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Yoamna Depestre Corcho (26 de
febrero, 1970), narradora, es integrante del grupo de Alamar OMNI-ZONA
FRANCA. Acerca de su trabajo, expresa: “Los sonidos que empleo en mis cuentos, bueno… esto me hizo pensar (…) Aunque sé que hago el ritmo porque estoy entre poetas y la poesía tiene un gran ritmo interno (…) Un amigo, poeta del grupo, me dijo que mis cuentos tenían el sonido del jazz libre (…) No me gustaba mucho el jazz, mucho más me gusta el rap (…) trato de que mis cuentos sean un golpe seco como el rap, pero me interesé en ese ritmo y lo estudié más o menos (…) pues me asombré cuando vi que sí, que tenía mucho. Hasta creo que es una falta de respeto compararme con esta música monumental que es el jazz (…) Aunque… yo quiero siempre experimentar y romper las reglas. Mis personajes se mueven de una zona a otra como el blues en el jazz, me descentro porque soy de la periferia. Ojalá que algún día mi literatura sea como el jazz.” PD. Narradora autodidacta de una muy particular poética, performática, vinculada al movimiento de Hiphop cubano. Tiene publicado su primer libro D-21, edición Letras Cubanas 2004, está incluida en diferentes antologías de narradoras cubanas, y ha publicado en revistas como Extramuros, La Jiribilla, la revista Movimiento, La Letra del Escriba, Revista Sargasso de Puerto Rico. Ha recibido disímiles premios y menciones. Ha realizado lecturas performáticas en eventos, instituciones y espacios públicos inusitados. Fue miembro del taller Onelio Jorge Cardoso. Fue miembro de la Cátedra de conducta creada y dirigida por Tania Bruguera. Miembro de OMNI- ZONAFRANCA. Es madre. A los escondidos Debes aprenderte bien la dirección cuando no estés seguro de tu rostro Maás Yoamna Depestre Corcho Buenas: Tengo chispas sobre los ojos, hasta las puedo ver con ellos abiertos. Son puntos nerviosos que se mueven como el cardiograma en un monitor. A veces simulan que el corazón para, entonces hacen una línea recta sin sonido. Debería estar un pitillo agudo pero sólo está esta línea recta sin sonido que baja y se acomoda sobre mis rodillas. Sabe: “No las entiendo, a las chispas no las entiendo”, a veces me confunden. ¿Acaso hay tanta bulla en el silencio? Sí, tú ves, lo malo es el silencio, es cierto, él me abre la puertecita, señala debajo del fregadero donde el olor a polvo y a luz-brillante es una maraña que juega entre los pomos y las latas inservibles. Le miro con una suplica triste y me meto, no sé siempre me meto. Veo cómo le aconseja a mamá acomodarme empujando mis rodillas. Quiero agarrarle el vestido, pero cierra... Ya no veo nada, ni a mí misma. Sientes el cuerpo entumecerse de estar acuclillado porque aquí no se puede ni dormir. Oigo abrirse la puerta de la calle. Pasos dudosos bordean la cocina. Casi ni respiro, si respiro vendrán los regaños y las matas de escobamarga picando mis rodillas por dejarme engañar. Se alejan. Los oigo ir al cuarto, pararse... escucho el silencio largo y cortante, luego... -¿Qué haces ahí, mujer? Anda, sal.- la risa ingenua y nerviosa de mi madre.-¿Qué voy hacer contigo? ¿Dónde está la niña?- el corazón quiere salir del pecho. Sale, algo extraño lo aprieta. Y las chispas sobre el monitor se vuelvan locas, bajan, suben, bajan... bajan... -Si la has vuelto a encerrar eso haré yo contigo.- y caen aquí donde no las veo. -¿Había hormigas? El eco del aire entra por la puerta, sopla los papeles de la psicóloga que están muy cerca de la pluma, que choca rítmicamente, sobre su buró. -¿Debajo del fregadero? No, cucarachas. -Peor son las hormigas. Sentirlas caminar por el cuerpo es algo horrible. Por algo tu mamá te puso ahí: ellas andan donde quiera. ¿Tu padre? Ese no sabe diferenciar entre un piojillo y una hormiga. Yo se lo enseñé a mi niña y enseguida la entendió: “Alergia, puedes padecer de Alergia”. Mi hija es tan inteligente. No sé qué responderle. Mi boca abierta por el asombro traga todo el eco y mi infancia se pierde en el repiquetear de su pluma, al garabatear encima de dos figuras raquíticas que me ha hecho dibujar como imitación a mis padres. Aprieto las manos encima de la mesa, paso la lengua por mis labios. -¡Estoy sangrando! - separé mis dedos rojos después de haberlos sacado por entre mis piernas. La primera vez siempre te cambia, lo sé, lo he leído en tantos libros, es como si te metieran la cabeza en un tanque de sangre fría. La primera vez... -¿Te decepcionaste?- el muchacho acostado a mi lado en el suelo me lo dice con una mirada culpable. -¿Yo? ¿Y tú? Tengo ganas de golpear aquel estúpido: “que se reafirme con otro”, pero ante mis ojos huye asustado, así quisiera ver a los chiquitos del parque, como los odio. Poco importa lo que me digan. Tapo mis rodillas con las sábanas revueltas sobre el piso frío. Miro por si hay alguien. -¿Te molesta la puerta abierta?- señala la pluma después que ha dejado de tocar sobre el buró. -No... no... -recorro, otra vez el pasillo, temerosa de tropezar con lo que buscan tanto los ojos idos de la psicóloga. ¿Tal vez me busquen a mí? Quizás, pero no soy una pared, tan solo puedo ser una atea en ese gran pasillo y pienso que en este confesionario debería estar la rejilla, sí, debería estar -¿Vive en el D-21 tu amigo? Lo digo porque ese queda frente al parque a donde van esos chiquitos. Sus ojos están sobre mí ahora, por primera vez y mi boca va a tragarse de nuevo todo el eco. Las dos saboreamos como trasmuta y se convierte en las burlas y las palabras insinuantes después de cada apuesta de los chiquitos del parque. La psicóloga al tragar cada sílaba hace cómo si no le gustara. Y yo, rápido, toso el eco con temor a contestar. -Sí. -¡Tú ves! ¿No te lo estoy diciendo? ¿Cómo pudiste tirarte en el piso? Ese edificio está lleno de bichos. Fíjate: yo siempre mantengo mi piso mojado. Respiro. -¡Tú lo sabías, verdad, él lo es, lo es! Mi amiga se hunde en la silla, mueve la cabeza, trata de buscar apoyo en mis rodillas. -Temía que dieras un escándalo. -¿A ti? Y la pregunta quedó en el aire, El miedo desgarra cada cosa. -¡Yo las mataría, las matarías!- Miro desde mi otro lado la pluma temblorosa que salta sobre la hoja.-Ver como es capaz de alzar una hormiga otro cuerpo más grande es para mí todo un hecho de terror. Sonrío resignada en aquellas paredes blancas y frías, poso mis manos sobre mis rodillas para hacer que el cuerpo se incline y acercarme más a la cara atónita de la mujer. Observo su boca alargarse en una sonrisa. Ya es parte del pasillo. Suspira. ¿Es alivio o disculpa? Ni siquiera mira cuando susurra. -¿Sabes el arte de ignorar? Y las chispas que ocupan mis ojos se revuelven, bajan por la nariz y caen luego, convertidas en sangre, sobre la palma de la mi mano. Un hombre que pasa por el parque, mira la mancha para después seguir al grupo de chiquitos que se alejan. Por primera vez los veo irse despacio con el terror en sus ojos. Me bajo del banco roto, que antes fuera mi tribuna. La acera del parque está despoblada y la huella de sangre de mi palma aparece ahora sobre mis rodillas y se pierde, también allí, cerca de donde pasó la gente. El silencio se acerca con los brazos cruzados, se sienta en el banco, cruza también las piernas esperando escuchar otra de mis palabras, pero sus cuencas vacías sólo pueden echarme a llorar. Y la agresividad se me levanta en este banco vacío y hace que acaricie las piedras verdes, bese en mi mente los cementos fríos; y en mi mente hago alinear cada banco, colocándolos en la misma forma de los asientos del pasillo en la consulta. Estoy en él, lo he escrito todo y ahora pego con rabia mis hojas en sus paredes. Me ruborizo... kuando mano de Maá kita papel pegao en paled. Enpuja a mí. -¿Maá pa ké ticas papel? ¿No kiele nadie lea: maetla, cala coleltamente? Esto no gusta a Maá. Jente mila papel. Jente mila mí. Maá blaba. Jente lee lee lee papel pegao. Sigo a Maá. Pluma cae, de Maá. Lecojo. Duele pipi. Ella no mila. Jente montoná. Esto no gusta a Maá. Aplieta ella papel kitaó. Estluja. Pone bajo blaso. -Maá: maetla: cala coleltamente. Yo: olmiga, alelgia. Tú: pinta ojo, lapi seja. Maá kita pluma lápido. “Mete en ojo”: dise sienple. Total: pluma-lápi seja iguá. Me aleja e jente, allí en puelta consulta. Yo kieta. Sapato pegao, chupa piso. Maá mila y no digo. -Maá cala coleltamente. Maetla da temana. Maá no mila. Kita, kita, kita. Yo kieta. Duele pipi cuando camino. Mojao. Mojao blumel e pipi. Maá mila pielna. Yo cluso pielna. Ella etá blaba. Legaña, dise: “¿maetla no deja il baño?” Yo: “niño pegó olmiga en cala”. Asutalon. Entonte doi la musila, tanbién pa ke no me pase ná. Maetla: no sabe. Entonte, Yo: sí sé. Bibo en D-21, sola boi. Maá enseñó alelgia pol ZURRÓN. ZURRÓN ela mío. Enfelmela tomó como e ella. Maá bucó. Encontló. Metió en él iguá a pie en bota. Media kalentika. Maá sonlie. Keda dolmida. Yo kalentika, allí, entle glasa. Enfelmela encontlame entonte llena de olmiga. Pol eto, entonte, milan y milan ojo. Poke la olmiga ton mala. Dejalon lendua inchá, ojo ikitiko. Alelgia. Maetla: mentila, no sabe. Cala coleltamente. Yo: sí sé D-21 bibo. Maá enseñó. Poke aunke enfelmela kitó de nuevo ZURRÓN Yo etuve tienpo en él. Suelte e mía. Maá lo dijo. -Maá: la maetla, balla a ecuela. Cala coleltamente. Pluma lueda pol piso. Yo lecogel kielo. Pipi duele mojao. Kedo palá, milando jente. Maá palese ke kae. Yo lío, ke cómica. Yo kojo bata. Alludo. Me gusta bata. Bata uele a funda. Yo duelmo en funda. Funda palese ZURRÓN. Yo engulunño. Tapo cala, tó... Maá pone lata con agua en pata cama. Lico, uele a jabón lico. Jabón e nuevo. Mañana ¡na! Mañana iguá. No silbe. Olmiga picalón lendua, ojo. Olmiga mala. Alelgia. Maá pinta entonte con lápi seja mis ojo. Pinta. Besa. Ojo palese así a Maá. No pinta cuando biene Paá. Ojo palese así a Paá. Paá entonte sienta lejo, no abla, no mila alelgia, da suto. Pone como maetla cuando dise: no sabe, no sabe. ¡Yo sí sé! Poke niña de al lao dise: “Cala de globo”. Pelo pinta ella tanbién mi cala con colole. Y cala e un globo de colole. Me gusta, Me gusta tanbién. Yo sí sé. Bibo en D-21. Allí leche, palke. Chiquitos glitán, tocan. Yo llego a casa. Maá pene blaba si no. Yo sé. Maá enseñó. Allí pienso: lodilla akí, lodilla allí, lodilla. Maá dando desde el palke en nalga. Enpuja. Yo: lodilla, lodilla, ecalela. Puelta. Maá me calga, kita pañal susio pol ecalela. Besa lico, liico. Laba lodilla y mano susia pol ecalela. Da leche, entonte, lica, liica. Sabe. Inteligente. Alelegia e Maá. Maá biene, kojo blaso, jalo. -Maá ¿Kién puso papel pegao akí? ¿Niña de al lao? ¿Niña de al lao? -Tú no ves que es una egocéntrica la que hizo esto ¡Una egocéntrica! ¿Pero qué puede responderme mi hija? Y no la miro, le tomo la mano y casi la arrastro del pasillo donde una paciente lo ha tapizado de papeles. Intento visualizar a la enferma pero no la conozco. Cómo recordar unas rodillas que seguro escondía debajo del buró. Si las recordara quizás comprendería por qué la ha remetido contra este ancho pasillo, apenas descubro su sexo por sus mismos escritos. Mi niña camina con dificultad, los zapatos se les pegan al suelo, quiero decirle algo, pero la aparto. Las columnas me caen encima y yo salto tratando de atrapar ese papel que bambolea en el aire. Mi consulta bulle, aquello es un enjambre de risas y de preguntas sobre esta paciente inconclusa, tan virtual a una chispa en un parque. La gente ha hecho hileras, juntan sus cabezas para poder adsorber las letras. Algunas los han quitado con la intención de cargarlos hasta sus casas. Pero yo se los arranco al pasar por su lado. Otras se enganchan a mis brazos sin el deseo de entregármelos. Las sacudo con fuerzas: temo me arrastren y me entierren entre las paredes. El jefe de sala queda parado a mitad de pasillo. Mira y me mira con algo de sorpresa y autoridad. Trata de filtrar mi explicación. No la tengo. -Maá, la matéela dise ke balla, cala coleltamemte. No tengo tiempo. Vuelvo a mi hija, la empujo por la espalda alejándola de nuevo de la gente se que atropella en leer, pero sin perder asombrosamente sus filas, ya abarcan casi todo el lugar. Deseo tener sal y salpicarles en los ojos para verlas correr desaforadas en busca de la salida. Registro en el bolsillo esperando encontrar un puñado, pero solo encuentro al jefe de sala despegando un papel. No lo pienso: salto, se lo arrebato. Descubro a mi pluma sobre el suelo, el suelo chupa los zapatos a mi hija y a ella le advierto, con una mirada, alejarse del objeto. -Maá, cala coleltamente. Le hago un gesto brusco apretando mis labios: ¡que se calle de una vez! El jefe de sala lo toma para sí y disimula su incomodidad quitándose la bata blanca. Deja ver un pulóver rojo fuego que me encandila la vista. El color llovizna sobre cada pecho y cada pecho lo tiñe de rojo y todo es un partido de fútbol apostando por el mismo papel. Hacen una ola. Me quema. Pero la gente sigue allí sin el temor de ahogarse. Trenzan sus manos en una balsa que flota y se desborda hacia la puerta. El suelo ya no puede tragarse tanta agua, ni siquiera chupa los zapatos a mi hija y es cuando busco la pluma y no la encuentro. Corro hacia la puerta. Afuera cada prenda es roja, cada mirada, cada pelo. Mi hija nada, chapoteando sus zapatos entre la calle, la acera. Tanto se le nota la cara. Siento miedo. Creo que su camisa se diluye, para mí, entre las otras. Me alargo pero no la agarro. Se me individualiza entre el trillo que conduce al Parque. Algunos papeles se escapan en el salto supremo. La alcanzo. La escondo. Muestro mi mano, a ella va a parar tímida la pluma, escucho ahora entre mi respiración el juego de los chiquitos del parque corriendo tras una caja hecha pelota o encaramados en los bancos de cemento, que muchos han partido. Estoy en el trillo desierto. Saco los papeles arrancado y con ellos mismos le seco a mi hija los muslos con fuerza hasta cubrírselos de boronillas, descalzos sus pies, le acomodo otros como plantilla en sus zapatos mojados de orine. -Eres tan inteligente, ves: si sabes donde vives. Pero su lengua torcida, al mirarla, solo tiene la idiotez de la realidad. Devuelvo la pluma al bolsillo de mi bata blanca. Lleno mi dedo con saliva. Voy borrando las marcas de mi lápiz de ceja alrededor de sus ojos. Se van también los restos de colores. Poco a poco dejan de parecerse a los míos. Y no me imagino cómo una hormiga puede hacer una membrana que los achine tanto. Palpo los crayones sobre mi yema, leve los hago correr hasta mezclarlos. Sobre ellos la mirada fija de mi niña. Veo su miedo. También es el mío. -¡No, no! El D-21 es más importante que tu cara. Pierdo entre mis senos su rostro que me descubre. -Padre nuestro que estás en los cielos nunca nadie me dijo nada. Aprieto las hojas de la Biblia como apreté las hojas despegadas o las manos de mi niña. En la sala se oyen chapotear tenues mis pies sobre el piso lleno de agua. La mujer sentada a mi lado, en el sofá, le tiembla su Santo Libro con la misma severidad que me miran sus ojos, no sabe cómo responderme ante la historia que le he contado. Trata de consolarme con un roce, pero su movimiento pasivo denota la capacidad de no involucrarse. No lo acepto. Descubro una roncha en mi hombro. Por la Biblia corre, a pesar de tanta agua, una hormiga. La cierro con fuerza entre las páginas. Y el consuelo llega, por la mujer, en forma de palabras. -Cuando venga el tiempo del Señor no pasarán éstas cosas. Hasta luego. |
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