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Recordando a Jacques Derrida

El arte de las memorias

Jacques Derrida

Primera parte

     Tal vez recuerden ustedes que ayer nos hicimos una promesa. La evocaré, pero ustedes ya intuyen el problema que tendremos para ordenar todos estos presentes: los presentes pasados que consisten en el presente de una promesa, cuya apertura hacia el presente por venir no es la de una expectativa o una anticipación sino la del compromiso.
     Nos habíamos prometido mutuamente – aunque en realidad yo fui el único que lo hizo – invocar un nombre: Paul de Man: un “nombre desnudo”: Paul de Man. Al decir (aquí permítaseme citarme en francés) “Le ‘naked name’, ce sera Paul de Man. C’est l ui que nous appellerons, c’est vers lui que nous tournerons encore notre pensée”, aproveché deliberadamente un idioma, el mío. En francés, al menos, no se puede determinar si volveríamos nuestros pensamientos hacia Paul de Man o hacia su nombre. ¿Fue esto un mero juego indecoroso sobre una ambigüedad gramatical? O tal vez un encantamiento mágico, pronunciado sin muchas ilusiones, pero como si el amigo ausente, habiéndose vuelto uno con su nombre en mi memoria, respondiera a la justa invocación de su nombre, como si la imposibilidad de distinguir a Paul de Man del nombre “Paul de Man” confiriera un poder de resurrección al nombramiento mismo, o mejor aún, al apóstrofe de la invocación que evoca “el nombre desnudo”, como si cualquier nombre pronunciado resucitara la resurrección: “¡Lázaro, levántate y anda.” Esto es lo que diría o escenificaría el apóstrofe al nombre desnudo.
     Pero lo que Paul de Man nos dice sobre la interpelación, el apóstrofe y la prosopopeya, sobre su “espectro tropológico”, nos prohíbe ceder aquí a la magia. No obstante tenemos que detenernos en lo que despierta, suscita, atrae o posibilita dicha magia en la estructura o el poder del nombre, especialmente en el llamado nombre propio: no sólo el deseo sino la experiencia de la alucinación.
     Lo que nos constriñe a pensar (sin jamás creer en él) en un “duelo verdadero” (si hay tal) es la esencia del nombre propio. Lo que en nuestra tristeza llamamos la vida de Paul de Man es, en nuestra memoria, el momento en que Paul de Man mismo podía responder al nombre, Paul de Man, y responder en y al nombre de Paul de Man. En el momento de la muerte el nombre propio permanece; a través de él podemos nombrar, llamar, invocar, designar, pero sabemos, podemos pensar (y este pensamiento no se puede reducir a mera memoria, aunque proviene de un recuerdo) que Paul de Man mismo, el portador de ese nombre y único polo de estos actos, estas referencias, nunca volverá a responder a él, nunca responderá él mismo, nunca más, excepto a través de lo que misteriosamente llamamos nuestra memoria.
     Ayer dije que si he optado por hablar de “memorias” en memoria de Paul de Man, es sin duda para permanecer un poco más de tiempo cerca de mi amigo, para vigilar, asimilar, demorar o anular la separación. Pero lo hago porque la “memoria” era para Paul de Man un lugar (un topos o tema, como ustedes prefieran) de reflexión original y continua, pero aun así generalmente oculta, me parece, a sus lectores. Y como yo no deseaba comentar toda la obra de Paul de Man sino seguir, modestamente, uno solo de sus hilos, un hilo que se cruzaría de manera modesta y limitada con el hilo de la “desconstrucción en los Estados Unidos”, pensé que el hilo de la memoria podría orientarnos en el pensamiento de Paul de Man y guiarnos durante nuestro pasaje por este laberinto alegórico. A menos que el hilo de Ariadna sea también el hilo hilado por las Parcas. Naturalmente, ustedes advertirán que “memoria” no es aquí el nombre de un simple topos o un tema identificable; es quizás el foco, sin identidad sacrosanta, de un enigma que resulta mucho más difícil de descifrar porque no oculta nada detrás de la apariencia de una palabra sino que juega con la estructura misma del lenguaje y ciertos notables efectos de superficie.
     “Memoria” es ante todo el nombre de algo que no definiré por el momento; escogeré sólo este rasgo: es el nombre de lo que para nosotros (un “nosotros” que defino sólo en este sentido) preserva una relación esencial y necesaria con la posibilidad del nombre, y cuya preservación el nombre asegura. No la preservación como lo que conserva o mantiene la cosa nombrada: acabamos de ver que, por el contrario, esa muerte revela el poder del nombre en la medida misma en que el nombre continúa nombrando o invocando lo que llamamos el portador de ese nombre, quien ya no puede responder a, en, ni por su nombre. Y como la posibilidad de esta situación se revela con la muerte, podemos inferir que no espera la muerte, o que en él la muerte no espera la muerte. Al invocar o nombrar a alguien cuando está vivo, sabemos que su nombre lo puede sobrevivir y ya lo sobrevive; el nombre comienza a acompañarlo en vida, diciendo y portando su muerte cada vez que se lo pronuncia al nombrarlo o invocarlo, cada vez que se lo inscribe en una lista, en un registro civil o una “firma” o signatura [signature]. Y si a la muerte de mi amigo sólo conservo la memoria y el nombre, la memoria en el nombre, si algo del nombre regresa a la pura memoria a causa de que cierta función está aquí difunta, “defuncta”, y a causa de que el otro ya no está allí para responder, este defecto o ausencia revela la estructura del nombre y también su inmenso poder: es de antemano “en memoria de”. No podemos separar el nombre de la “memoria” ni la “memoria” del nombre; no podemos separar nombre y memoria. Y ello no es así por la simple razón de que la palabra “memoria” sea ella misma un nombre, aunque eso, como veremos en seguida, no carece de interés.
     Pero cuando decimos que el nombre es “en memoria de”, ¿hablamos de todos los nombres, sean nombre propio o nombre común? ¿Y la expresión “en memoria de” significa que el nombre está “en” nuestra memoria, presuntamente una capacidad viviente para evocar imágenes o signos del pasado, etc.? ¿O que el nombre es en sí mismo, en alguna parte allá afuera, como un signo o símbolo, un monumento, epitafio, estela o tumba, un memorando, ayudamemoria, un recordatorio, un auxiliar externo configurado “en memoria de”? Ambas cosas, sin duda; y aquí reside la ambigüedad de la memoria, la contaminación que nos perturba, perturba la memoria y el significado de “memoria”: la muerte revela que el nombre propio siempre podría prestarse a la repetición en ausencia de su portador, convirtiéndose así en un nombre común singular, tan común como el pronombre “yo”, que oculta su singularidad aun al designarla, que deja caer en la más común y accesible exterioridad lo que no obstante significa la relación de una interioridad consigo misma.
     Con esto entramos en la lectura del ensayo de Paul de Man que mencioné en la conferencia de ayer, “Sign and Symbol in Hegel’s Aesthetics” (1982). Es uno de los últimos que publicó. Citaré varias líneas, un poco mecánicamente, para beneficio de la memoria, de la memoria de ustedes; luego nos distanciaremos por el tiempo de un desvío y regresaremos a ellas más tarde. ¿Deberían las citas hacerme titubear, las citas frecuentes y extensas? En última instancia, en el extremo mismo de la más ambigua fidelidad, un discurso “en memoria de” o “a la memoria de” podría incluso desear sólo citar, siempre suponiendo que uno sepa dónde comienza una cita y dónde terminarla. La fidelidad requiere una cita, en el deseo de dejar hablar al otro; y la fidelidad requiere que uno no sólo cite, que no se limite a citar. Aquí estamos comprometidos con la ley de esta doble ley, que es también la doble ley de Mnemosyne, a menos que sea la ley común de la doble fuente, Mnemosyne/Leteo: fuente de la memoria, fuente del olvido. Cuentan, y he aquí el enigma, que quienes consultaban el oráculo de Trofonio en Beocia encontraban allí dos manantiales y se suponía que debían beber de ambos, del manantial de la memoria y del manantial del olvido. Y si Leteo nombra también la alegoría del olvido, de la muerte o del sueño, ustedes pronto reconocerán en Mnemosyne, su otro, una figura de verdad, también llamada aletheia.
     Debo citar, pues, pero también interrumpir las citas:
     1. Escogí la primera de ambas citas porque identifica cierta  relación entre la memoria y el nombre. Paul de Man acababa de evocar la oposición entre Gedächtnis y Erinnerung en la Enciclopedia de Hegel. Gedächtnis es tanto la memoria que piensa (y, más aun, que preserva en sí misma, literalmente, mediante el eco de su nombre mismo, la memoria de Denken) y la memoria voluntaria, específicamente la facultad mecánica de memorización, mientras que Erinnerung es la memoria interiorizante, “el recuerdo como la reunión interior y preservación de la experiencia” (p. 771). Lo que interesa ante todo a Paul de Man, lo que él subraya enfáticamente, es esta extraña colusión, en la memoria como Gedächtnis, entre el pensamiento pensante y la tekhné en su aspecto más externo, lo que parecería la clase de inscripción más abstracta y espacial.

Permanece el interrogante, aun así, de si la manifestación externa de la idea, cuando se produce en el desarrollo secuencial del pensamiento de Hegel, de veras se produce en el modo de recuerdo, como una dialéctica del dentro y del fuera susceptible de comprensión y articulación. ¿Dónde, en el sistema hegeliano, se puede decir que el intelecto, la mente o la idea deja una huella material en el mundo, y cómo se produce esta apariencia sensorial?
La respuesta se insinúa en la misma sección (parágrafo 458, p. 271) cerca del final de la Enciclopedia, en un comentario sobre la estructura del signo, con el cual comenzamos. Tras haber declarado la necesidad de distinguir entre signo y símbolo, y aludido a la tendencia universal a confundir el uno con el otro, Hegel hace referencia a una facultad de la mente que él denomina Gedächtnisy que “en el discurso común [en cuanto opuesto al filosófico] se confunde a menudo con el recuerdo [Erinnerung] así como con la representación y la imaginación”, tal como signo y símbolo se usan a menudo intercambiablemente en modalidades del discurso común tales como el comentario literario o la crítica literaria.... La memorización se debe distinguir claramente del recuerdo y la imaginación. Está totalmente desprovista de imágenes (bildlos), y Hegel habla desdeñosamente de los intentos pedagógicos de enseñar a los niños a leer o escribir haciéndolos asociar figuras con palabras específicas. Pero no está del todo desprovista de materialidad.

     (Interrumpo esta cita un instante tras haber subrayado la palabra materialidad. Hay un tema de la “materialidad”, en verdad un materialismo original en Paul de Man. Se relaciona con una “materia” que no encaja en las definiciones filosóficas clásicas de los materialismos metafísicos, así como no encajan las representaciones sensibles o las imágenes de la materia definidas por la oposición entre lo sensible y lo inteligible. La materia, una materia sin presencia ni sustancia, es lo que se resiste a estas oposiciones. Acabamos de situar esta resistencia en el lado del pensamiento, en su extraña connivencia con la materialidad. Podríamos haberla asociado ayer con la muerte y con esa alusión al “‘duelo’ verdadero” que establece un distingo entre la seudohistoricidad y “la materialidad de la historia real”. A pesar de su suspicacia ante el historicismo o la retórica histórica ciega a su propia retoricidad, Paul de Man argüía constantemente a favor de la irreductibilidad de cierta historia, una historia con la cual todo lo que se puede hacer es realizar su “‘duelo’ verdadero”. Recordemos: “Términos genéricos como lírica (o sus diversas subespecies, oda, égloga o elegía) así como los términos relativos a períodos seudohistóricos tales como romanticismo o clasicismo son siempre términos de resistencia y nostalgia, totalmente alejados de la materialidad de la historia real”. La materialidad de la historia real es así lo que se resiste a la resistencia histórica, historicizante. De Man continúa: “El ‘duelo’ verdadero se engaña menos. A lo sumo, él puede dejar espacio para la no comprensión y enumerar modos no antropomórficos, no elegíacos, no celebratorios, no líricos, no poéticos, es decir prosaicos, o, mejor dicho, históricos del poder del lenguaje”. Una materia de esta suerte, “más vieja” que las oposiciones metafísicas en que generalmente se inscriben el concepto de materia y las teorías materialistas, es, podríamos decir, “en memoria” de lo que precede a estas oposiciones. Pero en virtud de ello mismo, como veremos después, retiene una relación esencial con la ficción, la figuralidad, la retoricidad. Matiere et Mémoire es el título que pude haber dado a este largo paréntesis. Una cita más antes de cerrarlo:

     Gedächtnis, desde luego, significa memoria en el sentido de que se dice de alguien que tiene buena memoria pero no que tiene un buen recuerdo o una buena remembranza. Uno dice, en alemán, “sie” o “er hat ein gutes Gedächtnis”, y no, en el mismo sentido, “eine gute Erinnerung”. El término francés mémoire, como en el título Matiere et Mémoire de Bergson, es más ambivalente, pero se produce un distingo similar entre mémoire y souvenir; un bon souvenir no es lo mismo que une bonne mémoire [ibíd. p. 772].)

      Cerrando este paréntesis, retorno nuevamente mi cita anterior donde la dejé, para ofrecer ahora una justificación del título que he escogido para esta conferencia, “El arte de las memorias”, y para traer a luz los entrecruzamientos de genitivos o genealogías entre el nombre de la “memoria” y la memoria del nombre.

     ... Pero [la memoria] no está del todo desprovista de materialidad. Podemos aprender de memoria sólo cuando todo el significado se olvida y las palabras se leen como si fueran una mera lista de nombres. “Es bien sabido”, dice Hegel, “que uno sabe un texto de memoria sólo cuando ya no asociamos ningún significado con las palabras; al recitar lo que uno sabe así de memoria uno por fuerza omite toda acentuación”.
     Estamos muy lejos, en esta sección de la Enciclopedia sobre la memoria, de los iconos mnemotécnicos descritos por Frances Yates en El arte de la memoria y mucho más cerca del consejo de san Agustín acerca de cómo recordar y salmodiar la Escritura. La memoria, para Hegel, consiste en aprender de memoria nombres [subrayado de Paul de Man) o palabras consideradas como nombres....

      La estipulación de Paul de Man parece crucial. Enfatiza no sólo que la memoria funciona mejor cuando trabaja con listas de nombres aprendidos de memoria, sino que todo lo que sabemos de memoria y todo lo que extrañamente enlaza la memoria como Gedächtnis con el pensamiento es del orden del nombre. El nombre, o lo que se puede considerar como tal, como teniendo la función o poder del nombre: he aquí el único objeto y la única posibilidad de la memoria, y en verdad la única “cosa” que puede al mismo tiempo nombrar y pensar. Esto significa que cuando cualquier nombre, cualquier función nominal, es “en memoria de”, desde el primer “presente” de su aparición, y en definitiva, es “en memoria virtualmente-acongojada de” aun durante la vida de su portador.

     ... y por tanto no se puede separar de la notación, la inscripción, la escritura de estos nombres [recuerden lo que decíamos ayer sobre los Essays upon Epitaphs]. Con el propósito de recordar, uno está obligado a anotar lo que probablemente olvidará. La idea, en otras palabras, hace su aparición sensorial, en Hegel, como la inscripción material de los nombres. Aunque depende totalmente de una facultad mental que es absolutamente mecánica, tan remota como sea posible de los sonidos o imágenes de la imaginación o del oscuro alcance de las palabras y del pensamiento.
     La síntesis entre nombre y sentido que caracteriza la memoria es un “eslabón vacío” [das leere Band] y así enteramente diferente de la mutua complementaridad e interpenetración de forma y contenido que caracteriza el arte simbólico (pp. 772-73).

      2. La segunda cita, del mismo texto, no alude directamente a la memoria del nombre sino a lo que se podría llamar – y casi equivale a lo mismo – el olvido del pronombre, singularmente del primer pronombre, el yo. El ocultamiento del yo en una suerte de olvido apriorístico y funcional podría relacionarse con lo que dijimos ayer acerca de “Autobiography as Defacement”. Pero también se debe tener en cuenta la consecuencia – una entre muchas – de este ocultamiento del yo para la teoría clásica de lo performativo. Un performativo “explícito” parece requerir la prioridad absoluta de las expresiones en primera persona del singular (con un verbo en el tiempo presente de la voz activa). Este privilegio del yo a veces se extiende incluso a los llamados performativos “primarios” (y no explícitos). [1] Esta es la conclusión a que llega Paul de Man tras un análisis de la famosa y “rara frase” de Hegel “Ich kann nicht sagen was ich (nur) meine”, donde la palabra final, como muchos han observado, juega con el verbo meinen (significar, pero también tener Meinung u opinión personal), y el pronombre posesivo, mein, meine, de modo que en última instancia “lo que dice la frase es ‘Yo no puedo decir yo’”. Llevaría mucho tiempo exponer el análisis mismo, y en todo caso lo que me interesa aquí es la maniobra de Paul de Man antes que la de Hegel:

     La mente tiene que reconocer, al final de su trayectoria – en este caso al final del texto – lo que ha planteado al comienzo. Tiene que reconocerse a si misma en cuanto sí misma, es decir en cuanto yo. ¿Pero cómo hemos de reconocer lo que necesariamente será ocultado y olvidado, pues el “yo” es, por definición, lo que yo nunca puedo decir? (p. 770).

Y tres páginas después:

     En la memorización, en el pensamiento y, por extensión, en la manifestación sensorial del pensamiento como un “arte” de la escritura, “tratamos sólo con signos [wir haben es überhaupt nur mit Zeichen zu tun]”. La memoria oculta la remembranza (o recordación) tal como el yo se oculta a sí mismo (p. 773, subrayado mío).

      Enfatizo el ocultamiento que el yo hace de sí mismo y tal como, lo cual en rigor no yuxtapone dos posibilidades análogas. Es la misma posibilidad. También la misma necesidad, la cual hace de la inscripción de la memoria un ocultamiento del recuerdo interiorizante, de la “remembranza viva” obrando en la presencia de la relación con el self. Ayer sugerimos que este eclipse o elipsis en el movimiento de la interiorización no se debe a un límite externo, una limitación finita de la memoria sino a la estructura de la relación con el otro, así como a la siempre alegórica dimensión del duelo.
     La tesis de Paul de Man, si puedo llamarla así (en breve volveremos sobre esto), es que la relación entre Gedächtnis y Erinnerung, entre memoria y recuerdo interiorizante, no es “dialéctica”, como querrían la interpretación hegeliana y la interpretación de Hegel, sino de ruptura, heterogeneidad, disyunción.
     La memoria es el nombre de lo que ya no es sólo una “capacidad” mental orientada hacia una de las tres modalidades del presente, el presente pasado, que se podría disociar del presente presente y el presente futuro. La memoria se proyecta hacia el futuro, y constituye la presencia del presente. La “retórica de la temporalidad” es esta retórica de la memoria. Paul de Man tendía cada vez menos a describirla en términos dialécticos, y aún está por verse si los análisis husserliano y heideggeriano del movimiento de la temporalización brindarían alguna ayuda esencial (por el momento, dejo deliberadamente abierto este interrogante). El estilo “dialectizante” parece más marcado, por ejemplo, en un pasaje dado de su lectura de Blanchot leyendo a Mallarmé (“Impersonality in Blanchot”, en Blindness and Insight, pp. 70-71), aunque aun allí tengo dudas. Por cierto no es en este estilo que Paul de Man escribe aquí de la memoria como una tensión hacia el futuro, o aun como una relación con la presencia del presente. La falla o finitud de la memoria dice algo acerca de la verdad, y acerca de la verdad de la memoria: su relación con el otro, con el instante y con el futuro.

     ... Poulet había afirmado que “el mayor descubrimiento del siglo dieciocho era el fenómeno de la memoria”, pero lo que finalmente emerge es el concepto de instantaneidad, a menudo contra y más allá de la memoria, como la principal visión [insight] del libro. El instant de passage suplanta la memoria o, para ser más preciso, suplanta la ingenua ilusión de que la memoria sería capaz de conquistar la distancia que separa el momento presente del momento pasado.... La memoria se vuelve importante como fracaso antes que como logro y adquiere un valor negativo.... La ilusión de que la continuidad se puede restaurar mediante un acto de la memoria resulta ser meramente otro momento de transición. (Blindness and Insight, pp. 90-91)

      Así, el fracaso de la memoria no es un fracaso; también podemos interpretar su negatividad aparente, su finitud misma, lo que afecta su experiencia de la discontinuidad y la distancia, como un poder, como la apertura misma de la diferencia, en verdad de una diferencia ontológica (óntico-ontológica: entre el Ser y los entes, entre la presencia del presente y el presente mismo). Si tal fuera el caso, ¿qué acontecería cuando esta diferencia ontológica se tradujera en la retórica de La memoria? ¿O viceversa? ¿Se puede hablar en este caso de una simple equivalencia o de una correlación que se podría leer en una dirección o en la otra? Demos a esta pregunta la oportunidad de permanecer abierta; Paul de Man nunca la planteó como tal.
     Si la memoria da acceso a la diferencia, no lo hace simplemente por medio del esquema clásico (originalmente hegeliano) que vincula la esencia de un ser con su ser pasado (être-passé), Wesen con Gewesenheit. La memoria de que hablamos aquí no está esencialmente orientada hacia el pasado, hacia un presente pasado del que se juzga que existió real y previamente. La memoria permanece con huellas, con el objeto de “preservarlas”, pero huellas de un pasado que nunca ha sido presente, huellas que en sí mismas nunca ocupan la forma de la presencia y siempre permanecen, por así decirlo, venideras: vienen del futuro, del porvenir. La resurrección, que es siempre el elemento formal de la “verdad”, una diferencia recurrente entre un presente y su presencia, no resucita un pasado que había sido presente; compromete el futuro.
     En esta memoria que promete la resurrección de un pasado anterior, un “passé antérieur”, como decimos en francés para designar un tiempo gramatical, Paul de Man siempre vio una suerte de elemento formal, el lugar mismo donde se elaboran las ficciones y las figuras. Si uno se permitiera arriesgar una síntesis no menos injusta que económica, no menos provocativa que precipitada, se podría decir que para Paul de Man, gran pensador y teórico de la memoria, hay sólo memoria pero, en rigor, el pasado no existe. Nunca habrá existido en el presente, nunca habrá sido presente, como dice Mallarmé del presente mismo: un présent n’existe pas”. El alegato de esta presunta presencia “anterior” es la memoria, y constituye el origen de todas las alegorías. Si un pasado literalmente no existe, tampoco existe la muerte, [2] sólo el duelo, y esa otra alegoría, incluyendo todas las figuras de muerte con que poblamos el “presente”, las cuales inscribimos (entre nosotros, los vivientes) en cada huella (también llamadas “supervivencias”): esas figuras tendientes hacia el futuro a través de un presente fabulado, figuras que inscribimos porque pueden sobrevivimos, más allá del presente de su inscripción: signos, palabras, nombres, letras, todo este texto cuyo valor de herencia, tal como lo conocemos “en el presente”, prueba su suerte y avanza, de antemano “en memoria de...”
     Paul de Man siempre estuvo alerta a esta huella del futuro como poder de la memoria, tal como lo estaba a la ficción de la anterioridad. En su lectura de Poulet leyendo a Proust, señala:

     El poder de la memoria no reside en su capacidad para resucitar una situación o un sentimiento que existieron de veras, sino que es un acto constitutivo de la mente ligado a su propio presente y orientado hacia el futuro de su propia elaboración. El pasado interviene sólo como un elemento puramente formal.... La trascendencia del tiempo... se ha liberado de un pasado rechazado, pero este momento negativo ahora ha de ser sucedido por un interés en el futuro que engendra una nueva estabilidad, totalmente distinta de la continua y bergsoniana duración de la memoria. (Blindness and Insight, p. 92-93)

      Al hablar de un presente que nunca habrá sido presente, ¿he distorsionado el pensamiento de Paul de Man, llevándolo a un extremo? El pasaje que acabo de citar no dice literalmente esto. Afirma que la memoria no tiene que resucitar lo que “realmente existió” pero no niega la “existencia real”. Esto es verdad, desde luego, ¿pero qué ocurriría si la memoria de esta clase ya estuviera operando en la relación del presente mismo con su propia presencia? ¿Qué ocurriría si hubiera una memoria de presente y que lejos de adecuar el presente consigo mismo dividiera el instante? ¿Qué ocurriría si inscribiera o revelara diferencia en la presencia misma del presente, y así, por el mismo indicio, la posibilidad de ser repetido en la representación? Uniendo las concepciones nietzscheana y baudelairiana de la modernidad, Paul de Man cita “Le Peintre de la vie moderne”, el texto que Baudelaire dedica a Constantin Guys: “Le plaisir que nous retirons de la représentantion du présent tient non seulement à la beauté dont il peut être revêtu, mais aussi à sa qualité essentielle de présent” (“El placer que derivamos de la representación del presente no se debe solamente a la belleza de que puede estar revestido, sino también a su cualidad esencial de presente.” “Literary History and Literary Modernity”, en Blindness and Insight, p. 156). Paul de Man traduce “qualité essentielle de présent” por “present-ness of the present” [presentividad del presente], lo cual vuelve al lector más atento a la diferencia ontológica, a la esencia, a la diferencia entre el simple presente y la presencia del presente. Esta diferencia, por definición, nunca es presente; surge sólo para la memoria, pero para la memoria en cuanto “memoria del presente”. El pasaje continúa:

     La paradoja del problema está potencialmente contenida en la fórmula “représentation du présent”, que combina un patrón repetitivo con uno instantáneo sin aparente conciencia de la incompatibilidad. Aun así, esta tensión latente rige el desarrollo de todo el ensayo. Baudelaire permanece constantemente fiel a la seducción del presente; toda conciencia temporal está para él tan ligada al momento presente que la memoria viene a aplicarse más naturalmente al presente que al pasado:
           ¡Ay de quien estudie en la antigüedad otra cosa que el arte puro, la lógica, el método general! Por zambullirse en el pasado, pierde la memoria del presente; abdica del valor y los privilegios otorgados por las circunstancias; pues casi toda nuestra originalidad viene del sello que el tiempo imprime a nuestras sensaciones.
           (Malheur à celui qui étudie dans l’antiquité autre chose que l’art pur, la logique, la méthode générale! Pour s’y trop plonger, il perd la mémoire du présent;il abdique la valeur et les privilèges fournis par les circonstances;car presque toute notre originalité vient de l’estampille que le temps imprime à nos sensations.)
     La misma ambivalencia temporal urge a Baudelaire a acoplar toda evocación del presente con términos tales como “représentation”, “mémoire” e incluso “temps”, todos los cuales abren perspectivas de distancia y diferencia dentro de la aparente singularidad del instante. No obstante, esta modernidad, al igual que la de Nietzsche, es un olvido o supresión de la anterioridad.


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