus reales. Recostado el un codo en la
pared del hospital y punteando la guitarra dirigía la
báquica cancion el uno, mientras bailaban los demas, quien con
castañuelas, quien sin ellas. En el estado de mi espíritu
pude comprender todo lo que hay de horrible en tan disipados goces.
Veia muerta el alma de aquellos seres á la misericordia. Escojer
las cercanías de un hospital para entregarse á tales
escenas me pareció espantosa impiedad. Casi me parecia oir las
quejas de las enfermas y el acento de sus ayes por entre el ruido de
las voces é instrumentos. Contemplaba los crudos tormentos de
aquellas infelices que pasaron su vida en torpes deleites desgarradas
con los recuerdos de lo pasado, los padecimientos físicos del
presente, las penas de un negro porvenir. Pero yo haria demasiada
estensa la historia de mis impresiones en aquella noche terrible, y aun
cuando en hacerlo no infringiria el plan que nos hemos propuesto,
padece demasiado mi alma cuando renuevo la memoria de sus emociones.
A la luz de estas indicaciones el lector se
persuadirá de que un baile de máscaras es aquí
como en todas partes y ofrece las mismas escenas: pero es tal el
carácter de los habaneros que en las últimas funciones
apenas se vieron disfraces pues casi todas las personas decentes
asistieron de sala,
principalmente en el teatro.
Ya hablaremos en otra ocacion del otro
edificado por el Sr. Marty. Este individuo es digno de nuestros elogios
por el arrojo con que acometió tan colosal empresa. Pocos
ejemplos habrá de un particular que lo haya verificado. El
teatro de Oriente de Madrid se ha construido con fondos de la Nacion;
el de la ópera cómica de París le ha auxiliado el
gobierno con mas de doscientos mil francos; el de Génova se
construyó por el gobierno vendiendo los palcos y aun le cuesta
su sostenimiento: aquí un hombre se atreve á poner manos
á la obra y tiene la fortuna de conseguir su objeto.
Antonio Bachiller
tomado de: Paseo pintoresco por la
Isla de Cuba (p., 37-42)
Miami: Herencia Cultural Cubana / Ediciones Universal, 1999
Se
inicia el paseo
Cada octubre ya es manía
esta de Morán Francisco
de crear un levantisco
afán de ciudadanía
habanera: cofradía
que insuperable creímos,
pero con el tiempo vimos
que el Templete desvanece
su bravura... y decrece
en el ser toda porfía.
Jesús
J. Barquet
Toco tu tronco, ceiba,
y sólo pido un deseo:
líbranos del mono y del caballo.
Amén
El Guajiro de Manicaragua
Una ceiba es una ceiba una ceiba,
a menos
que algo la convierta en Templete
Félix
Lizárraga
¿Alguien puede decirme cuánto falta para llegar?
¿Es verdad que ahora si no le ponen dimes a la ceiba
no le concede nada a uno?
José Ferrero,
New Jersey
Brega con Mamá Umbo; brega con Chola Wéngue; con
Mamá Kéngue; con Tata Fumbe; los Tata Guane. Encuyo
Guatirimba, para que Cuba sea siempre el hogar bendito de todos sus
hijos —muchos ahora en el exilio— que tanto la aman.
Un beso para ti,
Mariela
1854
Los altos techos, las habitaciones espaciosas, las inmensas
ventanas abriendo sobre balcones bañados por la
luna, le ofrecen
a los bailes y veladas de la Habana un aire de reposo y amplitud, que
les hace aparecer más sociales y también más
entretenidas que los «jams» del Norte. Las damas, cuando no
están bailando, generalmente se congregan junto a las paredes,
mientras que los caballeros se arremolinan en las puertas, según
la costumbre aquí tenida por anglo-sajona, aunque, en realidad,
está mucho más en voga en las naciones sureñas que
en Londres o en Boston. La conversación, aunque trivial, se
desarrolla aquí más libremente, y uno no se siente
oprimido por el horror que inspiran las sobremesas en Estados Unidos.
El clima también compele a los hombres -- en particular -- a
vestirse más racionalmente, y usted jamás ve un
temperamento apacible agriado por unos botines demasiado estrechos, ni
una noble naturaleza abatida por la tiranía de un cuello duro.
Ballou. History of Cuba...
A la llamada de esta hora acudimos todos a este convite virtual, a
celebrar un año más de nuestra soñada
ciudad. A la hora siniestra, recordemos la antigua costumbre e
inventemos un diálogo imaginario los de allá y los de acá. Gocemos los recuerdos
que le quitamos a la ciudad y esperemos que las precisas leyes de este
universo nos resguarden para festejar el aniversario próximo.
Micael y Aymara Avalos, Miami
1857
Lo
primero que choca a un inglés tan pronto como entra en la
Habana, por repugnante a su sentido de libertad es la ley militar y el
sistema de espionage que
parece gobernarlo todo e influir en cada departamento de la vida social
y civil. Un aire de despotismo parece deprimir a la totalidad de la
población. La libertad existe sólo en la
imaginación. Justicia, equidad e integridad están
descartadas. La mano fuerte del poder supremo lo gobierna todo. Como
una consecuencia natural, el cohecho y la trapacería
están tolerados y reconocidos, desde el más alto
funcionario hasta el menor oficial. En todos los países donde
los servidores del gobierno se encuentran mal pagados existe la
tentación de recurrir al pillaje más o menos encubierto
como un medio de aumentar sus emolumentos: así en Cuba, como
queda dicho, los guardianes oficiales de la ley y el orden, son los
primeros en ultrajarlos.
Ningún viajero puede desembarcar sin pasaporte y
fiador. El costo del primero es de seis dólares y medio. Sin
éste -- obstenido a tan exorbitante costo -- usted no puede ir a
ninguna parte del país, ni siquiera a los alrededores de la
ciudad. En cada ferry, muelle, escalera o piedra de embarcadero, en
cada valle, vereda, callejuela, en cada hueco o esquina usted
encontrará un chaco (una especie de policía militar), con
su brillante mosquete abarrilado, su corta casaca de lino, charreteras
de estambre amarillo, y rostro azafranado.
James M. Phillipo. The United States and Cuba
Gracias a La Habana Elegante por abrirnos las puertas de El Templete.
Le daré la vuelta a la ceiba y le pediré tres deseos. El
primero: libertad para Cuba. El segundo: libertad para los Estados
Unidos. El tercero: libertad para que cada quien, en todo el mundo,
pueda vivir a su manera. Y que nadie le haga daño a nadie.
Josefa Martínez,
Miami
¡Ay, ceiba, aguanta! ¡Mira que ya falta poco! ¡No te
me caigas; no ahora, que tanta falta nos haces! Recuerda lo que
decía Consuelito: "Hay que tener fe, que todo llega". Todo
llega, o todo pasa. Es lo mismo. Por eso, aguanta como un macho, ceiba,
y no te nos derrengues.
El suplicante de Chicago
Esta noche caminaré hasta el Templete y dejaré mi ofrenda
en las raíces de la ceiba. Un saludo y mucho cariño para
todos mis compatriotas.
René Rizo, La
Habana
Nunca había escuchado eso de una ceiba y un templete virtual.
Pero, ¿a quién pudo ocurrírsele semejante locura?
Lo siento, señores de La Habana Elegante, pero todo lo que puedo
pedirle a la ceiba es que los haga entrar en razón. Aunque
reconozco que es una idea lindísima. Felicidades.
José Alberto Marino,
Boston
1860
No lejos de la Plaza
se encuentra uno de los más importantes establecimientos de la ciudad
-- la Dominica -- uno
de los cafés más
elegantes del mundo. Es lo bastante amplio para acomodar en su
salón de mármol a varios centenares de personas, y es
sitio de reunión a todas las horas del día. Tiene una
fuente en el centro rodeada de mesas de mármol de diversos
tamaños y formas para acomodar a los concurrentes. Si uno pide
un chocolate, un café, dulces o helados, o bien la
deliciosa naranja granizada o
el limón panalis, o
panetelas de infinita variedad, se lo sirven acompañado de las
bocanadas de un rico Habana o
un delicioso cigarrillo de la
mesa vecina. Todo el mundo fuma menos uno, y la presencia de las damas
no es nada -- ellas fuman
también, cuando les place. Rodeado por representantes de todas
las naciones e idiomas, se escucha una jerigonza en la que se destaca
la potente voz de los españoles, con sus entonaciones ricas
y
sonoras.
Después de haber disfrutado de los manjares de este
gran café, uno
atraviesa la calle para ver cómo se fabrican los dulces, y ya antes de entrar
comienza a percibir el penetrante olor de la guava que impregna todo el
vecindario. En este lugar funcionan máquinas de vapor para
suministrar a todo el mundo jaleas, mermeladas y conservas de todas las
frutas de la isla. El negocio con el extranjero es considerable, y las
cantidades de cajones que uno ve salir de la fábrica así
lo confirma...
Robert W. Gibbes.
Cuba for invalids
Le pido a la ceiba que me dé fuerzas y salud para
volver a ver mis hijos, que están en Cuba. Que bendiga a mis
padres por haberme dado la vida, y a este gran país por haberme
permitido rehacer mi vida, y por darme esperanza. Por último, le
pido que me guarde un lugar junto al río Almendares.
Mirta Ruiz (yo
vivía en Guanabacoa)
Ceiba, haznos más felices, que tengamos paz, y que no
perturbemos la paz de los otros. Que todos los que defienden la guerra,
se vayan a la guerra. Que no nos engañen más con falsas
promesas. Danos un poco de tu sombra, donde descansar al fin.
Aché para todos.
Maydelis de la Cuesta,
Fort Laudardale
Quien ha vivido cerca de la ceiba sabe lo difícil que es olvidar
este árbol que representa el nacimiento de la ciudad de La
Habana.
Recuerdo
que mi abuela materna decía que era muy difícil derribar
ese árbol, y que no debía cortarse, y mucho menos
quemarse. Decía que nadie se atrevía a cometer ese delito
porque derribar una ceiba se podía considerar un pecado
sentimental.
Yo tengo un árbol en el patio de mi casa que para mí
representa el reflejo de aquella ceiba que visité en El Templete
el día antes de abandonar La Habana en septiembre 1964.
Visitarla, despedirme, tocarla - porque mis brazos no alcanzaron a
rodear su tronco en un abrazo afectivo - fue para mí como decir
un hasta luego a mi ciudad natal. Allí, junto a la piel de su
tronco quedaron depositados todos mis recuerdos de mujer.
Nunca más he podido con mi presencia rendir tributo a la ceiba
de El Templete. No, todavía no he podido recoger mis recuerdos.
Pero, cada 15 de noviembre doy tres vueltas alrededor del árbol
que mantengo en mi patio, porque así también - en la
corteza de este árbol - están depositados los recuerdos
de mis 40 años en tierra de libertad.
Algún día me será posible reunir todos los
recuerdos y formar - con ramitas y hojas de ambos árboles - el
muy hermoso manojo de una vida...
María Teresa Trujillo,
Rocky Hill, Connecticut
1864
Frecuentemente pasan ómnibus traqueteantes. Tienen un
aspecto ruinoso. Según observé, uno de ellos tenía
las palabras «Jesús de
la Monta» pintadas a los lados. A ratos, un enorme
carruaje del campo pasa crujiente, compuesto, en suma, por un par de
grandes ruedas, un montón de cajas y una larga barra con una
pieza cruzada en el extremo, descansando en el cuello de un par de
bueyes, de largos tarros, parecidos a los de búfalos. Un negro
alto y encorvado, sentado sobre las mercancías, dirigía a
los bueyes con su aguijón, y miraba las cosas a su alrededor con
un aire de perfecta indiferencia. En los muros, y en las paredes de las
viejas casas, vemos, aquí y allá, carteles pintados
acerca de la próxima «corrida
de toros, el domingo en el circo» anuncios de la
ópera y del próximo sorteo de la lotería,
conjuntamente con otro anuncio sobre el monstruoso caballo americano y
otros espectáculos.
J. Hawkes. A steam trip to the tropics.
London, 1864
1865
Se inaugura la línea de carros urbanos de
tracción animal del Parque de la India al Puente de
Chávez.
1867
En las primeras horas de la mañana ya la ciudad
ofrece aspecto animado, viéndose solamente hombres (brillando
las mujeres por su ausencia); y las volantas y demás carruajes
van de un lugar a otro, cual en pleno día en nuestras ciudades.
Dirijámonos a la calle de Ricla, a cuyos lados se suceden los
hermosos establecimientos de toda clase, de joyería,
lencería y lindos objetos de fantasía, sin faltar una
curiosa tienda en una esquina dedicada exclusivamente a la venta de
cirios de todos colores y tamaños, desde el más
pequeño al que tiene aspecto de un inmenso palo de cera,
parecido a un pequeño poste de anuncios, por las inscripciones
en él pintadas; y todos se hallan a la disposición de los
devotos que quieran comprarlos. Doblando ahora, nos hallaremos en
Mercaderes, una buena calle, no tan llena de establecimientos como las
otras, pero, igualmente, lugar de comercio, donde abundan las oficinas
y almacenes. Llegamos a la calle Obispo. Ved el cuadro de vida y
movimiento que se nos ofrece. Esta es una de las calles más
animadas de la ciudad, donde se hayan los establecimientos más
atrayentes, en toda su extensión, hasta afuera de las murallas
de la ciudad, de la que se sale por la Puerta de Monserrate; el otro
extremo de la calle está en el muelle de Caballería, en
la bahía.
Samuel Hazard. Cuba with pen and pencil
Le deseo a La Habana
Elegante una larga vida, y la felicito
por convocar el amor de los habaneros a su ciudad. Es una hermosa
tradición, quizá únicamente comparable a la de
darle las tres vueltas a la ceiba. Como se acercan las navidades,
quiero desearles concordia y un feliz año nuevo a todos los
cubanos. Ojalá podamos caminar pronto, sin tener que pedirle
permiso a nadie, por las calles de la ciudad. Estoy segura de que nos
reconoceríamos unos a otros sin mucho esfuerzo. Un abrazo desde
Healeah.
Maritza Toledo
Otro aniversario de nuestra ciudad, de nuestra querida ciudad.
La Habana es para mi como la mujer amada: a medida que pasa el tiempo
lejos de ella, la queremos más y dejamos de verle los defectos
que pudo tener.
Carlos García,
Republica Dominicana
Se acerca otro aniversario y otra vez los recuerdos. Todos los
años cuando mi hermano y yo éramos
pequeños
nuestra madre nos hablaba de lo que representaba el 15 de noviembre
para la ciudad de La Habana. Sabemos que mi mama escogió esa
fecha para iniciar su vida matrimonial con nuestro padre y que juntos
fueron a dar las tres clásicas vueltas a la ceiba, en El
Templete. Ese es el recuerdo del ayer que todos con mucho
anhelo añoramos regrese... Pero mientras tanto ayudamos a
nuestra madre como un hoy
efectivo a dar las tres vueltas al árbol que ella tiene en el
patio de su casa. Así, por los últimos años, y a
la falta física de nuestro padre, mi hermano – que nació
en el Sanatorio La Covadonga
- y yo – que nací en el Hartford Hospital, CT.- la
acompañamos a soñar que se encuentra en su ciudad natal.
Alexander M. Trujillo
Sólo les deseo mucha felicidad y salud a todos. Y a
la ceiba, que me deje regresar para abrazarme a su tronco y poder
descansar.
Julio Mederos, Miami
En
busca del aura perdida
Argel Calcines
Opus Habana
Sobre los cuadros de Vermay, colgados por más de un
siglo en El Templete, antes
de esta nueva intervención restauradora han pesado al menos
otros tres intentos anteriores,
que alejaron esos cuadros de su concepción original.
Con vistas a demostrar la existencia
irrepetible de cualquier obra de arte, el malogrado filósofo
judío alemán Walter Benjamin (1892-1940) acude en uno de
sus «discursos ininterrumpidos» a la metáfora de aura para definir el aquí y ahora del original, inatrapable hasta por la
más acabada de las reproducciones técnicas: foto,
grabado, cinema… Además de las vicisitudes históricas,
incluidos los cambios eventuales de propietario, este pensador
considera como elementos del aura
las alteraciones físicas padecidas por la obra a lo largo del
tiempo, que sólo podrían medirse con métodos
físicos y químicos, impracticables sobre una
reproducción.
Tal «concepto de autenticidad» no tiene en cuenta las
pérdidas de imagen (contenido) por degradación de la
materia ni los intentos de reintegrarlas, uno de los mayores retos que
encara la restauración de pinturas de caballete. Así, por
ejemplo, ¿qué pintó realmente Juan Bautista Vermay
en los cuadros de El Templete? Suele ser una de las primeras preguntas
al mirar esos lienzos en inequívoco estado de deterioro.
Repensemos el concepto de aura, en el sentido de entender por
esta bella metáfora el
aquí y ahora del original cuando el artista
francés establecido en La Habana develó cada lienzo ante
los ojos de su mecenas, el obispo Espada, y este le confirió su
aprobación con un ligero pestañar, una venia, o tal vez
una rotunda inclinación de cabeza.
Las cortezas del
lienzo
Sólo una pertinaz labor de conservación puede
salvaguardar el aura de la
obra artística pese a su envejecimiento; mas no es el caso de
los tres óleos de Vermay colgados hace 167 años en El
Templete, donde estuvieron a merced de la humedad y los cambios de
temperatura, los insectos y los murciélagos que entraban a ese
local otrora abandonado, cuyas puertas debieron abrirse de par en par
ante el embate de tormentas tropicales como el devastador ciclón
de 1926.
Pero más que las mermas y deterioros imputables a la injuria del
tiempo, pesan hoy en esos lienzos las secuelas de al menos tres
intentos restauradores contraproducentes, que alejaron esos cuadros de
su concepción original, sobre todo por la gran cantidad de
retoques falsificadores. En ello han coincidido los expertos cubanos
que desde abril de este año acometen el rescate de estas obras
junto al restaurador francés Pierre Antoine Heritier, quien
participa en los momentos cruciales del trabajo gracias a un convenio
de colaboración entre los gobiernos de ambos países.
Además de los disolventes idóneos para limpiar esos
repintes, Heritier aportará sus conociemientos en materia de
reentelado, o sea, la operación de forrar el lienzo original,
pegándole detrás una tela nueva de refuerzo. Por el
tamaño de las obras y la posibilidad de que se apliquen
materiales sintéticos nunca utilizados en Cuba, esta segunda
etapa requiere un análisis exhaustivo antes de su
ejecución, consideran los restauradores cubanos en
vísperas de concluir la limpieza de La primera misa (1826), el más deteriorado de los tres óleos.
Este cuadro fue trasladado el pasado 15 de abril a la Casa de la Obra
Pía, en cuya planta alta empezó a funcionar desde ese
momento el Gabinete de Restauración de Pinturas de Caballete
(Oficina del Historiador de la Ciudad).
Sostenido en su propio bastidor, todavía sólido y bien
conservado, el lienzo presenta –en cambio– un aspecto bastante
deplorable a primera vista, pues abundan orificios, grietas y
rajaduras, que atraviesan en algunos casos todo el soporte. Hay lugares
en que están perforados los tejidos de reentelado, la pintura
original y hasta las sucesivas capas de repintes y barnices.
Bajo la luz rasante, estos y otros daños (ampollas,
hundimientos, arrugas…) resaltan con nítido contraste y obligan
a pensar si no es tarde para recuperar su aura perdida. Sin embargo,
Ángel Bello, el más veterano del grupo, afirma que ha
trabajado casos peores. En su opinión, esta pintura se encuentra
«muy bien», pues casi no hay pérdidas de la imagen
verdadera, la cual vienen «sondando» con acierto hasta hoy.
Al igual que los especialistas Rafael Ruiz y Lidia Pombo, así
como el técnico Leandro Grillo, Bello es partidario de la
«mínima intervención» como filosofía,
en el sentido de que sólo debe reintegrarse lo perdido o
deteriorado.
También forman parte del equipo franco-cubano, como asistentes,
Juan Carlos Bermejo, Yanín Hernández, Laina de la Caridad
Rivero y Daymis Hernández, jóvenes egresados del primer
curso de oficiales de restauración, que se impartió en la
Escuela Taller «Gaspar Melchor de Jovellanos» y
concluyó en 1994.
«Somos restauradores muy conservadores», reconoce Rafael
Ruiz, responsable del Gabinete, en un juego de palabras que tiene en
cuenta el significado de la conservación como el conjunto de
cuidados que se prodiga a la obra de arte para evitar al máximo
futuras intromisiones en su estructura física. Ya sea por falta
de conocimientos, malas condiciones de trabajo o demasiada premura, las
restauraciones precedentes de los cuadros de Vermay se alejaron
bastante de este filosofema. Incluso la terminada en 1977 por el ya
fallecido José Lázaro Zaldívar, quien se
centró en el mayor y más afectado de aquel entonces: La inauguración de El Templete
(1828).
Cuentan que en 1849 los ediles habaneros propusieron sustituir esta
obra, al parecer casi derruida, por otra de corte similar, donde
estuviesen representados ellos mismos como asistentes a una fiesta de
bendición del pequeño monumento. La idea no fructificó, y en 1859 se desprendieron todos los
lienzos, que fueron evacuados hacia la Sala del Cabildo para su primera
restauración. La segunda se realizó en 1886 por el
artista criollo Miguel Melero, y hay referencias sobre otro proyecto
similar, presentado a raíz de repararse El Templete luego del
ciclón de 1926.
Lo cierto es que el soporte de La
primera misa presenta tres capas superpuestas de lino con
ligamentos de tafetán, semejantes a la tela que en un inicio
sostenía a la pintura, pero pegadas como bandas o parches
aislados sobre el reverso, en lugar de reentelar el cuadro con una sola
pieza, que es lo más conveniente. Adheridos entre sí con
cola de origen animal, estos tejidos suelen quebrarse al menor esfuerzo
por la oxidación de sus fibras textiles. Los exámenes de
laboratorio indicaron, además, una grave contaminación
microbiana.
Se analizaron muestras del cuadro con técnicas de fluorescencia
de rayos X, microscopía óptica, espectroscopia infrarroja
y cromatografía de gases, las cuales revelan información
muy útil para comprender la estructura y composición de
los recubrimientos, es decir, de la sucesión conformada por la
base de preparación, los colores y la capa protectora o barniz.
De este modo se supo que Vermay utilizó albayalde (carbonato de
plomo) y poca cantidad de cola para la base de preparación,
blanca, muy delgada, con buena adhesividad y solidez. Sobre ella el
artista dio las diferentes pinturas que, según el color,
varían en su contenido de sustancias químicas. Casi sin
ningún empaste, el «hojaldre» pictórico
auténtico es tan fino, que se puede observar con facilidad la
trama de la tela.
No se sabe si el pintor rubricó este lienzo o si su firma
desapareció bajo los repintes oleaginosos y abundantes barnices
coloreados que los restauradores precedentes aplicaron encima del
original y terminaron sepultándolo, principalmente en zonas de
la mitad inferior, más fáciles de intervenir sin
descolgar el cuadro. Vistos al microscopio, cortes transversales de las
muestras revelan esas «cáscaras» del lienzo,
distinguibles también por un ojo avezado que, con auxilio de un
haz de luz incidente, repare en saltos abruptos de color, una mayor
opacidad o suciedad de la película pictórica, cambios en
los dibujos u otras disimilitudes sospechosas.
En el follaje de la controvertida Ceiba, el abundante repintado
respondería al instinto de disimular los parches colocados sobre
las pérdidas y esconder hasta lo «invisible» la
meditación del restaurador. Ese criterio obliga muchas veces a
sobrepasar los límites del deterioro en aras de extender el
nuevo tinte o de emparejar el injerto y la superficie subyugante
aplicando la masilla de relleno (estucado), por lo general preparada
con carbonato de calcio, aceite y abundante cola.
Los expertos cubanos rechazan rotundamente ese tipo de
intervención, entre otras ya caducas, por no decir burdas, que
fueron constatadas durante la limpieza profunda del lienzo.
Cubrían y rebosaban el original estucos muy viejos, algunos de
los más recientes confeccionados con acetato de polivinil. De
todos ellos, los endurecidos con aceite y demasiado gruesos
contraían la tela, tendían a partirse y provocaban el
agrietamiento de la pintura (craqueladuras). «Había
parches de tela y cola, cartón y acetato de polivinil, y hasta
papel precinta», asegura Lidia Pombo, quien no recuerda haber
visto nada parecido en una misma obra durante sus largos años de
labor.
Armados de infinita paciencia, los miembros del Gabinete desbrozaron La primera misa de toda esas
infelices añadiduras, a la par que reforzaban con engrudos de
harina el reverso del cuadro para evitar que las roturas se prolongaran
y se desprendieran fragmentos de la capa pictórica. A falta de
instrumentos propios de la profesión, los restauradores echan
mano, como siempre, a escalpelos, bisturíes, agujas de hueso y
otros utensilios cortantes o punzantes que sirvan para remover los
barnices y repintes cuando hay que renunciar al disolvente
químico, so pena de afectar los colores originales.
El
germen poderoso
Para ilustrar cuán delicado es desbarnizar y remover retoques,
Leandro Grillo rememora una vieja sentencia del oficio: «El
disolvente más debil puede producir daños considerables
en manos inexpertas». La mejor prueba son los pedazos de este
mismo óleo de Vermay, cuya pintura original ha sido
«barrida» por la aplicación imprudente de tales
reactivos, demasiados enérgicos o torpemente manejados durante
las restauraciones anteriores.
Sobre la base de los exámenes de laboratorio, se delimitó
ahora cuáles disolventes pueden usarse sin poner en peligro los
colores legítimos del cuadro, gracias a un juego de fórmulas químicas aportando por
Heritier, que los restauradores llaman «paleta», aunque
cumple justamente la función inversa a la tabla utilizada por
los pintores.
Pero antes se aplica una «sonda» para comprobar el efecto
de la sustancia química elegida, y luego se procede a remover el
barniz o el repinte, cuidando siempre de detener la acción
cuando haya indicios de que aflora el original. Lentamente, pedacito a
pedacito, los restauradores cubanos ejecutan esa ardua
depuración, que en obras como La última cena, de Leonardo
Da Vinci, demoró… dieciséis años.
Está previsto que los lienzos de El Templete se restauren en
poco más de tres años, pero antes habrá que
decidir cuestiones no menos cruciales, como las clases de forro y
adhesivo que se emplearán en su reentelado. Aquí tampoco
existen recetas universales.
Pierre Antoine Heritier propone una tela sintética de
poliéster y una variante de acrílico como pegamento;
durante su estancia en La Habana dio inicio a diversas pruebas una de
ellas –por pura coincidencia– sobre un cuadro pintado por Miguel
Melero, aquel artista criollo que en 1886 restauró las obras de
El Templete.
Desde su país natal, el restaurador galo inquiere por los
resultados en cada comunicación que establece con la Casa de la
Obra Pía.
10.08.95
«Me fijo que la humedad [relativa] sube hasta casi 80 por ciento.
Horrible, ¿no? Puedes mirar el reentelado (…) si se despega
más y cómo…»
17.08.95
Los cubanos responden: «El reentelado del Miguel Melero se retira
con mucha facilidad, apenas hay que tocarlo. En cuanto a las otras
pruebas, la más resistente es la Beva; en segundo lugar la
realizada con B500 + 5D15 %; (…) Las otras dos pruebas se retiran con
facilidad…»
07.09.95
De nuevo Heritier: «Los resultado de la prueba de reentelado no
me sorprenden demasiado y son muy interesantes. Por desgracia parece
que nos dirigimos hacia una técnica pesada (¡pero
más segura, compañeros!). La segunda mitad de septiembre
voy a hacer ensayos de supeficie (…) con el Beva…»
29.09.95
La preferencia del francés por este último adhesivo
sintético es ya notoria: «Hablamos mucho del trabajo
después de la limpieza y sabemos más o menos el tiempo
que puede llevar. Os queda un mes y medio para preparar el niño
para el pañuelo (sic) de tela/Beva; me parece estupendo…»
De acuerdo con los restauradores cubanos, lo que se ha usado en la Isla
durante más de 30 años es la ceraresina, de probada
eficacia para reentelar cuadros con dimensiones análogas a los
de El Templete. Ese adhesivo –explican– garantiza la impermeabilidad
máxima en las condiciones de humedad y temperatura del
trópico, así como resiste el ataque de los microbios, a
diferencia de la cola usada antes en los cuadros de Vermay.
El reentelado exige observar normas rigurosas de ejecución para
consolidar la pintura; sólo así se considera que la obra
ha sido salvada por largo tiempo. «De ahí que haya que
pensar muy bien cuáles materiales se escogerán»,
apuntan los más veteranos del Gabinete, con amplia experiencia
en el uso de ambos adhesivos naturales. Por el contrario, los
acrílicos propuestos por Heritier nunca han sido utilizados en
Cuba a gran escala.
Luego habrá que injertar en los lugares con mayores
pérdidas de tejido, estucar el resto de las hendiduras y, por
último, retocar el lienzo según criterio aún por
definir, pero que respetará siempre el legado de Vermay,
aseguran los inquilinos de la Casa de la Obra Pía.
Sólo entonces el aura renovada de La primera misa podría evocar
aquel instante ya irrepetible, cuando el pintor francés
respiró aliviado ante la anuencia de su mecenas, el obispo
Espada.
Tomado de Opus Habana,
Año I, No. 1, 1995, pp. 10-13.
El
legado de Vermay
Además de pintor,
Vermay fue arquitecto, decorador y escenógrafo. En 1827
proyectó y edificó el teatro El Diorama en un terreno yermo al fondo del antiguo Jardín Botánico de La Habana
Redacción
Opus Habana
Tal vez la historia de su vida contenga varias
adulteraciones, como retoques falsificadores tenían los tres
cuadros que pintó para El Templete y que ahora los restauradores
desbrozan hasta dejarlos como el artista dispuso hace ya casi dos
siglos.
Ha pasado todo ese tiempo y muy poco, casi nada, se sabe sobre Juan
Bautista Vermay de Beaumé (1784-1833), pues incluso existen
dudas sobre las supuestas cartas de recomendación que
facilitaron su entrada en La Habana hacia 1816: una, atribuida al
pintor español Francisco Goya, y la otra, al mismísimo
príncipe Luis Felipe de Orleáns.
En todo caso, la ficción histórica refuerza una verdad
irrebatible: ese pintor francés fundó la Academia de San
Alejandro y le impuso su concepción de lo que es pintar. A
partir de ese momento en Cuba la pintura comenzó a ser tomada
como algo en serio.
Sus óleos La primera misa
y El primer cabildo, ambos de
1826, y La inauguración
de El Templete (1828)
lo inmortalizan también como intérprete de un mito: el de
la fundación de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Pasado
latente
Nació Vermay en Tournan-en-Brie, una población situada a
unos 40 kilómetros de París, el 15 de octubre de 1786.
A los 11 años, sus padres lo enviaron a la capital francesa para
matricular en la Escuela de Pintura del famoso maestro Jacques-Louis
David (1748-1825), quien había buscado en las antiguas
creaciones greco-romanas las normas de perfección
estética.
Arte de mesura y equilibrio, el neoclasicismo davidiano devino
antagonista de los estilos clericales y aristocráticos
(gótico, barroco, rococó) y, en consecuencia,
conformó las primeras imágenes de la Revolución
Francesa (1789), cuya máxima expresión es Marat asesinado
(1793).
Posteriormente, cuando se produce la alianza entre la burguesía
y la ya descabezada aristocracia secular, David cede a los intereses
predominantes y, dejando a un lado los anteriores ideales de belleza,
se convierte en el autor pomposo y apologético de Consagración de Napoleón I en
Notre Dame (1805-1807).
A esta última corriente estética no fue ajeno Vermay,
quien dio clases de pintura a Hortensia de Beauharnais, entenada del
emperador, y fue declarado exento del Servicio Militar por el propio
Napoleón en 1813 para que se dedicara por entero al arte. Ya
para entonces había obtenido una Medalla de Oro por su cuadro La muerte de María Estuardo en la Exposición de
Pintura de París (1808), donde compitió junto a su
maestro David y los condiscípulos Gros, Gerard y Girodet.
Ese lienzo, junto a Nacimiento de
Enrique IV, se encuentra en el castillo de Arenenberg, Suiza,
hoy museo Napoleón y antigua residencia en el exilio de
Hortensia, quien se convertiría en reina al contraer matrimonio
con Luis Bonaparte, rey de Holanda. En el museo de Angers, Francia,
también se conserva otra tela de Vermay: San Luis prisionero en Egipto,
expuesta por el artista en el salón de 1814.
Tenía 31 años y, según se dice, había sido
recién nombrado Soberano Gran Comendador de la Orden de
Constructores Masones, creada en 1777 por maestros del oriente de
Francia, cuando la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo
(1815) cambia radicalmente su vida. Viaja a Alemania e Italia, pero
decide emigrar a Estados Unidos, y de ahí a Cuba, adonde llega
con varios de sus lienzos a cuestas, el aval masónico y aquellas
contundentes recomendaciones de un pintor genial y de un futuro rey.
Ánimos
ilustrados
Lo recibe el obispo Juan José Díaz de Espada y Landa,
quien compra algunos de sus óleos —entre ellos, Pasmo de
Sicilia, copia exacta del Rafael— y los sitúa en algunos templos
habaneros.
Además, contrata a Vermay para que culmine las obras
pictóricas iniciadas por el italiano José Perovani en la
Iglesia de la Catedral de La Habana, especialmente los lienzos para los
altares.
Figuras como el obispo de Espada y Alejandro Ramírez y Blanco,
intendente general del Ejército y Real Hacienda, representaban
los intereses reformistas de la Ilustración española en
la Isla. Mediante una política sagaz, propiciaban el
entendimiento entre el gobierno colonial y la floreciente
burguesía criolla con ínfulas aristocráticas (la
llamada «sacarocracia» por los historiadores, en referencia
a su capital azucarero).
El ambiente no podía ser más propicio para el pintor
francés. Por un lado, Espada se empeñaba en renovar los
decorados pictóricos de templos y claustros habaneros en aras de
un moderno arte eclesiástico, ya fuera deudor de la Escuela de
Bolonia (Perovani) o del neoclasicismo davidiano. Por el otro,
proliferaban los asuntos profanos en los géneros del retrato y
la pintura mural decorativa, en consonancia con los ideales de una
élite social que, influida por las modernas corrientes europeas
y los sucesos de América, prefería el impulso renovador
de la Ilustración desde una perspectiva más liberal.
Gracias al favorable clima intelectual se había constituido en
1793 la Sociedad Patriótica de Amigos del País,
a cuyo ímpetu progresista se debió la reforma educacional
que preconizaba implementar en la Isla sistemas pedagógicos
más modernos y escuelas gratuitas. También estaba en sus
miras la enseñanza del dibujo como disciplina base de
técnicos y artistas, por lo que no erró Vermay cuando
recabó apoyo para crear una Academia.
La Sección de Educación de la Sociedad Patriótica,
presidida por Alejandro Ramírez, vio con agrado esa iniciativa y
la apoyó con dinero, aunque regulando el carácter que se
quería dar a dicha escuela.
De modo que el 11 de enero de 1818 quedó libre el camino para
que en un aula del convento de San Agustín se fundara la
Academia Gratuita de Pintura y Dibujo de La Habana, que en 1832
pasó a llamarse San Alejandro en honor a Ramírez
«por debérsele su fundación y progreso»,
según reza su primer reglamento.
Por supuesto, Vermay fue nombrado director. Quizás, ya para ese
momento hubiera conocido a la dama de origen francés Louise Lon
de Parceval, con quien se casó y tuvo un único hijo:
Claudio Justo.
En la Oficina del Historiador se conserva el manuscrito de una carta
dirigida por Vermay a Jules Sagebien, ingeniero francés radicado
en la provincia de Matanzas, en la que el pintor se lamenta por su
situación financiera y manifiesta que desea ver a su hijo.
Además de ser maestro masón al igual que su padre,
Claudio Justo se desempeñó como profesor de Lengua Griega
en el colegio El Salvador, perteneciente a José de la Luz y
Caballero.
El
germen poderoso
Durante todo el siglo XVIII, en la colonia, pintar era un oficio
más, no exento de gajes tales como mancharse las vestiduras con
grasas y colores, el manejo de herramientas… El pintor era considerado,
por tanto, un trabajador manual, no un artista. De ahí que los
criollos pudientes no se inclinaran por las artes plásticas, y
encauzaran sus inquietudes estéticas a través de las
«bellas letras» y la oratoria.
Los maestros-pintores extranjeros de paso, o los monjes decoradores
traídos por las órdenes religiosas, reclutaban a sus
ayudantes, aprendices y oficiales de pintura entre las capas más
humildes, en su mayoría negros y mulatos (pardos), aunque
también había blancos, descendientes de artesanos venidos
de España en el siglo XVI para levantar las fortificaciones
habaneras.
De ellos salen los primeros pintores criollos de obra y nombre que se
conocen, entre los cuales resaltan Nicolás de la Escalera
(1734-1804), Juan del Río (1748-18… ?) y Vicente Escobar
(1762-1834).
Los dos primeros se caracterizan por la producción
pictórica de asunto religioso. Mestizo y con una obra
íntegramente profana, el tercero trascendió por sus
retratos y, desde la distancia, se le ha revalorizado como el primer
pintor cubano con «originalidad y frescura», aunque no
fuera reconocido por lo más activo y progresista de la sociedad
e intelectualidad de su tiempo, como sí lo fue Vermay.
Sin dudas, la Academia de San Alejandro introdujo un factor de progreso
en la cultura insular y, a partir de su creación, fueron
disminuyendo los prejuicios con respecto a las artes plásticas.
Lo que no quiere decir que fuera fácil mantener tal empresa.
Sobre todo a raíz de la muerte de Alejandro Ramírez en
1821, Vermay debió enfrentar tiempos muy difíciles,
teniendo que renunciar —incluso— a su salario como director. Entonces,
hizo énfasis en la enseñanza del dibujo, no sólo
porque era la única disciplina que se podía impartir con
economía de medios, sino también porque justificaba mejor
que ninguna la necesidad de la Academia.
Sobre ella escribió José Antonio Saco en 1837: «De
todas las ramas de las bellas artes, la isla de Cuba no posee otra cosa
sino una academia de dibujo, situada en unas celdas oscuras,
fétidas e insalubres del convento de San Agustín de la
Habana. Tan exhausta está de recursos y tan abandonada del
gobierno, que apenas tiene con que pagar el sueldo del profesor; y si
de algún tiempo a esta parte no se ha cerrado ya, débese
al generoso desprendimiento de su difunto director y a la nobleza de
sus alumnos».
Cuatro años antes, el 30 de marzo de 1833, una epidemia de
cólera morbo había cobrado entre sus víctimas al
pintor francés, cuya significación en el ámbito
artístico habanero aclara el epitafio que le dedicara su amigo,
el poeta José María Heredia:
«Vermay reposa aquí. Su lumbre pura/del entusiasmo
iluminó su mente,/ un alma tuvo cálida y ardiente/ de
artista el corazón y la ternura./ Ese pintor, sembrado en
nuestro suelo/ dejó de su arte el germen poderoso/ y en todo
pecho blando y generoso/ amor profundo, turbación y duelo».
Otras
evidencias
Estuvo Vermay a punto de morir antes, el 19 de abril de 1826, cuando se
desplomó desde un altísimo andamio, mientras se dedicaba
a restaurar (o pintar) algunos frescos en el techo abovedado de la
Catedral habanera. Perdió el equilibrio y su cuerpo cayó
desde no menos 14 varas de altura contra el pavimento de loza de
mármol. Todos creyeron que lo recogerían muerto, pero no,
increíblemente yacía con vida, aunque muy lastimado. Se
había quebrado las manos y los pies, desencajado los hombros y
lesionado la nariz.
Si ese percance fuera cierto, los vestigios de las fracturas
serían una prueba contundente para demostrar la autenticidad de
los restos óseos atribuidos a él, los cuales son
analizados en la actualidad por el doctor Manuel Rivero de la Calle y
el Gabinete de Arqueología (Oficina del Historiador).
Además de pintor, Vermay fue arquitecto, decorador y
escenógrafo. En 1827 proyectó y edificó el teatro El Diorama en un terreno yermo al
fondo del antiguo Jardín
Botánico de La Habana.
Inaugurado el 8 de julio de 1828 con una exposición de dibujos
de la Academia San Alejandro, ese lugar se convirtió en punto de
reunión de la sociedad habanera más culta.
Solía ofrecer funciones con artistas cubanos y españoles,
y en varias ocasiones sirvió a los estudiantes de pintura para
recaudar fondos que les permitieran comprar modelos escultóricos
de yeso, grabados franceses y otros útiles docentes. En una sala
especialmente diseñada se exhibían cuadros «en
diorama», es decir, mediante un novísimo —para la
época— sistema accesorio de iluminación artística,
con ayuda del cual podían verse los lienzos por el anverso y el
reverso, como si fueran transparentes.
Tras la muerte de Vermay, el edificio quedó abandonado hasta
1839, cuando su viuda lo alquiló a la Academia de
Declamación y Filarmonía de Cristina, fundada por el
presbítero Félix Varela. Ahí se ofrecieron los
primeros conciertos de música culta a auditorios de no menos mil
500 personas. Desapareció el antiguo teatro en 1846, arruinado
por un violento huracán.
El
Templete
De milagro han perdurado los tres lienzos que, como figura primera de
la Academia, pintó para El Templete y que costeó el
obispo Espada.
Levantado a la sombra de la supuesta ceiba que el 16 de noviembre de
1519 dio cobija a la primera misa y cabildo de la villa de San
Cristóbal de La Habana, ese monumento sirvió para
perpetuar la tradición y, al mismo tiempo, para homenajear en su
cumpleaños a la reina Josefa Amalia de Sajonia, penúltima
esposa de Fernando VII.
Está considerado el exponente más significativo del
Neoclásico en la arquitectura colonial cubana, muy parecido a
los templos antiguos (planta rectangular dotada de columnas redondas
con capiteles de orden dórico y basamento ático…), aunque
no desprovisto de un detalle autóctono, consistente en las
piñas de bronce que rematan la cerca.
La apertura oficial se efectuó en la mañana del 19 de
marzo de 1828, con una misa del obispo Espada. Junto al gobernador
general de la Isla, Francisco Dionisio Vives, asistieron al acto las
personas más importantes del gobierno, el ejército, la
marina, el clero y la aristocracia, así como distinguidas
familias habaneras. Cerca de cien personas, y todas aparecen retratadas
por Vermay en su cuadro monumental dedicado al acontecimiento, incluido
el propio pintor, de espaldas al espectador y haciendo el bosquejo de
la misa con un lápiz. A su izquierda, en el grupo de damas
arrodilladas, se encuentra su esposa.
Tres meses le habían bastado para pintar en 1826 los otros dos
lienzos colocados en el interior del monumento: La primera misa y El primer cabildo, según
asevera un informe del regidor Francisco Rodríguez Cabrera,
mandado a publicar por Vives en el Diario
de la Habana, días antes de la inauguración, el 16
de marzo. El autor del documento describe la intención de los
cuadros con pormenores de detalles. Sobre La primera misa dice:
«La seiba a cuya sombra aparece el altar, el papagayo que reposa
en su copa, los abrojos y tunales esparcidos en el suelo, el horizonte
claro y despejado, al tiempo de elevarse el sol en el oriente; todo
indica que la escena aconteció en la ribera del mar de
algún país inmediato al Ecuador. Colocada al N.E el ara
del sacrificio, descúbrese la bahía detrás de
aquel árbol y parte de la cuesta de la Cabaña, siguiendo
a su falda, la playa que se extiende hasta la ensenada de Marimelena.
Habiéndose celebrado dicha misa el día de S.
Cristóbal, invocado desde entonces, por patrono y protector de
la nueva población, preséntase el sacerdote con
ornamentos encarnados, y debiendo sobresalir entre todas las figuras
del lienzo la de D. Diego Velásquez de Cuellar, como jefe de los
españoles, y poblador de esta Isla. Distínguese
fácilmente por las insignias de su carácter, y por su
actitud noble y respetable, manifestando al mismo tiempo, afabilidad
con los indios que tiene a su lado, en la acción de aproximar al
altar a uno de ellos, o explicarle lo que en él se ejecutaba, lo
que no debe extrañar, pues ya por la curiosidad, o por el
estupor con que observaban los extranjeros, o porque habiéndo
empezado a establecerse en esta tierra, desde el año 1511, sus
primeros pobladores, acompañados siempre de algún
ministro de la religión, muchos de sus naturales se hallaban
instruidos de ellos, y aún bautizados. De aquí, el que
los veamos figurar en dicha ceremonia. El otro grupo consta de diez
españoles, oyendo la misa, bien marcados por su traje y
facciones, y en ellos es tan admirable el genio fecundo del artista,
como la propiedad y acierto en la ejecución, pues estándo
todos penetrados de unos mismos sentimientos, la piedad y la
devoción manifiéstense en ellos con diferentes
expresiones. Sobre todos, tremola el estandarte real de Castilla, a
cuyo reino pertenece esta Isla desde que la descubrió y
tomó posesión de ella el Almirante D. Cristóbal
Colón, por haber costeado su empresa la Sra. Reina Da. Isabel,
sin intervención de su esposo, el Sr. Rey D. Fernando de
Aragón».
Sólo ahora, cuando se encuentra totalmente restaurado, puede
apreciarse este óleo con lujo de detalles y entender su
significado para el espíritu ilustrado de una época. Al
rescatar éste y los dos restantes lienzos, se rinde culto a la
ciudad y a quienes se empeñaron en salvaguardarla, incluido este
pintor francés cuya vida y destino serán para siempre un
enigma.
Tomado de Opus Habana, Vol.
I, No. 4, 1997, pp. 31-38.