;
|
Cada 15 de noviembre, hacia la medianoche, los habaneros van al
Templete
para festejar un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad.
Al llegar al Templete, dan tres vueltas a la ceiba y piden un deseo.
Ahora
tú tienes la oportunidad de hacer lo mismo. Habaneros por
voluntad,
por derecho de nacimiento, o por cualquier otra razón, ha
llegado
el momento de reafirmar nuestra fe en la ciudad, nuestra
determinación
de disputársela a los huracanes de la historia, y de fundarla
otra
vez donde quiera que nos sorprenda la noche.
La Habana Elegante -- que ha hecho ya
una
tradición de esta
peregrinación virtual -- abre las puertas de su Templete para
que
todos juntos festejemos el 487 Aniversario de la Fundación de La
Habana. A partir de este año dedicaremos nuestro Templete a una
de las calles de la ciudad. En esta ocasión le ha
correspondido
a Obispo -- una de las calles más habaneras -- ser depositaria
de
nuestro amor por la ciudad.
En el tronco de un árbol, que era una ceiba, unos
niсos y niсas escribieron, aunque no fuera verdad: Cuba y Puerto Rico
son. Y porque lo escribieron se hizo un poco más
verdadero ese son que
también
era plena o pleno son.
Efraín Barradas
Querido Moran-Abre Caminos: Gracias por recordarme esta noche que como
regalo de nuestros antepasados aun nos queda a todos los cubanos, donde
quiera que estemos, la sombra protectora de una Ceiba Madre.
Madeline Cámara
Un
pequeño clásico de la historiografía habanera
La conferencia referida a la
fundación y sucesivos traslados de la villa de San
Cristóbal, ampliada por su autor, Jenaro Artiles, sirvió
de base a este texto que constituye un aporte útil a los
historiadores.
«Acerca de su emplazamiento fundacional y los primeros tiempos
corresponde incluir la obra de Jenaro Artiles titulada La Habana de
Velázquez (...) que intenta con éxito situar los dos
"pueblos viejos" que preceden a la ciudad portuaria actual, 1514 a
1519».
Julio Le Riverend. La
Habana. Espacio y vida. (1992)
Félix Julio Alfonso López,
Opus Habana, vol. III,
no. 41, 2006
Historiador
Si algo le sobra a San Cristóbal de La
Habana en sus casi cinco siglos de existencia, es poseer una exuberante
y fecunda tradición de estudios históricos. Entre un
sinnúmero de textos que van desde los trabajos pioneros de
Arrate, Urrutia, Valdés y Morell de Santa Cruz, pasando por las
obras clásicas de José María de la Torre y Pedro
José Guiteras en el siglo XIX, hasta las importantes
contribuciones modernas y contemporáneas
de Manuel Pérez
Beato, Irene Aloha Wrigt, Francisco González del Valle, Emilio
Roig de Leuchsenring, Julio Le Riverend y Eusebio Leal Spengler, no
puede dejar de mencionarse el nombre y la obra de Jenaro Artiles.
Como es conocido, el canario Jenaro Artiles,
destacado paleógrafo, bibliógrafo y archivero, era
además un hombre de ideas republicanas, lo que explica su
llegada a Cuba en 1939, como tantos otros emigrados de la gran
diáspora que generó la guerra civil española. En
La Habana tomó contacto de inmediato con lo más
progresista de la intelectualidad cubana, dictó conferencias en
la Institución Hispano Cubana de Cultura presidida por Fernando
Ortiz, e impartió clases de biblioteconomía, contando
entre sus alumnos a figuras de la talla de Lydia Cabrera, Fermín
Peraza, María Teresa Freyre y Emilio Roig de Leuchsenring.1
Fue precisamente el Dr. Roig de Leuchsenring,
quien en ese momento estaba inmerso en una amplia y fecunda labor de
promoción cultural y de rescate de la historia patria, el que
invitó a Jenaro Artiles a colaborar con la obra de la Oficina
del Historiador, destacándose el intelectual canario como
bibliotecario, paleógrafo, conferencista e investigador. Fruto
de esta labor fueron sus estudios sobre los primeros tiempos de la
colonia cubana y específicamente de La Habana, pues el dominio
que tenía de la paleografía le posibilitó explotar
con eficiencia y confiabilidad las fuentes primarias más
antiguas de la historia habanera.
El aporte mayor realizado por Artiles en el
campo de la historiografía habanera, fue un pequeño
volumen que vio la luz en 1946 bajo el sello de los Cuadernos de Historia Habanera (No.
31) y que su autor tituló, paradójicamente, La Habana de Velázquez. Digo
paradójicamente, pues él mismo afirma que el conquistador
Diego Velázquez nunca había estado en La Habana, ni
participó en sus actos fundacionales, pero el título
obedeció, en mi opinión, a un ardid mnemotécnico
para ubicar al lector en el tiempo del relato, es decir, en los inicios
de la conquista y colonización de la Isla.
El origen de este libro, como explica el Dr.
Roig en su «Nota preliminar», fueron las conferencias
dictadas por Artiles en un «Cursillo para la Enseñanza de
la Historia en la Escuela Primaria», uno de cuyos temas era
precisamente la historia local de La Habana. La conferencia referida a
la fundación y sucesivos traslados de la villa de San
Cristóbal, ampliada por su autor, sirvió de base al texto
impreso, el cual, en opinión de Roig, no solo abordaba temas no
suficientemente tratados en aquel momento, sino que debía
constituir «un aporte útil a los historiadores y lo
suficientemente práctico para que lo puedan utilizar los
maestros cubanos en sus enseñanzas y todos los habaneros en el
estudio y conocimiento de las antigüedades de nuestra secular
ciudad».2
La anterior aseveración nos pone sobre
la pista de que se trataba de un libro de divulgación, escrito
en un lenguaje asequible a las grandes mayorías y sin
pretensiones eruditas o académicas. Pero ello no obsta para que
el rigor expositivo, la mirada analítica y la polémica
revisionista sean las claves de este volumen. Por ello desde la
introducción se nos advierte: «Vamos a pasar, pues, a
considerar una serie, no de hechos, sino de cuestiones: no una
exposición narrativa y minuciosa de elecciones, riñas
personales, acuerdos de los cabildos y resoluciones de los
gobernadores, sino una discusión de problemas de menos brillo
quizás, pero no menos interesantes que aquellos».3
Aquellos «problemas de menos
brillo» a que se refería Artiles eran nada menos que la
densa madeja de incertidumbres y confusiones que rodeaban un hecho
histórico capital: las repetidas fundaciones de La Habana en las
primeras décadas del siglo XVI. Aplicando una lógica
rigurosa, ya en el capítulo II aparecen planteadas las tres
grandes interrogantes a responder: a) la fecha de fundación de
la ciudad; b) quiénes la fundaron y dónde fue ese
primitivo asiento y c) cuándo y hacia dónde tuvieron
lugar los sucesivos traslados. Para la primera de estas preguntas,
Artiles propone, siguiendo a Irene Wright, que la fecha de
fundación del «pueblo viejo» del sur debió
ser 1514 y no 1515, y añade este comentario, aunque sin ahondar
en el porqué de su propuesta: «No se fundó el 25 de
julio, ni lleva el nombre de San Cristóbal porque esta fuera la
fecha de conmemoración del santo, sino en los primeros meses,
probablemente en febrero o marzo del año indicado».4
En cuanto al prístino asiento, Artiles
sugiere que debió ser en las proximidades de Batabanó,
para lo cual se apoya en el testimonio de los cronistas de Indias,
aunque reconoce que para dilucidar esta cuestión con certeza
haría falta «una cuidadosa exploración, mediante
excavaciones arqueológicas que nos suministraran restos de
enterramientos por lo menos, hogares, herramientas y utensilios
domésticos, algún vestigio de una población que,
si no muy numerosa, permaneció allí el tiempo suficiente
(cinco años por lo menos) para dejar trazas duraderas de su
paso».5 Las aproximaciones
modernas a esta materia, planteadas por Cesar García del Pino y
Ovidio J. Ortega Pereyra en sus hipótesis extremas, a saber, la
del río Onicajinal al oeste, y la de la ensenada de la Broa al
este, nos dice cuan actual es todavía la discusión
propuesta por Artiles y cuan poco hemos avanzado en esta elusiva
cuestión.6
Sobre el traslado de la villa primitiva hacia
el norte, Artiles descarta lo que considera explicaciones fabulosas o
simples leyendas, como aquella que atribuye la mudanza a una plaga de
hormigas. Causas «más lógicas y más
normales» debieron contribuir a la trashumancia habanera,
destacando el historiador el desplazamiento de intereses que
generó la conquista de México, y el subsiguiente abandono
de Tierra Firme, la mejor disposición natural de su puerto y las
facilidades que brindaba para la navegación hacia Europa. Con
todo, enfatiza en el carácter lento y progresivo del alejamiento
de la costa sur, estableciéndose los vecinos principales en sus
haciendas situadas al norte, como es el caso de las estancias en la
ribera del río Casiguaguas, perteneciente a la familia
Rojas-Madrid.
De tal modo, sus conclusiones apuntan a que,
en principio, no hubo un traslado de una vez del pueblo viejo del sur
hacia la ribera norte, y de hecho ambas poblaciones siguieron
coexistiendo en el tiempo durante algunos años. Por otro lado,
Artiles niega la posibilidad de una fundación de lo que llama la
nueva Habana el 16 de noviembre de 1519, al no existir
documentación que respalde este aserto, y por consiguiente duda
también de la celebración de una misa en la actual Plaza
de Armas oficiada por el padre Las Casas debajo de una Ceiba. En su
opinión «una tradición muy posterior, y no anterior
a la mitad del siglo XVIII, en que fue recogida y perpetuada
oficialmente, nos transmitió noticias imprecisas y desde luego
poco o nada fundadas, de tales acontecimientos, que no abonan ninguna
razón histórica».7
Otro asunto que mueve la reflexión de
Jenaro Artiles en su discurso revisionista, es lo relacionado con el
emplazamiento del segundo «pueblo viejo», es decir, el
asentamiento a orillas del río Casiguaguas o Almendares. A ello
dedica la segunda parte del texto, dejando establecido antes la
hipótesis de que dicho asiento no tuvo lugar en la desembocadura
del cauce, sino en la margen derecha y en la cercanía de los
actuales Puentes Grandes, que era entonces la llamada Chorrera o cruce
del río por la estancia de los Rojas. Como apoyo a esta tesis,
además de numerosas citas documentales, Artiles se refiere al
hecho de la presencia allí de agua dulce, algo que no
sucedía en la desembocadura, donde era salada, por lo menos
hasta los meandros que se hallan más arriba de la actual calle
23. En su opinión: «Si admitimos la tesis de los Puentes
Grandes, el agua era dulce en el pueblo y tan del agrado de los
vecinos, que fueron más tarde a buscarla allí mismo para
llevarla a La Habana por la Zanja Real, que sigue, por cierto,
aproximadamente el mismo trazado del viejo camino de la Chorrera en su
desviación por el Cerro».8
Los capítulos finales del libro tienen
una intención arqueológica, en el sentido de establecer
con precisión el lugar donde estuvieron emplazadas las estancias
de la Chorrera, a saber, la de Juan Sánchez y la de Alonso de
Rojas. La del primero, unas veces llamada hato y otras corral, era una
gran extensión de tierra que abarcaba la parte sur y el curso
alto del río, y que luego fue repartida en estancias y sitios
entre los vecinos de la villa, pues el crecimiento del número de
pobladores no toleraba la existencia de una tierra sin uso. El otro
hato o corral, perteneciente a Alonso de Rojas, no fue desmembrado,
explicándose este privilegio por la influencias del clan
Rojas-Soto en el cabildo de la villa y por encontrarse separado de la
población por la zona boscosa conocida desde entonces como monte
«vedado».
Para terminar, un sabor arcaizante se
desprende de los capítulos dedicados a recuperar la memoria de
los antiguos caminos que recorrían La Habana,
específicamente el de los Puentes Grandes y el de la Chorrera.
Así, con una declaración nostálgica (y una
crítica explícita a la modernidad descontrolada de la
ciudad) finaliza este libro, devenido referencia imprescindible para
todos los estudiosos de la historia habanera: «Nos quedaba a
nosotros, a los amantes de las antigüedades habaneras, la tarea de
reivindicar los viejos caminos y de sacarlos del olvido y a la
superficie desde el fondo del obscuro (sic) en que los tiene sepultados
el tráfico loco y la suntuosidad vertiginosa de las calles y
avenidas de La Habana cosmopolita de hoy».9
Notas
1 Para más información sobre su biografía y
estancia en Cuba ver de Jorge Domingo Cuadriello: «El exilio en
Cuba del historiador Jenaro Artiles», en: Españoles en Cuba en el siglo XX.
Editorial Renacimiento, Sevilla, 2004, pp. 259-283.
2 Jenaro Artiles: La Habana de
Velázquez. Cuadernos de Historia Habanera 31, Municipio
de La Habana y Oficina del Historiador, La Habana, 1946.
3 Ibídem, p. 8.
4 Ibídem, p. 17.
5 Ibídem, p. 21.
6 Ver de César García del Pino:
«¿Dónde se fundó la villa de San
Cristóbal?», Revista de
la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, No.
1, 1979, y de Ovidio J. Ortega Pereyra: «Aproximaciones al
primitivo emplazamiento de San Cristóbal de La Habana»,
revista Gabinete de
Arqueología, La Habana, No. 4, 2005.
7 Jenaro Artiles: op. cit., pp. 28-29.
8 Ibídem, p. 38.
9 Ibídem, p. 69.
Tan antigua como pudiera ser la fecha de esta foto donde
asoma la vieja
ceiba al pie de tu edificio, así antiguos son los pensamientos
que flotan en mi mente. Son muchos, muchísimos los
años vividos desde aquel septiembre 22 cuando te visité
por ultima vez, víspera de mi salida de La Habana hacia un rumbo
desconocido y un futuro mucho mas desconocido aun. Pero ni las lunas
que han asomado cada noche, ni el rocío mañanero, ni los
rayos del sol que han castigado mi piel, ni el frío de esta
región que ha lastimado mi nostalgia, nada ha sido suficiente
para borrarte de lo mas profundo de mi alma. Junto a tu
aniversario, está el aniversario de mi boda y el recuerdo de
cuando te visité durante mi luna de miel.... Hoy desde lejos te
visito
mentalmente ¡pero sola! porque mi compañero partió
de mi lado, pero él espera por mi, allá, donde las almas
vuelven a reunirse y entonces si, para toda una eternidad.
Maria Teresa Villaverde Vda. de Trujillo
Rocky Hill, Connecticut, EEUU
Junto a nuestra querida amiga Maria Teresa Trujillo rezamos
constantemente por un cercano regreso a la Patria, y porque nos sea
posible –amen de la edad- visitar la venerada Ceiba junto al edificio
de El Templete. Allí nos reuniremos todas juntas a
disfrutar de esa Libertad que nos haría sentir como cierta la
brisa que se recibe de la bahía habanera, cargada de salitre
pero con gotas de esperanza de que la nueva generación
sabrán forjar un futuro mejor para CUBA.
Delia Sarmiento y Violeta Levy
Hartford, Connecticut USA
Pido a la ceiba habanera que su sombra vuelva a recibirme; que pueda
regresar un día a la ciudad que tanto amo y agradecerle la
fuerza y la energía con que me ha sostenido por tantos
años, y la esperanza. Sobre todo la esperanza.
Daniel Reynoso, Chicago
Toco madera, el árbol sagrado, y le pido asilo. Asilo en sus
ramas y en la memoria de la Ciudad. La Habana no es mi ciudad por
nacimiento, sino por elección. Y con eso basta.
María Eulalia, Arkansas
Por cortesía del afamado restaurante El Louvre, La Habana
Elegante servirá a sus amigos, lectores y asociados este
suculento banquete bajo las frondosas ramas de la ceiba. El costo del
banquete serán los centavos que tengan a bien dejar - junto con
sus deseos - al pie del árbol habanero. Dedicamos este banquete
a nuestros amigos de ZONAFRANCA,
de Alamar, nuestros invitados de
honor. Para los curiosos, incluimos las recetas de algunos de los
deliciosos
platos que integran el menú:
SOPA A LA HABANERA
Se escogerá del mejor pan que tuviere, se cortarán tiras
largas y delgadas, se tostarán en las parrillas o torteras, se
colocarán dentro de la sopera por capas poniéndole en el
intermedio de una y otra queso rallado con perejil y cebolla picada, de
este modo se llenará; luego se hará una salsa de
almendras o avellanas tostadas y machacadas, se disolverá en el
caldo de la olla, y se pondrá a cocer con dos o tres clavillos,
o un poco de canela, y cocida se echará la mitad de la salsa
sobre la sopa y se pondrá a hervir, después se
apartará del fuego y echará encima la otra porción
de salsa, se pondrá fuego en la otra parte superior o tapa,
hasta tostarse, la que se podrá servir así.
ROPA-VIEJA HABANERA
Póngase en la cazuela cuatro onzas de manteca de puerco,
échese a sofreír un dientecito de ajo, perejil,
ajíes dulces y una cebolla, todo picado grueso, después
se echa una cucharada de harina de castilla y un poco de sal, dos
escudillas de caldo y media de vinagre, con la carne de vaca y ternera cocida,
o de la olla deshilachada; se deja cocer hasta que se embeba el
caldo y luego se sirva con plátanos maduros fritos como los
anteriores, y colocados arriba cruzándolos en el centro como los
castillitos de caña pelada de los niños.
BOCADO HABANERO
Preparada la leche, como se tiene dicho anteriormente, se echa en una
fuente donde se le agregan seis yemas de huevo batidas, luego se cortan
capas de panetela, se rocían con buen vino moscatel, se
polvorean de canela fina bien molida y se van echando en la fuente,
hasta que se embeba toda la leche y luego se quema como se dijo arriba
dorándolo con un batido de una yema de huevo una cucharada de
mantequilla y azúcar molida.
Vamos a darle la vuelta a la ceiba y a pedirle el boleto de regreso.
¡Y qué sea pronto! Que Cachita nos alumbre el camino.
Martica, de Miami
Yo salí de Cuba el año pasado, y ya me parece que han
pasado muchos años. Le pido a la ceiba que no pase otro
año completo antes de que pueda regresar a La Habana. Si me lo
concede, lo primero que haré al bajar del avión
será ir a darle las gracias, a besar sus raíces.
Romualdo Cervantes, Pasadena
La Habana en 1893
El Teatro Irijoa, llamado así en honor de su industrioso y
distinguido dueño, Sr. Irijoa, es un elegante, cómodo y
bien ventilado teatro, construído últimamente, y especial
adaptado para representaciones en el verano. Allí se ofrecen
también elegantes bailes en cada estación, a los cuales
asiste lo más selecto de la sociedad de la Habana. Un
jardín con fuentes, a la entrada, atrae la atención.
Pequeñas mesas se esparcen aquí y allá para tomar
refrescos, lo cual le da una apariencia que hace recordar a los
«Campos Eliseos» o a los café-conciertos de
París.
El ferrocarril de Marianao para en las siguientes estaciones:
Tulipán, Cerro, Ceiba, Buenavista, Quemados y Marianao.
Marianao, a unas quince millas de la Habana, es una bonita y quieta
barriada de 5000 habitantes. El tren se extiende hasta la playa de
Marianao, a tres millas del lugar, donde se puede disfrutar de
baños de mar. A unas tres millas de Marianao queda una de las
mejores plantaciones de azúcar de Cuba: el Ingenio Toledo.
J. C. Prince. Cuba illustrated
La
Habana en 2006
Los camellos de Centro Habana pararán donde quiera que se
rompan, se queden sin gasolina, o puedan ser interceptados por los
simpáticos y corteses habitantes de la ciudad. En principio, hay
paradas frente al Capitolio, en el Parque de la Fraternidad, frente a
la Iglesia del Sagrado Corazón, en Reina, y en el hospital de
Emergencias (de todas maneras, casi sin excepción, los camellos,
al llegar a esta parada tienen que hacer una parada de emergencia). El
recorrido en camello por Centro Habana es uno de los más
emocionantes de que pueda disfrutar el viajero. Durante el viaje pueden
leerse pintorescos anuncios y carteles como éstos: Revolución es obstruir, Somos felices aquí
(debido a
razones que no conocemos, unos días se lee aquí y otros allí, lo que,
filosóficamente hablando, hace imposible tomar dos veces el
mismo viaje), Area de venta
estatal, El momento es de
firmeza, Se vende
un frice, Vamos bien
(alguien añadió a este cartel una
intrigante pregunta: "¿Pa dónde?").
El recorrido por
Centro Habana no está limitado a este municipio habanero -
aclaramos - puesto que si alguna concentración, mitin de
repudio, mesa redonda, domingo rojo, o marcha del pueblo combatiente lo
exige, los pasajeros pueden ser eficientemente descargados en la Plaza
de la Revolución o frente al Ministerio del Interior. A
aquéllos cuyo espíritu de aventura los anime a subirse a
uno de los camellos de Centro Habana les recomendamos tomar el
itinerario de las doce del día, cuando a los habaneros ya les da
lo mismo un camello hembra que uno mulato. Es también la hora
del día con mayor probabilidad de que el camello sea
secuestrado, llevado al malecón y lanzado al agua. Y hay que
decir, sobre todo hay que decírselo a los incrédulos, que
el camello flota (igualito que la Isla).
Juan sin Nada. Havana from a raft
A la ceiba le pido que no borre nunca de mi memoria los lugares de la
ciudad donde conversaba con mis amigos, ni la esquina donde me
enamoré. Todavía entonces esa esquina tenía un
lindo farol. Hoy no sé.
Pedro González, de Cayo Hueso (no Key west)
La
Habana en 1884
En las calles de la Habana, los lomos de las mulas, burros y
pequeños caballos hacen el
oficio de carros de leche, excepto
cuando el lechero desarrolla aun menos su negocio, y conduce las vacas
hasta las mismas puertas de las casas, donde ordeña este
líquido universal en la vasija que usted le ofrece. Este
método, al menos, tiene la ventaja de evitarle la
tentación de echarle agua a la leche. Le recomendamos esto a
todos los dispensadores del líquido lácteo de nuestras
ciudades norteñas que se sienten agraviados por sospechas
injustas: éste es un método que no admite
difamación. A nuestra casa en la Habana venía todas las
mañanas una gran vaca - muy parecida a una de nuestras hermosas
Jerseys, aunque de raza cubana - trayendo su propia leche en una
cacharra de forma extraña colgada a un lado de su lomo y
balanceada por un mazo de caña amarrado del otro lado; esta
provisión parecía algo así como una merienda de
viaje. Detrás venía un pequeño ternero, preso por
el narigón para evitar alguna poca juiciosa incursión
contra las mercancías de las tiendas. Y, todavía
más atrás, venía un joven negro cuyo estridente
grito de «Leche, leche, veinte centavos el vaso,» fue el
primer indicio que tuvimos de su negocio.
C. A. Stephens. The Knockabout
Club in the Tropics
Una de
Orden Público: La Habana, 2006
Ayer, a las 2:00 p.m., y mientras transitaba por la calle de Apodaca,
un caballo que tiraba de un pesado carretón de los almacenes Cuba, sufrió un
desmayo, lo cual provocó la
obstrucióon del tráfico de dicha vía durante
horas. El inusual espectáculo de ver a un caballo desmayado en
mitad de la calle - sobre todo por tratarse de un animal de
tamaño descomunal - hizo que una enorme cantidad de
público, siempre atraída por hechos morbosos como al que
hacemos referencia, se aglomerara en torno al pobre animal, y comenzara
a vociferar: "¡Se cayó el caballo!" Hasta se
hicieron apuestas sobre si el desventurado caballo se pondría
nuevamente en pie (o sobre sus patas) o había llegado la hora de
hacerlo tasajo. En esta ciudad donde se apuesta
por todo y en todas partes, resulta cada vez más alarmante
comprobar la desmoralización que, como una terrible enfermedad,
va minando el carácter y corrompiendo las costumbres. Pero si es
de lamentar, y hasta de condenar, la conducta de los habaneros durante
el bochornoso y lamentable incidente, no menos censura merece el
cochero de los almacenes Cuba,
el cual se sumó a los chistes que
se hacían a expensas del pobre animal. "¡Pero si
está entero!," decía, e insistía: "Ya verán
como él solito se levanta... No se preocupen que aquí hay
caballo para rato."
José Nepomuceno. "The Fallen Horse" in Havana Journal
"un paso que dice: pal'ante y pal'ante que ya horita se muere, el
comandante, un paso que dice pal'ante y pal'ante.. . "
Jorge Camacho
Tres veces camino alrededor de la ceiba y le pido por esta maravillosa
revista. Gracias por mantener en pie este Templete, por preservar para
todos la ciudad con o sin sus columnas.
Humberto Díaz, New Jersey
Esta noche no estaremos solos, ni sin amparo. Nos cobija la ceiba. Y
nosotros la cobijamos en nuestro corazón. Tenemos que celebrar
este viaje, animarnos con cada vuelta. Pedirle a La Habana una puesta
de sol. Una más. Todavía una más.
Rogelio Torres, Montreal
Más
de La Habana en 1884
La población de cerca de 250, 000 está muy mezclada,
incluyendo una larga proporción de gentes de todos los matices
de color, desde el genuino negro oscuro hasta
el mulato olivo pálido. Estos últimos son descritos de
variadas formas tales como octerones, cuarterones, «café
con leche», «pinos amarillos», etc. Hay en Cuba, y
fundamentalmente en la Habana, 60,000 chinos y ni una china. Los negros
y los chinos se emplean fundamentalmente en el servicio
doméstico y hacen toda clase de trabajos serviles y laboriosos.
En la Habana la vida y la propiedad son protegidas por numerosos
cuerpos de eficientes y marciales policías, tanto montados como
a pie, que, siempre, en parejas, patrullan la ciudad y los suburbios
armados con espadas y grandes pistolas, ya que los robos con violencia
son frecuentes y rápidamente ejecutados.
Cuando los rufianes que cometen estos asaltos caen en manos de la
policía se dice que se les dispara sin mucha vacilación y se les
captura muertos; una declaración de que el prisionero
intentó escaparse y que ellos se vieron obligados a dispararle
es suficiente. Sin embargo, me complace decir que durante mi visita no
presencié ninguna alteración, ni un simple borracho ni una persona
desordenada. Me informaron que la paga de la policía
está atrasada en ocho o nueve meses, y la del ejército y
marina, por un período más largo aún.
Las pocas negras viejas que se ven en las calles son mayormente
pequeñas, fuertes y feas; pero, los objetos más
miserables que jamás haya visto son los chinos tullidos y
mendigos de Cuba. Muchas de las miserables criaturas lucen como meros
esqueletos cubiertos de pergamino.
John Mark. Diary of my trip to
America and Havana
A mis hermanos habaneros, que me esperen junto a la ceiba. Que no
comience la fiesta hasta que llegue todos para dar las tres vueltas.
Después, ah, después, yo daré la media vuelta y me
iré con el sol cuando muera la tarde. Bendiciones para todos de
Josefina Cañas, Orlando, Florida
Happy Ceiba
El silencio cobra cifras
que no hayan lugar
en las mentes calenturientas
del envidioso y el traidor.
Todo pasa y nada pasa
en las curvas del destino.
Ningún Saber resuelve
todos los conflictos.
Cuida Ceiba mi silencio
contra la muerte presuntuosa
que más habla un dormido
que un novelista de moda.
Jesús Jambrina
Decorah, Iowa
Noviembre 17, 2006
"Y cuando el tambor comenzó a tocarse a sí mismo, se
levantaron todos los que desde hacia cientos de años estaban
muertos y vinieron para ser testigos de cómo el tambor tocaba el
tambor, bajo la ancestral Ceiba. Los vivos se les unieron.
Cuba está a la espera de ese día. Abrir güiri mambo, Kimbisi palo
llamé llamé. In sora Matombe sacuré."
Mariela A. Gutiérrez
|