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ceiba y Templete;

     Cada 15 de noviembre, hacia la medianoche, los habaneros van al Templete para festejar un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad. Al llegar al Templete, dan tres vueltas a la ceiba y piden un deseo. Ahora tú tienes la oportunidad de hacer lo mismo. Habaneros por voluntad, por derecho de nacimiento, o por cualquier otra razón, ha llegado el momento de reafirmar nuestra fe en la ciudad, nuestra determinación de disputársela a los huracanes de la historia, y de fundarla otra vez donde quiera que nos sorprenda la noche.
   La Habana Elegante -- que ha hecho ya una tradición de esta peregrinación virtual -- abre las puertas de su Templete para que todos juntos festejemos el 487 Aniversario de la Fundación de La Habana. A partir de este año dedicaremos nuestro Templete a una de las calles de la ciudad.  En esta ocasión le ha correspondido a Obispo -- una de las calles más habaneras -- ser depositaria de nuestro amor por la ciudad.



En el tronco de un árbol, que era una ceiba, unos niсos y niсas escribieron, aunque no fuera verdad: Cuba y Puerto Rico son. Y porque lo escribieron se hizo un poco más verdadero ese son que también era plena o pleno son.

Efraín Barradas





Querido Moran-Abre Caminos: Gracias por recordarme esta noche que como regalo de nuestros antepasados aun nos queda a todos los cubanos, donde quiera que estemos, la sombra protectora de una Ceiba Madre.

Madeline Cámara





Un pequeño clásico de la historiografía habanera
 
La conferencia referida a la fundación y sucesivos traslados de la villa de San Cristóbal, ampliada por su autor, Jenaro Artiles, sirvió de base a este texto que constituye un aporte útil a los historiadores.

«Acerca de su emplazamiento fundacional y los primeros tiempos corresponde incluir la obra de Jenaro Artiles titulada La Habana de Velázquez (...) que intenta con éxito situar los dos "pueblos viejos" que preceden a la ciudad portuaria actual, 1514 a 1519».

         Julio Le Riverend. La Habana. Espacio y vida. (1992)

Félix Julio Alfonso López, Opus Habana, vol. III, no. 41, 2006
Historiador


     Si algo le sobra a San Cristóbal de La Habana en sus casi cinco siglos de existencia, es poseer una exuberante y fecunda tradición de estudios históricos. Entre un sinnúmero de textos que van desde los trabajos pioneros de Arrate, Urrutia, Valdés y Morell de Santa Cruz, pasando por las obras clásicas de José María de la Torre y Pedro José Guiteras en el siglo XIX, hasta las importantes contribuciones modernas y contemporáneas de Manuel Pérez Beato, Irene Aloha Wrigt, Francisco González del Valle, Emilio Roig de Leuchsenring, Julio Le Riverend y Eusebio Leal Spengler, no puede dejar de mencionarse el nombre y la obra de Jenaro Artiles.
     Como es conocido, el canario Jenaro Artiles, destacado paleógrafo, bibliógrafo y archivero, era además un hombre de ideas republicanas, lo que explica su llegada a Cuba en 1939, como tantos otros emigrados de la gran diáspora que generó la guerra civil española. En La Habana tomó contacto de inmediato con lo más progresista de la intelectualidad cubana, dictó conferencias en la Institución Hispano Cubana de Cultura presidida por Fernando Ortiz, e impartió clases de biblioteconomía, contando entre sus alumnos a figuras de la talla de Lydia Cabrera, Fermín Peraza, María Teresa Freyre y Emilio Roig de Leuchsenring.1
     Fue precisamente el Dr. Roig de Leuchsenring, quien en ese momento estaba inmerso en una amplia y fecunda labor de promoción cultural y de rescate de la historia patria, el que invitó a Jenaro Artiles a colaborar con la obra de la Oficina del Historiador, destacándose el intelectual canario como bibliotecario, paleógrafo, conferencista e investigador. Fruto de esta labor fueron sus estudios sobre los primeros tiempos de la colonia cubana y específicamente de La Habana, pues el dominio que tenía de la paleografía le posibilitó explotar con eficiencia y confiabilidad las fuentes primarias más antiguas de la historia habanera.
     El aporte mayor realizado por Artiles en el campo de la historiografía habanera, fue un pequeño volumen que vio la luz en 1946 bajo el sello de los Cuadernos de Historia Habanera (No. 31) y que su autor tituló, paradójicamente, La Habana de Velázquez. Digo paradójicamente, pues él mismo afirma que el conquistador Diego Velázquez nunca había estado en La Habana, ni participó en sus actos fundacionales, pero el título obedeció, en mi opinión, a un ardid mnemotécnico para ubicar al lector en el tiempo del relato, es decir, en los inicios de la conquista y colonización de la Isla.
     El origen de este libro, como explica el Dr. Roig en su «Nota preliminar», fueron las conferencias dictadas por Artiles en un «Cursillo para la Enseñanza de la Historia en la Escuela Primaria», uno de cuyos temas era precisamente la historia local de La Habana. La conferencia referida a la fundación y sucesivos traslados de la villa de San Cristóbal, ampliada por su autor, sirvió de base al texto impreso, el cual, en opinión de Roig, no solo abordaba temas no suficientemente tratados en aquel momento, sino que debía constituir «un aporte útil a los historiadores y lo suficientemente práctico para que lo puedan utilizar los maestros cubanos en sus enseñanzas y todos los habaneros en el estudio y conocimiento de las antigüedades de nuestra secular ciudad».2
     La anterior aseveración nos pone sobre la pista de que se trataba de un libro de divulgación, escrito en un lenguaje asequible a las grandes mayorías y sin pretensiones eruditas o académicas. Pero ello no obsta para que el rigor expositivo, la mirada analítica y la polémica revisionista sean las claves de este volumen. Por ello desde la introducción se nos advierte: «Vamos a pasar, pues, a considerar una serie, no de hechos, sino de cuestiones: no una exposición narrativa y minuciosa de elecciones, riñas personales, acuerdos de los cabildos y resoluciones de los gobernadores, sino una discusión de problemas de menos brillo quizás, pero no menos interesantes que aquellos».3
     Aquellos «problemas de menos brillo» a que se refería Artiles eran nada menos que la densa madeja de incertidumbres y confusiones que rodeaban un hecho histórico capital: las repetidas fundaciones de La Habana en las primeras décadas del siglo XVI. Aplicando una lógica rigurosa, ya en el capítulo II aparecen planteadas las tres grandes interrogantes a responder: a) la fecha de fundación de la ciudad; b) quiénes la fundaron y dónde fue ese primitivo asiento y c) cuándo y hacia dónde tuvieron lugar los sucesivos traslados. Para la primera de estas preguntas, Artiles propone, siguiendo a Irene Wright, que la fecha de fundación del «pueblo viejo» del sur debió ser 1514 y no 1515, y añade este comentario, aunque sin ahondar en el porqué de su propuesta: «No se fundó el 25 de julio, ni lleva el nombre de San Cristóbal porque esta fuera la fecha de conmemoración del santo, sino en los primeros meses, probablemente en febrero o marzo del año indicado».4
     En cuanto al prístino asiento, Artiles sugiere que debió ser en las proximidades de Batabanó, para lo cual se apoya en el testimonio de los cronistas de Indias, aunque reconoce que para dilucidar esta cuestión con certeza haría falta «una cuidadosa exploración, mediante excavaciones arqueológicas que nos suministraran restos de enterramientos por lo menos, hogares, herramientas y utensilios domésticos, algún vestigio de una población que, si no muy numerosa, permaneció allí el tiempo suficiente (cinco años por lo menos) para dejar trazas duraderas de su paso».5 Las aproximaciones modernas a esta materia, planteadas por Cesar García del Pino y Ovidio J. Ortega Pereyra en sus hipótesis extremas, a saber, la del río Onicajinal al oeste, y la de la ensenada de la Broa al este, nos dice cuan actual es todavía la discusión propuesta por Artiles y cuan poco hemos avanzado en esta elusiva cuestión.6
     Sobre el traslado de la villa primitiva hacia el norte, Artiles descarta lo que considera explicaciones fabulosas o simples leyendas, como aquella que atribuye la mudanza a una plaga de hormigas. Causas «más lógicas y más normales» debieron contribuir a la trashumancia habanera, destacando el historiador el desplazamiento de intereses que generó la conquista de México, y el subsiguiente abandono de Tierra Firme, la mejor disposición natural de su puerto y las facilidades que brindaba para la navegación hacia Europa. Con todo, enfatiza en el carácter lento y progresivo del alejamiento de la costa sur, estableciéndose los vecinos principales en sus haciendas situadas al norte, como es el caso de las estancias en la ribera del río Casiguaguas, perteneciente a la familia Rojas-Madrid.
     De tal modo, sus conclusiones apuntan a que, en principio, no hubo un traslado de una vez del pueblo viejo del sur hacia la ribera norte, y de hecho ambas poblaciones siguieron coexistiendo en el tiempo durante algunos años. Por otro lado, Artiles niega la posibilidad de una fundación de lo que llama la nueva Habana el 16 de noviembre de 1519, al no existir documentación que respalde este aserto, y por consiguiente duda también de la celebración de una misa en la actual Plaza de Armas oficiada por el padre Las Casas debajo de una Ceiba. En su opinión «una tradición muy posterior, y no anterior a la mitad del siglo XVIII, en que fue recogida y perpetuada oficialmente, nos transmitió noticias imprecisas y desde luego poco o nada fundadas, de tales acontecimientos, que no abonan ninguna razón histórica».7
     Otro asunto que mueve la reflexión de Jenaro Artiles en su discurso revisionista, es lo relacionado con el emplazamiento del segundo «pueblo viejo», es decir, el asentamiento a orillas del río Casiguaguas o Almendares. A ello dedica la segunda parte del texto, dejando establecido antes la hipótesis de que dicho asiento no tuvo lugar en la desembocadura del cauce, sino en la margen derecha y en la cercanía de los actuales Puentes Grandes, que era entonces la llamada Chorrera o cruce del río por la estancia de los Rojas. Como apoyo a esta tesis, además de numerosas citas documentales, Artiles se refiere al hecho de la presencia allí de agua dulce, algo que no sucedía en la desembocadura, donde era salada, por lo menos hasta los meandros que se hallan más arriba de la actual calle 23. En su opinión: «Si admitimos la tesis de los Puentes Grandes, el agua era dulce en el pueblo y tan del agrado de los vecinos, que fueron más tarde a buscarla allí mismo para llevarla a La Habana por la Zanja Real, que sigue, por cierto, aproximadamente el mismo trazado del viejo camino de la Chorrera en su desviación por el Cerro».8
     Los capítulos finales del libro tienen una intención arqueológica, en el sentido de establecer con precisión el lugar donde estuvieron emplazadas las estancias de la Chorrera, a saber, la de Juan Sánchez y la de Alonso de Rojas. La del primero, unas veces llamada hato y otras corral, era una gran extensión de tierra que abarcaba la parte sur y el curso alto del río, y que luego fue repartida en estancias y sitios entre los vecinos de la villa, pues el crecimiento del número de pobladores no toleraba la existencia de una tierra sin uso. El otro hato o corral, perteneciente a Alonso de Rojas, no fue desmembrado, explicándose este privilegio por la influencias del clan Rojas-Soto en el cabildo de la villa y por encontrarse separado de la población por la zona boscosa conocida desde entonces como monte «vedado».
     Para terminar, un sabor arcaizante se desprende de los capítulos dedicados a recuperar la memoria de los antiguos caminos que recorrían La Habana, específicamente el de los Puentes Grandes y el de la Chorrera. Así, con una declaración nostálgica (y una crítica explícita a la modernidad descontrolada de la ciudad) finaliza este libro, devenido referencia imprescindible para todos los estudiosos de la historia habanera: «Nos quedaba a nosotros, a los amantes de las antigüedades habaneras, la tarea de reivindicar los viejos caminos y de sacarlos del olvido y a la superficie desde el fondo del obscuro (sic) en que los tiene sepultados el tráfico loco y la suntuosidad vertiginosa de las calles y avenidas de La Habana cosmopolita de hoy».9

Notas

1 Para más información sobre su biografía y estancia en Cuba ver de Jorge Domingo Cuadriello: «El exilio en Cuba del historiador Jenaro Artiles», en: Españoles en Cuba en el siglo XX. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2004, pp. 259-283.

2 Jenaro Artiles: La Habana de Velázquez. Cuadernos de Historia Habanera 31, Municipio de La Habana y Oficina del Historiador, La Habana, 1946.

3 Ibídem, p. 8.

4 Ibídem, p. 17.

5 Ibídem, p. 21.

6 Ver de César García del Pino: «¿Dónde se fundó la villa de San Cristóbal?», Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, No. 1, 1979, y de Ovidio J. Ortega Pereyra: «Aproximaciones al primitivo emplazamiento de San Cristóbal de La Habana», revista Gabinete de Arqueología, La Habana, No. 4, 2005.

7 Jenaro Artiles: op. cit., pp. 28-29.

8 Ibídem, p. 38.

9 Ibídem, p. 69.


Tan antigua como pudiera ser la fecha de esta foto donde asoma la vieja ceiba al pie de tu edificio, así antiguos son los pensamientos que flotan en mi mente.  Son muchos,  muchísimos los años vividos desde aquel septiembre 22 cuando te visité por ultima vez, víspera de mi salida de La Habana hacia un rumbo desconocido y un futuro mucho mas desconocido aun. Pero ni las lunas que han asomado cada noche, ni el rocío mañanero, ni los rayos del sol que han castigado mi piel, ni el frío de esta región que ha lastimado mi nostalgia, nada ha sido suficiente para borrarte de lo mas profundo de mi alma.  Junto a tu aniversario, está el aniversario de mi boda y el recuerdo de cuando te visité durante mi luna de miel.... Hoy desde lejos te visito mentalmente ¡pero sola! porque mi compañero partió de mi lado, pero él espera por mi, allá, donde las almas vuelven a reunirse y entonces si, para toda una eternidad.
 
Maria Teresa Villaverde Vda. de Trujillo
Rocky Hill, Connecticut,  EEUU





Junto a nuestra querida amiga Maria Teresa Trujillo rezamos constantemente por un cercano regreso a la Patria, y porque nos sea posible –amen de la edad- visitar la venerada Ceiba junto al edificio de El Templete.  Allí nos reuniremos todas juntas a disfrutar de esa Libertad que nos haría sentir como cierta la brisa que se recibe de la bahía habanera, cargada de salitre pero con gotas de esperanza de que la nueva generación sabrán forjar un futuro mejor para CUBA.

Delia Sarmiento y Violeta Levy
Hartford, Connecticut USA





Pido a la ceiba habanera que su sombra vuelva a recibirme; que pueda regresar un día a la ciudad que tanto amo y agradecerle la fuerza y la energía con que me ha sostenido por tantos años, y la esperanza. Sobre todo la esperanza.

Daniel Reynoso, Chicago





Toco madera, el árbol sagrado, y le pido asilo. Asilo en sus ramas y en la memoria de la Ciudad. La Habana no es mi ciudad por nacimiento, sino por elección. Y con eso basta.

María Eulalia, Arkansas





Por cortesía del afamado restaurante El Louvre, La Habana Elegante servirá a sus amigos, lectores y asociados este suculento banquete bajo las frondosas ramas de la ceiba. El costo del banquete serán los centavos que tengan a bien dejar - junto con sus deseos - al pie del árbol habanero. Dedicamos este banquete a nuestros amigos de ZONAFRANCA, de Alamar, nuestros invitados de honor. Para los curiosos, incluimos las recetas de algunos de los deliciosos platos que integran el menú:

SOPA A LA HABANERA

Se escogerá del mejor pan que tuviere, se cortarán tiras largas y delgadas, se tostarán en las parrillas o torteras, se colocarán dentro de la sopera por capas poniéndole en el intermedio de una y otra queso rallado con perejil y cebolla picada, de este modo se llenará; luego se hará una salsa de almendras o avellanas tostadas y machacadas, se disolverá en el caldo de la olla, y se pondrá a cocer con dos o tres clavillos, o un poco de canela, y cocida se echará la mitad de la salsa sobre la sopa y se pondrá a hervir, después se apartará del fuego y echará encima la otra porción de salsa, se pondrá fuego en la otra parte superior o tapa, hasta tostarse, la que se podrá servir así.

ROPA-VIEJA HABANERA

Póngase en la cazuela cuatro onzas de manteca de puerco, échese a sofreír un dientecito de ajo, perejil, ajíes dulces y una cebolla, todo picado grueso, después se echa una cucharada de harina de castilla y un poco de sal, dos escudillas de caldo y media de vinagre, con la carne de vaca y ternera cocida, o de la olla deshilachada; se deja cocer hasta que se embeba el caldo y luego se sirva con plátanos maduros fritos como los anteriores, y colocados arriba cruzándolos en el centro como los castillitos de caña pelada de los niños.

BOCADO HABANERO

Preparada la leche, como se tiene dicho anteriormente, se echa en una fuente donde se le agregan seis yemas de huevo batidas, luego se cortan capas de panetela, se rocían con buen vino moscatel, se polvorean de canela fina bien molida y se van echando en la fuente, hasta que se embeba toda la leche y luego se quema como se dijo arriba dorándolo con un batido de una yema de huevo una cucharada de mantequilla y azúcar molida.





Vamos a darle la vuelta a la ceiba y a pedirle el boleto de regreso. ¡Y qué sea pronto! Que Cachita nos alumbre el camino.

Martica, de Miami





Yo salí de Cuba el año pasado, y ya me parece que han pasado muchos años. Le pido a la ceiba que no pase otro año completo antes de que pueda regresar a La Habana. Si me lo concede, lo primero que haré al bajar del avión será ir a darle las gracias, a besar sus raíces.

Romualdo Cervantes, Pasadena


La Habana en 1893

El Teatro Irijoa, llamado así en honor de su industrioso y distinguido dueño, Sr. Irijoa, es un elegante, cómodo y bien ventilado teatro, construído últimamente, y especial adaptado para representaciones en el verano. Allí se ofrecen también elegantes bailes en cada estación, a los cuales asiste lo más selecto de la sociedad de la Habana. Un jardín con fuentes, a la entrada, atrae la atención. Pequeñas mesas se esparcen aquí y allá para tomar refrescos, lo cual le da una apariencia que hace recordar a los «Campos Eliseos» o a los café-conciertos de París.

El ferrocarril de Marianao para en las siguientes estaciones: Tulipán, Cerro, Ceiba, Buenavista, Quemados y Marianao. Marianao, a unas quince millas de la Habana, es una bonita y quieta barriada de 5000 habitantes. El tren se extiende hasta la playa de Marianao, a tres millas del lugar, donde se puede disfrutar de baños de mar. A unas tres millas de Marianao queda una de las mejores plantaciones de azúcar de Cuba: el Ingenio Toledo.

J. C. Prince.  Cuba illustrated


La Habana en 2006

Los camellos de Centro Habana pararán donde quiera que se rompan, se queden sin gasolina, o puedan ser interceptados por los simpáticos y corteses habitantes de la ciudad. En principio, hay paradas frente al Capitolio, en el Parque de la Fraternidad, frente a la Iglesia del Sagrado Corazón, en Reina, y en el hospital de Emergencias (de todas maneras, casi sin excepción, los camellos, al llegar a esta parada tienen que hacer una parada de emergencia). El recorrido en camello por Centro Habana es uno de los más emocionantes de que pueda disfrutar el viajero. Durante el viaje pueden leerse pintorescos anuncios y carteles como éstos: Revolución es obstruir, Somos felices aquí (debido a razones que no conocemos, unos días se lee aquí y otros allí, lo que, filosóficamente hablando, hace imposible tomar dos veces el mismo viaje), Area de venta estatal, El momento es de firmeza, Se vende un frice, Vamos bien (alguien añadió a este cartel una intrigante pregunta: "¿Pa dónde?"). El recorrido por Centro Habana no está limitado a este municipio habanero - aclaramos - puesto que si alguna concentración, mitin de repudio, mesa redonda, domingo rojo, o marcha del pueblo combatiente lo exige, los pasajeros pueden ser eficientemente descargados en la Plaza de la Revolución o frente al Ministerio del Interior. A aquéllos cuyo espíritu de aventura los anime a subirse a uno de los camellos de Centro Habana les recomendamos tomar el itinerario de las doce del día, cuando a los habaneros ya les da lo mismo un camello hembra que uno mulato. Es también la hora del día con mayor probabilidad de que el camello sea secuestrado, llevado al malecón y lanzado al agua. Y hay que decir, sobre todo hay que decírselo a los incrédulos, que el camello flota (igualito que la Isla).

Juan sin Nada. Havana from a raft




A la ceiba le pido que no borre nunca de mi memoria los lugares de la ciudad donde conversaba con mis amigos, ni la esquina donde me enamoré. Todavía entonces esa esquina tenía un lindo farol. Hoy no sé.

Pedro González, de Cayo Hueso (no Key west)


La Habana en 1884

En las calles de la Habana, los lomos de las mulas, burros y pequeños caballos hacen el oficio de carros de leche, excepto cuando el lechero desarrolla aun menos su negocio, y conduce las vacas hasta las mismas puertas de las casas, donde ordeña este líquido universal en la vasija que usted le ofrece. Este método, al menos, tiene la ventaja de evitarle la tentación de echarle agua a la leche. Le recomendamos esto a todos los dispensadores del líquido lácteo de nuestras ciudades norteñas que se sienten agraviados por sospechas injustas: éste es un método que no admite difamación. A nuestra casa en la Habana venía todas las mañanas una gran vaca - muy parecida a una de nuestras hermosas Jerseys, aunque de raza cubana - trayendo su propia leche en una cacharra de forma extraña colgada a un lado de su lomo y balanceada por un mazo de caña amarrado del otro lado; esta provisión parecía algo así como una merienda de viaje. Detrás venía un pequeño ternero, preso por el narigón para evitar alguna poca juiciosa incursión contra las mercancías de las tiendas. Y, todavía más atrás, venía un joven negro cuyo estridente grito de «Leche, leche, veinte centavos el vaso,» fue el primer indicio que tuvimos de su negocio.

C. A. Stephens.  The Knockabout Club in the Tropics


Una de Orden Público: La Habana, 2006

Ayer, a las 2:00 p.m., y mientras transitaba por la calle de Apodaca, un caballo que tiraba de un pesado carretón de los almacenes Cuba, sufrió un desmayo, lo cual provocó la obstrucióon del tráfico de dicha vía durante horas. El inusual espectáculo de ver a un caballo desmayado en mitad de la calle - sobre todo por tratarse de un animal de tamaño descomunal - hizo que una enorme cantidad de público, siempre atraída por hechos morbosos como al que hacemos referencia, se aglomerara en torno al pobre animal, y comenzara a vociferar: "¡Se cayó el caballo!" Hasta se hicieron apuestas sobre si el desventurado caballo se pondría nuevamente en pie (o sobre sus patas) o había llegado la hora de hacerlo tasajo. En esta ciudad donde se apuesta por todo y en todas partes, resulta cada vez más alarmante comprobar la desmoralización que, como una terrible enfermedad, va minando el carácter y corrompiendo las costumbres. Pero si es de lamentar, y hasta de condenar, la conducta de los habaneros durante el bochornoso y lamentable incidente, no menos censura merece el cochero de los almacenes Cuba, el cual se sumó a los chistes que se hacían a expensas del pobre animal. "¡Pero si está entero!," decía, e insistía: "Ya verán como él solito se levanta... No se preocupen que aquí hay caballo para rato."

José Nepomuceno. "The Fallen Horse" in Havana Journal


"un paso que dice: pal'ante y pal'ante que ya horita se muere, el comandante, un paso que dice pal'ante y pal'ante.. . "

Jorge Camacho





Tres veces camino alrededor de la ceiba y le pido por esta maravillosa revista. Gracias por mantener en pie este Templete, por preservar para todos la ciudad con o sin sus columnas.

Humberto Díaz, New Jersey





Esta noche no estaremos solos, ni sin amparo. Nos cobija la ceiba. Y nosotros la cobijamos en nuestro corazón. Tenemos que celebrar este viaje, animarnos con cada vuelta. Pedirle a La Habana una puesta de sol. Una más. Todavía una más.

Rogelio Torres, Montreal


Más de La Habana en 1884

La población de cerca de 250, 000 está muy mezclada, incluyendo una larga proporción de gentes de todos los matices de color, desde el genuino negro oscuro hasta el mulato olivo pálido. Estos últimos son descritos de variadas formas tales como octerones, cuarterones, «café con leche», «pinos amarillos», etc. Hay en Cuba, y fundamentalmente en la Habana, 60,000 chinos y ni una china. Los negros y los chinos se emplean fundamentalmente en el servicio doméstico y hacen toda clase de trabajos serviles y laboriosos.
En la Habana la vida y la propiedad son protegidas por numerosos cuerpos de eficientes y marciales policías, tanto montados como a pie, que, siempre, en parejas, patrullan la ciudad y los suburbios armados con espadas y grandes pistolas, ya que los robos con violencia son frecuentes y rápidamente ejecutados.
Cuando los rufianes que cometen estos asaltos caen en manos de la policía se dice que se les dispara sin mucha vacilación y se les captura muertos; una declaración de que el prisionero intentó escaparse y que ellos se vieron obligados a dispararle es suficiente. Sin embargo, me complace decir que durante mi visita no presencié ninguna alteración, ni un simple borracho ni una persona desordenada. Me informaron que la paga de la policía está atrasada en ocho o nueve meses, y la del ejército y marina, por un período más largo aún.
Las pocas negras viejas que se ven en las calles son mayormente pequeñas, fuertes y feas; pero, los objetos más miserables que jamás haya visto son los chinos tullidos y mendigos de Cuba. Muchas de las miserables criaturas lucen como meros esqueletos cubiertos de pergamino.


John Mark. Diary of my trip to America and Havana





A mis hermanos habaneros, que me esperen junto a la ceiba. Que no comience la fiesta hasta que llegue todos para dar las tres vueltas. Después, ah, después, yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde. Bendiciones para todos de

Josefina Cañas, Orlando, Florida


Happy Ceiba
 
El silencio cobra cifras
que no hayan lugar
en las mentes calenturientas
del envidioso y el traidor.
 
Todo pasa y nada pasa
en las curvas del destino.
Ningún Saber resuelve
todos los conflictos.
 
Cuida Ceiba mi silencio
contra la muerte presuntuosa
que más habla un dormido
que un novelista de moda.

Jesús Jambrina
 
Decorah, Iowa
Noviembre 17, 2006


"Y cuando el tambor comenzó a tocarse a sí mismo, se levantaron todos los que desde hacia cientos de años estaban muertos y vinieron para ser testigos de cómo el tambor tocaba el tambor, bajo la ancestral Ceiba.  Los vivos se les unieron.  Cuba está a la espera de ese día.  Abrir güiri mambo, Kimbisi palo llamé llamé.  In sora Matombe sacuré." 

Mariela A. Gutiérrez





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