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  ¿Razones para llamar a Alejandro?: una entrevista y un cuento

Entrevista: Cristina de la Torre
   
      Esta entrevista comenzó a hilvanarse en La Habana, en el 2001 y se convirtió en un diálogo permanente que sigue y seguirá en el tiempo. Por razones editoriales debimos cerrar los temas una mañana de este otoño de 2004 en Atlanta, adonde llegaron desde Filadelfia Alejandro y Marianela, y desde Texas Francisco Morán, convocados por el Departamento de Español y Portugués de Emory University para una presentación que decidimos titular Arte Contaminado, Cuba en los 90’s. Por supuesto que muchas cosas han ocurrido en este lapso: varios textos de Alejandro han visto la luz en los Estados Unidos traducidos al inglés por Cristina; un nuevo libro de relatos espera ser publicado bajo el título “Ojos de Niño”, otros textos están en proceso a cargo de importantes sellos editoriales… Por el momento, vamos a concentrarnos en estas Razones para llamar a Alejandro parafraseando el título de su novela que en el 2001 estuviera entre las finalistas del premio Casa de las Américas y que diera inicio a esta entrevista de Cristina de la Torre con Alejandro Aguilar.

 1. Háblame de tus experiencias formativas.... cosas / momentos / acontecimientos que ayudarían al lector a entender / apreciar tus obras. Por ejemplo, ¿qué aprendiste en los años en que viviste en Europa del Este?  Además, has estudiado artes plásticas y estás en íntimo contacto con otras artes. Yo veo algunos de tus cuentos estructurados alrededor de escenas de valor casi fotográfico... casi multimediático. ¿Puedes comentar esta “fertilización” de tus escritos?

Un escritor que hoy vive en Madrid siempre se burla de mí diciendo que por las cosas que he hecho en mi vida, él considera que debo andar rondando los 270 años. Sí, estuve en aquella escuela militar para adolescentes, estudié Artes Plásticas, hice teatro, algo de cine, fui profesor de historia, me especialicé y trabajé en organizaciones no gubernamentales internacionales... He viajado medio mundo, me he casado varias veces y he amado fugazmente muchísimas más... Por más de diez años trabajé con DanzAbierta, compañía de danza contemporánea en la que hice desde management hasta diseños de luces... Hay en mí todo un mundo de vivencias imposibles de mantener dentro. Creo que esa es la materia de la que se hace un escritor... Crecí en una familia humilde imbuída desde los inicios del fervor que despertó en el pueblo la revolución de 1959. Aunque fui un poco la oveja negra de la familia, había valores que creía íntimamente ligados al hecho revolucionario. Poco a poco la vida me fue llenando de preguntas que no hallaban respuestas. Llegué a Budapest en 1986 y fui testigo de todo el proceso de ruina y caída del bloque del Este. Comenzaron a aflorar las verdaderas entrañas del sistema de dominación soviético y desde allí, comencé el violento proceso de descreer, de ver de otra manera lo que ocurría en mi país. Creo que la reacción del gobierno cubano ante los cambios en el Este, el proceso contra el General Ochoa y los sucesos de Tia Nan Men en 1989 fueron los golpes definitivos contra mis maltrechas creencias. Al mismo tiempo, viajé, amé y crecí mucho espiritualmente en todos esos años. Visité los puntos más calientes de la política internacional de entonces; conocí los lugares más exóticos, espacios, personas, culturas disímiles. En 1992 regresé a Cuba. Desde entonces sigo viajando frecuentemente pero transito el planeta desde una perspectiva diferente, desde el centro mismo de mi sensibilidad. Ahora estoy en los Estados Unidos viviendo otra etapa de aprendizaje y experiencias tremendas. Todo eso está en mí y va rezumando. Creo que al escribir me alcanzan las emanaciones de aquellos recuerdos ocultos en algún lugar de mi aparente desmemoria... y en ellas es una preocupación permanente el individuo y sus circunstancias, la manipulación frente a la libertad, la tolerancia... Incluso en mis textos eróticos esas claves subyacen... En mi CV menciono siempre lo de los viajes sin petulancia. Creo que la persona que viaja crece, su visión se ensancha y esto se refleja irremediablemente en lo que crea. Luego está el mundo del teatro, el cine, la danza, la pintura; espacios disímiles en sus formas y dinámicas; pero que gravitan siempre en torno a una sensibilidad que se entrena en cada uno de ellos y si en muchos, mejor. Creo que la inmensa mayoría de quienes escriben hoy están atrapados por esa pluralidad de artes y visiones "multimediáticas". Vivimos los años de la imagen y una visión cinematográfica en los escritores de nuestro tiempo es tal vez una consecuencia natural de esta experiencia vital tan vertiginosa que ya al final del día podría estar cambiando a una forma nueva.

 2. ¿Cuándo y cómo te diste cuenta del poder de las palabras? En un contexto donde se privilegia la acción las escogiste como tu modus operandi

Desde muy niño combiné muy bien un carácter fuerte (soy Leo, como corresponde) y una hiperquinesia incontrolable; con largos espacios de silencio y lectura. Recuerdo que era tan capaz de destruir la fiesta de cumpleaños de un primo como de aislarme del bullicio de los demás niños leyendo en una habitación, o pasar mañanas enteras en una biblioteca. Con el tiempo fui perdiendo aquella agresividad, sin dejar de ser activo, pero he aprendido la importancia del saber estar solo, ya sabes, "el hábito precoz de la soledad es un bien infinito" como bien apuntó la Yourcenar. Leer un buen libro te permite conocer dimensiones nuevas de la realidad y el pensamiento. Es como descubrir el amor una vez más y aún un poco más del ser que eres. Creo que desde aquellos días también se fue forjando, junto a mi respeto por el poder de las palabras, mi irrefrenable vocación de viajero.
En 1969 se vivían los últimos momentos de fervor de la utopía en Cuba. Yo era aún adolescente pero mis padres me enviaron a una escuela militar. Los oficiales en aquella escuela eran en su mayoría antiguos combatientes de la Sierra Maestra que a duras penas habían aprendido a leer y escribir. Los alumnos éramos de nivel secundario, lo que en EU llaman High School. La ignorancia de los superiores era motivo permanente de burla entre los estudiantes, reversión de la pirámide jerárquica, transgresión del régimen de ordeno y mando. No había diálogo posible toda vez que aquellos hombres se ahogaban en el ridículo siempre que debían hilvanar la más sencilla de las frases. Por entonces hice mis primeros intentos de escribir una ingenua novela sobre unos hippies justicieros que actuaban a lo Robin Hood, arrebatándole sus bienes a los poderosos para poder vivir en un mundo de "peace and love". Mi primer libro de cuentos publicado, Paisaje de Arcilla, incluyó como plato fuerte una especie de noveleta sobre aquella escuela militar, que encontró muchos obstáculos para ser aceptada por los censores y que considero como un íntimo homenaje a través de la palabra, a todos los muchachos que debimos vivir aquella dura experiencia. Pero mucho antes que este libro viera la luz, aún a inicios de los 80, cuando nacieron mis dos hijos, la poesía fue el cauce para dar salida a una sensación de felicidad tan grande que casi me asfixiaba. Ya ves, las palabras pudieron salvarme. Un tiempo después la síntesis del verso limitaba las posibilidades de decir lo que mis vivencias precisaban, y me abrí paso hacia el ancho mar de la prosa. Asi llegaron las viñetas, los cuentos, las novelas.
Otro salto en el tiempo y nos encontramos en 1989, cuando vi en la televisión de algún país de Europa, las imágenes de un hombre enfrentando una columna de tanques en la plaza de Tia Nan Men, arengando a los soldados a no disparar contra los estudiantes. Una de mis primeras reacciones fue escribir un ensayo aún inédito sobre la fuerza de la palabra, que de alguna manera pretendía dialogar con textos de Borges, Sartre y Paz y en el que terminaba afirmando que aquel hombre capaz de oponer a los blindados el verbo, era un poeta.

 3. ¿Para quién escribes? ¿Cómo es tu lector ideal? Se ve que lo respetas ya que me parece a mí una característica importante de tu obra es el modo de sugerir, destilar, no decir... leo muchos silencios allí...

Escribo para mí en primer lugar y no hay en reconocerlo soberbia alguna, sino honestidad. Si pienso en el lector prefiguro una persona cuando menos sensible y abierta a compartir experiencias y mundos desconocidos que el escritor va hallando y entregando en el acto íntimo y sensual de la escritura. Escribo con la esperanza de motivar a quienes me lean a indagar, a discernir con entera libertad compartiendo o rechazando, pero siempre espero que mis letras hagan pensar. Por favor, sin patetismo, pensar en cualquier cosa, en lo más simple, es ya un suceso en este tiempo sin tiempo, en esta suerte de vértigo que arrastra a la gente tras un destino y unos propósitos que nadie sabe bien cuáles son, porque nadie se detiene a pensar libre y tranquilamente, sin ir a remolque del tiempo, el dinero, la información... Sí, prefiero lo sutil y lo ambiguo, exponerme a la luz sobre la página, sin pudor pero con algo de recato inherente a lo erótico aún cuando hable del miedo, de la muerte. Sutil aún cuando me embarco en situaciones intensas o violentas... Eso hago y creo que ese tipo de escritura encuentra por sí sola un tipo muy particular de lector, a quien cuido y respeto, más allá de los vaivenes de la censura y el mercado, con quienes no me interesa entenderme mucho y más bien desprecio...       

 4.   Carmen Martín Gaite ha dicho que si no se perdiera nada la literatura no tendría razón de ser. Tu obra parece estar hecha de momentos efímeros, de muchos adioses... ¿Comentario?  Razones para llamar a Sandra, por otra parte, ¿sugiere algún tipo de reconexión?

Cuba es un país de adioses... Toda mi vida la he pasado despidiéndome de algún amigo o familiar que parte, casi siempre para no volver, o siendo despedido por gente que me quiere y sueña con la posibilidad de ser quien se despide. Al aeropuerto de La Habana se le conoce como el Triángulo de las Bermudas. Pero también están los momentos, los instantes, la fugacidad de una vida que en Cuba tiene intensidad, velocidad de cometa, vértigo en su sucesión de momentos efímeros de gracia y felicidad. Tal vez porque hay mucho que amar y odiar, y tanto que vivir, los cubanos vivimos como en deuda con nosotros mismos, como queriendo saldar  cuentas con nuestra propia vida antes que sea tarde. A tal velocidad, a la hora de escribir se impone la breve pincelada de los impresionistas para resaltar en la aparente pequeñez de los detalles aquello que pueda signar un valor, un hecho, una sensación. El todo sería inatrapable. Es suficiente un gesto, el escorzo de una mano que se aleja para adivinar el resto de una historia. He escrito siempre sobre las pérdidas, las partidas, las ausencias que tanto me han marcado como ser humano. En Razones para llamar a Sandra quise hacer justicia al dolor de un hombre que amó y creyó a pecho descubierto y compensar ese desprendimiento con el reencuentro, con el amor herido, maltratado, pero incólume... Creo que en Razones hay mucho de mí mismo y del pleriplo físico e imaginario que me llevó a reencontrarme. Hay personajes que comparten el aliento de seres reales que conocí. Está también allá en lo alto, la presencia de mi padre, un tipo que vivió con total desprendimiento y un sentido muy criollo del existir, sencillo pero intenso. Él no tuvo la recompensa de un final feliz porque en sus últimos días comprendió cuan engañado estaba en sus ideas y no tuvo a nadie más a quién confesarle su frustración que a mí. Creo que por eso murió y por eso también pienso ahora que, sin proponérmelo, Martín Buenaventura, el personaje principal de Razones... recibe la gratificación que la vida debió darle a mi padre.  

5. Has mencionado tu sensibilidad “femenina” que se ve en las escenas eróticas... esto te hace verdaderamente único en un lugar / momento en que destacan el sexo descarnado y la homosexualidad... a la vanguardia de la más difícil batalla feminista, ¡la de la mente y las ideas preconcebidas! Por ejemplo, hay momentos hermosos, instantes que son como islas en el mar de la vida diaria, fenómenos intensos pero infrecuentes, lo que Rosa Montero llama con el término matemático “la función delta”...

Asumo ese don de mi sensibilidad. Ya he hablado de lo ambiguo. Creo que todo es ambivalente. Cada cosa contiene en sí su contrario. No resalto las aristas. Prefiero ese espacio donde se funden, se difuminan los colores. Prefiero la primavera y el otoño al verano o al invierno. Muchas veces es más reconfortante una mirada, un roce, un gesto, que la fogosidad de toda una noche de sexo (no siempre, no hay que exagerar). En una escena de Casa de cambio, mi primera novela, el héroe regresa de un viaje a una zona de guerra, lógicamente cargada de peligros y va al encuentro de su joven amante con un ramo de flores y caricias casi paternales que le reconfortan precisamente porque ha sobrevivido y porque otra vez la tiene a ella. La muchacha, una trabajadora simple que en sus 19 años nunca había recibido flores, vive el momento sublime, se regodea en el instante del reencuentro con el hombre maduro al que ama y no pide más... hasta la mañana siguiente en que con juegos casi infantiles arrastra a su fatigado amante al sexo que su juventud poderosa reclama. En otras obras he abordado directamente la homosexualidad tratando de situarme desde la óptica del homosexual que no soy pero que siente la necesidad de apoyar a quienes aún hoy siguen siendo marginados, tanto hombres como mujeres, y lo he hecho buscando una naturalidad en el discurso que ya de por sí deje sin lugar cualquier diferenciación o discriminación desde lo heterosexual. Estos son ejemplos de temas. Sé que te refieres a mi sensibilidad en general, cuando hablo de seres humanos, tanto como cuando dibujo paisajes físicos o emocionales. Te agradezco esa opinión. Con ella me confirmas que logro escribir honestamente, en mi propio registro, sin afectaciones; porque de esa manera veo la vida.
       
6. La edad afecta profundamente a las mujeres, menos acaso a los hombres. ¿Cómo te ves tú a los 46 años, cómo ves el mundo diferente ahora? Umberto Eco dijo que en la juventud, todos somos piromaníacos y más tarde nos convertimos en bomberos... Intenta definir tu trayectoria...

La vida es mucho más que blanco y negro. Aprender algo tan sencillo como eso toma una buena dosis de años. Cierto es que a todos nos afecta el paso del tiempo, pero nada es enteramente para mal, ni todo es necesariamente bueno; en ninguna edad, en ningún tiempo, en sitio alguno. Si bien cuando más joven iba por el mundo inflamado por mis anhelos de libertad y justicia social, creyendo que algo podía hacer para cambiarlo - y muchas cosas hice, desde campañas contra el antiguo régimen sudafricano del apartheid, hasta brigadas internacionales para la recolección de café en la Nicaragua sandinista... Si todo aquello marcó mis  años de piromaníaco filocomunista; algo quedó en mí para estos tiempos en los que, según Eco, me corresponde alinear en las huestes de la ecuanimidad. Hoy paso de los 40 y mis propósitos son otros, como otras las armas y diferentes los tiempos. Basta escarbar, hundirse en los espacios intertextuales de mis  obras y se comprenderá a qué me refiero. Ahora bien, a estas alturas de la vida no pretendo cambiar el mundo. Apenas quiero quiero desenmascarar desde las letras aquellos engranajes de manipulación que producen falsos cantos épicos que llaman al sacrificio del individuo, a su anulación frente a los intereses de la colectividad, en la búsqueda de un pretendido futuro mejor, de una grandeza abstracta que no se verifica en la existencia diaria... El futuro mejor es siempre y en cualquier sitio para los que gobiernan. El sacrificio es pasado, presente y futuro para los gobernados ¿No te parece conocida esa película? Nada en este mundo amerita suprimir la vida propia, abandonar la búsqueda de la belleza posible para optar por una autoanulación que sólo llevará agua a molinos ajenos. Esta es una lección que me tomó unos 30 años asimilar. A esta edad me felicito de haberlo entendido antes que fuera demasiado tarde. Ya ves, la adultez puede ser algo muy bueno.
       
 7. Borges ha dicho que a los otros escritores se les juzga por lo ya hecho, a nosotros mismos por lo por hacer... ¿a dónde vas en ese sentido? ¿Cómo ves tú tu lugar entre los novísimos? ¿Qué te ofreció en su momento La azotea? ¿Cuáles consideras los fallos o aciertos de tu obra hasta ahora?

Otra vez me obligas a la irreverencia. No le doy demasiada importancia a los juicios sobre mi obra. Tengo una formación académica que no es exactamente como escritor, si es que puede creerse que es necesario estudiar en alguna universidad para serlo. Escribo porque me gusta, porque lo necesito y disfruto... en fin, por todo lo que ya he dicho. Suceden cosas curiosas en este mundo como por ejemplo, te encuentras con gente que te admira y respeta ¡y nunca ha leído nada tuyo¡ También los hay que vituperan de los demás sin haber escrito dos palabras seguidas con un mínimo de coherencia. Cuando comencé a escribir con disciplina y constancia, tuve un breve tránsito por la poesía en el que conté con el diálogo inteligente de poetas como un Abilio Estévez. Poco tiempo después de publicar un breve poemario en Venezuela bajo el título de Tesituras, enrumbé hacia la narrativa. En ese justo momento tuve la suerte de encontrarme con escritores como Reina María Rodríguez y Antonio José Ponte y desde entonces frecuenté La Azotea, por invitación de Reina y también porque en los contertulios hallaba muchas coincidencias ideoestéticas y la invaluable posibilidad de conectarme con la información y los protagonistas de aquellos años de finales de los 80s en los que, como se recordará, yo había vivido fuera de Cuba. Cuando llego a La Azotea ya había pasado el momento más intenso de la diáspora, esa emigración masiva de artistas que desangró al campo cultural desde 1988 y aún hoy se mantiene, aunque con menos caudal. A la Azotea y a algunos de sus habituales de entonces, le debo mucho de mi crecimiento inicial... Luego vino un período de recogimiento. Me encerré un poco en mí para escribir febrilmente, a la vez que el trabajo que hacía con DanzAbierta comenzó a crecer y a exigirme más tiempo y dedicación. Luego fui trabando amistad con un espectro más amplio de escritores, algunos de las viejas generaciones como mi muy querido Guillermo Vidal y muchos de los ya clasificados como novísimos, entre ellos, Ronaldo Menéndez, Raúl Aguiar, Michel Perdomo, Amir Valle, Sergio Cevedo, el Yoss... Recuerdo que cuando conocí a Salvador Redonet, el profesor, crítico y alquimista de ese grupo, y leyó algunos de mis textos me dijo con esa forma jovial tan cubana que tenía: ¿Y dónde andabas tú, que te me habías escapado? De tal modo ese negro entrañable me coló en el saco de los novísimos. Murió poco después para desgracia de los escritores de la generación de los años 90s, y la diáspora siguió diezmando algunas de las figuras cimeras de ese y otros grupos. Francamente y aunque cause disgusto a alguno de mis amigos más cercanos, no me siento parte de ningún círculo ni me preocupan mucho las clasificaciones que muchas veces sirven como fórmulas de mercadeo o para la lucha por espacios de poder. Me interesa hacer mi obra de la mejor manera que pueda y en absoluta conformidad conmigo mismo. Me interesa también el diálogo con individualidades y aquí no puedo dejar de mencionar a Marianela Boán, sin dudas una de las coreógrafas contemporáneas más importante de Cuba e Hispanoamérica, mujer culta y genuina con la que comparto vida y trabajo y que fuera desde el inicio mi principal estímulo y mi más feroz crítico. Hay muchos novísimos con los que no siento identificación alguna y con otros sí, como hay algunos en La Azotea con los que poco tengo en común y sin embargo, me siento muy cercano a ese espacio creado por Reina María y que a mi juicio merece ser más reconocido en toda su valía desde el propio campo literario. Allí conocí a Rolando Sánchez Mejías y aunque no fui parte de Diáspora(s) tuve una rápida identificación con varios integrantes de su grupo. Recuerdo que Rolando me “prestó” dos libros valiosos el día antes de su salida en viaje hacia Barcelona. No sabía entonces que su partida iba a ser definitiva. Cuando lo supe, me conmovió el gesto. Aquel regalo cobró para mí dimensiones simbólicas. Pero como te decía, para clasificar están los críticos. Algunos defienden la clasificación de Redonet, otros me sitúan en un pequeño grupo bisagra entre la generación de los 80s y los novísimos. Otros creen que cabalgo entre estos últimos y los post-novísimos. Ya ves, es un infierno de categorías que confunden, poco aportan a la literatura y, francamente, me tienen sin cuidado. Sólo soy ése que tú crees que soy a través de mis libros.

8. Cuba me parece a mí hinchada de deseos de vida, de una febril actividad cultural... la literatura contemporánea refleja este erotismo que va mucho más allá de lo meramente sexual. ¿A qué atribuyes esta efervescencia? ¿Se lee mucho en Cuba? ¿Es distinto ser un escritor allí que en otros países? ¿Cómo afectaron la censura y los límites de posibilidades de publicación?

Cuba es un país joven, casi adolescente; un país que aún busca su perfil propio desde una madurez precoz que no la salva de los vaivenes que le imprimen las poderosas influencias que recibe; pero tampoco la anula. Ese status lleva el ingrediente esencial del eclecticismo, porque poderosas raíces nutren a ese ser inquieto, tumultuoso, adobado además por el carácter de isla tropical que, quieras o no, determina un modo de ser, un temperamento. Cuba es un delicioso ajiaco, y comoquiera que en ese guiso celestial no predomina un sabor sin que por ello deje de ser ajiaco; la cultura cubana ha resistido cualquier influencia deformante bajo la que ha existido - y de la que se ha nutrido - en diferentes períodos de su breve historia. Nótese que sobrevivió con sello propio, sin negar influencias, a la colonia española, a los 60 años de República enjaezada al dominio norteamericano, a 30 años de infructuosa dependencia de la extinta Unión Soviética y a más de una década de crisis brutal que contradictoriamente ha potenciado aún más su  diseminación por toda la geografía mundial. Ese ajiaco siguió siendo ajiaco, y Cuba no perdió su sensualidad, su desparpajo ante nada ni ante nadie. Aún en los durísimos años 90’s en que se perdió mucho del hábito de lectura que se cultivó en las décadas anteriores y casi se extinguieron las publicaciones puesto que comer y subsistir desplazó de las prioridades colectivas cualquier otra necesidad; aún en ese tiempo, la cultura cubana buscó refugio en el margen y encontró válvulas en el escenario internacional. ¿No te parece extraño que sea precisamente al terminar los 90s que Cuba volviera a ser moda en el mundo? No ignoro que las expectativas políticas sobre lo que podía pasar adentro llamó la atención afuera; pero eso no lo es todo. Al abrirse una pequeña grieta, la fuerza del arte cubano empujó, abrió la brecha, llenó algunos espacios posibles en la arena internacional, y si este fenómeno no va al fracaso por la explotación sin escrúpulos que de él hacen muchos piratas y filibusteros, empresarios de baja calaña, el mundo tendrá mucho por ver aún de lo que es capaz de generar la isla. Y en esto que digo no hay nada de chauvinismo; es un hecho determinado por muchos y disímiles factores y que podría funcionar en otro país bajo circunstancias similares. Basta pasearse por la Habana, una de las ciudades más hermosas del mundo, con una personalidad propia tan fuerte que ha resistido los embates del tiempo y la parálisis de las sucesivas crisis socioeconómicas del siglo, y comprobar cómo sigue viva, y en sus calles ciertamente ruinosas palpita la sensualidad y la energía de la vida real o imaginada, de una existencia casi surrealista y tan deslumbrante como la del cubano.

9. Y ¿para qué exactamente sirve un escritor? Escribir, ¿es una profesión arriesgada? ¿Cuáles son algunas de tus obsesiones, los fantasmas que te empujan?

Para recrear momentos de la vida, aspiraciones y sueños del hombre; no como reflejos factuales, que para eso están otros, sino como reelaboración a partir de la espiritualidad, la temperatura emocional, la encrucijada de sentimientos que emanan de un momento, un lugar, un grupo o un ser. El escritor mismo es principio y fin de su obra después de un viaje por ámbitos fascinantes, a través de caracteres disímiles que habitan el mundo real o casi siempre, el de su imaginario. Un viaje en que se van revelando nuevas visiones de los problemas conocidos, anticipaciones al tiempo en que vivimos, reelaboraciones... Pero todo esto se me queda mucho en lo antropológico. Me gusta pensar que el escritor es un ser privilegiado en el sentido en que puede hallar su realización plena en el más individual de los mundos, dependiendo sólo de sí mismo y su talento. Esta idea sirve de bálsamo para aliviar el dolor que me provoca la variante opuesta, es decir, el escritor no sirve más que para escribir unos libros que leerá un puñado de gente y que sólo interesará a una parte de ellas. Pero siendo esta la peor opción - no, la peor es que no consigas publicar y el posible diálogo que es la literatura se quede en un monólogo, tal vez estéril- el saber que dos o tres personas se han puesto a repensar sus vidas, buscando cómo mejorarlas a partir de una idea, de un pensamiento que cazaron al vuelo en uno de tus libros, es ya motivo suficiente de alegría. Definitivamente creo que el de escritor tiene la misma valía que la de aquellos menesteres que pretenden mejorar, dar dimensión, embellecer la vida del ser humano. En consecuencia mereceríamos mejor pago ¿no crees? En cuanto a las obsesiones, los fantasmas... No sé si alcanzan la categoría de obsesiones o el vuelo retozón de los fantasmas pero sí, hay temas recurrentes y zonas de mi ser que están siempre ahí, rondándome, aupándome en cada acto escritural. El erotismo y el individuo frente al poder son dos zonas bien definidas en mi trabajo, por ejemplo. Pero el erotismo visto como una manera diferente de enfrentar la sensualidad de la relación de pareja y del hombre con sus mundos, tratando de encontrar lo que aún no se ha dicho (si es que algo falta por decir) o una manera diferente de abordar el asunto, no por afán de novedad sino porque pienso que puede haber formas más hermosas de relación, más plenas, sin que ello implique un idealismo romántico o una vuelta a cierto conservadurismo. Cuando se trata del individuo enfrentando al poder, a la voracidad y la obsesión manipuladora de toda forma de poder, creo que se activa en mí aquel instinto libertario gestado en mi infancia y abrazado en mi juventud. Entonces buscaba el mejoramiento humano. Ahora me obsesiona la idea de que la humanidad sería mejor si cada ser, cada individuo tuviera la posibilidad de vivir a plenitud, desarrollarse en todo sentido sin los lastres que le imponen los juegos de la sociedad para sobrevivir conforme a cánones determinados; a los límites impuestos por quienes detentan el poder y manipulan a los hombres en función de sus propios intereses. Pero hay zonas de mi vida que vuelven una y otra vez como marejadas impetuosas. Mi infancia, tan humilde y rica en vivencias que moldearon mi carácter y el resto de mi vida, creo que para bien... Las infinitas vivencias atesoradas en mi andar por medio mundo como viajero empedernido que he sido y seguiré siendo. En fin, esa cosmovisión que me ha hecho ser (creo) una buena persona, con un sentido de la vida en el que prima un espíritu y unas energías muy positivas, a pesar del dolor por todo lo que se va perdiendo en todos los sentidos. También me obsesiona escribir eficientemente, que no correctamente. Si algo rige mi oficio es el interés de decir de la forma más efectiva para conmover, provocar reacciones de distintos signos, para dejar algo en el lector, cualquier cosa que no sea indiferencia, desilusión, hastío. Puedo causar dolor, rabia, ira con un texto, pero debo ser capaz de dejar en él una semilla para que mi lector, pasadas las primeras emociones, piense en algo que al final del día le haya ayudado al menos en el más ínfimo acto de su vida, en el más pequeño de sus pensamientos... Esto que digo ahora casi sin pensarlo, por momentos puede llegar a alcanzar en mí niveles deobsesión.

10. Quedarse en Cuba o irse del país es una de las decisiones dominantes y determinantes de nuestra mentalidad (aquí incluyo a todos los cubanos). ¿Puedes compartir algunas de tus reflexiones sobre lo que significa patria para ti?
 
Como ves hoy estoy aquí. Mañana podría estar allá o acullá. Es un derecho sobre el que no admito discusión y que sólo barreras de otro tipo pueden enajenar. La Patria es una de las apropiaciones claves de los políticos de siempre para ejercer su dominio sobre un grupo humano cualquiera encerrado entre sus fronteras. José Martí dijo Patria es humanidad y dicho así sin segundas intenciones, o de la manera que lo asumo, puedo aceptarlo. Pero bajo esa consigna se ha querido justificar tanta atrocidad como las guerras en Africa, por ejemplo, y casi todas las guerras que en el mundo fueron y que sólo han traído muerte, destrucción, rencores. Patria para mí es "ese lugar donde tan bien se está". Patria son los amigos - y ése es un bien escaso en La Habana debido a la diáspora incesante de estos años - o la gente que tiene comunidad de intereses, una sensibilidad similar... Patria es el entorno que no agrede, el medio social que no te asfixia, la naturaleza que deslumbra y todo un mundo de sensaciones que te acunan. Y eso puede estar en cualquier latitud del mundo real. No soy de los cubanos que se aferra al arroz blanco y los frijoles negros, a un único pedazo de cielo o a un estricto mar. Todo lo imprescindible para mí como originario de una isla específica - el cielo azul, el mar, la buena música cubana, los amigos - podría hallarlo en muchos otros sitios o llevarlo conmigo. Pero, en las condiciones de Cuba, el hecho simple y natural de irse a vivir a otro país, ese elemental acto de libertad significa cuando menos un acto de exilio involuntario. Quienes emigran han sido vistos por la propaganda oficial durante más de treinta años como apátridas o cuando menos se les ha dificultado la posibilidad de regresar a la isla; situación que por ahora parece ser más flexible (aunque para dudarlo está el caso de Heberto Padilla, fallecido antes que se le concediera permiso para visitar la tierra donde nació) aunque crea otras desigualdades en detrimento de quienes viven en la isla sin posibilidades de viajar libremente. Estos son recursos insanos del poder para tratar de frenar la sangría y proteger su imagen ante el mundo; lo sé. Recursos de igual signo se están perpetrando en la actualidad contra los cubanos residentes en los Estados Unidos, donde la administración de Bush les limita la posibilidad de visitar la isla a una vez cada tres años. Otro absurdo juego político que termina pagando el ciudadano “de a pie” 
Si tuviera que optar por echar anclas para siempre en algún sitio cargando con eso que llaman la Patria íntima ¿adónde iría? Veamos. Viviría en España hoy, aunque tengo mis sospechas sobre cierta rusticidad atávica que juega tras la gracia española y la belleza de ese país. Me gusta la cultura de vida de los países nórdicos; pero les falta calor. Me seducen la riqueza espiritual y la alegría de vivir de Colombia y Brasil, pero odio la violencia y la miseria apabullante de los países sudamericanos. Tengo prejuicios con las islas, casi siempre bellos territorios de placer lastrados por el ostracismo geográfico y mental. No sé, me atrae Canadá aunque nunca estuve allí, pero imagino deba tener los bienes de la civilización norteamericana sin los problemas de los Estados Unidos. Me seduce New York que para mí es el mundo. Es el lugar más especial que he visitado, el sitio donde la naturaleza humana y la cultura alcanzan todos sus registros; pero no sé... Creo que me quedo con Cuba en un supuesto futuro de desarrollo, cultura y democracia con la fuerza y el sabor de isla joven, todavía culta y con una naturaleza que no está nada mal y una gente bella que constituye nuestro mayor tesoro. Pero no sé… me temo que idealizo.


Allegro del coronel

Alejandro Aguilar

David tiene un vecino coronel buena persona. El coronel lo saluda cada día cuando parte a sus deberes de perfecto uniforme y gafas de sol; siempre mirando el brillo de sus propios zapatos que mueve con asombrosa agilidad a pesar de su adultez. Es raro ver una persona cercana a los sesenta bajar las escaleras con tal paso. Más raro aún verle saludar sin mirar a la cara a su interlocutor. Esa es una de las raras costumbres del coronel, advierte David, pero en fin, le saluda cada vez que parte a sus deberes y David regresa de sus salidas nocturnas cotidianas. David le dice un “Buenos días” del que no está muy seguro y que busca alcanzar al otro de rebote pretendiendo que su aliento etílico quede clavado en las paredes y no llegue a las inmediaciones de la nariz sobre el espeso bigote, bajo las oscuras gafas del coronel. Nunca lo logra y cuando se cruzan, David ascendiendo y el coronel bajando hacia su auto, donde le espera el chófer (¿Cómo se llamará en el lenguaje de los militares el que conduce el auto del coronel, que es el mismo que carga las compras de la esposa del coronel y que entra y sale con bidones de gasolina llenos o vacíos o botellas de ron y latas de cerveza, y lustra el carro y viene de vez en cuando con su esposa a departir en animada charla con el coronel y su respectiva señora?), David advierte que el torso del coronel se tuerce levemente para volverse a mirarle de arriba abajo con una carga de reproches que casi siente como un peso sobre sus espaldas y le hace más difícil ascender las escaleras. Pero si algo malo piensa el coronel, no debe ser tan malo pues se lo calla. Se lo callaba. El vecino coronel y buena persona, hace unos días se cruzó en las escaleras del edificio con David como sucede casi todas las mañanas del mundo. Con David y Tom. David saludó con los buenos días de casi siempre pero esta vez lanzándolos hacia el techo para evitar verse en el azogue de las oscuras gafas del coronel. Y el coronel inició el saludo de casi siempre enredado en el brillo de sus zapatos. La rutina iba desplegándose con su pesada normalidad, pero de súbito, todo se congeló y no fue a causa del silencio. Fue Tom, que perpetró un ¡Hello! que cambió el curso de la paz hasta entonces sostenida a duras penas, de modo que en un segundo, tal vez menos, el destello de los espejuelos oscuros del coronel abandonó el brillo rutinario de sus zapatos, subió por la pared en diagonal y vino a detenerse sobre los ojos perdidos y el rostro inconfundible del efebo anglosajón. Tom se hizo ostensiblemente presente. Y nunca antes el silencio de un saludo contenido retumbó tan parecido a los cañones que abrieron las primeras andanadas en las guerras desde siempre. El coronel buena persona vecino de David detuvo el aire, el tiempo y los sonidos en una sola mirada, y desde ese momento, ya nada fue igual, ni aún el parco saludo de cada mañana al encontrarse en las escaleras siempre que el coronel partía a sus deberes y David regresaba de sus correrías nocturnas. ¿Qué podía haber alterado el precario equilibro, la tensión contenida, la violencia suprimida hasta entonces por la buena costumbre de un saludo abstraído?

Era el acento anglosajón de Tom. El ¡Hello! que nunca debió pronunciarse. La exhibicionista presencia del enemigo que se colaba en los predios ya minados por la existencia de un David demasiado amanerado para el gusto de los demás vecinos del coronel, demasiado divertido, trasnochador, irresponsable para el gusto del coronel. Pero David era un nacional. ¿Cómo decirlo? Un enfermo, un desviado, un... UN perfectamente controlable, limitable, reprimible, desaparecible, en el entorno cerrado de la vecindad, el barrio, el país, la nación, ¡La Patria! Sin embargo, ¿Cómo aceptar, admitir, tolerar, aprehender, reducir, oprimir, destruir, borrar, un alien llegado precisamente de allí, de esa zona del planeta cuya imagen había sido para el coronel no más que el centro de la diana hacia donde apuntaban todas las baterías de su Regimiento, todos los hombres que obedecían al más ligero destello de sus lentes oscuros? HOMBRES sí, rectos, duros, templados por el noble ejercicio del servicio a la Patria sobre las armas... Hombres de apariencia impenetrable, hechos de una sola pieza, intachables, imperturbables. Todo en torno al coronel buena persona vecino de David debía ser una extensión de la calidad incólume de su regimiento, excepto David, el pequeño, insignificante, desviado pero aún así, aceptable vecino del coronel. ¿Por cuánto tiempo se le había tolerado esa actitud licenciosa de regresar a casa a dormir los estropicios de sus juergas libertinas justo en el momento en que el coronel y todos los correctos vecinos partían al trabajo? Demasiado. Allí estaba la prueba. En el mozo fornido, rubicundo, insolente y agresivamente bello cuya visión rasgara la oscura superficie de las gafas del coronel haciendo uso de algo que conocía muy bien: el factor sorpresa. Tal y como había sido concebido para revertir la superioridad numérica del enemigo, arrebatarle la iniciativa y doblegarlo a su antojo; el factor sorpresa jugó aquí su papel. El coronel parpadeó al amparo de los lentes oscuros de sus impenetrables gafas; trastabilló ligeramente, por un instante perdió el equilibrio y por primera vez debió apoyarse en el pasamanos para poder girar el torso y admirar aquel muchacho escapado de las filas del enemigo, aquel gringo perfecto, tan perfecto como la mayoría de sus hombres del Regimiento cuando en posición de ¡Firmes! erguían el pecho, apretaban los gluteos y de paso, el bulto de su entrepierna sobresalía más de lo acostumbrado y el coronel pasaba revista uno por uno, con su rostro frente a cada rostro, y los ojos, ocultos tras el cristal oscuro de sus gafas, caían en picada hacia aquellos apetitosos bultos ahora remarcados por el aire gallardo, la actitud agresiva de avance de sus soldados incólumes, impolutos, invencibles, intocables... El suspiro se expandió una vez que el coronel buena persona vecino de David alcanzó la calle y la curva de la escalera arrancó de su vista la visión de los bellos efebos en ascenso alegre. Los rayos de sol de la mañana le cegaron por un momento reforzando el devaneo que aún le estremecía. Una vez más tomó aire, recuperó aplomo y se dirigió al auto donde le esperaba aquel que conduce, lleva y trae, viene y va y no sé cómo llamarle en el código de los militares. El coronel se arrellanó en su asiento, y con el torso rígido y la mirada al frente, ordenó al soldado partir a buen paso hacia el Regimiento, mientras sus pensamientos se adelantaban a la rutina que tendría lugar aquel día, su imaginación volaba junto a aquellos cuerpos recién admirados en la escalera, y su mano, como cada mañana, iba a posarse con desmayo en la entrepierna excesivamente abultada y dispuesta a recibirle del soldado, ese que conduce, lleva y trae, viene y va y nadie sabe cómo llamarle cuando estas cosas ocurren entre el coronel buena persona vecino de David y sus impolutos soldados del Regimiento. En ese minuto David abría la puerta de su apartamento, y con una suave presión sobre la cadera de Tom, le invitaba a entrar en su morada.

mayo, 2000 

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